10 UN LEXICÓGRAFO DE LA GENERACIÓN DE CERVANTES (NOTAS SOBRE EL TESORO DE COVARRUBIAS) * i 1. Según la escala de las generaciones establecida por Julian Marias, Cervantes pertenece a la de los naeidos en torno a 1541, es decir, entre 1534 y 1548; y como miembros más ilustres de esa gcneraeión, el mismo escritor menciona a «don Juan de Austria, bajo cuyas ban-deras luchó Cervantes en Lepanto»; la «figura política confusa, turbia e inquietante» de Antonio Perez; «el poeta Fernando de Herrcra, el mistico fray Juan de los Angeles, el historiador Juan de Mariana, el músico Tomas Luis de Victoria, el Greco, San Juan de la Cruz, el autor dramático Juan de la Cueva, Mateo Alemán, el gran teólogo y filósofo Francisco Suárcz, el Pinciano, autor de la Filosoßa antigua poética, el lexicógrafo Sebastián de Covarrubias» (Marias, 1973: 16-17). Comenta Marias que, de toda esta pléyade, los que son escritores lo son antes que Cervantes, cuya producción (exceptuada La Galatea) coincide cronológicamente con la de los escritores de la genera-ción siguiente, los nacidos alrededor de 1556: Lope de Vega, Góngo-ra, Espincl, los Argensola (Marias, 1973: 17). Cervantes crea y publica sus obras entre 1605 y 1616: ya después de «su tiempo». [Pubhcado en Institute de Bachillerato Cervantes, Miscetánea en su cincuente-nario, 193I-I981, Madrid 1982,229-43]. 186 Piccionarios anteriores a 1900 Pero no todos los companeros de generación de Cervantes produ-cen sus obras más o menos dentro de la etapa de «vigencia» (sigo utili-zando la terminológia de Marias) corrcspondicnte al grupo. Hay por lo menos uno que acompafia al novelista en lo tardio de su aparición: Sebastian de Covarrubias, nacido en 1539, ocho anos antes que el autor del Quijote, dos afios antes dc la fecha eje de la generación. Si la parte más significativa dc la obra de Cervantes no empieza a aparccer antes de los cincuenta y ocho anos de edad dc su creador, cuando este cntra en lo que entonccs era ya la vejez, toda la producción conocida dc Covarrubias —los Emblemas morales (1610) y el Tesoro de la lengua castellana o espaňola (1611)'— se publica cuando su autor ya ha cumplido los setenta aňos; cuando no tiene, dice, «ni edad ni salud para andar caminos»2. Ahora bien, si el carácter tardío dc la obra dc Cervantes (o «póstu-mo» con respecto a su tiempo) es, para Marias, una clave que explica en buena medida la singularidad de esa obra, ^podremos deeir que, pa-ralelamente, existe algún vinculo entre la patemidad otonal de Covarrubias y la peculiaridad de su Tesoro?*. 2. Examinemos, para empezar, cuál ŕue el propósito de Covarrubias al componer su diccionario. É1 lo expone en su dedicatoria al rey Felipe III: La buena memoria dc Filipo Segundo, padre de V. M., hizo gran diligencia para que las obras del glorioso San Isidore, doctor de las 1 Inéditas hay otras dos obras: Los sermones de Quinta Horacio Flacco Venušino traducidos en lengua castellana (cf. Nicolas Antonio, 1672: II, 279, y Mcnéndez Pelayo, 1902: 23; menciona esta version y da una muestra de clla cl propio Covarrubias, Tesoro, s.v. citar), y el Suplemento del Tesoro, autograft) que se conserva en la Bibliotcca Nacionál de Madrid. No parece haber rastro de un Tratado de cifras, que Covarrubias dice tener cscrito {Tesoro, s.v. cifra). (Cito siempre c! Tesoro por su primera edición, Madrid 1611). 2 «Respuesta a la carta del Licenciado Don Baltasar Sebastián Navarro dc Arroyta», en los preliminares del Tesoro. 3 Sobrc la vida de Sebastián de Covarrubias, v. Angel Gonzalez Palcncia (1942: 285-406). Sobre el Tesoro de la lengua castellana o espaňola, v. cl excelentc prólogo de Martin dc Riqucr a su edición del Tesoro (1943) y Samuel Gili Gaya (1960:1 !)• Un lexicógrafo de la generación de Cervantes______________187 Espafias, sc corrigicssen y emendassen por diuersos originales y de nueuo se imprimiessen con mucha curiosidad, porque gozássemos de su singular y santa dotrina y particularmente de sus Etimologias Latinas, sin embargo de que antes de el santo doctor auían otros tratado el mesmo argumento y, despučs de él, muchos modemos. Sos-pecho yo que, si alcancara Su Magestad, que santa gloria aya, ser co-sa possible colcgir las de su propia lengua castellana, que no con menos cuydado lo apeteciera y procurara executar; pero hasta agora ninguno se ha atrcuido a esta empressa; y los que lo han intcntado, vencidos de vn trabajo inmenso, han desistido della, por la mezcla de tantas lenguas de las quales consta la nuestra. Yo, con el dessco que he tcnido y tengo de seruir a V. M, he porfiado en este intento, hasta que Dios ha sido seruido llcgasse a verle el fin, al cabo de muchos trabajos, de los