TOMOXLIX 2001 NÚM.1 SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL Y MEXICANISMOS EN ESPECIAL A Luis Jaime Cisneros y José Luis Martínez El presente artículo fue en su primer esbozo, hace años, una breve respuesta a Juan M. Lope Blanch, que en uno suyo, “Mex. -che, -i(n)che, ¿nahuatlismos?”, contribución al Homenaje a Antonio Alatorre (NRFH, 40, 1992, 623-636), había lanzado un feroz ataque contra mi idea de que los muy mexicanos adjetivos metiche, pidi(n)che, etc., son voces mestizas: radical español y sufijo náhuatl. El propio Lope Blanch cuenta la historia al comienzo de su artículo. Lo que no dice es que con ese ataque, publicado en un homenaje a mí, me devolvía el fuerte golpe que yo le había asestado muy poco antes en un homenaje a él. En efecto, mi “Historia de la palabra gachupín” (Studia philologica in honorem Juan M. Lope Blanch, 1992, t. 2, pp. 275-302) no deja bien parados a los gachupines, o sea a los españoles, y Lope Blanch ex illis est. (Estoy dramatizando la historia, y por eso digo “feroz ataque” y “fuerte golpe”. Ni en mi artículo ni en el suyo hay la menor intemperancia. Lope y yo somos casi como hermanos.)1 NRFH, XLIX (2001), núm. 1, 1-51 1 Completaré la historia. A fines de 1999 le conté todo lo anterior a Luis Jaime Cisneros comentando su artículo “Peruanismos, obra clásica y moderna” (BAPL, 1998, núm. 30), y le dije que tenía materia para un articulillo. Por lo cual, cuando en febrero de 2000 me invitaron a colaborar en el homenaje que le preparaba la Pontificia Universidad Católica del Perú, supe inmediatamente cuál sería mi colaboración. Por desgracia, aunque avancé bastante, el plazo me resultó demasiado corto. — En la presente redacción no he alterado el estilo, que es a veces más “conversacional” que científico. También el estilo es homenaje a Cisneros: quiero que corresponda al lenguaje llano, sin jergas, de su mencionado artículo. — No he creído necesario Para mayor dramatismo, diré que el “choque”, lejos de ser incidente baladí, muestra muy vívidamente un aspecto del magno y perdurable enfrentamiento entre dos maneras de sentir nuestra lengua (“…y aún se miran frente a frente/ en inmóvil actitud”). Los españoles sienten, en el fondo del corazón, que ellos son sus únicos verdaderos dueños. Lo digo con todo candor. Las muestras de ese sentir se me han ido acumulando a lo largo del tiempo. Glosando el dicho “La mejor mujer, mujer”, yo diría “El mejor español, español” (donde “el mejor” es, por ejemplo, Rafael Lapesa). He aquí un botón de muestra. Hace años publicaba Julio Casares en el BRAE un informe trimestral (“La Academia trabaja”) sobre los quehaceres de la docta corporación. Daba, no sin cierto júbilo, noticia de los permisos que se iban concediendo para decir cosas que antes se habían dicho sin permiso, por ejemplo fallo ‘deficiencia’, ‘error’ (¿quién no sabe lo que es un fallo del motor, etc.?, preguntaba Casares), o bien gamberro (¿quién no conoce a esos rebeldes sin causa?). Leía yo eso y decía para mi capote: ¿Creerán los académicos de Madrid que con meter gamberro en el diccionario, sin precisión geográfica, van a hacer que la palabra pertenezca a la lengua común? ¡Y ese fallo del motor! Lo que debieran hacer los españoles (añadía para mi capote) es enseñarse a hablar bien. ¡Se dice falla, no fallo! Y si insisten, van a meterse en líos, pues el fallo del juez más circunspecto va a estar todo contagiado de ‘error’ y ‘deficiencia’. ¡Estos españoles! Los hispanoamericanos debiéramos tener mayor ingerencia en materia tan importante. Sobre todo cuando nosotros tenemos la “razón”, como es el caso. Corominas, que encuentra falla ‘defecto’ en no pocas fuentes venerables, comenzando con el Cid, observa de pasada que el vocablo “sigue vivo hoy en Colombia y Chile”, como si fuera un arcaísmo olvidado ya por el resto del mundo hispanohablante. De hecho, falla ‘defecto’ se dice también en México y seguramente en toda Hispanoamérica. Nadie dice fallo, a la madrileña (excepto los cursis, los que no dicen papa sino patata, porque así se usa en la “metrópoli”). Quienes decimos falla somos “los bue- 2 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX dar las descripciones bibliográficas de los diccionarios de americanismos, que son los conocidos, los “clásicos”. Pongo sólo el nombre de los autores (Icazbalceta, Robelo, Santamaría, etc.). Las Rectificaciones de Marcos E. Becerra no están en orden corrido, como tampoco las Buenas y malas palabras de Ángel Rosenblat; pero las dos obras tienen un índice alfabético exhaustivo. nos”2. No es justo remitir una palabra tan viva al desván en que acumulan polvo las cosas que antes se decían pero ya no se dicen. (Antes se decía uços sin cañados; hoy se dice puertas sin can- dados.)3 Creo haber expuesto con claridad mi punto de vista. Sólo falta añadir que fue Raimundo Lida quien hizo que mi atención “normal” a la lengua se volviera “seria” y hasta “científica” a veces. En el seminario inaugural de lo que hoy es en El Colegio de México el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, hacíamos los aprendices de filólogos una investigación literaria NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 3 2 Cabe agregar que falla no es lo mismo que falta: la falla, en un motor o en un argumento, no es lo mismo que la falta de motor o de argumento. — N.B.: “Aunque a veces podrá parecer que el autor se halla animado de una intención irrespetuosa para con la Real Academia Española, debo intentar borrar semejante impresión, [pues] no es de desearse que tan necesaria institución caiga en menosprecio… Lo que urge es que la Academia gobierne, pero que gobierne con clarividente i razonada autoridad…; que dirija acertada i oportunamente; oportunamente, sobre todo, porque éste ha sido el principal defecto de la labor académica (labor magna i pesada como un hipopótamo): intervenir cuando ya no se necesita (v.gr., admitirá las palabras menú, presupuestar i beisbol cuando ya nadie espera su aquiescencia)”. Son palabras de Becerra, que yo hago mías. Pero debo añadir que la Academia estará siempre atrasada (y mal informada) mientras siga siendo Real Academia. Es preciso guillotinarla y remplazarla con una Academia republicana, internacional y “socialista”, cuyos miembros ya no se ajustarán mucho al paradigna tradicional del “académico”. (Y será mejor que ese organismo, destinado a hacer orden en la casa, no se llame “Academia”, para evitar asociaciones incómodas.) Con los progresos fenomenales que estamos presenciando en las comunicaciones humanas, el “¡Hispanohablantes de todos los países, uníos!” (o el “Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos!”) no es sueño vano. La tarea es infinitamente más fácil ahora que en ningún tiempo pasado. 3 En mi artículo “La lengua española”, apud ENRIQUE FLORESCANO (ed.), El patrimonio nacional de México, 1997, p. 303, reúno ejemplos de formas que, por arcaicas que le resulten a un español, siguen vivitas y coleando en Hispanoamérica. Una de ellas es qué tanto, qué tantos, etc. (“en lugar de” cuánto, cuántos, etc.), para la cual aduzco un texto de Juan de Arguijo (ca. 1600) sobre cierto caballero que poseía “no sé qué tantos halcones”. Ejemplo insigne de ello es el empleo de los pronombres personales átonos (en ningún país hispanoamericano prosperaron el leísmo ni el laísmo); y también el uso del pretérito (empleamos la forma castiza, la simple, en casos en que los españoles, creo que por galicismo, usan la compuesta (“ya cené” vs. “ya he cenado”; “se fue” vs. “se ha marchado”). — He aquí un caso curioso. Corominas, s.v. puño, ha creído necesario explicar la palabra puñeta, que no figura en el DRAE. Aparece en 1505 en el Vocabulista de Pedro de Alcalá y significa ‘masturbación’ (“hazer la puñeta en las mesmas manos”). Esto, dice Corominas, “explica en forma evidente el uso obsceno de la frase”. Quiere decir que y, paralelamente, otra lingüística. Así, durante tres años (1948- 1950) estuve ensayándome, bajo la mirada de Lida, en una investigación sobre la General estoria de Alfonso el Sabio (que no cuajó en nada: fue simple gimnasia), y otra que, de haber sido terminada, se hubiera llamado “El habla de Autlán de la Grana, Jalisco”. Hice gran cantidad de fichas siguiendo el Cuestionario de Tomás Navarro Tomás, clásico vademécum del dialectólogo. Entre esas fichas estaban, por supuesto, las relativas a metiche, pidi(n)che y adjetivos análogos4. LOS NAHUATLISMOS “INFANTILES” 1. Dice Lope Blanch que una vez (“hace ya buen número de años”), platicando con él, me referí al probable “origen nahua” del sufijo de palabras como habliche y metiche. (En efecto, solté esa idea, pero naturalmente no me puse a apuntalarla con argumentos.) Según Lope, las palabras en que yo pensaba “serían sólo media docena”: caguiche, habliche, lambiche, metiche, pedi(n)che “y, acaso, malinche”. En verdad, no pensaba yo en malinche, harina de otro costal, y en cambio pensaba no sólo en esas palabras que mal que bien han pasado al español general de México, sino en otras que tenía en mi fichero y que, para gloria de Jalisco, parecen ser exclusivas de ese rincón de México, por ejemplo güerinche, cantaliche, lloriche, trampiche y peguiche5. 4 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX cuando los españoles usan puñeta en una frase (v.gr. “¡Vete a hacer puñetas!”) saben que es una obscenidad, una mala palabra, pero no saben por qué. Es una palabra que se ha desgastado por el uso (lo mismo vale en todas partes para la voz carajo). Corominas señala el uso actual de puñeta “masturbación” en la Argentina. En México es voz universal. (En un diccionario ideal aparecerá naturalmente esta palabra viva, con su definición, y con una notita, al final, sobre las regiones del español en que esa acepción se ha olvidado.) 4 Amado Alonso vio mis fichas en una visita que nos hizo en 1950, y me dijo que le parecía muy verosímil el “mestizaje” que yo veía en esa serie de adjetivos. (Añadiré otra cosa. En una de mis fichas estaba el verbo culear ‘copular’, que falta en el DRAE, y don Amado, bajando la voz, me dijo: “Igual en Navarra”.) 5 JOSÉ IGNACIO DÁVILA GARIBI, “Recopilación de datos acerca del idioma coca”, Investigaciones Ling., 3 (1935), 248-302, asigna al Occidente, y en particular a Jalisco, un “idioma” especial, el coca. Esto ya nadie lo dice, pero con el término coca bien podríamos designar la variedad de náhuatl hablado en esta zona, desconectada de la gran Tenochtitlán. El hecho es que caguiche y los otros nueve vocablos de este párrafo son típicos del español de Jalisco. 