CASTELLANO ANDINO Aspectos sociolingiiisticos, pedagógicos y gramaticales RODOLFO CERRÓN-PALOMINO CASTELLANO ANDINO Aspectos sociolingiiístioos, pedagógicos y gramaticales Pontificia Universidad Católica del Perú FONDO EDITORIAL 2003 Cooperation Técnica Ale mana CASTELLANO ANDINO Aspectos sociolingiiisticos, pedagógicos y gramaticales Rodolfo Cerrón-Palomino Diseňo de carátula: Edgar Thays Cooperation Alemana al Desarrollo (GTZ) Prolongación Arenales 801, Lima 18, Peru Copyright © 2003 Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Peru. Plaza Francia 1164, Lima Telefax: 330-7405. Teléfonos: 330-7410,330-7411 E-mail: feditor@pucp.edii.pe Hecho el Depósito Legal, Registro N° 1501052003-0381 ISBN: 9972-42-528-2 Primera edición: marzo de 2003 Derechos reservados, prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Para Inés Pozzi-Escot (1923-1997), y s u temprano interes en el eastellano andino. Homenaje póstumo Indice Presentación de Germán de Granda 11 Nota preliminar 13 I. La enseňanza del castellano: deslindes y perspectivas 19 IL La motosidad y sus implicancias en la enseňanza del castellano 37 III. Aprender castellano en un contexto plurilingüe 65 IV. Aspectos sociolingiiísticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú 81 V. La enseňanza del castellano en el Perú: retrospección y prospección 107 VI. La temprana andinización del castellano peru ano 121 VII. La forja del castellano andino o el penoso camino de la ladinización 135 VIII. Vocales largas y breves en castellano a través de los préstamos en el quechua huanca 171 IX. Calcos sintácticos en el castellano andino 187 X. Guaman Poma redivivo o el castellano rural andino 199 XI. Un antiguo sustrato aimara en el castellano andino 221 XII. También, todavía yya en el castellano andino 241 Bibliografia 261 Presentación La presentación en volumen, como conjunto coherente e internamente articulado, de los estudios elaborados por Rodolfo Cerrón-Palomino, a tra-vés de třes décadas de acuciosa y magistrál dedicación, sobre la temática referida a los condicionamientos, modalidades y resultados del contacto establecido en el area andina suramericana entre el espafiol y las lenguas quechua y aimara permite al fin, felizmente, la apreciación global de una tarea investigadora que, en mi opinión, debe ser considerada como de excepcional relevancia en este concreto campo de estudio, integrado en el ámbito teórico de lo que hoy se denomina generalmente Contact Linguistics.1 Cuatro son, a mi parecer, las notas determinadoras de la destacadísima calidad cientíílca que caracteriza, en su totalidad, los trabajos reunidos en las páginas que siguen a esta (forzosamente sucinta) nota introductoria. La primera de ellas es de indole temporal y se refiere, específicamente, al hecho de que las investigaciones iniciales de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la temática en cuestión fueron muy anteriores a la fecha (1988) que, como consecuencia de la publicación en ese aňo del seminal volumen de Sarah G. Thomason y Terrence Kaufman,2 puede considerarse como punto de partida cronológico del desarrollo actual, progresivamente más amplio, profundo y exigente, de los fenómenos de todo tipo derivados del contacto lingüistico.3 En este sentido las monografías tempranas de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la interacción, en el area andina de Sudamérica, entre las lenguas indoamericanas y el código lingüistico castellano deben ser, en justicia, apreciadas como significativo y brillante antecedente de una orienta-ción investigadora que, tanto en el ámbito generál como en el hispánico,4 sólo se consolidará como tal en la ultima década del pasado siglo XX. 1 Cfr, Ivir, V. y D. Kalogjiera (eds.). Languages in Contact and Contrast. Essays in Contact Linguistics. Berlín-Nueva York, 1991; Bechert J. y W. Wildgen, Einfuhrung in die Sprachkontaktforschung. Darmstadt, 1991. 2 Thomason, Sarah G. y Terrence Kaufman. Language Contact, Creolization and Genetic Linguistics. Berkeley-Los Ángeles, 1998. 3 Cfr. Goebl, H., Neide, P. H.t Starý, Z. y W. Wölck (eds.). Kontaktlinguistik, Contact Linguistics, Linguistique de Contact. Berlín-Nueva York, 1997. 4 Cfr. Sala, M. Lenguas en contacto. Madrid, 1998. Rodolfo Cerrön-Palomino La segunda de las notas definitorias de los trabajos de Rodolfo Cerrön-Palomino aqui reunidos es de caräcter personal y adquiere su adecuada significaciön —y su notorio valor— si la ponemos en relation inmediata —y contrastante— con la dolorida constataciön que han hecho, entre otros especialistas, Juan M. Lope Blanch5 y Beatriz Garza Cuarön6 de que, por lo general, los estudiosos del contacto lingüistico espanol-lenguas amerin-dias no son conocedores con profundidad de estas ultimas lo que, eviden-temente, condiciona con frecuencia, y de modo muy desfavorable, sus in-vestigaciones. No es este, desde luego, el caso de Cerrön-Palomino, quien no solo domina, a fondo, las estructuras gramaticales y las variantes diatopicas, diasträticas y diacrönicas del quechua y del aimara7 sino que, ademäs, es hablante de la lengua quechua, que maneja con maestria junto con su nativo castellano. Por lo que atane al tercero de los rasgos definitorios que, para mi, individualizan de modo extraordinariamente positivo las investigaciones de nuestro autor sobre la situaciön de contacto lingüistico intenso que ca-racteriza al ärea lingüistica peruana —y tambien a la boliviana y a la ecua-toriana— bästeme decir aqui, muy sobriamente (y quien quiera entender que entienda), que —como puede verse sobre todo en los cinco primeros estudios de este volumen— para Rodolfo Cerrön-Palomino de ningun modo se trata, en ellas, de recoger, con frialdad supuestamente «objetiva» y «cien-tifica», una determinada realidad lingüistica sino tambien de resaltar, res-pecto de esta ultima, sus dimensiones humanas profiindamente relaciona-das, en especial, con los condicionamientos que la misma determina —y determinö, en el pasado— en cuanto a la integraciön social y al progreso econömico y cultural de las poblaciones afectadas. La ultima de las caracteristicas atribuibles a los textos de Rodolfo Cerrön-Palomino reunidos —en buena hora— en este volumen es, quizä por su misma amplitud y profundidad, dificil de definir de modo preciso y adecuado, Nos ayudaremos, para ello, con una anecdota atribuida por la vox populi italiana a Benedetto Croce. Parece que, interrogado cierta vez por un periodista sobre cuäl consideraba el aspecto mäs importante que sus discipulos podian haber extraido de su actividad docente, el huma-nista napolitano respondiö solamente con una palabra: l'onestä. Tambien en cuanto a la obra de Rodolfo Cerrön-Palomino es de aplicaciön obligada 5 Lope Blanch, Juan M. El espanol de Amärica. Madrid, 1968. 6 Garza Cuarön, Beatriz. «Originalidades de la lingüistica en rberoamerica», en Scripta Phitologica In Honorem Juan M. Lope Blanch, II. Mexico, 1992, pp. 439-451. 7 Cf. sus volümenes Lingüistica quechua. Cuzco, 1987; Quechumara. Estructuras paralelas de las lenguas quechua y aimara. La Paz, 1995; y Lingüistica aimara. Cuzco, 2000. 12 Presentación e indiscutible la misma cualidad, la honestidad científica, que permea, en efecto, todos sus estudios y cada uno de los elementos estructuradores que los conforman. Bienvenido sea, por todo ello, el presente volumen que permite, al fin, la apreciación conjunta de la totalidad de las espléndidas monografías dedicadas por mi fraternal colega Rodolfo Cerrón-Palomino al análisis de las diversas situaciones conexas —en la actualidad o en segmentos temporales pretéritos— con el contacto de las lenguas indoamericanas y el código lingíiístico castellano en el área andina de America del Sur. Su lectura no es sólo, de todo punto, obligada para quienes nos dedicamos a esta temática concreta, sino también para todos aquellos interesados, en algún sentido, por el amplio contexto teórico y metodológico atribuible a la aún naciente Lingiiística de Contacto. Germán de Granda Universidad de Valladolid 13 Nota preliminar El presente volumen, que recoge una docena de trabajos escritos en los últimos treinta aňos, es el testimonio de la preocupación permanente del autor —más bien especialista en lenguas andinas antes que estudioso del espaňol hispanoamericano— por los efectos de los fenó-menos de contacto y conflicto idiomáticos derivados desde los anos ini-ciales de la conquista y colonización espanolas del antiguo país de los incas hasta la actualidad. Uno de los temas frecuentados en los ensa-yos ofrecidos —dentro del escenario referido—, quizás el más impor-tante desde el punto de vista linguístico, aunque con profundas conse-cuencias socioculturales y pedagógicas, es el de la influencia ejercida por las lenguas mayores del antiguo Perú —especialmente el quechua y el aimara— en la confíguración de lo que hoy se ha convenido en Uamar castellano andino. Los ensayos ofrecidos en el presente volumen, aun cuando mani-fiestan al mismo tiempo preocupaciones de indole sociolinguística, pe-dagógica y linguística propiamente dicha, han sido dispuestos de acuer-do con su mayor o menor incidencia respecto de las temáticas anunciadas. De esta manera, los cinco primeros abordan temas sociolinguístico-pedagógicos en los que están presentes, en primer lugar, la preocupación por caracterizar las formas que adquiere el castellano como resul-tado de un aprendizaje «imperfecto» del mismo por parte de los hablantes de quechua y aimara o sus descendientes no necesariamen-te indígenas; y, en segundo lugar, la inquietud por el problema de la enseňanza del castellano a las poblaciones cuya habla constituye pre-cisamente nuestro objeto de reflexión. Los siete ensayos restantes, de carácter más bien histórico y linguístico propiamente dicho, tienen en común la preocupación por rastrear los antecedentes de los fenómenos del contacto linguístico a través de la documentación escrita así como también por develar sus manifestaciones observables en la actualidad. Debe seňalarse, asimismo, que si bien los temas discutidos hacen alusión fundamentalmente al caso peruano, los problemas seňalados no dejan de ser comunes a toda el area andina, en especial la ecuato-riana y boliviana. Rodolfo Cerrón-Palomino Ciertamente, como podrá apreciar el lector, varios de los temas es-tudiados aquí constituyen tópicos enhorabuena frecuentados en la ac-tuah dad por estudiosos provenientes de la hispanística, pero que en el momento en que fueron abordados por el autor permanecían más bien relegados como curiosidades propias de normativistas y educadores, obviamente muy mal informados y peor preparados para tratarlos de manera objetiva y desprejuiciada. Situación perfectamente compren-sible si recordamos que hasta entonces predominaba aún, incluso en el predio de la dialectologia hispanoamericana, una actitud generali-zada de minusvaloración respecto del rol que jugaron las lenguas amerindias en la formación y el desarrollo de las diversas modalida-des del castellano americano. Dentro de tal contexto, los estudios reco-gidos en el presente volumen tienen la virtud de haber llamado la aten-ción no sólo sobre los fenómenos estrictamente lingüisticos abordados sino también sobre las repercusiones sociolingüisticas y pedagógicas que derivan de ellos, y que aguardan aún ser atendidos de manera urgente y decidida. Por lo demás, el interes despertado por los fenómenos examinados en el presente volumen, con excepción de los aspectos pedagógicos, puede apreciarse de manera taxativa a la luz de los trabajos que han venido apareciendo desde entonces, tanto en forma de artículos como de ensayos de conjunto, de los cuales, aun a riesgo de cometer involun-tarias omisiones, destacaremos aquí los siguientes: La formación lin-giiística de Hispanoamérica (Lima: PUCP 1990) y Espaňol andino. Textos bilingües de los siglos XVIy XVII (Madrid: Vervuert-Iberoame-ricana 2000), de Jose Luis Rivarola; Los bilingües y el castellano en el Perú (Lima: IEP 1990) y Contacto social y lingüistwo (Lima: PUCP 2000), de Anna Maria Escobar; Quichua y castellano en los Andes ecua-torianos (Quito: Abya-Yala 1998), de Marleen Haboud; Espaňol y quechua en el noroeste argentino: contactosy transferencias (Salta: Uni-versidad de Salta 1998), de Ana Maria Fernandez y Juana del Valle Rodas; y Estudios de lingüistica andina (Lima: PUCP 2001), de German de Granda. Los aspectos pedagógicos, sin embargo, inicialmente abordados tan lucidamente por Escobar (cf. Lenguaje y discriminación social en America Latina, Lima: Milla Batres 1972), permanecen aún ajenos a la preocupación de los especialistas en educación, por lo general ayunos de toda información lingüistica. Para la edición del presente volumen los trabajos han sido previa-mente revisados, aunque no necesariamente actualizados, tanto en forma como en contenido. Como podrá comprenderse, dado el tiempo transcurrido desde que fueron escritos algunos de ellos, sobre todo los 16 Nota preliminar primeros, se hacía necesario no sólo reexaminarlos sino incluso refun-dirlos, limando asperezas, enmendando fallas y eliminando contun-dencias propias de la juventud. De este modo, sin abjurar del todo de sus apariciones iniciales,1 creemos que los trabajos reunidos en el pre-sente volumen, en su nueva versión, reflejan mejor, aunque no de manera optima, los puntos de vista actuales del autor respecto de los problemas tratados. Lo ultimo porque, para ello, habría sido necesario reescribir íntegramente por lo menos aquellos que tienen antigua data. Nuestras palabras finales son de agradecimiento a la Dirección del Programa de Educación GTZ-PERU, en la persona de su director, el Dr. Wolfgang Küper, asi como a la Dra. Teresa Valiente, de la misma entá-dad, por haber apoyado entusiasta y generosamente la coedición PUCP-GTZ del presente libro. Rodolfo Cerrón-Palomino 1 Con excepción del sexto ensayo, inédito hasta ahora, los demás trabajos aparecie-ron en los lugares que pasamos a mencionar: 1 (en Escobar, Alberto (comp.): El reto del multilingüismo en el Peru, Lima: IEP, 1972, pp. 146-166; reeditado también en Plaza, Pedro (comp.): Lingiiísticay educación, LaPaz: INEL, 1977, pp. 113-128); 2 (en Quintana, Martin y Danilo Sánchez (comps.): Aportes para la enseňanza del lenguaje, Lima: Retablo de Papel Ediciones, 1975, pp. 125-165; también en Plaza, op. cit, pp, 129-158); 3 (enLexis, 1981, 5, pp. 39-52); 4 (en Pueblos indígenas y educación, 1988, 5, pp. 55-83; en Cerrón-Palomino, Rodolfo y Gustavo Solíš (comps.): Temas de lingiiística amenndia, Lima: CONCYTEC, pp. 153-180; y también en San Marcos, 1992, 23, pp. 61-86); 5 (en Actas del Congreso de la Lengua Espaňola (Sevilla, 1992), Madrid: Institute Cervantes, 1994, pp. 515-525; también enSigno & Sena, 1995, 4, pp. 175-187); 7 (en Hernández, César (comp.): Historia y presente del espaňol de America, Valladolid: Junta de Castilla y Leon, 1992, pp. 201-234); 8 (en Actas del IV Congreso de ALFAL (Lima, 1975), Lima: UNMSM, 1978, pp. 280-292); 9 (en San Marcos, 1976,14, pp. 93-101; también en Plaza, Pedro (comp.): op. cit., pp. 159-167) ;10 (en Zimmermann, Klaus (ed.): Lenguas en contacto en Hispanoamérica, Berlín: Vervuert-Iberoamerica-na, 1995, pp. 161-182); 11 (en Lexis, 1996, 20, pp. 253-273); y 12 (en Signo & Sena, 1996, 6, pp. 103-121). 17 I La enseňanza del castellano: deslindes y perspectivas «;Qué castellano!» -exclamaba un sujeto que oía chapurrear a un vizcaíno—; y yo que se lo oí, le contesté; «Excelente para manejado por un vizcaíno, y de ese castellano puede salir algo». Unamuno (1906) 0. Terminológia. Antes de abordar el terna del presente ensayo, nos ha parecido oportuno delimitar el alcance de ciertos conceptos que serán manejados en forma sistemática a lo largo de nuestra exposi-ción. Muchos de ellos parecerán demasiado familiäres; algunos, si bien iguahnente comunes, por prestarse por lo generál a conŕusiones, re-querirán de cierta precisión; en fin, otros serán novedosos, al menos entre los no especializados. Asi, pues, llamamos lengua materna a la adquirída por el niňo du-rante sus primeros anos; es ella la qúe, aparte de servirle como un medio de comunicación efectiva, le será también un «instrumenta libre de pensamiento y de autoexpresion». En tal sentido, lengua nativa y lengua natural son sinónimas de lengua materna. Ahora bien, una persona puede adquirir, además de la materna, una segunda lengua; a ésta la llamamos lengua secundaria —aun cuando pudiera ser en ver-dad la tercera o la cuarta—. La persona que habla, aparte de su lengua materna, otra u otras lenguas más se llama büingüe. Conviene tener presente que la facultad de poder hablar dos o más idiomas, fenómeno conocido con el nombre de bilingiiismo, no implica necesariamente el dominio absoluto de cada uno de ellos por parte del hablante: el con-cepto de bilingüismo es más elástico, y cubre toda una gama de posibi-lidades que va desde el «conocimiento pasivo» de una lengua —por ejemplo, su dominio en el nivel de comprensión— hasta el control cua-si nativo de la misma (cf. Mackey 1968: 555). La noción de bilingiiismo supone el manejo de dos o más idiomas que históricamente pueden o no estar relacionados —por ejemplo, es-paňol-fŕancés, por un lado, y quechua-castellano, por el otro—. Se asu- Rodolfo Cerrön-Palomino me que, en el primer caso, es decir cuando las lenguas estän emparen-tadas, estas deben mostrar diferencias estructurales bien marcadas; porque en caso de que no haya entre ellas distancias estructurales evidentes estariamos mäs bien ante dialectos de una misma lengua.1 El hablante que posee la habilidad de manejar dos o mäs dialectos se llamara bidialecto, y el fenömeno propio a dicha destreza, bidialecta-lismo -—tambien biloquialismo—. Ahora bien, ocurre que en una si-tuaciön polidialectal, y por razones generalmente extralingüfsticas —politicas, sociales, literarias, etc.—, una de las variedades dialectales suele imponerse a costa de las demäs, para constituirse en lo que se llama la forma eständar. El proceso en virtud del cual determinado dialecto se impone sobre el resto se llama estandarizaciön. Cuando esta estandarizaciön obedece a una politica consciente se dice que ella es planeada. De este modo, la variedad estandarizada —piensese en el dialecto romänico de Castilla constituyendose en la lengua castellana o espaflola— resulta siendo un modelo de imitaciön y prestigio, al cual tienden —consciente o inconscientemente— los hablantes de las demäs variedades; estas, a su turno, pasan a segundo piano y, casi siem-pre, son proclives a su estigmatizaciön. Una de las ventajas de la lengua eständar es su garantia de unidad, que por encima de la pluralidad dialectal se yergue como un denominador comun, pues representa al espiritu general frente al de campanario. Hasta aqui, segün se habrä notado, hemos venido hablando de la diversidad dialectal en una dimensiön horizontal, es decir territorial —de alli que podamos hablar tambien de variedades regionales—. Tal enfoque es obviamente parcial, porque vista una lengua desde el piano vertical, tambien nos ofrece un panorama semejante de diferenciaciön. Es asi como encontramos formas o variedades mäs o menos delimi-tables, cuyo correlato en este caso no es regional sino sociocultural: tal los llamados dialectos sociales, estilos o variedades funeionales (piensese, por ejemplo, en las modalidades de lengua culta o literaria, vulgär o diaria, etc.; cf. Weinreich y otros 1968: 159; Porzig 1964: cap. V) con respecto a estas variedades, la eständar suele aproximarse, aunque 1 No se nos escapa el hecho de que la caracterizaciön del concepto de dialecto que ofrecemos se circunscribe dentro de la concepciön mäs bien tradicional de dicho termi-no. Sin embargo, creemos que ella resulta ütil para nuestros propösitos. Vease, por ejemplo, lo que a este respecto dice Stewart (1968: 535). Notese, al pasar, que algunos lingüistas preßeren mäs bien hablar de isolectos y lectos, conceptos definidos con cri-terios estrictamente lingüisticos (cf. Parker 1970: 46). 22 La ensenanza del castellano: deslindes y perspectivas sin identificarse plenamente con ella, a la forma culta.2 El resto de los diaiectos, tanto espaciales como sociales, constituirän variedades no-eständar.3 Nos adelantaremos en senalar que es prejuicioso, por decir lo menos, creer que las formas no-eständar son meras «corrupciones», «deformaciones», o «bastardizaciones» de la variedad eständar. Tales adjetivaciones no encuentran ningün fundamento en la ciencia lin-güistica, y solo responden a actitudes valorativo-emocionales, es decir, acientificas. A la par que debe rechazarse el mito de la «superioridad» o «inferioridad» de las variedades lingüisticas, hay que ver en estas no una «desviaciön» de la forma eständar, sino formas que poseen su pro-pio sistema, es decir, su propia organizaciön interna. Pues bien, esto que acabamos de decir es absolutamente exacto desde un punto de vista puramente lingüistico. Sin embargo, si contemplamos el hecho desde otro ängulo, por ejemplo desde una perspectiva social, £que ocu-rre? Sucede que, de facto, ciertos diaiectos son preferibles a otros, al menos en ciertas circunstancias, es decir, unas formas son mäs apro-piadas que otras (cf. Feigenbaum 1970: 89). La estandarizaciön supo-ne, segun se dijo, la elecciön de una de estas variedades; y ella obedece a criterios sociolingüisticos mäs que a razones eminentemente lingüisticas. De este modo, la estandarizaciön puede considerarse como «un aspecto universal de la variaciön lingtuV.tica en un contexto nacional» (vease Baratz 1970: 25). Por otro lado, en una situaciön de contacto de lenguas y de culturas, tal como ocurriö y ocurre en el escenario andino, el idioma del pueblo dominante, originariamente el del conquistador, constituido en vehi-culo de la administraciön, pasö a ser lengua oficial; por su parte, la lengua —o las lenguas, dado el caso— del pueblo conquistado, o sea del grupo social y politicamente dominado, devino en lengua vernacular. Se aplicarän las mismas denominaciones aun cuando la situaciön sea tal que ya no pueda hablarse, al menos literalmente, de pueblos con-quistados y conquistadores, como en el caso actual peruano.4 2 Aunque esta denominaciön parece gozar de mayor aceptabilidad en el mundo hispanohablante, nosotros procuraremos evitarla deliberadamente. Creemos que, so-bre todo en un medio como el peruano, es diftcil —cuando no riesgoso— senalar quien o quienes son cultos (especialmente cuando la definiciön de lo culto conlleva una fiier-te dosis de etnocentrismo). Por lo demäs, su opuesto: inculto es una palabra verda-deramente hiriente. 3 Igualmente evitaremos, por las mismas razones expuestas en la nota precedente, el empleo de la palabra subeständar. 4 Sin embargo, la lengua de una minoria dominada no sera considerada como vernacular si la misma es oficial en otro pafs. Cf. UNESCO (1968: 689-690). 