■ CONTINUIDAD DE LOS PARQUES Habi'a empezado a leer la novcla unos dias antes. La abandonö por negocios urgentes, volviö a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; sc dejaba intcresar lentamente por la trama, por cl dibujo de los personajes. Esa tarde, despues de escribir una carta a su apoderado y diseucir con el mayordomo una cuestiön de aparcerias, volviö al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillön favorito, de espal-das a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejö que su mano iz-quierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los Ultimos capitulos. Su memoria retenia sin esfuerzo los nombres y las imägencs de los protagonistas; la ilusiön novelesca lo ganö casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irsc desgajando linea a linea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cömodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos segufan al alcance de la mano, que mas allu de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sördida dis-yuntiva de los heroes, dejändose ir hacia las imagenes que se concertaban y adquin'an color y movimiento, fue testigo de! ultimo eneuentro en la cabana del monte. Primero entraba la muier. recelosa; ahora llegaba el amante, las-timada la cara por el chicotazo de una rama. Admirable-mente restanaba ella la sangre con sus besos, pero el rechazaba las caricias, no habi'a venido para repeiir las ceremontas de una pasiön secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El punal se entibiaba contra su pecho, y debajo latia la libertad agazapada. Un diälogo anhelante corria por las päginas como un arroyo de serpientes, y se sentia que todo estaba decidido desdc siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo rerenerlo y disuadirlo, dibujaban abcminablemente la figura de otro cuerpo que era necc-sario destruir. Nada habi'a sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tem'a su empleo ininuciosamente atribuido. El dobie repaso despiadado se interrumpia apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. Sin mirarse va, atados ri'gidamenre a la tarea que los esperabä, se separaron en la puerra de la cabana. Ella debi'a seguir pjr la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta el se volviö un instante para verla correr con el pelo suelto. Corriö a su vez, parapetändose en los ärboles y los setos, hasta distinguir en !a bruma malva del cre-püsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debian ladrar. y no ladraron. El mayerdemo no estan'a a esa hora, y no estaba. Subiö los eres peldanos del porche y entrö. Desde la sangre galopando en sus oidos Ie llega-ban las palabras de la mujer: primero una sala azul, despues una galeria, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la.primera habitaeiön, nadie en la segunda. La puerta del salön, y entonces el punal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillön de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillön leyendo una novela. Colaboraclön de las cosas. Empieza una discusiön cualquiera en una casa cualquiera pues Llega un esposo cualquiera y busca la sartdn ya que el es quien sa-be hacer las comidas de saiten y esta no aparece. Crece la discusiön; llegan parientes. Se oye un niido. Sigue la discusiön. Se busca una segunda sarten que acaso existiö alguna vez. El ruido aumenta. Tac. tac, tac. No se concluye de esclarecer quo ha pasa-do con la sarten, que ademäs, no era vieja; se eseuchan imputado-nes reefprocas, se intercambian hipötesis; se examinan rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac tac. Al fin, se aclara el misterio: lo que venfa cayendo escalön por esca-lön era la sartia Ahora solo falta la explicaeiön del misterio: el ni-flo, de cinco anos, la habfa llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la madre, despues de haber estado sentado en el primer escalön de la escalera, la sartön quedö allf. Cuando trascen-diö el clima agrio de la discusiön conyugal, la sarten para hacer quedar bien al niflo, culpable de todo el ingrato episodio, se desli-za escalones abajo y su insölita presencia a la entrada de la cocina calma la discordia. Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sarten. Y si es ver-dad que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del escalön, no debe menospreciarse su mdrito. 