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Bochum Andreas Gather Consideraciones sobre la história económica y política de la lengua espaňola 1. Hace medio siglo eseribía Amado Alonso (1944, 407) el siguiente comentario al reflexionar sobre la unidad del idioma: „Lo que ha solido herir la imaginación de los lingüistas es el porqué de los fraccio-namientos de las lenguas, y a eso han dedieado mucho de sus esfuer-zos, proponiendo y criticando series de causas y condiciones; pero, en realidad, la maravilla es que no se llegue a la disgregación total, que se formen unidades lingiiisticas; y la averiguación de sus causas y modos si que es un terna cientifico digno". Una reflexion interesante porque considera las dos actitudes radicales con las que se puede enfrentar el estudio de la história de la lengua: la que entiende su curso como una sucesión de cambios hasta llegar a lo que hoy se tiene y la que, por el contrario, lo entiende como un proceso continuo de mantenimiento y perduración. No es que sean dos formulas irre-conciliables pero si que determinan la orientación del interes investi-gador a la hora de exponer lo que ha sido la configuración histórica de grandes lenguas vivas y cultivadas que llevan reconociéndose durante siglos como tales. No se puede negar que las lenguas, como efecto humano que son, cambian y se modifican con el tiempo; pero igualmente es palpable un hecho que en la lingiiística de orientación histórica (y en la lingiiística en general) ha pasado algo inadvertido por evidente: no cambian tanto; es más, y en esto subscribo las palabras de Amado Alonso, hay lenguas que guardan lo más interesante de su história en el proceso que lleva a su mantenimiento, quiero decir, en lo que las hace inere-mentarse, cultivarse, difundirse, unificarse y prolongarse en el tiempo siendo claramente identificables desde que nacen para el testimonio histórico elemental que es la eseritura hasta el presente. El hispanoha-blante de cultura media puede leer una noticia periodística publieada en el diario de la maňana, a renglón seguido pasar a las notas que redactó un jurisperito de la zona de Palencia hacia el aňo 1150 y entender ambos textos o por los menos reconocerlos como eseritos los dos en espaňol. Si esto sucede será por algo; la contestación más elemental, más ingenua y más directa que se presenta es la antedicha: porque, en el fondo, el idioma espaňol no ha cambiado gran cosa en ocho siglos y medio, los que van del perito palentino al periodista de esta maňana. 118 Juan R. Lodares Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 119 Es posible que esta verdad elemental sea difícil de aceptar para quien se considere historiador de la lengua; es más, que califique esa observación como una prerogrullada típica de profanos; y es también posible que considere en su fuero interno que la segunda orientación, la que subraya el mantenimiento de lengua a través del tiempo, sea en sí misma la negación de la historicidad. Sin embargo, las cosas pueden considerarse de otro modo: mi impresión es que se ha magni-ficado el vínculo que existe entre história y cambio en la lengua, ha-ciendo de sus transformaciones y variaciones los radicales historia-bles e incluso seňalando periodos lingúísticos cuyos límites cronológi-cos van de cambios a cambios. Esta magnificación es comprensible porque en el mismo método de historiar está el retalar, analizar, expli-car lo que era vigente para la época N y que ya no rige para hoy; el historiador lo es porque sabe cosas del pasado y en el pasado muchas de esas cosas eran distintas o eran y ya no son, el contraste determina fatalmente que hay cambios; en la história de las lenguas, además, siempre ha procedido asi: desde hace mucho tiempo unas vienen de otras por diversos fenómenos de disgregación; en algunos círculos tan concretos como el de la filológia románica la tarea del historiador es prácticamente una: explicar por qué del latín surgen nuevas lenguas, como se tiene la suerte de conocer el latín la explicación sucede por contraste, es decir, se subraya el cambio de nuevo. Como here-dera que es de la romanística, la concreta história de la lengua espaňola ha trasladado en su fundamente el método, solo que del gran contraste, del gran cambio latinorrománico, se ha pasado a pequeňos contrastes, pequeňos cambios dentro del mismo espaňol que no des-dibujan la fisonomía de la lengua, por eso un profano puede no notár la diferencia entre ayer y hoy pero un especialista sí. El interes por el quehacer histórico contrastivo, el subrayar la im-portancia de los cambios como modeladores de la história de las lenguas, produce a veces curiosas paradojas como que periodos donde se han acumulado casos de variación resulten un foco de bibliografia con hipótesis varias mientras que otros donde no cambia mucho el sistema de la lengua sean terreno baldío cuando, si se considera su trascendencia global en la histora del espaňol, estos últimos acaso sean mucho más relevantes que los primeros. La bibliografia dedicada a los cambios fonológicos en el siglo XVII es abrumadora si se com-para, por ejemplo, con la dedicada al periodo de ochenta y tantos aňos que va de las varias cédulas de Carlos III sobre la enseňanza del espaňol (1768, 1770, 1778) a la „Ley Moyano" (1857); evidentemente, en el primer caso hay cambios de norma linguística comentables y en el segundo principalmente pasos hacia la inmutabilidad, pero conside-rando el problema en términos de mantenimiento y perduración de la lengua espaňola los cambios sucedidos en el XVII son „peccata mi- nutá" comparados con lo que vino después: el ingreso en el club de las grandes lenguas modernas occidentals que sucede durante el siglo XVIII (sobre todo en su segunda mitad) cuando se supo responder a las necesidades comunicativas que exigían unas circunstancias so-cioeconómicas completamente distintas y mucho más complejas que las vigentes siglos antes (respuesta donde Carlos III o Moyano son las cabezas más visibles pero no las únicas). Quién sabe si sin tales exigencias cumplidas el espaňol séria hoy un código menor, provincial, disgregado o muy dialectalizado cuyos cambios en el siglo XVII no interesarían por sí mismos a nadie. 2. Quizá alguien entienda que se acaba de hacer una exaltación de la importancia de la „história externa" del espaňol a principios de la Espaňa contemporánea, pero no es asi exactamente. No estaría de más examinar la pareja „história interna" / „história externa" que tanto juego ha dado y que parece tan engafiosamente diáfana. Como por lo general se entiende, la história interna consistiría en examinar la evolución de los distintos niveles de la lengua: fónico, gramatical, léxico, tornados en sí mismos o haciendo una „descripción diacrónica de la lengua en cuanto a sistema funcional" (Eberenz 1991, 96) y la história externa séria un acopio de datos que encuadren esa descripción entre sus hablantes, en su contexto vital y, sobre todo, cultural. Aunque se ha hecho hincapié en la estrecha relación que existe entre ambas visiones y en que los datos de una alumbran a la otra y vice-versa (Lapesa 1978), lo cierto es que la llamada „história linguística externa" no ha dejado de ser un subproducto, un adorno noticioso y anecdótico con poco prestigio entre la família filológica porque, a menudo, ensefia obviedades y, es más, a veces no enseňa nada de nada pues muchos de los avatares políticos, sociales, económicos, guerras, revoluciones y catástrofes, disolución y aparición de nacio-nes, movimientos de fronteras, apenas tienen incidencia en el sistema linguístico; en general, resulta muy difícil explicar lo interno por lo externo, y como aquellos casos donde la explicación sí resulta briliante o aclaradora son pocos y no se pueden elevar a categorías ni regularidades (mientras que al sistema si pueden buscársele) lo externo acaba resultando, como decía antes, un complemento más o menos culto o erudite pero de escasa entidad explicativa; mientras que la descripción interna si que es infalible y puede aplicarse en teda época y en todo nivel linguístico sin necesidad de tener que recurrir a ningún complemento cultural. A mi juicio, este menosprecio o subordinación, dígase lo que se diga, de lo externo tiene una de sus causas - la única que voy a comentar ahora - en que la oposición interno/ externo es básica-mente una contribución teórica del paradigma história de la lengua = cambio; en efecto, desde tal perspectiva, todos los cambios que se f 120 Juan R. Lodares puedan imaginär son describibles, comentables, analizables y contras-tables pero no todos son explicables según el acontecer vital de los hablantes, a menudo lo son muy pocos y algunos de esos pocos son muy discutibles, luego la prelación de una linguística que entiende la história como mutación evolutiva de formas habrá de inclinarse por aquellas parcelas donde a ese cambio pueda despojársele de interfe-rencias (o donde quede con muy počas). En determinados casos, si esta concepción se desprende del rigor descriptivista puede dar un paso más y recurrir a fenómenos de tipo social o político o económico o cultural para explicar precisamente el cambio. En realidad, si se analizaran los fenómenos con detenimiento, podrían salir a la luz las razones humanas de muchísimos cambios e innovaciones lingiiísticos porque, en sí mismos, los sistemas son idealidades inmutables pero las personas que, al fin y al cabo, son quienes practican cótidiana-mente la lengua y producen alguna transformación en ella no son idealidades inmutables y están sujetas a situaciones vitales azarosas del más variado carácter que acaban manifestándose en lo que hablan y con quien lo hablan. Pero, aún asi, se estaría enfocando la cuestión desde la todopoderosa perspectiva del cambio linguístico solo que tratando de humanizarlo (o tratando de hacer más completo y evidente su paradigma). Si se considera desde el otro punto de vista, es decir, desde el paradigma história = mantenimiento, el panoráma cambia algo: para empezar, k> que aparece como anecdótico es el^ambio; quizá sea algo exagerado deciFänťfčä^ččT pero no es en ningún caso el foco de una história de la lengua, es más bien un complemento esperable y explicable dada la movilidad humana pero cuya característica más visible es que por mucho que aparezca, por mucho que se repita y por muy radical que sea o que aparente ser no altera sensiblemente el calado histórico de la lengua (porque cuando lo altera de verdad ya no es esa lengua, se trataría de otra que ha venido antes - por ejem-plo, el latín con respecto al portugués - u otra que va a venir después y cuyos indicios hipotéticamente se percibirían - por ejemplo, el *an-tillano frente al espaňoľ). La história del mantenimiento se enfoca hacia otras preocupaciones para las que la distinción interno/ externo es un tanto ociosa (o no se percibe tan nítidamente); se enfocaría a explicar por qué se produce la invariante de lengua durante tan prolongados periodos de tiempo, por qué confluyen variantes distin-tas hasta aunarse o, complementariamente, por qué divergen, hay mu-chas cuestiones más, claro está. Es evidente que las respuestas que se den han de venir de lo que tradicionalmente conocemos como história externa pero es que en este paradigma la tópica história externa resulta ser la história clave y no un complemento explicativo, no un apoyo que remate tal o cual argumentación intralinguística a propó- Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 121 sito del sistema, con lo que el adjetivo externo es de muy engaňosa aplicación. Encarar el fenómeno del mantenimiento de lengua requiere una definición previa del lenguaje en su panoráma histórico considerán-dolo, Uanamente, como una forma practica de relación para adaptarse al medio, pero no a un medio natural sino a un medio social que, en síntesis, responde a una organización productiva y económica humana; esta forma practica, individual o colectivamente, se ve condi-cionada por circunstancias y necesidades materiales, sobre todo por las que ataňen a la organización productiva de la sociedad; los modos de respuesta a ellas determinarán la modalidad de adaptación, por ejemplo, disgregación o unificación de variedades, en este ultimo caso, si la complejidad del aparato organizativo lo requiere aparece-rán mecanismos específicos para garantizar y facilitar la comunica-ción y la cooperación basados, por lo común, en la autoridad y la jerarquía. Son varias las consecuencias que se deducen de esta consi-deración, resumo tres de ellas: a) los fenómenos que afectan radical-mente a la história de las lenguas mantenidas están no solo fuera de la lengua misma sino fuera de las relaciones que se suponen adyacen-tes al lenguaje, por ejemplo, producciones culturales, literarias, ideo-lógicas, etc., que a los postre no tienen tanto influjo sobre la história de la lengua como se podría pensar o tienen sus canales de influjo concretos pero no absolutos; b) el mantenimiento de la lengua no es fruto de ningún „a priori" espiritual de la colectividad, ni esa lengua mantenida crea una unidad de espíritu entre quienes la comparten, ni esa hipotética comunidad espiritual va a seguir manteniéndola; una „comunidad de matéria" es a menudo mucho más fiable para su per-duración; c) otra consecuencia es el escaso peso del voluntarismo, individual o colectivo en el curso histórico de la lengua, es decir, la inanidad del empeňo manifiesto porque una lengua se mantenga (o