23 Rodolfo Cerrón-Palomino También en una Situation de contacto de diferentes lenguas puede suceder que, para lograr la comunicación entre sus hablantes, se desa-rrolle un sistema de comunicación eminentemente instrumental, cons-tituido por el vocabulario de una de las lenguas y la estructura grama-tical de la otra: dicho sistema linguístico se conoce con el nombre de pidgin.5 Las características más saltantes de un pidgin son, por un lado, su estructura gramatical y su léxico marcadamente reducidos; por otro lado, su condición de lengua no-nativa, en el sentido en que ésta fue caracterizada. Ahora bien, cuando el pidgin se nativiza, es decir, deviene en lengua materna de una comunidad deterrninada, pasa a constituirse en lengua criolla.6 1. Espanol generál, espanol americano, espaňol peruano. En üneas generales se conoce con el nombre de espaňol generál al sistema linguístico que sirve como vehículo de comunicación a la nación espa-ňola y a todos los pueblos que un tiempo fueron colonias de Espaňa. Gratias a este sistema supranational, se dice que es posible la intercomunicación en el mundo precisamente llamado hispanoparlante. Sin embargo, como ha sido observado, la intercomunicabilidad garan-tizada por dicha lengua generál parece darse a plenitud sólo entre una minoría privüegiada de personas leídas. En efecto, si, por el contrario, enŕŕentamos a hablantes de los diversos países que integran el mundo hispanoparlante, procedentes de los estratos culturales menos favore-cidos, no es aventurado sostener que diťícilmente se lograría entre ellos una comunicación plena. Y, como quiera que la minoría privilegiada que logra comunicarse en un nivel supranational emplea una forma que tiende hacia la variedad del espaňol escrito, podemos inferir que dicha intercomprensión sólo parece estar garanti zada en el piano de la lengua escrita. En consecuencia, la supuesta unidad atribuida al espaňol generál es hasta cierto punto —cuando no parcial— una ilusión. Y asi hay que entenderla aun cuando se hable de cierta «unidad en la diferenciacion». Todo ello, porque una de las características inheren-tes a toda lengua es su heterogeneidad. Una lengua no es, pues, como se cree, un sistema completamente homogéneo; por el contrario, es lo que podríamos llamar, empleando la ya clásica terminológia de Weinreich (1968: 307), un diasistema, es decir, un sistema de sistemas 5 Para una caracterizacion y clasificacidn de los pidgins mas conocidos, vease Samarin (1968: 664 ssj. 6 Para una consideration general de los pidgins y las lenguas criollas, v6ase Hall (1966). 24 » La enseňanza del caste Llano: deslindes y perspectives (diferenciados). En efecto, tratándose de la lengua espafiola, lo que hay en concreto son las variedades locales de espafiol habladas tanto en la peninsula como en America. Cada región, cada pais, tiene sus rasgos idiosincráticos que tipifican y configuran los subsistemas que integran el gran diasistema denominado, en este caso, espafiol. Por otro lado, también es cierto que el espafiol empleado en los afferentes países de America tiene, a su turno, rasgos privativos que lo distinguen de la variedad peninsular. De alii que suele hablarse del espafiol americano —o, mejor, espaňol de America— como una unidad opuesta al de la «metropoli». Pero aquí también, al igual que en el caso anterior, habrá que reconocer que estamos, más bien, frente a una ilusión, forjada «más en el crisol de los ideales americanistas que en la realidad objetiva y analizable que es materia de los estudios tecnicos» (Escobar 1968: 5; Rona 1968: 226). En uno u otro caso, o sea el espaňol general o el espaňol de America, no podemos negar que si bien es cierto que existe una relativa intercomunicabilidad entre sus usuarios, dicho fenómeno ocurre sólo entre un sector minoritario —y privilegiado— de la población, y, lo que es más importante, en el nivel de la lengua escrita, que, como sabemos, es más rígida y conservadora, y, por tanto, no refleja las pe-culiaridades de la lengua oral en todos sus niveles.7 Admitiendo, pues, dicha heterogeneidad, habrá que aceptar que, en el caso peruano, la forma estándar corresponde cercanamente al espaňol hablado en la capital, como reflejando, además, el centralismo he- 7 Sou bien conocidas, cuando se toca el punto de la «unidad» del espaňol general, las dos posiciones antagónicas al respecto: por un lado, el temor a una fragmentación dialectal como ocurrió con el latin; por otro, la confíanza plena en la unidad, garanti-zada por un patrimonii) histórico común: la «latinidad». Cuervo y Menéndez Pi dal serían, respectivamente, los representantes típicos de ambas posiciones. Al margen de cualquier postura, hoy podemos aťirmar que Cuervo no estuvo lejos de la realidad, a despecho de lo que suele sostenerse: después de todo, tal es Io que sugieren los estudios dialectológicos. Recordémoslo: quienes hablan de la «unidad» del espaňol general, piensan ciertamente en la unidad constituida sobre la base de la lengua escrita. Y quienes creen que dicha «unidad» «puede ser mejorada» (cf. Garcia de Diego 1968: 15), o que se debiera trabajar por «el desarrollo y ampliación de los vinculos espirituales e idiomaticos» entre los hispanoamericanos (cf Carrillo 1968: 32), pare-cen olvidar un hecho fundamental y primario: la naturaleza cambiante de una lengua; la verdad de perogrullo nos dice que lengua que no cambia es lengua muerta. Por cierto que podría acometerse con la tarea de la defensa y la preservation de la «unidad» del espaňol; pero —hay que recordarlo— ello solo conduciria a fomentar el culti-vo de la lengua escrita que, tarde o temprano, correrá la misma suerte que el latin, aun cuando los optimistas no se cansan de repetir que las circunstancias para que ello ocurra son diferentes. 25 Hodolfo Cerrón-Palomino gemónico que caracteriza a ésta. Este hecho implícitamente aceptado por quienes tienen el privilegio de hablar el castellano —todos, más o menos conscientemente, tratan de hablar «a lo limeno»— no debiera conllevar el menosprecio o la subestimación de las demás variedades no-estándares, pues bastaría tener presente que su situación de privilegio sólo es el resultado de factores extralinguísticos —entre ellos, el fuerte centralismo capitalino reflejándose en la lengua—. De este modo, intrínsecamente, la variedad metropolitana no es mejor ni peor que las demás: al reconocerle su carácter de estándar estamos trasponien-do las fronteras de lo puramente linguístico. Resulta ocioso decir, en este punto, que si la capital peruana hubiera sido el Cuzco, la variedad cuzqueňa sería el estándar que habríamos tenido por modelo todos los peruanos. De lo dicho anteriormente se desprende que el espaňol habla-do en el país no es, pues, un sistema monolítico; por el contrario, es también un diasistema formado por subsistemas diferenciados.8 Es este espaňol, concebido en los términos seňalados, la lengua oficial del Peru; al lado de él se hablan en el territorio peruano una gran variedad de lenguas vernaculares, de las cuales las más importantes son, sin duda alguna, la quechua y la aimara, no pprque sean «superiores» o «más perfectas» que las demás, sino por el papel que ejercieron en nuestra historia como vehículos de culturas más avanzadas y por su resisten-cia ante la lengua oficial, sostenida a lo largo de más de cuatro siglos. 2. Sistemas criollos. Hay variedades linguísticas en el país, espe-cialmente en la región andina, que a simple vista podrían ser —y de hecho lo son— consideradas como dialectos del espaňol peruano. Sin embargo, miradas con más detenimiento, ellas parecen más bien ser formas que reúnen características de verdaderas variedades criollas o cuasi criollas. En efecto, si bien el léxico de dichas hablas proviene del espaňol, a excepción de los préstamos quechuas comunes, su sintaxis es, por el contrario, francamente quechua: de allí su «acento» peculiar. Considerarlas como «espanol» sería un grave error, pues les estaría-mos desconociendo su propia^ramóřica, es decir, su propia organiza-ción interna. Pues bien, para ilustrar dicha situación tomaremos como ejemplo algunas construcciones típicas del «espanol» hablado en las zonas ru-rales del valle del Mantaro. Nos parece que la misma situación existe, mutatis mutandis, en otřas zonas del país. He aquí algunas oraciones: 8 En este sentido, nos parecen muy atinadas las observaciones hechas por Diego Catalan (1964) al tratar sobre el espaňol de las Canarias. 26 La enseňanza del castellano: deslindes y perspectivas 1. De mi mamá en su casa estoy yendo. la. Voy a la casa de mi mamá. 2. Maňana a Huancayo voy ir. 2a. Maňana voy a ir a Huancayo. 3. iQué diciendo nomás te has venido? 3a. qué/por qué viniste? 4. A mi tía voy visitar diciendo nomás me he venido. 4a. Vine pensando visitar a mi tía. 5. A tu chiquito oveja véndeme. 5a. Véndeme tu ovejita. De primera intención, las formas (1-5) parecen ser «espanol», pues las palabras que las conforman son del repertorio castellano; sin embargo, hay algo que las delata como no espaňol, y ese «algo» es su orga-nización gramatical, es decir, su construcción. Conřróntese con las co-rrespondientes (la-5a), que serían las formas «correctas», es decir, estándar. £Qué tipo de construcciones son, entonces, si de acuerdo a la intuición del hablante de espaňol estándar no son aceptables? Natu-ralmente, se trata de construcciones favoritas del quechua. En efecto, cada una de las oraciones enumeradas (1-5) encuentra el fiel reflejo de las correspondientes quechuas (lb-5b):9 1b. mamaapa wasintam liyaa, 'de mi mamá a/en su casa estoy yendo'. 2b. walaman wankayuuta lisra. 'maňana a Huancayo voy ir'. 3b. lima nilkul-llam shakamulanki? 'ique diciendo nomás te has venido?' 4b. tiyaata bisitaasha nilkul-llam shakamulaa. 'a mi tía voy visitar diciendo nomás me he venido'. 5b. uchuk uwishllaykita lantikamay. 'a tu chiquito oveja véndeme'. Construcciones similares (notese, de paso, la discordancia sistemá-tica —otro rasgo sintáctico— en la oración 5) son empleadas en el ha-bla diaria de las zonas rurales del valle del Mantaro; es decir, forman 9 Los ejemplos, transcritos en un alfabeto tentativo práctico, que no estrictamente fonológico, corresponden al quechua de Huancayo. Por lo que toca a los ejemplos de las formas que consideramos críollas, hemos omitido los detalles de orden fónico que, aunque interesantes, no son relevantes para los efectos de la presente discusión. 27 Rodolfo Cerrón-Palomino parte del sistema lingüistico manejado por los hablantes de dicha región. Se trata, pues, de una variedad criolla, en la medida en que sus usuarios la emplean como lengua materna. No se trata solamente del habla de los bilingües (espaňol-quechua), en cuyo caso podrían invocarse posibles interferencias de un sistema en el otro, sino de la lengua nati-va de un grupo que, por lo generál, desconoce una segunda lengua. Quiere esto decir que estamos frente a un sistema altamente estructu-rado, con sus propias reglas gramaticales y sus contenidos semánticos particulares. Estrictamente hablando no es ni espaňol ni quechua; es, si se quiere, ambas cosas a la vez: espaňol por su sistema léxico y su morfológia y quechua por su sintaxis y semántica. Ahora bien, como quiera que estas variedades criollas no están ais-ladas sino que, por el contrario, compiten con los dialectos generales del espaňol y del quechua, y en vista de que el proceso de castellaniza-ción —planeado o no— se afianza cada vez más, es natural que dichas formas criollas estén sufriendo un proceso de descriollización acelera-do, hecho que trae como consecuencia una situación de verdadera con-fusión a los ojos del observador. Ello no debe, sin embargo, impedirnos el reconocer la existencia de lenguas criollas o cuasi criollas en ciertas zonas del pais. De alli que, cuando se toca el problema de la enseňanza del castellano, habrá que tener en cuenta el hecho de que si bien es verdad que la mayoría de los alumnos habla espaňol, no es menos cier-to que un buen porcentaje de la masa estudiantil tiene como unico vehiculo de expresión una forma criolla o, en el peor de los casos, una lengua diferente. Como veremos, una vez considerada esta situacion en toda su aspereza, el problema de la enseňanza de la lengua resulta ciertamente más complejo, pero a la vez mejor dehmitado. 3. La enseňanza del castellano. Ya vimos cómo una lengua no es una entidad homogénea; todo lo contrario, es un «sistema diferencia-do» debajo del cual se encuentran «sistemas coexistentes». De lo que se trata, pues, es de concebir la lengua como un sistema heterogéneo an-tes que homogéneo (véase Weinreich et ah 1968: 150 ss.). Vista asi, la lengua se nos presenta como un haz de dialectos, sean éstos regionales, sociales o de registro. De allí que no sería forzado sostener que los hablantes de una lengua son potencialmente bidialectos, es decir, ca-paces de poder comunicarse en más de un dialecto o registro (asi, un hablante puede manejar casi inconscientemente la variedad culta formal, además de la coloquial, etc.; por otro lado, un hablante proceden-te de la sierra podría alternar su dialecto con el estándar). Evidente-mente, hay que admitir que para que pueda darse el bidialectalismo, 28 La ensenanza del castellano: deslindes y perspectivas sobre todo tratändose de las variedades regionales, entran en juego una serie de factores; por ejemplo, unos hablantes tienen extraordina-ria facilidad para aprender una segunda lengua, otros no; asimismo, debe tomarse en cuenta la oportunidad que se les presenta a los hablantes para aprender otras variedades, sobre todo sociales. * Ahora bien, lo normal es que cada una de dichas variedades se em-plee en su debido contexto. Es decir, se emplearä el dialecto formal cuando el ambiente lo requiera, y el familiär, igualmente, en su debida oportunidad. Lo anömalo es confundir situaciones, y nada mäs des-agradable que emplear una variedad formal en situaciones familiäres, o al reves. Lo propio sucede en el nivel regional, aun cuando aqui la relacion es asimetrica, pues el hablante de la forma eständar puede desenvolverse sin mayores embarazos en zonas en las que predomi-nan otras variedades (aün cuando no siempre sea entendido a cabalidad): es el prestigio de todo eständar. Concebido el castellano peruano en los terminos senalados, convie-ne ahora que nos replanteemos el problema de su ensenanza. Si echa-mos una ojeada al estadö de cosas actual podemos advertir, especial-mente entre los profesores de lengua, dos actitudes claramente diferenciadas, pero desigualmente extendidas. La primera es una ac-titud normativista; la segunda, una actitud relativista. En lo que sigue revisaremos räpidamente los postulados de ambas posiciones. 3.1. La actitud normativista. Esta actitud es la tradicional; por tanto la mäs difundida. Segun ella, la situaciön es simple: hay un castellano «correcto», «bueno», y otro «incorrecto», «malo». La tarea de la ensenanza se reduce entonces a combatir la modalidad «incorrecta» y a tratar de implantar la «correcta». Esta variedad se maninesta, segun sus defensores, en el habla de las personas cultas y, sobre todo, en las obras de nuestros cläsicos (no olvidemos que Cervantes es todavia el simbolo de nuestro idioma). Asi, pues, ambos criterios: el aristocrä-tico y el literario parecen fundirse. Si a esto anadimos un tercer crite-rio, el de autoridad —en este caso el de la Academia—, tendremos una imagen mäs o menos completa de los postulados en los que se sustenta la actitud normativista. Para esta, la codificacion parece ser etema, inmutable: de alli su caräcter dogmätico. Ahora bien, lo que no debe perderse de vista es que la forma atribui-da como «correcta» le resulta muchas veces artificial al usuario comün y corriente de la lengua, pues ella esta renida por lo general con la realidad. En verdad —recordemoslo— es la variedad escrita la que se toma como modelo, y, lo sabemos, esta, lejos de ser endonormativa, 29 Rodolfo Cerron-Palomino basada en el estandar local, es exonormativa, en el sentido de que su codification esta reglamentada por patrones provenientes de otra rea-lidad.10 Lo que no debe olvidarse es que la variedad escrita es otro dialecto, o, si se quiere, una entidad extradiasistemdtica (vease Rona 1965: 334), es decir ajena al diasistema mismo. Siendo asi, los cursos de lengua pretenden inculcar una forma ale-jada de la realidad, un artificio, frente al cual incluso el estandar local resulta —paradojicamente— «incorTecto», contraviniendo de esta ma-nera a la realidad de los hechos. De alii que no podemos justificar esta actitud en terminos linguisticos ni pedagogicos; toda ella reposa en una apreciacion erronea de los conceptos de lengua y sociedad. Por lo demas, su arraigo es tan grande que nadie, menos aun los seudocultos, logra escapar de su influencia. Es mas, existe el vasallaje incondicio-nal. Expresiones como: «segun la Academia», «segun el diccionario», «Fulano lo dice o lo emplea», etc. son exteriorizaciones de esta actitud supersticiosa. Por cierto que no faltan raptos de falsa modestia, y en-tonces es frecuente oir decir: «en mi castellano tosco...», «en mi lexico pobre», etc. 3.2. La actitud relativista. Segun esta actitud el fantasma de lo «correcto» o «incorrecto» desaparece. Lo unico pertinente es lo «social-mente aceptable» (Hall 1960: 13).11No hay, pues, variedades mas «co-rrectas» que otras; intrinsecamente unas formas no son ni mas ni menos «buenas» que otras: todo depende del momento, de la ocasion en que ellas son empleadas. En verdad, lo tenido por «correcto» en una situaci6n dada puede tornarse «incorrecto» en otra; lo «normal» aqui puede llegar a ser «anormal» alia. O sea, pues, el criterio de correction es relativo en el tiempo y en el espacio: formas que en una epoca pasa-ban por «correctas hoy ya no lo hacen (piensese en rompido, por ejem-plo); de igual manera, lo que para nosotros es «correcto» no lo es a veces, por ejemplo, en Espana (asi el adverbio enantes). Dentro de tales lineamientos, la ensenanza gramatical se entiende como el medio para alcanzar el ajuste del individuo con los contextos dentro de los cuales se mueve; hay que propugnar en el usuario «la posesion linguistica del ambiente» icf. Cisneros 1968: 16). Asi, pues, a mayor «cultura» idiomatica, mayor capacidad para mimetizarse con el 10 Los conceptos endonormativo y exonormativo han sido tornados de Stewart (1968: 534). 11 Un ardoroso defensor de esta corriente en el mundo hispanoparlante es, sin duda alguna, Rosenblat (1967). 30 La enseňanza del castellano: deslindes y perspectivas ambiente circundante. Según este criterio, está bien que el alumno diga hayga en lugar de haya, allí donde es «norma» decir hayga; pero que deberá evitarla allí donde es norma decir haya (adviértase, de paso, que haya y hayga alternaban en boca de los clásicos). En fin, resta decir que esta actitud es la menos difundida y para muchos, es-pecialmente los seudocultos, debe oler a completa herejía. Sin embargo, a diferencia de la actitud normativista, ella se basa en considera-ciones que tienen como punto de partida la observación objetiva de los hechos, por tanto libre de preconcepciones normativistas. Como habrá podido notarse, la actitud relativista es más realista; es lo racional fŕente a lo dogmático. Con ella no se trata ya de erradi-car el castellano considerado como «incorrecto», pues existen sobradas razones para admitir que dicha variedad estigmatizada es eficaz e in-sustituible en su debido entorno. Ahora se busca cultivar esa compe-tencia que tiene el hablante de poder manejar, de acuerdo a las cir-cunstancias, unas formas antes que otras. De esta manera el estrecho marco dentro del cual giraba la enseňanza de la lengua, teniendo como puntos de referencia únicamente lo «bueno» y lo «malo», ahora se am-plía enormemente, gracias a que desaparece el espíritu inquisitorial que lo moldeaba. Desde la perspectiva del hablante esto implica la recuperación de la confianza y la seguridad en la lengua materna, per-didas ante el palmetazo dogmático de una enseňanza gramatical ver-daderamente alienante. Pues bien, conviene ahora preguntarse: ^Cómo debe enseňarse a los alumnos a «posesionarse linguísticamente de su ambiente»? Pre-gunta es ésta que ni los más entusiastas defensores de la actitud que llamamos relativista parecen haberse planteado. Eso de enseňar para que el individuo pueda lograr su ajuste con el medio que lo rodea es teóricamente atrayente, pero creemos que en la práctica tropieza con la metodológia. En efecto, £cómo enseňar a ser más conscientes del carácter diasistemático de la lengua? Por otro lado, el panoráma es más complejo de lo que parece. Recordemos que las formas o modali-dades diversas ante las cuales el hablante debe afinar su sensibilidad no se reducen a una lista de unas cuantas palabras o de algunos giros sintácticos: se trata, en cambio, de verdaderas variedades dialectales que, como tales, tienen s u propia organización interná, es decir, su gramática. Entonces ya no es el caso de que simplemente el alumno emplee unas formas y eluda otras, de acuerdo con el entorno; de lo que se trata, básicamente, es de enseňarle otro u otros dialectos. En una palabra, se busca fomentar el bidialectalismo. Sólo asi resulta más atractivo aquello del «ajuste» del individuo con su entorno sociocultural. 31 Rodolfo Cerrón-Palomrno 4. La ensenanza contrastiva. La llamada linguística aplicada ha desarrollado un metodo bas taňte elaborado para la ensenanza de una segunda lengua: es el conocido con el nombre de metodo contrastivo. Según éste, se comparan las estructuras linguísticas —la de la lengua nativa y la de la extranjera— para ver sus diferenci as y semejanzas. Y como quiera que los aprendices de una segunda lengua encuentran mayor difícultad en asimilar patrones lingiiísticos completamente inusitados a su experiencia, mientras que allí donde los sistemas son similares no surgen prácticamente muchos problemas, el metodo propone que se debe poner mayor énfasis y cuidado en las diferencias antes que en las semejanzas. Parece un hecho, en efecto, que las construcciones conflictivas son las que constituyen el mayor escollo en el aprendizaje de una segunda lengua; de allí la necesidad de insistir en ellas. Pues bien, no será aventurado afirmar en este punto que una ensenanza eficaz del castellano en un medio como el peru ano debe comen-zar por la torna de posición respecto de las alternativas que menciona-mos líneas arriba. En lo que toca al metodo contrastivo, por cierto que hay diferencias entre una ensenanza de segunda lengua y la de un segundo dialecto de una misma lengua; pero creemos que ellas son de naturaleza cuantitativa antes que cualitativa. Esto, porque en el caso del aprendizaje de una segunda lengua, el sistema que se quiere interiorizar es ciertamente bastante distinto del de la materna, de tal suerte que es obvia la situación de estar frente a una lengua diferente; en el caso del aprendizaje de un segundo dialecto, por el contrario, no se sabc con precisión donde terminVla forma diatectal no^stándar y dónde comienza la estándar (cf. Baratz 1970: 33). Fuera de estas con-sideraciones, creemos que la ensenanza del castellano en un país andino debe encararse como si se tratara de la ensenanza de una segunda lengua, al menos para quienes no tienen acceso directo a la variedad estándar. Es decir, la forma estándar debería ser tornáda como una segunda lengua, y enseňada contrastivamente con respecto al o a los dialectos de los alumnos.12 Lo dicho anteriormente, como habrá podido advertirse, pasa por alto un hecho importante: sucede que, al lado de quienes no manejan la variedad estándar, hay también hablantes nativos de ésta. Siendo asi, i& qué se reduciría la ensenanza del castellano toda vez que los 12 Esta labor pionéra, aunque en un contexto diferente, la viene realizando, por ejemplo, el «Centro de Linguística Aplicada», con sede en Washington D.C., donde se trata de impartir el inglés estándar a los hablantes de inglés no-estándar, especial-raente a los negros. Véase Fasold y Shuy (1970). 