quales la obra dará testimonio, a costa de mi salud y sossiego. La intención es, pues, componer un diccionario ctimológico, emu-lando con él en la lengua espanola lo que para la latina había hecho San Isidoro. El propósito se corrobora en la dedicatoria al lector y sc con-firma en la Carta de Baltasar Sebastian Navarro de Arroita con que sc abre el libro, y que sc rcfiere a él como «esta obra de las Etymologías». También en los preliminares, los versos latinos del canónigo Pedro de Frias van dirigidos «in librum de Hispanae linguae Etymologiis». Y en el contrato entre Covarrubias y el impresor Luis Sanchez (agosto de 1610), el escribano designaba el libro como «Etimoloxias, digo, Theso-ro de la lengua castellana» (Perez Pastor, 1906: 198). Covarrubias corona asi una tradition no muy larga de etimolo-gistas del espanol, iniciada en 1565 por Alejo de Venegas, con la Declaration de algunos vocablos puesta como apéndice en su Agónia del tránsito de la muerte, y seguida por las Etimologias espaňolas fc 1570) atribuidas al Brocense; la Recopilación de algunos nombres arábigos (1593), de Diego de Guadix; el Vocabulario etimológico (1600), de Bartolomé Valverde; ei Origen y etymológia de todos los vocablos originales de la lengua castellana (1601), de Francisco del Rosal, y Del origen y principio de la lengua castellana (1606), dc Bernardo dc Aldrete. Es esta ultima, sin duda, la obra más ímportante 188 Diccionarios anteriores a 1900 de la serie, y no es irnposible que su aparición ŕuera uno de los esti-mulos que impulsaran a Covarrubias a componcr la suya. Es evidente que Covarrubias conocia el libro de Aldrete (lo cita expresamente s.v. Cáliz). Es precisamente en el afio en que se publica ese libro cuando, según Riquer (1943: vid), comienza Covarrubias la redacción del Tesoro, con la ambición de superar no solo a aquel, sino a todos sus predecesorcs. De todos modos, no hay que olvidar que el mismo Covarrubias declaraba, no más tardc dc 1609, haber invertido «mu-chos aňos» en la elaboración de su diccionario, que seguramentc cs-taba terminado ya en esta fecha4. No se atiene nuestro autor, sin embargo, a la dirección marcada por Aldrete a los estudios etimológicos, que senala decididamentc el rundamento latino dc nuestro léxico. Se alinea, en cambio, en la tendencia, muy generalizada en el siglo anterior, de considerar el hebreo como lengua madre universal: «No ay lengua —dice — que no aya tenido origen de la hebrea»5. Y asi, lógicamente, no vacua en senalar ctimo hebreo incluso a voces indigenas amcricanas, como Araucana y cacique6. * «El architecto, auiendo dc hazer vna gran fábrica, abre profundas canjas, y en cl henchir de tos cimientos gasta mucho tiempo y consume gran cantidad de matcriales, sin que todo esto luzga ni se echc dc vcr hasta liegar a la flor de la tierra, que asicnta su sillena que carga con scguridad la soberuia máquina dc altos muros y fucrtes torrconcs. No sucede menos al que en su imagination, con fuerca de ingenio, fabrica alguna obra, parto del entendimiento, como yo lo he experimentado en mi Tesoro de la lengua cspanola, en que he trabajado muchos aňos hasta ponerlo en cstado que pudicssc salir en publico» (Covarrubias, Emblemas morales (1610), fol. 145v.°). La censura dc csta obra es dc 29 de agosto de 1609; el pásaje citado no puede ser posterior a esta fecha. s Tesoro, s.v. badá. 6 Véase el artlculo cacique: «Vale tanto, .en lengua mexicana, como seňor de vassallos, y entre los bárbaros aquel es seňor que tiene más fuercas para sujetar a los demás. Y presupuesto que los que poblaron cl mundo después del diluuio, diuidiéndose en la confusion de lenguas al fabrícar la torre dc Babe! o Babilonia, cada nación de las que sc apartaron lleuaron consigo algún rastro dc la lengua primera en la qual auían todos hablado y quedó con Heber y su família, dc donde procedieron los Un lexicógrafo de la generáciou de Cervantes______________189 En el terreno lingiiístico, su base científica no es, pues, ni muy moderna ni muy sólida para su tiempo. Considera sufíciente equipaje para la tarea su conocimiento del latín, el griego y el hebreo, además de su cultura humanística. Para él, aunquc no lo declare, como para sus predecesorcs y para muchos de sus herederos, la ethnología es cuestión de ingenio; es, como dirá Qucvedo aňos más tarde, «cosa más entretenida que demostrada» (1626: 319). Lo que más valor da a su libro, a los ojos de Covarrubias, es el hecho de constiruir la colección más extensa, hasta el momento, de ctimologías de la lengua espanola. Este orgullo le incita a darlc cl nombre de Tesoro, «por conformarme con las demás naciones que han hecho diccionarios copiosos de sus lenguas». La denominación .