porque se disgregue, que de todo hay); no se puede negar que haya habido intervenciones poderosas, incluso decisorias a veces, para mantener una lengua, pero hay circunstancias materiales en la consti-tución de las sociedades humanas que sobrepasan los cauces que el voluntarismo o las intervenciones linguísticas, impositivas o no, quie-ran trazar para la comunicación de un grupo humano. Por ejemplo, para el caso concreto de la lengua espaňola viene y . siendo un lugar común citár la importancia de la norma literaria como « '**■ ^fiW^ niveladora y mantenedora del sistema/ norma porque hacia ella se orienta el uso de la gente culta en todo el dominio hispánico pero, si se considera detenidamente, unajegión uniformadora de escritores i f pasados y presentes es más bien la coreecuencia^ no la causa, de que Jlj hava un mantemiento de lengua cuyos resortes están en otos_ámbi-_/ y los de la ŕéíación social; si se dieran tales circunstancias que hiciesen 122 Juan R. Lodares Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 123 V 0 que, en partes de ese dominio, cambiaran radicalmente las relaciones económicas y productivas de modo que se orientaran hacia otras zo-nas donde la lengua normativamente mantenida como espafiol no fuera necesaria bien se podria estar en los inicios de la creación de otros idiomas que, luego, generarian sus propios escritores. La mezcla de voluntarismo, concepción culturalista y metalingüistica (crear una lengua desde la lengua) de lo que es un idioma está muy bien ejempli-ficada en la Espaňa actual (Salvador 1987, 15-33); hace aňos hemos asistido a los intentos por crear la lengua aragonesa o la lengua anda-luza, por citar solo dos casos, incluso se ha promovido con pronuncia-mientos claros desde el poder político, como ocurrió en la Autonomía de Aragón en 1986. Es evidente que esa iniciativa filológico-literaria, esa apelación cultural al acervo de los pueblos, las lenguas etc., por sí misma no sirve para nada, primero porque allí se habla espafiol pero, sobre todo, porque las relaciones, vinculaciones y producciones económicas más la adscripción sociopolítica de las gentes de Andalu-cía y de Aragón confluyen con las del espacio político y económico del resto de los espaňoles... y aún cuando dejaran de confluir con él podrían seguir haciéndolo con muchísmos hispanohablantes del mundo. Esta comunidad de intereses ha mantenido la lengua. Pero supon-gamos que paulatinamente Sevilla, por imaginär un ejemplo, fuera adquiriendo nuevos compromisos particulares que la desvincularan del resto de ese espacio común, algo que en esencia solo puede ocu-rrir por motivación económica y que, simultáneamente, puede tener su manifestación política (y luego cultural o ideológica), de modo que un industrial sevillano que fabrique zapatos amarillos decida etique-tarlos abiertamente como sapató amariyo o algo por el estilo: cuando la venta de^zapatos empiece aser rentable^esa,jrno la_ocurréncia de un filoTö^oj^ernjDe^ el inicio del sevillarúsmo idiomático mas o menos exitoso. Esta suposición no está tan lejos de la realidad, considérese el hecho de que el „plebeyismoJingüistico" que se cultivó en influyentes círculos políticos argentinos hastala época de Perón (con consignas al estilo de \Le ganamo a lo dotore\) era demagogia sin mayor relevancia en las claves económicas del país (Alfonso 1963, 170), ^podría haber sido otra cosa? Ahora que el espanol experimenta cierto auge como segunda lengua, no sé hasta dónde puede llegar la costumbre de ambientes elitistas anglohablantes, radi-cados principalmente en EE UU, que han empezado a distinguir (y asi se refleja en la opciones que ofrecen algunas academias de idiomas) entre castillian 'espafiol europeo' y spanish american 'espafiol americano'. En otro orden, aunque en relación con lo que se comenta, no faltan ejemplos muchísimo más evidentes en aquellas autonomías donde el espaňol contacta con otra lengua: es fácil observar, para el caso de la Espaňa moderna, cómo las épocas de bonanza económica o aquellas en las que el espaňol daba acceso a mercados importantes (la ruta americana o el mercado interior favorable con otras provincias, por ejemplo) coinciden con épocas de reconocida difusión popular del espaňol y, viceversa, en las circunstancias económicamente azarosas o en aquellas donde los compromisos favorables se aboquen a circuitos económicos que rebasen los límites del mercado nacional, se ha tendido hacia la proyección del catalán, del gallego o del vasco: no es nmguna casualidad que los breviarios del nacionalismo, donde tantQ relieye.se da a lenguas que Es burguesías locales tenían olvidadas^^arezcan por lolTmismos aňos en que Espaňa pierde sus últimas colonias. En suma, que propóšltos e totérešés comunes favorecen el manteni-miento de la lengua como un código de amplio rango, con notable fijación y de aceptación generál para quienes se incluyen en ese espacio comunitario. Estos propósitos y estos intereses tienen poco que ver con la lengua en sí o con la voluntad de los hablantes por mante-nerla o enriquecerla que, por sí misma, sería una voluntad en el vacío y sí están, más bien, relacionados con las actividades, movimientos y azares de la organización socioproductiva de las sociedades que son los que acaban determinando la calidad comunicativa de una lengua (y su história cuando se hace repaso cronólogico de esa calidad): que se extienda o que se aisle, que se unifique o que se disgregue, que gane capacidad funcional en distintos campos (leyes, comercio, in-dustria, ciencia, administración, literatúra) o que la pierda, que haya necesidad de hacerla perdurar o que se muera. Por eso mismo, la oposición história interná/ história externá no tiene mucha validez si se manifíesta interes por la história económica y política de las lenguas, porque una história de este tipo no radica solo en descubrir causas o finalidades de cambio en el sistema-norma (llámese interno) recurriendo a lo que le pasa a la gente (llámese externo), sino que manifíesta principalmente su interes en descubrir el mantenimiento secular de la lengua; y las razones de ese mantenimiento no ya es que tengan que apoyarse en apuntes extemos, de história generál, sino que tienen sus raíces fuera de la lengua misma y hay que buscarlas en las necesidades humanas de los hablantes y sus modos de adaptarse linguística o comunicativamente a ellas. Termino este apartado con una simple reflexión que lo resume: con-siderada la história de la lengua espaňola en el siglo XIII, ^qué ha sido más importante para su perduración y mantenimiento?: ^las veinte mil páginas que le dedicó Alfonso X (muchas de las cuales no traspasaron nunca su círculo cortesano y, tras su reinado, estuvieron olvidadas du-rante buena porción de aňos) o, por citár una circunstancia concreta, una política económica que aunando ferias comerciales y fomentando la circulación de dinero movilizó los contactos interregionales y la de- 124 Juan R. Lodares pendencia productiva entre sus distintos reinos de una manera desco-nocia hasta entonces? En mi opinión, el gran favor que Alfonso X le presta al espaňol no solo ha sido en sí cultivarlo abiertamente, sobre todo ha sido encauzar las bases económicas y políticas que obligaron a castellanos veijos, riojanos, toledanos, vascos, leoneses, gallegos, sevi-Uanos, murcianos, extremeftos y otros muchos a comunicarse y a reco-nocer la mutua dependencia de sus intereses materiales, que una lengua común agilizaba, como nunca antes lo habían hecho. 3. Otra cuestión en la que también se revela las distintas orientacio-nes que adquieren los paradigmas históricos cambio/mantenimiento es la referida a la glotogénesis. Los orígenes de la lengua espaňola, por ejemplo, planteados desde el paso y el cambio del latín al romance son un terna debatido y es de suponer que lo seguirá siendo porque, planteado asi, es un asunto puramente especulativo, de poco acuerdo y difícil solución. Durante siglos los eruditos apoyaron la tesis de la corrupción del latín hispánico en boca de los visogodos. Para el caso del espaňol casi nadie sostiene ya esta hipótesis y desde que Sánchez Albornoz subrayó la importancia de elemento vascónico en la formación del condado castellano - elemento que luego se ha rebajado considerablemente (Moxó 1979, 63) - se ha tendido a inter-pretar la génesis del idioma como la conformación de un latín vasco-nizado y también como la aparición de una coiné, más o menos vasco-rrománica, donde se acogen y se rechazan elementos geográfica-mente castellanos junto a igual selección de otros geográficamente limítrofes. El problema de la glotogénesis puede seguir admitiendo hipótesis (basadas a veces en fuentes resbaladizas, como la toponi-mia, que confunde más que aclara) porque es un terreno abonado para ello si se plantea a modo de por qué o cómo o cuándo se pasa del latín al romance, es decir, según el paradigma história - cambio. El planteamiento desde el otro paradigma es completamente dis-tinto, es más, la glotogénesis como resolución de los problemas filoló-gico-cronólogicos que acarrea la transformación latinorromance inte-resa menos y sí interesa la aparición de un romance constituido ya como lengua de contrato social; en otras palabras, para el paradigma mantenimiento una lengua „nace" cuando hay un aparato organizativo dispuesto a garantizar su perpetuidad (en particular por escrito), esa disposición no responde a la voluntad personál o colectiva de crear un código concreto por afición filológica o por interes cultural, sino que es una de las seňales de que la sociedad ha alcanzado cierto desarrollo productivo, una complejidad en su red económica, comer-cial, institucional, política y adrninistrativa, en suma, estatal, de manera que la fijación de un código extenso que garantice esas relacio-nes aparece como un rasgo más del incremento generál de las socie-dades. Es posible que haya textos anteriores a la aparición de ese Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 125 aparato organizativo, evidentemente, las lenguas se han hablado y aún escrito mucho antes de que el cuerpo social (o un grupo hegemónico dentro de él) las desarrollaxa como código unificado, mantedido, con validez generál y amplio rango geográfico para una comunidad ex-tensa, pero si esos textos no pueden integrarse en ese cuerpo, si por sí mismos no hubieran garantizado la perpeteuación de la lengua al ser notas particulares, contratos privados, apuntes, etc. serán solo indicios de que esa lengua efectivamente ya circulaba. No todos los textos, por antiguos que sean, tienen el mismo valor, por su función no vale lo mismo el apunte romance que para su uso propio hace un notario imperito en latín que un documento salido de una cancillería que se difunde mandatoriamente por todo el reino; sin embargo, toda esa documentación anterior puede seňalar interesantes hitos en la otra protohistoria, la que rastrea las seňales previas al mantenimiento de lengua, las necesidades y circunstancias que han Uevado a un grupo no a desgajarse de un código previo sino a establecer el propio comunitariamente. Más adelante concretaremos esta tesis aplicándola a la aparición del espaňol. 4. Otro aspecto donde también pueden diferir los intereses orienta-dos a considerar el cambio o a considerar el mantenimiento es el de la periodización en la história de la lengua. En principio laperiodiza-dón más que un criterio objetivo es algp qué depende del patrón elegido (Eberenz 1991). Še puede periodizar atendiendo a "distintos criterios y todas esas periodizaciones serían inapelables (Marcos Marín 1992, 602-607). Ahora bien, suele aceptarse que en la periodización de una lengua lo que interesa marcar son aquellos hitos que han supuesto un cambio sobre periodos anteriores (para el caso del espaňol, por ejemplo, es tópico hablar de la transformación o de la revolu-ción fonológica del siglo XVII) y además la periodización de la lengua se hace metalinguísticamente, esto es, interesa seňalar personalida-des (Nebrija) o corporaciones (la Academia) o circunstancias (como la transformación antedicha) que se han preocupado de la lengua o han incidido específicamente en ella. Se traza la periodización, por tanto, sobre las fases de cambio desde, digamos, el siglo XIII hasta nuestros días o atendiendo también a momentos de intervención lin-guística y a quienes la producen - es decir, atendiendo al mantenimiento interventivo - (Marcos Marín 1979, 83-107). Pero, por lo mismo, podría trazarse sobre las fases o las circunstancias generales de la perdurablidad que acaso no se correspondan, como puede supo-nerse, con los hitos innovadores y que en muchas ocasiones ni son metalinguísticas ni proceden de intervenciones (porque la intervención es solo una parte, como he dicho, del mantenimiento). Si se consideran, finalmente, los casos que han incidido en el mantenimiento y perpetuación de la lengua los criterios de periodización T 126 Juan R. Lodares podrían variar y considerar aspectos que habitualmente no se atien-den o considerar los habituales de otra forma. Ya antes se ha apun-tado que la perpetuación de una lengua no es un proceso espontáneo sino que está muy ligado a los sistemas organizativos de la sociedades y las condiciones de integración que puedan crearse en estos Ultimos inciden en muchas circunstancias humanas, y entre ellas las lingüisti-cas, favoreciendo condiciones para su mantenimiento. Habitualmente, las decisiones metalinguísticas (intervenir, acordar