32 La ensenanza del castellano: deslindes y perspectivas Ultimos ya hablan precisamente la forma que se busca impartir? En tal situaciön, un curso de lenguaje pareceria justificarse ünicamente en la medida en que imparta «refinamientos suplementarios tales como un vocabulario adicional, patrones sintäcticos mäs complejos o estilisti-camente restringidos, y, por cierto, la habilidad de leer y escribir» (vease Stewart 1970:2). Por lo demäs, no olvidemos que un nino, nacido y crecido en una comunidad cuya variedad lingüistica sea la eständar, aprenderä dicha variedad con gran competencia aun cuando no tenga que ir a la escuela. De alli que, cuando los manuales repiten hasta el hartazgo que la ensenanza gramatical busca «perfeccionar» la lengua, «mejorar» la pronunciaciön, etc., pareceria en verdad que se estä pen-sando en un alumnado que maneja diferentes dialectos, distintos del eständar, lo cual no parece haber cruzado por la mente de sus autores. Sin embargo, la situaciön es ciertamente diferente cuando se busca ensenar la variedad eständar a hablantes de otros dialectos. Entonces si, lo que estä en juego es la adquisiciön de otro sistema, cuasi ajeno a los häbitos verbales del educando. Piensese, por ejemplo, en el hablan-te rural del valle del Mantaro. Conforme vimos, la variedad usada en dicha zona no es castellana del todo; y, en cambio, parece ser una lengua criolla o cuasi criolla. En circunstancias como esta, creemos que la ensenanza contrastiva podria ser una buena alternativa a seguir. Y si con la ensenanza de una segunda lengua se busca formar bilingües, con la ensenanza de un segundo dialecto se apuntaria al bidialectalismo. Asi, de ninguna manera se buscaria la erradicaciön del dialecto nativo no-eständar, sino que se tenderia hacia un «bidialectalismo funcional» (vease Fasold y Shuy 1970: cap. XI). Para terminar con este punto, debemos preguntarnos: £Que dialecto debe emplearse como medium en la ensenanza del espanol eständar? Al respecto, diremos que, asi como desde la recomendaciön hecha por los especialistas de la UNESCO en el sentido de que, cuando se trata de ensenar una segunda lengua a hablantes de idiomas vernaculares (en nuestro caso, el castellano a los quechuahablantes, por ejemplo) el medium debiera ser la vernacular, para pasar, gradualmente, a la segunda lengua (vease UNESCO 1968: 688-716), asi tambien podria emplearse el dialecto no-eständar como medio para alcanzar el eständar (para una propuesta de este tipo, vease Feigenbaum 1970: 87-104). 5. Tareas. Lo dicho anteriormente contiene una serie de implicancias que pasaremos a senalar ahora. En primer lugar supone conocer la naturaleza interna del espanol eständar y, en segundo termino, la fi-sonomia de todas y, en lo posible, de cada una de las variedades 33 Rodolfo Cerrón-Palomino dialectales, incluyendo aquellas que revisten las características de len-guas criollas. Mientras no contemos con descripciones de todos esos sistemas que coexisten bajo esa aparente realidad monolítica a la que estamos acostumbrados a llamar «castellano», toda labor contrastiva resulta imposible. Por consiguiente, toca a los especialistas, incluyendo a los profesores de lenguaje, acometer esta inmensa tarea.13 Sólo de este modo podrá ensefiarse la variedad estándar, no ya confiados úni-camente en la intuición que se tiene acerca de ella, sino contando con algo explícito, es decir, una gramática. Por otro lado, solamente con descripciones linguísticas adecuadas podría contarse con materiales de enseňanza que reflejen la realidad captada por los estudiosos en el mismo terreno, que no en textos literarios. Cuanto a técnicas descrip-tivas, creemos que la única metodológia suficientemente poderosa como para poder describir una lengua, concebida como «sistema diferencia-do», en su dinamicidad y no en su engaňosa estaticidad, es la practica-da por la moderna sociolinguística. En segundo lugar implica la preparación ad hoc de profesores a cuyo cargo estará la enseňanza del castellano tal como la proponemos. Básicamente, dichos profesores debieran ser entrenados en los princi-pios fundamentales sobre los cuales reposa la enseňanza contrastiva. Para ello, naturalmente, se requeriría contar con especialistas en enseňanza de una segunda lengua; ellos podrían, mediante la organiza-ción periódica de cursillos de capacitación, formar a los docentes del area.14 En tercer lugar, y —quizás más importantemente— implica un cam-bio rotundo de paradigmas conceptuales, en este caso, el abandono de un esquema tradicional de seudovalores y la sustitución por otro dife-rente, inspirado en la ciencia linguística. Se trata de erradicar una serie de prejuicios bastante difundidos y, lo que es peor, constituidos en verdades de Dios. Para citar sólo dos: el criterio de «correccion idiomatica» imperante en el ambiente escolar y la distinción simplista entre «buen» y «mal» castellano. En una palabra, se trata de fomentar un cambio de actitudes, sobre todo de parte de los usuarios de la variedad estándar para con las formas no-estándar; pero aquí ya estamos entrando en un campo muy delicado cuyas repercusiones inciden defi- 13 Tal es lo que propone Rona (1965) en un artículo que, en lo sustancial, contiene ideas similares a las que venimos sefialando. 14 Para una idea de cómo podría Uevarse a cabo una tarea semejante, véase Shuy (1970:120-141). 34 La enseňanza del castellano: deslindes y perspectivas nitivamente en las relaciones de poder que subyacen a toda la socie-dad en su conjunto. Una tarea asi es seguramente muy ambiciosa en el panorama nues-tro. Ocioso es decir que, para su materialization, no contamos ni remo-tamente siquiera con los medios académicos ni técnicos conducentes a dicho fin; ante esta indigencia, la realidad compleja seguirá siendo un inmenso laboratorio en espera de técnicos y expertos. Al ofrecer nues-tro punto de vista, no hemos tenido otra intención que la de hacer deslindes dentro de la problemática de la enseňanza del castellano en el medio: qué se debe ensefiar a quiénes. Por otro lado, una vez configu-rada la situación, hemos sugerido el cómo, para atacarla frontalmente. De este modo, creemos haber llamado la atención sobre algunos pro-blemas fícticios tenidos por insuperables dentro del esquema traditional de la enseňanza del castellano y, por otro lado, descubierto otros allí donde antes ni siquiera se los entreveía. 35 La motosidad y sus implicancias en la ensenanza del castellano «Los oscuros mestizos que provienen de la sierra, tienen sobre los indios p uros la vent aj a de hablar el idioma espanol o por lo menos comprenderlo. Sin embargo poseen una pronunciación especial y defectuosa, de la que no pueden desprenderse aunque vi van mucho tiempo en la costa, y cuya particularidad más resaltante es confundir constantemente las vocales: o con u, asi como la e con la i, puesto que éstas no se diferencian nitidamente en el idioma quecb.ua». Middendorf ([189311973:166) O. Propósito. En el presente trabajo vamos a llamar la atención sobre un problema de crucial importancia, no tanto por su naturaleza intrínseca, cuanto por la manera en que es encarado por aquéllos que, tal vez de buena fe —que forman una minoría— tratan de combatirlo, con resultados las más de las veces desastrosos, lo cual es cuando menos perfectamente explicable. El problema, que en el lenguaje perua-no suele llamarse motoseo o motosidad, adquiere mayor significancia en el universo andino, donde por centurias el castellano se halla en relación asimétnca con respecto a las lenguas vernaculares; se lo en-cuentra también en las grandes ciudades costeňas, agudizándose de-bido al incremento de las migraciones internas en los Ultimos dece-nios, lo que trajo como consecuencia nuevas situaciones de contactos linguísticos, de naturaleza igualmente asimétrica; en ambos casos, por cierto, el castellano o espaňol aparece —implícita o explícitamente— como lengua de «cultura». Es a partir de la aceptación de este rol des-igual que se ha enfocado el problema y su intento por explicarlo ha traido a cuento razones que, bien miradas, difícilmente pueden ocul-tar su motivación de naturaleza socioeconómica y hasta racial. Expli-caciones linguísticas tampoco han faltado, aunque éstas han sido de corte simplista por ingenuas y a menudo prejuiciosas. En lo que sigue trataremos de estudiar el problema lo más objetivamente posible, sin descuidar el hecho fundamental de que cualquier intento por aprehen- Rodolfo Cerrón-Palomino derlo no puede hacerse desde un punto de vista exclusivamente lin-güistico, pues estamos absolutamente convencidos de que no se le puede abordar disociado de su contexto sociocultural; en este sentido se trata de un problema, a la par que linguístico y pedagógico, social y hasta politico. Seňalemos, desde un principio, que la toma de concien-cia de este hecho no es nueva; y en efecto, los científicos que estudian la sociedad peruana vienen perfilandolo hace un buen tiempo y son igualmente algunos lingüistas de inspiración social los que con mayor vigor tratan de caracterizarlo (véase, por ejemplo, Escobar 1972); sin embargo, sus pronunciamientos al respecto son generales y como tales no alcanzan a calar dentro del sistema educativo, por lo que a la par que divulgarlos, hemos procedido con su desmenuzamiento para enca-rarlos en detaile, pues creemos que éste es el único camino para llegar al lector comun. 1. Exordio terminológico. Para caracterizar el problema que nos concierne, es preciso ponernos de acuerdo sobre el sentido del peruanis-mo mote y sus derivados. De acuerdo a nuestras observaciones personales, el mote alude a cierta forma de habla singularizada por deter-minados rasgos de pronunciación y hasta entonación propios de la persona que no domina la variedad castellana estándar, sea capitali-na o regional. El hablante cuya expresión se resiente de tales rasgos es llamado motoso, y el hecho de hablar con motes es motosear; en fin, el derivado motosidad (o motoseo) alude al fenómeno asi definido. Con-cretamente, uno de los rasgos más saltantes de la motosidad es, por ejemplo, el confundir las vocales de abertura media del espanol con las altas del quechua1 y, quizás por hipercorrección, el trocar las vocales altas del castellano pore, o, respectivamente. Asi, quien motosea dice aproximadamente misa en lugar de mesa, usu en vez de oso; o también mesa en lugar de misa y cora en vez de eura, Ahora bien, en el contexto limeňo, y quizás costeno en general, la motosidad no sólo se refiere al trastrocamiento vocálico mencionado líneas arriba; parece aludir también a una entonación «desusada» desde la perspectiva de los hablantes de la variedad estándar, e igualmente al empleo de un léxico taraceado de quechuismos. En este sentido, motosear es sinónimo de chapurrar, aunque no del acto de tener 1 Por razones prácticas, que no prioritarias, vamos a Umitarnos a estudiar el motoseo como producido por las relaciones entre el quechua y el castellano, lo que no excluye que el fenómeno se presente también en bilingiles cuya lengua materna no sea el quechua. 40 La motosidad y sus implicancias en la ensenanza del castellano simplemente un dejo, pues este, si bien no solo alude a una entonacion sino tambien al modo de pronunciar peculiares de ciertas regiones o provincias, se diferencia del motoseo por algo que otorga a este una connotaciön singular: su caräcter despectivo. En efecto, mientras que el motoseo es ridiculizado, el dejo no lo es tanto; y asi, la persona con dejo es tolerada, en tanto que la que motosea es rechazada. Es en estos terminos y alcances que el vocablo mote y sus derivados es empleado en la capital. Por lo que toca al ärea andina, y concretamente al valle del Mantaro, advertimos que su uso es mäs restringido, pues se lo emplea ünica y exclusivamente para designar al fenömeno de sustitu-ciön vocälica mencionado lineas arriba. En el presente estudio vamos a emplear dicho termino y sus correspondientes derivados en este sen-tido restringido.2 2. El problema. Uno de los aspectos con el que la escuela ha trope-zado dentro del contexto peruano es el de la pronunciaciön del castellano. Este hecho se debe sin duda alguna a que, a diferencia de lo que ocurre en otros ämbitos de habla hispänica, el castellano o espanol no es la ünica lengua del pais. Al lado de aquel, y ocupando un Status inferior, se hablan varias familias lingüisticas a lo largo de los Andes y en las maranas de la jungla. En la medida en que la relacion de dichas lenguas para con el castellano ha sido y es de dependencia, los hablantes de dichos sistemas desfavorecidos han ido aprendiendo la lengua dominante en condiciones las mäs de las veces violentas. Como consecuencia de este aprendizaje, que comenzö a la llegada de los es-panoles y que continüa hasta el presente, han ido surgiendo bilingües con distinto grado de dominio de la lengua secundaria. La relacion desigual entre este idioma y el vernäculo marcd desde un principio la urgente necesidad del aprendizaje del primero por parte de los usua-rios del segundo, a la par que los hablantes de la lengua advenediza no se vieron obligados a aprender el segundo, a no ser por motivos de s La etimologia de mote en el sentido que hemos venido delimitando no es muy clara; sin embargo, todo parece indicar que ella deriva del bajo latin muttun 'grunido' (cf. muttire 'murmurar, balbucir'), a traves de una serie de peripecias semänticas. De una cosa debemos estar seguros, sin embargo, y es que mote nada tiene que ver con la voz quechua muti, que ha entrado al espanol peruano bajo la forma de mote, resultan-do asi un homöfono. En este sentido, la expresiön «hablar mote con cancha» (lit. «maiz cocido» con «maiz tostado»), giro comün en algunas zonas de la Sierra para aludir a la motosidad, solo puede atribuirse a una reinterpretaciön del termino mote sobre la base de su homöfono mote 'maiz cocido'. Por lo demäs, advi6rtase que implicita esta aqui la nociön de un hablar «mezclado». 41 Rodolfo Cerrón-Palomino dominación y control. Esta relation unilateral se constituyó luego en la base sobre la cual se sustentan los postulados de la llamada caste-Uanizatión. Y como quiera que la «correction» es el norte en todo pro-ceso de aprendizaje, en la adquisición de una segunda lengua lo «co-rrecto» se mide por el grado de fidelidad con que se la aprende; en una palabra, el aprendizaje correcto equivale, dentro de dicho ideal, al do-minio casi nativo de la lengua secundaria. Este ideal se consigue tier-tamente en virtud de lo que puede llaraarse «bihngüismo de cuna», pero las condiciones para que ello ocurra son relativamente limitadas; lo común, especialmente en contextos como el peruano, es que la adquisición de la segunda lengua se haga en condiciones francamente adversas y hasta compulsivas. Como resultado de esto ultimo, el pais cuenta con vastos sectores de población que hablan el castellano «inco-rrectamente». Una de estas incorrecciones se relaciona con los «defec-tos» de pronunciation, concretamente el motoseo, que la escuela qui-siera erradicar. Ahora bien, existe un consenso según el cual la causa de la motosidad está en los efectos producidos por el vernáculo; en términos lingüisticos se trataría de interferentias propitiadas por la lengua materna de quien tiene al castellano como segunda lengua. Oigamos lo que a este res-pecto dice un educador notable: «Las lenguas aborígenes actúan [...] sobre el castellano con una iníluencia negativa sobre la pronunciation. Lo padecen muchos escolares cuyo origen se vincula a medios en que predominan dichas lenguas, aunque no las sepan hablar» (cf. Jiménez Borja 1967:13). Una buena enseňanza del castellano debe tender en-tonces a «aproximar lo más posible la pronunciation a un arquetipo», que deberá ser en este caso la de la variedad capitalina o costeňa en general; esto, porque al parecer no habiendo lenguas aborígenes en la costa, no hay «influencias negativas» que temer. Sin embargo, confořme ya fue senalado, la situation no es tan simple como se pretende, pues en las urbes costeňas también se registran, debido a la creciente migration de la sierra a la costa, problemas de motosidad. Cualquiera que sea la naturaleza de tales «defectos» lo cierto es que, en el contexto general, se toma como arquetipo del buen pronuntiar la «norma» de los costeňos, y dentro de ella, la de las personas tenidas por cultas. ^Hasta qué punto es sostenible esto? La respuesta se irá configurando a medida que consideremos el problema en mayor detaile. Mientras tanto, conviene recordar que la tarea de eliminar la motosidad teniendo como mira el modelo costeňo ha sido acometida de modo implícito por quienes han enírentado directa o indirectamente el problema. Los resultados han sido, por lo general, frustrantes, y los 42 La motosidad y sus implicancias en la enseňanza del castellano pocos casos, si los hay, de efectiva superación del problema se debie-ron a nuestro modo de ver no tanto a las bondades de los métodos empleados a ese fin sino a las habilidades lingüisticas de algunos pocos hablantes. Con esto, sin embargo, se logra una promoción individual en términos lingüisticos, pero jamás una promoción de grupo. Por lo que podemos afirmar que la escuela simplemente ha fracasado en este «deber nacional» de aproximar la pronunciación «defectuosa» a la norma costeňa. Una de las causas fundamentales de tal fŕacaso se debe, a nuestro entender, a la falta de una percepción clara del fenó-meno involucrado, miopia que parece consumarse en estereotipos cuya motivación no puede ser sino de orden socioeconómico. Asi, por ejem-plo, se dice que la motosidad se debe a la natural «bruteza» del bilin-güe, a su incapacidad para aprender aquello que es a todas luces «sen-cillo» (jcosa que a su vez puede ser achacada, dentro de esta teleologia ingenua, a la coca y al aguardiente!). Como puede advertirse, la sifcua-ción se torna dramática, no tanto por el problema en sí, cuanto por sus implicancias dentro de los intentos por explicar las causas del fenóme-no. En lo que sigue trataremos de abordar el terna con mayor sereni-dad; por el momento bašta con tener presente que las explicaciones aducidas parten de «arriba», desde la perspectiva del que tiene la di-cha de pronunciar «bien». 3. Aproximación lingüistica. Como ya se apuntó en la sección precedente, el motoseo no es sino un fenómeno de interferencia lin-guística en el nivel fónico, Concretamente, éste se produce cuando el bilingüe identifica los fonemas de la segunda lengua con los de la ma-terna. Dicha identificación es automática, y está determinada, entre otras cosas, por los hábitos articulatorios del bilingüe; tales hábitos, una vez fijados, constituyen una suerte de criba a través de la cual los sonidos de la lengua secundaria son tamizados. La fijación de los hábitos articulatorios en el hombre ocurre alrededor de los diez a doce aňos, coincidiendo con el final de la crisis maturacional del cerebro que los estudiosos de los fundamentos biológicos del lenguaje vienen caracte-rizando (cf.f por ejemplo, Lenneberg 1967). Esto explicaría por qué el bilingüismo de cuna resulta prácticamente libre de interferencias, por lo menos en el nivel de la pronunciación; y nos ilustraría igualmente por qué, pasados los doce aňos, el ser humano no tiene la misma faci-lidad en la adquísición de una segunda lengua, siendo por tanto objeto de la presión de su lengua materna, hecho que se manifiesta justa-mente a través de las interferencias en todo nivel. Dada la restricción biológica mencionada, los fenómenos de interferencia deben entonces 43 Rodolfo Cerrön-Palommo ser tomados como consecuencias normales de dicha limitacion. De alli que donde haya lenguas en contacto es normal encontrar problemas de interferencia que afectan la Performance de los bilingües. En este sentido se trata de un fenomeno universal, en la medida en que el proceso de madurez cerebral es igualmente universal, pues las carac-teristicas estructurales del cerebro humano son identicas y no idiosin-cräticas de tal o cual grupo racial. De donde fluye que el motoseo es un fenomeno universal por encima de las peculiaridades con que aparez-ca revestido en tales o cuales situaciones de lenguas en contacto. Sien-do asi, no serä sorpresa constatar que, en la medida en que aprende-mos una segunda lengua arriba de los doce anos, estaremos proclives a una motosidad automätica en dicho sistema lingüistico. En efecto, quienes conocemos otras lenguas hemos tenido alguna vez la expe-riencia dolorosa de confundir oposiciones {= hipodiferenciaciön) o de crear otras que en la segunda lengua no existen (= hiperdiferenciaciön). Piensese, por ejemplo, en la dificultad que ofrecen para su aprendizaje el sistema vocalico del ingles o del frances: teniendo el espaiiol un sistema mucho mäs simple, es obvio que las vocales cardinales de esta lengua, que fonolögicamente no pasan de cinco, causen interferencias frente a sistemas mäs complicados como el del ingles que, segun la variedad de que se träte —y de acuerdo al anälisis adoptado—, puede tener hasta ocho vocales; lo propio sucede con el sistema frances que, de acuerdo con los manuales, comprende seis vocales mäs que el caste-llano. Frente a tamana complejidad, el hablante de espanol tendrä interferencias, a no dudarlo. Y no solamente se trata de complejida-des, pues sin ir muy lejos el hablante de castellano motosea con las palabras quechuas; lo hizo desde que tomö contacto con las variedades del quechua.3 Son testigos los pröstamos que desde muy temprano han sido incorporados al espanol: mote en lugar de muti, molle en vez de mulli; coca en lugar de cuca, topo en vez de tupu, etc. Como se ve, ahora resulta que el motoseo atribuido a la «bruteza» congenita o a la condiciön primitiva y silvestre del nativo no tiene ningun fundamento lingüistico ni extralingüistico; los hablantes de espanol estamos igualmente propensos al mismo defecto en una lengua secundaria. Tal como lo senalaremos mäs adelante, el estereotipo tiene otra motivaciön, la misma que ya se puede entrever. 3 Como se sabe, el Inca Garcilaso critica amargaraente a los espanoles por «co-rromper» de este modo la pronunciaciön de las voces quechuas. Adelantemos aquf que el Inca tiene razön en esta recriminaciön, mas no cuando igualmente acusa a los espanoles de «trocar» ciertas «letras», i.e. consonantes. En otro estudio nos ocupamos ampliamente de estos puntos (cf. Cerrön-Palomino 1991b). 