SEXISMO Y LENGUAJE EL ESTADO DE LA CUESTIÓN: REFLEJOS EN LA PRENSA (II) Soledad de Andrés Castellanos GÉNERO GRAMATICAL Y SEXO Género gramatical y sexo no son, como muchos ingenuos o espontáneos usuarios de la lengua puedan creer, conceptos equivalentes o idénticos: hay lenguas que no han desarrollado la expresión del género; en otras, como la nuestra, no siempre el género gramatical coincide con el sexo biológico. Masculino y femenino se corresponden a menudo con las diferencias sexuales en animales y personas; pero no siempre las cosas se desarrollan de modo tan simple: son abundantes en español los casos de género común y epiceno. La cuestión puede incluso complicarse más: bajo el masculino el caracol se oculta la realidad de que algunos gasterópodos son hermafroditas, dotados de una especial sensualidad, hecho divulgado por Darwin… En el diario EL PAÍS, el lunes 20 de marzo de 1995, aparecieron dos artículos: el primero, del crítico y profesor Miguel García-Posada, titulado El femenino políticamente correcto; el segundo, del novelista Javier Marías, Cursilerías lingüísticas, bajo el epígrafe CENSURAS AL HABLA. Parece simple coincidencia el hecho de que en un mismo periódico aparezcan dos trabajos de cierta extensión, firmados por autores de prestigio, sobre el sexismo en el lenguaje y las propuestas institucionales para combatirlo, propuestas que parecen precisamente no convencerles demasiado. El trabajo de Javier Marías surge, según nos cuenta él mismo, a raíz de la carta que le escribió una lectora, reprochándole el siguiente paréntesis de otro artículo anterior: ...el hombre contemporáneo... (y utilizo la palabra hombre en su acepción genérica, que no hay por qué abolir en favor de la cursilería feminista o más bien hembrista)... Dice Javier Marías que contestó a su indignada, pero «amable lectora de Barcelona», y que le explicó en la respuesta, como a nosotros en el citado artículo, que lo que él denomina hembrismo, tan condenable como el machismo, bien diferente del dignísimo movimiento feminista, corresponde a una actitud que considera también maniquea y partidista. Tiene razón, en el sentido de que feminismo no es palabra correlativa de machismo; mejor sería oponer feminismo a masculinismo, o bien hembrismo a machismo. Curiosamente hembrismo y hembrista no figuran en la última edición (1992) del diccionario de la Academia, que sí recoge hembruno, -na, como adjetivo anticuado, en la acepción 'perteneciente a la hembra'. Defiende Marías, por otra parte, el uso genérico y sintético de hombre como una mera convención lingüística, huyendo de las que considera cursilerías lingüísticas, es decir, el uso de especificaciones como «las niñas y los niños» o, entrando ya en el deslizante y, en este caso, creo yo, inoportuno terreno de la ironía, «el perro y la perra son los mejores amigo y amiga del hombre y de la mujer». Y concluye: Si se siguiera hasta el fin esta tendencia, habría que hablar siempre de "la tortuga y el tortugo", "el araño y la araña", "la foca y el foco", una ridiculez. También llegaría el día en que los varones exigieran que se los llamara "personos" y "víctimos". Y ese día, en efecto, todos y todas habríamos sido víctimas y víctimos de la cursilería mencionada en mi criticado paréntesis. Miguel García-Posada comenta con evidente y acaso en parte justificada indignación el folletito del Ministerio de Educación y Ciencia, Recomendaciones para el uso no sexista de la lengua, ridiculizando, para empezar, el uso del color rosa en la portada y la tipografía interior, y concluyendo: Pero lo que importa de verdad, al parecer, es violentar la gramática de la lengua e ir contra el sentido común, eso sí, en rosa, que es un color discriminatorio. ¿Por qué no en rosa y azul? Algunos días después, el 9 de abril de 1995, en el suplemento dominical de EL PAÍS, Rosa Montero tituló su página El lenguaje sexista; allí comenta el citado trabajo de Javier Marías, sin referirse para nada al de García-Posada —no deja de resultar curioso—, que seguramente también había leído en el mismo ejemplar del diario. Rosa Montero no está de acuerdo con la opinión de Marías —y de muchos otros y otras, sin duda— respecto al mantenimiento del uso genérico de hombre como ser humano; cree ella que se trata de una convención útil específicamente emanada de una sociedad en la que el varón era la medida de todas las cosas. Y como este ejemplo hay muchos otros: concordancias, géneros, incluso orden expositivo, porque lo normal es anteponer el sexo masculino al femenino, o sea, decir "niños y niñas" y no al contrario. De modo que la lengua es sexista, puesto que la sociedad que la creó lo fue en grado superlativo y aún lo es. Pero además es que la lengua cambia constantemente. Como todo sistema vivo, está en perpetua evolución. Y termina advirtiendo que ella jamás —¿no será excesivo todavía hoy este jamás?— usa hombre como genérico en sus textos, pues lo sustituye por persona o ser humano. Javier Marías volvió a la carga, el 11 de abril de 1995, otra vez en EL PAÍS, con una CARTA AL DIRECTOR, precedida del titulillo en negrita El lenguaje sexista. Allí afirma: Si bien estoy de acuerdo en que el mundo ha tendido a ser patriarcal y machista, creo que justamente el lenguaje es una de las pocas cosas que han sido construidas a la vez por las mujeres y los hombres. Todos han hablado siempre, y seguramente han sido las madres quienes más han enseñado a sus hijos (e hijas) a hacerlo y a traducir ese mundo. Curiosamente, se dice "la lengua materna", no "la lengua paterna". Y finalmente, tras algunas otras vaguedades, acaba poniéndose trascendente, a vueltas con la etimología —parece que toma los datos de María Moliner—, pues si homo viene de humus 'tierra', «supongo que Rosa Montero estará de acuerdo en que —quizá con alguna excepción que poco tiene que ver con los sexos— de la tierra venimos y a la tierra volvemos todos». Con esto pretende Marías justificar su defensa del empleo de hombre como genérico. ¿Siempre, en todos los casos, en cualquier contexto? ¿No será excesivo este siempre, tan excesivo por lo menos como el jamás antes comentado de Rosa Montero?