Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía espanola monolingüe Dolores Azorín Fernandez Universidad de Alicante 1. Los precedentes lexicográficos de Sebastián de Covarrubias La lexicografía espanola cuenta con una importante y dilatada tradición cuya trayectoria se remonta a los albores del humanismo.1 Desde la aparición en 1490 del Universal vocabulario en latín y en romance del cronista Alfonso Fernandez de Palencia,2 el diccionario no ha dejado de formar parte de nuestra cultura: primero, circunscrito a la ensenanza de las lenguas clásicas —sobre todo del latín—; poco después, como instrumente para el aprendizaje de diversas lenguas extranjeras; y más tardíamente, por encima de su función estrictamente utilitaria, constituyéndose en exponente —quizás el más representative y emblemático— de la riqueza, varie-dad y elegancia de la lengua castellana. El largo viaje hasta el diccionario monolingüe —como reza el título de un conocido artículo del profesor Al var Ezquerra (1994)— no estará exento de titubeos ni de dificultades. Hasta cuajar un primer modelo plena- 1. Aunque las más tempranas muestras de la lexicografía castellana hayan de retrotraerse a los glosarios latino-espafioles que circularon manuseritos durante la Edad Media (Castro, 1936) para la ensenanza del latín, el diccionario como tal surge en el Renacimiento, en el eruce de los siglos XV y XVI, gracias a la conjunción de dos fenómenos de indole diversa, aunque complementarios, que propi-eian su aparición: nos referimos a la profunda renovación de los métodos que, para la ensenanza del latín, trajo consigo el movimiento humanista (Rico, 1978) y a la invention de la imprenta. Ambos hechos constituyen, a juicio de B. Quemada (1990), los componentes —filológico, el primero; tecnoló-gico, el segundo— de cuya conjunción habría de surgir el diccionario como instrumento didáctico. 2. Alfonso Fernandez de Palencia, Universal vocabulario en latín y en romance collegido por el cronista Alfonso de Palencia, Sevilla, en la Imprenta de Pablo de Colonia, Juan Pegnitzer, Magno Herbst y Tomas Glockner, 1490. Edición facsimilar de la Comisión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Espaňola, Madrid, 1967. Aunque no es todavía un diccionario moderno —en el sentido en que lo serán los dos bilingües de Nebrija—, podemoš considerarlo como el primer exponente de la lexicografía biligüe latino-espafiola. Véanse, a ešte respecto, los artículos de R. Alemany Ferrer (1978) y Antonia Medina Guerra (1991). Dolores Azorín Fernandez mente satisfactorio la lexicografía espanola se embarca en un accidentado y largo periplo, Ueno de discontinuidades y altibajos, que tiene fmalmente como punto de destino el Diccionario de Autoridades (1726-1739), el primer gran repertorio general monolingüe del espanol. En el camino hacia esa futura consolidación, el Tesoro de la lengua castellana o espaňola (1611) de Sebastián de Covarrubias ocupa un destaca-disimo lugar: no sólo porque se trata del único precedente hispánico con que cuenta la Academia para desarrollar su labor, sino porque el Tesoro, en si mismo, constituye a su vez la culminación de toda una corriente de estudios anteriores centrada en los orígenes del léxico castellano. Se puede decir que con el Tesoro culmina también, más de un siglo después, la labor iniciada por Nebrija en el estudio y codifícación del romance castellano tras la publicación de su Gramática (1492) y de sus Reglas de ortografia (1517). Pero el fructífero camino abierto por Nebrija con sus dos diccionarios — que tanta influencia tuvo en el desarrollo de la lexicografía plurilingüe en toda Europa— no es el que ha de conducirnos a la genesis del Tesoro de Covarrubias sino, más bien, esa otra ver-tiente que arranca de la Gramática nebrisense y que tiene como fin el conocimiento del castellano en si mismo y no como medio de acceder a otras lenguas. Con esta actitud, que Gili Gaya (1960: X) califica de desinteresada y patriótica, al no respon-der a una necesidad practica o docente, se abría una nueva etapa en la história de la lexicografía espanola. Pues, en efecto, como explica Alvar Ezquerra (1994: 63-64): ^Quién iba a necesitar un diccionario monolingüe? Tal y como estaba orga-nizada la ensenanza no parece que lo precisaran los estudiantes y gentes de ciencia, que trabajaban con el latín; los demás hablantes nativos conocen su propia lengua... Pero ŕueron las personas cultas las que comenzaron a sentir interes por ella, no tanto por conocer un gran numero de voces y sus significados, como por saber y demostrar su origen. Sin embargo, el esfuerzo descriptivo y codifícador que, sobre las lenguas vernáculas, trajo consigo el Ŕenacimiento no parece responder a una actitud «desinteresada»; antes bien, y a en su origen se vislumbra un claro objeti vo de afírmación nacionál de las monarquías y estados de la época, que ven en la lengua un instrumente esencial para el poder. La aparición de las primeras gramáticas de las lenguas vulgares —comenzando por la del espanol— responde, en opinion de P. Swiggers (1997: 157-158), a unprograma politico: [...] de centralisation du pouvoir et de revendication de droits territoriaux. La mise en grammaire des langues au XVP siěcle est done une affaire de «politicisation»: il s'agit de codifier la langue de la nation, d'en fair un instrument administratif (et politique), et d'y associer —par l'ecrit— les langues subjuguées. Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 5 Cette revendication d'un principe de territorialité (acquise) au plan linguistique est en méme temps un moyen pour regier les contacts commerciaux. A la codifícación gramatical de las lenguas vulgares3 siguió, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, un movimiento de dignifícación de las mismas cuyo objetivo era elevar los diversos vernáculos a la altura de las lenguas clásicas. Surge asi una vertiente histórico-filológica que va a centrar la atención de la especulaciones lingüisticas del periodo que nos ocupa y que formará, asimismo, parte del programa de centralización lingüistica que los estados renacentistas se empenan en promover. En definitiva, se trata de buscar las raíces históricas de las lenguas vulgares en el pasado autóctono de cada región, dilatando su antigüedad hasta límites inverosimiles en muchos casos. En Francia, por ejemplo, algunos autores llegan a recrear un pasado mitico para su lengua que la desvincula de sus raíces latinas. Dicho pasado se identifica con la época de los galos, cuyo origen se remonta, segun Guillaume du Bellay, a los asentamientos de población que se producen tras el diluvio universal (Swiggers, 1997: 177). En Espafia, las teorias sobre los orígenes y antigüedad de nuestra lengua discu-rren por idénticos cauces, dando lugar a una amplia polémica que habría de desarro-llarse durante los siglos XVI y XVII, a pesar de que Nebrija habia mostrado la ascen-dencia latina del romance castellano. Autores de reconocido prestigio, como Ximénez Patón o Gonzalo Correas, entre otros, se adhieren a la teoría defendida por Lopez 3. Como senala P. Swiggers (1997: 157-158), entre 1492 y 1586 se publican las gramáticas de once lengaas vulgares de Europa: —1492: Elio Antonio de Nebrija, La gramática que nuevamente hizo el Maestro Antonio deLibrixa sobre la lengua castellana, Salamanca [espanol]. —1516: Giovanni Francesco Fortunio, Regole grammaticali della volgar lingua, Ancona [italiano]. —1530: Jehan Pelsgrave, L'esclarcissement de la langue francoyse, Londres [francos]. —1533: Beneš Optat (et Coll.), Česká grammatika sedmerau straku w sobe obsahující [checo]. —1536: Fernao de Oliveira, Grammatica da lingoagem portuguesa, Lisboa [portugués]. —1539: Jánoš Sylvester, Grammatica hungaro-latina, Neanesi [hüngaro]. —1567: G. Robert, Gramadeg cymaraeg, Milán [galés]. —1568: Petrus Stator, Polonicae grammatices institution Cracovia [polaco]. —-1573: Lorenz Albrecht, Teutsch Grammatick oder Sprach-kunst, Ausburgo [alemán]. —1573: Albert Olinger, Underricht der Hoch Teutschen Spraach, Estrasburgo [alemán]. —1584: Hendrick Laurenszoon Spieghel, Twe-spraack van de Nederduytsche letterkunst, Leiden [neerlandés]. —1586: William Bullokar, Bref grammar for English, Londres [inglés]. 6 Dolores Azorín Fernandez Madera,4 según la cual el castellano era la lengua primitiva de la peninsula, hablada con anterioridad a la llegada de los romanos: «tan descabellada hipótesis —según Lope Blanch (1990a: 63)— se fundaba sólo en el hallazgo hecho en Granada, en 1558, de ciertos pergaminos e inscripciones en castellano, a los que se supuso una antigiiedad más que milenaria». Otros autores se inclinan por la teória del origen vasco de nuestro romance, al que identifican con la lengua primitiva de Espana—Garibay, Poza, Viciana, etc.—. En ambos casos, el origen de la lengua primitiva de Espana se relaciona con el episodio bíblico de la Torre de Babel y con la leyenda de Tubal.5 La teória más extendida rue, sin duda, la del origen latino de la lengua vulgar de Espana; como vino a demostrar de manera taxativa Bernardo de Aldrete con su magistral estudio: Del origen y principio de la lengua castellana o romance que hoy se usa en Espaňa (1606) y como habian mantenido Nebrija, Venegas, del Rosal y, más tarde, el propio Covarrubias. Para el canónigo Aldrete: Después que los Romanos posseieron pacificamente el imperio de las Espafias, las lenguas que en ella auia, assi la natural como las que los Griegos, Célticos, Penices i Carthagineses, i otras naciones vsauan en ellas se reduxeron a la general que recibieron, que fue la Romana. Conseruáronse los nombres de las otras lenguas que, o por ser propios de regiones, monies, pueblos o ríos, o de cosas mui sefíaladas quedo su memoria entre todos, i por tanto en los escritos griegos y latinos.6 Junto a la identifícación de la primitiva lengua, ancestro del vernáculo actual, subsistía el problema de la existencia o no de otras lenguas anteriores al latín, lo que daria lugar a la circulación de teorías diversas si bien, en ešte caso, parece ser que la hipótesis de la pluralidad linguística fue la más extendida. Consecuencia directa de esta extensa polémica histórico-fílológica sobre los orígenes de la lengua castellana es la aparición, a partir de la segunda mitad del XVI, de una vertiente de estudios centrada en la indagación etimológica que se convertirá en el germen de una nuevamodalidad lexicográfíca: la de los diccionarios etimológicos, 4. El Dr. D. Gregorio Lopez Madera, principal defensor de la teória del castellano primitivo, expuso su doctrina en dos obras que, según Nieto Jimenez (1972: 143-146): «prácticamente repiten las mismas ideas: Discurso sobre las Láminas, Reliquias, y Libros que se an descubierto en la ciudad de Granada este ano de 1595. Y las Reliquias y Prophecía que se auía hallado el ano passado de 1588 [Ejemplar sin pie de imprenta, ano de edición, ni páginas]; Discurso sobre la certidvmbre de las reliquias descubiertas en Granada desde el ano 1588 hasta el de 1598, (Impr. por Sebastián de Mena, Granada, 1601)». 