44 La motosidad y sus implicancias en la enseňanza del castellano Una vez caracterizado el fenómeno en sí, ahora toca explicar el motoseo en nuestro medio, para lo cual hay que recordar que al lado del sistema vocálico del castellano, que admite tres grados de abertura (i/e/a), el del quechua apenas reconoce dos, a saber /i,u,a/. Ahora bien, como se dijo anteriormente, la persona que motosea trueca las vocales /e, o/ por /i, u/, y también /i, u/ por /e, of. Hay que advertir de una vez por todas, sin embargo, que esta sustitución de timbres vocálicos apa-rentemente grotesca, como de hecho aparece al oído del que no motosea, no es del todo exacta; porque dado el carácter de los mecanismos de percepción, tendemos inconscientemente a proyectar nuestras expec-tativas sensoriales en la performance fonética del interlocutor. Lo cierto es que una mirada —mejor, oída— menos impresionista del fenómeno nos induce a considerar dicho trastrocamiento como algo aproximado; es decir, las vocales criticas en boca del bilingüe no corresponden exac-tamente, en términos acústico-articulatorios, a las vocales del espa-ňol. Lo que implica que cualquier ecuación es más bien subjetiva antes que real. Por otro lado, si bien el cambio de las vocales medias por sus correspondientes altas en boca del bilingüe parecería normal, no lo es sin embargo, la mutación inversa; es decir, el trueque de las altas cas-tellanas por sus correspondientes medias, pues éstas no existen en quechua. iCómo explicar este fenómeno? Es decir, £por qué razón el bilingüe dice mesa por misa o mola en vez de mula? Para responder esta pregunta no hay que olvidar una vez más que en realidad las vocales del quechua no son idénticas a las del castellano, que las vocales altas de aquél tienen un timbre más abierto que las correspondientes en éste, de tal manera que cuando el bilingüe dice mesa o mola, no se crea que está articulando los fonemas /e, 0/ del castellano, sino sus vocales /i, u/ y viceversa; es decir, cuando dice anemal 0 lones, no hay que pensar que la realization fonética de la e de animal y la 0 de lunes correspondan exactamente a las vocales de abertura media del castellano, sino que en realidad se trata de las vocales altas del quechua. Como se ve, es cues t i ón de diferentes timbres en cada caso, y recuérde-se que si las vocales del habla motosa nos parecen espaňolas, ello se debe a la tendencia que tenemos de escucharlas de acuerdo con nues-tros hábitos perceptuales. Frente a los distintos sistemas vocálicos que entran en conflicto, resulta normal la inseguridad del bilingüe ante la lengua secundaria, en este caso el castellano. Dicha inseguridad se hace más patente en la asistematicidad aparente del manejo de las vocales del castellano, pues, segun pudimos notar, el trastrocamiento aludido no parece ser regular; es decir, no todas las /i, u/ del castellano son interpretadas como 45 Rodolfö Cerrón-Palomino sus correspondientes abiertas ni todas las medias se tornan altas; asi, son frecuentes pronunciaciones como lemiňo, sigún, cartolina,premero, etc., donde, de haber sistematicidad en el acomodamiento seňalado, deberíamos esperar lemeňo, sigón, cartolena, premiro, respectivamen-te. Estas ultimas variantes se dan ciertamente en otros idiolectos (hablas individuals), pero la asistematicidad que venimos apuntando estriba en que un mismo individuo puede combinar ambas formas; es decir, un mismo hablante puede decir lemiňo, por un lado, y cartolena, por el otro. De allí que tratar de imitar a un motoso no sería entera-mente posible, ya que una buena imitation debe obedecer ciertas re-glas y vemos que en este caso éstas prácticamente no parecen ser con-sistentes, al menos de manera categórica.4 Con esto creemos haber explicado, aunque de manera muy somera, el problema involucrado en el motoseo tal como puede observarse en el habla de los bilingües de quechua y castellano.5 En este punto valdría la pena detenerse un momento a considerar un hecho que podría tomarse como un argumento en contra de los que hemos seňalado en el párrafo anterior: la existencia aparente de voca-les medias [e, o] en la mayoria de los dialectos quechuas.6 Como se puede verificar en cualquier texto quechua escrito por un aficionado, no es infrecuente encontrar allí vocales medias. Si consideramos que justamente la persona ingenua escribe tal como pronuncia, £en qué medida podemos detir que el quechua posee, al igual que el castellano, un sistema de cinco vocales cardinales? En términos más técnicos, Shasta qué punto el quechua tiene cinco fonemas vocálicos? Si es cierto 4 Para un estudio de los fenómenos de interferencia que venimos seňalando, aunque no se discuta el carácter sistemático o asistemático de las reglas de sustitución, puede verse Escobar (1974). En realidad, en dicho estudio el autor parece asumir que tal tratamiento es regular, lo que estaría en contradicción con las observaciones que hemos seňalado. Para la notion de asistematicidad en ciertos procesos linguísticos, véase Labov (1971). 6 Resulta curioso notár que mientras que en castellano no es imaginable siquiera una diferenciación dialectal a partir de cambios en el timbre vocálico (salvo algunos casos limitadísimos de morfologización de reglas fonológicas, como en ciertas varieda-des del andaluz), en el inglés son precisamente los desplazamientos vocálicos los que determinan marcadas isoglosas. De allí que no deje de extraňar al hispanohablante cuando oye que un hablante de inglés que usa una vocal baja pueda tolerar a otro que en lugar de dicha vocal eraplea una alta, y viceversa. En este sentido, es admirable cómo el sistema vocálico del espaňol moderno se mantiene en forma más o menos estable; de allí que, hasta ahora, la diferenciación dialectal se manifieste mayormente en variaciones consonánticas y léxicas. 8 El huanca, por ejemplo, es una exception a esta regia. Para detalles, véase Cerrón-Palomino (1975). 46 La motosidad y sus implicancias en la ensefianza del castellano que esta lengua posee las vocales [e, o], £por Q^é persisten las interfe-rencias? Para responder estas preguntas basta con reconsiderar las transcripciones hechas por el lego. En efecto, una ojeada a los casos en los que se escriben e y o nos ofrece el siguiente dato: dichas vocales aparecen las más de las veces en contacto directo y/o indirecto con la consonante postvelar /q/. Los ejemplos son fáciles de ser escanciados; asi, liuir', ťpalo', 'cerro', 'rodiÜV, etc. Esto implica que dichas vocales aparecen condicionadas por la consonante /q/. O sea que ellas no pueden ocrurrir en quechua mientras no lo haga simultáneamente dicha consonante. Se trata, en este sentido, de una realización automática, cuya ejecución no es susceptible de ser controlada de manera consciente por el hablante quechua; en una pa-labra, éste es incapaz de pronunciar [ayqi-], [qiru], [urqu], [qurjqur], etc. Estaraos, pues, frente a un caso de alofonía determinado por un proceso articulatorio de asimilación: la /q/ se define como consonante baja, y, siendo tal, actúa sobre las vocales /i, u/ bajándolas o, si se quiere, abriéndolas. Esto supone que en un nivel más abstracto, dichas varian-tes —es decir [e, o]— no son sino realizaciones de los fonemas /i, u/, respectivamente; lo que a su turno implica reconocer que en quechua hay únicamente třes vocales sistemáticas, pudiendo las vocales altas tener variantes medias en contacto con la consonante postvelar. De allí que una escritura fonológica para el quechua no tiene necesidad de las letras , ya que el quechuaparlante leerá automáticamente como [qero]. El argumento de la pronunciación no tiene validez para la representación de c y o, ya que, de seguirlo al pie de la letra, con igual derecho reclamaríamos escribir rrico, rrosa, Enrrique, etc. en castellano, pues evidentemente no pronunciamos [riko], [rosaj, etc., con ere sen-cilla; sin embargo, adviértase que pese a dicha escritura, los hispanoha-blantes simplemente no pronunciamos la ere simple en iniciál de palabra o tras /s, n, 1/, cosa que sí es posible en quechua {cf. [rumi], [runtul, etc. pronunciada la ere como en el nombre caridad, según diría el cronista Cobo). Esto demuestra, incidentalmente, la naturaleza fonológica que debe subyacer a todo sistema ortográfico. De lo dicho anteriormente se desprende que, si admitimos el carác-ter automático de la pronunciación de las variantes [e, o] en quechua, resulta fácil explicar por qué el bilingüe no reproduce mesa o toro haciendo uso de tales variantes y evita por tanto la motosidad o al menos la mitiga. Ello se debe a que en castellano no hay consonante postvelar que espolee y motive la apertura de li, u/ {tendencia prácticamente universal allí donde las lenguas registran un sonido similar). Fenóme-no casi paralelo ocurre con la motosidad del hispanohablante al asimi- 47 Rodolfo CeiTön-Palonrino lar voces quechuas: si hay en castellano /i, u/, ^por que razön no se reproduce mäs o menos fielmente muti o mulli y en cambio se las remeda torpemente como mote y molW. Ella se debe, entre otras Cosas, a que el componente fonologico del espanol contiene una regia que prohibe la apariciön de las vocales /i, u/ en süabas finales inacentuadas. Busque el lector palabras que reünan estas caracteristicas y no en-contrarä sino cultismos (lo que implica una pronunciacion artificial) como impetu, espiritu {cf. con la pronunciacion populär espirito o el italiano spirito, que resultan mäs normales) y uno que otro nombre de pila; de alli que frente a voces como muti, la regia aludida actüa de manera automätica y la convierte en mote, pues la primera vocal se asimüa luego al timbre de la final, es decir, igualmente se abre. Aqui tambien, como en el caso anterior, la pronunciacion en boca del que aprende la lengua secundaria deviene automätica. Se trata de la «tira-nia» del sistema materno, que no siempre resulta fäcil de superar. En este sentido, la existencia material de le, o] en quechua no le sirve de ninguna ayuda al bilingüe; y, como vimos, no solamente es cuestiön de notar si hay o no equivalencias en los inventarios vocäUcos, puesto que papel no menos importante juega tambien la manera en que el sistema vocälico aparece controlado por reglas fonolögicas de distribuciön. Ahora bien, conviene preguntarse si, en el contexto andino, ünica-mente los bilingües son las victimas del mote. Esto no parece ser cierto, en la medida en que hay personas con el mismo problema y cuya lengua materna no es la quechua ni ningun otro vernaculo. ^Cömo explicar semejante hecho? En situaciones como esta los lingüistas estarian 11a-nos a hablar de efectos sustratisticos, pues la interferencia podria expli-carse en terminos de influencia o posteriori de la lengua vernäcula, la misma que habria desaparecido del escenario no sin antes imprimir su huella en la nueva lengua. Y aun cuando los argumentos de naturaleza sustratistica no dejan de ser polemicos, aqui creemos que hay terreno mäs o menos solido como para sorprender dicho proceso de acciön de la lengua extinta. De este modo, las interferencias persistentes en un ha-blante no bilingüe podrian exphcarse por la acciön a destiempo del vernäculo; dichos efectos, por otro lado, se resisten de manera tenaz por el hecho de que el supuesto modelo, i. e. la norma (o las normas) del espanol no estä al alcance del hablante. Por ello, de continuar esta situaciön, que la escuela y otros centros afines qmsieran superar, nada lmpediria que, a la larga, el sistema asi adquirido se estabilice y logre constituirse en una entidad tan perfecta como el espanol: tal posibilidad no es desca-bellada, y esta es teöricamente la manera en que hay que entender los efectos de toda influencia de sustrato. 48 La motosidad y sus implicancias en la ensenanza del castellano De lo senalado anteriormente puede conduirse que el hecho de que los problemas de pronunciaciön persistan aun cuando ya no haya bilin-güismo nos estä probando que el fenömeno constituye un problema mucho mäs serio, en la medida en que del mayor o menor acceso a una norma dependerä el que con el tiempo se lo supere o, por el contrario, se conso-lide, creando de esta manera otro sistema que, con caracteristicas con-comitantes, podrian dar origen a sistemas cuasi criollos (vease el ensa-yo anterior). Todo parece indicar que la primera alternativa es la mäs probable, aunque no por ello debamos descartar la plausibilidad de la otra opciön, que de seguir el Status quo actual podria factibilizarse, pues no es raro encontrar indicios de tal propensiön. De alli que los centros educativos y los medios de difusiön tienen la inmensa tarea de cubrir el vacio que separa la norma o normas del castellano de tales variedades en proceso de criollizaciön, abismo creado por el ordenamiento socioeco-nömico imperante a lo largo de nuestra historia. 4. Lenguaje y opresiön. Conforme vimos en la secciön anterior, el fenömeno de la motosidad no parece ser privativo del bilingüe espa-nol-quechua o del hablante que procede del campo; se trata de un problema universal, en la medida en que esta determinado por factores biolögicos comunes a la especie humana. Siendo asi, £cömo explicamos que en contextos como el peruano el problema aparezca fuertemente impregnado de connotaciones violentamente discriminatorias? Con-cretamente, ipor que no podemos tolerar la motosidad como un fenömeno natural? ^Por que se condena el supuesto atropello de pronunciaciön cuando nadie es inmune a ello y, lo que es mäs, se comete la misma falta frente al quechua? Es obvio que estas preguntas no pue-den ser absueltas desde un mirador exclusivamente lingüistico. Por-que, como lo senalamos, desde esta perspectiva no hay asidero para ninguna clase de discrimen dada la universalidad del fenömeno. De donde resulta claro que la explicaciön la tenemos que buscar no ya tomando el hecho lingüistico como algo aislado de su entomo pragmä-tico sino como formando un entramado dentro del complejo socioeco-nömico y politico en el cual las manifestaciones de lengua aparecen no solamente como meras actuaciones lingüisticas sino como simbolos disociadores que, al amparo del ordenamiento injusto de las socieda-des, unas aparecen privilegiadas y otras estigmatizadas. Asi, pues, la razön del escarnio de que son victimas las personas con el «defecto» en cuestiön hay que buscarla teniendo como marco de referencia este con-texto global en el que lengua y sociedad aparecen como entes indiso-lubles. 49 Rodolfo Cerrön-Palomino Ahora bien, la realidad lingüistica peruana es, como se sabe, rmiy compleja; constituimos un pais plurilingüe y pluricultural, de suerte que incluso ideas como las de una «nacionalidad» peruana dentro de este contexto resultan cuestionables, segün lo han senalado repetidas veces los estudiosos de la realidad andina. Lo que queremos relievar aqui es que a la par que el castellano goza de un Status superordinado, las demas lenguas no tienen la misma suerte y aparecen relegadas a un orden subordinado. Como sabemos, esta jerarquizaciön adquiriö vigencia desde la llegada de los espanoles, y de entonces acä las lenguas aborigenes se constituyeron en lenguas «oprimidas»,7 al ser ins-trumentos de expresiön de los pueblos sojuzgados. Dentro de este pa-norama las lenguas vernäculas han ido cediendo poco a poco —y al igual que las lenguas, los sistemas culturales respectivos— ante la presiön del espanol, creando un ambiente propicio para la suplanta-ciön de unas y la «atrofia» de otras. En dicho clima, siendo la lengua un distinguidor social de naturaleza poderosa, hablar un vernäculo es pertenecer automäticamente al mundo de los oprimidos, a la par que manejar la lengua de los vencedores es pertenecer a la clase dominante: con esto, el uso de una lengua deviene en factor que define una identidad de grupo. De alli entonces el imperativo por aprender la lengua de la clase dominante y olvidar o renegar de la lengua poster-gada. Pero el olvidar o renegar de un vernäculo, mäs lo primero que lo ultimo, supone el haber adquirido la lengua secundaria. ^En que gra-do entonces se borra el estigma del vernäculo con la posesiön de la segunda lengua? Para responder la pregunta que acabamos de plantear, conviene no perder de vista un factor muy importante. Y es que el incremento de bilingües en el mundo dualista conformado por los que hablan la lengua de la clase dominante y por aquellos que la desconocen significa el surgimiento de un nuevo sector entre ambos estratos; y, con la emer-gencia cada vez mäs numerosa de este nuevo estrato, la clase dominante se ve obligada a buscar elementos diferenciadores que sirvan de control a las aspiraciones cada vez mäs urgentes e impostergables de los miembros del grupo emergente. Es asi como el haber olvidado la lengua nativa no constituye garantia de aceptaciön dentro del grupo dominante, pues este implicitamente exige no solamente el olvido de la lengua estigmatizada sino tambien la pronunciaciön «correcta» del castellano; y si a esto anadimos otras exigencias de orden social y eco- 7 Para este concepto, adaptado a la lingüistica de las sociedades andinas, vease el esclarecedor ensayo de Albö (1974). 50 La motosidad y sus implicancias en la ensenanza del castellano nömico, sin dejar de excluir por cierto el factor racial, comprendere-mos cuän ilusoria es la aparente «bondad» integradora que busca fo-mentar la clase dominante, a traves de sus proyectos reivindicativos. Dentro de esta pugna en la cual el incremento del segmento emergen-te constituye un peligro que pone en juego la estabilidad feliz de quie-nes disfrutan del poder, el empleo privilegiado de la norma lingüistica por parte de estos deviene en herramienta sutil de opresiön. De este modo, la escuela, puesta al servicio de los intereses de la clase que la orienta, juega un rol decisivo en esta funciön discriminadora, y asi es como en lugar de propender hacia la unidad de todos los sectores se torna en elemento disociador, siendo la correcciön idiomätica su mejor instrumento. Solo dentro de este mecanismo de oposiciones podemos entender a cabalidad la represiön violenta contra los que «atropellan» la norma lingüistica, al exigirseles el dominio de una variedad que sencillamente no tuvieron la ocasiön de aprender, por el mero hecho de no poder participar de un ambiente propicio que contribuya a dicho dominio. De esta manera se pretende exigir un salvoconducto para cuya obtenciön ni siquiera se han provisto las condiciones minimas que faciliten dicho logro, con lo que se cierra un circulo vicioso reforza-do secularmente. Ahora bien, seria un error creer que los mecanismos de opresiön caracterizados en las lineas anteriores sean privativos de situaciones lingüisticamente complejas como la del caso peruano. Lo propio ocurre en escenarios en los cuales se habla una sola lengua; esto es cierto dada la naturaleza intrinseca de todo sistema lingüistico que, como se sabe, no es uniforme y si «multiforme y heteröclito». Asi, pues, alli donde hay una lengua hay variaciön y esta configura lo que se conoce con el nombre de dialecto, pudiendo ser este tanto de naturaleza regional como social. Nada mäs falso, pues, como la creencia en sistemas homogeneos, ya que, para que haya homogeneidad preciso es que los hablantes de una lengua simplemente dejen de usarla. Por simple de-ducciön resulta obvio que una lengua fija o estable no puede ser sino lengua muerta. De alli que, por ejemplo, como veremos en la secciön siguiente, uno de los postulados centrales de la academia de lengua espanola —el de «fijar» el habla en casos de fluctuacion—, resulta a todas luces una ilusiön. De ese modo el panorama lingüistico desigual que esbozamos al principio se da con caracteristicas similares —salvo diferencias de gra-do— en situaciones monolingües, hecho que se puede constatar en la misma reahdad peruana, si tomamos en cuenta la franja costena, donde el espanol ha suplantado a las lenguas vernaculares que se habla- 51 Rodolfo Cerrón-Palomino ban a la llegada de los espanoles. Y es que, conio se sabe, la jerarqui-zación de los dialectos de una misma lengua obedece igualmente a los mismos móviles que hemos seňalado anteriormente, de los cuales el uso del poder resulta decisivo y determinante. La imposición de un dialecto sobre los demás se ha buscado explicar tradicionalmente en virtud de razones que en el fondo no eran sino buenos pretextos (polí-ticos para el dialecto de Castilla, sociales para el francés, Hterarios para el toscano, religiosos para el alemán, etc.), cuando en el fondo todas ellas no son sino manifestaciones encubiertas de un móvil mu-cho más poderoso, que no por encubierto resulta menos real. Una vez logrado el asentamiento del dialecto de la clase dominante, el manejo excluyente de éste se convierte igualmente en una herramienta fina de discriminación. A fin de lograr la consolidación del estándar, el grupo de poder se ve obligado a buscar la «legitimidad» de su dialecto, pues no todos pueden ni deben usuŕructuar de él, y asi es como, dentro de la tradición occidental, los gramáticos se convierten en los legisla-dores linguísticos por antonomasia. Ello explica de igual modo, al menos en el mundo occidental, el surgimiento de las academias de lengua, cuya finalidad básica ha sido la de velar por la intégridad e intangibilidad del dialecto de prestigio. Aparentemente, sin embargo, las íinalidades perseguidas han sido cuidadosamente disimula-das, y asi es como se dice que las academias se justifican de por si en tanto pretenden codificar y establecer normas allí donde imperarían de otro modo el caos y la desintegración. ^Hasta qué punto es cierto todo esto? 5. El rol de las academias de lengua. Para responder a la interro-gante suscitada en el párrafo anterior, conviene que nos detengamos un momento a considerar el papel de las academias de lengua, tomando como m odělo, el de la lengua espaňola. Empecemos diciendo que lingüisticamente resulta incontrovertible el hecho de que cualquier es-fuerzo por fijar y uniformar una lengua es cuando menos engaňoso, pues, como ya lo apuntamos, una de las características que define a todo siste-ma hnguístico es su inherente variabilidad, y ésta, axiomáticamente, es incompatible con todo intento de fijación. Con lo que resulta claro que el móvil central perseguido por ciertas entidades como las academias —el de la uniformidad de uso— encubre una ilusión. Pero es fácil encontrar las raíces de este espejismo: está motivado por una confusion de pianos al dar prioridad a la lengua escrita colocándola en un nivel superordinado respecto de la hablada, a despecho de la naturaleza fundamentalmente oral de todo sistema lingüistico. Sólo de este modo entendemos mejor, 52 La motosidad y sus implicancias en la ensenanza del castellano por ejemplo, el lema de la Academia de la lengua espaňola: «limpia, fija y da esplendor». Porque evidentemente a través de la escritura se pre-tende «fijar» lo que en la lengua oral aparece como fluctuante, se busca «limpiar» aquello que en ésta se considera vulgär e incorrecto y, final-mente, se persigue dotarla de una aureola literaria, propiciando su maridaje con la lengua de los escritores y poetas. Pero no nos engane-mos: la supuesta regulación parecería ser efectiva sólo en el nivel de la lengua escrita, o en el del habla formal a lo sumo, mas no en el del piano oral. Aún asi, resulta dudoso, cuando no ilusorio, este afán, ya que a nadie se le escapa que el sistema escrito ni siquiera cumple, desde una perspectiva histórica, con este cometido a plenitud; y con el correr del tiempo se admite aquello que antes se condenaba por espurio y se elimi-na lo que se tomaba por legítimo. Como se puede apreciar, resultan fragiles, por decir lo menos, los esfuerzos por contener el ímpetu natural de la lengua oral. Por lo demás, buscando una estabilidad ficticia se crea una