—que tiene quizá su primera mucstra en cl Tesoro de Brunetto Latini (cl260)— había sido usadá, en efecto, por la lexicografía europea, especialmente francesa, para designar diccionarios bilingücs o pluri-lingües cuya riqueza se ponderaba: el Dictionarium seu Latinae linguae thesaurus (1531), de Robert Estienne; cl Thesaurus linguae Graecae (1572), dc su hermano Henri; el Thesaurus linguarum (cl600), de H. Decimator; el Thresor de la langue franqoise (1606), de Jean Nicot —sobre el que volveremos después—, y otros7. Covarrubias no es el primero que usa entre nosotros el nombre de Tesoro. Se lc habia adelantado Bartolomé Bravo en su Tliesaurus verborum ac phrasium (1597) (cf. Antonio, 1672: I, 89). En cuanto a épocas posteriores, salvo dos manuscritos inéditos inspirados más o menos en aquel (el Tesoro de la lengua castellana abreviado, anóni-mo del siglo xvn, y el Tesoro de la lengua castellana, de Juan de Ayala Manrique, comenzado en 1693 c interrumpido en la letra C), recuerdo cuatro Thesaurus espanoles inscritos en la tradición europea de los bilingües y plurilingües: el de Sumarán (1626), cl dc Salas hebreos; y assí, digo que este nombre eazique puede tracr origen del verbo hebreo [...] chazach, roborare. y dc alli [...] chezech, fortitudo &fortis». 7 Cf. B. Quemada (1968: 159, 164 y 569 y ss.). Sobre cl ceo en Italia del nombre de «Tesoro», véase B. Migliorini (1961: 85). 190 Diccionarios anteriores a 1900 (1654), el de Henríquez (1679) y el de Rcqucjo (1717)8. Sin contar, ya en nuestro tiempo, con el Tesoro lexicográfico, de Samuel Gili Gaya, en que cl titulo es precisamente un homenaje a las primeras obras que lo llevaron. Pero tiene el diccionario de Covarrubias la ori-ginalidad de que es el unico monolingüe, dentro de la tradición lexi-cográfíca europea, que lleva el nombre de Tesoro, a no ser que consi-deremos también monolingüe el Thresor de Nicot, opinion que, como veremos luego, no me parece defendible. La idea de este diccionario ctimológico espanol tiene como tras-fondo una vieja preocupación renacentista: la defensa e ilustración de las lenguas nacionales. Bien explicita es en este sentido la citada de-dicatoria a Felipe III: De este [Tesoro] no solo gozará la [nación] espaňola, pero también todas las demás, que con tanta codicia procuran deprender nucs-tra lengua, pudiéndola agora saber de raýz, dcscngafíados de que no sc dcue contar entre las bárbaras, sino ygualarla con la latina y la griega y confessar ser muy parecida a la hebrea en sus fŕasis y modos de hablar. En otro lugar nos parece —en un salto atrás de třes cuartos de si-glo— estar oyendo a Juan de Valdés: Con tanta autoridad y grauedad se puede alegar el diuino Gar-cilasso en comprouación de la lengua espafiola como Virgilio y Ho-mero en la latina y griega; y qualquier romance viejo o cantarcillo comúnmente recebido; y assí, yo no mc dcsdcfío quando vienc a pro-pósito de alegarlos por comprouación de nuestra lengua. (Tesoro, s.v. cerca). 8 Sobre Sumarán, cf. Gallardo, Ensayo (1863-1889: IV, cols. 654-56) y Viflaza (1893: cols. 2045-2051). Sobre los otros Ircs autores, cf. S. Gili Gaya (1960: 17-24). La fccha de Salas, según Gili, es 1671; pero Nicolas Antonio (1672: II, 235) registra una edición anterior de Valladolid, 1654. Espaňol es también, aunque no sc refierc a la lengua castcllana, el Thesaurus catalanolatinus de Pere Torra (1640). Un lexicógrajo de la generacion ae ^ervames ■ .•< Aprecio de la poesla clasicista por un lado, aprecio de lo popular por otro; también, en ocasiones, de los eseritores cultos de la Edad Media, como don Juan Manuel o Juan de Mena9. En el lado opuesto, desprecio de los poetas «que oy día se vsan en la Corte», por ser «hombres sin letras, sin entendimiento, puros romancistas» (es decir, desconocedores de las lenguas clásicas): Estos han infamado la poesía de manera que los hombres que pu-dieran ilustrar la lengua espaňola con la imitación de los poetas latinos y griegos no osan publicar sus trabajos, porque no los juzgucn por liuianos y de poco juyzio, como son los que comúnmente sc ad-miten. (Tesoro, s.v. cuervo). De acuerdo con ese ideal de ilustración, escribe para los doctos, para los que dominan las lenguas de la antigüedad, o al menos el latín. Ya en la advertencia al lector es bastante expresivo: La diuersidad de los orígcnes me ha foreado a no poder dexar igual la letura desta obra, en forma que todos gozassen enteramente delia, por auer de acudir a sus ruentes y auer de vsar de sus propios caracteres en la lengua griega y la hebrea [...]