5. Sobre las diversas teorías acerca de la lengua primitiva de Espana, véase L. Nieto Jimenez (1972: 139-175). También, W. Bahner (1966: 101-146). 6. Bernardo Jose de Aldrete,. Varias antigüedades de Espaňa, Africa y otras provincias, citado por Nieto Jimenez (1972: 148-149). Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 7 con los que se inicia el cultivo del diccionario monolingüe en Espana, hasta entonces, inexistente. No hay que olvidar que el Tesoro de la lengua castellana o espaňola de Covarrubias, considerado el primer diccionario monolingüe extenso de una lengua vulgar publicado en Europa, fue concebido por su autor con una fmalidad fundamen-talmente etimológica y que de este modo fue recibido e interpretado por sus contem-poráneos. El Tesoro del canónigo Covarrubias es el punto culminante de toda una tradición de estudios etimológicos en la que podemos encontrar el germen de la futura lexicografía monolingüe del espanol. Asi, pues, adelantándose a lo que pronto sucederia en otros paises de Europa, en Espana, de la mano de Covarrubias, el diccionario monolingüe comenzó por ser, antes que instramento para guiar el uso de la propia lengua, una institución simbólica. Como ha explicado Luis Fernando Lara (1997: 32): La idea de la lengua que se formo en el siglo XVI es la que dio lugar a la aparición del diccionario monolingüe en el siglo XVII, de donde las caracteristicas que éste tuvo desde un principio no corresponden a lo que un planteamiento des-criptivo ingenuo podria suponer: no aparecieron los diccionarios monolingües como resultados «naturales» del interes por la información sobre las lenguas matemas, ni como efectos de una necesidad sentida por la comunidad lingüistica en su conjun-to. Por el contrario, aparecieron como elaboraciones de un interes por las lenguas fundado en sus valores simbólicos —especialmente políticos, heroicos y litera-rios— y, como creaciones simbólicas, a partir de argumentaciones eruditas y filo-sóficas correspondientes, en ultima inštancia, a los intereses de los Estados nacio-nales. Dentro de la corriente precursors de Covarrubias, la primera incursion en el terreno de las etimologias espanolas nos la ofrece Alejo Venegas (1565), quien dediča el capitulo octavo de su obra Agónia del tránsito de la mueríe a explicar, por orden alfabético, el origen del significado de algunos cientos de vocablos que se hallaban esparcidos a lo largo de la mencionada obra: «entre los quales ay algunos que, aunque parece al vulgo ser claros, hallarán que tienen más en lo interior que en lo que muestran de fuera» (Venegas, 1565: clrrrviij). Es, por tanto, una suerte de glosario etimológico de las palabras que el autor juzga más oscuras o dificultosas para el lector y cuyo origen y significado intenta esclarecer. Antes de ofrecer el listado de palabras que componen el glosario, el maestro Venegas reivindica la utilidad de su quehacer al tiempo que hace notár la necesidad de que las lenguas vulgares dispongan de este tipo de obras. Aunque no precisa ningún modelo, de sus reflexiones se infiere que está abogando por un léxico o diccionario de la lengua 8 Dolores Azorín Fernandez vulgar donde quede registrada la recta significación de los vocablos. Para llevar a cabo esta tarea no conoce otro sistema que el de rastrear el origen y derivación de las palabras, pues: [...] aunque la derivación de los vocablos, a cada uno en su lengua, parece cosa tan clara que no tenga necesidad de declaración, que se escusassen muchas rebueltas o pleytos en las repúblicas si estuviesse por ley tassadas y limitadas las significaciones de los vocablos (Venegas, 1565: clrrrviij). Subyace aqui la antigua y persistente idea de que entre la forma fónica de las palabras, su significado y la realidad que representan existe una relación necesaria, natural. La indagación etimológica, desde los tiempos de Platón, se ŕunda en esta teória, que utiliza el simbolismo fónico —patente en algunas palabras— o el fenóme-no de la onomatopeya como evidencias de la afmidad natural existente entre la forma y el significado de las palabras. La etimología es —como afírma M. Seco (1987a: 114)— «una interpretáciou: es la explicación de la palabra, encaminada a descubrir la causa del nombre y, con ello, dar a conocer la cosa designada. Este concepto de los antiguos todavía está vigente en la época de Covarrubias». Aunque apenas dice nadá sobre su sistema de trabajo, es evidente que Alejo Venegas parte de los anteriores supuestos, por lo que su método es de esperar que no difiera en gran medida del que, un poco más tarde, utilizará el Licenciado Valverde quien, como veremos, expone pormenorizadamente cuál es el procedimiento que si-gue en su labor como etimologista. Los ejemplos que transcribimos a continuación, ilustran sobre el tenor general del glosario de Venegas, asi como acerca de sus poši-bles concomitancias con el trabajo de Valverde: Anciano es anticano: que está cano en la barba o antiguo porque es hombre anti- guo. Desastre: se deriva de des y de astro. Des en romance quiere dezir sin: luego desas- tre querrá dezir sin estrella. Porque se tenia por desventura hazer algo sin el favor de alguna estrella. Donayre quiere dezir grácia que haze reyr. Compone de don y de ayre porque es don del ayre: que no basta arte para hazer a uno gracioso. Según Fernández-Sevilla (1974: 169): «entre las etimologias que establece hay algunas razonables y otras —la mayor parte— peregrinas y descabelladas». Al trabajo de Venegas seguirán otros de similares características. Tal es el caso del que se conoce bajo el nombre de Etimologias espaňolas, atribuido por Mayans y Siscar al Brocense (La Vinaza, 1893) y que contiene alrededor de mil doscientas Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 9 palabras,7 o del aún más exiguo Tratado de Etymologías de voces castellanas del Licenciado Bartolomé Valverde,8 que no sobrepasa las trescientas. Ambas obras que-darían inéditas, aunque debieron circular manuscritas. El tratadito de Valverde es, a pesar de su brevedad y escaso valor intrinseco, un curioso documento por cuanto explicita también los principios metodológicos de que se vale el autor para llevar a cabo su trabajo. Dichos principios se situan al comienzo del manuscrito bajo el epi-grafe de «Algunos presupuestos necesarios para saber inquirir y deducir las Etymologías castellanas y de otras lenguas, del Licenciado Valverde» y a partir de ellos, apoyándose supuestamente en la autoridad de Platón {Cratiló) y de Varrón, pergena Valverde su metodo etimológico que él mismo resume asi: Asi que por autoridad de varones grandes tenemos licencia y aun necesidad forzosa [...] de quitar ó anadir letra, y letras, y sílabas, mudar unas en otras si se parecen algo en la prolación y sonido y la sílaba ó letra segunda ponerla al princi-pio, y.esta en el fin ó medio, y en fin deshacer y desgovemar todo el vocablo aunque se quede en dos letras hasta hallarle la origen [...] Mas que para venir a la fuente y raíz del vocablo de solas las consonantes se ha de hacer cuenta, y ninguna de ninguna vocal (Valverde, 1600: 136 v.). No es difícil percatarse de la absoluta arbitrariedad del método de Valverde quien, además, convencido como estaba —cosa común en su época, por otra parte— del carácter primigenio de la lengua hebrea, recomienda empezar la búsqueda etimológica partiendo de las lenguas más cercanas, por su cronología de contacto, a la que se investiga, para terminar en el hebrea en caso de que las anteriores indagacio-nes resultasen infructuosas. En el caso del castellano, recomienda: Acudir á la lengua que últimamente se estendió por Espafia con la Nación que la sugetó, como á la Arábiga [...] á la Latina [...] ó Griega [...] no hallandose como digo la etimología del vocablo Castellano [...] lo seguro y acertado es acudir 7. Etímologías espaňolas, atribuidas al M. Francisco Sanchez de las Brozas, 1580 [Mss. en folio de la Real Academia Espafiola. Véase la descripción en Conde de la Vifiaza, Biblioteca histórica de la filológia castellana, Madrid, 1893, t. 3°, p. 813 (citamos por el facsimil de Madrid, Atlas, 1978)]. 8. Bartolomé Valverde, Tratado de Etymologías de voces Castellanas en otras lenguas: Castellana, Hebrea, Griega, Arabe, 1600. Ms. 9934 de la Biblioteca Nacionál de Madrid. [El texto de Valverde ocupa el final de un volumen de contenido misceláneo, de 168 h., tamafio 32 x 22 cm. y comprende los fols. 132 r. al 168 v. La pequefia introducción teórica comienza en el fol. 132 r. y acaba en el 133 v. A partir del fol. 134 r., y hasta elfinal del manuscrito, se extiende el glosario que incluye 294 entradas dispuestas por orden alfabético e introducidas por la letra čorrespondiente. A partir de la letra D dismi-nuye considerablemente el numero de entradas, asi como también la extension de las glosas.] 