2. Lo que hay de “común” entre los cinco adjetivos que menciona Lope Blanch es, dice él, “tener valor despectivo”. Esto hay que verlo despacio. Lo que tienen en “común” no es el pertenecer a la abigarrada muchedumbre de despectivos que en nuestra lengua existen, sino el denotar muy concretamente ciertas cosas inconvenientes e inciviles que hacen los niños, para exasperación de quienes están cerca de ellos. Desde que nacen hasta que más o menos entran en razón, los niños son una lata: comienzan siendo lloriches y caguiches (ensucian a cada rato los pañales) y más tardecito son metiches (¡en qué no andan metiendo las narices!), pidiches (“¡Dame esto!”, “¡Dame aquello!”), habliches (¡qué tarabillas!), lambiches (mañosamente ‘adulones’ o ‘carantoñeros’), peguiches (cosidos a las faldas de mamá); hay niños trampiches (tramposos/traviesos) y niños cantaliches (cantadores: “¡Uy, qué niña tan cantaliche!”)6. Bien, pero cuando se dicen esas cosas de los niños chiquitos —o cuando se les dicen a ellos— no hay “desprecio” alguno. Mamá, papá, abuelos, nana, hermanos mayores, todos las estamos diciendo con cariño. Los niños chiquitos son una lata, pero ¡cómo los quiere uno! Cuando sí hay “desprecio” (entre otras connotaciones) es cuando adjetivamos así a quienes ya no son niños. Una cosa es la niña cantaliche, que sin arte alguno y toda desafinada está canta que te canta (dan ganas de taparse las orejas, pero estamos sonriendo), y otra cosa el adulto que se las echa de profesional y canta horrible, caso en el cual sí tiene cantaliche el “carácter enteramente despectivo” que dice Santamaría. Esos que se meten en todo, esos que están pide y pide, esos que están habla y habla, esos aduladores de los políticos, son unos metiches, unos pidinches, unos habliches, y unos lambiches (o lambiscones). Se creen adultos, y algunos hasta caguiches son. (Ser caguiche es ser ‘mierdita’, ‘cacaseca’. En Colima caguiche equivale a codo o codinche: el ‘tacaño’, el ‘que no sabe compartir’.) NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 5 De allí se difundieron hacia el Noroeste (Nayarit, Sinaloa, Sonora). Algunos resultaron especialmente exitosos, y se usan en todo el país, como metiche y pediche/pidinche. — También se oye mucho metichi, pedichi etc.: es la forma que prefiere Dávila Garibi, por ser la más marcadamente jalisciense, pues en el habla de Jalisco son muy frecuentes las pronunciaciones nochi, lechi, etc. (cf. Lope, nota 52). — Por cierto, la ilustre palabra mariachi, que hasta un Alfonso Reyes creía derivada del fr. mariage, está documentada a mediados del siglo XIX en Nayarit, o sea en la zona del “idioma coca”. 6 Los niños son también preguntiches, pero esta palabra no creo haberla oído. La reacción pedagógicamente correcta a un insistente “¿Qué es eso?”, “¿Qué hay allí?”, etc., es “¡Tolondrones para los preguntones!” 3. Los nahuatlismos tuvieron su origen en la conquista de México Tenochtitlán. Muchos de ellos —digamos macehual, digamos cocolistle— quedaron documentados inmediatamente. Muchísimos otros comenzaron a documentarse apenas en el siglo XIX, por ejemplo los que designan especies regionales de árboles y plantas, o platillos tan serios como el mole y el pozole, pero no tan difundidos. Esas voces no tuvieron a tiempo su “acta de nacimiento”, pero nacieron y han vivido y siguen viviendo. Entre ellas están caguiche, lloriche y compañía, híbridas de español y náhuatl, que ciertamente no vinieron al mundo en el siglo XIX, sino en la segunda mitad del XVI, cuando puede ya hablarse de un “vivir novohispano”. El testimonio de Juan Suárez de Peralta es muy elocuente. Hacia 1590, cuando él escribe, los españoles están ya firmemente asentados en un territorio pacífico y próspero. La idea de que los indios eran bestias no existe ya. Hay convivencia. Los españoles, dice Suárez de Peralta, “comunican con los yndios muy familiarmente, espeçial los naçidos en México, a quien los yndios tienen por hijos y sus mujeres an criado los más a sus pechos”7. En casa de los españoles (y criollos) había una india destinada a la crianza de los niños, si es que no dos distintas: la nodriza o chichigua (chichiua ‘ama que cría’: Molina) y la niñera o pilmama (la “cargabebés”: de pilli ‘niño chiquito’ y mama ‘cargar algo’)8. Estas mujeres hablan ya español, pero “piensan” aún en náhuatl y, como se encariñan con el condenado güerito9, aceptan de buena gana la lata que da y le dicen que es un lloritzin, un caguitzin, etc., empleando el sufijo náhuatl -tzin, denotador no sólo de respeto (Malintzin, huehuetzin ‘venerable anciano’), sino también de cariño y ternura. Las chichiguas deben de ser hoy una rareza10, 6 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 7 JUAN SUÁREZ DE PERALTA, Tratado del descubrimiento de las Yndias y su conquista, al final del capítulo 15 (ed. Giorgio Perissinotto, Madrid, 1999, p. 130). 8 Por supuesto, la asociación de pil-mama con mamá es inevitable. Sobre el papel de las chichiguas y pilmamas hay buenas observaciones en SOLANGE ALBERRO, Del gachupín al criollo, El Colegio de México, 1992, pp. 204 ss. 9 Repetiré lo que digo en mi citada “Historia de la palabra gachupín”, p. 293: “[Hay] algo que no sé si ha sido objeto de una buena teorización, pero que en un país como México es un hecho que salta a la vista: las fiestas que las personas morenas o trigueñas le hacen a un bebé rubio, la ternura que les inspira”. 10 Aunque en Tabasco (según Santamaría) hay hasta el verbo achichiguar ‘servir como chichigua’. Becerra, por su parte, cita fuentes según las cuales también en Cuba y en Centroamérica se emplea la palabra chichigua. pero no las pilmamas: yo he conocido algunas verdaderamente gloriosas (aunque no indias). En resumen, lloriche y compañía constituyen un grupo coherente, así en lo semántico (designación de “vicios” infantiles) como en lo morfológico: radical español (llor-, etc.) y sufijo náhuatl (-tzin), con un -i- que sirve de enlace11. A lo cual hay que agregar que, según toda verosimilitud, su lugar de origen no fue México Tenochtitlán, sino el Occidente, en especial Jalisco, la zona en que se hablaba lo que Dávila Garibi llama “idioma coca”. 4. Lope Blanch, que no se mete en las precedentes “honduras”, dedica la mayor parte del espacio a “otros grupos” de palabras. Están, por ejemplo, jolinche ‘rabicorto’ y barbinche ‘lampiño’, que naturalmente no se dicen de los niños chiquitos. Están rabincho y colincho, que no terminan en -inche. Está culiche, voz modelada seguramente sobre metiche y compañía, que se aplica por broma a los nacidos en Culiacán. Está cubiche, designación del ‘cubano’ “usual en las Antillas”. Están chiche y pachiche, cuyo -iche no es sufijo, sino parte del radical. Está almatriche, voz mozárabe (ár. al- + lat. matricem). Está huarache, voz tarasca. Están boliche, compinche, fantoche, mamarracho, gabacho y borracho, que tienen cada una su historia. A lo largo del desfile, donde hay sustantivos lo mismo que adjetivos12, no pierde LoNRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 7 11 En los compuestos del náhuatl suele haber una mutilación del primer elemento: cuau(tli) ‘árbol’ + náhuac ‘rodeado de’ = Cuaunáhuac, o sea Cuernavaca. En huehuetzin se pierde el -tl de huéhuetl ‘viejo’. La i central de Malintzin no es vocal de enlace, sino parte del primer elemento, Malin(a), mujer de Cortés. Pero, obviamente, en lloriche y compañía no podía seguirse el mismo sistema. Para eso no había precedentes. Las pilmamas bilingües hubieran podido decir por ejemplo llorontzin, o llorotzin. Por qué “prefirieron” llor-i-tzin, imposible saberlo. — ¿Y cómo explicar que se diga lloriche y nunca llorinche, que se diga güerinche y nunca güeriche, que no se diga cantiche sino cantaliche, y que alternen pidiche y pidinche? 12 El desfile no es exhaustivo. En el Reverse dictionary of the Spanish language de F. A. STAHL y G. E. SCAVNICKY (1973) pueden encontrarse cómodamente otros -iches: aciche, alfeliche…, etc. — José Luis Martínez, director de la Academia Mexicana de la Lengua, me pidió no hace mucho que repasara un enorme Índice de mexicanismos que los académicos mexicanos han ido acumulando desde 1870 o algo así, y que marcara con X los que me fueran desconocidos. Tarea ardua, pues las voces venían completamente desnudas, sin definición ni contexto. Pero, como ya traía en la cabeza mi “contraataque” a Lope, recogí como tres docenas de voces terminadas en -iche o -inche, desconocidas casi todas para mí. Algunas parecen sustantivos, como chilinche, conchiche, sagabiche y tepechiche, pero en su mayor parte parecen más bien adjetivos: boquiche, coliche, copiche (¿‘el que en la escuela copia a otros’?), cortinchi…, droguiche (quizá de droga ‘deuda’)…, sopiche…, zumbiche. pe ocasión de ir señalando cómo muchas de esas voces denotan o connotan “desprecio”, y en ese sentido es buen refuerzo la inclusión de -incho, -acho, -ache y -oche13. Pero ¡qué lejos estamos del asunto, qué desviados! Con el heterogéneo desfile de los “otros grupos” de palabras —y, para subrayar esa heterogeneidad, añado los sustantivos toloache, tlacuache y tololoche (México) y los adjetivos culichiche (Cuba), huachache (Perú) y curiche (Chile)— cree Lope haber dejado tambaleante mi “tesis” sobre el peculiar mexicanismo de metiche y compañía. Reconoce, por supuesto, que -iche “no es sufijo de raigambre castiza en la lengua española” (o sea, digo yo, que se trata de voces morfológicamente exóticas); pero en seguida añade que, habiendo tantas voces castizas con esa terminación u otra parecida, “falta decidir si [-iche] es un verdadero sufijo nahua o una terminación caprichosa de generación hispánica”14. Y concluye: “¿Creación castellana, pues? Posiblemente. Pero ello no impide suponer una influencia indirecta del náhuatl”. Yo, por mi parte, y mientras no se demuestre otra cosa, afirmo que en lloriche, caguiche, etc. hay influencia directísima del náhuatl15. 5. El “ataque” de Lope contra mí es el cuarto episodio de una “guerra” emprendida por él. (Sigo dramatizando el asunto.) Su Léxico indígena en el español de México (1969) se propone mostrar cómo sólo una fracción de los aztequismos de Robelo es de verdadero uso16. Su artículo “Sobre el origen del sufijo -eco” 8 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 13 “Pienso —dice Lope— que no resultaría demasiado arriesgado suponer que la -ch- pueda tener, en la terminación de ciertas palabras, una fuerza (vis litterarum) o resonancia claramente despectiva”. Tiene mucha razón (yo diría vis sonorum y no litterarum). Y eso vale no sólo para “la terminación”: también chapurrar, cháchara y chancleta tienen resonancia despectiva. Pero todo depende del contenido de la palabra: en “muchas flechas”, la ch es neutral; en “A la sombra de las muchachas en flor” se siente todo menos desprecio. 14 Esto segundo —dice Lope— es lo que opina “el gran lexicógrafo” Santamaría, el cual despacha sumariamente el -iche como “desinencia caprichosa”. Lo que pasa, creo yo, es que Santamaría, gran conocedor del habla de su tierra, Tabasco, carecía de las antenas de Dávila Garibi, jalisciense. Hay muchas lagunas en su por lo demás tan útil Diccionario de mejicanismos. 15 En su § 3.4 (“Se me ocurre pensar…”) piensa Lope Blanch que si pinche, palabra netamente española, es ahora uno de los más típicos y pintorescos mexicanismos, ello se debe al -i(n)che de origen náhuatl en su connotación despectiva. Estoy completamente de acuerdo. (Cabe observar, además, que en México el sustantivo pinche ha quedado convertido en adjetivo: caso análogo al de pícaro.) 