. Cada vno tomará lo que pudiere, según su capacidad: al romancista le queda mucho de que pueda gozar, ereyendo lo demás in fide parentum; y el que supie-re latín deseubrirá más campo; y los que tuuieren alguna noticia de la lengua griega y hebrea juzgarán desta obra con más fundamento. En el cucrpo del diccionario se muestra más inexorable. No solo cita siempre a las autoridades clásicas en su lengua original, sin preo-cuparse de traducirlas, sino que excluye textualmente de sus lectores —y encima con burla— a quienes no sean latinistas (cf. Riquer, 1943: vín): 9 Cf. Riquer (1943: x). Sobre cl aprecio de lo popular, véasc este otro pasajc: «Con ninguna cosa sc apo[y]a tanto nuestra lengua como con la que vsaron nuestros passados, y esto se conserua en los refranes, en los romances viejos y en los cantarci-Uos triuiales; y assí, no se han de menospreciar, sino venerarse por su antigüedad y senziilez; por csso yo no mc desdeňo de alegarlos, antes hago mucho fiicrca en ellos Para prouar mi intención» (Tesoro, s.v. argolla). 192 Diccionarios anteriores a 1%q Prcsupongo que los que este libro leycren por lo mcnos sabcn latín, y assf, no lo romanceo [el tcxto de Horacio que he cilado], porquc seria trabajo pcrdido. Qui potest capere, capiat. (Tesoro, s.v. abrii). Referiré sus versos [de Ovidioj en latín; cntcndcrálos el que lo supiere; los romancistas busquen quien se los declare, que yo no es-criuo para ellos. (Tesoro, s.v. celoso). Esto [mi cxplicacion] he puesto en latin por más claridad; los romancistas tengan paciencia. (Tesoro. s.v. satira). Su dominio de las lenguas clásicas va unido al del hebrco, como en Fray Luis de León; e, igualmcnte, su familiaridad con los poetas y con los didácticos grecolatinos y con los humanistas de toda Europa convive con un extenso conocimicnto de los padres y doctorcs de la Iglcsia y de los tratadistas católicos de ta segunda mitad del siglo xvi. Al mismo tiempo, es lector de los poetas italianos que los espaňoles han llcgado a asimilar a los clásicos de la antigiiedad. Un bagaje, pues, típico de un humanista de la Contrarreforma, es el que Covarru-bias pone a contribución constantemente, a lo largo de su diccionario, al servicio de sus etimologias. 3. £Dc que mčtodo sc ha valido para ejeeutar su proyecto? Evi-dentemente, Covarrubias no ha aprendido muy bien la lección de rigor metodológico que, más de cien anos atrás, dio Nebrija a los lexi-cógrafos. Sorprendc un poco que alguien haya dicho cn scrio que cl Tesoro «es el primer diccionario de nuestro idioma hecho con criterio cientiftco» (Hurtado / Gonzalez Palencia, 1932: 731). Para empezar, no se preocupa de cstablcccr o uniformar su propia ortografia: su apellido mismo es en la portada Cobarruuias y en la dedicatoria Couarruuias (mientras que en los Emblemas morales era Couarru-bias). En la advertencia al lector, a pesar de su papel de etimologista, manifiesta su preferencia por las grafias fončticas sobrc las ctimoló-gicas: No sc dcuc nadie escandalizar de que las dicciones de mi libro se escriuan como suenan [...]. Philipo no se ha dc buscar en la letra ph, (jn lexicôgrafo de la generation de Cervantes_________________193 sino cn la f; Gcronimo, en la G y no en la H; terna, cn la T y no en la th, & sic de caeteris. Aunque este es el único principio ortográfico que formula, ni si-quiera lo cumplc siempre (escribe, por ejemplo, anathema, corypheo, hierarchia, hydropesia/hidropesia). La oscilación gráfica, en todo caso, es general a lo largo de todo el libro, reflejando a veces vacila-ciones fončticas (ignorante/inorante, lector/letor, baxilla/vaxilla, Balbastro /Balvastro, Almonazid /Almonazi, azavache / acabache, avispa / abispa, auieso /auiesso, basa/baca, pigiielas /pihuelas). El orden alfabético está Ueno de tropiezos, a los que ayuda no poco la inestabilidad gráfica. El mismo autor se confundc, y llega a rc-daetar dos veces una misma entrada (asi en abaxar, ación, aladares, almalafa, Balbastro, etc.). A esta confusion contribuye la falta de un eriterio firme en la agrupación de familias léxicas bajo una misma entrada: si con abaxar incluye baxo, bagio [sic], altibaxo, baxeza y baxada, en cambio separa abad y abadesa, poniendo dentro de este ultimo artículo abadía y abadengo (dcfinidos en función de 'abaď y no de 'abadesa'); o dediča třes entradas diferentes a abadejo, 'pesca-do', *ave' y 'esearabajo'. No es extrano, por tanto, que balancin apa-rezca dos veces defínido: en abalanzar y en balanza; o que llegue a redactar un artículo (bastón) como simple posdata a lo dicho en otra entrada del folio anterior (bašta) sobre la misma palabra; o que haya remisiones perdidas (atribulado remite a atribulación, que no existe, como tampoco tribulaciôn). Tampoco se observa regularidad en la