10 Dolores Azorín Fernandez á la ŕuente y madre de todas, la Lengua Hebrea, mayormente habiendo dexado en Espana los judios infinites vocablos, como provaré después (Valverde, 1600: 134 r. y v.). Son poco menos de trescientas las glosas que Valverde incluye tras su pequena disquisición metodológica: doscientas noventa y cuatro, si nuestros cálculos no nos enganan. Van dispuestas por orden alfabético, siendo la letra A la más nutrida de todas con cincuenta entradas.9 La mayor parte de las etimologías de Valverde senalan el origen hebreo de las palabras castellanas que se incluyen en el glosario. Asi, en contra de lo que propone su método, el autor no suele acudir a la lengua que «última-mente se estendió», sino que, como advierte Lope Blanch (1990b: 157), procederá como la mayoría de los etimologistas de la época, que trataban de «hallar raíz hebraica a todas las voces, aunque para ello tuviesen que hacer malabarismos o debiesen igno-rar étimos más próximos y evidentes». Tal es el caso del indoamericanismo cacique para el cual Valverde, al igual que Covarrubias10 hará más tarde, halla orígenes he-breos: Cacique: vocablo arabigo tornado del ebreo, que al gran principe llaman [...] Cakin y [...] Caki. El método de Valverde, por descabellado y acientífico que hoy nos parezca, gozó de cierta difusión en su momento. Asi, Gómez Aguado detecta sus huellas en Francisco del Rosal, autor del primer diccionario etimológico, digno de tal nombre, escrito con anterioridad al Tesoro de Covarrubias. «De cuantos teóricos conoció Del Rosal —afirma Gómez Aguado (1992: LXXXVIII)— ninguno tan nefasto como el Licenciado Bartolomé Valverde cuyas formulaciones doctrinales acerca de la etimo-logía fueron muy conocidas en su tiempo. Según Valverde todo era lícito en la pes-quisa etimológica y a falta de mejores razones se recurría a la iconoclasia del vocablo para reconstruirlo y revivirlo según unas oscuras leyes de combinatoria discrecio-nal». 9. A la letra A sigue en numero de entradas la C (=47), M (=28), B (=23), P (=21), G y r (=18), R (=14) y £ (=11). El resto de letras no alcanza en ningún caso la decena de entradas. 10. Covarrubias, aunque reconoce la procedencia americana de ešte vocablo, no duda en proponer para él un étimo en la lengua hebrea, dada la tradición bíblica en la que se apoya y que reconoce al hebreo como la lengua madre originaria y única antes de la confusion de la torre de Babel: «Y assí digo yo que ešte nombre cazique puede traer origen del verbo hebreo [...] chazach, roborare, y de allí [...] chezech, fortitudo etfortis, de donde se pudo dezir cazique», Covarrubias, Tesoro de la lengua castella-na o espaňola, 1611, s.v.: cacique. Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 11 Anteriores a la obra de F. del Rosal fíguran otros dos opúsculos de talante etimológico: el «Compendio de algunos vocablos arábigos introduzidos en la lengua castellana» de Francisco Lopez Tamarid, «simple lista de arabismos sin indicación del étimo correspondiente» (Lope Blanch, 1990b: 154), qüe apareció como apéndice a la edición de Granada de 1585 del Vocabulario de romance en latín de Nebrija. A juicio de Lope Blanch, Tamarid se sirve proŕusamente del Vocabulistä arábigo en letra castellana (1505) de Fray Pedro de Alcalá, que fue una de las más tempranas adaptaciones del mencionado Vocabulario espaňol-latino de Nebrija. La Recopila-ción de algunos nombres arábigos de Fray Diego de Guadix, por su parte, es un compendio de topónimos de origen árabe que no llegaría a publicarse, a pesar de estar dispuesto para la imprenta, según lo prueba la licencia fechada en Roma en 1593." Debieron circular también manuscritas, puesto que Covarrubias, en el «Pró-logo al Letor», declara haber utilizado algunos escritos del padre Guadix. La obra del médico cordobés Francisco del Rosal Origen y etimología de to-dos los vocablos originales de la lengua castellana es,12 sin duda, el intento de mayor empeno realizado en el campo de las etimologias espanolas con anterioridad a Covarrubias. Por desgracia tampoco llegó a publicarse, a pesar de tener concedida la licencia y privilegio real para hacerlo, otorgado el veintiséis de octubre de 1601. El manuscrito original de esta obra se encontraba en la biblioteca de los PP. Agustinos Recoletos de Madrid, donde sería copiado y ordenado por el padre Fray Miguel Zorita de Jesus y Maria, a la sazón bibliotecario de la orden. El primitivo manuscrito se encuentra defmitivamente perdido, si bien se conserva, junto a la copia de Zorita, el privilegio real original. Hay documentadas actualmente cuatro copias manuscritas de esta obra.13 Aparte de los preliminares y apéndices, Consta el Diccionario de Francisco del Rosal de cuatro partes, dispuestas y denominadas como sigue: 11. Fray Diego de Guadix, Pr/mera parte de una recopilación de algunos nombres arábigos, que los arabes (en Espana, Francia y Italia) pusieron á algunas ciudades, y á otras muchas cosas que se podrán ver á la vuelta desta hoja [Ms. de la Biblioteca Colombina de Sevilla, con licencia para la impre-sión de 28 de diciembre de 1593]. 12. Francisco del Rosal, Origen y etymológia de todos los vocablos originales de la Lengua Castellana, 1601, Ms 6929-T. 127 de la Biblioteca Nacionál de Madrid [Existe edición moderna del Alfabeto tercero: F. del Rosal, Alfabeto tercero. La razón de algunos refranes, ed. de R. Thonson, London,Tamesis Books, 1976. Véase también, la edición facsimilar del Alfabeto primero, realizada por E. Gómez Agua-do(1992)]. 13. Estas cuatro copias —véase la completa descripción que realiza Gómez Aguado (1992: XXIX-XXXVII)— son las siguientes: Manuscrito A: con la signatura mss. 6929-T. 127, localizado en la Biblioteca Nacionál, lleva por titulo ROSAL.ORIGEN DE VOCAB. CASTELLANOS. CON ADICIONES. Consta de 547 folios por las dos caras. Es copia original del manuscrito también original y hoy perdido, realizada por el P. Fr. Miguel Zorita de Jesus y Maria. 12 Dolores Azorín Fernandez Origen y etimología de todas los vocablos originales de la Lengua Castellana. Alfabetoprimem.[Ocupa los fols. 13 r. al 309 r.] Alfabeto 2°, de el origen y razón de nombrespropios de lugares, personasy apelli- dos de linajes. [310 r. al 375 r.] Alfabeto tercero, que contiene la razón de algunos Refranes y Formulas castella- nas que dicen Hispanismos. [376 r. al 417 v;] Alfabeto ultimo. Donde se da la razón y causa de algunas Costumbres y Opiniones recibidasy otras cosas más. [418 r. al 468 r.] El Alfabeto primem, el más extenso de todos, constituye la parte fundamental de la obra, pues en él se contiene el diccionario etimológico. Gómez Aguado, en su estudio introductorio a la edición facsimilar de esta obra, destaca, entre sus peculia-ridades lexicográficas, el carácter abierto de la macroestractura, cuyos limites se circunscriben a la competencia léxica del autor y a las fuentes que utiliza. El diccionario incluye, pues: [...] materiales procedentes tanto de la lengua como del habla, alternando en su conjunto voces de uso normal —incluidas las de debil especificidad—con neo-logismos, términos arcaizantes, voces bárbaras, casticismos o localismos de uso general o restringido (Gómez Aguado, 1992: XL). El corpus léxico inventariado contiene más de siete mil voces, a las que hay que anadir otras tres mil más, que Gómez Aguado contabiliza tras efectuar el corres-pondiente registro de voces internas. En cuanto a la información que se recoge en el interior de los artículos, hay que tener en cuenta que la obra de Del Rosal tiene una fmalidad eminentemente etimológica y, aunque no descarta la inclusion de otras informaciones tanto lingiiisticas como enci-clopédicas, su objetivo sera la identificación del «referente etimológico» del lema. No hay que esperar, por tanto, defmiciones lexicográílcas que sistemáticamente acompa-nen a las entradas, aunque en muchas ocasiones si las proporcione el autor —sino- * Manuscrito B: con la signatura A.4777-4778, localizado en la Biblioteca de la Real Academia de la História de Madrid. Son dos tomos en folio de 935 páginas, el primero, y 250 folios, numera-dos parcialmente, el segundo. ' ' Manuscrito C: con la signatura 3-A-10, localizado en la Biblioteca de la Real Academia de la Lengua. Es un tomo en folio, Consta de 408 folios sin numeración. Es una copia parcial del manuscrito A, realizada con poco cuidado. Manuscrito D: con la signatura 32-3-13 a 22, localizado en la Biblioteca y Hemeroteca Municipal de Córdoba. Consta de diez tomos en cuarto apaisado por una sola cara. Comprende 3.008 páginas numeradas. Su titulo es: ROSAL. DICCIONARIO ETIMOLÓGICO. Es copia a la letra del Ms. A. La copia más perfecta de aquel, según Gómez Aguado (Op. cit, p. XXXVII). SEBASTIÁN DE COVARRUBIAS Y EL NACIMIENTO DE LA LEXICOGRAFÍA 13 nímicas, descriptivas y teleológicas— , asi como una variada tipología de informa-ciones lingiiísticas, aunque éstas no se presenten de manera regular. Asi, Gómez Agua-do (1992) distingue, entre otras, las siguientes: —Variantes grafémicas y/o altemancias de las voces. —Citas de autoridades. —Derivados y términos afmes del lema; sinónimos. —Remisiones internas. —Fraseología y formulas paremiológicas. —Restricciones, ampliaciones y cambios de significado que afectan al vocablo. —Diversas caracterizaciones o sanciones del lema, según criterios culturales o diasistemáticos. Asi, por ejemplo, senala: algunos tecnicismos; voces vulgares, de jerigonza, infantiles; voces dialectales o de carácter localista, etc. A todo ello habría que anadir las frecuentes digresiones de carácter enciclopé-dico que Del Rosal incluye, tal y como más tarde hará también Covarrubias en el Tesoro. Gómez Aguado clasifica estas informaciones en varios apartados, atendiendo a su ámbito de referencia: la medicina, el localismo anecdótico, la propia biografia del autor, etc. 2. El Tesoro de la lengua castellana o espaňola: caracterización