reformas ortográficas, leyes para la difusión lingüistica, etc.) no son procesos exentos, porque sí, sino que podrían considerarse como modos de adecuación a necesidades que ha creado esa red organizativa, sin ta-les necesidades el curso de la histora lingüistica hubiera sido muy distinto. Una periodización orientada desde el punto de vista de los proce-\A/f'nk,1unJv' sos que mantienen ^a lengua podría considerar, por ejemplo, los si-I U guientes asuntos (es un repaso un tanto arbitrario y solo indicativo, v h tauJiwH^^ya lo aviso): la formación de un espacio productivo y comercial (con necesidades de transmisión de informaciones que acaba cubriendo i el castellano) desde las primeras repoblaciones del aňo 800 con la J, recuperación de las rutas mercantiles interiores - básicamente gana- deras - y hasta la administración de Alfonso VIII, cuando en las Cor-tes de Toledo de 1207 se demuestra claramente que el castellano domina ese espacio y se le da una sanción real estatalizadora u „oficiali-zadora" con valor para todo el reino de Castilla (Hernández 1988, 221). La poderosa figúra de Alfonso X, sin embargo, suele condensar, anulándolo en parte, todo lo que en la história lingüistica viene de-lante de él cuando su actividad no es sino un eslabón más, si bien sobresaliente, en la cadena de „oficialización" de un romance como lengua de comercio, administración y gobierno necesaria por exigen-cias económicas y políticas (Lomax 1971, 413). Nebrija o su momento, por ejemplo, suele ser otro hito, con toda justícia. Aquí están más ciaras las motivaciones sociopolíticas de una lengua sujeta al „arte" (Padley 1983, 71), sin embargo, con respecto al mantenimiento linguístico, convendría separar lo que se debe a iniciativas personales en los artificios de lengua derivadas del humor cultural de la época y lo que se debe a circunstancias generales económicas y políticas de especial pujanza que deterrninan que la unifica-ción de reinos sepa responder con su lengua común, ganando espa-cios funcionales importantísimos para ella, a las exigencias que plan-teaba, por ejemplo, un novedoso canal de información tan importante como la imprenta, circunstancia a la que se subordina tanto Nebrija en Espaňa como otros autores en sus respectivos países (Milroy/ Milroy 1985, 32-33). Es un asunto poco considerado, me parece, en la história de nuestra lengua, más atenta al terreno cultural-literario Consideraciones sobre la historia de la lengua espanola 127 y a sus personalidades que al econömico casi siempre anönimo, pero hägase un paralelo quinientos anos despues: el espanol pierde hoy terrenos funcionales en aquellos campos cuyas novedades van a transmitirse a traves de los nuevos canales informativos, bäsicamente informatizados; si bien gana hablantes como lengua materna (parece que cinco por cada dos que gana el ingles) la mayoria de estos se localiza en ämbitos econömica, industrial, politica y cienticamente poco representativos. La Castilla del siglo XV y, en especial, la progre-sivamente rica que emerge desde el primer tercio del siglo XIV gracias a las rentas del negocio lanero era justo todo lo contrario en su en-torno europeo (casi dos siglos de economia floreciente, pujanza politica y lengua en difusiön y mantenimiento constantes hasta la apari-ciön de la imprenta) y pudo tener oportunamente su Nebrija como los anglohablantes de hoy tienen su Microsoft Corporation. El siglo XVIII lo llena casi todo la fundaciön de la Academia y sus consiguientes labores que, directa o indirectamente, atanen a toda la intelectualidad de la epoca (en realidad la constituciön de la Academia es un süitoma mäs de que se estä respondiendo a ciertas necesidades comunicativas que laten fuera de lo que es la lengua en si, conque cabria considerarlas y periodizarlas para ver en que medida incidieron en esa fundaciön); el antedicho tramo de 1768 a 1847, por ejemplo, podria formar ciclo por si solo: en especial porque la re-forma de Carlos III determinö la difusiön populär de la lengua en las escuelas y otros centros de ensenanza, mäs o menos lo que consiguiö Moyano, y facilitö la apariciön de los proyectos de Olavide y Cabarrus para el caso. Pero tambien porque, con decisiones como esas, se supo responder y facilitar las exigencias de un espacio administrativo y comercial comün que favoreciö el mantenimiento de la lengua espanola incluso por los anos de la independencia americana. Sin em-bargo, suelej^nsiderars^ (preocupaciones norma- tivas aparte) eri adelante pasa pocas cosas de modo que podria ce-rrase ciclo a finales del XVII; en terminos de cambio si peroSCtSSEI nös de mantenimielio^ el tipo lingüistico del espaftol. En suma, no es mi intenciön hacer una cronologia o periodizaciön de la lengua espanola acorde con sus fases de mantenimiento y con los hechos que las propician, no la sabria hacer ahora mismo con minuciosidad y es un asunto que puede de-jarse para mäs adelante, pero si se eligiera ese patrön que duda cabe que en el relato histörico aparecerian datos y momentos que hasta ahora han pasado inadvertidos siendo capitales para la constituciön de la lengua tal como la conocemos hoy. 5. Al principio de este trabajo he senalado que las orientaciones que subrayan el cambio y aquellas que subrayan el mantenimiento de lengua no son visiones estrictamente separadas, de hecho lo mövil y ř i 1 Juan R. Lodares lo fijo establecen a menudo una relación dialéctica que consiste en que para mantenerse sea necesario cambiar, es decir, que muchos cambiosjsgn en_realidad índices de mantejúrme^ ajustar la lengua a las circunstancias nuevas. Ya sabemos que cuando se producen innovaciones, suponiendo que se acepten generalmente y perduren en el uso, acaban teniendo incluso sanción académica, digo para el caso del espaňol, que es como una carta de naturaleza autorizada. A veces el cambio se promueve precisamente para evitar que determinadas parcelas de la lengua queden obsoletas, se separen y se distancien de corrientes que otras lenguas marcan y que, de no seguirse, podrían crear seriös problemas de inadaptación en el código inmóvil y por esa iranovilidad, precisamente, aparecer síntomas de disgregación o perder vigencia. En el caso de aquellas facetas linguís-ticas donde pueden tomarse decisiones de difusión y aceptación generál (ortografia, pronunciación o escritura de antropónimos, topóni-mos, tecnicismos, ciertas cuestiones gramaticales) la innovación y el cambio son imprescindibles, atendiendo a la novedad de los hechos, lugares, personas, situaciones que no dejan de suceder y aparecer en el mundo y que exigen expresión verbal pronta sobre todo en los medios de comunicación; pues bien, todo ese cambio se produce bus-cando precisamente que el idioma se mantenga en buena y regulari-zada situación comunicativa. Hoy este hecho es evidente y sucede con una rapidez vertiginosa pero antiguamente pasó lo mismo, solo que de los cambios-para-mantenimiento antecedentes conservamos solo aquellos de memoria larga (por ejemplo, la decisión que trans-forma la ph en f), muchos otros cambios fueron de memoria corta y solo cabe hallarlos, si se hallan, en hemerotecas, libros, registros anti-guos. Paradójicamente, aquellos cambios o innovaciones de memoria larga son una de las bases del mantenimiento de las lenguas y son un índice de que los hablantes han sabido verbalizar usos sociales vigen-tes. Por otro lado no es el mismo el cambio el que se da cuando existen modos de autoridad y jerarquización linguísticas que cuando no existen. Son reflexiones estas, sin embargo, que de continuarse se apartarían del propósito generál de este escrito. Se puede hacer una recapitulación de lo dicho hasta ahora: la história de la formación de una lengua extensa y, sobre todo, la de su perpetuación tiene sus claves en condiciones económicas y, secunda-riamente, pohticas del grupo que la habla.fÉJjramJ^imie^ gua no es un hecho globalmente azaroso, natural, ni siquiera volunta-ríodel grupo, es mejor una respuesta, una adaptación, ä ciertas nece-sidades_ producttvas y orgarüzativas aue. surgen seňaladamente en ciertas comunidadesj Por lo generál, el mantenimiento se plantea cuando una lengua se ha difundido geográfica y demográficamente por prosperidad económica de sus hablantes; la forma que revista Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 129 esta difusión tiene menos importancia en sí que el hecho de que el grupo hablante que la logra sepa crear vínculos favorables para cuyo sostén sea imprescindible la canalización de una lengua comúnmente inteligible; la vinculación comercial y mercantil suele ser una condi-ción primaria y de gran importancia para garantizar difusión y perpetuación, hasta el punto de que suele reconocerse que la creación de una lengua^s^^dares, enj3uj2|éne^^l^^^ a las exigencias jd^J^^mbitos_ comerciales y jrámujteta (Müroy/ Slilroy 1985, 36). Si esas canalízlEiOTieššon exitosas determinarán un incremento en la lengua de modo que vaya ganando dominios comuni-cativos y funcionales acordes con la actividad de sus hablantes, con lo que se logrará que otros foráneos tengan que utilizarla como se-gunda lengua (hasta desplazar a la materna en algunos casos) si en-tran a formar parte de esos canales productivos o si se interesan por las actividades de su vecino. Una vez que ese espacio lingüistico está formado la lengua matriz puede „estatalizarse" si un grupo hegemó-nico advierte su utilidad o su condición de imprescindible para garantizar la organización de las tareas productivas que ataňen a su ámbito, dicho proceso implicará la aparición de entendidos que puedan tomar decisiones profesionales sobre la lengua refinando sus capacidades expresivas y, admitida en el aparato estatal, podrán tomarse medidas politicas, adirdrdstrativas y gubernativas sobre ella, en forma de decisiones de distinta indole: difundirla, establecerla en las escuelas, juz-gados, burocracia, en suma, promover desde los órganos de poder procesos que se suponen de integración de las personas en un cuerpo social unificado planificando actuaciones linguísticas. Esta recapitulación ilustra, me parece, dos conceptos simples que no quisiera pasar por alto: el primero, puestos a ejercitarla la historia económica y politica de una lengua al estilo de las grandes occidenta-les de cultura nos abocará a desentraňar factores de mantenimiento antes que factores de cambio; descubre, en fin, mejor su potenciál interés cuando se aboca a aquellos; el segundo, que una lengua desde la perspectiva que da el tiempo pueda considerarse histórica no es una circunstancia natural, ni se debe a un proceso fatal de creci-miento sostenido y que se vaya a seguir sosteniendo, ni a una idea, ni a un esfuerzo voluntario y consciente de sus hablantes por cultivarla, es simplemente la muestra de que un grupo humano (o, mejor, ciertos círculos especialmente prósperos dentro de ese grupo) ha tenido un desarrollo económico favorable a lo largo del tiempo o en determina-dos momentos críticos o, por lo mismo, que ha necesitado la circula-ción de una lengua para facilitar los procesos de desarrollo económico sirviéndose de exitosas acciones políticas sobre ella para satis-facer esa necesidad (Coulmas 1992, 185). Algunas de las ideas expues-tas hasta ahora podrían aplicarse a la histora del espaňol y a su 130 Juan R. Lodares proceso de mantenimiento. Es lo que voy a hacer a continuación sin pretender ser exhaustivo y sin detenerme en el periodo contemporá-neo (del que haré un simple esbozo final) porque, solo por la com-plejidad del espaňol americano, merece reflexiones aparte. 