79 Nota pedantisima de Morelli: «]ntentar el 'román comique' en el sentido en que un texto alcance a insinuar otros valores y colabore asi en esa antropofanía1 que seguimos creyendo posible. Parecería que la novela usual malogra la búsqueda al limitar al lector a su ámbito, más definido cuanto mejor sea el novelista. Detención forzosa en los diversos grados de lo dramático. psicológico, trágico, satírico o politico. Intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligadamente complice al murmurarle, por debajo del desa-rrollo conventional, otros rumbos más esotéricos. Escritura demótica para el lector-hembra (que por lo demás no pasará de las primeras páginas, rudamente perdido y escandalizado, maldiciendo lo que Ie costó el libro), con un vago reverso de escritura hierática2. »Provocar, asumir un texto desaliňado, desanudado, incon-gruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinove-lesco). Sin vedarse los grandes efectos del género cuando la situación lo requiera, pero recordando el consejo gidiano, ne jamais profiler de ľélan acquis. Como todas las criaturas de elección del Occidente, la novela se contenta con un orden cerrado. Resueltamente en contra, buscar también aquí la apertura y para eso cortar de raíz toda construcción sistemáti-ca de caracteres y situaciones. Método: la irónia, la autocritica 1 antropofanía: 'maniľestación o revelación del hombre'. 2 En general, la escritura demótica representa el estado popular de una lengua, en oposición a un estado culto (escritura hierática). Especialmente se dice de la lengua hablada por los egipcios de la Baja Época y su sistema de escritura: a partir de los siglos VII-V1II a. C, los egipcios simpliľican la escritura hierática ligando más los signos y esquemalizando los grupos con enlaces. 79 560 incesante, la incongruencia, la imagináciou al servicio de nadie. »Una tentativa de este orden parte de una repulsa de la literatúra; repulsa parcial puesto que se apoya en la palabra. pero que debe velar en cada operación que emprendan autor y lector. Asi, usar la novela como se usa un revolver para defender la paz. cambiando su signo. Tomar de la literatúra eso que es puente vivo de hombre a hombre. y que el tratado o el ensayo sólo permite entre especialistas. Una narrativa que no sea pretexto para la trasmisión de un 'mensaje' (no hay mensaje, hay mensajeros y eso es el mensaje. asi como el amor es el que ama); una narrativa que actúe como coagulante de vivencias, como catalizadora de nociones confusas y mal en-tendidas, y que incida en primer témiino en el que la escribe, para lo cual hay que escribirla como antinovela porque todo orden cerrado dejará sistemáticamente afuera esos anuncios que pueden volvernos mensajeros. acercarnos a nuestros pro-pios límites de los que tan lejos estamos cara a cara. »Extraňa autocreación del autor por su obra. Si de ese magma que es el día, la sumersión en la existencia, queremos potenciar valores que anuncien por fin la antropofanía, ^qué hacer ya con el puro entendimiento, con la altiva razón razo-nante? Desde los eleatas hasta la fecha el pensamiento dialécti-co ha tenido tiempo de sobra para darnos sus frutos. Los estamos comiendo, son deliciosos, hierven de radiactividad. Y al final del banquete, <,por qué estamos tan tristes, herma-nos de mil novecientos cincuenta y pico?» Otra nota aparentemente complementaria: «Situación del lector. En general todo novelista esgera de su lector que lo comprenda. participando de su propia experien-cia, o que recoja un determinado mensaje y lo encarne. El novelista romántico quiere ser comprendido por sí mismo a través de sus heroes; el novelista clásico quiere enseňar, dejar una huella en el camino de la história. »Posibilidad tercera: la de hacer un complice, una camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Asi el lector podría llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momentu y en la misma forma. Todo ardid estético es inútil para lograrlo: sólo vale la materia en gestación. la inmediatez vivencial (trasmiti-da por la palabra. es cierto, pero una palabra lo menos estética posible: de nhí la novela 'cómica'. los anticlimax, la 561 79 irónia, otras tantas flechas indieadoras que apuntan hacia lo otro). »Para ese lector, mon semblable. nimi fivre , la novela cómica ((',y qué es Ulysses?) *deberá trascurrir como esos suefíos en los que al margen de un acaecer trivial presentimos una carga más grave que no siempre alcanzamos a desentraňar. En ese sentido la novela cómica debe ser de un pudor ejemplar; no engaňa al lector, no lo monta a caballo sobre cualquier emo-ción o cualquier intención, sino que Ie da algo asi como una arcilla significativa, un comienzo de modelado, con huellas de algo que quizá sea colectivo. humano y no individual. Mejor. Ie da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para si mismo, se repetirá (agigantándose. quizá, y eso séria maravilloso) en el lector cómplice. En cuanto al lector-hembra. se quedará con la fachada y ya se sabe que las muy bonitas, muy trompe ľoeil, y que delante de ellas se pueden seguir representando satisfactoriamente las corned ias y las tra-gedias del honnite homme. Con lo cual todo el mundo sale contento. y a los que protesten que los agarre el beriberi.» (-22) 3 Cita de Baudelaire: Les fleurs du mal. 4 Aludirá también a Joyce en los capítulos 95. 97. Declare Cortázar a Evelyn Picon: «Bueno, hay un libro, esto es prosa, que yo salvaria. y es el Vlises. Yo pienso que Ulises en alguna medida resume toda la literatúra universal)) (pág. 41). i I