José Martí (1853 – 1895) · Ismaelillo (1882) Príncipe enano Para un príncipe enano Se hace esta fiesta. Tiene guedejas rubias, Blandas guedejas; Por sobre el hombro blanco Luengas le cuelgan. Sus dos ojos parecen Estrellas negras: ¡Vuelan, brillan, palpitan, Relampaguean! Él para mí es corona, Almohada, espuela, Mi mano, que así embrida Potros y hienas, Va, mansa y obediente, Donde él la lleva. Si el ceño frunce, temo; Si se me queja, Cual de mujer, mi rostro Nieve se trueca; Su sangre, pues, anima Mis flacas venas: ¡Con su gozo mi sangre Se hincha, o se seca! Para un príncipe enano Se hace esta fiesta. ¡Venga mi caballero Por esta senda! ¡Éntrese mi tirano Por esta cueva! Tal es, cuando a mis ojos Su imagen llega, Cual si en lóbrego antro Pálida estrella, Con fulgores de ópalo, Todo vistiera. A su paso la sombra Matices muestra, Como al sol que las hiere Las nubes negras. ¡Heme ya, puesto en armas, En la pelea! Quiere el príncipe enano Que a luchar vuelva: ¡Él para mí es corona, Almohada, espuela! Y como el sol, quebrando Las nubes negras, En banda de colores La sombra trueca,— Él, al tocarla, borda En la onda espesa, Mi banda de batalla Roja y violeta. ¿Conque mi dueño quiere Que a vivir vuelva? ¡Venga mi caballero Por esta senda! ¡Éntrese mi tirano Por esta cueva! ¡Déjeme que la vida A él, a él ofrezca! Para un príncipe enano Se hace esta fiesta. · Versos sencillos (1891) I Yo soy un hombre sincero De donde crece la palma. Y antes de morirme quiero Echar mis versos del alma. Yo vengo de todas partes, Y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes, En los montes, monte soy. Yo sé los nombres extraños De las yerbas y las flores, Y de mortales engaños, Y de sublimes dolores. Yo he visto en la noche oscura Llover sobre mi cabeza Los rayos de lumbre pura De la divina belleza. Alas nacer vi en los hombros De las mujeres hermosas: Y salir de los escombros, Volando las mariposas. He visto vivir a un hombre Con el puñal al costado, Sin decir jamás el nombre De aquélla que lo ha matado. Rápida como un reflejo, Dos veces vi el alma, dos: Cuando murió el pobre viejo, Cuando ella me dijo adiós. Temblé una vez -en la reja, A la entrada de la viña,- Cuando la bárbara abeja Picó en la frente a mi niña. Gocé una vez, de tal suerte Que gocé cual nunca: cuando La sentencia de mi muerte Leyó el alcalde llorando. Oigo un suspiro, a través De las tierras y la mar, Y no es un suspiro. -es Que mi hijo va a despertar. Si dicen que del joyero Tome la joya mejor, Tomo a un amigo sincero Y pongo a un lado el amor. Yo he Visto al águila herida Volar al azul sereno, Y morir en su guarida La víbora del veneno. Yo sé bien que cuando el mundo Cede, lívido, al descanso, Sobre el silencio profundo Murmura el arroyo manso. Yo he puesto la mano osada De horror y júbilo yerta, Sobre la estrella apagada Que cayó frente a mi puerta. Oculto en mi pecho bravo La pena que me lo hiere: El hijo de un pueblo esclavo Vive por él, calla y muere. Todo es hermoso y constante, Todo es música y razón, Y todo, como el diamante, Antes que luz es carbón. Yo sé que el necio se entierra Con gran lujo y con gran llanto, - Y que no hay fruta en la tierra Como la del camposanto. Callo, y entiendo, y me quito La pompa del rimador: Cuelgo de un árbol marchito Mi muceta de doctor. […] V Si ves un monte de espumas Es mi verso lo que ves: Mi verso es un monte, y es Un abanico de plumas. Mi verso es como un puñal Que por el puño echa flor: Mi verso es un surtidor Que da un agua de coral. Mi verso es de un verde claro Y de un carmín encendido: Mi verso es un ciervo herido Que busca en el monte amparo. Mi verso al valiente agrada: Mi verso, breve y sincero, Es del vigor del