microestructura. La infor-mación contenida cn cl artículo es, o pucdc ser, juntamente lingiiística y enciclopédica. Dentro de la información linguística podremos tal vez encontrar: a) definición dc la palabra-guía en sus varias acepcio-nes; b) autoridad literaria; c) cquivalencia latina; d) etimología pro-puesta (a veces, después dc la diseusión de varias posibles); e) fra-seología; J) familia léxica, principalmente derivados. En esta vertiente linguística llama la atención la ausencia de toda indicación gramatical 194 Diccionarios anteriores a 1900 sobre las voces estudiadas10. Dentro de la información que con un criterio amplio llamaríamos enciclopédica pueden flgurar: a) dcscrip-ción o explicación sobre el «referente» u objeto del artículo; b) textos informativos o ilustrativos, ya de carácter doctrinal, ya literario, anti-guos o modernos, generalmente latinos; c) simbología; d) considera-ciones y juicios morales; e) anécdotas y euriosidades, algunas de ex-periencia directa; f) bibliografia adicional. Pero muy rara vez están presentes todos estos abigarrados elementos, y la presencia o ausencia de cada uno de ellos es muy variable. Sin duda, los más constantes son la etimologia y la definición, aunque tampoco de un modo abso-luto"; el más raro, la autoridad de uso'2. Por otra parte, el orden en que se presentan es bastante variable, y solo sc puede decir con mode-rada gcneralizacion que cl primer lugar está ocupado por definición y etimologia. Es habitual que cualquier aspecto ya tratado dentro del artículo sea retomado despučs de exponer otro u otros,3. Incluso la sintaxis de la exposición es espontanea y despreocupada M, a tono con 10 Hay que seňalar que lampoco ofrece lodavía estas índicaciones e! Vocabolario delaCrusca(1612). " Sc dan casos en que Covarrubias omilc la etimologia, por más que esta sea la materia declarada de su diccionario. En unos no sc sabe si es debido a olvido o a ignorancia (p. ej., en carpir o en langaruto); en otros, seguramente, porquc el étimo es ob-vio (p. ej., en clausura. claustro, clausula, clave). Muy počas veces confiesa descono-cimiento total. Asi, en caymán: «vn pez lagarto que se cría en las rias de Indias y se come los hombres que van nadando por el agua; y por ser el nombre de aquclla lengua barbara, no me han sabido dar su etimologia; deue ser a modo de los cocodrilos que sc crian cn el rfo Nilo». 11 No ha faltado, sin embargo, quien ha seflalado como característico de este dic-cionario cl empleo de autoridades, como cn cl de la Crusca (Quemada, 1968:223). 13 Véasc cómo, cn cl artículo caymán. reprodueido cn la nota 11, la definición, que parccía ya terminada, sc rcanuda después de haber tocado cl tema de la etimolo-gia. 14 Obscrvese, por ejemplo, la sintaxis «oral» de este pasajc del artículo cacique (que he reprodueido en la nota 6): «los que poblaron el mundo después del diluuio, diuidiéndosc cn la confusion de lenguas al fabricar la torre de Babel o Babilonia, cada naciôn de las que se apartaron lleuaron consigo algún rastra de la lengua primera»; o la de este otro, del artículo apócri/o: «Llamamos libros apócrifos, o por la profundi- Un lexicógrafode la generation de Cervantes 195 la llaneza con que el autor tiende a expresarse en primera persona, como si el diccionario no fiiese sino una charla familiar a propósito de la serie alfabétíca de las palabras. No es raro que en dos lugares distintos atribuya etímologías dife-rentes a una misma voz15, o que una palabra sea expuesta como čtimo de otra que a su vez lo es para aquella16. En fin, es notoria la despro-porción en la extension de unos artículos y otros, sin que sea siempre perceptible una razón objetiva que la justifique. Si en todo diccionario, por más que su ideal sea la objetividad, es inevitable una huella de la personalidad de su compilador, en cl diccionario de CovarTubias csa presencia no es inevitable, sino querida. El severo Nebrija, tan apreciado por Covarrubias en otros aspectos, no es su modelo en esto. Nuestro autor divaga siempre que le apetece, se explaya en la cita dc sus eruditas lecturas y de sus clásicos favori-tos, cuenta chistes y cuentos, evoca recuerdos personales17, dcsliza suavemente su humor malicioso18, no rccata sus opiniones morales dad de su inteligencia y los misterios que encierran en sí. Estos talcs no era permitido a todos lecrlos, sino a los prouectos; o llamamos apócrifos a los Hbros que, aunque en sf contienen bucna y sana dotrina, no Consta de su particular autora. 15 Por ejemplo, calma, en fol. 175v.°, «pucdc ser nombre gricgo, de kauma»; pero cn fol. 178, «inoré su etimologia, aunque algunos dizen ser nombre hebreo». Alcalá cs de origen gricgo s.v. Alcalá, y dc origen árabe s.v. cala. 16 Un ejemplo de esta «etimologia mutua» es el de baldrés < baladi y baladl < baldrés. 