16 Sobre esto hay mucho que decir. Es cosa que sucede en cualquier diccionario. Abro al azar el DRAE y en una sola columna encuentro cotobelo, (1971) demuestra satisfactoriamente que si hay nahuatlismo en palabras como yucateco y autleco (‘el nacido en Autlán de la Grana’, llamado también autlense), no lo hay en palabras como tontuneco y zonzoneco17. Y su nota sobre “Un falso nahuatlismo” (1978) refuta a Becerra, que aventuró (único que yo sepa) la sospecha de que el -ate de guayabate, calabazate, etc. viene del náhuatl atl ‘agua’ (porque los ates “reclaman una considerable adición de agua para darles el punto de jalea que les es característico”)18. No cabe duda: los tres “ataques” están justificados, y los tres son victoriosos. Nada más saludable que combatir los excesos. Pienso en los aventureros del siglo XIX que trataron de hallarle a la españolísima palabra gachupín una etimología náhuatl (cf. mi art. cit., pp. 298 ss.). Pienso en Gerardo Murillo, excelente pintor y personaje valleinclanesco, que “sostenía” que nuestro atl ‘agua’ dio nombre al Atlántico19. Pero los excesos no deben oscurecer el hecho de que los nahuatlismos exisNRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 9 cotofre, cotón (‘jubón’), cotonada, cotoncillo, cotral, cotrofe y cotudo. ¿Cuántas de estas palabras se usan? Probablemente ninguna. En cambio, para poner un ejemplo, la palabra copaljocote, no incluida en el susodicho Léxico indígena, tiene amplio uso allí donde se da este árbol del trópico semiárido (Colima, Jalisco, Nayarit) y donde se aprovecha su madera y se come su frutita, llamada también copaljocote, agridulce, bastante agradable. 17 El artículo de Lope Blanch, publicado en la Festschrift Harri Meier, München, 1971, pp. 305-312, es réplica a MAX LEOPOLD WAGNER, que en NRFH, 4 (1950) había exagerado el papel de -eco. Ya ROSENBLAT, Buenas y malas palabras, 3a ed., Caracas, 1969, t. 4, pp. 114-115, había replicado brevemente a Wagner. 18 “Un falso nahuatlismo” está en NRFH, 27, pp. 296-298. En verdad, la idea de Becerra es muy endeble, aparte de que hay buen número de -ates a salvo de toda sospecha de nahuatlismo. A los que menciona Lope Blanch puede agregarse el curioso calamorrate que incluye Baltasar del Alcázar en una ristra de palabras añejas (o aniejas, como él dice): “…guadramaña, maxmordón,/ zafarraya y alfarnate,/ galambao, calamorrate,/ trincapiñones, choclón” (Poesías, ed. Francisco Rodríguez Marín, p. 113). El editor, sevillano como el poeta, explica la palabra en la p. 275. Se trata de una broma conocida: un niño mayorcito le pregunta a otro más chico e inocente: “¿Quieres calamorrate?”, y el chiquillo, “por la desinencia de la palabra, igual a la de piñonate, calabazate y otros dulces, responde afirmativamente; y entonces el otro, juntando las manos y dejándolas en hueco para que el golpe haga poco daño y mucho ruido, da con ellas en la cabeza al goloso, diciéndole: ¡Pues toma, toma calamorrate!” 19 Gerardo Murillo es más conocido por su pseudónimo, “Doctor Atl”, con el cual figura en cierto pasaje de Tirano Banderas (ligeramente retocado: “Doctor Atle”). Cf. E. S. SPERATTI, “Un episodio de Tirano Banderas”, NRFH, 8 (1954), 184-190. (Por supuesto que la teoría del Dr. Atl era pura broma.) ten. El hábito de combatir los excesos suele convertirse a su vez en exceso. Quienes se enamoran de una idea acaban por hacerse apóstoles. (Y bien sé que esto puede aplicarse a mí, aunque creo haber procedido limpiamente.) 6. Lope Blanch me hace pensar en Corominas. De hecho, en él se apoya para una de las escaramuzas de su artículo sobre -i(n)che. Dice que la palabra chiche —“la designación acaso más usual de la ‘teta, mama’ [en México]”— puede ser “voz de origen nahua o de procedencia española”. Todos pensábamos que las chiches eran quintaesencia de lo indio (¡las tetas de la Malinche que pintó Orozco!); creíamos que la “tesis” del nahuatlismo no tenía aquí rival, pero resulta que sí lo tiene. En efecto, en el apretadísimo cajón de sastre que es el artículo chuch- de Corominas (“raíz de significados varios, de creación expresiva y en parte onomatopéyica”) hay un chiche (masculino) que es cualquier ‘juguete para niños’ en la Argentina y otros países sudamericanos (ninguna relación con chiche ‘teta’), hay un chicho ‘joya pequeña’ en Santander, y chichí ‘nonada, futilidad’ en gitano. “Se trata —dice Corominas— de una raíz de creación expresiva y vocalismo alternante chuch- ~ chich-”; y a continuación añade chuchar (‘chupar, sorber, mamar’ en portugués y gallego; ‘besar’ en Asturias), de donde proceden chucho ‘teta’ en la Argentina y “en el Yucatán”, chicha ‘teta’ en Costa Rica, chiche en México y chichi en la Argentina. (¿No es raro que en la Argentina coexistan el chucho ‘teta’, la chiche ‘teta’ y el chiche ‘juguete’?)20 Yo no creo que tan atropellado “razonamiento” le haya quitado a la chiche mexicana ni un ápice de su naturaleza náhuatl. (Seguramente chichi ‘mamar’ era onomatopeya, imita- 10 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 20 Dice el DRAE que, en “América”, chiche significa ‘pecho de la mujer’ y es sustantivo masculino, si bien “en El Salvador úsase en femenino”. Yo creo que esta falta de información es culpa de la Academia Mexicana correspondiente de la Española, que suele mostrarse remisa en sus contribuciones al DRAE. Es notable el número de voces que, usadísimas en México (y en su mayor parte nacidas aquí), se atribuyen a alguna o algunas de las repúblicas centroamericanas. Evidentemente, las Academias guatemalteca, salvadoreña, hondureña, nicaragüense y costarricense se han esforzado más en conseguir para “sus” palabras un lugar en el majestuoso DRAE. — Vale la pena observar que chiches son también las ‘tetillas’ masculinas y las ‘tetas’ de los animales, y que, a causa de su forma y de su función, se prestan a muchos sentidos figurados. Cuando alguien consigue algo no por sus méritos, sino porque tuvo buenos protectores, lo que se le dice es: “¡Así qué gracia! ¡Te dieron chiche!” ción del ruidito que hace el bebé al mamar, pero la palabra nos vino del náhuatl con onomatopeya y todo.)21 7. Los adjetivos caguiche, lloriche, etc. están, por otra parte, “en serie” con varios sustantivos que designan al niño mismo. Muchas de las maneras que se usan en España para referirse a él, desde que nace hasta que llega a la pubertad (chicuelo, churumbel, morrocote, crío, braguillas, etc.) son desconocidas en México, donde, en cambio, se usan no pocas de notorio origen náhuatl. Estas palabras no pueden haber nacido sino en boca de las pilmamas indias y/o en un ambiente social muy nahuatlizado. La más difundida de ellas es chamaco —equivalente del pibe argentino, del cipote salvadoreño y del garoto brasileño—, que falta, curiosamente, en el diccionario de Robelo, según observa Becerra (cf. Molina: chamaua ‘crecer el niño’, ‘començar a estar de sazón la maçorca de may´z o de cacao’). Parece miembro de una familia en que están también chamuchina y chamagoso22. Otra es escuincle, tal vez algo menos usada que la anterior y un poco más expuesta a la connotación despectiva, puesto que el sentido primario de itzcuintli es ‘perro’ (“¡Malditos escuinNRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 11 21 Es imposible no admirar profundamente a Corominas, ese catalán militante que, con su diccionario etimológico, le erigió al castellano un monumentum aere perennius, y que aprovechó ejemplarmente su experiencia personal de una parte del español americano. Y me llaman la atención dos ideas fijas muy suyas: que muchas voces castellanas tenidas por descendientes del francés o del provenzal proceden en realidad del catalán, y que varias voces que comúnmente se creen de origen americano las traían en realidad los españoles al llegar a las Indias. Cuando Corominas sostiene una etimología catalana no puedo replicarle ni con media palabra, pero sí cuando habla como patriota español, según se verá luego. 22 Corominas pone chamuchina en la familia de chamuscar, aunque no se ve allí la menor idea de chamuscamiento; significa —dice— ‘naderías’ en el Guzmán de Alfarache, ‘riña, pendencia ruidosa’ en México, y ‘populacho, muchedumbre’ en la Argentina, Chile, el Perú, el Ecuador y Guatemala. Pero en México, como observa Becerra, la palabra chamuchina significa primariamente ‘chiquillería’, ‘multitud de chiquillos’; él la ve compuesta de chamahua + xinachtli ‘semilla, prole’, y cree que es “una de las muchas que los colonizadores hispanos llevaron de México al Perú y Chile” (y también a España, testigo el Guzmán: el sentido que aquí tiene chamuchina, ‘naderías’, es bien explicable: ‘cosas de chiquillos’). Creo que en chamuchina entra una cola de la muy mexicana palabra chamuco ‘diablo’, que se aplica mucho a los niños traviesos. El caso de chamagoso ‘sucio’, otra mexicanísima palabra, es más claro. Icazbalceta sugiere chamáctic ‘cosa gorda y crecida’, pero si la idea de ‘crecer’ es clara (chamahua), la de ‘gordo’ no parece venir a cuento. En todo caso, constantemente sucede que los niños que van a la escuela muy aseados regresan todos chamagosos. cles!”)23. Otra es pilcate ‘mocoso, muchachito’ (pilli ‘niño’ + catzáctic ‘sucio’?). Otra es pilguanejo o pilhuanejo, ampliamente documentada. Los pilguanejos parecen haber sido en un principio los mandaderitos de los conventos. El elemento pilli ‘niño’ y el sufijo español -ejo (despectivo) están a la vista24. Otra palabra usadísima en México (aunque hay lexicógrafos que la olvidan) es chilpayate. Nadie, al parecer, ha dado con su etimología. (Becerra, que en la p. 13 de su libro hace un esfuerzo heroico e inconvincente, registra en la p. 110 el adjetivo chilpo, -a ‘pollo o polla encastados’, y de ahí ‘muchacho avispado y travieso’, lo cual parece un poquito mejor encaminado.) Otra más es coconete ‘niño pequeño’, que, a diferencia de chilpayate, está cayendo en desuso; y aquí la etimología es clara: cónetl ‘niño o niña’, cuyo reduplicativo es cocone. (Observa Becerra que coconete significa también cualquier ‘cosa pequeña con relación a otra’.) 8. La palabra nene merece consideración aparte. El DRAE la presenta como “voz infantil” de uso general, que significa por un lado ‘niño pequeñito’ (si bien puede aplicarse, por cariño, a “personas de más edad”, sobre todo en femenino) y por otro lado ‘hombre muy temible por sus fechorías’ (¡notable “antífrasis”!). Corominas se ocupa de nene muy rápidamente (s.v. niño); dice que es “de fecha más reciente” que niño, lo cual es obvio: niño está ya en el Cid, mientras que nene se documenta apenas en el siglo XVIII (Dicc. Aut.); dice también que es “de uso menos extendido”, y lo explica como variante de niño “con vo- 12 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 23 Becerra escribe escuintle, y censura a Robelo por escribir escuincle, “según su costumbre”. En efecto, “debiera” decirse escuintle, pero el paso de /tl/ a /kl/ no es raro: he oído decir Clalpan en vez de Tlalpan. Esta “corrupción” ha triunfado en el caso de escuincle. Cf. la divertida nota de Becerra sobre cacle, otro caso en que /tl/ ha sido derrotado por /kl/. 