externa Casi al final de su vida, el Licenciado Covarrubias y Orozco, se entregaba a la tarea de disponer para su publication las dos únicas obras que de él nos han llegado impresas. En 1610, salían a la luz sus Emblemas morales, obra de carácter simbólico-filosófico, escrita a imitación de los Emblemas latinos del jurisconsulto italiano Andrea Alciato. Al ano siguiente aparecía asimismo el Tesoro de la lengua castellana, cum-pliéndose el plazo previsto en el documento notarial suscrito el 16 de agosto de 1610 por el autor y el impresor madrileno Luis Sánchez, según el cual: [...] el dicho Luis Sánchez se ha de obligar de imprimir de toda costa mill cuerpos del libro de las Etimoloxías, digo, Thesoro de la Lengua Castellana, en la forma y como está impreso el primer quademo [...] Y todo se lo ha de entregar para fin del mes de setiembre primero que viene de mil e seyscientos e onze afios, que es para quando debe estar äcabado el dicho libro y todos los demás que ha de entregar (Pérez Pastor, 1906: 198). Aunque no disponemos de datos precisos acerca de la cronología de redacción del Tesoro, Martin de Riquer (1943) postula como probable el periodo comprendido 14 Dolores Azorín Fernandez entre 1606 y 1610 ajuzgar por las noticias que el propio Covarrubias nos proporcio-na en su obra. Asi, en el artículo que dediča el autor a la voz Catalina, entre otras noticias, encontramos la siguiente: [...] Santa Catalina de Alexandria, a la qüal martirizó el tirano Magencio y celebra la Yglesia Católica su fiesta a los 25 de noviembre, que acierta ser el mesmo dia que esto se escrive, en Valencia, ano de 1606.14 Esta información coincide con la que obra en los Libros de actas capitulares de la Catedral de Cuenca, segun la cual nuestro autor se encontraba efectivamente en la ciudad levantina por esas fechas. Consta, pues, en las mencionadas actas que el 14 de octubre de 1606 Covarrubias «propuso cómo Su Santidad se queria servir de su persona para acabar de executar unos breves suyos en el reyno de Valencia, tocantes al servicio de nuestro Senor y suyo, en que otras veces había estado; y aunque se había procurado escusar, no había podido»,15 por lo que pide licencia al cabildo para acudir a Valencia y hasta el 18 de agosto del ano siguiente no se tiene constancia de su regreso a Cuenca. Alii debió continuar dando forma a su diccionario, como parece desprenderse de la redacción del artículo que dediča a la voz Escorzonera pues, des-cribiendo las propiedades de esta hierba, apostilla: «[...] y la destas sierras de Cuenca dizen ser maravillosa». Basándose en éstas y otras referencias internas, J. Calvo (1991) aporta nuevos datos que sirven para precisar aún más los aspectos relativos a la redacción del Teso-ro. Según ešte autor, Covarrubias debió comenzar la redacción definitiva de su diccionario en Cuenca como parece sugerir la mención que de esta ciudad se hace en el artículo Armiňo «[...] y en la nuestra de Cuenca, las usamos ni más ni menos» (dice Covarrubias a propósito de ciertas capillas guarnecidas con piel de armiňo que se usan en algunas iglesias catedrales). Por otro lado, en la voz Camaleón, nuestro lexi-cógrafo relata una experiencia personal de la siguiente manera: 14. Todas las citas que, en adelante, aparezcan del Tesoro de la lengua castellana o espaňola, corres-ponden a la edición de Martin de Riquer, Barcelona, Alta Fulla, 1987 (reimpresión de la del mismo autor: Barcelona, Horta, 1943). 15. Angel Gonzalez Palencia, 1942: 336-337. Según este mismo autor, Sebastián de Covarrubias había viajado anteriormente a Valencia, comisionado por Felipe II, para vigilar el cumplimiento del breve o edicto de grácia que el propio rey había solicitado a la Santa Sede para «que se pudiere perdonar a los moriscos las penas en que hubiesen incurrido por la practica de ceremonias mahometanas» (Gonzalez Palencia, 1942: 312). Třes afios debió permacer Covarrubias en la ciudad del Turia—desde 1597 hasta 1600— desempeňando su misión en esta primera y prolongada estancia, que no volveria a repetir hasta el ano de 1606. Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 15 Este animalejo vi en Valencia, en el huerto del senor patriarca don Juan de Ribera, de la mesma figura que le pintan [...] Ha me parecido poner ad longum todo el lugar de Plinio, porque descrive al vivo este animalejo, como yo le vi. Según J. Calvo (1991: 130), «cuando Covarrubias alude al camaleón habla en preterite, porque se centra deicticamente en el instante de la redacción» que tiene lugar en Cuenca, donde ahora recuerda esta experiencia vivida durante su primera estancia en la ciudad de Valencia, entre 1597 y 1600; pero en la voz Catalina, como hemos visto, Covarrubias se encontraba de nuevo en Valencia. Por lo tanto, la com-posición definitiva del Tesoro, salvando el paréntesis valenciano —cuyo comienzo en el diccionario podemos ubicar en algún punto entre los artículos Camaleón-Cata-lina y su final en Escorzonera—, se llevó a cabo en su practica totalidad en la ciudad castellano-manchega, donde quedaría listo para la imprenta en la primavera de 1610, pues el 3 de mayo de ese mismo ano Pedro de Valencia informaba favorablemente la concesión de la licencia para imprimirlo. Teniendo en cuenta los datos anteriores y partiendo del supuesto de que la redacción definitiva del Tesoro, como veremos a continuación, se llevó a cabo letra por letra siguiendo el orden del alfabeto, J. Calvo (1991:130) calcula que Covarrubias compuso su diccionario a «[...] un promedio de 200 páginas por ano (unas 2.200 entradas, o lo que es lo mismo, 6 por dia)». Lo que le lleva a concluir que nuestro lexieógrafo debió comenzar su diccionario en la primavera de 1605, adelantando asi en un ano los límites cronológicos que, para la redacción del Tesoro, proponía Martin deRiquer. Por otro lado, que Covarrubias compuso su obra de rpanera continuada; es decir, letra por letra, es un hecho que puede compróbarse a partir de los comentarios que él mismo realiza en algunos artículos; por ejemplo, adelantando información sobre otros lemas cuya redacción estima de dudoso cumplimiento. Asi, Martin de Riquer (1943: VIII) Hama la atención sobre la voz Catarro, donde el autor se disculpa por mcluir un refrán a propósito de su sinónimo romadizo por «si no pudiera llegar a sacar en limpio la letra R, que la obra es muy larga y la vida corta». Lo mismo había hecho en el artículo Badá a propósito de la palabra rhinocerote, sinónimo de aqué-11a.16 Sin embargo, aunque la redacción definitiva del Tesoro se realizara letra por 16. Covarrubias, s.v. Badá, da cuenta también de su sinónimo rhinocerote, no sin antes advertir lo siguiente: «Aquí no se tratará de más que de su etimología, remitiéndome a la letra R, en el nombre de rhinocerote, que es el mesmo animal. Mas porque no ay seguridad de poder acabar esta obra lo enxeriré aquí, y si Dios me diere vida para cumplir con este assumpto lo trasladaremos en su lugar». En el lugar alfabético con-espondiente, s.v. Rinoceronte, nuestro lexieógrafo se limita a remitir al lector al lema Vada [Obsérvese de paso las irregularidades ortográficas del autor: bada/vada, rhinocerote/rinoceronté]. 16 Dolores Azorín Fernandez letra y en el espacio temporal arriba acotado, no parece verosimil que Covarrubias elaborara una obra de tal envergadura sin la recopilación previa de buena parte de los materiales y fuentes que utilizó; antes bien —como hace notar J. Calvo (1991: 128)—, nuestro autor «debía de disponer de anotaciones más o menos dinámicas (segura-mente no eran fíchas individualizadas para cada palabra) con las que embastar sus entradas del modo más adecuado». En diversas ocasiones, como sucede en el extenso artículo que dediča a Can-dela, vuelve Covarrubias a manifestar su preocupación por no llegar a ver acabada su obra, por lo que, a partir de ese momento, decide abreviar en todo aquello que sobre-pase el propósito iniciál de su diccionario: «porque mi mstituto no es tratar las mate-rias ad longum, sino tan solamente las etymologías de los vocablos». En efecto, a partir de la letra C, Covarrubias aligera considerablemente su Tesoro. Un sencillo cotejo de las páginas que ocupan las letras A, B y C con el resto, bašta para compro-barlo: si las tres primeras letras comprenden 416 páginas —lo que representa poco más del 41% del total—; al resto se dedican 579, esto es, aproximadamente el 58%. Pero esta reducción no afecta tanto a la cantidad del léxico recogido como a la extension de los artículos; puesto que, otro cotejo, realizado esta vez sobre el Index verborum de Hill (1921), muestra que en las letras A, B y C se contiene el 32,8% de las voces del Tesoro, quedando el 67,2% distribuido entre las restantes. Parece, pues, que Covarrubias logró sustraerse a la tentación de abundar en el aspecto enciclopédico y anecdótico de su obra, para darprioridad a sus objetivos más estrictamente linguísticos (etimológicos, morfológicos, etc.). Aspecto éste que podemos confírmar en las con-clusiones que J. Calvo (1991: 105), tras un pormenorizado análisis estadístico de la nomenclatura del Tesoro, presenta: Mientras las entradas de la A, B, C eran de una gran pesadez descriptiva y profusion anecdótica en aumento (9,5,7,5 y 7,5 palabras por página [...]), las entradas siguientes, aun manteniéndose en torno a 0,11 = 9 palabras por página, entre F e I, tienden a crecer sensiblemente: M =16, N, Ň, O = 18, P = 13, etc., llegándose con Q = 28,5 y R = 21,7 a una mayor agilidad. Luego, hacia el final, como sacando fuerza de flaqueza, Covarrubias recupera el ritmo central del diccionario S = 15,6, T = 16,4, U-V = 12,2, S, Y, Z = 11. La consecuencia más evidente que se puede extraer de las cifras anteriores es que, de haberse consolidado la proporción de palabras por página de las tres primeras letras, el diccionario hubiera visto incrementada su extension en un 50%, cosa que seguramente habria resultado nefasta para la conclusion de la obra como ya barrunta-ba su autor. La decision de abreviar en todo lo que excediera a su «institute» permitíó que Covarrubias, aunque ya muy enfermo y achacoso, pudiera ver acabada e impresa Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 17 su obra; sin embargo, tuvo ŕuerzas todavía para emprender la redacción de un suple-mento, destinado probablemente a completar una futura nueva edición de su diccio-nario. Proyecto que, esta vez, no llegaría a materializarse en vida del autor (Azorín Fernandez, 1988a). 