17 Asi, el artículo camaleôn comienza con estas palabras: «Este animalejo vi en Valencia, cn cl hucrto del seňor Patriarca don Juan de Ribera, de la mesma figura que le pintan»; y, tras una extensa cita descriptiva de Plinio, continua: «Harne pareeido Poncr ad longum todo el lugar de Plinio, porque descriue al viuo este animalejo como yo le vi. Pcro quanto al grandor deufa ser poco mas de vn palmo, y Ic tenfan dentro de vna jaula de calandria». " Comentando cl refrán adelante está la casa del abad (s.v. abad), escribe: «Yo picnso que este refrán tuuo origen de los seglares que, llcgando a su puerta el pobre o el peregrino, le remiten a la casa del cura como a propia suya [...], y nos házen buena obra cn encaminárnoslos». Y cn cl artículo calentar: «El horno por la boca se ca-''enta. Esto dizen los que en inuiemo acostumbran tomar algún bocado y bcucr alguna 196 Diccionarios anteriores a 19qq sobre personas y cosas , confiesa su temor dc que la vida sc le acabc antes que ta obra (cf. Riquer, 1943: vm), hasta reconoce a veces (ine-ficazmente) la necesidad de moderar su Iocuacidad 20. La humanidad la simpatia comunicativa y la grácia, insólitas en verdad en el género lexicográfico, han sido siempre eclcbradas por cuantos han tenido al-gun trato con el diccionario de Covarmbias. Sobre la calidad dc las ctimologias, objetivo central del libro, solo se puedc decir que están a la altura del peculiar concepto que en su época se tenia de la evolución formal de las palabras («díxose cala~ baga del nombre latino Cucurbita, aunque con alguna corrupción, cu-curbaca, cacarbaga, cacabaga y, por la cacofonia, calabaga»). 4. ^Logró Covarrubias su propósito? A pesar de su saber, su tra-bajo y su ingenio, no parece que sus etimologias hayan sido nunca vez, para no sent ir cl frío; y a los que caminan es muy a propósito. Esta dotfina guar-dan bien los mocos dc mulas, si no cargasscn mas dc lo ncccssario». 19 «Alumbrados rucron cicrtos hercges que huuo en Espana muy perjudicialcs, que trahian la picl dc oucjas y cran lobos rapaccs» (s.v. alumbrar), «Mahoma (que nunca huuicra nacido en el mundo) nació en Arabia...» (s.v. Mahoma). De los gitanos dice: «csta mala canalla, que tienen por oficio hurtar en poblado y robar en el campo» (s.v. conde); «gente perdida y vagamunda, inquieta, enganadora, embustidora» (s.v. giia-no). 20 Por ejemplo, en el artículo abeja, después de haber disertado en dos columnas y media sobre ešte insecto y los «muchos y diucrsos discursos» a que «da ocasión cste animalito», dice: «Por no ser largo, referiré tan solamcnte los versos de Virgilio en que cxplica e! orden que ticnen en su vida y exercicio». Y siguc toda una cülumna más... Tambicn merece rccordarsc lo que escribe en cl artículo candeta tras un largo diseurso cnciclopcdico: «Y porquc mi instituto no cs tratar las materias ad langum, si-no tan solamcnte las etymologias dc los vocablos y lo que para ilustración deslo cs ncccssario, no mc alargo más en csta materia, ni en otras que a cada passo se mc ofre-cen, porque serfa la obra inmensa, y el atreuimiento grande querer yo de propósito tratar y comprehender en un volumen lo que han eserito en muchos los professores de cada facultad; que ni yo tengo talento para ello, ni me puedo prometer vida tan larga que pudiesse, mal o bien, acabarlo». Y después de esta extensa confesión, todavía si-gue, en catorce líneas más, la disertación que había dejado cortada. Las páginas posteriores, por otra parte, no dan muestra de que el propósito de enmienda haya sido muy duradero: véanse, por ejemplo, los artículos cornudo. cuerno, cuervo, elefante, etc. Un lexicógrafo de la generación de Cervantes 197 muy estimadas, ni siquiera en su tiempo. Notemos que el fino humanista Pedro de Valencia, en la censura que precede al Tesoro, no clo-gja de él sus hallazgos en esa materia, sino el hecho de que «tiene muchas [cosas] muy utiles y está lieno de varia y euriosa lección y dotrina», a la vez que celebra que «de la propiedad, pureza y elegancia de vna lengua se eseriua en el tiempo que ella más florece». Y cuando, todavía en su siglo, el erudito Nicolas Antonio escribe una gencrosa defensa de la obra, tampoco lo hace por las etimologias (1672: II, 279)2'. Por otra parte, cs bien conocido el juicio adverso dc Quevedo sobre este libro, «donde el papel cs más que la razón; obra grande y de erudición desaliňada». Y dice esto después dc haber manifestado su desdén en general hacia quicnes «desentierran los güesos a las voces [...] y dicen que averiguan lo que inventári» (1626: 