acero Con que se funde la espada. · Versos libres (1891) AMOR DE CIUDAD GRANDE De gorja son y rapidez los tiempos. Corre cual luz la voz; en alta aguja, Cual nave despeñada en sirte horrenda, Húndese el rayo, y en ligera barca El hombre, como alado, el aire hiende. ¡Así el amor, sin pompa ni misterio Muere, apenas nacido, de saciado! ¡Jaula es la villa de palomas muertas Y ávidos cazadores! Si los pechos Se rompen de los hombres, y las carnes Rotas por tierra ruedan, ¡no han de verse Dentro más que frutillas estrujadas! Se ama de pie, en las calles, entre el polvo De los salones y las plazas; muere La flor el día en que nace. Aquella virgen Trémula que antes a la muerte daba La mano pura que a ignorado mozo; El goce de temer; aquel salirse Del pecho el corazón; el inefable Placer de merecer; el grato susto De caminar de prisa en derechura Del hogar de la amada, y a sus puertas Como un niño feliz romper en llanto; Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego, Irse tiñendo de color las rosas, ¡Ea, que son patrañas! Pues gquién tiene Tiempo de ser hidalgo? ¡Bien que sienta, Cual áureo vaso o lienzo suntuoso, Dama gentil en casa de magnate! ¡O si se tiene sed, se alarga el brazo Y a la copa que pasa se la apura! Luego, la copa turbia al polvo rueda, ¡Y el hábil catador - manchado el pecho De una sangre invisible - sigue alegre Coronado de mirtos, su camino! ¡No son los cuerpos ya sino desechos, Y fosas, y jirones! ¡Y las almas No son como en el árbol fruta rica En cuya blanda piel la almíbar dulce En su sazón de madurez rebosa, Sino fruta de plaza que a brutales Golpes el rudo labrador madura! ¡La edad es ésta de los labios senes De vinillos humanos, esos vasos Donde el jugo de lirio a grandes sorbos Sin compasión y sin temor se bebe! ¡Tomad! ¡ Yo soy honrado, y tengo miedo! José Asunción Silva (1865 – 1896) Nocturno Una noche, una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de [älas, Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas [fantásticas, a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida como si un presentimiento de amarguras infinitas, hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara, por la senda que atraviesa la llanura florecida caminabas, y la luna llena por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz [blanca, y tu sombra fina y lánguida y mi sombra por los rayos de la luna proyectada sobre las arenas tristes de la senda se juntaban. Y eran una, y eran una, ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! Esta noche solo, el alma llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte, separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia, por el infinito negro, donde nuestra voz no alcanza, solo y mudo por la senda caminaba, y se oían los ladridos de los perros a la luna, a la luna pálida y el chillido de las ranas, sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas, ¡entre las blancuras níveas de las mortüorias sábanas! Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte, Era el frío de la nada... Y mi sombra por los rayos de la luna proyectada, iba sola, iba sola ¡iba sola por la estepa solitaria! Y tu sombra esbelta y ágil fina y lánguida, como en esa noche tibia de la muerta primavera, como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas [de älas, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas! ¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de [negruras y de lágrimas!... Convenio ¿Vas a cantar tristezas?, dijo la Musa, entonces yo me vuelvo para allá arriba. Descansar quiero ahora de tantas lágrimas; hoy he llorado tanto que estoy rendida. Iré contigo un rato, pero si quieres que nos vayamos solos a la campiña