3. El Tesoro de la lengua castellan a y su contenido etimológico Antes de la publicación del Tesoro, las escasas muestras de la lexicografía monolingüe del espanol, se reducen a las compilaciones de carácter etimológico ya comentadas en el curso de este trabajo. Ninguna de ellas —a excepción de la obra de Francisco del Rosal— puede ser considerada como un auténtico diccionario, debido sobre todo a la pobreza de sus respectivas macroestructuras, asi como a la ausencia de criterios en la selección del léxico inventariado. Covarrubias entronca directamen-te con ellas, por la fmalidad etimológica de su trabajo pero, al mismo tiempo, las súpera ampliamente por «su extraordinaria riqueza idiomática en voces, frases, di-chos populäres, refranes» (Riquer, 1943: IV) que hacen que el Tesoro, en palabras de Lope Blanch (1990b: 155), «pueda ser considerado el primer diccionario etimológico general de la lengua castellana, digno de tal nombre». En efecto, aunque hoy se nos revele como la parte menos consistente de esta gran obra, no debemos olvidar que tue compuesta con el propósito de averiguar el origen de los vocablos castellanos y, de este modo, rue recibida e interpretada en su época. Tai vez, como seňala Seco (1987a: 113): «el titulo con que hoy todos la cono-cemos [...] ha desdibujado en opinion de muchos la intención con que rue concebi-da». Todo parece indicar que, en el ultimo momento, Covarrubias cambió el primiti-vo titulo de «Etimologias de la lengua espanola» —más descriptivo y acorde con la fmalidad del diccionario— por el de «Tesoro de la lengua castellana...», tal vez por emular el proceder de ciertos autores extranjeros tales como Robert y Henri Estienne, Decimator, Oudin, etc.,17 que habian empleado la denominación «Thesaurus», «Thresor» o «Tesoro» como titulos de sus obras. En su advertencia «Al Letor», nues-tro autor justifica el uso del término «por eonfomiarme con los que han hecho diccionarios copiosos y llamádolos Tesoros, me atrevo a usar deste término por titulo de mi obra». 17. Según seňala M. Seco (1987b: 100-101): «La denominación [Tesoro] —que tiene quizá su pri-mera muestra en el Tesoro de Brunetto Latini (c 1260)—había sido usada, en efecto, por la lexicografia europea, especialmente francesa, para designar diccionarios bilingües o plurilingües cuya riqueza se ponderaba [...] Covarrubias no es el primero que usa entre nosotros el nombre de Tesoro. Se le había adelantado Bartolomé Bravo en su Thesaurus verborum acphrasium (1597)». 18 Dolores Azorín Fernandez Al igual que sus predecesores en el quehacer etimologizante, Sebastián de Covarrubias asume las teorias que sobre el origen del castellano circulan en su época. Comparte, asi, la creencia generalizada de que el hebreo es la lengua matriz de la cual proceden todos los idiomas existentes; pues, tras la confusion de Babel, las 72 len-guas que de alii resultaron, siguieron conservando algo de la que fue primera y original, infundida por Dios a nuestro primer Padre. En el artículo Lengua afirma Covarrubias a ešte propósito: [...] desta confusion resultaron las setenta y dos lenguas, en que se dividieren, y rue ocasión de que siguiendo cada uno la que le fue infundida o confundida, se dividieron a poblar diversas provincias; y no es de maravillar que en lenguas muy estraňas se hallen algunas palabras que tiren a las hebreas, pues desgajándose delia, como de su madre, llevassen algún rastro de su primer origen. Esto explicará que nuestro autor encuentre antecedentes hebreos incluso en voces de procedencia indoamericana. Sin embargo, reconoce Covarrubias que «los más vocablos castellanos son corrompidos de la lengua latina»; opinion bastante ex-tendida ya en el siglo XVI (Bahner, 1960: 101) y que, tras las conclusiones de Bernardo de Aldrete (1606) —cuya obra conocía bien Covarrubias— habia quedado cientificamente demostrada. Junto a la base latina, senala nuestro autor, las aporta-ciones que otras lenguas han hecho al lexico castellano. En eľartículo Lengua, antes mencionado, describe el proceso de formación de nuestro romance empezando por la primera lengua que se habló en suelo hispano, a la que supone traida por Tubal, pero que ya no identifica ni con el vasco ni con el castellano primitivo, como hacen otros. Asi, bajo el lema Latin, Covarrubias afirma: [...] como el imperio romano se fue estendiendo, procuró que todas las na-ciones que le eran sujetas, hablassen la lengua latina. Esto se execute en Espana, y se recibió tan bien que olvidaron su lengua materna, que hasta agora no se ha podido averiguar quál fuesse, aunque sospechan aver sido la guipuzcana y traer principio de una de las lenguas que salieron de la edificación de Babilonia con su caudillo Tubal; pero otros han tratado esto exprofesso, a ellos me remito. Bien me persuado que en todo lo que es Espana avría diferentes lenguas, especialmente quando vinieron a ella los romanos, por averla senoreado diversas naciones. De esta lengua primitiva, mezclada y confundida con la de los distintos coloni-zadores prerromanos, supone que quedaría alguna reliquia tras la corrupción de la lengua latina en época de los godos. La llegada de los árabes, y más modemamente, el trato con las naciones vecinas, vendrían a cönformar el actual mosaico léxico que, en cuanto a su diversidad de orígenes, presenta eľcastellano. De ahí que Covarrubias, Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 19 en su extenso artículo Legua, no se resista a la tentación de autoensalzar su propio trabajo frente a las tentativas parciales de los que le precedieron: De aquí se puede colegir —dirá— quán dificultoso sea el dar origen a todos los vocablos castellanos; y ésta ha sido la causa de que muchos que lo han empren-dido desisten muy desde los principios, contentándose con dar la etimologia de qual y qual vocablo. En efecto, el gran mérito de Covarrubias consistió en su intento de proporcio-nar orígenes a la totalidad del léxico espanol sin arredrarse ante la magnitud de la empresa. Sin embargo, con ser la averiguación del origen y procedencia de los vocablos castellanos el principal propósito del autor, hoy se nos revela como la parte más inconsistente de esta obra tan rica en otros aspectos. Ello no significa que en el terre-no de la investigación etimológica no cosechara también algunos éxitos parciales alii donde otros fracasaron estrepitosamente, como sucede con Gregorio Mayans, acre censor de nuestro lexicógrafo que, más de un siglo después, se equivocaba al atribuir orígenes hebreos a voces de procedencia distinta, cuando Covarrubias, como demuestra Lope Blanch,18 habia proporcionado en esos mismos casos un numero mayor de eti-mologias acertadas. No obstante, para valorar en su justa medida la contribución de Covarrubias a los estudios etimológicos hay que partir, en principio, del contexto en que se mueve; esto es, de las ideas lingüisticas que constituyen el trasfondo teórico de su trabajo y de los métodos que de ellas se derivan. Atendiendo, pues, a esta circunstancia obser-vamos que, tras las perspectivas que se abrían para los estudios histórico-fílológicos después de publicada la obra de Aldrete, la supuesta base científíca de Covarrubias no era, como afirma Seco (1987b: 100), «ni muy moderna ni muy solida para su tiempo». En efecto, el principal error de método que afecta al trabajo de nuestro autor y5 en general, a toda la indagación etimológica del siglo XVI, radica en que: La pratique de la recherche étymologique s'appuie exclusivement sur.des rapprochements morphologiques et sémantiques qui —contrairement ä ce que nous pouvons trouver par exemple chez Bernardo Jose de Aldrete (1560-1641) [...]— ne tiennent pas compte du cadre historique dans lequel un terme aurait pu passer d'une autre langue a ľespagnol (Lépinette, 1989: 273). 18. Asi lo demuestra Juan M. Lope Blanch (1990b: 298). Véase también del mismo autor «Sebastián Covarrubias y el elemento germánico del espafiol», en Anuario de Letras, 15 (1977), pp. 244-257. 