6. La tesis de Max Weber sobre la formación política de los estados resulta de interesante aplicación para la história de la lengua espaňola (en parte y la hemos aplicado, sin citár a Weber, al hablar del „naci-miento" de una lengua): un estado surge cuando aparece un cuerpo permanente de personál profesionál ocupado en la gestión y racionali-zación de las actividades de un grupo humano. Como puede dedu-cirse, la gestión lleva aňadido un problema de índole comunicativa: la creación, transmisión y archivo de las informaciones que genera la actividad humana organizada en formas estatales. Es necesario, por tanto, la utilización de un código que satisfaga esas necesidades y cuyas características no pueden ser otras que tener minima variación, ser inteligible, tener un amplio rango geográfico y poder perdurar en el tiempo; dichas cualidades, además, solo puede garantizarlas plena-mente un código escrito. Cuando el grupo de profesionales se ha plan-teado estos problemas comunicativos y ha conseguido resolverlos A puede decirse que ha surgido la fase estatal de la lengua, esto es, una U 1 lengua no^ace^se est^leceijiesde ese periodo de establecimiento I en adeíante la história de la lengua será completamente distinta a lo que era en su fase pre-estatal pues estará dotada de autoridad, escri-tura, cultivadores jerarquizados, sanción gubernativa, poder de cen-tralización y unificación de mensajes, circulación generál, canaliza-ción de novedades, creaciones, decisiones o mandatos, generación de espacios funcionales adyacentes a los órganos de poder o de organi-zación de la sociedad (economía, comercio, ley, ejército) junto a otras formas de incremento lingiiístico (traducciones, literatúra, ciencia) o de decisiones sobre la difusión del idioma (escuela), en suma, será un instrumento transmisor de civilidad, papel que no tenía asegurado antes (Martínez 1992, 8). De manera que en la história de la lengua espaňola pueden muy bien seňalarse esas dos fases: la pre-estatal y la estatal, siendo la segunda la que ha determinado que los factores de mantenimiento se hayan ido acumulando a favor del espaňol desde hace ocho siglos prácticamente. El que una lengua alcance la fase estatal no es una cuestión de azar. Viene a significar que el grupo humano que la proyecta ha alcan-zado ciertos grados de desarrollo productivo y organización social tales que traen como consecuencia la formación de ese grupo profesionál que acaba administrando los asuntos en su lengua. Esto puede hacerse, y de hecho asi ha sucedido en el caso espaňol, durante siglos, sin que medie una declaración expresa de oficialidad de la lengua o sin que durante mucho tiempo se considere la relación de len- Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 131 guas en contacto, si las hubiere, dentro del territorio geográfico por donde se reparte la lengua estatalizada (González Ollé 1978, 236). La fase idiomática estatal se alcanza por un proceso que podríamos 11a-mar de acumulación (que sucede en la fase pre-estatal y que a me-nudo no tiene relación directa con la lengua pero que acaba proyec-tándola), esta acumulación depende de muchos factores: situación geográfica que ocupa el grupo hablante, demografia y movilidad, po-derío militar pero, sobre todo, prosperidad económica y crecimiento junto a las redes mercantiles que sepa crear y mantener; si todas o buena parte estas circunstancias de acumulación han sido favorables a un grupo humano durante generaciones la consecuencia será que habrá habido una difusión y distribúciou linguística tal que al surgir las formas estatales de organización social el cuerpo de profesionales adoptará la lengua del grupo como forma efectiva de administración de los asuntos públicos y se esfrozará por definirla inequívocamente y enriquecerla (Joseph 1987, 65); en el caso del espaňol, diferenciarla claramente del latín y capacitarla para desarrollar en ellas funciones reservadas tradicionalmente a aquel. Lo que esencialmente diferencia a ambas fases es que en la pre-estatal no existen tipos de organización (sobre todo política) para los que la lengua se considere como un elemento cohesivo; en efecto, la lengua sirve para que se entienda le gente, incluso para que se en-tienda mucha gente, facilita todo tipo de contactos, negocios, y puede ser un vehículo de comunicación, mayoritariamente oral, muy exten-dido, pero no alcanza el carácter de código comunitario, uniformado, centralizado y elevado a testimonio, mayoritariamente escrito, de las actividades vitales del grupo que alcanza en la fase estatal, lo que permite que en concretos momentos históricos de esta haya habido una reflexión metalinguística desde los círculos hegemónicos sobre el papel de la lengua como garante del armazón estatal y se hayan dado pasos de intervención linguística, desde el poder político o desde círculos influyentes, orientados a mejorar la instalación de una lengua, reflexión y decisiones imposibles, porque no hay dónde apli-carlas, en fases pre-estatales. Otra diferencia interesante es que en la fase pre-estatal la lengua está sujeta a azares de disgregación o de desplazamiento de hablantes hacia otros códigos o de muerte incluso que a veces tratan de prevenirse en la fase estatal. Hay otras diferencias que ya se han apuntado antes entre ambas fases y creo que queda clara la trascendental importancia que para la história de una lengua supone alcanzar la fase estatal (realmente es un cambio capital en el que puede colocarse con toda justícia la línea entre su protohistoria y su história), sin embargo, quisiera hacer toda-vía hincapié sobre una circunstancia que a menudo determina las di-ferentes calidades de ambas fases: la lengua (endógena) escrita. La 132 Juan R. Lodares aparición de un código escrito no es fruto de un „divertimento" filoló-gico sino respuesta a necesidades administrativas de la sociedad: da-tos, recuentos, archivos, órdenes, en suma, la creación de un nuevo sistema comunicativo. Una socidedad donde las redes de relación va-yan haciéndose paulatinamente más complejas no puede permanecer en la transmisión oral de información y precisa modos fiables de co-municación que puedan recorrer largas distancias espaciales y temporales sin desvirtuarse. Una vez que la lengua se escribe podría decirse que el valor de la información se redobla la lengua escrita racionaliza el mundo y tiene un valor de mandato que no conoce la lengua oral. Hay más: buena parte de la lengua escrita empieza cultivando lo que se ha denominado „prosa practica" (no literaria) típica de las fases estatales de lengua: leyes, órdenes, fueros, tasas comerciales, inventa-rios económicos, acuerdos, escrituras de propiedad, donación, com-praventa, etc., de manera que aquel código que llegue a escribirse para transmitir tal información incrementa su capacidad y su recono-cimiento (Coulmas 1992, 201); asi se desarrolla un interesante fenó-i meno que se podría denominar „graficentrismo": en una comunidad se pueden hablar varias lenguas péWTojijJsjm^ \1 en la más capäzľTa apanHörrdeTäTescritura romance, por ejemplo, Q ' coincide, „grosso modo" con fases estatalizadoras de lengua: para el caso concreto del espaňol cabría considerar el hecho de que el latín vino funcionando como lengua exógena escrita en aquellas adminis-traciones donde la comunicación era básicamente en romance oral. Los reyes oían mucho más de lo que escribían y ya sabemos que Castilla se caracterizó siempre por ser un país sin ley escrita: un fuero, un juicio, un acuerdo, podían tener otorgamiento o resolución orales y, acaso, hacerse una confirmación protocolaria en latín. En la medida en que las redes organizativas de la sociedad se van compli-cando y sus canales representativos canalizándose hacia ámbitos cen-tralizadores y unificadores, se va haciendo necesaria la aparición de un escritura endógena, romance, y no meramente protocolaria, que deje perfectamente claros los asuntos que se negocian o las órdenes que emanan de una autoridad gubernativa. El curso exitoso de la eco-nomía, los negocios y la administración política es uno de los motores de la escritura en romance castellano, desde simples notas para la administración monacal (como la „Noticia de quesos" de Rozuela me-diado el siglo X) hasta documentos más complejos como infeudacio-nes y fueros, pues el fuero es en el fondo un documento de carácter económico relacionado con la ordenación productiva y comercial de la ciudad, castillo o lugar a que se otroga, peajes y portazgos, etc. Los monasterios, por su parte, actuaron originariamente como centros de distribución económica y productiva de las zonas donde se ubicaban y no es por casualidad que el mismo lugar donde se hacen „experi- f Consideraciones sobre la história de la lengua espanola 133 mentos" en escritura romance, San Millán, produzca pocos aňos des-pués un documento que se considera capital para el estudio de la economía castellana de principios del XII, los „Votos", por el que es deducible el amplio espacio comercial y recaudatorio que dominaba el monasterio donde aparecieron los primeros vestigios del espaňol escrito: desde la zóna navarro-riojana, pasando por el cantábrico vasco y santanderino, hasta la línea de Palencia-Vailadolid y por el sur hasta el Sistema Central. Algo parecido ocurre en el dominio de Sahagún (gran foco económico de la Castilla medieval). No séria, pues, muy complicado investigar la vinculación que se da entre las nuevas exigencias del desarrollo económico para gentes que no habla-ban latín y la conquista de nuevos espacios funcionales para su romance escrito. 7. La fase pre-estatal del espaňol podría limitaxse cronológicamente entre los aňos 800 a 1207, evidentemente, son fechas arbitrarias como suele ocurrir pero responden, por una parte, a las primeras repobla-ciones de Alfonso II en la línea de Astorga a Zaragoza con lo que se crearon las bases de establecimientos sociales muy móviles, y por otra a las Cortes de Toledo convocadas por Alfonso VIII donde, como ya he dicho, por primera vez se suscribe un documento comercial en espaňol, con validez y obligación para todo el reino (nada de acuerdos particulares o cartas de población locales), que liga a los distintos concejos y municipios y que lo suscribe la autoridad de la corona, en suma, un mandato que acatan todos. Este ultimo documento es interesante porque indica: que el castellano ya se había extendido como lengua vehicular del comercio y otros sectores productivos como la ganadería, agricultura, artes preindustriales, al poner en comunicación las antiguas zonas de repoblación con los núcleos centro-peninsulares, lo que no es una completa novedad en 1207 porque lo mismo puede deducirse de la lectura de documentos de muchos aňos antes como algunos fueros o colecciones de „fazaňas"; sí resulta más llamativo, sin embargo, el reconocimiento oficioso de esa calidad de lengua común por la autoridad regia y su consiguiente aprovecha-miento de modo que la administración castellana se dote del medio linguístico que le garantice una representación publica eficaz en todo el reino: decisión, organización, mandato, información y archivo. En fin, hay otros motivos notables en el entorno a esa fecha y de ese documento: la cancillería se había adscrito a Toledo un aňo antes, las actas de esas cortes están redactadas por profesionales (el mismo grupo que redactó en 1206 las „Paces de Cabreros" o, en todo caso, otro anejo a él y en contacto directo con la corona) y se deciden cuestiones comerciales en el Toledo inmediatamente anterior a la conquista y repoblación andaluzas; en fin, si hemos trasladado la tesis de Weber para hablar del establecimiento de las lenguas, bien 134 Juan R. Lodares puede decirse que esa fecha resulta muy representativa para el esta-blecimiento del espaňol: romance inequívoco, profesionales que lo escriben, aceptación generál y difusión completa desde el centro de la autoridad política y adminstrativa castellanas y calidad de archiva-ble. Creo que con ningún documento anterior había ocurrido nada igual. Hay todavía otro aspecto relativo a este escrito que revela la impor-tancia de los factores económicos en el establecimiento de lenguas: las actas toledanas se redactan ya abiertamente en romance por aten-ción a personas que no saben latín (o que por lo menos no lo usan), pero no afecta a cualesquiera personas, sino a las que se dedican a tareas productivas y tratos comerciales, o sea, las mantenedoras económicas del reino para las que unas tasas oficiales en una lengua que no utilizan son un estorbo y pueden confundir y debilitar la circu-lación saneada de rentas. Es más, pudiera ser que la aparición del castellano precisamente en un documento comercial de Toledo se deba al reconocimiento de una evidencia: el gran comercio toledano de importación y exportación (ganado, armas, tejidos, joyas, tráfico de esclavos) se encauzaba desde hacía muchísimos aňos hacia Anda-lucía (Gautier Dalché 1979, 422) y sus prósperos círculos mercantiles, en la práctica, trabajaban por la época en árabe o en castellano (Her-nández 1988, 223). Alfonso VIII (como Fernando III o como Alfonso X después) no proyecta ninguna lengua „motu proprio", más bien al revés: reconociendo una situación comunicativa de hecho (favorece-dora del tráfico comercial y de la economía castellana) se aplica a adaptarse a ella ejercitando el romance pero, a su vez, por su posición de especial privilegio en la cadena jerárquica, por la autoridad unifi-cada que representa y por su capacidad de concentrar decisiones, órdenes, y transmitirlas sin estorbo siendo de obediencia o aceptación generál, la práctica regia establece la lengua que otras circuns-tancias se han encargado previamente de difundir y asi contribuye al mantenimiento respaldado por una autoridad, situación que con otras condiciones resultaría quizá más azarosa. Ya he dicho que las fechas propuestas son convencionales, como es un periodo tan largo pueden seňalarse otros intermedios, pero aunque se hagan divisones dentro o fuera de él (como las clásicas de Menéndez Pidal remontándose desde la época visigótica) la característica esencial de esta fase siem-pre será una: procesos de acumulación, difusión y circulación del castellano (de naturaleza esencialmente económica) sin que se tome la decisión política de establecer, estatalizar, la lengua. Los procesos que determinan la acumulación linguística castellana en esta fase son más o menos conocidos y radican en las circunstan-cias históricas que detemúnaron la creación de la marca defensiva del reino asturiano uno de cuyos integrantes fue el condado de Casti- Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 135 11a. Esta marca tenía ciertas características favorables: posición geo-gráfica centrál, muchas tierras colonizables, franquicias para quienes se establecieran en ellas, lo que acabó determinando un desarrollo en cadena: más tierra capaz para más gente que a su vez buscará nuevos establecimientos donde pueden asentarse más personas, asi resultará que desde las primeras noticias sobre la demografia ibérica medieval esa franja leonesa-castellana-riojana-aragonesa, y su proyección su-reňa, aparece con un numero desproporcionado de habitantes con respecto a otras áreas peninsulares, con relación aproximada de cua-tro hablantes de espaňol (o si se quiere de personas que se entienden en