Algunas propuestas de división dialectal del español americano

Existen dos principales esquemas de la clasificación dialectal:
  1. el criterio general que toma el continente como un conjunto dialectal y que luego presta atención a los rasgos de pronunciación, vocabulario y morfosintaxis, i.e. el criterio en principio exclusivamente lingüístico
  2. el criterio particular —i.e. político, por países—.
 
Huelga decir que han sido los estudios de conjunto, que abarcan el continente como una zona de delimitación lingüística, los que más difusión y aceptación han tenido entre los investigadores.
No obstante, la división política actual es menos arbitraria de lo que podría pensar, ya que fue causada por motivos coloniales, entre los que se encuentran la demografía y las lenguas indígenas. Por tanto, no se debe desechar drásticamente la fragmentación política como elemento de juicio en el estudio de la dialectalización americana. Así, las naciones extensas (México, Colombia, Argentina, Chile), suelen constituir zonas dialectales; e incluso otras más pequeñas (Ecuador, Costa Rica) podrían señalarse de manera aislada. Pero, de todos modos, las fronteras territoriales no son suficientes para delimitar rasgos lingüísticos, ya que solo en el terreno de vocabulario autóctono se entrevé tal paralelismo.
 
Propuestas y criterios para la dialectalización
 
Juan Ignacio de Armas y Céspedes (1882): Oríjenes del lenguaje criollo
Autor de primeros comentarios acerca de la fragmentación lingüística americana. Analiza el léxico antillano como periodista, sin pretensión lingüística genérica, considera inevitable una ruptura en la unidad de la lengua en el Nuevo Mundo.  
Pedro Henríquez Ureña (1921) conocía la propuesta de Armas pero no la utilizó. Basa su esquema dialectal en el factor indígena. Hay que recordar su postura antiandalucista y su polémica con Max Leopold Wagner.
M. L. Wagner (1927) propone una primera división dialectal americana entre las tierras altas o frías y las bajas o calientes, motivada por razones de índole diatópica, porque obedece a la impronta que los primeros colonizadores dejan en el continente. Así, los andaluces y sus modalidades se asientan en las tierras más parecidas a sus propias, las zonas costeras; mientras que los colones del Norte dejan sus influencias en las tierras del interior.
R. Menéndez Pidal (1962) se vale de la interpretación de Wagner y propone la inclusión de un criterio más geográfico que climático, de manera que habla de tierras interiores o andinas de la América Meridional, con pobreza y escaso desarrollo, que muestran un sello poco andaluz, y de las tierras costeras, de mayor contacto metropolitano, y de arraigado influjo andaluz. Así las costas americanas se caracterizan por los meridionalismos fonéticos (aspiración de las consonantes implosivas, pérdida de la -d- intervocálica, etc.), por contraste que ofrecen las tierras del interior. La demografía inicial de la colonia, con claro predominio del contingente andaluz, y los contactos ininterrumpidos a través del trasiego comercial con los puertos andaluces, refuerzan la tesis andalucista de Menéndez Pidal que cuña el término el español de la flota => factor que aglutina las características más meridionales y comunes entre ambas costas atlánticas.
División dialectal de América propuesta por Henríquez Ureña sigue criterios de proximidad geográfica, la relación cultural y de sustrato indigenista, con especial relevancia a las llamadas lenguas generales: En realidad, Henríquez Ureña analiza solamente las primeras dos zonas —reconoce el hecho— y se basa en elementos léxicos porque los fónicos lo llevan a otra distinción más compleja.
Para la primera zona, la mexicana, distingue otras seis áreas o regiones: Incoherencias: p. ej. que la zona mexicana englobe a Nicaragua o a Costa Rica; que el centro colombiano se considere de igual caracterización lingüística que las sierras ecuatoriana o boliviana; o que Argentina no se diferencia de Paraguay, dada la acción guaranítica en la zona paraguaya, pero no en la totalidad del país argentino, etc.
 
Delos Lincoln Canfield (1962): La pronunciación del español en América.
Publicado con el objetivo de delimitar geográficamente las variantes de los fonemas más implicados en el contraste fonético del español americano, y de señalar el origen y posterior desarrollo de los fenómenos lingüísticos.
Su criterio dialectal es el cronológico, el de la historia de los rasgos diferenciales. Sus informaciones y datos disponibles le permiten presentar una fragmentación lingüística del español en América —aunque no era su pretensión dejar elaborada una división dialectal—.
Canfield distingue dos momentos claves en los orígenes del español americano: La extensión y desarrollo posterior de los rasgos fonéticos se explica por la cronología originaria peninsular y por su llegada al nuevo continente => las zonas más aisladas de la metrópoli tendrán los rasgos más conservadores, y las zonas de más fácil y continuado acceso aceptarán las innovaciones andaluzas, de forma sistemática hasta bien entrado el s. XVIII. A todos estos fenómenos, excepto de la articulación asibilada, les atribuye un origen andaluz o meridional aunque los datos actuales no coinciden con la cronología que propone.
Su propuesta diferencia tres grandes zonas: Crítica: poco convincente en hecho de que una zona aparezca desconectada de la metrópoli de forma absoluta, o que ese aislamiento proporcione la clave de su actual variedad lingüística; las influencias internas no son solo históricas y demográficas, sino también de estratos sociales y de prestigio de normas.
 