319). El Tesoro, del que en su primera edición se imprimieron mil ejemplares (Pérez Pastor, 1906: 198), no volvió a publicarse en su siglo sino una vez, sesenta y třes anos más tarde, con las pobres adicio-nes de Noydens (Covarrubias / Noydens, 1674)22. La verdadera valo-ración de Covarrubias no llega hasta la centuria siguiente, de la mano 21 El párrafo dedieado al Tesoro lleva en su parte final una adición de las que dejó aulógrafas Nicolas Antonio y que se incorporaron en la impresión del siglo xvm, ya que se refiere a la edición dc Noydens, publieada en 1673, después, por tanto, de la primera edición de la Nova. A pesar de que, como digo en seguida, el Covarrubias lexicógrafo —no el eti-mologista— solo un siglo más tarde recibió toda la consideración que merecía, no faltaron pronto colegas perspicaces, fuera dc Espana, que deseubrieron y supicron ex-plotar su riqueza; por ejemplo, Lorenzo Franciosini en su Vocabolario espaňol e ita-liano (1620). De las tres veces que se ha editado cl Tesoro en el siglo xx, una ha sido para bibliófilos (reproducción microfotográfica, Nueva York, Hispanic Society of America, 1927), y las otras dos, como instrumento para los filólogos. En realidad, cs-tas dos sc reducen a una sola: la prcparada, con prólogo e indicc, por Martin de Riquer, Barcelona, Horta, 1943, pues la de Madrid, Turner, 1977, es mera reproducción facsímil dc la de 1943, con la particularidad dc que csta vez el editor, por lamentable descuido, ha omitido el prólogo, asi como toda indicación dc que la edición reprodu-cida, incluso cl extenso índicc final, es obra dc Martin dc Riquer. 198 Diccionarios anteriores a 1900 de los fundadorcs de la Real Academia Espanola, que lo explotan ampliamente en su caudal y en sus definiciones22 *"■. Dice el prólogo del primer Diccionario académico: Es evidente que a este autor se le debc la gloria de haver dado principio a obra tan grande que ha servido a la Academia de clara luz en la confusa obscuridad dc empressa tan insigne; pero a este sabio escritor no Ic fuc fácil agotar el dilatado océano de la lengua esparto-la, por ta multitud de sus voces; y assí, qucdó aquella obra, aunque loable, defectuosa, por faltarlc crecido numero de palabras; pero la Real Academia, venerando el noble pensamiento dc Covarrubias y si-guičndolc en las voces en que halló proporción y vcrisimilitud, ha formado el Diccionario sujetandose a aquellos principios y conti-nuando despucs debaxo de las reglas que le han parccido adequadas y convcnicntcs, sin detenerse con demasiada reflexion en cl origen y derivación de las voces; porque, además dc ser trabajo de poco fruto, scria penoso y desagradable a los lectorcs, que regularmente buscan la propriedad del significado. Es decir: cuando por fin se reconoce su gran valor al Tesoro, no es por sus etimologias —discretamente desestimadas, como se ve cn las ultimas líneas—, sino por su aportación lcxicográfíca pura. Des-pués de la Academia del siglo xvm, los filólogos de nuestro siglo han apreciado la obra de Covarrubias como un verdadero «tesoro» cn sentido distinto del que él pensó: eneuentran cn či un rico testimonio del léxico usual de los primeros aříos del xvii, especialmcnte en el reino de Toledo, asi como un abundante archivo de noticias sobre usos y costumbres de la época, de enorme utilidad uno y otro para la comprensión de la literatura del Siglo de Oro. cPor quč cayó cn el vacío en su tiempo el diccionario dc Covarrubias? Tal vez porque no acertó con su momento: porque, por una parte, era una obra pasada, y por otra, una obra adelantada. Era pasada porque, aunque estaba al tanto del saber dc su época y citaba a una serie dc autores contemporáneos, el espíritu que la ani- bi" [Cf. capítulo 12 dc cslc libro]. Un lexicógrafo cle la generación de Cervantes 199 maba era más bicn el del siglo anterior, el del Rcnacimicnto y la Contrarreforma. A lo largo de todo cl libro se percibe la profunda de-voción de Covarrubias por los poetas latinos, muy especialmente Ho-racio, Virgilio y Marcial; por los italianos Petrarca y Ariosto; por el cspaňol Garcilaso, y, en menor medida, por el portugués Camocns y cl francos Ronsard. De los espanoles, el único pocta que menciona contemporáneo de Garcilaso es Castillejo, y el único posterior, Ercilla (a quien llama Arcila)22; como vimos más arriba, no parece haber si-do muy aficionado a los «que oy se vsan en la Corte» (cita, cn cam-bio, a bastantes didácticos dc todo esc periodo)24. También es patente su amor a la cultura humanistica cn la insistencia, ya comentada, con que afirma que su libro está dedicado a los latinistas y no a los ro-mancistas. Y no olvidemos la ya seňalada