romance-central-común) por cada cinco habitantes peninsulares, relación que no va a cambiar en siglos (Álvarez/Suárez 1988, 266). Pero la demografia en sí misma no habría significado mucho si estas gentes no hubieran sabido constituir redes productivas y comerciales muy prósperas junto a sus núcleos rectores: el círculo de León-Saha-gún-Palencia, el centrál de Burgos, el de Calahorra-San Millán-Lo-groňo y, por el sur, el de Toledo, más sus irradiaciones, todos estable-cidos a finales del siglo XI. Es curioso considerar cómo se parecen el espacio comercial y el lin-gíiístico castellanos y cómo en aquel se traza un conjunto de canales de intercambio productivo y mercantil que favorecieron la circulación del idioma. Nada sorprendente en sí mismo, es bien conocido el hecho de que el embrión de muchas funciones gubernativas radica en las necesi-dades organizativas de corporaciones comerciales y tanto el comercio como el gobierno precisan canales lingíiísticos francos, los promueven y fomentan. Tomemos el caso de la lana: la reconocida tesis económica de la llamada Reconquista sostiene, sencillamente, que los núcleos pro-ductivos del norte se especializan como ganaderos y bajan al sur a apa-centar ganados, la especialización responde a una necesidad vítal: el ganado es un bien de fácil movUidad que en caso de ataques o inestabili-dad en las zonas donde pasta puede retirarse fácilmente (Vicens Vives 1967, 124). Esta séria, claro está, una interpretación nuclear pero indi-cio de un hecho evidente que ninguna história económica discute: hasta bien entrado el siglo XV (más ahá incluso) Castilla fundamente su ri-queza en la producción lanera y muchos centros comerciales que van surgiendo a lo largo de la época medieval se deben en buena parte a ella; por poner un solo ejemplo, los puertos del cantábrico castellano poblados por Alfonso VIII, Laredo, Santander, Castro Urdiales y San Vi-cente de la Barquera, todos bajo control administrativo de Burgos, rea-vivan su organización comercial para exportar lana básicamente (Klein 1979, 51). Más tarde pasaría lo mismo con otros establecimientos por-tuarios vascos y asturianos. El espacio comercial castellano está muy determinado (y desde muy antiguo) por la ruta ganadera de las cafiadas cuyo tránsito ha ido sistemáticamente rompiendo todas las fronteras 136 Juan R. Lodares políticas y militares mientras trazaba las suyas propias y permitía el establecimeinto de importantes áreas comerciales: León-Zamora-Salamanca, Logroňo-Burgos-Palencia-Valladolid-Segovia-Avila, Soria-Huete-Campo de Calatrava, Cuenca-Villaescusa-Chinchilla-Murcia, y por el centro ramales por Toledo, Montaľbán, Puente del Arzobispo y luego los pasos hasta más al sur. Como permitía periódicamente reuniones, dos o tres al aňo, de los productores o mercaderes intere-sados en el negocio lanero donde, por miles a veces, gentes de Sego-via, Soria, Burgos, León, Zamora, se escuchaban. Alfonso X, por ejem-plo, tuvo la feliz ocurrencia comercial de aunar ferias castellanas en determinadas ciudades con días de paso por allí de la ganadería mes-teňa, redoblando la capacidad de intercambio de los feriantes (el documento fundacional de la Mesta, escrito en castellano, se debe a este mismo rey y se redactó a petición de los interesados en el negocio porque, según ellos, sus documentos fundacionales, muy antiguos, es-taban deteriorados). El mapa político de la Castilla bajomedieval traza sus fronteras por donde las trazó la organización ganadera de la Mesta, al contrario de lo que va a ocurrir después, ese mapa coin-cide „grosso modo" con el lingúístico: las intrigas dinásticas, las sepa-raciones o las conjunciones de reinos, las guerras y conquistas militares, parecen no afectar mucho a la circulación linguística que estable-cen los negocios laneros bajando del norte al sur y yendo de la ver-tiente nororiental a la suroccidental castellana hasta confluir en una compleja red de contactos centropeninsular. Es un ejemplo, no solo se comercia con lana, pero una forma básica de comercio da paso a variantes más complicadas y a la fundación de lugares dedicados prácticamente al mercado. Si se analiza la organización de las ferias comerciales el resultado será el mismo: sobre rutas mesteňas (u otras más antiguas todavía), rutas feriales, sobre rutas feriales comunicación personál que van del „salvo y seguro" garantizado por la corona para todo el reino a los pregones, propaganda, avisos, correos, mandaderos y aposentamiento, responsabili-dad de la ciudad anfitriona (Ladero 1982, 325). Todo ello facilita las formas de contacto lingúístico favoreciendo la pronta nivelación linguística entre personas que pertenecen a redes sociales móviles y extensas con hablas más o menos inteligibles (Penny 1986, 8). Si lo que conocemos como castellano común en el medievo, el que Menén-dez Pidal (1976, 485) ubicaba en la zóna Burgos, Cardeňa y Covarru-bias, pudo irradiar algunas de sus realizaciones linguísticas como lo hizo, perviviendo en el espaňol común que hoy conocemos, fue de-bido, simplemente, a la potencia comercial de Burgos, a su control de puertos cantábricos y de las rutas mercantiles jacobeas y sureňas con la circulación linguística que esto supone (Ruiz 1981, 51-61); el hecho de que las condiciones climáticas y geográficas abocaran a la Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 137 ciudad al particular medio de subsistencia que es el comercio debió de ser determinante para la suerte del idioma. Tampoco hay que olvi-dar el hecho humano: nos hemos referido antes a que la necesidad de mantener una lengua es una exigencia básicamente de comerciantes y administradores (respaldada luego políticamente), pues bien, bašta echar una mirada a las familias que se dedicaban al comercio en el Burgos alfonsí (en el prealfonsí debió de ser igual) para advertir no solo sus extraordinarias relaciones con los más altos círculos del poder político (de los que eran consejeros y prestamistas) sino la red de parentescos o enlaces que pudieron tejer con poderosas familias de otras áreas espafiolas aparte de sus enlaces europeos (Benassar 1985, 259). En mi opinión, la clave de la difusión del castellano en esta fase ni está en el éxito rriilitar o político ni en la cultura, habría que investigarla en la actividad comercial de algunos de sus hablantes radicados básicamente en la que se ha denominado con acierto „repú-blica de mercaderes" burgalesa y en algunas ciudades de patriciado urbano como, por ejemplo, Toledo. Hay una anécdota que, respecto a lo que acabamos de decir, está entre lo representativo y lo simbólico: en algunas fuentes navarras sobre las idas y venidas de Rodrigo Díaz de Vivar el héroe castellano ha cambiado su apodo y ha pasado de Campeador a Cambiador: no hay que olvidar que en las zonas de fron-tera castellanas la guerra era un negocio, otro más, bastante rentable. Este cúmulo de circunstancias determina el hecho de que el poder político no tenga otra opción si quiere ser efectivo que el de expre-sarse en la lengua de los comerciantes y de quienes circulan en ese próspero foco económico. Lo más elemental que esta primera fase ilustra es que unas circunstancias económicas prósperas e intereses comunes favorecen la difusión de lengua al canalizarla a través de circuitos comerciales, contri-buyendo con ello al mantenimiento en buen estado de fijación del código que facilita ese tráfico humano. Las consecuencias para la lengua son previsibles y tres de ellas decisivas para su suerte futura: los espacios funcionales que acapara, los estratos sociales en los que se instala y el rango de segunda lengua que adquiere para quienes acce-den a ese sistema desde códigos distinto (Coulmas 1992, 199). Todo ello sin que tenga que mediar ni reconocimiento ni apoyos políticos de la función cohesiva de la lengua; hecho que suele suceder, antes que antecer, a su instalación económica. 8. La fase que sigue a la que acabamos de esbozar séria la estatal o de establecimiento de lengua, que se distingue de la anterior básicamente en que las necesidades materiales de la sociedad multiplican las exigencias comunicativas y se dota de valor institucional a la lengua que las satisface. Esta queda además favorecida, en concretos momentos, por la circunstancia novedosa del apoyo político o de la 138 Juan R. Lodares preocupación en círculos hegemónicos sobre la utilidad de la lengua para integrar la sociedad dando paso a intervenciones sobre el mismo código (reformas ortográficas, por ejemplo, u otras decisiones de ajuste similares que, una vez decididas, tienen difusión generál) o dando paso a acciones de lo que conocemos como política linguística (González Ollé 1986). Para el caso del espaňol podría decirse que tal fase, una vez iniciada a principios del siglo XIII, no ha terminado todavía y lo que nos encontramos a lo largo de esos ocho siglos son momentos críticos que han favorecido la difusión y el mantenimiento de la lengua pero, distinguiendo lo que se debe a fenómenos sociológi-cos por los que esta salga favorecida de lo que son concretos planea-mientos, intervenciones o políticas a su favor, podría hacerse una sín-tesis que los contuviera a todos: una vez que, según la tesis que se ha expuesto, el castellano se estableció a principios del XIII su grupo hablante nuclear siguió igualmente disfrutando de organizaciones productivas y económicas favorables que determinaron su creci-miento demográfico y expansión territorial, estas condiciones se vie-ron además reforzadas por el poderoso polo unificador de la adminis-tración estatal que ha canalizado lingúísticamente la actividad hu-mana de ese grupo concreto hacia el espaňol como efecto más ejerci-tado, comunicable, intercambiable y, en el fondo, rentable. Asi pues, todas las circunstancias económicas y decisiones políticas que hayan facilitado la liquidación de fronteras, la movilidad, integración o as-censo sociales, la comunicación entre personas adscritas a ese es-tado, la distribución de su trabajo, el contacto entre zonas diferentes o alejadas, en suma, todo lo que haya orientado la organización productiva de la sociedad hacia formas más refínadas y complejas, obli-gatoriamente integradoras y unitarias, ha propiciado a su vez la forma más efectiva de entenderse entre las personas: una lengua común, se tenga como materna o se adquiera como segunda, junto la necesidad de mantenerla en buen estado y lo más uniforme posible. Este proceso que aquí se dibuja en términos muy generales (y que no es exclusivo del espaňol) ha variado por épocas pues no son las mismas necesidades comunicativas las que existen en sistemas feudales que en sistemas capitalistas, que refuerzan infinitamente más las necesidades de unificación productiva y comunicación linguística, pero, en esencia, el proceso no cambia: a circunstancias económicas favorables más trabajo humano canalizado lingúísticamente hacia el idioma que habla el grupo motor, su lengua se potencia expresivamente y aparece como un polo de atracción para los hablantes de códigos vecinos, no por el idioma en sí, sino por las oportunidades vitales que ofrece. Demografia, geografia y poder de decisión política ayudarán a la hegemónia linguística del grupo, pero no serán fuerzas decisivas, un i Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 139 polo económico favorable y atractivo es mucho más poderoso que una política linguística, incluso impositiva, a la hora de difundir una lengua, comunicarla, desarrollarla y hacer que perdure. El éxito del castellano estriba en que su proceso de establecimiento estatal su-cede muy pronto, porque el crecimiento económico del grupo que lo habla y, entre otros efectos, lo pone en circulación como lengua co-mercial es también temprano; por tanto, ya viene de antiguas adminis-traciones centralizadoras y organizadoras de la movilidad social la necesidad de hacerlo perdurar para garantizar un medio de comunicación general, con minima variación y archivable, al que van adscri-biéndose quienes están interesados o quienes están en el campo de influencia de ese productivo medio humano y lingúístico. Las administraciones estatales de Fernando III y Alfonso X, por ejemplo, representan un modelo muy característico de establecimiento del espaňol con dos resultados linguísticos especialmente 11a-mativos: ľ) los muchos campos funcionales que gana la lengua (jurí-dico, politico, científico y, en general, prósistico: crónicas, versiones bíblicas.) 