José Pedro Rona (1964): propone la división dialectal con criterios fónicos, morfológicos y sintácticos. Le interesa establecer las isoglosas y luego traer a colación las explicaciones extralingüísticas. Descarta datos léxicos o semánticos porque no permiten, a su juicio, delimitar isoglosas suficientemente sistemáticas dentro de una lengua.
El contraste lo establece a partir de cuatro fenómenos: desfonologización y/ll; žeísmo sordo o sonoro; el voseo; las formas verbales y su correspondencia con el uso de vos. La combinación de los tres primeros, por presencia o ausencia, y la variable del cuarto rasgo, sobre cuatro formas distintas de marcas de segunda persona (voseo y tuteo): A (-áis, -éis, -ís), B (-aís, -eís, -ís), C (-ás, -és, -ís), D (-as, -es, -is) permiten reconocer 16 zonas, a las que se pueden añadir 7 más si se tiene en cuenta la competencia lingüística en las zonas bilingües o de hablas criollas:
  1. México (excepto Chiapas, Tabasco, Yucatán, y Quintana Roo), Antillas, la costa atlántica de Venezuela y de Colombia, mitad oriental de Panamá. Zona yeísta, no rehilante ni voseante.
  2. Estados mexicanos citados, América Central y mitad occidental panameña. Área yeísta, rehilante, voseo C.
  3. Costa pacífica colombiana e interior de Venezuela. Área yeísta, no rehilante, voseo C.
  4. Zona andina colombiana. No yeísta, no rehilante, voseo C.
  5. Zona andina ecuatoriana. Área yeísta, rehilante, voseo C.
  6. Zona serrana de Ecuador. No yeísta, rehilante, voseo B.
  7. Costa de Perú, excepto del sur. Yeísta, pero no rehíla ni vosea.
  8. Zona andina de Perú. No es yeísta, ni rehíla ni vosea.
  9. Zona meridional peruana. Es yeísta, aunque no rehíla y vosea B.
  10. Norte de Chile, noroeste argentino, Oruro y Potosí (Bolivia). No yeísta, ni rehilante, voseo B.
  11. Resto de Bolivia. No yeísta, ni rehíla, voseo C.
  12. Paraguay (excepto zona de Concepción) y las provincias argentinas de Misiones, Corrientes y Formosa. Área no yeísta, rehilante, voseo C.
  13. El centro de Chile. Yeísta, no rehíla, voseo B.
  14. Sur de Chile y una parte de la Patagonia. No yeísta ni rehilante, voseo B.
  15. Provincias argentinas gauchescas de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, La Pampa, Río Negro, Chubut, Tierra de Fuego, y Uruguay (excepto la zona ultraserrana y la fronteriza). Yeísta, rehilante, voseo C.
  16. Zona ultraserrana de Uruguay (Rocha, Maldonado, Lavalleja y Treinta y Tres). Es yeísta, rehíla, no vosea.
 
A estas zonas añade el autor 7 más procedentes de mezclas o contacto de lenguas:
  1. Nuevo México: influencia del inglés. Yeísta, no rehíla, no vosea.
  2. Cuba y Puerto Rico: influencia africana. Yeísta, no rehíla, no vosea.
  3. Zona fronteriza de Uruguay: influencia portuguesa. Yeísmo, rehilamiento, voseo C.
  4. Zona fronteriza de Uruguay: influencia portuguesa. Yeísmo, rehilamiento, no vosea.
  5. Concepción del Paraguay: influencia portuguesa. No yeísta, rehilante, no vosea.
  6. Misiones: influencia portuguesa. No yeísta, rehilante, voseo C.
  7. Santiago del Estero (Argentina): influencia quechua. No yeísta ni rehilante, voseo D.
Crítica: falta de contigüidad, i.e. el hecho de que territorios contiguos, caracterizados por los mismos rasgos, puedan formar parte de zonas diferentes, la pretendida uniformidad mexicana y dominicana, la desproporción entre áreas, etc.
 
