|Ocho piernas | Quizá no sea la primera vez que la traición amarilla de una mañana soleada le pega una cuchillada a Ron Sheppard en el costado, y se despierta, abrazado a su perro Sketch por el bajo vientre, con la apariencia de haber sido arrancado violentamente de un cuadro de Lucian Freud: desnudo, sucio, los músculos resaltados por el frío de unas líneas azules, las piernas de un hombre asomando por debajo de la cama. Porque no es extraño que uno tenga a un hombre, tumbado y sin ropa, oculto por las sabanas que cuelgan. Lo raro es no saber quién es. Quién demonios eres, piensa Ron Sheppard, pero sólo lo piensa, después de incorporarse y haber intuido que hay dos piernas bajo su cama. Apenas se fija en ellas. La luz que entra por la ventana le ha despertado, y abre los ojos Ron Sheppard para recorrer, todavía en la misma posición, de un vistazo todo el cuarto: la misma mierda haciendo más acogedoras las paredes, en el suelo los mismos tablones que acabarán pudriéndose algún día y sin avisar, el mismo aire irrespirable, cargado, rancio, sin futuro. También tres colillas apagadas en la madera y, Paul Viejo, Los ensimismados. Madrid, Páginas de Espuma, 2011 (en prensa). los ensimismados 64 volcada en el suelo, la derrota de una botella de whisky. Es al ver eso cuando Ron Sheppard intuye debajo suyo dos piernas agazapadas, y se incorpora, y piensa, quién demonios eres, ahora que ya las ha visto. Sketch sigue dormido sobre su brazo. Por eso Ron Sheppard no se mueve, sólo cae de nuevo tumbado sobre el colchón, y con los ojos abiertos pero en blanco trata de reconstruir el final de una noche que no recuerda. Sólo el final, el resto no es necesario; con eso basta para saber quién compartió la botella de whisky con él, quién le empujó a la ebriedad y al desequilibrio que acabó con uno desnudo encima de la cama, con el otro inmóvil y anónimo debajo. Ron Sheppard trata de ponerle a las piernas un cuerpo, un rostro, un motivo, que le ayude a resolver el puzzle de su vida, y hace recuento de los posibles candidatos. Quizá, mientras acaricia el lomo del perro, está Ron Sheppard pensando en que a quien tiene rendido en el suelo es al asqueroso portero del club con el que ha acabado más noches de las que hubiera deseado. Porque nunca puede resistir la voz del hombre que le dice en el callejón, hoy te jodo yo, y después escupe a los pies. Para Ron Sheppard, terminar el día follando en su apartamento con la dulzura de empujones y miradas de desprecio con que el portero le acaricia, es la mezcla perfecta de elogio y sumisión. Pero no puede ser él. El cabrón del portero que le abre el culo cada vez que se aburre se habría largado mucho antes del amanecer. Nunca se arrastraría por el suelo como un perro. Sketch no se despierta, no se inmuta, porque a quien le preocupa que haya un hombre desconocido debajo suyo es a Ron Sheppard, no al perro. Y por eso piensa, tal vez, Ron Sheppard que quien esconde su identidad, su vergüenza y su pecado es el gordo que le paga por recordarle cuál es la verdadera forma en que obtiene placer. Está casado, con dos hijos, y el estrés de su trabajo y el colesPaul Viejo, Los ensimismados. Madrid, Páginas de Espuma, 2011 (en prensa). paul viejo 65 terol que colecciona le permitirán aún dar unos cuantos billetes a Ron Sheppard. Ya sabes hay que ser discreto, le pide, sólo eso, y cuando ya está sobre su cama esperando ser penetrado, le dice el gordo a Ron Sheppard que necesita cariño, mucho cariño, y Ron Sheppard empala su docilidad, así, como está, a cuatro patas. Tal vez, en quien está pensando es en ti. Pero no quiere volver a mirar las piernas para saber si son las tuyas. Permanece quieto, con su cuerpo desnudo pegado al del perro que no se despierta, y también, lo ha visto ahora, con su pene cubierto de semen derrochado. Sí, quizá, es en ti en el que piensa. No eres más que nadie, sólo el candidato perfecto para estar bajo la cama, para haber aceptado anoche la proposición de Ron Sheppard. Porque siempre lo has deseado. Que un hombre vea en tus ojos esa curiosidad y se acerque arrastrando el humo del cigarro, te rodee, susurre, acompáñame, y te lleve a su casa, es algo que más de una vez ha pasado por tu cabeza. Por eso Ron Sheppard está pensando en ti mientras mira el pelo marrón de Sketch, porque no sería extraño que tras emborrachar tus prejuicios con el whisky te hayas revolcado en sus sabanas y te hayas dejado descubrir otros lugares. Que te hayas descubierto, y por eso has huido a la máscara que te coloca el hueco de una cama. Pero Ron Sheppard no quiere mirar ahí debajo, no se inclina otra vez, no empuja al perro. Quizá por si descubre que es verdad que son tus piernas. O las mías. Sabe perfectamente Ron Sheppard que puedo ser yo quien está debajo, el que se oculta, a pesar de que no me ha llevado jamás a su cuarto, ni a su cama, ni me ha follado nunca, y eso que lo ansía. Pero piensa en mí, imagina que las piernas sin cuerpo son las mías, por esa afición que tengo a esconderme en cualquier sitio, a estar presente cuando todo ocurre y no dejarme ver. Porque sólo si soy yo ese hombre, puedo saber todo lo que sé. Puedo saber que Ron Sheppard se ha cubierto esta Paul Viejo, Los ensimismados. Madrid, Páginas de Espuma, 2011 (en prensa). los ensimismados 66 noche de sexo y gloria; que bebió hasta el olvido; puedo saber que ha amanecido descolocado y aturdido sobre la cama; que nada le encaja y nada se resuelve; puedo saber, sólo yo puedo saber, que Ron Sheppard se está volviendo loco, o ya lo está, usando como excusa las dos piernas de un hombre escondido bajo su cama, tratando de saber quién es, mientras lo que está haciendo en realidad es mantenerse ocupado con cualquier cosa, con una anécdota mínima y pasajera, para no tener que cuestionarse por qué su perro Sketch no advierte nada, por qué sigue con los ojos cerrados, inmóvil, sin respirar. Paul Viejo, Los ensimismados. Madrid, Páginas de Espuma, 2011 (en prensa).