2) La aparición de las primeras reflexiones sobre la necesidad de un instrumento que garantice una comunicación sin ruidos, eficaz, jerarquizada, mantenible y perdurable: una lengua de gobierno, en suma. (Un tercer resultado interesante se podría aňadir que es la aparición de datos fidedignos sobre un contacto de lenguas, o hablas, resuelto casi siempre a favor del castellano). A estos resultados no se Uegó por simple empeňo filológico de los reyes y sus cortes, esto ya se sabe, sino que representan muy bien las circunstancias económicas y políticas del momento hasta tal punto favorables para el grupo de lengua materna castellana que podría decirse que a finales del XIII ya está echada la suerte del espaňol en su espacio peninsular (por lo menos hasta cinco siglos largos después). La suerte económica la facilitaron, por una parte, la conquista de importantes plazas andalu-zas y, por otra, el refuerzo de la exportación lanera dirigida a Flandes e Inglaterra. Se crearon asi dos ejes económicos centralizados, „grosso modo", en Burgos para el control de la navegación norteňa surgida al calor de las exportaciones; por otra parte el eje sureňo dominado por Toledo como natural paso hacia las tierras andaluzas y principal suministrador suyo. En suma, lo que apuntaba en las Cortes de Toledo de 1207 se desarrolla en progresión geométrica a los pocos aňos. Puede que a alguien le parezca algo mezquino pensar que el éxito del idioma, la necesidad de hacerlo perdurable, se fraguara, en el fondo, sobre algo tan materiál como la lana, el aceite y la navegación comercial en vez de hacerlo sobre refmadas traducciones de tex-tos orientales en ciudades donde se hermanaban solidarios sabios de tres culturas, sin embargo, parece que asi fue: un comerciante de lana soriano y otro leonés que mandan su materia a la lonja de un sego- 140 Juan R. Lodares viano, que la remite al almacén de un burgalés, que la transporta al barco de un bilbaíno que la cambia por una pieza de tela en Brujas y se la vende a un sastre vitoriano que fabrica un traje y se lo vende a un toledano que, a su vez, lo revende a un sevillano a cambio de aceite que sube a Valladolid o Bilbao con paradas en Córdoba, Mérida, Toledo, Segovia y Medina del Campo, todos esos, hacen comun una lengua; mientras tanto, el traductor de biblias se aprovecha de esa comunidad (y, como profesionál de la lengua puede decidir sobre as-pectos normativos que luego se distribuirán jerárquicamente), la corona, por su parte, trata de asegurar tan productivo tráfico. Las nuevas necesidades organizativas que dicho tráfico genera fa-vorecieron el reforzamiento de administraciones centralizadas y jerar-quizadas con notable concentración de poder en el círculo de la rea-leza cuyo maximo exponente en la época fue la figura de Alfonso X (Torres 1982, 14). El ejercicio de este poder se expresó en todas las facetas que ataňen a la vida publica de la comunidad: aspecto militar, administración de justicia, producción normativa que obliga a todos los súbditos sin distinción, uniformación fiscal, igualación de pesos y medidas, acuňación de moneda, fundación de ferias y mercados, liberalización del tráfico mercantil interior y otros muchos aspectos similares; la eficacia de ese ejercicio pasaba por dotarse de un instrumenta linguístico lo más homogéneo (u homogeneizable) y extendido posible, en realidad, más que dotarse de él reforzar una practica co-menzada a principios de siglo mediante dicho instrumenta: administer en castellano. Esta necesidad política, originada en unas condi-ciones económicas muy precisas de la Castilla medieval, fue la que multiplied) la practica de castellanizar la vida publica y no hay que buscar el origen del fenómeno ni en un empeňo cultural del rey, ni en un clan de traductores judíos poco afectos al latin (que, en todo caso, contribuirían como profesionales en parcelas específicas del saber), ni en voluntarismos parecidos a esos. Por otra parte, en un rey como Alfonso X, nada de lo que podríamos considerar „cultural" es cultural-mente puro: toda su obra (y no solo la eserita, sino la que se plasma en manifestaciones artísticas y arquitectónicas de la época hechas a expensas de la corona) está dedicada a la exaltación política del mo-narca y al refuerzo de su autoridad que en el caso de la tradición castellanoleonesa pasaba, entre otras virtudes, por la exposición abrumadora de saberes que adornan la figura del rey. Ni que decir tiene, como se ha venido insistiendo en ello, que el castellano se adaptó a esas necesidades expresivas y ganó funcionali-dad en todos los campos, tanto de prosa practica: castellano comer-cial, jurídico, administrativo, de actividad política, económica, fiscal, militar, registra, notarial, como de prosa literaria (historiografia, textos bíblicos, traducciones „científicas" y textos varios); bastará un Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 141 botón de muestra: hasta tal punto es notable el esfuerzo por adaptar al castellano la terminológia jurídica latina en los aňos de recepción del derecho común (dentro del proyecto alfonsí de unificación legislativa) para aplicarla a una masa de asuntos que se tramita ya en romance, que todos los glosarios jurídicos medievales peninsulares que se conocen están en castellano (Garcia y Garcia 1971), de ahí su capa-citación como lengua jurídica. Hasta aqui el primer resultado linguístico llamativo al que nos referíamos antes. Sobre el segundo, las reflexiones acerca de la necesidad de homo-geneizar el medio de comunicación, se ha eserito mucho, son evidentes en Alfonso X (menos claras en Fernando III) y cabe solo resumir-las: el celebre concepto „castellano derecho" debe enmarcarse aquí sin duda alguna (seeundariamente es debatible si tal expresión se refiere a los procesos de selección linguística - eseoger lo esencial-mente castellano frente a soluciones de otras hablas, hacer compen-dio de varias, etc. - o a los de capacitación linguística - dotar al castellano, quiero decir, a lo que círculos hegemónicos consideraban como lengua propia sin preocupaciones sobre qué tipo dialectal fuera ese, de las posibilidades expresivas que otras lenguas sabias y rectas poseían). La transmisión legendaria de las excelencias linguísticas de Toledo también debe colocarse aquí; a mi juicio la leyenda tiene una base real motivada por la reorganización jurídica del reino y el valor ideológico que en la unificación legislativa tiene subrayar el visigo-tismo toledano, aunque luego se saco de madre con el paso del tiempo y ha llegado hasta nuestros dias graciosamente exagerada (Lodares 1995); y hay, por supuesto, casos que no admiten duda en cuanto a las intenciones de normalización, perduración y jerarquiza-ción linguística de los mensajes que se emiten, cito uno de ellos: cuando el rey publica el Espéculo (^Toledo, 1254?), compendio de una reforma jurídica, dispone claramente en el prólogo que ante las dudas linguísticas y conceptuales que puedan surgir en el proceso de transmisión del libro por las muchas copias que se hagan de él, los muchos lugares a los que se envíe y la multitud de personas a que va dirigido, el texto de arbitrio será únicamente el que se guarda en su itinerante corte. No voy a extenderme a este propósito sobre la importancia de la jerarquización linguística, corriente en las fases estatales de lengua, a la hora de asegurar el mantenimiento y la perduración de las lenguas (para lo que Alfonso X es el ejemplo perfecta y no solo para el castellano sino para la teória general del caso) baste seňalar que de la época alfonsí, desde bien temprano, pues, para la história de cualquier lengua vigente que se considere, datan las primeras manifestaciones ex-presas sobre la jerarquización, muy poderosa al centralizarse en una misma figura, según los cánones de la época, la encarnación de la om-nisciencia, la autoridad política y la autoridad linguística. 142 Juan R. Lodares El tercer asunto comentable era el referido al contacto lingúístico prontamente favorable al castellano. El concepto de „castellaniza-ción" es bastante complejo y puede dejarse para otro momento el teorizar sobre él, asi que me limitaré a esbozar algunas ideas. La enorme extension geográfica de la corona castellana exige que se pro-duzca un complejo contacto humano y, en el ámbito lingúístico, se traduce en que lo mismo contactan variedades inteligibles entre si que otras que nada tienen en común (el castellano y el árabe, por ejemplo, o el vasco o las lenguas de muchos repobladores europeos). Las soluciones en que se resuelven los contactos son de muy diversa naturaleza pero hay una evidente: la lengua vehicular del reino acaba siendo la castellana. Todo indica que esto sucedió no solo por extension del grupo nuclear castellanohablante sino porque ese grupo pudo crear un atractivo espacio económico para sus vecinos cuyo aprove-chamiento pasaba por la asimilación de la lengua: si la adaptación a ese espacio se hace desde variedades mutuamente inteligibles, los rasgos periféricos se van simplificando a favor de otros castellanos o nivelados como queda claro en la redacción de los fueros leoneses que, conforme avanzan en espacio y tiempo de Zamora a Alba de Tormes, van perdiendo rasgos dialectales; si en la adaptación conflu-yen muchas lenguas, el castellano es la única capaz de funcionar como franca: la zona de Sahagún, Carrión y Palencia se repuebla por Alfonso VI con „negociadores de diversas naciones y extraňas lenguas", según las crónicas, y un siglo después está plenamente inte-grada en un mercado que acuerda sus tasas comerciales en castellano. Otras veces se aprende como segunda lengua: la penetración comercial castellana, canalizada por Burgos, en los puertos vascos y cantábricos trazó la divisoria entre la lengua urbana-mercantil (castellano) y la rural y de economía doméstica (hablas eusquéricas). Y en otros casos más la hegemónia del grupo castellanohablante es tan abrumadora que el contacto no preocupa lo más mínimo: en su polí-tica mudéjar Alfonso X siempre respetó la lengua de los grupos arabe-hablantes porque las opciones de estos eran počas, o se pasaban al castellano y se asimilaban o persistían en el árabe, religion musul-mana, etc. y, con ello, quedaban anclados en areas marginales y des-clasadas dentro de la nuevas organizaciones sociales; el contacto lingúístico era un problema suyo, no del círculo alfonsí cuya seguridad en que la administración política del reino iba a hacerse en su propia lengua era absoluta y aparecía como cosa natural. Esto nada tiene que ver con la tolerancia, el reconocimiento de las diferencias cultura-les ni vaguedades parecidas. Hay algo más que decir con respecto al contacto en esta época (aunque es ampliable a otras, por cierto): la capacidad fucional del castellano es tanta que aun en aquellas zonas donde no sea lengua Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 143 generalmente conocida y pueda haber amplios focos de hablantes de otras variedades resulta que los asuntos públicos y determinantes (or-ganización militar, comercial, judicial, política) se llevan en castellano (el „graficentrismo" antedicho) y, en contadas ocasiones, el mismo círculo administrativo y profesionál que produce mayoritariamente textos en castellano y organiza la circulación social en torno a él, produce versiones en otras hablas dirigidas a grupos que pueden no dominar la castellana; en mi opinón esta es la clave, por ejemplo, de las versiones leonesas del Fuero Juzgo que auspicia la administración alfonsí (u otros textos como, acaso, el Fuero de Avilés). Hay que com-prender en el concepto „castellanización" no solo la difusión de lengua entre personas o zonas geográficas sino, sobre todo, su progre-siva presencia en dominios funcionales y su adopción como segunda lengua. A finales del XIII se establece la siguiente relación: el castellano es lengua de comercio, administración y gobierno, la de mayor representación pública, pero hay personas adscritas a la corona que no la dominarían o en palabras, no dignas de demasiado crédito en este terreno, del cronista catalán Muntaner: „Castella ha molts provín-cies qui cascun paria son lletguaje". Dadas las necesidades de organi-zación de la época esta circunstancia no ha parecido importar mucho hasta finales del siglo XVIII cuando la reorganización económica espaňola (incluyo las, por entonces, importantes colonias americanas) determinó un nuevo tipo lingúístico donde el conocimiento de una lengua común y su mantenimiento garantizara la integración, movili-dad y aprovechamiento del capital social. Las „castellanizaciones" me-dievales tienen muy poco que ver con la que sucede en la época moderna y, sobre todo, contemporánea porque las necesidades de lengua común para unas y para otras no se parecen mucho, como no se parecen mucho las circunstancias humanas y productivas que en una u otra época motivaron esas necesidades. Muchos más aspectos referidos al siglo XIII podrían tratarse, apunto solo uno final: ya se sabe que una de las relaciones que hay entre desarrollo económico humano y situaciones de multilingúismo es que a mayores avances productivos conjuntos el multilingúismo se limita severamente o se busca la manera de limitarlo (Das Gupta 1968), de modo que los posibles focos de disgregación lingtiística que-dan reducidos o a códigos aislados o a una forma de poliestilismo (diversas pero reconocibles maneras para todos de hablar la misma lengua); en el amplio dominio de la corona castellana, al final del siglo XIII, ya se han sentado las bases de esa relación. Como también cabría tener en cuenta el hecho de que desde los orígenes de la estata-lización lingtiística y hasta finales del siglo XV la gestión económica y política del reino la determina el eje castellanoviejo de Palencia-Valladolid-Medina del Campo-Burgos-Cantábrico (que moviliza a ejes 144 Juan R. Lodares secundarios antedichos), otras ciudades, seňaladamente Toledo, pu-dieron servir en algún momento de apoyos ideológicos a la estandari-zación lingüistica más que de modelos idiomáticos efectivos (el caso toledano, a mi juicio y como he apuntado antes, basándose en el epi-gonismo visgótico de carácter unionista que se le atribuye al reino sobre todo desde la época alfonsí). No hay que oMdar que la base de la estandarización lingüistica suele cimentarse en una necesidad económica que se refuerza con ciertos presupuestos ideológicos. 