Juan C. Zamora Munné (1979-1980) y Juan C. Zamora Munné y Jorge Guitart (1982): intentan defender la selección de unos rasgos diferenciales y el criterio de contigüidad geográfica con su abandono de isoglosas léxicas (asistemático y localista), aunque reconocen que tienen su validez para descripciones posteriores.
Con tres rasgos que consideran suficientes —voseo, realización de –s y pronunciación velar o glotal de /x/— definen nueve zonas dialectales:
  1. Antillas, costas orientales de México y Panamá, costas colombiana y venezolana: pérdida o aspiración de –s y /x/, ausencia de voseo.
  2. México, excepto las regiones orientales y limítrofes con Guatemala, con la retención de –s y de /x/, ausencia de voseo.
  3. Centroamérica, con regiones limítrofes mexicanas y zona occidental panameña, con pérdida o aspiración de –s y de /x/, voseo.
  4. Colombia y región de la cordillera de Venezuela, con pérdida o aspiración de –s, mantenimiento de /x/, alternancia tuteo/voseo.
  5. Costas pacíficas colombiana y ecuatoriana, con pérdida o aspiración de la –s y de /x/, alternancia tuteo/voseo.
  6. Costa peruana, excepto del sur, con pérdida o aspiración de la –s y de /x/, ausencia del voseo.
  7. Ecuador y Perú, excepto las zonas señaladas, occidente y centro boliviano y noroeste argentino, con mantenimiento de –s y de /x/, alternancia tuteo/voseo.
  8. Chile, con pérdida o aspiración de –s, mantenimiento de /x/, alternancia tuteo/voseo.
  9. Oriente boliviano, Paraguay, Uruguay, Argentina, excepto la zona citada, con pérdida o aspiración de –s, mantenimiento de /x/, voseo.
A estas diferencias, añaden otros rasgos, como la velarización de –n, yeísmo y su rehilamiento, asibilación, neutralización r/l, que aseguran la validez contrastiva de cada zona.
 
Philippe Cahuzac (1980): una propuesta de división dialectal basada en un método etnológico, de semántica dialectal. Estudia las relaciones entre la vida cotidiana y la organización lingüística. Se basa en el aspecto léxico => permite una mayor vinculación entre sociedad y lengua. Maneja la esfera social de la agricultura y su entorno. Con 600 unidades léxicas, clasifica onomasiológicamente sus términos y analiza su vitalidad según se use en toda América, en más de un país, o se limite a un solo país. El resultado viene a coincidir con Henríquez Ureña, con cuatro zonas grandes (asociado el Caribe a la zona mexicana): Ejemplo: la denominación de ‘campesino’ => 1ª zona: charro, llanero, guajiro, jíbaro, vale, chimarronero; 2ª zona: chacarero, paisano; 3ª zona: huaso, compañista; 4ª zona: gaucho.
 
Críticas: riesgo de distinción de regionalismos, falta de estudios más rigurosos sobre la distribución del léxico, porque no resulta válida la distinción dialectal entre hablas que se identifican fonética y morfológicamente.
 
José G. Moreno de Alba (2001): propuesta dialectal basada en el léxico estándar de las capitales del continente, a través de encuestas directas, propias de la dialectología tradicional, para determinar las semejanzas y las diferencias del vocabulario de los dialectos hablados en América. Establece las siguientes zonas: Santiago se puede asemejar tanto a Lima como a Asunción.
Asimismo, trae a colación los resultados obtenidos por H. Ueda en las encuestas realizadas en 14 ciudades de América y España, con 210 preguntas divididas en 7 campos semánticos (indumentaria, cocina, comida y alimentos, casa, automóvil y vehículo, artículos de escritorio, juegos y deportes), no muy diferentes de las que él había constatado.
Moreno de Alba expresa sus dudas acerca de las divisiones dialectales en general, porque siempre serán discutibles los rasgos elegidos para su determinación. Por otra parte señala que entre los hispanoamericanos resultan muy útiles, para su identificación regional, tanto la entonación como el léxico.
 
En definitiva, dada la complejidad del espacio americano, las propuestas de zonificación mostrarán siempre la heterogeneidad lingüística de dialectos y hablas; se compartirán algunos (los elegidos por el investigador) pero las manifestaciones diferirán en otros muchos.
En resumen, la división general de tierras bajas o costas, de clima caliente, y altas o de montaña, de clima frío, a partir de las exposiciones de Henríquez Ureña-Wagner tuvo su base en supuestos influjos meridionales que contrastan con la norma peninsular norteña, esp. en los niveles fónicos => da pie a las consideraciones macrodialectales (Montes Giraldo).  
Zamora Munné y Guitart reconocen hasta tres tipos de normas: la norteña peninsular, la meridional o andaluza, y la americana, en la que se separan en dos bloques sus dialectos:  
Tales divisiones de carácter muy general revelan la falta de datos suficientes y objetivos que permitan la delimitación de las variedades dialectales en el Nuevo Mundo, y que las divisiones en normas exclusivas pueden olvidar el hecho de que muchos de los rasgos peculiares, que parecen obedecer a modificaciones autóctonas y alejadas de cualquier contacto con el sistema originario no son sino tendencias existentes, con mayor o menor impronta social en la Península => necesidad de elaboración de atlas dialectales
Alvar: Atlas Lingüístico de Hispanoamérica; tb. otros (Chile, Ecuador, México, Uruguay, Colombia, EE.EE., Paraguay, Venezuela, etc.
 
La zonificación por países: Alvar, Palacios, Lipski
 
(basado en Frago-Franco 2001: 171-190)