20 Dolores Azorín Fernandez Al prescindir de la dimension histórica, todo el peso de la investigación etimo-lógica se hace recaer sobre elementos tan fortuitos y tan poco fíables como el diverso grado de conocimiento que el investigador posea de las lenguas del entomo de la que es objeto de estudio; o de la destreza o ^imaginación? que éste tenga a la hora de relacionar un determinado rasgo del signifícante o del signifícado del elemento etimologizado con otro u otros del que se supone su étimo. Es cierto que Covarrubias conocía la obra de Aldrete, pero también es verdad que, aun en el supuesto de haberla asimilado, debía de tener ya muy avanzada la composición de su diccionario como para replantearlo desde nuevos presupuestos de indole metodológica. Hecha esta aclaración, se comprende que nuestro lexicógrafo no haga sino aplicar, con absolute rigor, los fundamentos del metodo etimológico que, desde la Antigüedad pasando por el fíltro de los autores del Medievo cristiano, entiende que en la etimología de cada palabra «está encerrado —como dice el propio Covarrubias, s.v. etymológia— el ser de la cosa, sus calidades, su uso, su materia, su forma, y de alguna dellas torna nombre». A través de la etimología se indagan el origen y la causa del nombre que recibe la realidad designada. No hay, pues, distinción entre el signifícado de la palabra y su referente extralinguístico; es más, a través de la «interpreta-ción» etimológica se llega a un mejor conocimiento de la realidad, puesto que en la etimología se encierra «el ser de la cosa», aquel rasgo o conjunto de cualidades «más prominentes» que se erigen en causa de la denominación misma. De aquí se sigue que la etimología y el conocimiento del mundo son inseparables. Por tanto, el des-pliegue enciclopédico que exhibe nuestro autor para apoyar sus propuestas etimo-lógicas no es solo mero alarde de erudición, sino parte orgánica y consustancial de su propio quehacer como etimologista. La permanente confusion entre signifícado y referente explicaría también, a juicio de M. Seco, que Covarrubias aduzca textos de autores latinos para describir el signifícado de voces castellanas: Al explicar una palabra espanola X, el autor nos ofrece, superpuestas en una sola imagen, la «significación» de la palabra (elemento linguístico) y la «realidad» por ella representada (elemento extralinguístico) [...] este proceso, que está en la base de su marcada orientación enciclopédica, da lugar a este razonamiento: la realidad «r», designada por la palabra espanola X, tiene en latin el nombre Y; yo doy aquí testimonios sobre este nombre Y que aportará nueva luz sobre la naturale-za de la realidad «r» (Seco, 1987a: 118). No es extrano, por otra parte, que las autoridades que aparecen en el Tesoro pertenezcan, en su inmensa mayoría, al grupo de las obras didácticas y que, incluso, Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 21 «algunos de los literates citados más asiduamente [actúen] como testigos históricos, científicos, filosófícos o morales y no como testigos linguísticos» (Seco, 1987a: 114-115). De hecho, es dificil deslindar a priori lo que son ŕuentes propiamente lingiiísticas de las específícamente enciclopédicas, puesto que esta distinción no parece que sea operativa para Covarrubias a juzgar por el uso inespecífíco que de ellas hace. Asi, como senate Lépinette, a veces, Covarrubias «tire de sources non linguistiques [...] des renseignements linguistiques [...] des sources [...] linguistiques ou etymologiques sont á ľorigine d'un renseignement de type historique» (Lépinette, 1989: 270-271). Cosa que ocurre, por ejemplo, en los artículos Espaňa y Cáliz, respectivamente. Las ŕuentes de que se sirve Covarrubias son multiples y variadas: en más de quinientos autores distintos se cifra el armazón erudite del Tesoro, si bien no todos ellos participan de igual modo en la conformación de la microestructura del dicciona-rio. Atendiendo a su lengua de expresión, las autoridades del Tesoro se pueden clasi-fícar en tres grandes grupos: el de los autores que escriben en latín, el de los que usan una lengua románica distinta del espanol y, fínalmente, el de los escritores castella-nos. Todos ellos, a su vez, pueden pertenecer al género linguístico o al enciclopédico, independientemente de que su ŕunción en el texto lexicográfíco recubra uno u otro matiz.19 Hay que tener en cuenta, por ultimo, que no todos los autores citados se pueden considerar fuentes directas de nuestro lexicógrafo; pues, como ha hecho notár B. Lépinette (1989), Covarrubias, impelido por el deseo de agilizar su trabajo, se sirvió en gran medida de diccionarios y de obras, no estrictamente lexicográficas, pero si de fácil consulta al estar provistas de indices, glosarios, etc. El ejemplo más Hamati vo del primer caso lo constituye el Diccionario de Ambrosio Calepino, que se erige en fuente exclusiva para las citas de los clásicos latinos que Covarrubias no tomaría, pues, de primera mano.20 De todos modos, debido a la fmalidad preferente-mente enciclopédica que las citas de autores asumen en el Tesoro, no resulta incon-gruente que los textos no sean extraídos de las obras originales. Covarrubias está 19. Como ya se ha dicho, la distinción entre autores y obras lingiiísticas frente a los autores y obras enciclopédicas no es operativa para Covarrubias. De hecho, éste suele apoyar sus razonamientos linguísticos, normalmente etimológicos, en obras de carácter enciclopédico, como sucede en el artículo Espaňa que cita la Mythplogiüe de N. Conti (1568)-para apoyar su razonamiento etimológico; y a la inversa, en Cáliz, se vale de la autoridad de B. de Aldrete y de su obra Del origen... como fundamento de una resena histórica sobre la ciudad de Cádiz (Lépinette, 1989: 271). 20. Lo mismo sucede con el origen de otras citas de autores, por ejemplo, el caso de los escritores italianos del Renacimiento que, a juicio de Lépinette (1989: 285-286), no se toman de los originales sino a través del Dicionario llamado Fábrica del mundo (1546) de Francesco Alumno de Ferrara (1484-1556). La Fábrica del mundo, dice la autora, «joue done pour la langue italienne, un role parallele á celui que joue le Calepin pour le latin: il est source de definitions, ďéquivalences linguistiques mais surtout de citations littéraires». 22 •Dolores Azorín Fernandez todavía lej os de la utilizaeión consciente, como parte orgánica de su obra, de lo que hoy entendemos como «autoridades idiomáticas» —aunque, a veces, se deslicen tex-tos con ešte cometido en su diccionario—. En ešte sentido, estamos de acuerdo con las conclusiones de Lépinette (1989: 301), para quien los textos de los autores que aparecen citados en el Tesoro: [...] sont presents essentienllement pour instruire sur la nature des choses. Ainsi il n'importe pas que ces textes soient en espagnol, en latin ou en italien [...] Les auteurs de ces extraits utilises par Covarrubias dans le Tesoro, ne répresentent done pas des autoridades au sens moderne et specialise du terme. Los datos extralingiiísticos que Covarrubias aporta, además de la utilidad co-lateral que, en ocasiones, tienen para la comprension del lema, son esencialmente el tribute a la tradición lexicográfica en que se inspira el canónigo de Cuenca. Al care-cer de fuentes previas —no olvidemos que el Tesoro es el primer diccionario mono-lingiie del espanol—, nuestro autor disponía de dos modelos en que basarse; el más reciente era el que le ofrecían los diccionarios bilingües, obras por lo general de microestructura concisa, ya que se limitaban a ofrecer los equivalentes del lema en la lengua de destino o a dar, en su defecto, una defínición parafrástica. Nebrija había inaugurado esta vertiente lexicográfica que Covarrubias conocía muy bien, pues re-eurre a sus diccionarios en numerosas ocasiones. El otro modelo lo constituían las Summas, de la larga tradición en el Medievo y uno de cuyos máximos exponentes eran las Etimologías de San Isidoro de Sevilla. En ellas se unía también a la fínalidad etimológica el propósito de atesorar, temática o alfabéticamente, los diversos conoci-mientos de la época. Entre estas dos posibles alternativas, es claro que Covarrubias se inclina por la opción que representa el obispo hispalense. Las características del Tesoro asi nos lo confirman. Es más, en la dedicatoria al Rey, el mismo autor declara haber tenido presente el modelo de las Etimologías isidorianas, con las cuales relaciona expresa-mente su propio diccionario. Asi, tras referirse a la labor de Felipe II21 como patroci-nador de la edición del conjunto de las obras de San Isidoro y, en particular, la de sus Etimologías Latinas, dirá en la dedicatoria al rey: 21. En efecto, Felipe II había patrocinado un equipo de eruditos y bibliófílos, encargados de locali-zar y recuperar los distintos Codices de las obras de San Isidoro con miras a una posterior edición, lo que se consiguió fmalmente, tras veinte afios de trabajos previos. La edición de las Etimologías aparecerá, ya muerto el monarca, en el afio 1599. Cf. Gonzalez Cuenca, 1983: 25 y sigs. Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 23 [...] sospecho yo que si alcancara Su Magestad, que santa gloria aya, ser cosa possible colegir las (etimologias) de su propia lengua castellana, que no con menos cuydado lo apeteciera y procurara executar. Pero hasta agora ninguno se ha atrevido a esta empressa; y los que lo han intentado [...] han desistido della [...] Yo, con el desseo que he tenido y tengo de servir a V. M., he porfiado en este intento, hasta que Dios ha sido servido llegasse a verle el fin. 4. El Tesoro dela lengua castellana como primer diccionario monolingüe del espaňol Dejando a un lado el aspecto etimológico de la obra, el Tesoro de la lengua castellana o espaňola contiene —diversamente entreverado con el grueso de la infor-mación enciclopédica— un conjunto tan numeroso de descripciones de voces y fra-ses castellanas que, independientemente de su primitiva fmalidad etimológica, lo convierten en un auténtico diccionario general de la lengua. En realidad, podemos decir que se trata del primer diccionario general publicado en Europa de una lengua vulgar, pues se adelanta en un ano al modélico Vocabolario de la Crusca (1612). En efecto, su nomenclatura sobrepasa las 11.000 entradas, cifra importante a la que, todavía, han de anadirse algunos miles de voces más que se hallan recogidas en la microestructura del diccionario. Según Seco, que parte para sus cálculos del indice elaborado por Martin de Riquer para su edición del Tesoro, Covarrubias logró reunir un total de 16.929 voces.22 Muchas de ellas son nombre propios, pero aun asi el monto de elementos del léxico común es extraordinariamente rico para su momento. No hay que esperar encontrar en el Tesoro ningun planteamiento a priori que justifique la selección del léxico; esto es, un plan con arreglo al cual se elabore la macroestructura como conjunto estructurado y coherente. El elenco de voces que Covarrubias logró reunir tuvo que estar mediatizado, en buena medida, por las fueri-tes que utilizó y por su propia competencia idiomática. Como afirma Rolf Eberenz (1992:987):. Más que un estructurador riguroso del vocabulario, Covarrubias fue un apa-sionado observador del habla viva, de la lengua coloquial, de los modos de expre-sarse de