a mirar los espacios por entre ramas y a oír qué cosas nuevas cantan las brisas. Me hablan tanto de penas y de cipreses que se han ido muy lejos mis alegrías, quiero coger miosotys en las riberas: si me das mariposas te daré rimas. Forjaremos estrofas cuando la tarde llene el valle de vagas melancolías; yo sé de varios sitios llenos de helechos y de musgos verdosos donde hay poesía; pero tú me prometes no conversarme de horrores y de dudas, de rotas liras, de tristezas sin causa y de cansancios y de odio a la existencia y hojas marchitas... Sí, vámonos al campo, donde la savia, como el poder de un beso, bulle y palpita; a buscar nidos llenos en los zarzales: ¡Si me das mariposas te daré rimas! Leopoldo Lugones (1874 – 1938) Lunario sentimental (1909) “Lunas”: “Un trozo de Selenología” Ante mi ventana, clara como un remanso De firmamento, la luna repleta, Se puso con gorda majestad de ganso A tiro de escopeta. No tenía rifle, Ni nada que fuera más o menos propio Para la caza; pero un mercachifle Habíame vendido un telescopio. Bella ocasión, sin duda alguna, Para hacer un blanco en la luna. —«Preciso es que me equipe Bien», murmuré al sacar el chisme mostrenco; Y requiriendo como un concejal flamenco, El gorro, la bata, las chinelas de tripe; Dispúseme un tanto ebrio de fantasía, A gozar con secreto alborozo Aquel bello trozo De selenología. Vi un suelo de tiza. En el cual recostábanse con lúgubre trasunto, Tristes sombras de hortaliza A las doce en punto. Pero era Imposible calcular la hora. La vida resulta desconcertadora De esta manera. Todo se eternizaba en una luz de nitro, Con perspectiva teatral de palco escénico; Había árboles, pero eran de cinc y arsénico; Y agua, ya se sabe, no queda un solo litro. (Con movimiento Blando, La luna iba girando Ante el vidrio de aumento). Y de pronto, sobre geométricas lomas, Aparecieron los primeros seres Vivos: cinco palomas Grandes como mujeres. Crispábalas una ilógica neurastenia; Sus miradas eran de persona; Después hicieron una elegante venia... con modales de prima donna Pero en la luna todo es mudo y sordo; Y en la falta de gravedad excepcional (De aquí la neurastenia que es allí normal), Es como si uno se encontrara a bordo. Después vino una horizontal región Donde no había más elevación Que sobre un suave arenal Un inmenso anciano de cristal. Como esos frascos de licor que son Un Garibaldi o un Napoleón. Y aquél tenía por corazón Un poco de arena glacial. Diseñando inútiles rutas, Durante dos horas pasaron soledades, Permanentes como verdades Absolutas. Entre costas atormentadas Por el más anormal dibujo, Vi el Mar de las Crisis cuyo reflujo Provoca las náuseas de las embarazadas. Es una especie de gelatina Terriblemente eléctrica por cierto. Después pasó otro desierto, Y después una especie de ruina; Construcción de paradoja En cuya cornisa, con imprevista gracia, Lucían una bola verde y otra roja, Como globos de farmacia. Pero lo más curioso, Es que aboliendo mis más serias dudas, Surgieron junto a un lago en reposo Muchas doncellas blancas y desnudas. ¡Al fin veía figuras humanas! Aunque siendo hasta rubias por más señas, Tuviesen no sé qué anomalías arcanas. Dormitando en un pie como las cigüeñas. Noté bastante hermosas sus caras, Y bien que la nieve lunar fuera mucha, Lucían, brillantes de lawn tennis y ducha, Como magnolias duras y claras. No sé por qué original encanto. Pensé que hablarían en estilo astronómico, Algún idioma como el esperanto. Equitativo, simple y económico. Mas, no bien hube pensado en ello, Cuando un inesperado destello Borró vivamente el cuadro aquel, Digno tema de un docto pincel. Y tan suave como tierna, Te vi a ti misma —¿por qué ventana?...