9. Podría caracterizarse, pues, al siglo XIII como el siglo del esta-blecimiento del espaňol, en el sentido de lengua estatalizada con lo que ello comporta (y si se quiere concretar una fecha, un lugar o una circunstancia, lo que quizá es menos trascendente, podría valer la de 1207 y las cortes toledanas); desde finales de esa centuria hasta en-trado el siglo XVIII bien puede decirse que, esencialmente, no cam-bian las pautas de difusión y mantenimiento de la lengua aunque apuntan algunas nuevas con cierta fuerza, entre ellas una conciencia mucho más perfilada sobre la necesidad de normas linguísticas y el comienzo de una política lingüistica, decidida sobre todo para la asi-milación de musulmanes e indios, favorable al espaňol. Para Castilla perduró la economía expansiva porque mantuvo intactas sus fuentes de riqueza: producción y exportation laneras y otras materias como aceite, vino, cereales que, con la union de reinos, y una navegación comercial entrenada le facilitó un comercio interior y exterior bas-tante próspero frente a otras zonas peninsulares. Si otra vez tomamos el ejemplo de la lana se advertirá que lo que en el XIII pasó en la costa cantábrica vuelve a repetirse durante el XIV y, sobre todo, el XV en la mediterránea: la presencia comercial es presencia lingüistica y los envíos laneros se hacen, primero, desde Barcelona, pero con las guerras civiles de mediados del XV se van desplazando al eje Valencia-Alicante; estas areas (aunque con cierta autonómia) ya van a bascular hacia formas económicas más o menos unificadas de base castellana; a la suerte de Medina y Burgos se vincula, por ejemplo, Valencia trans-formada en la capital financiera de los RRCC con la responsabilidad de fraguar la circulation monetaria común. Todo ello redobló la presencia del espaňol en las areas de privilegio politico y económico donde ya estaba asentado desde hacia tiempo: una reclamation en las Cortes de Toledo de 1480 exigía que todos los escribanos del reino supieran espaňol (Eberenz 1992, 376). Pero hubo todavía más corrien-tes favorables si cabe: la hegemónia política castellana y el dinero genovés monopolizan el nuevo foco de expansion económica que son las rutas atlánticas con un nuevo establecimiento comercial en Sevilla. A princios del XVI, pues, una corriente productiva y mercantil que se expresaba en espaňol y llevaba más de tres siglos recorriendo el interior peninsular ya se había presentado además en importantes Consideraciones sobre la história de la lengua espaftola 145 focos difusores de la costa, y algunos que adquieren nuevos bríos, como el sevillano, de una trascendencia que no hará falta ponderar. La preocupación normativa por la lengua presente en Nebrija se ex-plica muy bien si se relaciona con lo antedicho y, por citar un botón de muestra, con la intention de controlar las nuevas posibilidades técnicas de difusión del idioma que aparecen, como ya he apuntado, con la imprenta respondiendo a sus exigencias. Con ello se racionali-zan igualmente las posibilidades humanas de difusión idiomática. Vuelven a cumplirse en el espaňol las tres condiciones básicas que determinan la extension de una lengua y la aparición de modos de mantenimiento: economía potente del grupo hablante, consiguiente capacidad funcional de su lengua para responder a nuevas necesida-des expresivas y reconocimiento de su valor como segunda lengua. Con respecto a este ultimo punto, se sabe que buena parte de la labor nebrijense se destina, en concreto, a renovar los métodos de ense-ňanza contrastiva de idiomas aprendiendo el espaňol desde el latín y viceversa (Colombo 1993). Otros tópicos como la lengua compaňera del imperio e ideas afines son, a la postře, aňadidos ideológicos que por si mismos no determinan ni la difusión de una lengua ni el éxito en mantenerla. La idea de que el espaňol debe aprenderse como lengua común americana aparece desde los primeros aňos de colonización. Si bien durante la monarquía de los Ausburgo no se llevó a la prática con tanto celo como se hizo a finales del siglo XVIII, hay datos que resul-tan muy interesantes respecto a la relación entre lengua y economía en aquellas circunstancias, cito uno elemental: es fácil comprobar como el periodo de mayor auge de importanción del tesoro ameri-cano hacia Espafla, que va de 1561 a 1650, coincide con acumulación de normativas civues para enseňar el castellano a los indios. Los aňos 1593, 1595 y 1596, en concreto, que son las fechas culminantes del mercado americano ven aparecer instrucciones del virrey de Nueva Espaňa, del de Perú y del propio Felipe II, respectivamente, determi-nando que se creen colegios para hijos de caciques y principales, que se enseňe el espaňol desde la infancia a los indios y que se extreme el celo en „introducir la [lengua] castellana como la más común y capaz". Esta correlation no es mera casualidad y responde, como es fácil entrever en documentos coetáneos, a la necesidad de difundir un medio de comunicación unificado que facilite las transacciones mercantiles, la busqueda de materias primas y, en fin, la adaptation del indio al modo más fluido de production colonial (de Solano 1991). Es interesante asimismo comprobar cómo durante los siglos XVI y XVII los problemas relativos a la fijeza y normalization del espaňol suelen Uevar aparejadas políticas linguísticas tendentes a que se aca-ten las resoluciones tomadas en torno a ellos, o sea, hay preocupacio- 146 Juan R. Lodares nes teóricas y prácticas por asegurar el mantenimiento de lengua y movilizar los resortes que puedan garantizarlo, preocupaciones mu-cho más notables que en el caso de la jerarquización alfonsí; el go-bierno de Felipe II, por ejemplo, es un caso evidente. Ya se sabe que en él se multiplicaron los asuntos de gobierno que requerían rápida circulación linguística por un espacio geográfico desmesurado y, a la vez, se redobla el poder centralizador de la monarquía y la concentra-ción de formas organizativas de la sociedad, entre ellas, notable-mente, las culturales, ideológicas y sus canales de comunicación go-bernando, hasta monopolizar a veces, imprentas y otros medios de difusión controlada (Beneyto 1927). Todo muy acorde con las preocupaciones generadas en su entorno sobre la disgregación linguística, la posibilidad de que el espaňol se quedara inútil y el gobierno de un gran espacio político reducido a un marasmo lingúístico ininteligible (sobre todo en su forma escrita); a finales del XVI triunfó, pues, la idea de establecer un „examen de maestros para las letras" que unifi-cara las normas de escritura que debían enseňarse en la escuela según „la cartilla común que corre por Castilla de cien aňos a esta parte". Ignoro en concreto la difusión y éxito de tal medida en lo que se refiere a la normativa ortográfica y a los usos fonéticos del espaňol, sí reforzó, sin duda, la idea de autoridad y jerarquía en la instalación común de la lengua; y parece que las reforzara siguiendo las pautas linguísticas del antiguo eje vallisoletano-burgalés porque tras la pe-nosa crisis que dicha zóna sufre de la segunda mitad del XVI muchos de sus agentes económicos, comerciales y financieros se instalan con éxito en Madrid que aparece nuevo polo de un tráfico mercantil vin-culado por el sur a Cádiz, Sevilla más la carrera americana y por el norte, a través de un progresivamente debilitado canal cantábrico, con Amberes (Vicens Vives 1967, 400). Un tipo distinto de política linguística en la época fue el propósito de erradicación del árabe, que finalmente se consiguió, siendo el único caso en la história del contacto lingúístico peninsular en el que taxativamente se ha procurado una asimilación total forzada en muchos casos por el terror, no solo de lengua sino de religión y costum-bres. Las decisiones destinadas a no permitir la expresión en hablas vascas en las Juntas de Vizcaya, que se suceden desde los primeros aňos de Felipe III, no van en realidad contra estas por antipatia linguística sino que se destinan a hacer más fluido el gobierno de la zóna, evitando interferencias (dada la dialectalización del vasco) y dando prelación a vascohablantes que supieran espaňol, pues en asuntos públicos comunes esta era la lengua de enlace con el con-junto político de la corona. Por lo demás, el contacto de lenguas es algo que, cuando no dificulta la comunicación, no preocupa; Carlos V recibía informes sobre la asimilación de moriscos en Valencia redac- Consideraciones sobre la história de la lengua espaftola 147 | tados en valenciano por su obispo y hasta en una adminstración tan celosamente unionista como la gestionada por Olivares un representante portugués se despachaba públicamente en su lengua materna, todos ellos son idiomas comunicables; Alain Milnou (1989,10) resumé asi el periodo: „c'était enfin une monarquie sans langue officielle et oú aucune directive ne peut étre interprétée comme unificatrice en matiěre linguistique". Por lo menos para esta época (y, con sus mati-ces, también para las posteriores) parece que lo explicado como pro-gresiva penetración del espaňol en otras áreas geográficas es más bien ingreso de los grupos hegemónicos, los más activos y los más móviles de esas otras zonas, en el espacio económico de expresión castellanohablante sin que mediara la minima iniciativa política asimi-ladora por parte del poder centralizado, esta tendencia ya se venía observando desde épocas anteriores pero ahora es más visible in-cluso. El proceso socioeconómico tuvo un doble efecto: por un lado, favo-reció al espaňol como lengua de trato generál y reforzó los canales para su perduración como único código que, mantenido en buen es-tado de fijeza, podía garantizar y controlar la organización productiva y económica común independientemente de los desplazamientos geo-gráficos del capital (de 1650 en adelante el comercio naviero sevillano pierde muchísimo peso frente al barcelonés o al valenciano, por ejemplo, y la gran marina comercial cantábrica se liquida, si bien sus inte-reses hacía casi un siglo que se habían desplazado a Madrid); por otra parte, redujo progresivamente otras lenguas a códigos de ámbito rural y de imposible difusión. Establecida esta diferencia ocurre que el código de rádio largo (el espaňol) se incrementa lingúísticamente en todos los terrenos por ser aquel al que contribuye el mayor y más activo numero de hablantes en continua comunicación y movilidad lo que, entre otros efectos favorables para su mantenimiento, evita las disgregaciones dialectales; mientras que a los códigos de rádio corto les ocurre todo lo contrario, sin extensión, sin funcionalidad, sin interes como segunda lengua, sin posibilidad de comunicarse y propios de ámbitos rurales y aislados, se disgregan y sirven para una relación muy limitada dentro de su rádio espacial y sociál, este fue el caso de las hablas gallegas, asturianas, vascas y, en mucha menor medida, del catalán. El preocupante lado humano del asunto es que la continua confluencia económica hacia el espaňol, la cada vez más interrelacio-nada actividad nacionál y las complejas condiciones que exigía un sistema de producción capitalista progresivamente industrializado di-bujaban una división social: en las zonas de contacto lingúístico, las personas pudientes podían instruir a sus hijos en espaňol garantizán-doles la integración en la corriente más productiva, las personas sin medios no tenían acceso a ese bien pudiendo por ello crearse amplias áreas inútiles para la administxación, comercio o aprovechamiento generál. Este desajuste es el que aňos más tarde pretendió corregir la política educativa ilustrada (y sus herederas) visiblemente desde los aňos de Carlos III en adelante para Espaňa para America. 