24 Hay que tener en cuenta que el plural de pilli es pilhuan. Si la palabra procede de este pilhuan, debe de haber nacido en plural: pilhuan-ejos. (Cf. infra, § 31, el verbo mestizo “chapines/chihua”.) Más convincente me parece la etimología de Ramos Duarte: pilhuatia ‘adoptar (a una criatura expósita)’. Pilguanejos eran los ‘niños de la calle’, los que no tienen padre ni madre ni perrito que les ladre. Ser mandadero de un convento (de monjas) era ya algo. ¡Y vaya si tenían que hacer! (cf. la letrilla de Góngora “Mandadero era el Arquero,/ ¡sí que era mandadero!”). La palabra pilguanejo tuvo vida: de ‘adoptado’, o sea “arrimado” a un convento, pasó a ser ‘el que por interés se apega a una persona de buena posición’ (Ramos Duarte). En Centroamérica, según Cabrera, pilguaje es ‘persona de baja estatura’ (despectivo). Hubo también, según Ramos Duarte, pilguaneja ‘concubina’ (o sea “arrimada”). Según Membreño, pilguanejo es “corruptela de pingajo”; Rubio se burla de él: “¡Eso será para los hondureños!” calismo distinto y otras diferencias”, lo cual es también obvio (por un lado i-o, por otro e-e; por un lado /ñ/, por otro /n/), pero Corominas no explica el porqué de las diferencias; lo que hace es señalar, como de pasada, un neno < ninnus en documento portugués del siglo XIII (como si ese viejo y raro neno le diera a nene cierta pátina de antigüedad). Contada de esa manera, la historia de nene resulta muy confusa. Pero contada como lo hace Robelo en su Diccionario de aztequismos resulta bien clara. Robelo hace ver cómo y por qué nene es “palabra netamente mexicana”. Según Molina, nénetl significa no sólo ‘la natura de la muger’, sino también ‘ídolo o muñeca de niños’: palabra perfecta para designar al niño muy pequeño, al rorro, al poupon. Con razón nene es palabra tan usada en México25. Y añado que de México deben de haberla llevado a España los que regresaban, los indianos. Está, así, en serie con otras muchas palabras mexicanas que por útiles, o por pintorescas, o por bonitas, tuvieron vida en la metrópoli. (Más adelante se verán otros ejemplos.) Cuando Quevedo escribe su Entremés del Niño (por otro nombre Peralvillo de Madrid), la palabra debe de haber estado recién importada26. “El castellano nene es infantil o servil”, concluye Corominas. No veo por qué servil. La indicación del Dicc. Aut., “voz festiva”, parece menos desacertada. 9. Otras designaciones de ‘niños’ son jocoyote (o socoyote) y cuate. Jocoyote es ‘el último hijo, el benjamín’. El jocoyote más NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 13 25 Testimonio del uso es la productividad: Robelo (pp. 184 y 434) registra nenepile ‘lengua’ (nenepilli es, literalmente, ‘muñeca que está colgada’) y tosnene ‘periquito hablador como niño’ (totzli ‘periquito amarillo’ + nénetl). En Honduras hay neneque ‘persona muy débil’, ‘inválido’, palabra que ha tenido la suerte de figurar en el DRAE. 26 Los entremeses de Quevedo, como los de Quiñones de Benavente y otros de la época, se caracterizan por su “costumbrismo” más o menos exagerado y por su lenguaje de rabiosa actualidad. La gracia del “Niño” quevedesco consiste en hablar “aniñado” (como la Isabelitica de Góngora, la que “cheriba un ochavo de oro”): dice una vez nenas y cuatro veces nene(s). Naturalmente —y con esto pongo en peligro mi brillante hipótesis— me hago la objeción de que una palabra como ne-ne, a semejanza de ma-ma y ta-ta, puede brotar en cualquier momento y aun en cualquier idioma, sobre todo en la zona coloquial o familiar. Pero me contesto a mí mismo: primero, no hay testimonio de nene anterior a Quevedo; segundo, si hubiera existido en Madrid un nene “familiar”, Quevedo no habría tenido necesidad de orientar sobre el tema de la obrita llamándola Entremés del Niño; la habría llamado del Nene (pero dejó que el nene les tomara de sorpresa a los espectadores); y tercero, que sería absurdo imaginar una raya continua entre este nene y el neno del portugués medieval. ilustre es, por supuesto, Moctezuma Xocoyotzin. Es voz muy usada. (En mi familia, de diez hijos, no hubo jocoyote sino jocoyota.) Los cuates, por su parte, son los ‘mellizos’, como Cástor y Pólux. Se llaman también cuates (o cuatas) las cosas anormalmente dobles, por ejemplo esos plátanos “siameses” recubiertos por una sola cáscara, o esos gajos de naranja parcialmente envueltos en un mismo pellejito (en este sentido se usa cuates en Boyacá, según Rosenblat). También hay desgracias cuatas. Su sentido más usual es el de ‘amiguísimo’, ‘uña y carne’ (“Fulano y yo siempre hemos sido cuates”, y aun “cuatísimos”)27. 10. Otras dos palabras bastante vivas que tienen que ver con la infancia son chincual y chípil. La primera significa ‘inflamación en la piel de los muslos y alrededor del ano, que aparece casi siempre a los recién nacidos y que les causa grande inquietud’ (Robelo). Viene de tzintli ‘el ojo del salvonor’ (Molina). Icazbalceta sugiere el locativo tzinco ‘en el ano’ + atl ‘agua’, evidentemente por ser el “agua” de los orines la causa principal de las comezones de los bebés. Santamaría propone “azteca tzin, el trasero, y cualitzli, carcomer”. Desde hace tiempo existe ya un remedio maravilloso para esa calamidad, el talco (“A bit of talcum/ is always welcome”, dice uno de los dísticos de Ogden Nash). Pero chincual sigue vivo sobre todo en la esfera figurativa: la ‘comezón espiritual’ que es una curiosidad insatisfecha, un ansia por que algo suceda, unas ganas tenaces de algo. En cuanto a chípil, su etimología es aún más diáfana: tzípitl es ‘la criatura que está enferma o desgañada [sic: obviamente desganada] a causa de estar su madre preñada’ (Molina). Por extensión, chípil es también el marido que durante una preñez de la mujer se siente abandonado por ella. Es voz muy usada. He aquí, finalmente, unas palabras sueltas relacionadas asimismo con el mundo de la infancia: 11. achicopalarse es ‘abatirse’ según Icazbalceta. Un niño achicopalado es el frustrado, el que se encoge y se encierra en sí mismo. Más que ‘abatido’, el achicopalado está ‘acobardado’ y ‘deprimido’. Es voz tan usada en México (“¿Qué te pasa? Te veo muy achicopalado”; “¡No se me achicopale, compadre!”), que yo la siento como nahuatlismo. Becerra cree que viene de 14 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 27 Al lado de cuate bien podría estar tocayo (§ 22), que me parece igualmente “infantil”. Los niños son especialmente sensibles a la homonimia. Un adulto que se llame Antonio Alatorre no se sorprende de que haya otro Antonio Alatorre (u otros). Con los niños no sucede lo mismo. chico + palo, quizá porque el achicopalado es el ‘niño (habitualmente) apaleado’; pero el proceso morfológico es raro, aparte de que en México no se usa el sustantivo chico. 12. apapachar ‘acariciar’, ‘mimar’ es otro verbo usadísimo en México. La forma que suele dársele en los diccionarios es papachar (DRAE: papachar ‘hacer papachos’; papacho ‘caricia, en especial la que se hace con las manos’), pero la verdad es que todo el mundo dice apapachar. Santamaría y otros creen que viene del náhuatl papatzoa ‘ablandar fruta con los dedos, o cosa semejante, o abollar algo’ (Molina). Yo propongo otra etimología mejor: papachoa ‘traer las piernas al enfermo, o cosa semejante’ (también Molina). Si nadie la ha señalado es, creo yo, a causa de no haberse entendido el “traer las piernas”: el DRAE registra buen número de acepciones de traer, pero no ésa; y las acepciones antiguas que cita Corominas —‘arrastrar’, ‘tirar [de]’, ‘lanzar, arrojar’— tampoco ayudan. Quien explica el “traer las piernas” es el benemérito Francisco Rodríguez Marín en su comentario a unos versos del romance-serenata que la amantísima y rendidísima Altisidora le canta a Don Quijote (II, cap. 44): “los pies quisiera traerte,/ que a una humilde esto le basta”. Ese traer es ‘dar friegas’, ‘estregar’, ‘sobar’. La enamorada Altisidora se contentaría con hacerle a Don Quijote ese “humilde” apapacho. El otro verbo, papatzoa, tiene matices negativos: ‘magullar’, ‘abollar’ (cf. papátzic ‘carne o fruta muy blanda y magullada, o cosa rota’). No así papachoa. Después del significado ‘sobarle las piernas a un enfermo’ añade Molina: “o cosa semejante”, por ejemplo —pienso yo— sobarle las piernas (o la espalda) a quien está bueno y sano. En el pasaje del Guzmán de Alfarache que sirvió de inspiración a Cervantes, “traer las piernas” es también muestra de solicitud y cariño28. En todo caso, apapachar pertenece de lleno al mundo de la infancia. Los adultos que quieren (o se prestan a) ser apapachados están añorando las dulzuras de aquella edad. El término pertenece ya al vocabulario “técnico” del psicoanálisis mexicano: la funesta “madre apapachadora” sale a relucir constantemente. NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 15 28 Además del pasaje del Guzmán, cita Rodríguez Marín uno de Moreto y otro de Quiñones de Benavente. En el Entremés del enfermo, de este último, pregunta el médico: “El fregamiento que mandé de piernas/ ¿hízose ayer?”; —“Las piernas me trajeron”, contesta el enfermo; y el gracioso comenta: “Holgárame saber dónde se fueron”. Debió de ser un chiste de cajón. Y se explica que la acepción ‘dar friegas’, ‘sobar’ se haya olvidado. 13. ateperetarse ‘hacer las cosas atolondradamente, sin cuidado’. No lo he oído. Es, según los lexicógrafos, voz del Sur de México y de Guatemala y Honduras. Tiene un “inconfundible” aspecto de nahuatlismo, pero no se conoce su origen concreto29. En todo caso, ¡vaya si son ateperetados los niños! 14. campamocha es la ‘mantis religiosa’. El nombre le viene de la pregunta campa mo chantli? ‘¿dónde está tu casa?’. Curiosamente, Robelo parece ver una simple coincidencia sonora entre la frase náhuatl y el nombre del insecto. Pero Becerra aclara bien: se trata de un “juego” que aprenden los niños; se le hace la pregunta a la campamocha y ésta, al mover una u otra de las patitas delanteras, contesta en qué dirección está su casa. Es claro que fue la pilmama india quien nos enseñó a jugar así. (La fascinación que ejerce este ortóptero parece universal. Es injusto que el DRAE haya admitido el mamboretá sudamericano pero no nuestra campamocha.) —El “juego” de preguntarle a la mantis religiosa dónde está su casa es como el “juego” (español) de pedirle al caracol que saque sus cuernos al sol. También el caracol es fascinante. 