— En tu bañadera de porcelana, Como una Susana moderna. Más linda, ciertamente, que la antigua Susana. Y como yo no era un viejo, Comprendí que allí no había ningún engaño, Sino que la luna era tu espejo, Y que tú no estabas en el baño, Sino desnuda en mi alma, como una Noble magnolia en un claro de luna. Así, en símiles sencillos, Destacábase en pleno azul de cielo, Tu cuerpo liso como un arroyuelo Sólo contrariado por dos guijarrillos. Mas, a pesar de tan grata fortuna, Cierta inquietud me tenía en jaque, Por haber visto en el almanaque Que precisamente esa noche no había luna. Hasta que tú me diste la certeza Ante nuestro lavabo cojo y viejo, De que la luna era aquel pobre espejo Convertido en astro por tu belleza. Julio Herrera y Reissig (1875 – 1910) Avernus Tú que has entrado en mi imperio como feroz dentellada, demonia trasnasolada con romas garras de imperio, ¡infiérname en el cauterio voraz de tus ojos vagos y en tus senos que son lagos de ágata en cuyos sigilos vigilan los cocodrilos réprobos de tus halagos! Consustanciados en fiebre, amo, en supremas neurosis, vivir las metempsicosis vesánicas de tu fiebre... ¡Haz que entre rayos celebre su aparición Belcebú, y tus besos de cauchú me sirvan sus maravillas, al modo que las pastillas del Hada Pari-Wanú! Lapona Esfinge: en tus grises pupilas de opio, evidencio la Catedral del Silencio de mis neurastenias grises... Embalsamados países de ópalo y de ventiscos bruma el esplín de sus discos, en cuyos glaciales bancos adoran dos osos blancos a los Menguantes ariscos. En el Edén de la inquieta ciencia del Bien y del Mal, mordí en tu beso el fatal manzano de carne inquieta... Tu cabellera violeta denuncia su fronda inerte, mi abrazo es el dragón fuerte y los frutos delictuosos tus inauditos y briosos senos que me dan la muerte! Carnívora paradoja, funambulesca Danaida, esfinge de mi Tebaida maldita de paradoja... Tu miseria es de una roja fascinación de impostura, ¡y arde el cubil de tu impura y artera risa de clínica, como un incesto en la cínica máscara de la Locura!... Delmira Agustini (1886 – 1914) El cisne Pupila azul de mi parque Es el sensitivo espejo De un lago claro, muy claro!... Tan claro que a veces creo Que en su cristalina página Se imprime mi pensamiento. Flor del aire, flor del agua, Alma del lago es un cisne Con dos pupilas humanas, Grave y gentil como un príncipe; Alas lirio, remos rosa... Pico en fuego, cuello triste Y orgulloso, y la blancura Y la suavidad de un cisne... El ave cándida y grave Tiene un maléfico encanto; -Clavel vestido de lirio, Trasciende a llama y milagro!... Sus alas blancas me turban Como dos cálidos brazos; Ningunos labios ardieron Como su pico en mis manos; Ninguna testa ha caído Tan lánguida en mi regazo; Ninguna carne tan viva, He padecido o gozado: Viborean en sus venas Filtros dos veces humanos! Del rubí de la lujuria Su testa está coronada; Y va arrastrando el deseo En una cauda rosada... Agua le doy en mis manos Y el parece beber fuego; Y yo parezco ofrecerle Todo el vaso de mi cuerpo... Y vive tanto en mis sueños, Y ahonda tanto en mi carne, Que a veces pienso si el cisne Con sus dos alas fugaces, Sus raros ojos humanos Y el rojo pico quemante, Es solo un cisne en mi lago O es en mi vida un amante... Al margen del lago claro Yo le interrogo en silencio... Y el silencio es una rosa Sobre su pico de fuego... Pero en su carne me habla Y yo en mi carne le entiendo. - A veces ¡toda! soy alma; Y a veces ¡toda! soy cuerpo .- Hunde el pico en mi regazo Y se queda como muerto... Y en la cristalina página, En el sensitivo espejo Del lago que algunas veces Refleja mi pensamiento, El cisne asusta de rojo, Y yo de blanca doy miedo!