10. Otro momento muy interesante de la fase estatal del espaflol es el que va desde principios del siglo XVIII (con el cambio de régi-men político) hasta el reinado de Carlos III (si bien lo que se hizo bajo su gobierno fue reforzar tendencias preexistentes). Aunque con progresiva concentración de poderes, la monarquía de los Ausburgo se había caracterizado en el fo'ndo por su foralismo y la interrelación económica de los distintos reinos no era tan vinculante que no permi-tiera amplios espacios para decisiones propias. Esto explica algo que antes se ha comentado: si no se interfería gravemente la comunica-ción generál otras lenguas aparte de la castellana podían tener expre-sión pública en círculos de poder. Esta situación termina con el cambio de régimen y el paso al centralismo de cuňo borbónico o francés, como se quiera. Pero en sí misma esta novedad no fue exclusivamente un producto ideológico o un capricho de los vencedores en la Guerra de Sucesión; un estado del tamaňo y complejidad del espaňol mal se podía organizar con la herramienta herrumbrosa del neoforalismo ausburgués en las circunstancias económicas que se imponían en Európa tendentes a lo que se ha denominado „racionalización del mundo": desarrollo inusitado de las fuerzas productivas por adelantos técnicos, descubrimientos capitales en todos los campos de la cien-cia, liberalización del comercio, industrialización, mayor facilidad de tránsito y transporte, universalización de la enseflanza, transforma-ción de círculos económicos autárquicos en otros especializados y relacionados entre si, en suma, mutua dependencia económica de un numero de personas infinitamente mayor del preciso para cubrir las necesidades típicas de etapas anteriores. Asi, por primera vez en la história de Európa, se plantea ya abiertamente la necesidad de usar y generalizar medios de comunicación que respondan a las exigencias del nuevo tipo humano que la racionalización crea, un tipo abierto a modos coordinados y ordenados de producción, abierto a rápidas for-mas de movilidad social, homogéneo y con ilustración suficiente para asimilar la complejidad de técnicas novedosas. Ni que decir tiene que la inaugurada racionalización estatal reforzó la potencia de las lenguas comunes y capacitadas porque se imponía la generalización del idioma como un medio de integración personál en las nuevas corrien-tes económicas (de las que, por otra parte, era difícil marginarse). Si se toma una sola faceta, la linguística, del proceso generál de racionalización, se explican muy bien las iniciativas que durante esta época aparecen en toda Európa (haciendo un compendio por países podría localizarse el periodo desde mediados del XVII a mediados del Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 149 XVIII): creación de academias de la lengua o proyectos de crearlas; composición de grandes diccionarios, gramáticas y ortografías; apari-ción de inventarios terminológicos, científicos, técnicos y enciclope-dias especializadas monolingües o plurilingües; desarrollo inusitado de las traducciones de obras técnicas; proyectos de difusión populär de la lengua y alfabetización; generalización de la enseňanza, elemen-tal o especializada, en la lengua común; desarrollo de métodos de enseňanza de lenguas modernas de cultura y primeras noticias sobre la necesidad del aprendizaje de idiomas para el público en generál; renovado interes por el latín como lengua científica internacionál; multiplicación de los medios impresos: libros, periódicos, boletines. Se podrían citár muchas más iniciativas provocadas por idéntico mo-tivo: las necesidades comunicativas del hombre contemporáneo eran muchísimo más exigentes que antes y la respuesta a ellas, junto al aprovechamiento de la nueva rentabilidad que se descubría en un mundo tan interdependiente, se veía facilitada instalándose en deter-minadas lenguas. Hay circunstancias importantes que juegan a favor del manteni-miento del espaňol en esta época: en lo estrictamente linguístico, la jerarquización normativa que se establece con la fundación de la Aca-demia, hecho importante porque unifica muchos esfuerzos de inter-vención linguística y reformas en el espaflol con una autoridad que acaba siendo reconocida e incontestada (y porque además sus decisiones de uniformación idiomática se difundirán por un nuevo canal que cobra importancia en estos aňos: la educación e ilustración populäres); en lo político, la integración estatal y la administración que se centraliza; en lo económico, los procesos de liberalización mercantil e intercambio que fomentaron que el dinero en circulación siguiera hablando en la lengua común; en lo social la idea generalizada de que la movilidad y el ascenso sociales los garantizaba espaňol acompa-ňado acaso de alguna lengua extranjera o del latín; son, pues, muy difíciles de mantener las tesis románticas sobre la prohibición y des-pojo de lenguas al estilo de las que se aplican a las disposiciones de Felipe V sobre el uso del catalán, por ejemplo, que no existen como tales disposiciones en ningún decreto de Nueva Planta, pues lo que existe es una institucionalización del espaňol que pasará a recono-cerse como lengua común de toda la renovada y unificada administración estatal, cosa distinta y que no afectó al uso del catalán que, hasta bien entrado el siglo XIX, se mantuvo firme en todos los terrenos (Duarte 1991). Hay que tener en cuenta que la difusión generalizada del espaňol en estos aňos y hasta finales del XIX, tanto en Espaňo como en America, se debe a que es la lengua que mejor responde a los ideales económicos, políticos y sociales de la burguesía ilustrada y refor- 150 Juan R. Lodares Consideraciones sobre la história de la lengua espanola 151 mista. Es una cuestiön de clase social, de modo que en toda Espana (y nada digo de America y la hegemönica sociedad criolla) la burgue-sia, las clases urbanas con sus intereses comerciales, la progresiva industrializacion, las formas de capitalismo avanzado que movilizan amplias masas homogeneizadas de trabajadores con mayores grados de ilustraciön, la presencia de servicios y burocracia uniformes y un mercado cada vez mäs abierto y homologable ya habian elegido el espanol como lengua de curso comün y se le habia reconocido un valor präctico de comunicaciön imposible de alcanzar por ninguna otra lengua con la que contactara en Espana o en America (Brumme 1992, 382-383). Estos ideales y circunstancias se manifiestan de forma evidente en la politica educativa de los anos de Carlos III con su respuesta a algunas recomendaciones desde äreas donde el espanol no se habia difundido completamente porque se preocupara de igualar a los ciudadanos y borrar todo vestigio de extranjeria entre ellos para que no hubiera quienes por su procedencia regional pudie-ran ser tenidos de menos en la administraciön, cuerpos püblicos o centros de ensenanza (recuerdese el Memorial de Agravios de la Corona de Aragon elevado al rey en 1760); peticiones de este tipo deter-minan que, pocos anos despues, se exija que en todas las escuelas se ensene el latin (lengua de cultura internacional) desde el espanol, retomando el sistema contrastivo de Nebrija y Simon Abril, de modo que se aprendan dos lenguas de integraciön social a la vez. Proyectos de difusiön populär de la lengua, para que no haya ningün nino sin escolarizar y sin que domine el espanol (y algo de latin y o lenguas modernas) al estilo de las naciones europeas avanzadas se planifican por Olavide y Cabarrüs y es motivo de reflexiön para Jovellanos o Feijoo (otros autores, como el padre Sarmiento, oponian matices a esta corriente general). En la misma linea de escolarizar para igualar en instruccion y oportunidades, favoreciendo la movilidad geogräfica y social, se sitüan los constitucionalistas de 1812 y otras leyes de instruccion publica subsiguientes de las que cabe senalar el plan de Gil y Zärate de 1845 y la „ley Moyano" de 1857, precedidos de una importante decisiön sobre la ensenanza de la ortografia academica en 1844. De Carlos III en adelante habia surgido un nuevo tipo de difusiön cualificada de la lengua: la alfabetizaciön populär en espanol como ünico medio de asegurar una civilidad comün; por lo menos en Espana, hasta finales del XIX, las iniciativas en este sentido tuvieron benepläcito general con reconocimiento de su caräcter compensato-rio y emancipador, reduciendose notablemente el nümero de analfa-betos (aunque en el ämbito hispanohablante esta todavia lejos de con-cluirse la vieja idea de los ilustrados). Este tipo de acciones y planes ni son impositivos ni son füantröpi-cos, responden a las necesidades econömicas que dictan los nuevos tiempos perfilando un tipo de sociedad cada vez más desarrollada y homogénea; veamos un ejemplo expresivo: el que se considera como gran logro econömico espanol del siglo XVIII, la liberalizaciön de mer-cados y la garantia de comercio libre (dada en 1778) que, entre otros muchos efectos, multiplicö los lazos mercantiles con America y gesto nuevas áreas y rutas de explotaciön sin roturar desde el siglo XVI, coincide con la intensificaciön de los esfuerzos para difundir el espanol entre la población indigena, que tienen como hitos las reales cédu-las de 1770 y 1778 destinadas a favorecer „la administraciön, trato y comercio" con las colonias americanas. En fin, no seria dificil estable-cer una correlaciön desde finales del siglo XVIII hasta finales del XIX en la que situaciones econömicas o comerciales favorables correspon-den a abiertos desplazamientos (de personas y campos funcionales) hacia el espanol, hasta el punto de que en zonas donde otras lenguas habian tenido cultivo la nueva burguesía urbana pasaba a considerar-las curiosidad folclórica y estaba completamente dispuesta a abando-narlas y prescindir de cualquier signo de particularidad (Fontana 1991, 245). Por el contrario (no tanto para el caso americano donde los problemas han sido de otra índole) la definitíva liquidaciön de Espaňa como potencia internacional y el evidente fracaso de un pro-ceso de industrializacion equilibrada que cohesionara la red econö-mica espaňola - que es tanto como referirse al fracaso politico de la configuraciön nacional de Espaňa como país moderno - marcarán descensos en el poder aglutinador de la lengua comün y en la popula-ridad de las iniciativas dedicadas a mantenerlo: de ahi que lo que en tiempos de Carlos III se consideraba un beneficio populär pasara a considerarse en la época franquista por algunos una persecuciön de lenguas particulares (por cierto, asunto este ultimo del que habria mucho que hablar porque suele argumentarse sobre él con algunas falsificaciones töpicas siendo en el fondo una história que está por escribirse). Las circunstancias a las que llega el espanol en la actualidad mere-cen consideraciön aparte por no prolongar más esta. Hoy el espanol es una lengua básicamente radicada en America y las circunstancias de su definitíva expansión alli desde hace aproximadamente siglo y medio resultan muy interesantes y ofrecen matices a los que atender (aunque puedan recogerse en la tesis expuesta a lo largo de este tra-bajo de que un gran espacio lingüistico, en su instalaciön histörica, es un espacio econömico que ha mantenido agiles sus capacidades expresivas y ha sabido darles relieve politico). Igualmente resultaria interesante reflexionar sobre el curioso carácter retrögrado de las „normalizaciones" lingüisticas proyectadas en algunas autonomias es-paňolas que podrian enflaquecer un bien, en el fondo, econömico como es el comunalismo lingüistico (y, mucho peor todavia, están -syn 152 Juan R. Lodares Consideraciones sobre la história de la lengua espaňola 153 conculcando derechos elementales de las personas). Las reflexiones futuras, sin embargo, radicarían sobre los tres ejes de la difusión y el mantenimiento de lenguas que se han venido subrayaxido solo que aplicados a lo que representa, o debe representar, una lengua internacionál: 1) la circunstancia económica de sus hablantes; ya se ha dicho que el espaňol es hoy una lengua numerosa, y que lo será más, pero radicada en el Tercer Mundo, lo que incide en el aprecio que puedan demostrarle grupos de lengua exteriores y, dentro de su propio ám-bito, puede debilitar la necesidad de un código de relación uniforme (un interrogante se abre con respecto a la instalación del idioma en EEUU). 2) Su capacidad funcional; también se ha comentado el he-cho de la pérdida de espacios expresivos del espaňol en campos cla-ves del desarrollo moderno, asunto mucho más preocupante de lo que parece a primera vista porque sin comprometer su carácter multi-nacional sí compromete seriamente no solo el relieve internacionál sino, a la larga, la capacidad del idioma (Marcos Marín 1994, 4-5). 3) Su poder de atracción como segunda lengua, aunque hay indicios esperanzadores no se debe olvidar que el espaňol está alejadísimo de las cifras que se manejan en tal concepto para el inglés, el francés, el alemán, el ruso, el hindi o el japonés, la mitad de cuyos hablantes está fuera del grupo de lengua materna mientras que el espaňol centra prácticamente todo su peso en el propio grupo. Estos tres aspectos han de pesar en el futuro del idioma (otros como el crecimiento de-molinguístico endógeno, alfabetización, cultivo académico del hispa-nismo o presencia literaria internacionál ofrecen menos dudas); nadie sabe a ciencia cierta su resolución, si fuera desfavorable de poco ser-virían las intervenciones metalinguísticas o sociológicas en pro del mantenimiento y perduración; si fuera favorable, las propias dinámi-cas económicas y políticas asegurarán procesos mantenedores de dis-tinta clase para cuya ejecución habrá personas e instituciones sobra-damente capacitadas. Referencias bibliográficas Alfonso, Luis, Tendencias actuates del espaňol en la Argentina, en Presente y futuro de la lengua espaňola, Actas de la Asamblea de Filológia del I Con-greso de Instituciones Hispánicas, Madrid (Cultura Hispánica) 1963, vol. I, 161-181. Alonso, Amado, Reseňas a R. Menéndez Pidal, La unidad del idioma, y a A. Alonso, La Argentina y la nivelación del idioma, RFH VI, 1944, 402 -409. 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Varianten) hergeleitet werden, ferner Formen, die in frühen mittelalterlichen Texten der Halbinsel auftreten, asp. allolo, allol; alaules, die auf ar. al-lu'lu' „(kleine) Perle(n)", respektive vulg.ar. Varianten zurückgeführt werden. Integriert man in die Betrachtung strukturelle, semantische Aspekte und zieht Synonymik und strukturell vergleichbare Formen in den diversen Kontrastsprachen heran, dann entsteht aus den bisher isoliert betrachteten Lexemen ein zusammenhängendes Netzwerk von Formen und Bedeutungen. Ar. lu'lu' „(kleine) echte Perle(n), Schmuck-, Edelsteinperle(n), Schmuckkügelchen" Ar. al-lu'lu', vulg.ar. al-lülü, hisp.ar. al-laülu (Kofi.); vulg.ar. al-lüla, hisp.ar. al-laüla (Nom. un.) Asp. allolo, allols; alaules „kleine Schmuckperle(n), Schmuckkügelchen" In mozar. Inventaren des XI./XII. Jh. aus Leon finden sich in lat.-romanischen Mischtexten die Formen alaules [1063], allolo [1112] (Steiger, Mozar., 641) in Texten aus Aragon allols (CD S. Andres Fanlo) (DHLEI; 703b) [E. 11. Jh.] in der Bedeutung „(kleine) Perle(n), Schmuckperle(n)". Neuvonen (Arab., 134) verzeichnet alaules und