15. chipote ‘chichón’, palabra de uso generalísimo en México, viene de xixipochoa ‘hazer chichones o tolondrones’, xixipóctic ‘hinchado’ (Molina). En Icazbalceta se lee xipotli ‘chichón’. El DRAE dice sólo que chipote se usa en Costa Rica en el sentido de ‘manotada’ (cf. Gagini: ‘golpe que se da con el índice y el mayor sobre la muñeca y como pena en ciertos juegos de muchachos’). Corominas, s. v. cipote, le hace un lugarcito a chipote. Cita primeramente a Oviedo, que, “hablando de los bailes de los indios de Nicaragua, refiere que llevaban unas varas «y en la parte más gruessa e cabo de la vara un cipote o cabeza de cera», aplicación [sic] que hoy ha conservado en Costa Rica y otros países hispanoamericanos la variante chipote”30. En el curso de su exposición dice Corominas: “Conviene separar el castellano y portugués cipote de las palabras aztecas citadas por Gagini” (y por Icazbalceta y por Robelo). Lástima que él no lo haya hecho así, pues el cipote y el chipote hispanoamericanos, incluyendo el cipote colombiano (‘objeto abultado y disforme’) y el cipote gua- 16 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 29 Ramos Duarte sugiere bable trepeletar < latín trepidus; y Becerra prefiere teperete < latín trepide ‘apresurado’ (sic). ¡Qué intrépidos los dos! 30 Lo que dicen Gagini y Membreño es que uno de los significados de chipote en Costa Rica y Honduras es ‘flecha con un bodoque en su extremo’ (lo cual se parece a lo que dice Oviedo). temalteco (‘hombre rechoncho’) no debieran estar bajo un cipote que “parece ser variante de cepo ( Cuernavaca) ‘lugar rodeado de árboles’ (cuauhtli). Pero de esto no dice nada Corominas. Para él no hay más que una biznaga44. 24 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 43 Becerra, que explica bien lo anterior, hace una reflexión que conviene reproducir: “Sé que no faltarán quienes piensen que estas repatriaciones etimológicas son meros juegos y sutilezas imaginativas. Yo preguntaría a estos señores si no han creído siempre que a las conocidas Cumbres de Maltrata las llaman así porque positivamente «maltratan a [quienes] ascienden o bajan por ellas»… Pues bien, leyendo a Bernal Díaz del Castillo u otro autor antiguo, se entera uno de que Maltrata no tiene nada que ver con el verbo castellano maltratar, sino que es castellanización de la primitiva voz [náhuatl] Matlatlan” (de mátlatl ‘red’). — El “recado de chocolate” enviado por Sor Juana a la Condesa de Galve (ed. Méndez Plancarte, núm. 44) incluye chocolate en polvo (v. 36), un molinillo con sus indispensables “ruedas” para batirlo (v. 52) y quizá también un bonito jarro vidriado. 44 Lo curioso es que Becerra, que en general se muestra buen conocedor de cosas de botánica, incurre en el error contrario, pues supone que nuestra biznaga “ha sido, más bien, llevada de América a Europa”. (¿Tendrá muchos usuarios la biznaga española? Yo lo dudo. En cambio, los de la biznaga mexicana somos millones.) 25. Los mexicanos sienten, como es natural, que el conocidísimo chile piquín se llama así porque pica mucho (picar ‘enardecer el paladar ciertas cosas excitantes’). Pero no es eso. La Real Academia española ha sido bien informada en este caso por su correspondiente mexicana: chile piquín, o chilepiquín (o chiltipiquín, como dice el DRAE), es chile + tecpin ‘pulga’. No hay en el DRAE anotación geográfica, pero cabe suponer que eso no se dice en Cespedosa de Tormes ni en Tucumán. Y el chile piquín no es ‘pimiento’ sin más: es muy picoso45, cosa notable, pues es tan chiquito como una pulga. (En realidad hay chiles piquines que llegan a medir hasta un centímetro.) En el DRAE consta también pique ‘especie de pulga, nigua’ como voz del español general, lo cual es disparate. Corominas no dice ni media palabra sobre el asunto46. 26. El tapanco está bien descrito por Robelo: “maderamiento entablado con que se divide la altura de un cuarto, en una parte de él, para utilizar aquel espacio”. Esta manera de agrandar la superficie “habitable” (un “medio piso”, una especie de mezzanine) es un rasgo característico de la arquitectura tradicional de México, rural lo mismo que urbana. Y no tiene nada de raro que el tapanco (la cosa y la palabra) haya gozado de estima fuera de México. La palabra viene del náhuatl tlapantli ‘azotea o terrado’, o bien del locativo tlapanco ‘en la azotea’. El DRAE registra tapanco como voz filipina que significa ‘toldo NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 25 45 Este adjetivo es, a su vez, un mexicanismo de mucha vitalidad. El DRAE dice que picoso se aplica “al que está muy picado o señalado de viruelas”, acepción que da como de uso general, pero no es así. En México, por ejemplo, el picado de viruelas se llama cacarizo (o cácaro). 46 Otro nahuatlismo, cajete, que falta también en Corominas, figura sin etimología en el DRAE. Ésta (náhuatl cáxitl), como dice Becerra, “bien pudo hallarse en Molina, Siméon, Icazbalceta, Mendoza, Robelo y otros”. Los académicos, por lo visto, no quisieron comprometerse: ¡cajete suena tan español! Lo malo es que no tiene que ver con caja. La palabra cáxitl entra en la composición de mulcáxitl, de donde viene molcajete. Dice el DRAE: “Molcajete, del mejicano mulcazitl [errata por mulcáxitl] ‘escudilla’: mortero grande de piedra o de barro cocido, con tres pies cortos y resistentes”. Vale la pena leer las sensatas “rectificaciones” de Becerra: primero, el significado de mulcáxitl no es ‘escudilla’, sino precisamente ‘molcajete’ (la escudilla es la que se llama cáxitl); segundo, el molcajete no es un “mortero grande” (sino del tamaño de un almirez); y tercero, “debió decirse para qué sirve”; es decir, falta explicar el elemento mol-. El molcajete es el recipiente en que se hace el mole (mulli ‘cierta salsa’, especialmente adecuada para el guajolote). Pero Becerra predicó en el desierto: el texto del DRAE sigue igual. abovedado hecho con tiras de caña y de bambú”, y dice que viene de tapar. Debiera haber referencia cruzada entre tapanco y tabanco, pues en esta segunda forma es donde se halla, por ejemplo, la porción centroamericana de la historia (tabanco ‘desván, sobrado’)47. Pero el tapanco mexicano queda hundido en el silencio, cuando no obliterado del todo, pues nadie lo reconocería ya en la palabra sotabanco ‘piso habitable colocado por encima de la cornisa general’. Este sotabanco es, todo lo europeizado que se quiera, lo mismo que el humilde pero ingenioso tapanco de México. Los académicos, naturalmente, derivan sotabanco de sota ‘debajo de’ y banco. No explican por qué sota, habiendo dicho que la construcción se hace por encima de la cornisa; y en cuanto a banco, explican “banco, por hilada”, pero no se ve dónde entra la hilada. El sotabanco español, a semejanza de la patata, es vulgar deformación del americanismo, esta vez con “etimología popular” y todo. Corominas mantiene la etimología de tapanco que da el DRAE: el verbo tapar. No pone la palabra entre los “derivados”, sino entre los “compuestos”, al lado de tapaboca y taparrabo. Pero si en estas dos voces es claro lo que se tapa, no se ve qué es lo que tapa el tapanco. En cuanto a sotabanco, Corominas lo pone simplemente al lado de sotacaballerizo, sotaministro, etc. (De nuevo: el sotacaballerizo está por debajo del caballerizo, pero ciertamente el sotabanco no está por debajo de nada; es lo contrario de un sótano.) 27. Ante la definición de galpón que había en el DRAE de 1925, ‘departamento destinado a los esclavos en las haciendas de América’, socarronamente preguntaba Becerra: “¿De qué país [americano]? ¿Ahora?”. La definición se corrigió después: galpón, “probablemente del náhuatl calpulli”, es ahora ‘departamento que se destinaba a los esclavos’ en los viejos tiempos. En realidad, era cualquier lugar de reunión, amplio y techado. La palabra galpón, que Oviedo aplica a la sala principal del palacio 26 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 47 En Centroamérica y en el Sur de México, dice Becerra, tapanco o tabanco es “el tendido horizontal de cañas o de carrizos que se pone sobre los tirantes o las vigas, y que forma, a la vez que el cielo de la habitación o pieza que cubre, el piso de un desván gatero cubierto directamente por el tejado”. Así, pues, en las regiones mencionadas por Becerra tapanco se convirtió en tabanco (¿quizá por contaminación con banco?). En su descripción, más minuciosa que la de Robelo, dice Becerra “tendido de carrizos” en vez de “maderamen”, lo cual querrá decir que son las casas rurales las que tienen tapancos. (En Filipinas se hacen con “tiras de bambú”.) de Moctezuma, no puede ser sino adaptación de calpulli, ‘la casa en que se reunían los tatoques para deliberar’, como dice Becerra (en Honduras y Guatemala subsiste calpul ‘reunión, conciliábulo’). Un rasgo muy frecuente en los nahuatlismos de la primera hora es su excesiva hispanización: Tlacopan > Tacuba, Huitzilopochtli > Huichilobos, Huitzilopochco > Churubusco y Cuauhtémoc > Guatemuz. Es lo que ocurrió en calpulli > galpón, con ese -ón que indica claramente la amplitud del espacio, pero que desfigura la palabra al grado de que muchos lexicógrafos no la reconocen como nahuatlismo. Corominas, en cambio, concede “verdadero peso” a los testimonios en favor del origen náhuatl, pero no lo acepta sino con reservas: galpón, dice, viene “probablemente” de calpulli (como si todavía estuviera por verse)48. En todo caso, si notable es la difusión de galpón ‘cobertizo grande con paredes o sin ellas’, también lo es el hecho de que en México no se usa. Así como los españoles se quedaron sin el vos de los siglos de oro (“vos tenés”, “decí lo que pensás”), y así como los dominicanos se quedaron sin baquiano, así nosotros nos quedamos sin galpón49. 28. En la voz tiza, Corominas renuncia al “probablemente”: la evidencia de la etimología náhuatl, tíçatl, es abrumadora. Pero añade: “De no conocer estos datos habríamos podido creer que, empleándose primero con los mismos usos que un pedazo de carbón, hubiese pasado el nombre de éste a la tiza, [que es] blanca”. (Sí, hubiera podido ser.) Curiosamente, también sin tiza nos quedamos en México. Lo que decimos es gis ( *ukle > *ulke, “y para explicar la p- se podría alegar la posibilidad de un cruce entre uktli y cast. pulpa, de uso popular entre los conquistadores con referencia a los frutos americanos, ya desde el siglo XVI, según he probado [sic] a propósito de pulpero”. Sin embargo, no sólo prefiere —con “quizá”— la etimología propuesta por Robelo (náhuatl puliuhki ‘descompuesto’, ‘fermentado’), sino que expresamente rechaza la de Wiener, según el cual pulque es simple “alteración del cast. pulpa”. (Es el mismo Wiener que le sirvió de autoridad para rechazar el americanismo de la palabra tabaco.) 52 JOSÉ DURAND, “El ambiente social de la conquista”, Historia Mexicana, 3 (1953-1954), p. 515. y quechuismos es perfectamente cognoscible, y casi siempre co- nocida. 