artificiosidad que no hace sino incrementar la distancia entre lengua oral y lengua escrita, brecha que en ciertas ocasiones puede fomen-tar la alienación completa de la lengua escrita respecto de la oral, con-virtiéndose aquélla en un código ininteligible cuyo acceso estaría reservado únicamente a los iniciados (situación conocida con el nombre de diglosia). En situaciones semej antes, ciertamente el dominio del sistema escrito se convierte en un distinguidor social poderoso de carácter excluyente. Bien vale la pena ahora detenernos a considerar aquello que las academias pretenden combatir, Concebidas éstas como un resguardo de la lengua oral, no es sorprendente que no sólo no cumplan con tal finalidad sino que, por el contrario, la desnaturalicen y la aherrojen. Porque en generál lo que las academias condenan es linguísticamente lícito; asi, las formas llamadas vulgares no son sino manifestaciones legítimas originadas por las propias leyes internas de todo sistema linguístico; lo que ellas pretenden fijar allí donde hay vacilación, op-tando siempre por las formas «conservadoras» y rechazando las inno-vaciones, resulta entonces paradójicamente atentatorio. AI hacerlo no contribuyen sino a desfigurar la lengua viva y tornarla arcaizante. La historia seňala que, a pesar de esta labor, que no solamente es ejercida por las academias (recuérdese que el inglés no cuenta con una academia), la lengua oral triunfa a la larga, si bien son muchos los casos en los que lo hace mostrando huellas de dicha distorsión. Son testigos, entre otros, la restitución de consonantes de las que la lengua misma se había despojado respondiendo a la natural predisposición de sus usuarios a eliminarlas: nos referimos a las oclusivas de final de süaba 53 Rodolfo Cerrón-Palomino en posición preconsonántica. Juan de Valdés se mofaba en el siglo XVI de esto precisamente, pues él prefería escribir como pronunciaba: conceto, efeto, dino, etc., y hoy, gracias a ese afán por ajustar la pro-nunciación a la manera latina (tenida, ahora y siempre, como modelo exonormativo), a nadie se le ocurre que alguna vez el espanol podia haber eliminado deťinitivamente dichas consonantes en el contexto senalado. Desfiguración parecida está ocurriendo, según puede obser-varse, con el espanol chileno, gracias a la labor normativista «efectiva» de la escuela en dicho país: hoy día los educados (jque incluyen a algu-nos lingüistas!) pronuncian la v labiodental a la manera francesa allí donde se la escribe con uve. De este modo, como puede observarse, se está cometiendo una distorsión que atenta contra la fisonomía autén-tica y genuina de la lengua. En este contexto calza como un guante la exclamación lapidária de Unamuno: «jVaya un modo de limpiar la lengua, llenándola de barreduras y espolvoreando sobre ella toda la caspa que soltó hace tiempo!». Al hacer esto, como se dijo, no se obra sino «torciendo lo derecho y corroborando lo torcido». En efecto, no otra cosa se hace al codificar formas como haya y vaya y condenar las variantes haiga y vaiga, sobre todo —y esto es lo importante— teniendo por correctas formas como caiga, traiga, etc. Aquí lo coherente sería, por muy para-dójico que parezca, desterrar aquello que para los normativistas es correcto, es decir formas como haya y vaya. Lo propio tendría que de-cirse de alternantes como rompido (que alguna vez fue elegante), morido, etc., ya que los participios roto y muerto, reaprendidos, van contra la presión analógica de la lengua, lo cual se evidencia a todas luces en el aprendizaje de los niňos; aquí, como se puede apreciar, es el niňo quien tiene toda la razón, como la tiene el pueblo, que aprende su gramática no por la vista sino por el oído. Es el tipo de gramática que se nos pretende meter por la vista el que con toda seguridad Cervantes (tenido por «Padre del Idioma») rechaza, por boča de Sancho, al decir: «Con la grama bien me avendría yo; pero con la tica ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo». Tal como se habrá podido apreciar, resulta difícil admitir que las entidades normativistas tengan suficiente razón. Si recordamos su afán «purista» por rechazar neologismos, vemos igualmente la fragilidad de sus argumentos. En la medida en que una lengua no es meramente un inventario de su léxico, la irrupción de préstamos no constituye serio peligro; de allí que el temor a perder cierta «pureza», que jamás existió (pues no hay lenguas «puras» en el mundo), resulta a las claras una ingenuidad. Por lo demás, bašta con recordar los esfuerzos vanos que se hacen en esta dirección: los préstamos relacionados con el de- 54 La motosidad y aus implicancias en la enseňanza del castellano porte, por ejemplo, se han encargado por si solos de lograr carta de ciudadanía en nuestra lengua; los intentos por crear sinónimos casti-zos (tipo balompié frente a futbol) han resultado estériles por lo general. Una vez más vemos que quien torna la iniciativa para estas deci-siones no son las academias sino el pueblo. En materia de ortografia aparentemente la situación es diferente; porque parecería, en efecto, que las normas ortográficas propugnan un patron uniforme respecto de la representación escrita de una lengua. Sin embargo, dicha uniformidad se mantiene igualmente dentro de una atmosféra artificial; de allí que su dominio implique todo un esfuerzo reservado únicamente a los más constantes, cuya competen-cia supone en reaHdad una verdadera vocation. El éxito, no obstante, resulta poco meritorio, ya que se inspira en un absurdo, puesto que, bien mirado, quien a la larga nos lleva la ventaja es precisamente el lego, es decir, aquel que no domina la ortografia: cual fonetista moderno, éste escribe conforme oye, y en tal sentido guarda más fidelidad a la lengua oral que los «expertos» tratamos de desautorizar. Y se la desautoriza en aras de ciertos criterios que tornados en su conjunto se contradicen entre si: el etimológico, el de autoridad y el de pronunciation; porque el primero es irreconciliable con el ultimo y el segundo con los dos restantes. Asi, escribimos vida, voto (pero cf. con boda del plural latino vota) por etimología; y, sin embargo, de acuerdo con el criterio de pronunciation deberíamos hacerlo como bida, boto; escribimos caballo y abogado por el criterio de autoridad, cuando estas voces se remontan etimológicamente a cavallum y advocatum, respectiva-mente. Amén de que la lengua escrita está plagada de inconsistencias como hueso-osario, huérfano-orfandad, siete-séptimo, etc., donde una misraa raíz se escribe de dos formas distintas. Como se puede apre-ciar, los criterios de correction ortográfica resultan definitivamente contradictorios. En esto también es norma que las academias den un paso adelante implementando tímidas «reformas», pero al hacerlo dan simultáneamente dos atrás. Si en lugar de mantener tales criterios contrapuestos se optara por uno solo, entonces sí se lograría una uniformidad. íCuál de esos criterios se debería tomar? No tiertamente el principio fosilizante de la etimología, por mucha admiration que sin-tamos hatia la escritura latina, que a su turao se resentía de inconsistencias respecto de su correlato oral. El criterio de autoridad es igualmente discutible, pues se basa en la manera en que tal o cual autor escribía; sin embargo, es difícil encontrar común acuerdo entre las ce-lebridades del pasado (se dice, por ejemplo, que Cervantes escribía su apellido de cuatro maneras diferentes). Descartados los dos, sólo nos 55 Rodolfo Cerrón-Palomino queda el tercer criterio: el fonético o de pronunciation, que bien enten-dido, debe ser fonológico, y es éste el punto de vista seguido a veces intuitivamente por aquellos que no dominan las reglas ortográficas. Asi, pues, tal parece que le debemos dar la razón nuevamente al inge-nio popular, que en este caso resulta más acertado que todos los que, mal que bien, hacemos uso de las reglas de ortografia. En el fondo, como se podrá notár, la razón para mantener dicho artificio es el afán discriminatory para con los que no «saben» escribir «correctamente», para de este modo lograr una membrecía dentro de esa suerte de aris-tocracia de quienes alardean saber hacerlo con corrección. Oigamos lo que al respecto escribe sarcásticamente el maestro salmantino en 1896: «Si se adoptase una ortografia fonética sencilla, que aprendida por todos pronto, hiciera imposibles, o poco menos, las faltas ortográficas, £no desapareceria uno de los modos de que nos distingamos las perso-nas de buena education de aquellos otros que no han podido recibirla tan esmerada? Si la instruction no nos sirviera a los ricos para dife-renciarnos de los pobres, £para qué nos iba a servir?». En suma, pues, hemos visto a grandes rasgos como las academias de lengua se sustentan sobre bases por lo general deleznables. El te-mor al caos, a la dialectalización, a la incomprensión, que constituyen argumentos para su justificación son en el fondo preocupaciones sin fundamento, puesto que toda variación dialectal está perfectamente regulada por medio de reglas intrínsecas al sistema. Insistamos, una vez más, que toda lengua se gobierna a sí misma en boča de sus usua-rios que, libres de cierta arterioesclerosis gramatical, son los verdade-ros forjadores de su idioma. 6. Implicancias para la enseňanza del castellano. Como se re-cordará, ya vimos que, desde el punto de vista linguístico, los proble-mas relativos a la corrección idiomática aparecen fuertemente ideologizados; que todo el cúmulo de doctrinas establecidas que pre-tende dar sustento en favor de la legalidad de unas formas y la ilegali-dad de otras no tiene otra motivation que la evaluación normativo-valorativa de las formas de hablar ejercida por quienes controlan el poder; y que en este sentido, ésta responde a un mecanismo sutil de domination puesto en manos de la clase dominante. Siendo ello asi, iqué ideal deben rjerseguir los proyectos de fomento educativo, concre-tamente la enseňanza del castellano, en una sociedad que pretende enrumbar por nuevos senderos y acabar de este modo con el estado de cosas fundado en la desarticulación creada por las condiciones sugeri-das en los párrafos precedentes? 56 La motosidad y sus implicancias en la enseňanza del castellano A nuestro modo de ver, tal labor desalienadora sólo será posible en tanto se cambie de actitudes en una doble dirección: la actitud para con las formas o sistemas favoritos y para con los tenidos por espurios. Dicho cambio no es —no debe ser— excluyente, y si complementario, en la medida en que el cambio de perspectivas debe hacerse tanto res-pecto de las lenguas contempladas despectivamente desde «arriba» cuanto de las formas lingüisticas consideradas «superiores»; sólo de este modo, igualmente, los discriminados podrán reorient ar su actitud tanto hacia las formas tenidas por dechado como hacia su propio acer-vo linguistico, del cual, al ser víctimas del escarnio, reniegan y hasta olvidan. Se trata, pues, de una revaloración de los sistemas lingüisticos en ambas direcciones, y dicha labor corresponde a todos los sectores de la sociedad, pues la unilateralidad no conduce sino al reforzamiento de los estereotipos que se busca erradicar. Resulta obvio, sin embargo, que quienes tienen que dar más de su parte son los hablantes de la variedad estándar, lo que implica la renuncia dolorosa «de conviccio-nes muy arraigadas y de mitos enmascaradores». Conviene entonces caracterizar explícitamente en qué consistiria el cambio de actitudes que propugnamos. Por lo que respecta a aquéllos que se j act an de hablar «bien» en virtud del manejo de la variedad tenida como norma, habrá que recor-darles que, en verdad, dicho «modelo» no está exento de la misma cri-tica que ellos enderezan hacia los sistemas o variedades consideradas como «indecentes». Que como toda lengua conlleva en si el signo de la diferenciación, es fácil demostrar que ni siquiera los usuarios de dicha norma —si es que todavía los hay en el pais— la manejan con entera constancia (a menos que, como suele ocurrir, se caiga en una verdade-ra afectación, intolerable en la mayoría de los casos), en la medida en que lo que se condena en el sistema escrito, se lo emplea libremente en otros estilos de habla menos formales. Que lo que se proscribe como vulgar no resulta asi en otras variedades constituidas igualmente en norma. Asi, por ejemplo, si en el espaňol peruano se considera plebeya la aspiration de la /s/ en final de sílaba en palabras como asco, buscar, esquina, mismo, estudiar, etc., pronunciadas como [ahko], [buhkar], [ehkina], [mihmo], [ehtudiar], respectivamente, como indicador social de bajo nivel, dicho rasgo no es un estigma en la norma del espaňol chileno o en la del argentino, por no mencionar los paises del Caribe. Y si a este fenómeno lo asociamos con otro similar, aunque de corte dia-crónico, notaremos que algo semejante se cumplió en el siglo XIII en el francés (cf. épi 'espiga', téte 'cabeza', école 'escuela', etc.), tenida por la lengua de la «elegantia». Lo propio puede decirse de la elisión de la /d/ 57 Rodolfo Cerron-Palomino en los participios, pues si en castellano es considerada vulgär en el habla formal, recordemos solamente que el frances llevo adelante di-cho cambio en siglos pasados, y nadie discute la legitimidad de aime 'amado', chante 'cantado', dormi 'dormido', servi 'servido', etc. Es mäs, si consideramos el eje diacrönico en una mayor profundidad, no serä una sorpresa constatar que todo el espanol no es sino una «corrupciön» del latin. Y asi es como justamente muchas de las formas catalogadas como incorrectas por vulgares en aquel celebre Appendix Probi, de fi-nes del siglo III, constituyen hoy expresiones correctas en el espanol. En dicha lista de palabras (que contiene 227 entradas), se condenan, por ejemplo, speclum, oricla, vinia, mesa, rius, etc., ya que segun el gramätico o maestro de escuela —cuyo autor no parece ser el gramäti-co Probo— debia decirse speculum, auris, vinea, mensa, rivus; pero las formas espanolas arrancan precisamente de las vituperadas: espejo, oreja, vifm, mesa y rfo, respectivamente. Una vez mäs, £quien corrige a quien? De lo dicho anteriormente se desprende que una actitud mäs objeti-va nos obliga a no caer en la ingenuidad de creer que la variedad cons-tituida en norma es algo intangible o que goza de un linaje incuestio-nable. Siempre hay que tener presente, por tanto, que lo que ayer fue condenable hoy no lo es mäs; pero al mismo tiempo, no perder de vista que lo que hoy es forma favorita manana podria tornarse «bastarda». Todo esto, repetimos, por los caprichos del uso que, bien mirados, no son tales, pues los lingüistas descubren a la larga que dicho uso estä goberaado por reglas que van configurando todo sistema lingüistico. Ahora bien, si aquello que se tiene por consolidado no deja de ser cues-tionable, i& ley de que condenar las formas que discrepan con lo tenido por norma? Ciaramente entonces, al atribuir solo defectos a las demäs variedades estamos juzgando los hechos de manera arbitraria, induci-dos por una visiön estrechamente etnocentrista. Asi, pues, la evalua-ciön normativa implicita resulta siendo extralingüistica, y es en este sentido que la naturaleza discriminadora consustancial a la norma eständar adquiere mayor relieve. Discriminaciön que a veces se torna violenta al no perdonar el chapurreo de los bilingües castellano-quechuas, a la par que se muestra tolerante con el habla masticada de los extranjeros que hablan el castellano: dependiendo de la lengua materna de estos, el motoseo resulta entonces gracioso y hasta simpä-tico. Aparte de los prejuicios raciales, ique es lo que hace que se tolere dicho fenömeno en boca de los extranjeros? Pareceria que la condes-cendencia obedece a su condicion de ser justamente extranjeros. Pero entonces no debe olvidarse que para los monolingües de las lenguas 58 La motosidad y sus implicancias en la enseňanza del castellano vernáculas el castellano es prácticamente una lengua «extranjera», y como tal ellos son igualmente extranjeros en su propia tierra. Tal es la verdad que los mitos enmascaradores pretenden ocultar de manera tor-pe. Siendo asi, £por qué no mostrar la misma actitud de comprensión para con los extranjeros-peruanos? Como se ve, la logica del argumento no admite excepciones. Por otro lado, recordemos una vez mas que los que se hall an libres del motoseo en su lengua, no lo están en cuanto aprenden y hablan otra lengua; quiere esto decir que se debe evitar caer en el ridiculo de criticar aquello de lo cual no se está exento. En tanto no se supere esto, seguiremos actuando como cómplices al fomentar una censura cuya motivación es de indole socioeconómica y hasta racial. Creemos que ello constituye, libre de eufemismos, una de las peores acusaciones que las víctimas de la discriminación podrían hacernos con toda la razón de su parte. Y si queremos evitarla, no queda otra alternativa que la de reconocer como formas normales manifestaciones como el motoseo, que si bien la escuela quisiera erradicar, ello no debe procurar-se en medio de una atmosféra de opresión, pues al hacerlo de ese modo se seguirá fomentando la marginación y consolidando la inseguridad lingüistica de vastos sectores de la población. Ahora bien, hay que seňalar que, sobre todo en los medios andinos, donde lingüisticamente el dualismo ciudad-campo adquiere caracte-res dramáticos, el problema no es sólo de pronunciación. Al hacer de éste una especie de cabeza de turco de la enseňanza del castellano se está en realidad soslayando un aspecto más importante. Asi, pues, aquí también la escuela insiste en aquello que es en verdad superficial, del mismo modo que en materia de escritura se enfatiza en los problemas de ortografia. El problema más serio radica en que, como se dijo, aparte de la pronunciación, los bilingües y/o los que proceděn de comunidades bilingües parecen manejar un sistema que tiene los vi-sos de una lengua criolla. Formas de este tipo, que podemos llamar «hibridas», son manejadas de manera sistemática en muchas zonas del area andina, y como tales, ellas poseen su gramática. El surgi-miento de sistemas semicrioUizados nos está ilustrando hasta qué ex-tremos se puede llegar ante la inaccesibüidad de un estándar, como resultado del factor disociante de la relación unilateral entre las varie-dades en contacto por parte de sus hablantes. Es precisamente esta falta de acercamiento del estándar —no ya accesibilidad— que la escuela pretende enmendar, aunque partiendo de la vision etnocentrista que le es peculiar, contexto dentro del cual la variedad semicriolla es vista como un desarrollo vulgär e inculto de la forma estándar; y esto trajo como consecuencia, entre otras cosas, la tremenda sensación de 59 Rodolfo Ceiron-Palomino inseguridad y de vergüenza que los bilingües y los hablantes de formas no-eständar sienten cuando se dingen a los que tienen el privilegio de hablar «bien». Lo que no hay que olvidar, aun a riesgo del martilleo, es que dichas variedades son tan validas como la eständar y que por mo-mentos resultan sencillamente insustituibles; quienes hacen trabajos de campo en los lugares en que se dan dichas variedades pueden dar testimonio de que no hay mejor manera de hacer indagaciones que em-pleando esas mismas formas de expresiön, ya que el manejo del eständar resulta pedante, y por momentos incomprensible, del mismo modo en que lo es la forma vernacular para el encuestador.8 Esto nos estä ilus-trando hasta que punto la actitud tradicional es equivocada, al descono-cer las potencialidades expresivas de los sistemas hibridos, rechazados como bastardizaciones del eständar, cuando en el fondo tienen otro ori-gen. No debe olvidarse, asimismo, que no hay nada que impida que, de darse las circunstancias favorables (fundamentalmente de naturaleza socioeconömica), dichas formas podrian devenir en eständar. El ejemplo viene de mucho aträs: recordemos solamente que las lenguas romänicas, y entre ellas el espanol, fueron tenidas por vulgares en una epoca en que hablar latin era signo de distinciön. Por lo que, al menos teöricamente, dicha posibüidad no es un desproposito. Por las mismas razones expuestas, se debe superar esa actitud de disfavor para con las lenguas vernäculas, ya que estas son sistemas igualmente perfectos, y que en nada tienen que envidiar al castellano o a cualquier otra lengua considerada «culta». No por el hecho de no contar con una tradiciön literaria efectiva ni con un sistema de escri-tura uniforme debe concluirse que dichas lenguas son «inferiores». Ya vimos como una lengua es ante todo oral y, ademäs, recordemos que la escritura es un invento tardio de la evoluciön de la humanidad que, hasta entonces, viviö, creö y pensö sin contar con ella, e incluso desa-rrollö una Hteratura oral que todos admiramos. No estarä de mäs senalar que, tocante a este punto, se suele argüir que lenguas como la quechua serian «primitivas» en la medida en que no cuentan con un lexico lo suficientemente abstracto como para invi-tar a la reflexiön y a los razonamientos de orden teörico. Pero recordemos que ello se debe fundamentalmente a que el quechua es, para usar la expresiön de Xavier Albö, una lengua en vias de atrofiamiento 8 Un buen ejemplo de hasta que punto puede ser cierto esto nos lo da Porras Barrenechea (que, segun testimonio de uno de sus amigos, solfa burlarse del historia-dor Horacio H. Urteaga, por ser «motoso»), al tildar el estilo y la sintaxis de Guaman Poma como expresiones de una «pura behetria mental» (cf. Porras Barrenechea 1948). 