prcocupación, típica del Renacimiento, por buscar abolengo ilustre a la lengua patria25 —si bien csta prcocupación persistió todavía cn época posterior: la revolu-ción gongorina es una de las vertientes de esa tendencia ilustradora—. Pero decimos que, a la vez, el Tesoro se adelantó a su tiempo. Se adelantó en ser un producto cuya necesidad nadie scntia en aquel momento en Espaňa: un diccionario del espaňol cn cspaňol. Hasta cntonces el diccionario solo se habia concebido y se concebia como un pucnte entre dos lenguas, bicn para cl cstudioso dc las letras clási-cas o sagradas, bien para el diplomático, el comerciante o cl viajcro, bicn para el evangclizador dc infieles. Existian, si, algunos vocabula-rios monolingües, pero todos dc ámbito limitado y menguados de ta-mano. Covarrubias compone el primer diccionario monolingüe extcn- u Fray Luis dc Leon, entonccs todavía desconocido como pocta, solo cs recorda-do por La perfecta casada. 24 He aquí algunos: Laguna, Arciniega, Jcrónimo de Huerta, Monardcs, Pineda, Poza, Acosta, Cicza dc Leon, Diego Hurtado dc Mcndoza, Zurita, Ocampo, Morales, Garibay, Mariana, Argote dc Molina, Sigücnza, Castillo de Bobadilla. 15 Cf. P. Guiraud (1963: 24-25), B. Migliorini (1969:1, 503), R. A. Hall, Jr. (1977: 230), R. Lapcsa (1980a: 299 y bibliografia citada cn 301 nota). 200 Diccionarios anteriores a J9qq so del espafiol: versa sobre la lengua general y define una cantidad importante de palabras26. En realidad, el Tesoro de Covarrubias es el primer diccionano monolingüe extenso, no solo de Espaňa, sino de Europa. Italia, cl pais de mayor tradición lexicográfica monolingüe en ese momento, cuen-ta, como obra de mayor alcance, con el Memoriále delia lingua vo/-gare, de Giacomo Pcrgamini (1601), de éxito superior, pero de desa-rrollo inferior al del Tesoro21. En Inglaterra, el primer diccionario que sc menciona es el de Robert Cawdrcy, A Table Alphabetical! containing the true Writing and Understanding of hard usuall English Words (1604), que no pasa de 120 páginas y tiene como único objeti-vo el dc explicar palabras «difíciles» (Hulbert, 1968: 16). En Francia se ha afirmado repetidas veces que el Thresor de la langue francoise dc Jcan Nicot (1606) cs cl primer diccionario propiamente dicho de esa lengua28, cuando realmente no es sino una reelaboración más, sin duda la más rica, del célebre Dictionnaire francois-latin de Robert Estienne (1539), y sigue siendo, por tanto, un diccionario bilingüe39, con la particularidad de que algunas de las voces, además de su cqui-valente latino, llevan una explicación en francés. 26 Según mi recucnto del índice elaborado por Riquer, son 16.929 (cifra que no corresponde a la dc cntradas, ya que con frecuencia una de eslas incluye, con defini-cioncs, una familia toxica), EI numero de voces es, sin embargo, inferior al de Nebrija (28.000 en cl Lexicon latino-espanol, 22.500 en el Vocabvlario espcmol-tatino (cf. Colon / Sobcranas, 1979: 12 nota). 27 «Discrete vocabulario», según B. Migliorini (1975: 44). Cf., del mismo, 1969: 1503, y 1961:91. 28 Véanse las opiniones de Ch. Beaulícux y F. Brunot en B. Qucmada (1968: 159); cf. tambičn R.-L. Wagner (1967: 109). De ešte lugar común todavía se hace eco Migliorini (1961: 105). M. Cohen (1967: 441) llega a afirmar que el primer diccionario vcrdadcro del francés cs cl primero que hizo Nicot, bajo el nombre de Robert Estienne, Dictionnaire frangois-latin (1573). Sin duda, ha contribuido dccisivamcntc a la idea de que el Thresor de Nicot sea el primcro dc los diccionarios propiamente france-ses su mismo titulo, que por primera vez no aludc al carácter bilingüe de la obra. 29 Como tal lo consideran claramente B. Quemada (1968: 159) y G. Matoré (1968: 60). Cf. asimismo P. Guiraud (1963: 46), H. Mitterand (1965: 105) y Chaurand (1977: 90). Un lexicógrafo de la generación de Cervantes 201 Fruto tardío, por un lado; fruto precoz, por otro, el Tesoro de Covarrubias tuvo la desdicha de no ser apreciado por sus compatriotas sino cien aňos despučs dc su aparición; pero, aun entonces, ni siquiera celebrado por lo que fue ilusión y orgullo de su autor —las etimolo-gías—, sino por lo que aňadió sceundariamente —las definiciones—■. Hasta su honroso lugar de adelantado en la lexicografía europea es un record precario: solo un ano más tarde, en 1612, había de publicarse en Venecia el Vocabolario de los Académicos de la Crusca, obra maestra que marcaría el rumbo, durante dos siglos, de toda la lexicografía monolingüe en el mundo. Si Cervantes fue un outsider en cl mundo literario de su tiempo (Marias, 1973: 17), £no lo fue más, en la linguística, su contemporáneo, el autor del primer diccionario del espanol?