31. Viéndolo bien, todo indigenismo es voz mestiza. La palabra canoa53, por ejemplo, no nos ha llegado sino a través de lo que oyeron y escribieron los españoles: es voz “mestiza”, hija de madre arahuaca y padre español. Y si el español se llenó de americanismos, también las lenguas americanas se llenaron de hispanismos, o sea que también conocieron —y conocen— el “mestizaje”. En el idioma náhuatl aparecieron muy pronto palabras como el chapineschihua ‘hazer chapines’ que registra Molina al lado de otros tres compuestos con chapines; y Hernando Ruiz de Alarcón (hermano del dramaturgo) dice en su Tratado de las supersticiones (1629) que los indios medio cristianizados de México llaman santocalli “el altar de sus oratorios [idolátricos]”54. En cualquier diccionario de americanismos hay voces como barbasúchil, botoncahui, zacatelimón, tinacal, tecorral, hojapetate y otros mestizajes “descarados”55. Claro que la productividad morfológica corre en adelante a cargo de la lengua española: de pulque se hizo pulquería y pulquero; de cacahuate, cacahuatal y cacahuatito; de chile, chilar, chilillo, enchilada y enchilarse; de cuate, cuatacho y cuatezón; de petate, petatearse ‘morirse’ y “ser el mero petatero” (el que pisa fuerte), etcétera56. 32. Un ejemplo diáfano de palabra mestiza es piñanona, voz mexicana que falta en el DRAE y en Corominas. La piñanona es “planta americana de la familia de las Aráceas” (Becerra) cuyo fruto, parecido a una piña (de pino), es del tamaño y la consistencia de la anona57. NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 31 53 Me autocito: “Nebrija, que al regresar Colón de su primer viaje estaba preparando la parte castellano-latina de su Diccionario, dio ya cabida en él a un americanismo: canoa (y ojalá quienes reeditaron y refundieron en años sucesivos el Diccionario hubieran imitado su acuciosidad lexicográfica”): Los 1,001 años de la lengua española, 1989, p. 260. (¡Qué “moderno” era Nebrija en su momento!) 54 Citado por P. THIBON-MAREY en Caravelle, núm. 56 (1991), p. 11. 55 En el Índice de mexicanismos compilado por la Academia Mexicana encuentro cuaupaloma, pinocahuite y pinoyamel. Becerra registra nanchibejuco, compuesto de nanche (náhuatl) y bejuco (taíno). Pero es que bejuco no tardó en sentirse como voz perteneciente al caudal español. 56 A “la influencia indígena” dedica ROSENBLAT, t. 4, pp. 109-135, unas reflexiones llenas de sabiduría (como suyas). 57 Anona está en el DRAE, pero no en Corominas, aunque es voz de la primera hornada y, como se ve en Friederici, bastante difundida (anón en Venezuela). La chirimoya y la guanábana, que se parecen algo a la anona, sí han merecido la atención de Corominas. Pero a veces el mestizaje no es tanto como parecería. Por ejemplo, el primer elemento de chicozapote, fruta relativamente pequeña, parece ser chico, pero no es sino tzictli ‘chicle’ (Molina); y, en efecto, el chicozapote es fruto del mismo árbol de cuya corteza se extrae el líquido lechoso con que se hace el chicle. Corominas observa que Sahagún (1532) dice xicotzáputl y Molina (1571) xicotzápotl (xic- y no tzic-). No sé qué contestar a este reparo, pero no por ello deja de ser claro el origen de chicozapote58. El DRAE recoge otra voz de aspecto aún más “mestizo”: cidra cayote ‘planta cucurbitácea’ y ‘fruto de esta planta’, con una minuciosa descripción del “fruto”, en que no se olvida el riquísimo dulce (“cabello de ángel”) que se hace con sus tripas. Se ve que en esta ocasión se esmeraron los informantes, o sean los académicos mexicanos. Sólo que se equivocaron en el nombre: lo que se ha dicho y se sigue diciendo es chilacayote. La palabra cidracayote, con su aspecto “fino” o “correcto”, es un error vulgar (pues tan nacida en “el vulgo” es la incorrección como la ultracorrección). Verdad es que el DRAE registra chilacayote, con su correspondiente etimología, pero sólo para remitir a cidra cayote (en dos palabras)59. La cidra es bien conocida, pero ¿de qué manera se está revolviendo ese cítrico del Viejo Mundo con una cucurbitácea mexicana? En cuanto a cayote, simplemente 32 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 58 Hoy no tiene el chicozapote la fama de antaño. Oviedo, que dice haber oído munonçapot en Nicaragua, se hace lenguas de él: “Es la mejor de todas las fructas, a mi juicio…, e yo no hallo cosa a que se pueda comparar ni que se le iguale”. Su sabor y su olor es todo uno: “este olor ninguno lo siente ni huele sino el mismo que come la fructa”. Juan de la Cueva, en su citada Epístola V, dice: “pues un chicozapote a la persona/ del Rey le puede ser empresentado/ por el fruto mejor que cría Pomona”. El P. Acosta no comulga con estos entusiasmos: algunos criollos decían que el chicozapote “excedía a todas las frutas de España; a mí no me lo parece; de gustos dizen que no ay que disputar, y aunque lo huviera, no es digna disputa para escrevir”. Pero en el siglo XVIII el P. Clavigero pondrá el chicozapote entre las grandes frutas prehispánicas, al lado del aguacate y la chirimoya. Cf. ANTONELLO GERBI, La naturaleza de las Indias nuevas, México, 1978, p. 244, y La disputa del Nuevo Mundo, 2a ed., México, 1982, p. 252. 59 Se sigue oyendo a veces el “hipercultismo” cidracayote. Pero si éste merece figurar en el diccionario, el lexicógrafo que lo recoja tendrá cuidado de decir: “forma ultracorrecta de chilacayote”, y bajo esta última voz pondrá cuanta información quiera, sin olvidar lo del “cabello de ángel”. — Los académicos mexicanos, que enviaron a Madrid una descripción más o menos buena de los chilaquiles, le pusieron un rótulo disparatado: chilaquil. (El singular de chilaquiles es tan inexistente como el singular de puches, o el de gachas.) no existe: chilacayote no viene de cidra + *cayote, sino de tzílac ‘liso’ y ayutli ‘cucurbitácea’60. El /k/ inicial de cayote es en realidad el /k/ final de tzílac. Si tanto el DRAE como Corominas dedican un artículo a la palabra fantasma cayote, es por culpa de los informantes mexicanos. El DRAE, por cierto, deriva cayote del náhuatl chayutli ‘calabaza blanca’ y lo da como equivalente de chayote. ¡Pero el chayote es otra cosa!61 En cuanto a Corominas, toda su información sobre el *cayote debiera pasar a chilacayote, omitiendo, naturalmente, la información de que cayote es “abreviación del antiguo chilacayote”. El chilacayote se cultiva no sólo en México y en Centroamérica, sino en Andalucía, como dice el propio Corominas. La primera documentación de chilacayote está en Ovalle (1646) como voz de uso en Chile. Muestra mínima, pero elocuente, de cómo la difusión de la agricultura y la horticultura (o de cualquier cultura) va trabada con la difusión de la lengua. 33. Para la historia de la difusión de los americanismos no sirve mucho el DRAE. A menudo estorba. Tomo como ejemplo petaca y petate. En vista de que estas palabras tienen aceptación en España, los académicos, al definirlas, omiten toda indicación geográfica (nada de América, o Méj., o C. Rica, etc.). Quedan consagradas, ipso facto, como voces del español general, propias de nuestra lengua, y no hace falta ya ninguna precisión. Sería interesante saber qué uso tienen petaca y petate en Chile, por ejemplo; pero, en caso de que se usen, un lexicógrafo chileno las pasará por alto: ya están en el DRAE62. NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 33 60 En México se llama ayote la especie de calabaza cuya corteza sirve en especial para hacer recipientes. 61 Molina: “chayutli, fruta como calabaza espinosa, o como erizo”. Becerra sugiere más bien huitzayotli, literalmente ‘calabaza de espinas’. Y en efecto, el chayote es famoso por sus espinas (“estar pariendo chayotes” significa estar en serias dificultades para hacer algo). Becerra se burla de la longitud precisa que le atribuye el DRAE: de 10 a 12 cm. Los hay, dice, desde 5 hasta 25 cm. (Esto lo puedo confirmar yo; y añado que los más pequeños suelen ser lampiños.) Dice el DRAE que el chayote se cultiva en Canarias y en Valencia. Yo vi uno en la plaza de mercado de Udine, al norte de Venecia. Estaba entre otras hortalizas que vendía una viejita, a la cual le pregunté: “Come si chiama questo?”; no entendí su respuesta, pero no era chayote. (Salvo esto último, fue una escena como de pueblito mexicano.) 62 Lo observa bien Corominas, s. v. pulpa, a propósito de pulpero y pulpería: el estudio de su difusión se dificulta porque “como ya está en Aut. (con citas) y en todas las eds. de la Acad.”, suelen faltar en los diccionarios de americanismos. Esta “consagración” tiene sus consecuencias: a la palabra, aparte de que se la limpia y se la fija, se le da “esplendor”. El esplendor de petate es notable. Tiene nada menos que cinco acepciones en nuestra lengua. Las cuatro últimas —‘lío de la cama y ropa de marineros, soldados y presidiarios’, ‘equipaje de cualquiera [!] de las personas que van a bordo’ (¿de un buque? ¿de un taxi?), ‘hombre embustero y estafador’ y ‘hombre despreciable’— son completamente desconocidas en la tierra que produjo el petate. Y la primera acepción, que es la única que aquí se conoce, está llena de disparates: ‘esterilla de palma que se usa en los países cálidos para dormir sobre ella’. Claro que se duerme sobre el petate y no debajo de él, pero no sirve exclusivamente para dormir. Se usa en las tierras cálidas de México, sí, pero también en las frías. No es ‘esterilla’, sino estera hecha y derecha, y no se hace de palma, sino de tule (vocablo que figura en el DRAE, aunque no en Corominas). Claro que puede haber petates chiquitos, y quizá hasta de palma, pero entonces serán más bien tapetes. 34. Hay que tener en cuenta no sólo el aspecto “utilitario” de los americanismos (la iguana se llama iguana, y el maguey maguey), sino también su aspecto “estético”. Hay palabras que prosperan por expresivas, por exóticas, por bonitas. Ni esp. e ital. canoa, ni fr. canot, ni ingl. canoe ni al. Kanoe eran necesarios. Y cuando Lope de Vega (Laurel de Apolo, 1630) describe un barco hermosísimo de mil árboles indios enramado, bejucos de guaquimos, camaironas de arroba los racimos, aguacates, magueyes, achïotes, pitayas, guamas, tunas y zapotes, no está dejando testimonio de una experiencia personal, sino “haciendo exotismo” (a poca costa)63. El filoamericanismo de 34 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 63 Lope de Vega no se ha puesto a averiguar si estas voces designan en efecto “árboles” propios para “enramar”; necesita sólo unas pinceladas impresionistas de color “indio”, —que resulta ser sobre todo color mexicano. En cambio, la enumeración de López de Armesto (supra, § 29), realista y precisa, da buena idea de algo que podemos llamar koiné americana: salvo la leche cuajada, el camarón y el cangrejo con su candillo (obviamente caldillo), todas son cosas de Indias, comenzando con los plantanicos (que no tienen que ver con el plátano europeo). Hay tres voces mexicanas (pipián, tamales y Góngora, vecino del Inca Garcilaso en Córdoba, cala más hondo: en las Soledades están “el precïosamente Inca desnudo/ y el vestido de plumas Mexicano”, y el collar de perlas “de augusta Coya peruana”, y el apóstrofe al bravo halcón americano que, llevado a España, no hace mal papel entre los del Viejo Mundo; en un romance de 1585 habla de “cuatro amigos chichumecos” (evidentemente chichimecos, indios famosos por su voluntad de seguir siendo montaraces) para referirse a esos españoles