60 La motosidad y sus implicancias en la enseňanza del castellano como producto precisamente de su condition de lengua oprimida. Con-denadas las lenguas vernaculares a un segundo piano, y considerados sus hablantes como integrantes de una «subcultura», es natural que ellas se hayan «especializado» como sistema de dicha subcultura, con-tribuyendo de este modo a su estagnación. Por lo demás, vale la pena recordar que el espanol del siglo XIII, al igual que otřas lenguas euro-peas, adolecia hasta cierto punto de semejante desventaja, cosa que Alfonso X trató de subsanar recurriendo en este caso al latin. Ello, sin mencionar al propio latin, lengua de modestos agricultores, que supo beneficiarse más tarde del griego de manera eficaz. De modo que la «pobreza» en vocablos abstractos no es privativa del quechua ni de ninguna otra lengua aborigen; por tanto ella no constituye argumento solido en favor de cierto «primitivismo» que, por lo demás, es discuti-ble desde todo punto de vista cultural. Una vez más, vemos cómo loš factores extralinguísticos ejercen un rol negativo en la evaluation nor-mativo-valorativa de los vernáculos. Como se adelantó, los hablantes de los dialectos castellanos menos favorecidos deben igualmente cambiar de actitudes. Es obvio, sin embargo, que ello está supeditado al cambio de perspectivas mentionado por parte de los hablantes del estándar. En la medida en que estos últimos superen sus prejuicios respecto de las otřas variedades lingtiísticas, los hablantes de éstas dejarán de sentir verguenza frente a sus formas de expresión, que quedarían libres del estigma que las rodea. Sólo cuando se evite la ridiculización de que ellos son víctimas podrán, libres ya de toda humiliation, expresarse libremente y compe-tir con los demás sin que las diferencias lingiiísticas constituyan tra-bas en la lucha por conseguir mejores opciones de vida. En fin, de este modo los que motosean podrán desinhibirse, sobre todo al saber que los que no tienen tal problema tampoco están exentos del mismo en otras lenguas. Por lo demás, los hablantes de las formas desfavorecidas no deben olvidar que las suyas muchas veces son depositarias de formas que no por ser arcaicas dej an de ser espanolas de la más pura alcurnia. Baste con mencionar la preservation de la elle, eliminada ya del espaňol urbano, y sin embargo viva en el habla rural; otro tanto podemos detir de la preservation de la h aspirada, en palabras como hoz, hondo, neder, almohada, etc.9 9 En este punto, no podemos eludir la tentacíón de transcriber esta anécdota unamuniana, por considerarla muy ilustrativa. Cuenta Unamuno: estando de excursion en un pueblecillo, hubieron de decirme que allí decían uňir por "uncir", y el maestro, que estaba presents, arguyó que aquello no era sino un disparate. "^Sabe 61 Rodolfo Cerrón-Palomino Por otro lado, en la medida en que se deje de mir ar despectivamen-te a las lenguas vernáculas, podrán sus hablantes sentirse libres para continuar hablándolas y de este modo seguir expresándose creativa-mente. Sólo asi podrá superarse el triste drama que contemplamos en algunas zonas andinas del pais, donde comunidades íntegras, gracias al «progreso» de la castellanización, han sido condenadas al silencio, ya que las personas mayores, en un tiempo extremadamente locuaces en la lengua nativa, no pueden mostrar la misma soltura al dirigirse a sus hijos «castellanistas», pues éstos les han prohibido literalmente el manejo del vernáculo, en su afán por librarse del «lastre» que su uso significa para ellos.10 Como se puede ver, los centros de instrucción han jugado en esto un papel realmente doloroso, en aras de una «caste-llanizacion» de veras alienante.11 Y si se pretende erradicar este tipo de alienación masiva no hay más remedio que el cambio de actitudes que venimos sugiriendo, lo que debe llevar aparejados inevitablemen-te, más alia del aspecto puramente lingüistico, reivindicaciones de ca-rácter socioeconómico, única garantía para la construction de una so-ciedad más justa. 7. Epílogo. Tal como se habrá podido apreciar a lo largo de la exposition, nuestra intention ha sido solamente la de convocar la atención, especialmente la del educador, sobre un aspecto de la correction idiomática que tradicionalmente ha sido mal interpretado. Al tratar usted latín?" —le pregunté—, y al decir que un poco, pues había sido seminarista, aňadí: "Pues bien, la voz jüngere, al pasar al castellano, pierde la j iniciál, como la pierden januarium, que hace enero; juniperum, que hace enebro, etc., y la ng se con-vierte en ň; cingere,plangere, tangere, dan ceňir, plaňer y taňer, y asi, jüngere da uňir; lve usted cómo es usted, y no ellos, quien disparata?"» (cf. Unamuno 1906). 10 Otro de los mecanismos de defensa comunes frente a la humiliation que sufren por parte de los castellanistas es el cambio de los antropónimos de origen quechua, asi como también la rebautización de la toponimia nativa con nombres castellanos, que suenan «mejor». Si los nombres autóctonos son sinónimos de insulto y de mofa en el ambiente hostil de las ciudades, iqué le queda al campesino castellanizado? 11 Aunque comentado favorablemente, vale la pena transcribir lo que a este respec-to dice un nonnalista huancaíno, en un castellano peculiar de la zona: «El aňo de 1903, rue Director de la Escuela Municipal [de Sicaya] el seňor Adolfo Nieva, quien prohibió háblarel quechua dentro del plantel, al mismo tiempo, el uso del poncho. Esta disposition directoral rue penosa al principio por el hábito que tenían los alumnos, tanto el poncho como el dialecto quechua de usarlos. Con el correr de los meses se acostumbraron a ir a la Escuela sin poncho, pero fue difícil dejarlo el dialecto. [Y aunque el director se había retirádo] los sucesores de él continuaron con dichas prohi-biciones, dictadas con inteligencia (el énfasis es nuestro)»; cf. Navarro (1957:41). 62 La motosidad y sus implicancias en la ensenanza del castellano de replantearlo en terminos mäs objetivos hemos podido entrever has-ta que punto el problema es mäs complejo, ya que constituye solo el aspecto superficial de un fenömeno mucho mäs intrincado, cuyos re-sortes tocan de manera crucial el ordenamiento socioeconömico injus-to del pais. Ciertamente, un enfoque estrictamente lingüistico resulta de todos modos incompleto, y, por tanto, ninguna terapeutica puede ser eficaz mientras no se atiendan paralelamente otros problemas, igualmente urgentes, que viabilicen las propuestas planteadas. En este sentido, sobra decirlo, un estudio aislado del fenömeno, aparte del ses-go que ello implica, solo contribuye a ocultar, velis nolis, la Situation de opresiön idiomätica que hemos senalado. Nötese, por otro lado, que nos hemos concretado a estudiar los problemas de pronuntiaciön y sus repercusiones dentro de un marco lingüistico que rebasa el aspecto puramente fonetico; pero adviertase igualmente que no nos hemos detenido en la elaboraciön de un recetario destinado a combatir el problema, pues creemos que ni siquiera vale la pena esforzarse en idearlo, sobre todo teniendo en cuenta que, en prin-cipio, se trata de un fenömeno natural de factura universal; pero tam-bien, como lo senalamos, se explica por el caräcter inaccesible de la variedad eständar,12 en tanto que esta constituye la forma privilegia-da de la clase que controla el poder. La escuela, que busca imponer dicha norma en una atmösfera de abierta hostüidad, se convirtiö en una herramienta segura al servicio del sistema de opresiön. Ante dicha Situation no queda sino una alternativa: la de fomentar una campana en favor de la reorientaciön de actitudes mencionada, lo que implica a su vez un cambio radical de mentalidades respecto de la lengua y del papel que esta juega dentro de una sociedad. Solo de este modo serä posible crear un panorama propicio, lingüisticamente mäs tolerante y menos etnocentrista, y se acabarä de una vez por todas con la tirania idiomätica ejertida —muchas veces de modo consciente— 12 Nötese que hemos eludido deliberadamente hablar sobre si la ensenanza del castellano supusiese el reconocimiento de una sola norma, identificada en este caso con la limena, o al lado de esta otras normas regionales. Vease Escobar (1972: 81-97) para una fundamentacion en esta segunda direcciön. El problema, que mereceria un estudio especial, resulta en el contexto peruano mucho mäs complejo, entre otras ra-zones por el centralismo politico que lo caracteriza. En otros pafses mäs descentrali-zados, como Colombia y Bolivia, es normal que los no-capitalinos se burlen del acento o dejo de los capitalinos. En el Peru no ocurre cosa semejante, y si el serrano alguna vez reprocha al limeno (o costeno en general) por no pronunciar la eile {lo que se conoce con el nombre de «yefsmo»), la critica no trasciende considerablemente. Una vez mäs vemos cömo un factor extralingüistico propicia la tirania de una norma. 63 Rodolfo Cerrón-Palomino por los mismos educadores, los que recurren a estereotipos de diversa indole para justificar su poder.13 En fin, resta decir que algunas de las ideas vertidas a lo largo de nuestra exposition parecerán completamente heréticas a los oj os del que no es especialista en materia linguistica; la reaction es perfecta-mente explicable en la medida en que los hechos de lengua, tan inti-mamente ligados a nuestro ser, resultan por lo mismo dificiles de con-templarse a dištancia, objetivamente; y es cierto aquello de que quien sabe unicamente su lengua ni siquiera su lengua conoce.14 13 En momentos en que el presente trabajo se hallaba prácticamente concluido (1975), el gobierno peruano promulgó el Decreto Ley N.° 21156, por el que la lengua quechua se declara idioma oficial, con igual rango que el castellano. La medida, sosla-yada por mucho tiempo, no puede sino ser tomada con beneplácito por todos los perua-nos. Sobre todo si es que por quechua se entiende no solamente la variedad cuzqueňa, a despecho de los regionalistas cuyo sentimentalismo es explicable mas no justifica-ble. La ofícialización en este sentido es ya un buen paso que podrá crear la atmosféra de comprensión y armonía que venimos sugiriendo aqui. Que esta vez la ley no sólo sea acatada sino también cumplida. 14 Por lo demás, no debe causar sorpresa el hecho de que, entre fines del siglo pasado y comienzos del presente, don Miguel de Unamuno haya opinado tan acertada y brillantemente sobre muchos de los puntos álgidos tocados en el presente estudio. Estamos tentados de opinar que su pensamiento linguístico (filológico, diría él) se vio largamente silenciado justamente por considerarse atentatorio contra los criterios normativistas predominantes dentro de la tradición de la enseňanza de la lengua. De él pueden leerse, fundamentalmente, Unamuno (1896,1901 y 1906). 64 III Aprender castellano en un contexto plurilingüe «Volveré a confesar que {...] me maravillaba la precisión y la belleza del castellano que hablaban estos vecinos [de Bermillo] que tan poca y malá instrucción recibían en la escuela». Arguedas (1968:167) 0. Planteamiento del problema. En su trabajo sobre las comuni-dades de E spaná y del Peru, tesis en la que su autor busca demostrar la existencia de una semejanza, y aun identidad, en la organización política y la estructura sociál de las mismas, Arguedas (1968) pone de manifiesto, en repetidas ocasiones, su asombro indescriptible al cons-tatar que, «con tan poca y mala instrucción», los labradores humildes de Bermillo (Sayago, Zámora), hablaran un castellano «purísimo», «ex-celente y rico*.1 Por muy subjetivas que fuesen las adjetivaciones con que Arguedas califica el habla de los bermillanos, lo que cabe destacar acá no es la rectitud de sus apreciaciones (hecho lingiiísticamente tri-vial) sino algo más interesante y que va más allá del supuesto carácter castizo del habla sayagués: la posibilidad de dominar una lengua con poca o nula escolaridad, o quizás, como Arguedas lo insinúa, a pesar de ella. En efecto, la cuestión fundamental que emana del dato anecdóti-co que traemos es si es posible o no lograr el dominio de una lengua al margen de un aprendizaje escolarizado, es decir, formal. Planteada la interrogante en dicho nivel, la respuesta, nada nueva entre los lingiiistas, psicólogos y educadores, es afirmativa. De tan trillado que es el asunto, resulta ocioso aducir evidencias que susten-ten dicho aserto. Mencionaremos acá sólo dos de los argumentos más decisivos: (a) en términos ontogenéticos, la lengua escrita, en la que se apoya la enseňanza formal tradicional, es invención relativamente tardía en comparación con el invento del sistema oral; y (b) hay miles de lenguas en el mundo que, por razones históricas y culturales, no 1 Confesiones entusiastas en tal sentido pueden encontrarse concretamente en las páginas 13, 93, 167, 171, 178,147 y 344 del libro citado. Rodolfo Cerrón-Palomino tienen un sistema escrito y, por consiguiente, no gozan de una tradi-ción li terária. En ambos casos, sin embargo, las comunidades ágrafas del pasado y las del presente han manejado y manejan, magistralmen-te, su lengua, aprendida en el trato directo de la interaction social. De manera que la história demuestra que se puede aprender a hablar una lengua impecablemente sin que su aprendizaje implique necesaria-mente el recurso a un sistema educativo formal. Adviértase, por lo demás, que cuando hacemos mention de la education formal, estamos refiriéndonos concretamente a la enseňanza gramatical traditional, que se basa en el supuesto de la existencia de una lengua escrita. Por-que, por otro lado, a nadie se le escapa el hecho de que las sotiedades ágrafas también poseen su propio sistema educativo (eminentemente oral): baste recordar que, en el antiguo Perú, la nobleza incaica se educaba en los salones de la corte. Siendo asi, entonces, £cómo interpretar el júbilo de Arguedas al es-cuchar la «precision y la belleza» del castellano del común de los bermillanos? A nuestro modo de ver, para comprender el entusiasmo del ilustre indigenista hay que partir de la experiencia vital de éste. En efecto, nadie como Arguedas suŕrió en came propia la amarga ta-rea de aprender el castellano —lengua cuasi foránea en el mundo andino de sus niňeces—, a partir de su experiencia lingüistica previa del quechua como idioma materno. Arguedas, pues, constituye uno de los ejemplos más vivos (aunque quizás el menos patético, si lo compara-mos con Guaman Porna) de los miles de hablantes quechuas y aimaras, que ante el discrimen —unas veces velado y las más abierto— de los hispanohablantes, se esfuerzan tercamente por hablar «a la manera» de éstos, cuando no desembocan en el mutismo inhibidor. Con tal experiencia, el escritor se maravilla frente al sayagués semianalfabeto. Porque, sencillamente, en el contexto rural andino no puede lograrse un dominio semejante del castellano, por lo menos por dos razones fundamentales. En primer lugar, partiendo de la realidad plurilingüe del pais, no debe olvidarse que el castellano dista lej os de ser, por lo menos en la sierra y en la selva, la lengua común que garantice una comunicación plena entre los que habitan dichas regiones; en conse-cuencia, tampoco es la lengua materna de grandes sectores de la po-blación. En segundo lugar, el castellano andino (o las formas subsu-midas bajo tal denomination genérica), por razones de sustrato y adstrato quechua y/o aimara, entre otros factores, ostenta peculiari-dades que fátilmente destacan ante la conciencia lingüistica de los hispanohablantes, especialmente costeňos. Tales caracteristicas, sin embargo, se cruzan con las del castellano general para conŕlgurar la 68 Aprender castellano en un contexto plurilingüe norma linguistica que pauta la conducta verbal de los sectores rurales y menos urbanizados de la sierra. Como es fácil advertir, el caso de los sayagueses es ciamorosamente diferente: ni hay plurilingüismo en Zámora ni, por consiguiente, el castellano hablado alii ha sufrido in-fluencias de otras lenguas. En otro nivel de interpretación, implícita en el entusiasmo de Argue-das est á la idea de que el castellano idealizado por él sólo se puede conseguir a través de la escuela. En efecto, el novelista no se libra de tal creencia, pues considera que el excelente castellano del sayagués es un verdadero prodigio, sobre todo debido a la poca o nula instruction recibida por éste «en la escuela». La asunción involucrada en ella, como se vera, constituye una de las falacias más difundidas dentro de la tradition cultural occidental. Pero aun admitiendo la relativa vali-dez de tal suposición, no es difítil advertir que la escuela no siempre garantiza el logro de tan ansiado ideal, pues éste, de carácter funda-mentalmente académico, está reňido incluso con las variantes cultas locales de la lengua. Por lo demás, no debe olvidarse, en ultima instantia, que el acceso al sistema educativo por parte de los hablantes del vernáculo ha sido siempre muy limitado, de manera que dicho factor no cuenta significativamente en el aprendizaje del castellano en el contexto rural andino. Conviniendo, pues, en el escaso o nulo efecto de la escuela en el proceso de aprendizaje de una lengua, lo que a Arguedas lo deja per-plejo es el hecho de que el comun de los labradores de Sayago sea un buen hablante de castellano. Como ello no ocurre en el caso peruano, por las razones expuestas en el párrafo precedente, resulta compren-sible hasta tierto punto su asombro. Lo que debe quedar en claro, tras la anécdota referida, es que en la situation peruana, a diferencia de la espaňola, hay que distinguir dos maneras de aprender el castellano: como lengua materna (que es el caso espaňol o, también, por ejemplo, el de los limeňos) y como segunda lengua (que es el caso de los hablantes de vernáculo); en el primer caso se trata de la adquisición de la (única) lengua; en el segundo, del aprendizaje y domini o de otra lengua. En lo que sigue trataremos de seňalar las diferencias entre uno y otro proceso interiorizador. 1. Aprendizaje de la lengua materna. Antes de abordar este punto conviene dejar bien sentado que cuando nos referimos a la lengua lo estamos haciendo teniendo en cuenta su naturaleza histórica y sociocultural: en este sentido hablamos de la lengua castellana y de las lenguas vernáculas. Este uso, sin embargo, podría llevarnos a en- 69 Rodolfo Cerrön-Palomino gano en la medida en que induciria a interpretar como que la lengua es un ente homogeneo y monolitico. Todo lo contrario: como se sabe, una lengua es, en realidad, un ente diferenciado, es decir, un diasistema integrado por un conjunto de subsistemas. En efecto, no solamente existen diferentes subsistemas regionales (variantes diatöpicas) sino tambien, en un mismo lugar, coexisten subsistemas socioculturales (variantes diasträticas y diafäsicas). Entendida la lengua como un diasistema (Weinreich 1954, Heger 1980), no es dificil advertir ahora que cuando se trata de la ensenanza de la lengua materna hay que tener en cuenta que el idioma objeto de aprendizaje resulta parcialmente conocido por el alumno. En efecto, este va a la escuela sabiendo hablar, es decir, habiendo interiorizado el conjunto de reglas bäsicas —gramätica— correspondientes al subsis-tema local y sus registros socioculturales empleados en el contexto circundante. En tal sentido, la adquisiciön de dicho subsistema se hace entonces en el seno de la familia y de la comunidad y no en la escuela, y este aprendizaje se consigue en el trato diario con los demäs, por via eminentemente oral: es la lengua adquirida por el oido. Si, entonces, el nino va a la escuela conociendo implfcitamente su sistema, cabe preguntarse: £que necesidad hay de que en la escuela estudie gramätica? La respuesta es sencilla: el alumno debe tomar cursos de lengua, fundamentalmente, para tornar en saber explicito su conocimiento implicito del subsistema, para conocer las caracteris-ticas formales de este, para que descubra como y en virtud de que mecanismos le es posible hablar y hacer uso de el, y, por tanto, para que, al conocerlo de manera explicita, se conozca tambien a si mismo, pues en ultima instantia el es gracias a que su idioma le permite auto-afirmarse. Pero hay algo mäs: sucede que, al menos teöricamente, lo que la escuela busca es impartir el conocimiento de lo que se llama lengua estdndar o gener al, que vendria a ser como el comün denominador de todos los subsistemas. En la medida en que, aun compartiendo un haz comün de propiedades estructurales, los distintos subsistemas difie-ren entre si, la ensenanza de la lengua eständar debe procurar el ajus-te de los subsistemas traidos por los alumnos al modelo general, no para que estos lo asimilen plenamente —lo cual no siempre ocurre— sino para que tomen conciencia del complejo de relaciones que se dan dentro del diasistema y de los valores de uso que surgen del empleo de los diversos subsistemas que subyacen a una lengua. Ademäs, exis-tiendo una tradiciön escrita y literaria de por medio, hay todavia otro registro idiomätico que se hace necesario dominar: el de la variedad 70 Aprender castellano en un contexto plurilingüe escrita. De manera que, en principio, la escuela deberia actuar como un agente catalizador que permita al alumno tomar conciencia de las distintas modalidades y registros que su lengua adquiere en su entor-no, facultändolo para un desenvolvimiento pleno y desinhibido de su personalidad dentro de la sociedad. A tenor de lo dicho, no cabe la menor duda de la importancia que tienen los cursos de lengua en la formaciön humanista e integral del alumno. Pero no se olvide que de lo que se trata bäsicamente es de lograr el reajuste y el afianzamiento de los esquemas gramaticales que el alumno ha interiorizado antes de ir a la escuela. De ninguna manera va el nino a «aprender» su lengua ex nihilo, como ingenua-mente se suele pensar, pues de lo contrario habria que preguntarse que hablan los miüones de seres que no han tenido acceso a una escuela. Hecha, pues, la aclaraciön, que no por simplista deja de ser relevante, es licito indagar cömo y en que momento se produce la relacion implicativa escuela D aprendizaje de una lengua (materna). Lo que ocurre es que la escuela tradicional suele identificar ensenanza de lengua con ensenanza de una lengua academica altamente codificada y de fuerte inspiraciön literaria, ajena al diasistema y, por tanto, atöpica (Rona 1965). O sea, se trata de ensenar una «lengua» que, bien mira-da, no se da sino como una entidad artificial, la que, sin embargo, es vista como la ünica y autentica, es decir, la que debiera constituirse en norma del uso idiomätico. Fäcil serä advertir, sin embargo, que dicho artificio, que algunos manuales de gramätica pretenden reflejar, no tiene hablantes nativos, aunque se diga que su manejo es patrimonio de la gente «educada» o «culta». En efecto, no es dificü demostrar que aquel ideal tropieza a menudo incluso con el hablar culto de determi-nadas elites. Pero admitida la falacia anterior, cuya base resulta de-leznable, se puede concluir que, ciertamente, no es posible aprender a hablar (bien) una lengua sino en la escuela. De esta manera se comple-ta el sofisma: la ensenanza de la lengua materna se constituye präcti-camente en ensenanza de segunda lengua. Como se dijo, la falacia consiste en suponer que la ünica forma de hablar correctamente una lengua se consigue en la escuela. Segün ella, entonces, el arquetipo del buen hablar emana solo de los manuales de gramätica y de los textos literarios; por consiguiente, toda otra forma de expresiön que se aparte de tales cänones deviene incorrecta y hasta vulgär. Lo que significa que las personas que no tienen acceso a la forma tenida por modelo son hablantes imperfectos de la lengua. Ya vimos, sin embargo, que ello no es asi. Que, en realidad, todos los registros que integran el entramado del diasistema lingüistico son igualmente legitimos. Y si, 71 Rodolfo Cerrón-Palomino por otro lado, las variantes cultas constituyen modelos aproximativos del subsistema estándar o general, ello obedece a factores de indole social, política y económica. Siendo, en otro piano, legítimo y necesario cuestionar todo ordena-miento social injusto, las jerarquizaciones lingíiísticas que privilegian al subsistema estándar deben también ser cuestionadas. Pero tal cuestionamiento no debe llevar hasta el punto de desconocer el papel que cumple dicha variedad, cuya función niveladora es obvia; lo que debe combatirse es el clima de opresión dentro del cual la escuela im-parte la enseňanza gramatical, descalificando toda manifestación lin-guística que no concuerda con la que ell a pretende fomentar, y aten-tando de este modo contra el manejo libre de los demás subsistemas que, de acuerdo a las circunstancias, resultan por veces no sólo eficien-tes como medios de interacción verbal sino también, en muchos casos, constituyen el único repertorio linguístico de que se dispone. Lej os de condenar tales manifestaciones como desviaciones o corrupciones del buen decir, hay que ver en ellas subsistemas legítimos que sirven de vehículo con el cual piensan, sienten y actúan grandes sectores de la población. 