las distintas agrupaciones y estamentos que formaban la sociedad de la época. En esta concepción totalizadora del lenguaje reside [...] la modernidad de su diccionario; y es que en sus comentarios lexicográficós se advierten ya las princi- 22. La cifra que ofrece Seco concuerda, con muy poco margen de error, con la proporcionada por J. Calvo. Para este ultimo, el numero de voces registradas en el Tesoro es de 16.749. «Un error — comenta el autor— de 180 palabras (apenas 1 '06%) no nos ha parecido suficiente desviación como para un nuevo compute». m 24 Dolores Azorín Fernandez pales clases de variedades [...] estados históricos de la lengua, los sociolectos y la variedad dialectal. Su intención ŕue, sin duda, abarcar la mayor parte del vocabulario de su lengua; aunque en el prólogo «Al Letor», reconoce Covarrubias la imposibilidad material de alcanzar tal fin: «[...] dar origen a todos sus vocablos, seria impossible. Yo haré lo que pudiere». Tomada en su conjunto, la nomenclatura del Tesoro viene a ser el reflejo, finalmente, de la dimension abarcadora y extensiva que subyace al modelo enciclopédico que tiene presente el autor. El afán acumulativo de Covarrubias se encuentra presente no sólo en el acopio de saberes diversos que encontramos en la microestractura, sino también en la variedad «arquitectural» que preside la confor-mación de la macroestructura de su diccionario. No es extrano, por tanto, que junto al léxico general, encontremos en el Tesoro voces marcadas por alguna concreta dimension diasistemática. Asi, por ejemplo, en ocasiones advierte el autor del piano social o de las restricciones de estilo de algunos vocablos, califícándolos como «rústicos», «bárbaros», «poéticos», etc.; tal es el caso de: Ablentar: «es palabra rustica». Abondo: «bárbaro y rústico». Aburrir: (s.v. aborrecer) «por término más grosero, dizen aburrir y aborrecer». Amoricones: (s.v. amores) «los amöres entre villanos». Calaverna: (s.v. calavera) «en lenguaje grosero». Condumio: «vocablo antiguo rústico». Alabastrino: s.v. alabastro «término poético». Ambrosia: «los poetas espanoles le han hecho nuestro». Aurora: «este término es poético en castellano». Fugaz: «es término poético». Otro grupo importante de voces marcadas lo constituye el de los términos de especialidad, entre los que se encuentran tanto los pertenecientes a dominios propia-mente científícos, como los que se relacionan con los ofícios, artes, juegos, etc.; acti-vidades todas ellas capaces de generar un léxico temático. Según Guerrero (1999: 26), en el Tesoro hay «140 entradas marcadas por el propio autor con algún tipo de especificidad [...] el dominio más marcado por el autor es el relacionado con la medicína, al que sigue el forense. Otros dominios también marcados, pero menos son: el náutico, el de los cacadores, el relacionado con la arquitectura, el de los boticarios, el militar, etc.». Veamos algunos ejemplos: Caución: «cerca de los jurisconsultos vale taíito como seguridad [...] Prestar cau-ción es término forense». Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 25 Diámetro: «es término geométrico; no hay más que dezir en quanto a nuestra len- gua castellana, por averle usurpado, como otros muchos, y ser particular de las matemáticas». Diafragma: «término es, entre los demás, que la escuela de los medicos nos ha introducido y comunicado». Disentería: «han introducido este nombre, con otros muchos, los médicos. Y por esta razón es justo explicarlo». Gerundio: «término gramatical». Horóscopo: «término de astrólogos judiciarios». Huchocho: «término de cacadores de bolatería». Infusion: «término de boticarios». Jaque: «término de los que juegan al agedrez». Leva: «término náutico». Levada: «término del juego de la esgrima». Rancho: «término militar». Por su parte, Rolf Eberenz (1992), nos descubre a un Sebastián de Covarrubias interesado también en dar cuenta de las diferencias dialectales que afectan al léxico. La presencia en el Tesoro de un pequeno subconjunto de voces marcadas diató-picamente nos parece muy interesante, puesto que, por un lado, viene a refrendar de nuevo el afán totalizador que persigue nuestro lexicógrafo y, por otro, porque las precisiones geolinguísticas que realiza constituyen, por si mismas: «Materiales [...] de gran importancia para la dialectología histórica del espanol» (Eberenz, 1992: 992). En este sentido, las marcas dialectales que Covarrubias emplea reflejan también una cierta concepción del espacio hispanohablante que viene a coincidir con la division que él mismo expone en el articulo dialecto: Lo que es particular en cada lengua y propio suyo, por donde distinguimos, el castellano nuevo y viejo, el andaluz y los demás, que aunque hablan un mesmo lenguage castellano, tienen alguna manera de pronunciación y formación de voca-blos, en que distinguimos unos de otros. Respondiendo a este esquema tripartito básicamente, Covarrubias empleará como marcas dialectales cuatro etiquetas geolinguísticas; a saber: —Castilla. —Castilla la Vi ej a. —Andalucía. —Toledo. 26 Dolores Azorín Fernandez Según sugiere Eberenz (1992: 989-990), la primera etiqueta: [...] se refiere más o menos a la lengua común [...] la segunda, ya más restrictiva [...] se emplea en tres ocasiones, para precisar el ámbito de difusión de las palabras almendruco 'almendra verde', collazo 'mozo de labrador' y derechu-ras 'salario en especie que cobra la criada'. Algo más numerosos son los lexemas que figuran bajo la tercera de nuestras denominaciones, Andalucia. Entre los dialectalismos andaluces figuran: afrecho, palanquin, carmen, quin-ta, quintero, collazo, gorrón, taca y veinticuatro. Por ultimo, el grupo más numeroso lo constituyen las voces localizadas en Toledo. Covarrubias apela aqui a su propia competencia de hablante, deteniéndose en las peculiaridades lingüisticas de su tierra natal de la que refleja, sobre todo, el habla popular y no la supuesta norma culta toledana (cf. Eberenz, 1992: 990-991). Para completar el mosaico de variedades del espanol presentes en el Tesoro resta aludir a la dimension diacrónica, de especial relevancia en este diccionario dada su finalidad etimológica. A este propósito, S. Ruhstaller (1995-96: 439), constata «más de 130 voces de las que se dice que son palabras antiguas castellanas (o espa-ňolas) o términosy vocablos de la lengua castellana antigua o del lenguaje antiguo castellano». Sin embargo, no todas las entradas marcadas como antiguas lo son en sentido estricto; esto es, voces desusadas o anticuadas y, por lo tanto, no pertenecien-tes al estadio sincrónico en el que se situa nuestro autor; sino que, el término antiguo —según advierte Ruhstaller (1995-96)— es utilizado por Covarrubias hasta en cua-tro acepciones diferentes: a) Para significar que una voz estaba completamente extinguida en la época de redacción del Tesoro y, por tanto, indicar que se trata de un arcaismo libresco. b) Para senalar que una determinada voz se encuentra atestiguada desde antiguo —en los textos medievales— aunque su uso persista en el momento de la redacción del diccionario. c) Para indicar que el origen de una voz todavía vigente —y cuya etimología se le escapa al autor— se remonta a alguna de las primitivas lenguas prerrománicas de la peninsula ibérica. d) Para marcar ciertos usos residuales, como el de las palabras sólo utilizadas en determinados tipos de textos (cantares populäres, refranes o dichos, etc.) y, por tanto, en proceso de desaparición. Vemos, pues, que Covarrubias, en su intento de reflejar la complejidad diasistemática de la lengua castellana, se muestra interesado por las voces anticuadas a las que da cabida en el Tesoro de manera premeditada; es decir, como parte inte-grante de su proyecto lexicográfico. Prueba de ello serán las citas de autores medie- Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 27 vales23 que nuestro autor suele aducir en ocasiones para autorizar sus propias des-cripciones. Sin embargo, el uso indiscriminado de esas supuestas marcas diacrónicas, puede inducir a error al lector poco avisado, puesto que buena parte de las voces antiguas castellanas que figuran en el Tesoro no son, en realidad, arcaísmos léxicos. Por lo que respecta a la microestructura, lo primero que se háce patente es su disposición anárqmca y poco sistemática. Covarrubias no parece ajustarse a ningún pian previo a la hora de redactar los artículos de su diccionario- de ahí la desigualdad que se aprecia en el tratamiento que otorga a las distintas entradas; pues, de artículo a artículo, no sólo vemos variar la cantidad de información —lo que hace que, fŕente a algunos extremadamente breves, encontremos otros de proporciones desmesuradas-, sino que también va a variar el tipo de datos que suministra y el orden en que éstos se incluyen. Con todo, podemos distinguir en el diccionario tres tipos de artículos: los que tienen por lema un nombre propio son, naturalmente, de carácter enciclopédico; en ešte caso, su extension puede oscilar en función de los conocimientos que el autor posea sobre el terna o de la bibliografia que tenga a su disposición. Cuando el lema es, por el contrario, una unidad del sistema léxico, el artículo contiene siempre información lmguística, a la que se afiadirán, casi siempre, diversos complementos de carácter enciclopédico. Estos Ultimos, a los que podríamos llamar artículos hĺbridos, son los que más abundan.en el Tesoro. La información de carácter enciclopédico se puede presentar en el Tesoro se-gun una vanada tipología que, M. Seco (1987b: 105) ha tratado de sistematizar de la siguiente manera: —Descripción o explicación sobre el referente. ^Textes informativos o ilustrativos. —Simbología. —Consideraciones y juicios morales. —Anécdotas y curiosidades. —Bibliografia adicional. léxicľs tľnfZPawdaS,áQ AIf0nS° X eI SabÍ° eS la &ente Principal de Covarrubias para los arcaísmos los escritoreľo I &eT ^ ^ alf°nSÍeS' como las ™<" ° la História de Espaňa. Entre en nuevľn ^"f05 medievales destacan, según Romera Castillo (1982: 314-324), «Juan de Mena, LópLľeA^ des no ZZtuT* ^ "T, "Ť** Y Juan de la Encina ^ en otra ocasión [...] Entre las Autorida-seSÍľ ľ JuanMrelI-] Co* las nueve citas que el Tesoro ofrece dcEl CondeLucanor, autoridadeľľ^1811" numero de.fas ^ J^n de Mena y Las Coplas deMingo Revulgo, en una de las utondades mediales más sigmfícativas de Sebastián de Covarmbias». 