que regresan de Indias cargados de variadas noticias, estupendas todas; y en “La ciudad de Babilonia…” (1618), el más fino de sus romances, hace entrar un “fragoso arcabuco”, vocablo taíno ciertamente no usado en España, pero que Góngora debió de hacer suyo en el momento mismo en que su oído captó esa armonía de vocales y consonantes: ar-ca-bu-co. Hubiera podido decir ‘boscaje espeso’ de alguna otra manera, pero ésa es la que allí le inspiró Talía. Lo curioso es que el exótico arcabuco suena tan español como abejaruco o almendruco, y sin embargo los lectores “normales” de entonces no sabían qué cosa quería decir: para ellos era un vocablo “difícil”, de la misma esfera que amatunto o venusto. Idénticas razones determinaron, en el mismo romance, la adopción del exótico y musical calambuco. (Sé que hay lingüistas reacios a hablar de la “música” de las palabras. Piensan tal vez que eso no es “científico”.)64 NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 35 chiltomates), cuatro peruanas (charque, chochoca, papas y paltas) y cinco antillanas, representantes de las de la primera hornada, las “madres fundadoras” (ají, maíz, guayaba, maní y quizá chicha). — En el texto de Lope hay dos cosas enigmáticas: los “bejucos de guaquimos” y los racimos de “camaironas”. Los guaquimos podrían ser guácimos; los bejucos (que no tienen nada de “árbol”) parecen ser canastos o cestos hecho de bejuco entretejido; y, en vista del peso de los racimos, las camaironas podrían ser plátanos machos. Vargas Machuca conoce el guácimo y la guama, voces registradas en el DRAE y bien comentadas por Becerra. Puedo añadir que en Mexico (o por lo menos en Jalisco) hay una leguminosa llamada guámara. 64 Del arcabuco hablan Oviedo y Acosta (como que su campo es la historia natural de las Indias), pero también aparece en la Araucana de Ercilla. Seguramente es aquí donde lo detectó Góngora: cf. la nota de A. Carreira al v. 406 de “La ciudad de Babilonia…”. (¡No es cualquier cosa el salto de arcabuco, primero desde la Hispaniola hasta la Araucania, y luego desde Ercilla hasta el poeta más exquisito de los siglos de oro! ¡Afortunado americanismo!) — En cuanto a calambuco, su historia lexicográfica es curiosa. Está en el Dicc. Aut. como ‘árbol grande, que quemado despide un olor suavíssimo’, y de buena madera, apta para “hechuras de santos”, con una cita de B. Argensola (en las Malucas hay alóes, ébano y calambuco) y otra de Góngora (al final del citado romance: “los nobles polvos…/ que absolvieron de ser 35. Si la palabra chachalaca ( ‘insultar’ (en el Brasil) > ‘provocar, fastidiar, estropear’ > ‘deshonrar a una mujer’ > ‘cohabitar’. 74 A menudo el chingar es un simple floreo verbal: “No sé qué chingados me pasa” quiere decir ‘No sé qué me pasa’; “¡Ah, qué la chingada!” es una simple interjección indicadora de fastidio. pas’ o ‘esos trastos inútiles’. Así, pues, en el ¡chinga a tu madre! el quid no está en chinga, sino en madre. La madre es zona sagrada75. Los lexicógrafos de hace cien años eran muy pudibundos. Ni Robelo, ni Icazbalceta, ni Ramos Duarte ni Becerra mencionan el verbo chingar (muchísimo menos el ¡chinga a tu madre!), aunque sí recogen cosas inocentes, como chingadito ‘cierta golosina’ y chínguere, chinguirito ‘(trago de) alcohol’. La escasez de noticias en cuanto a México no es culpa de Corominas. El silencio de los lexicógrafos es muy elocuente. Si no recogen chingar ni siquiera en el sentido de ‘molestar’ o ‘jeringar’, es porque en el “inconsciente colectivo” está el pavoroso ¡chinga a tu madre! 76 En todo caso, es un hecho que chingar y su familia son algo muy peculiar de México. De ahí ciertos esfuerzos por hallarle una etimología náhuatl (Juan Fernández Ferraz, 1892; Darío Rubio, 1925)77. Según una explicación que corre de manera casi subrepticia en México, la terrible palabra viene de tzintli o tzinco (cf. supra, § 10). Así, el significado primario vendría a ser no simplemente ‘fornicar’, sino ‘fornicar de manera nefanda’. El historiador Roberto Moreno de los Arcos, que tomaba en serio esta explicación, me dijo hace unos quince años que tenía datos suficientes para demostrarlo. Le pedí que escribiera un artículo para la NRFH, y él me lo prometió; desgraciadamente murió sin hacerlo. 44 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 75 Resultado de esto es que madre, por sí sola, acaba siendo tan “mala palabra” como la otra: echar madres significa justamente ‘proferir malas palabras’; madrear a alguien, darle en (o en toda, o en toditita) la madre es ‘chingarlo’; y madrazo es lo mismo que chingadazo. También este madre puede trivializarse: “Estaba haciendo (o diciendo) no sé qué madres” puede significar ‘no sé qué cosas (ni importa cuáles)’. 76 A veces se entrevé la idea de ‘agresión sexual’: te los chingaste significa, por ejemplo, ‘eliminaste a tus competidores’; el más chingón es el que sobresale (por ser el mejor cirujano, etc., o por ser el político más astuto). Se transparenta la noción de ‘macho dominante’. Cf. OCTAVIO PAZ, “Los hijos de la Malinche”, capítulo 4 de El laberinto de la soledad. 77 R. A. PÉREZ HERNÁNDEZ, “El verbo chingar : una palabra clave”, en El rostro colectivo de la nación mexicana, actas de un congreso africanista editadas por Ma G. Chávez Carbajal, Morelia, 1999, sostiene que chingar es voz “legada por los esclavos procedentes de Angola”. En el idioma kimbundo hay kuzinga, que tiene “múltiples acepciones”, por ejemplo ‘injuriar’ (o ‘injuria’) y ‘descomponer’, y hay kuxinga, que también significa varias cosas, entre ellas ‘cuerda’, ‘vara delgada’, ‘línea’, ‘látigo’, ‘tunda’. Pero yo no me imagino a esos angoleños traídos a México gritando “¡Injuria!” o “¡Tunda!”, y mucho menos a los demás habitantes de la Nueva España adoptando y mutilando esos gritos. Este chingar no ha tenido difusión fuera de México. Pero he encontrado un dato curioso en el madrileño Juan Bautista Arriaza (1770-1837). Sus “Transformaciones de Venus” son una composición galante en loor de cierta cupletista o bailaora. Está hecha en quintillas, que ponderan una a una las gracias que adornan a la fulana y que se resumen en el quinto verso: “Venus niña”, “Venus fina”, “Venus turgente”, etc. He aquí una de esas quintillas (BAE, t. 67, p. 50): También hace que en su mano el crótalo se distinga, y moviendo por el llano pie firme y cuerpo gitano, ¡quién no aplaude a Venus chinga! El editor, Leopoldo Augusto de Cueto, explica en nota: “La chinga es un bailecito americano, que desempeñaba con gracia la persona a quien se aplicó este epíteto”. No me cabe duda de que el “bailecito” era mexicano (y picarón). APÉNDICE (O PILÓN, O ADEHALA, O YAPA/ÑAPA) Lo que sigue es un intento de explicación de la palabra güero ‘rubio’, generalísima en México. Según Corominas (s. v. huero), güero procede de un verbo “de origen céltico”, *gorare ‘empollar’. (La grafía huero, introducida en el Dicc. Aut., sería antietimológica.) Significó en un principio ‘(huevo) empollado’, pero acabó por designar al ‘(huevo) malogrado’, ‘echado a perder’ cuando estaba siendo empollado. Corominas siente que “de la idea de ‘malogrado’ pasó huero a ‘hombre enfermizo, que no sale de casa por temor del tiempo’, de donde el mejicano huero ‘de tez blanca’, ‘rubio’, y luego ‘norteamericano, yanqui’”. Es un encadenamiento muy flojo. Alguien, partiendo también de (huevo) huero, imaginó un enlace distinto —y muy desagradable—: el color “amarillo” del pelo y el vello de los güeros es como el del huevo malogrado o podrido. Ramos Duarte dice que güero procede del siboney huereti ‘amarillo’. Becerra se pregunta si no vendrá más bien de hovero, que se aplica a las caballerías de color amelocotonado. Y no conozco más hipótesis. Yo tengo la mía, que con intrépida timidez paso a exponer. El güero mexicano se originó en una confusión de índole acústiNRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 45 ca. Lo que en la intención del hablante era el luero, lo interpretaron los oyentes como el huero (o sea el güero)78. El adjetivo luero es hermano del louro o loiro portugués, que significa ‘flavo’, ‘fulvo’, ‘da cor amarelo-tostado’, ‘da cor do trigo maduro’, ‘da cor do ouro’. Desgraciadamente, mi hipótesis carece de base documental. No consta luero; lo que consta es loro. Pero los numerosos textos citados por Corominas s. v. loro II no excluyen la posibilidad de un luero. Así como no hay un azul, un rojo, etc., sino muchos, así tampoco hay un loro. El DRAE lo define ‘moreno que tira a negro’, y Corominas, más cautamente, ‘de color oscuro’. Pero la documentación del propio Corominas muestra que esa definición no es del todo exacta. El texto más antiguo que cita (Arcipreste de Hita: “muchos bueys castaños, otros foscos e loros”) no nos dice gran cosa. En cambio los que siguen, del lexicógrafo Alonso de Palencia (1490), nos dan muchas luces. Palencia dice que loro es “amarillo, color triste y diverso; dízense loros los ombres que tienen el cuero no del todo negro, salvo [= sino] de tal manera amarillo que declina a negro”, o sea que loro está cerca de lo amarillo (lo ‘pálido’, lo ‘descolorido’) pero con tendencia a lo negro (lo ‘oscuro’); y, por otra parte, su traducción del latín pallens (‘palideciente’) es ‘amarillo y loro’, y la del latín burrus (‘rojizo’) es ‘roxo e loro’. Es claro que Palencia da a loro el significado que un siglo después tendrá trigueño, que es, según el DRAE, ‘de color del trigo, entre moreno y rubio’ (como port. louro ‘da cor do trigo maduro’). Estamos en el terreno de lo impreciso y lo cambiante. Los epítetos clásicos del trigo maduro son —como los de Apolo— rubio y dorado; pero quien ve las espigas maduras tostadas por el sol podrá sentirlas morenas. Corominas, s. v. trigo, dice que trigueño sustituye a moreno en Andalucía, Cuba, “etc.” (¿por eufemismo quizá, tal como moreno suele sustituir a negro?). De manera parecida, loro significa a veces ‘mulato’. (Desde el punto de vista de un escandinavo, los mexicanos somos prietos; 46 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 78 El sevillano Rodríguez Marín (ed. del Quijote, 1947, t. 2, p. 423) dice que muchos sevillanos “sienten” su Torre del Oro como si fuera la Torre del Loro, y reúne varios otros casos parecidos. Cuando aprendí (de oído) la “doctrina cristiana”, supe que había en el más allá un lugar misterioso, ni cielo ni purgatorio ni infierno, llamado el Imbo (después supe que era el Limbo). Una hija mía buscaba una vez “la otra andalia” (sandalia), y creía que Tomás Segovia era Tomás Egovia. desde el punto de vista de un congoleño, somos blancos.)79 Observa Corominas que loro, “aplicado en todas partes al color de los animales, estaba muy sujeto a mudanzas de sentido, a causa de los infinitos matices que pueden distinguirse en los mismos”, lo cual está bien dicho, salvo que la mayor parte de su documentación se refiere a seres humanos, no a animales. El loro que ha merecido más comentarios es el de Góngora en el romance “La ciudad de Babilonia…”. Entre los