2. Aprendizaje de una segunda lengua. En la sección precedente quedó sentado cómo, en el caso de la enseňanza de la lengua mater-na, el alumno va a la escuela posesionado de las estructuras básicas de la modalidad linguística que adquiere en casa. Que, a menos que se le pretenda inculcar el uso de un artificio, lo que se intenta poner a su alcance es un conjunto de principios que le permitan conocer en forma analítica su gramática, las distintas modalidades que ésta adquiere bajo la forma de diferentes giros expresivos, nuevos matices estilísticos y vocabulario más rico y variado. En ningún momento se trata, pues, de adquirir un nuevo idioma, a no ser que por éste se entienda, confor-me vimos, el control de la lengua escrita. Otra es la situación, sin embargo, cuando el alumno asiste a la escuela con pleno desconocimiento de la lengua empleada en ella como medio de instrucción, en este caso el castellano. Aquí, la enseňanza en general, y la del castellano en particular, ya no puede apoyarse en el saber implíáto que de su lengua trae el alumno, pues en todo caso dicho saber corresponde al de una lengua totalmente distinta y prácticamente desterrada del aula. Y, sin embargo, la escuela ha trat ado por igual, agrupando dentro de un mismo salón, a quienes asisten a él conociendo el vehículo de enseňanza y a quienes lo ignoran, con una abrumadora ventaja para los primeros, a la par que con una frustración secular para los segundos. 72 Aprender castellano en un contexto plurilingiie Como sabemos, tal ha sido —y aún lo es— la práctica cotidiana en el sistema educativo vigente, especialmente allí donde se concentran las poblaciones rurales de habla vernácula. En un contexto como el descrito, resulta ciertamente un prodigio el que los alumnos de lengua vernácula logren, cuando no se produce la deserción escolar, un dominio penoso, pero apreciable de la segunda lengua (Arguedas 1968: 344-345, 1979). Dicha conquista, que, para agravar la situación, no encuentra refuerzo ni estímulo fuera del aula, en la medida en que la lengua y la cultura circundantes constituyen realidades ajenas a la occidental, parece congelarse las más de las veces, sin posibilidades de remodelamiento sobre la base de las pautas del castellano estándar local o generál. Lo común es que la exposición al castellano, en términos formales, acabe en un nivel fragmentario y elemental (cf. Van den Berghe 1978). Como quiera que dicha exposición jamás fue alentadora ni sistemática, la escuela no hizo sino fo-mentar el éxodo de una masa cuantiosa de bilingúes incipientes que, al no poseer un dominio aceptable de la segunda lengua, quedaban segregados y disminuidos frente a los hablantes nativos de castellano. Como la lengua materna de aquéllos es una lengua oprimida, y sus hablantes provienen de las capas más pauperizadas de la sociedad, la dificultad —natural, como vimos— en el aprendizaje de la segunda lengua fue racionalizada como el producto de una supuesta incapaci-dad mental, partiéndose, además, de la falsa premisa de que el aprendizaje de un segundo idioma estaría determinado por el grado de inte-ligencia de los alumnos. Como puede apreciarse, un achaque injusto y desprovisto de toda logica, pero sutilmente aducido por los grupos de poder. A tenor de lo dicho, debe quedar claro que la escuela no constituye un contexto propicio para el aprendizaje de la lengua oficial,2 puesto que ella desconoció implícita o explícitamente la procedencia linguísti-ca heterogénea del alumnado. Siendo asi, su rol de agente castella-nizador no se diferencia mucho del que ejercen otros sectores de la sociedad envolvente. Asi, diferentes mecanismos como los generados por la migración, la creciente urbanización, los medios de comunica-ción masiva, el ejército, etc. crean también otros contextos, igualmen-te hostiles, en los cuales el hablante vernáculo «aprende» la lengua 2 Pese a la oficiatización del quechua (véase la nota 13 del segundo ensayo), el castellano sigue siendo de facto el único idioma oficial, y las lenguas vernáculas, in-cluyendo las mayores (el quechua y el aimara), no han cambiado su condición de lenguas oprimidas. 73 Rodolfo Cerrön-Palomino oficial. En virtud de tales mecanismos, que no siempre hacen de aque-11a un sistema enteramente accesible debido a que todos ellos respon-den a los intereses de la clase dominante, el hablante de vernaculo va construyendo, por razones de supervivencia, los rudimentos de una segunda lengua. El resultado de esta conquista, al igual o peor que la que se obtiene en la escuela, no puede ser sino la interiorizaciön de un castellano quebrado, fuertemente retaceado, y resentido de un marca-do resabio del vernaculo. Frente a tal castellano, que constituye el horror de puristas y academicos, pareceria haber razön suficiente como para asombrarse, como Arguedas, ante la Performance intachable de sus informantes de Sayago. Sobra decir que la comparaciön resultaba absurda: el propio escritor, mäs que nadie, no debiö hacerla. 3. El continuum quechua-castellano. El manejo de un castellano como el que se delineö, fragmentario y distorsionado (desde la pers-pectiva del espanol general), constituye, en diversos grados, no sola-mente una parcial conquista lingüistica de que dispone una considerable porciön de vernäculohablantes, sino que, como se sugirio, en muchos casos es la ünica alternativa con que cuentan grandes sectores de la poblacion rural. En efecto, debido a los mecanismos asimilatorios de la sociedad nacional, los sistemas vernäculos, en especial el quechua y el aimara, van cediendo ante la hegemonizaciön de la lengua oficial. Frente al estigma del vernaculo, comunidades ihtegras van abandonando su repertorio lingüistico nativo (son ejemplos: la Sierra de Lima, el Valle del Mantaro, Cajamarca, Amazonas, etc.) para quedarse con el castellano retaceado que aprendieron. Conviene, en este punto, detenerse brevemente en la consideraciön de tales formas de habla, que podrian quizäs llamarse, metaförica-mente, manifestaciones de una «lengua fracturada» (vease Ferguson y DeBose 1977). ^.Constituye esta un sistema autönomo, diferente del quechua y del castellano? Si es asi, ^donde comienza y en que punto termina, es decir, cuäles son sus fronteras estructurales? Para respon-der a tales interrogantes es forzoso incorporar en nuestros razona-mientos algunos conceptos de la lingüistica referida al estudio de los pidgins (sabires) y criollos. En efecto, basändonos en una concepciön dinämica de la lengua (Bickerton 1975) podriamos decir que lo que resulta del contacto prolongado entre el castellano y las lenguas vernäculas, especialmente quechua y aimara, es im continuum lingüistico en cuya base se asienta el vernaculo (= basilecto) y en cuyo termino superior reposa el castellano (= acrolecto); a lo largo del espa-cio entre dichos polos se superponen gradualmente diferentes subsis- 74 Aprender castellano en un contexto plurilingue temas que, alejandose de un extremo y acercandose al otro, constitu-yen el mesolecto. El ordenamiento que supone dicha orientation (de abajo hacia arriba) no es sino el resultado de los mecanismos de domination interna a los que hemos venido refiriendonos. De alii que las manifestaciones mesolectales sean producto de los esfuerzos adquisi-tivos de los hablantes de vernaculo en su afan por apoderarse del acrolecto; la orientation inversa, de aproximacion del acrolecto hacia el basilecto, resulta, al menos en el caso peruano, inconcebible.3 En esta unidireccionalidad del continuum se encuentra la genesis del castellano fracturado, que no es sino el resultado de la elaboration de variantes aproximativas que se inspiran en el acrolecto. A lo largo del espectro, estas se dequechuizan gradualmente a la par que van castellanizandose penosamente. Concebido, pues, el mesolecto no como un bloque (dentro de el, en efecto, se alinea toda una gama de modalidades intermedias) sino como un espectro en cuyos extremos se polarizan la lengua oficial y el vernaculo, resulta forzoso ahora rechazar cualquier insinuation respecto del caracter autonomo y/o discrete de las manifestaciones de lo que llama-mos «lengua quebrada». En efecto, lejos de considerarlas como entida-des estaticas y bien delimitadas, hay que ver en ellas un conjunto flui-do de sistemas aproximativos respecto del castellano. Ahora bien, aim cuando los criollistas no parecen estar de acuerdo del todo en la caracterization de pidgins y criollos (cf. DeCamp 1977), es justo preguntarse si las versiones del castellano fracturado pueden considerarse una u otra de tales modalidades. Al respecto, manejando algunos de los criterios empleados por los criollistas, podemos detir que, desde el punto de vista de su autonomia (vease Ferguson y DeBose 1977), las formas mesolectales andinas distan lejos de constituir pidgins. En efecto, como veremos mas adelante, el mismo hecho de que el hispanohablante las califique como un castellano vulgar y mal hablado, por un lado, y, por el otro, el hecho de que el usuario de este no advierta —al menos plenamente— en que medida su sistema difie-re del empleado por el hablante de castellano, nos hacen dudar del caracter autonomo de tales manifestaciones. Por otro lado, admitxen-do que un hablante de pidgin conoce y maneja el basilecto, ocurre que en el area andina no es diftcil encontrar comunidades integras que, 3 No lo fue, sin embargo, durante los primeros decenios de la eolonia, pues enton-ces, por razones politicas e ideologicas, ciertos sectores de la administration espanola, especialmente el religioso, hitieron notables esfuerzos por aprender los idiomas nati-vos, en particular las llamadas «lenguas mayoress 75 Rodolfo Cerrón-Palomino habiendo abandonado el vernáculo, no posean en su repertorio lingiiis-tico otro recurso que dichas formas mesolectales. Siendo asi, podria pens arse que en este caso estuviéramos ante variedades cuasi criollas como lo sugeriamos en otro lugar (véase el primer ensayo). Sin embargo, bien miradas, lo cierto parece ser que las posibilidades de que en el mundo andino cristalice un pidgin o un criollo son francamente muy remotas. Ello porque en la genesis de éstos juega un rol decisivo el carácter completamente inaccesible del acrolecto (Bickertonl977), como lo fue el de las lenguas de los esclavistas en las plantaciones azucare-ras respecto de los hablantes de vernáculo. En nuestro medio, el orde-namiento colonial y republicano perpetuó la coexistencia del castella-no con las lenguas vernáculas, de modo que, aunque de manera restringida, el acrolecto estuvo siempre «a la mano», conforme vimos, terciado por el fenómeno biológico del mestizaje, ausente en el caso de las plantaciones. La movilidad social, acelerada por la conquista de rei-vindicaciones políticas y económicas de los grupos marginados, torna aun más accesible el castellano, de modo que sus potencialidades «correctivas» están alli presentes. Es éste el factor fundamental que hace abortar cualquier conato de pidginización o criollización, como ya lo intuia Benvenutto (1936: cap. XII, 184). De modo que, a lo sumo, las formas mesolectales no pasarían de ser formas transicionales de pidginización y/o criollización. 4. Del mesolecto al acrolecto: elpostcontinuum. Gonviene ahora preguntarse cuál fue la orientation del sistema educativo en todos sus niveles respecto de las formas mesolectales. Aqui, como en el caso frente al vernáculo, y aún con menos reparos (dado que tales manifestacio-nes parecen —a los oídos del hispanohablante— engaňosamente formas «castellanas», aunque chapurreadas), la enseňanza-de lengua asu-mió erróneamente que en las escuelas del campo habia alumnos (al igual que en las de la costa, por razones de migration) queya hablaban el castellano, sólo que unos lo hacian «mejor» que otros. Congregados, pues, indiscriminadamente —por explicables razones, hay que reco-nocerlo— «buenos» hablistas y chapurreadores, los cursos de lengua sólo sirvieron para aburrir a los primeros y ridiculizar a los segundos. Sin advertir que los usuarios del mesolecto llevan al aula subsistemas lingüisticos que en muchos respectos difieren estructuralmente del de la variedad general, dichas manifestaciones discrepantes son conside-radas como formas bastardizadas del mismo tipo que el de las «inco-rrecciones» que se dan en el interior del diasistema general. Tales dis-crepantias, sin embargo, no tienen, conforme vimos, un mismo origen: 76 Aprender c as tell ano en un contexto phirilingüe en el primer caso, ellas surgen motivadas por la influencia de la len-gua nativa;4 en el segundo, estamos frente a formas alternantes, que por razones de arcaísmo o de innovation, se encuentran reňidas con la norma que la escuela desea impartir.5 Notese, ahora, que la diferencia apuntada tiene profundas impli-cationes para la enseňanza: en el caso del hablante del mesolecto se debiera buscar la adquisición, en buena cuenta, de otro sistema (el acrolecto), a la par que en el del hablante de castellano se trata de aprender nuevas alternativas de expresión sin salir del diasistema. El desconocimiento de esta realidad determina, en parte, que los ves-tigios del mesolecto perduren en una persona cualquiera que sea su grado de instruction, pudiendo llegar a ser superior, según se los puede detectar tranquilamente entre profesores universitäres, al-gunos de los que, paradójicamente, enseňan cursos de lengua (cf, Pozzi-Escot 1972). Ello porque no se «ataco» tales vestigios que cons-tituyen precis amente rasgos estructurales del mesolecto, no siéndo-les fácil a los hablantes de éste ni tampoco a los maestros de lengua descubrir por sí mismos cuáles son los fenómenos del repertorio verbal del primero que lo delatan como hablante «defectuoso» de castellano. Podrá, es cierto, dicho hablante controlar en forma más o me-nos airosa algunos elementos tipificadores de su habla estigmatizada (la pronunciation es quizás uno de los aspectos más notorios), pero fenómenos como los mentionados en la nota 4 resultan ya bastante abstractos como para ser huidizos: se necesita acá el concurso del lingüista no sólo para llamar la atención sobre los mismos sino, ante todo, para mostrar, por paradójico que parezca, la sistematicidad de su recurrencia. El hecho de que la instantia educativa, sobre todo de nivel primario, insiste sólo en la correction de la pronunciation co-rrobora lo que se acaba de sugerir. 5. Enseňanza bilingüe. Con el objeto de superar las deficiencias de la enseňanza directa de una segunda lengua se ha puesto en prácti- 4 Aparte de la pronunciation, son ejemplos dentro de la gama mesolectal, el empleo del doble posesivo: demitto su casa; la ausencia del artículo: bandera peruana está ftameando; la discordancia de género: bonito es la ciudad; de numero: todos tiene que trabajar, el empleo del doble reflexivo: a mi pelo me voy peinarme; el orden SOV: a la mezcla se agrega agua con sal, etc. 5 Fuera de los aspectos de pronunciation, como la elision de la d en los participios, por ejemplo, formas como hayga, andé; la 5 excrescente de la segunda persona: estuuistes, jugastes; o el dequeismo: creo de que, pienso de que, etc. Para más ejemplos, véase Escobar (1970: 4), y las referencias citadas alii. 77 Rodolfo Cerrón-Palomino ca, en muchos países con problemas similares al nuestro, el metodo de enseňanza bilingüe, que asume distintas modalidades, pero por medio del cual el aprendizaje de la segunda lengua se hace partiendo del empleo de la lengua materna del alumno. En efecto, en la enseňanza bilingüe no solamente no se proscribe la lengua que el alumno trae a la escuela sino que, por el contrario, ella es el vehículo común que, al menos durante un buen lapso de aprestamiento, emplean maestros y educandos. De esta manera, en la medida en que los alumnos no igno-ran el idioma empleado en clase, con él, y gracias a él, van aprendiendo la otra lengua, la mi srna que es tratada primeramente como cualquier otra asignatura, para luego, a medida que el alumno va interiorizándola, servirse de ella como medio de enseňanza, sin excluir del todo el empleo del vernáculo. Cualquiera que sea la modalídad específica de la enseňanza bilingüe (en unos casos, la lengua vernácula es tornáda como un medio para transponer el dominio de la lengua oficial, pareciéndose en esto al metodo directo, aunque evitando la violencia de éste; en otros, el vernáculo es tornado no sólo como un medio sino también como un fin en sí mismo, de modo que se busca que, a la larga, el alumno esté capacita-do en el manejo y el cultivo creador de ambos sistemas), los métodos empleados, contrapuestos al traditional y «directo», parten de un reco-norimiento de la realidad plurilingüe y pluricultural en la que se busca impartir la lengua oficial. Aun cuando el análisis contrastivo es sólo uno de los aspectos que deben tomarse en cuenta en la enseňanza de una segunda lengua, pues ésta supone procesos cognoscitivos y comunicativos que lo trascienden, a través del cotejo de los sistemas en conílicto en todos sus niveles de organización —fonológico, grama-tical y léxico— es posible entrever qué patrones linguísticos son aproxi-madamente semej antes y qué otros son diametralmente diferentes. Como quiera que allí donde las lenguas muestran estrategias grama-ticales diferentes el aprendizaje de un segundo idioma tropieza casi siempre con mayores obstáculos, el metodo bilingüe (al menos en una de sus modalidades) dedica especial importancia a tales aspectos dife-rentiales, seleccionando materiales correctivos específicos y reforzan-do la practica de los mismos. De esta manera la enseňanza de la segunda lengua deja de ser indiscriminada en lo que respecta a la dosificación de los contenidos y a la selección de materiales didácticos a emplearse. Debe quedar en claro que sólo en virtud de los trabajos dialectológicos podrá la enseňanza del castellano contar con elementos de referencia que le permitan reorientar métodos, recurriendo, por ejemplo, al con-traste dialectal, y teniendo como elemento referencial no ya meros arti- 78 Aprender castellano en un contexto plurilingüe ficios consagrados en los viejos manuales sino partiendo de la conside-raciön de las variedades concretas que el lingüista devela y describe. Preparando textos y manuales que se adecuen a la realidad, la ensenanza del castellano no serä ya frustrante ni mero requisito curricular; po-drä si convertirse en un medio eficaz que desinhiba a quienes no tuvie-ron la oportunidad de aprender el acrolecto como primera lengua. 6. A manera de epilogo. Tras mäs de cuatro siglos de ensenanza impositiva del castellano, en la que la ünica alternativa metodolögica fue la de la modalidad directa, la politica educativa de los Ultimos de-cenios ha devenido cada vez mäs sensible a la problemätica de la realidad plurilingüe y pluricultural del pais, como lo prueban los disposi-tivos legales vigentes, a traves de reglamentaciones que buscan fomentar la educaciön bilingüe. Son varias las instituciones, nationales y extranjeras, que imparten (aunque en forma restringida y expe-rimental, las mäs de las veces) la ensenanza del castellano como se-gunda lengua en äreas de gran concentraciön monolingüe vernäcula. Sus relativos exitos o fracasos estän conditionados en mucho por toda una gama de factores, entre los cuales destacan la heterogeneidad idiomätica del alumnado, la diversidad sociocultural de los grupos etnicos atendidos, el deficit de personal especializado, la insufitiencia de recursos econömicos, etc. Por lo que toca a la ensenanza descriolli-zadora sugerida en la secciön anterior, hay que detir que ella ni si-quiera parece haber sido entrevista aün, en buena parte por las caren-cias y dificultades aludidas. Fuera de todo lo dicho, conviene senalar, sin embargo, que una politica lingüistica, como la educativa en general, no puede redutirse a proponer un programa meramente academico, desligado de —o, peor, en contradicciön con— las demäs medidas politicas adoptadas por un gobierno. Por el contrario, una politica idiomätica adecuada solo podrä concretarse en la medida en que obedezca a un planeamiento politico global destinado a cancelar las desigualdades sociales y econömicas, y, por ende, a buscar la construcciön de un futuro anhelado en el que quede desterrada toda forma de explotaciön y discriminaciön. Preten-der soluciones aisladas, al margen de las demäs acciones guberna-mentales en materia politica y econömica, solo puede conducir a la consolidaciön de una sociedad injusta, que es la que precisamente se intenta superar. Solo en la medida en que se entienda que una politica cultural tiene que estar imbricada dentro de una politica integral de conquistas sociales y econömicas conjuntas, puede esperarse de la educaciön bilingüe una funciön liberadora, desterrando el discrimen 79 Rodolfo Cerrón-Palomino idiomático y la opresión lingtiística. Únicamente en virtud de ello po-dríamos alguna vez asistir maravillados ante el espectáculo de poder oír hablar castellano de manera impecable no sólo a quienes lo apren-dieron en casa, como el bermillano, sino a quienes lo hicieron en la escuela o incluso en el bregar diario por la supervivencia, como fue el caso paradigmático de Guaman Porna. 80 IV Aspectos sociolingüisticos y pedagógicos de la motosidad el Perú «Mäs cuenta nos tiene entender a un INDIO que a OVTDIO [...]. i\Es posible que vivamos con los Indios, sin entenderlos!? Elbs hablan bien su lengua, i nosotros, ni la de ellos ni la nuestra». Simon Rodriguez ([1850] 1980: 214) 0. El presente trabajo versa sobre uno de los fenömenos de la lengua que tiene una profunda connotaciön sociolingüistica en el Peru, y en el area andina en general: el llamado motoseo. El problema serä trat ado desde dos vertientes: en primer lugar, se ofrecera un recuento histörico del fenömeno, tanto desde una perspectiva sociocultural como desde el punto de vista de su inmanencia; en segundo lugar, el mismo problema serä discutido dentro del contexto de la ensenanza del caste-llano, cuestionando el enfoque tradicional, y planteando, como posible alternativa, una version restringida de la ensenanza bidialectal. 