28 Dolores Azorín Fernandez Dentro del piano de la información lingüistica, se puede decir que Covarrabias proporciona, si bien de modo intuitivo, los elementos mínimos que conforman el articulado de un diccionario de lengua.24 Pero, la información propiamente lingüistica no se limita a la defmición sino que se extiende a otros muchos aspectos que, a juicio de Seco (1987b: 104-105), pueden sintetizarse en los siguientes: —Defmición de la palabra-guía y de sus distintas acepciones (en el caso de las unidades polisémicas). —Autoridad literaria. —Equivalencia latina. —Etimologia propuesta. —Fraseologia. —Familia léxica (derivados; pero, a veces, también sinónimos, antónimos). Todo ešte cúmulo de posibilidades de información —tanto lingüistica como en-ciclopédica— raras veces se da en un mismo artículo. Tampoco hay un orden preesta-blecido para los distintos tipos de información en el interior del artículo. Lo que más frecuentemente suele aparecer en el articulado del Tesoro es la defmición y la etimologia, aunque no siempre en ešte mismo orden. Lo más raro —si nos atenemos a las indicaciones de Seco (1987b: 105)— es lapresencia de autoridades idiomáticas. Por su parte, J. Crespo (1992: 112 y sigs.) en un intento de sistematizar la diversidad de informaciones que caracteriza al articulado, en ešte caso del «Suple-mento» al Tesoro de la lengua espaňola o castellana —obra en cuya redacción Covarrabias reitera, con las salvedades propias del texto, el procedimiento empleado en el Tesoro— distingue, con buen criterio, entre los artículos que tienen como lema un nombre propio —por tanto, enciclopédicos puros— y los que vienen encabezados por una unidad del léxico común. Asi, en el primer caso, la variedad de informaciones a que suele dar lugar ešte tipo de artículos quedaría como sigue, aunque no nece-sariamente de manera exhaustiva ni en ešte mismo orden: —Descripción-defínición. —Etimologia y glosa etimológica. 24. En efecto, según J. Rey-Debove (1971: 155),,para que un diccionario pueda ser considerado como de lengua, bašta con que sus artículos contengan los tres requisites siguientes: el lema, la categoría gramatical del mismo y la defmición. De ešte modo, las entradas del diccionario adquieren su estatuto de signos pertenecientes a un sistema lingiiistico determinado y como tales se analizan. El Tesoro de la lengua castellana cumple, en efecto, ese programa mínimo de información; pues, salvo en el caso de la categoría gramatical que Covarrabias obvia en las partes variables de la oration, proporcionándola, en cambio, en el caso de las invariables, todo lo demás aparece reflejado. Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 29 —Forma clásica. —Información enciclopédica. —Bibliografia. —Resumen informativo. —Citas de clásicos. —Nivel de uso. Simbología. —Comentarios diversos. —Reenvíos. —Fraseología. —Corrección de erratas del Tesoro. Un ejemplo ilustrativo entresacado del Suplemento, que tomamos de J. Crespo (1992), podría ser el siguiente: *ACTISANES. Rey de Aegypto. Castigó el Descripción-definición. latrocinio con nueva pena y ŕue cortar a los ladrones las narices y desterrarlos a vn de-sierto en el qual edifícaron vna ciudad y la llamaron Rhinocuram ab excissis naribus: Información erudita. el común vso es cortar las orejas y esa falta cubren los curiosos con la cabellera. Tam- bién ay narizes postizas, pero no se disimu- Comentario humorístico. lan tanto. En los artículos que tiene por lema una unidad del léxico común, se pueden hallar los siguientes items informativos: —Defmición. 1.1 ,-Acepciónj. —Etimología. —Discusión etimolôgica —Término latino correspondiente —Nivel linguístico. —Familia léxica. —Indicaciones cronológicas, geográfícas, etc. —Autoridad (jurídica, temática, literaria). —Resumen enciclopédico. —Bibliografia. —Comentarios. 30 Dolores Azorín Fernandez —Fraseología. —Reenvíos. —Corrección de erratas del Tesoro de 1611. Comö'ejemplos de este tipo de articulos veamos los siguientes al Suplemento los dos primeros y, los dos restantes, al Tesoro—: -pertencientes *ACELERAR. Del verbo latino accelerare. Vale Etimología. lo mesmo que apresurar o anticipar alguna Definition, cosa. ACELERADO. el súbito y apresurado. Família léxica. ACELERADAMENTE. +ACORDAR algunas veces puede significar Äcepción. concertar vn instrumento con otro, y enton- ces vendrá de la palabra corda.ae, Veras la Etimología. palabra CUERDA. Reenvio. MARIDO. El hombre casado en relación a la Definition muger, del latino maritus, derivado de mas, Etimología aris. De marido se dixo malmaridada, la mal Família léxica casada. MARIPOSA. Es un animalito que se encuentra entre los gusanitos alados, el más imbecil de todos los que puede aver. Éste tiene in-clinación a entrarse por la luz de la can-dela, porfiando una vez y otra, hasta que íinalmente se quema. Y por esta razón el griego le dio el nombre m>pott)GTr|C. Veras a Erasmo en las Chiliadas, v orbo py raus tae gaudium. Esto mesmo les acontece a los mancebos livianos que no miran más que la luz y el resplandor de la muger para afi-cionarse a.ella; y quando se han acercado demasiado se queman las alas y pierden la vida. Díxose mariposa, quasi maliposa, por-que se assienta mal a la luz de la candela donde se quema: Definition Comentario personal Comentario personal Nombre en griego Autoridad Comentario personal Etimología La falta de uniformidad que presenta el articulado del Tesoro es evidente, de-fecto al que habrían de sumarse otras carencias formales que, desde nuestra actual perspectiva, sitúan al Díccionario de Covarmbias en las antípodas de lo que debería de ser una obra lexicográfíca objetiva, realizada cón los criterios de regularidad y Sebastián de Covarrubias y el nacimiento de la lexicografía 31 precision que todo diccionario conlleva para cumplir sus objetivos didácticos. Empe-zando por el desorden ortográfíco que reina en toda la obra —fuente de numerosos eiTores, duplicidades en el lemario, etc.—, pásando por la ausencia de un criterio fijo a la hora de seleccionar los elementos de la macroestructura y, —por mencionar uno de los rasgos más llamativos del Tesoro—, terminando con las continuas ingerencias personales del autor en la redacción de los artículos, se puede decir que Covarrubias da un paso atrás respecto del rigor que más de un siglo antes había mostrado Nebrija. Sin embargo, a pesar de los defectos senalados y a pesar de la escasa acepta-ción que tuvo entre sus contemporáneos, el Diccionario de Covarrubias lograría mar-car, hasta cierto punto, el devenir inmediato de la lexicografía espanola monolingüe y su legado se dejaría notar, asimismo, entre los más renombrados cultivadores extran-jeros del género plurilingüe. La influencia que ejerció en la lexicografía espanola, siendo objeto de varias continuaciones y ampliaciones25 y, sobre todo, proporcionan-do abundantísimos materiales a nuestro primer diccionario académico, es hoy unáni-memente reconocida por la historiografia lexicográfíca. Por ultimo, y a pesar de ser ésta la parte más polémica y discutible de su traba-jo, hay que hacer notar que también las etimologias del toledano fueron objeto de consulta por parte de otros lexicógrafos. El caso de Gilles Manage26 es, quizás, el más conocido. El autor de Les Origines de la Langue Frangoise (1650) se sirve de Covarrubias para indagar el origen de las voces francesas que él considera préstamos del espanol, aunque muchas veces no lo cite como fuente y si, en cambio, manifieste explícitamente su desconfianza hacia él en los casos en que menciona al autor espanol. 25. Además del Suplemento que el propio Covarrubias compuso, el Tesoro ŕue enriquecido por las adiciones del P. Noydens y también Juan Francisco Ay ala Manrique dej ó manuscrito un Tesoro de la lengua castellana, concebido conio complemento al de Covarrubias. Esta obra, que comenzó a redactarse en 1693 según reza su poriada, quedó inconclusá, pues sólo abarca hasta la letra C. La obra de Ayala se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacionalde Madrid, Ms. 1.324. Sobre esta obra y otras continuaciones tardías del Tesoro de Covarrubias, véase Azorín Fernandez (1988b). Senala Annamaria Gallina la deuda del Vocabulario italiano-espaňol, 1620, de Lorenzo Franciosini con Covarrubias, del cual torňará el lexicógrafo italiano numerosas voces y expresiones (cf. Gallina, 1959:271). Lamisma autora encuentra, asimismo, huellas de Covarrubias en elDuctorin linguas (1617) de John Minsheu, sobre todo en las etimologias de las voces espaftolas que este autor incluye en la parte hispánica de su diccionario políglota. Por otro lado, es R.-J. Steiner (1970: 61) quien sefiala a Covarrubias entre las diversas fuentes del Dictionary English and Spanish (1705) de John Stevens. 26. Sobre la influencia de Covarrubias en la obra del etimologista francés Ménage, véanse los si-guientes trabajos: J.-M. Lope Blanch (1990c), (1990d) y (1994). También puede consultarse a B. Lépinette (1988). 32 Dolores Azorín Fernandez Referencias bibliográficaš Alemany Ferrer, R. (1978): «Un antecedente olvidado de Antonio de Nebrija: la obra lexicográfíca de Alonso de Palencia», en ITEM, 3, pp. 61-72. Alvar Ezquerra, M. (1994): «El largo viaje hasta el diccionario monolingüe», en VozyLetra,V/ 1, pp. 47-66. Aldrete, B.-J. de (1606): Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en Espaňa, I, ed. de L. Nieto Jimenez, Madrid, C.S.I.C, 1972. Azorín Fernandez, D. 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