ríos que lloran la muerte de Píramo y Tisbe están (vv. 479-480) “el Ganges loro” en Oriente y “el Tajo rubio” en Occidente. Con loro se refiere el poeta, desde luego, al color tostado (no negro) de los habitantes de la India80. Pero, si hay “antítesis” entre lo rubio y lo moreno, también hay “paralelismo”: el Ganges y el Tajo son ríos proverbialmente auríferos (los usos literarios continuaron atribuyendo el oro a la India antigua, aun después del descubrimiento de las Indias nuevas). La “antítesis” consistiría sólo en la no muy importante diferencia entre el oro nuevecito y el oro viejo81. En todo caso, la presencia de loro en el Góngora culto (el difícil de entender para “el vulgo”) nos dice algo importante: la palabra ya no pertenecía al habla; la sustituía trigueño, que —dice Corominas— comenzó a usarse a principios del siglo XVII. Y debe de haber llevado buen tiempo de desuso, puesto que el comentarista Salazar Mardones no sabe ya qué cosa es, y aventura una explicación fantasiosa: “el epíteto de loro es lo mismo que si le diera el de papagayo”82. Y hay que tener en cuenta que Góngora, admirador de Camoens, seguramente leyó en los Lusíadas un loro que, como dice Corominas, significa indudablemente ‘rubio’. Para completar el cuadro hay que considerar que desde muy temprano hubo mestizos (trigueños, *lueros) en la Nueva NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 47 79 El helenista que va a Grecia, dice BERNARD KNOX, The Oldest Dead White European Males, New York, 1993, pp. 117 y 124, suele ir cargado de prejuicios: “his mind [is] full of Homeric tags like xanthos Menelaos, a phrase which, particulary if he is of Anglo-Saxon or Germanic stock, he has been taught to translate ‘blond Menelaos’…: Xanthos Menelaos may have been blond, though the word more likely means red- or brown-haired”. 80 A Góngora le gusta el latinismo adusto ‘requemado’: “el Indo adusto” (Polifemo, 408), “el Bengala,/ del Ganges cisne adusto” (Soledad I, 668). 81 Cf. otro “paralelismo” en el romance “En un pastoral albergue…”, vv. 7-8: la bucólica Paz conduce “ovejas del monte al llano/ y cabras del llano al monte”. 82 Cf. A. Carreño en su ed. de los Romances de Góngora (Cátedra): el Ganges es loro porque “se creía que en sus orillas se criaban muchos papagayos”. España. Para los padres españoles, eran morenitos; para las madres indias, eran blancos. Desde el punto de vista jurídico-social se les asimilaba más a los indios que a los españoles83, pero desde el punto de vista antropológico el mestizo hereda rasgos de ambos progenitores, y es normal que haya mestizos más o menos rubios. Ahora bien, así como en tierra de ciegos el tuerto es rey, así el mestizo rubio siempre llama la atención en una sociedad predominantemente morena: él es el rubio, el *luero84. Creo, además, que güero perteneció en un principio al mundo de la infancia. Hay más niños güeritos que adultos güeros. Quien ha tenido el pelo francamente rubio a los cinco años suele tenerlo decididamente castaño a los dieciocho85. 48 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX 83 Andando el tiempo, y gracias a la contribución africana, los hilos del mestizaje mexicano se enredaron bastante. La curiosidad de los españoles por el variopinto tejido social estimuló en el siglo XVIII una verdadera industria pictórica: series de doce o dieciséis óleos que muestran parejas de distintas “razas” (español y negra, mulato y mestiza, mestizo y española, etc.), cada una con su retoño, y éste con su nombre respectivo: mestizo, mulato, cambujo, lobo, albino, etc. (Hay nombres francamente chistosos, como saltaatrás y no-te-entiendo.) El Museo de América, en Madrid, es especialmente rico en estas series, pintadas para los españoles (pudientes) que regresaban a España. Los mestizos constituían una sola de las “razas”, aunque eran seguramente la más numerosa. 84 Todo es relativo. En los Estados Unidos, al menos hasta hace muy poco, un mulato, por claro que fuera el color de su piel, era considerado negro. A mí, que tengo —tenía, mejor dicho— el pelo oscuro, pero la piel relativamente blanca, me han llamado güero, y un amigo holandés me llamaba, por broma, neger. 85 Ejemplo insigne de lo güero es el jilote, o sea el elote cuando da sus primeras señales de vida con los cabellitos que le brotan, rubios como los de un bebé noruego. Se dice que la milpa está güereando cuando comienzan a verse o adivinarse los jilotes (también se dice que está jiloteando). Este güerear ‘comenzar a verse lo rubio’ resulta homófono del muy diferente güerear (o güerar) que Corominas registra en Salamanca, y que significa ‘empollar’ (<*gorare). Lo curioso es que Becerra registra en Tabasco un agüerar que significa ‘abrigar la gallina los huevos’. Él lo cree corrupción de agüelear, por lo consentidoras (apapachadoras) que suelen ser las abuelas. Yo no creo que sea eso. — Entre mis compañeros de la escuela primaria de Autlán de la Grana, localidad típicamente mestiza, nunca faltaba uno llamado “el Gordo” (el gordo González) ni otro llamado “el Güero” (el güero García). Al Gordo se le canturreaba “Gordo pa l’olla,/ con chile y cebolla”, y al Güero “Güero güerumbo” o “Güero güerinche”, con añadidos no muy halagüeños para el pobre muchacho. — Se me ocurre una última observación en cuanto a loro/ luero. Todo hablante de español “siente” la relación de /o/ con /we/ (encontramos, encuentro). Cuando se nos pide que conjuguemos el verbo asolar no sabemos si decir yo asolo o yo asuelo: son formas equipolentes. En una co- ¿Habrá tenido alguna difusión este güero en España? Parece que sí. Entre las Poesías populares recogidas por Tomás Segarra (Leipzig, 1862) hay una seguidilla que dice: “Camino de Valencia/ van doce frailes;/ todos llevan alforjas,/ chicos y grandes”; pero el cantador la adorna con “añadidos” o morcillas, así: Camino de Valencia van doce frailes —con las viejas yo me iré, con las mozas volveré—, van doce frailes; todos llevan alforjas, chicos y grandes —con las rubias yo me iré, con las güeras volveré—, chicos y grandes86. La pareja rubias/güeras es como la pareja loro/rubio del romance de Góngora. Seguramente hay “antítesis”, pero también “paralelismo”. Así como en los viejos cantares paralelísticos son intercambiables el marido y el velado, o la garrida y la loçana, así aquí son intercambiables las rubias y las güeras: unas u otras, ¡qué más da! (como las “ovejas” y las “cabras” del otro romance de Góngora). El “añadido” de otra seguidilla de la misma serie dice: “con Teresa yo me iré,/ con Juanita volveré” (Teresa o Juanita, ¡qué más da!). ANTONIO ALATORRE El Colegio de México NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 49 media mexicana del siglo XVI el bobo dice “ya os conueço” (‘os conozco’), “quando nos cuencertamos este año postrero” y “si os cuenfesastes de tuedos vuestros pecados” (JUAN BAUTISTA CORVERA, Obra literaria, ed. S. López Mena, México, 1995, pp. 108, 130, 132). 86 Citada por J. M. ALÍN, “Nuevas supervivencias de la poesía tradicional”, Estudios… dedicados a Mercedes Díaz Roig, El Colegio de México, 1972, p. 427. aciche 12 achichiguar 10 achicopalarse 11 aguanchi 13 agüerar 85 ají 63 albaquía 20 albino 83 alegría 67 alfeliche 12 almatriche 4 altabaca 19 Anáhuac 24 anona 57 apapachar 12, 85 arcabuco 34, 64 armadillo 36 ate 5 ateperetarse 13 autleco 5 ayote 60 baquía, baquiano 20, 27, 37 barbasúchil 31 barbinche 4 bejuco 55, 63 biznaga 24, 44 boliche 4 boquiche 12 borracho 4 botoncahui 31 cacahuate 31 cacarizo, cácaro 45 cachopín 20 cacle 22 caguiche 1-4 cajete 46 calabazate 5, 18 calambuco 34, 64 calamorrate 18 calpul 27 camaironas 63 cambujo 83 camote 67 campamocha 14 cancha 37 canoa 31, 34, 37, 53 cantaliche 1, 2 carajo 3 cayote 32 cenzontle 35 chacarrachaca 35 chachalaca, chachalaquear 35 cháchara, chacharacha, chacharero 35 chacuaco 37, 68 chacueco 72 chamaco 7 chamagoso 7, 22 chamuchina 7, 22 chamuco 22 chancho 38, 69 chapineschihua 31 charque 63 chayote 32, 61 chicha 6 chiche 4, 6, 20 chichi, chichí 6 chichigua 3 chichumecos 34 chicozapote 32, 66 chilacayote 32, 59 chilaquiles 59 chile 31 chilepiquín 25 chilinche 12 chilpayate 7 chilpo 7 chiltomate 63 chiltepiquín 25 chincual 10, 28 chinga 41 chingada, chingadera 41 chingadazo 41, 75 chingana 41 chingaquedito 41 chingar 41, 76 chingolo 41 chingón 76 chínguere, chinguirito 41 chípil 10 chipote 15, 30, 32 chipotudo 32 chirimoya 57 chochoca 63 chuchar, chucho 6 chueca 40, 71 chueco 5, 40, 72 cidracayote 32, 59 cipote 15, 31 coca, cocote 39 coconete 7 codinche 2 cogote 17, 39 coliche 12 colincho 4 colombroño 22 comelón 3 compinche 4 conchiche 12 copaljocote 16 copiche 12 cortinchi 11 cuánto(s) 3 cuatacho 31 cuate 9, 31 cuatezón 31 cuaupaloma 55 cubiche 4 Cuernavaca 24, 42 culear 4 culiche, culichiche 4 curiche 4 droguiche 12 enchilada, enchilarse 31 escuincle, escuintle 7, 23 fantoche 4 gabacho 4 gachupín 20 galera, galerón 48 galpón 27, 48 garoto 8 50 ANTONIO ALATORRE NRFH, XLIX ÍNDICE DE VOCES N.B. Los números en cursiva remiten a las notas de pie de página. gis 28 guacharaca 35 guácimo 63 guama, guámara 63 guanábana 57 guaquimo 63 guarache → huarache guásimo 63 Guatemuz 27 guayaba 63 guayabate 5 güerar, güerear 85 güerinche 1, 85 güero: pp. 45-48 habliche 1, 2 huachache 4 huarache 4, 42 hierba 24 hojapetate 31 Huichilobos 27 iguana 34 jícara 38 jilote, jilotear 85 jocoyote 9 jolinche 4 lambiche 1, 2 león 36 lloriche 1-4 lobo 83 loro, luero: pp. 45-48 machote 37 madrazo 75 madre 41, 75 madrear 75 maguey 34 maíz 36, 37 malacate 37 malinche 1, 11 Maltrata 43 mamarracho 4 mamboretá 14 maní 63 maque 41 mariachi 5 matatena 16 mestizo 83 metiche 1, 2, 5 molcajete 46 molinillo 23 morocho 30 Motolinía 42 mulato 83 nanchibejuco 55 nene 8, 26 nenepile, neneque 25 neno 8 no-te-entiendo 83 ñapa 30 oso hormiguero 36 pachiche 4 palta 63 panocha 67 papa 36 papachar, papacho 12 patata 26, 36 pavo 36 pediche, pedinche 1, 2 peguiche 1, 2 pepián → pipián pepitoria → pipitoria perezoso 36 petaca 21, 33, 38 petate 21, 31, 33 petatearse, petatero 31 pibe 8 picoso 25, 45 pidiche, pidinche 1, 2 pilcate 7 pilguaje 24 pilguanejo, pilhuanejo 7, 24 pilmama 3 piloncillo 67 pinche 15 pinocahuite, pinoyamel 55 piñanona 32 piñonate 18 piocha 17 pipián 36, 66, 67 pipitoria 67 pique 45 piquín 25 plátano macho 63 preguntón 6 pulcre 50 pulpa 29 pulpería, pulpero 29, 62 pulque, pulquería 29, 31 puñeta 3 pusteque 18 qué tanto(s) 4 quimón (quimono) 22, 41 rabincho 4 sagabiche 12 salta-atrás 83 sancho 38 santocalli 31 sinsonte 35 socoyote 9 sopiche 12 sotabanco 26 tabaco 19, 21, 34, 35, 37 tabanco 26, 47 Tacuba 27 tamales 63 tapalcate 22, 65 tapalquiagui 22 tapanco 26, 47 tecorral 31 teocalli 39 tepalcate 65 tepechiche 12 tianguis 29 tigre 36 tinacal 31 tiza 28 tlacuache 4 tocayo 22, 27, 42 toloache 4 tololoche 4 tontuneco 5 tosnene 25 trampiche 1, 2 trigueño: pp. 46-47 tule 33 visnaga 24 yapa 30 yerba 34 yucateco 5 zacatelimón 31 zambaigo 83 zonzo 38 zonzoneco 5 zumbiche 12 NRFH, XLIX SOBRE AMERICANISMOS EN GENERAL 51