1. Concepto de motosidad. Con el nombre de motosidad o motoseo se conoce en el Peru todo tipo de influencia —directa o indirecta— que ejercen tanto el quechua como el aimara en el castellano de quienes tienen en aquellas su primera lengua. Bien entendida, sin embargo, la motosidad cobra dos sentidos, uno amplio y otro restringido, de acuer-do con su mayor o menor «connotaciön sociolingüistica». En su acep-cion mäs amplia, el hablar motoso coincide con nuestra definition general cubriendo las influencias no solo fonologico-gramaticales y l&dco-semänticas sino tambien los aspectos suprasegmentales de acen-to, ritmo y entonation. Se trata del llamado, en otros contextos, «acen-to foräneo». En su version restricta, el motoseo solo alude al trastroca-miento de tipo vocälico, tradutido en la neutralization de las vocales medias del castellano con sus respectivas altas, fenömeno que, por hipercorreccion, tambien afecta a estas, que devienen mäs abiertas. Una y otra acepciön son sensibles al grado de percepciön que se tiene de los fenömenos, el mismo que estä determinado tanto por razones socioculturales como por factores de indole estrictamente lingüfstica. Rodolfo Cerrön-Palomino Asi, dependiendo del mayor o menor grado de conciencia metalin-güistica del fenömeno, los rasgos atribuibles al motoseo pueden, por un lado, adquirir el caräcter de verdaderos estereotipos, y, por el otro, confundirse con las manifestaciones locales del castellano, especial-mente el andino. Pero el grado de percepciön metalingüistica estä de-terminado, a su vez, por el caräcter mäs o menos abstracto de las es-tructuras lingüisticas involucradas, como se verä en su momento. Caracterizada en tales tenninos, la motosidad se nos presenta como un fenömeno ciertamente universal en todo proceso de aprendizaje de una Ljj. Si aceptamos que en el tränsito de Lt a L2 es natural que los häbitos lingüisticos que implican el manejo de L: tiendan a proyectarse, tanto negativa como positivamente, al tratar de responder a los nuevos estimulos que suponen una Performance en L2, entonces resulta atipico (por no decir anormal) desde todo punto de vista el que no se produzcan tales interferencias. Como se sabe, sin embargo, dichas manifestaciones provocan en los hablantes reacciones variadas en manera alguna ajenas al contexto sociocultural donde ocurren. Asi, un fenömeno natural, explicable en tenninos estrictamente psicolögicos y lingüisticos, puede adquirir, en el piano de las relaciones sociales, marcados contor-nos de opresiön idiomätica, como acontece en el mundo andino. En efecto, cuando enfocamos los fenömenos de interferencia en so-ciedades diglösicas como las de las repüblicas andinas del Ecuador, Peru y Bolivia, la sola consideraciön psicolingüistica de aquellos resulta parcial e incompleta. Como se sabe, tales paises presentan con-flictos lingüisticos estructurales determinados por la copresencia de lenguas jerarquizadas diferencialmente, de suerte que una de ellas, la castellana, tiene los atributos de una lengua A, y el resto (a su vez jerarquizado entre lenguas andinas versus idiomas selväticos), los de B. Pues bien, es en sociedades como las mencionadas donde tales manifestaciones lingüisticas adquieren un caräcter de estigma social y son esgrimidas ideolögicamente como un instrumento sutil de opresiön y discriminaciön. De esta manera, paradöjicamente, el aprendizaje «integrador» de L2 que los grupos dominantes alientan entre los usuarios de L^deviene desintegrador. Lo que quisieramos indagar es acerca del porque y como los castellanohablantes no aceptan la motosidad como un fenömeno natural en el aprendizaje de L2. En el presen-te caso nos interesa ver los fenömenos de interferencia en el castellano de los hablantes de extracciön tanto quechua como aimara. 2. El contexto diglösico. Una de las caracteristicas estructurales mäs agudas de los paises de sustrato quechua y aimara es su condi- 64 Aspectos socio linguísticos y pedagOgicos de la motosidad en el Perú ción multiglósica. En efecto, al lado de la lengua oficial de los estados respectivos —el castellano— están, ocupando un segundo orden, el quechua y, en el caso del Perú, Bolivia y Chile, también el aimara. Las interacciones asimétricas que surgen de estas relaciones se dan asi-mismo entre el castellano y los demás grupos idiomáticos que se dis-tribuyen al interior de los países involucrados. Sin embargo, por razo-nes histórico-culturales y demográfícas, el contacto (y conflicto) quechua-castellano, y en menor medida aimara-castellano, adquiere caracteres sociolinguísticos de gran envergadura. El lastre de esta situation multiglósica es el producto de la herencia colonial que asumie-ron los países andinos al constituirse en estados nominalmente inde-pendientes. Funcionalmente, la adscripción de las lenguas involucradas a de-terminados ámbitos socioculturales data de la colonia y tiene su punto de partida en la conquista espaňola. Como se sabe, a la llegada de los espaňoles una de las variedades del quechua había logrado constituirse en lengua general, siendo reconotida como oficial por los propios incas. Constituida en una variedad koiné, consiguió superponerse no sólo a las demás lenguas de los numerosos grupos étnicos que confor-maban el imperio sino también al resto de sus dialectos congéneres. La política idiomática incaica se caracterizaba en tal contexto por su grado de tolerancia respecto de las hablas locales, pues en todo caso el aprendizaje compulsivo del quechua alcanzaba sólo a los miembros de los grupos de poder local, por razones administrativas obvias. Dentro de un ordenamiento sotiopolítico de corte pluralista, la política idiomática de los incas contemplaba incluso el aprendizaje de las hablas locales por parte de los funcionarios y administradores de la metropoli. Las relaciones asimétricas (diglósicas) que se daban entre el quechua oficial y las demás lenguas no serian tan profundas en la medida en que los idiomas en contacto respondian a universos culturales y tecno-lógicos relativamente intertraducibles. La conquista espaňola signifi-ca entonces la ruptúra total del equilibrio linguistico-cultural del mundo andino (cf. Cerrón-Palomino 1987b). En efecto, la caida del imperio y el establecimiento del régimen colonial trajeron como consecuencia la devaluation de la lengua y cul-tura nativas desde el momento en que sus protagonistas pasaron a la condition de dominados. A la destruction de los templos y el menos-precio de los dioses tutelares siguió el atropello de las institutiones nativas y la minusvaloratión de la lengua. El quechua y las demás lenguas locales, de naturaleza eminentemente oral, se enfrentaban ahora a una lengua que respondía a un mundo tecnológicamente más 85 Rodolfo Cerrón-Palomino elaborado y que, en virtud de su sistema escriturario, cumplía roles inusitados a la experiencia andina previa. Dada la condición de sus usuarios, el quechua —otrora lengua oficial— veía recortadas sus fun-ciones para desenvolverse en contextos cada vez más restringidos y empobrecidos. Asi, pues, el nuevo ordenamiento político, social y económico impo-ne sus propias reglas de juego en relación con la distribución funcional de las lenguas: en términos de aprendizaje de uno de los idiomas, son los de abajo los que se ven obligados a aprender L2, es decir, el castella-no. El menosprecio por la cultura nativa háce que los grupos dominantes consideren un desdoro aprender el quechua, tal como les enrostraba el padre Acosta a sus propios compatriotas a fines del s. XVI. Después de todo, el diálogo interestamental se lograría a través de la mediación de los intérpretes, previa captura de los mismos en un primer momen-to, y fomentando la ladinización de la elitě nativa después. Siendo esta la regia, la excepción será el aprendizaje del idioma índico como L2 por parte de los dominantes, y en este caso por razones puramente instrumentales de orden administrativo y sobre todo religiöse Admi-tamos, sin embargo que la conquista espiritual de los dominados, en procura de su control político y económico (reducciones de indios y pa-rroquias aseguraban un mejor control de los tributos), motivó cierta-mente en un primer momento no sólo el aprendizaje sino incluso el cultivo Hterario de la lengua dominada. Una vez conseguida la total sujeción de los vencidos desaparece sensiblemente la motivación utili-tarista del aprendizaje del quechua como segunda lengua. Con el co-rrer del tiempo, la legión de ladinos —es decir de indios castellani-zados— fue inerementándose de tal mänera que los grupos dominantes podían «ahorrarse» el esfuerzo por aprender la lengua de los vencidos. Desde otro ángulo, sin embargo, también se advertían situaciones sociolinguísticas hasta entonces inusitadas. En efecto, en las ciudades rodeadas de una población quechua o aimara mayoritaria se daban, por la fuerza del contacto interétnico, las condiciones para la adquisi-ción de la lengua por parte de los espanoles y criollos. La documenta-ción colonial correspondiente a fines del s. XVIII seňala para el Cuzco, por ejemplo, la existencia de un bilingiiismo castellano-quechua gene-ralizado entre los miembros de la sociedad dominante. Asi nos lo hace saber, entre otros, el presbítero Ignacio de Castro {[1788] 1978: 44).1 1 Para una deseripción semejante de ciudades andinas importantes como La Paz y Cochabamba, aunque iniciada ya la vida republicana, véanse Las citas de ďOrbigny ofrecidas en el penúltimo ensayo del presente volumen. 86 Aspectos sociolingüisticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú Con todo, ello no afectaba en lo mínimo la situación diglósica estable-cida: aunque tales espaňoles hablaban mejor el quechua tenían por lengua superior al castellano. Tal ha sido, a grandes rasgos, el ordena-miento linguístico-cultural de la colonia. La situación descrita fue heredada por las repúblicas desmembra-das de la corona espanola. En los nuevos estados, como se sabe, jamás surgió el problema de la lengua national, pues se asumió que ésta era indiscutiblemente la castellana: cosa enteramente natural desde el momento en que la idea de «nation» que elaboraron los próceres de la emancipación excluía a la población nativa que constituía, sin embargo, la base social sobre la cual se asentaban los nuevos estados. Ahora bien, los procesos de modernización que afectaron drástica-mente las estructuras tradicionales de los países andinos a raíz de la penetration del capitalismo internacionál no cambiaron la situación diglósica descrita. Por el contrario, se acondicionaron los mecanismos de la sustitución idiomática a favor de la hegemonización cada vez más creciente del castellano, agudizándose, por otro lado, el discrimen linguístico no sólo para con el castellano de los bilingües incipientes, sino también para con las modalidades que la lengua adquiría en zo-nas prácticamente dequechuizadas. Surgía de esta manera una nueva situación diglósica entre las dístintas manifestationes del castellano: entre la variedad académico-literaria tenida por norma y las distintas formas mesolectales ubicables a lo largo del continuum cuyos polos los forman la lengua andina, por un lado, y la oficial, por el otro. Sohra decir que si bien es cierto que han surgido movimientos de reivindicación étnica y de defensa idiomática tendientes a romper la situación diglósica descrita (la constitution peruana ha sancionado, por ejemplo, el carácter oficial del quechua y del aimara), pudiendo hablarse del despertar de una conciencia idiomática, ya no solamente en. sí sino también para sí, la realidad de los hechos se ve desbordada todavía por las relaciones asimétricas entre el castellano (lengua A) y las lenguas andinas (lengua B). Es en dicho contexto que los hablantes de A muestran su intolerantia respecto no sólo del castellano motoso de los usuarios de B sino también de las formas mesolectales de sustrato andino, allí donde ha desaparetido la lengua ancestral. 3. El discrimen linguístico. En el contexto diglósico bosquejado es natural que los hablantes de la lengua A se tornen en jueces severos e inflexibles de la performance de los bilingües hablantes del vernácu-lo en L2. No ocurre lo propio en la otra direction, pues aun cuando son predecibles los tipos de interferencia que podrían presentarse en este 87 Rodolfo Cerrón-Palomino caso, no es difícil imaginär para con ellos una actitud ciertamente tolerante o, a lo sumo, de velada censura que no escapa de los fueros del ámbito privado. En efecto, fuera de tales reacciones intrascendentes en contra de los «atropellos» de la lengua dominada, los mismos que distan muy lejos de adquirir el carácter de estigma social, sólo conoce-mos dos casos en los cuales la «defensa idiomatica» nativa adquiere el carácter de verdadera denuncia. Ambos testimonios corresponden a los comienzos del siglo XVII y provienen de fuentes representativas de la cultura indígena: el mestizo Garcilaso de la Vega ([1609] 1945) y el indio Guaman Porna de Ayala ([1615] 1980), En cuanto al inca Garcilaso, no estará de más seňalar que uno de los móviles que lo impulsaron a escribir sus Comentarios fue precisa-mentě la defensa idiomática frente a los atropellos que cometían los historiadores espanoles de su tiempo respecto de la lengua. Para el historiador mestizo, como se sabe, la recta interpretación del idioma índico es crucial para un cabal conocimiento de la cultura nativa. Censura por ello la ligereza con que se confunden términos debido a la hipodiferenciación que se hace de oposiciones distintivas (como el con-fundir los fonemas /k/ y /q/), pero también condena los simples reajus-tes fonético-fonológicos aun cuando éstos no tengan consecuencias semánticas de consideración. Asi, no sólo critica la confusión entre, por ejemplo, waqa-llorať y waka 'ídolo' o entre pacha tierra, mundo' y p'acha Vestidura'; también enrostra a los espanoles el pronunciar mote, mólle, coca, etc. en lugar de muťi (maíz cocido', mulli (variedad de árbol) y cuca. Se trata, como se ve, del motoseo en quechua (cf. Cerrón-Palomino 1991b). Por su parte el cronista indio Guaman Porna, ilustre motoso de las letras y la historiografía andina, crítico cáustico de la administra-ción colonial, censura acremente a los eur as doctrineros que con «quatro palabras» pretendían difundir el evangelio entre los indios. íQué tipo de quechua hablaban tales doctrineros? El cronista pone en boča de ellos expresiones como las siguientes: apamuy caballo ťtrae el caballo' o mana miconqui 'no comerás' (cf. Guaman Porna [1615] 1980: 576), donde las construcciones se resienten, en el primer caso, por la ausencia de la marca acusativa -ta; y en el segundo, por el empleo impropio de la partícula mana en vez del prohibitivo ama, y por la ausencia del sufijo negativo -chu, que acompaňa al verbo. Fuera de tales simplificaciones, la primera expresión resulta igualmente incorrecta por presentar un orden VO; y la segunda, por omitir también el validador -mi tras la partícula negativa mana, y cuyo empleo obedece a las reglas del discurso quechua, y que, debido a su desco- 88 Aspectos sodolingüisticos y pedagogicos de la motosidad en el Peru nocimiento, fuera considerado como un simple «ornainento» por los gramäticos de la colonia. Semejante forma de habla pidginizada fue comün probablemente no solo entre los doctrineros sino tambien entre algunos cronistas de la epoca. Cieza de Leon, quien afirma haber aprendido algo de la len-gua «en pocos dias», por ser «breve y de gran conprehinciön», cita la siguiente expresiön en boca de un indio quechua que, condenado a la hoguera por insurrecciön, se arroja al fuego exclamando: jViracocha, ancha misque nina! (cf Cieza de Leon [1550] 1987: XCV, 322). Aqui tambien se advierte, aparte del trastrocamiento vocälico (misque por misqui), un desconocimiento completo del empleo de los sufijos inde-pendientes, en este caso del validador -mi y del marcador de töpico -qa, pues para ser normal la expresiön debiö haber sido jViracocha, ancha misquim ninacal (es decir, fonolögicamente, \Wiraqucha, ancha miskim ninaqaY). Como se comprenderä, sin embargo, el desprecio por la lengua de los vencidos tornaba inoperante la protesta de los mencionados escri-tores. Es mäs, el propio Garcilaso se quejarfa de como los propios mes-tizos de su tiempo seguian a los espanoles en el atropello lingüistico convertido en «norma» de pronunciaciön. Dice el cronista mestizo (cf. Garcilaso [1609] 1945: VI, XXLX, 65) que «aun los mestizos, mis com-patriotas, se van ya tras ellos [los espanoles] en la pronunciaciön y en el escrivir, que casi todas las dicciones que me escriben desta mi lengua y suya vienen espanolizadas, como las escriven y hablan los espanoles, y yo les he reiiido sobre ello y no me aprovecha, por el comün uso del corromperse las lenguas con el imperio y comunicaciön de diversas naciones». De esta manera, el motoseo en quechua no recibia una san-ciön social y, por el contrario, se constituia en modelo de imitaciön y prestigio. De hecho, por lo que toca al lexico, las formas castellanizadas son las que han triunfado como quechuismos en el castellano andino. Por el contrario, desde un primer momento, como era de esperarse, el hablar un castellano motoso fue considerado denigrante, tornändo-se en instrumento sutil de opresiön. Ya el jesuita Acosta ([1588] 1954, IV, II, 517) senalaba que los indios «pronuncian el castellano de modo lamentable y ridiculo». Y Ludovico Bertonio ([1612] 1984), en las pägi-nas introductorias de su Vocabulario aimara, tildaba de «disparates» los acomodos foneticos de los terminos castellanos en boca de los indi-genas. En ambos casos, como en la actualidad, el motoseo era achaca-do a la «natural torpeza» del indio. Con todo, un ejemplo que parece escapar de esta regia es la actitud bonachonamente comprensible, se-guramente por el tema tratado, del criollo huamanguino Alonso Ra- 89 Rodolfo Cerrón-Palomino mos Gavilán, quien transcribe, en su história sobre el santuario de Copacabana (cf. Ramos Gavilán [1621] 1988: II, VI, 234-238), la «Relation» que dej ó de pufio y letra el escultor de la imagen de la Virgen de Copacabana, don Francisco Tito Yupanqui, dando cuenta de las tribu-laciones por las que pasó antes de que la obra de un indio como él fuera aceptada no sólo por los espaňoles sino incluso por sus propios coterrá-neos. El texto, redactado aproximadamente a fines del siglo XVI, cons-tituye una magnifica muestra de castellano motoso registrada tem-pranamente. Aunque valdría la pena transcribir el texto integro, ofreceremos aquí sólo el pásaje relativo a la mofa de que es objeto don Francisco cuando le presenta al obispo de Chuquisaca la imagen de la Virgen «pentada en tabla». Dice el escultor indio que entonces: [...] lo rieron mocho todos e los dimás echando el falta al pentor, e lo meravan quando lo tenian con sus manos, e me tomava cada un Espanol, e lo reya di merarlo, e me lo dexeron que los natorales no se poeden hazer el Imágenes del Vergen, ne voltos y luego estove medio desmayado, e lo rue espantado amohenado porque lo troxe el Imagen ante el Obespo, para que lo riera, [...J. Como se puede apretiar, el pásaje está Ueno de interferencias —del quechua o del aimara, igual da para el caso— y recuerda la performance de otro ilustre ladino, casi coetáneo suyo: don Felipe Guaman Porna (véase ahora el estudio detallado del texto mentionado en el ensayo 7). En lo que sigue ilustraremos el fenómeno del discrimen linguistico tal como aparece ideologizado en el discurso literario correspondiente a las distintas etapas de la história peruana (mayores datos sobre las parodias acerca del castellano indio podrán encontrarse en Rivarola 1978c). Nuestra primera documentación se remonta a la segunda mitad del siglo XVII y es el poeta festivo Juan del Valle Caviedes ([ca. 1680] 1947: 161-162), espaňol radicado en Lima, quien nos ofrece algunos romances «en lengua de indio». Uno de ellos satiriza el enlace de un personaje jorobado con una dama alta y espigada, y aquí sólo transcribiremos las dos primeras redondillas. Dice el romance: Balga il diablo Corcobado que os astí también ti casas, sin hallar ganga in so doti sino solo mojiganga. 90 Aspectos sociolingtiísticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú Parici ostíjonto al novia tan ridondo y ella larga como in los trocos di juego, taco bola in misma cama. Como podrá apretiarse, aparte del trastrocamiento vocálico, apare-cen allí otros rasgos típicos de la motosidad: la confusion de las formas de tratamiento verbal en la segunda persona (notese, de paso, la variante osastí frente a la forma más común ostí, remedos de *vuesasted , el empleo discordante del artículo (al novia), la su-presión de la conjunción y del artículo (taco bola in misma cama, por taco y bola en la misma cama). No extraňará, sin embargo, que el remedo del hablar motoso sea inconsistente, por decir lo menos: des-pués de todo estamos aquí frente a una manera de percibir el fenóme-no —la del poeta— y no a una moderna trascripción lingitística. Asom-bra constatar no obstante el grado de conciencia que se tiene de las interferencias involucradas, las mismas que son esgrimidas «festiva-mente» para caracterizar el habla de los ladinos que seguramente pu-lulaban por la Lima de entonces. La segunda documentation, correspondiente al ultimo cuarto del siglo XVIII, proviene de un pasaje del libro atribuido a Alonso Carrió de la Vandera, quien bajo el pseudónimo de Concolorcorvo, describe las costumbres de las tiudades coloniales a lo largo del itinerario entre Montevideo y Lima. Al oíŕecernos un cuadro de la sociedad cuzqueňa de entonces, Concolorcorvo nos proporciona la nota interesante de cómo incluso la burguesia criolla, no se libraba del motoseo, en especial las damas de la «sociedad», que tenían en el quechua su lengua predomi-nante (dato que, por lo demás, coincide con el proporcionado por Igna-cio de Castro; cf. §2). Dice de ellas el autor que, «sabiendo mal el caste-llano les causa pudor explicarse en él, por no exponerse a la risa de los fisgones». Y a renglón seguido, nos cuenta la siguiente anécdota: «Cierta dama espaňola, linda y bien vestida, estaba al balcón de su casa con una rosa en la mano, y parando su vista un detidor de buenas pala-bras, quiso lisonjearla con el adagio espaňol siguiente: Bien sabe la rosa en que manos posa; a que respondió con mucha satisfaction: "Qui rosa, qui no rosa, qui no te costó to platá"*> (cf. Carrió de la Vandera [1773] 1974: II, 96). Destaca de esta manera la interferencia vocálica, pero además la fractura de la expresión copulativa initial, en lugar de qué rosa ni qué rosa. Esto ultimo no parece, sin embargo, achacable a influjo quechua sino más bien a la naturaleza del «hablar quebrado» propio de los bilingües incipientes. 91 Rodolfo Cerrón-Palomino Como dato propio del siglo diecinueve hemos elegido una satira vio-lenta debida a la pluma del poeta Felipe Pardo y Aliaga endilgada al Presidente Santa Cruz, artifice de la Confederación Peruano-Bolivia-na. El escritor costumbrista, exponente de la oligarquía limeňa y ene-migo declarado de la Confederación, deštila su odio hacia el estadista mestizo valiéndose del estereotipo de la motosidad. Como se sabe, el general Andres de Santa Cruz fue hijo de un mariscal espaňol y de la curaca de Huarina (Bolivia), dona Juana Basilia Calahumana. El poema satírico Ueva por titulo precisamente «La cacica Calaumana», don-de el autor se mofa cruelmente de ella y de su hijo, el general, a quien tilda de «Alejandro huanaco». Citaremos aquí sólo una estrofa del mencionado poema (cf. Pardo y Aliaga [1835] 1973:379-381), que Consta de cinco, teniendo como ritornello los siguientes versos: «^Porqui, hom-bre, el Bolivia dej as? / ^Porqui boscas la Pirú?». La estrofa que elegi-mos como muestra es la siguiente: La india dice: «Huahuachay, el balas vos no te gust as; don Salaverry ay!ay!ay! pronto el cla vij as te ajustas. La cosa no está sencillo, vos tu suerte no conozco ^Piensas baňars la Chorrillo porque ya entraste la Cozco? Vuelve a tu madre el quietú Andrescha, al ruina te alejas. ^Porqui, hombre, el Bolivia dej as? ^Porqui boscas la Pirú? Vemos aquí sintetizados los aspectos más saltantes de la motosidad. Además de las interferencias vocálicas, sin embargo, destaca más níti-damente la quiebra total de la concordancia de género y numero. Se registra igualmente la confusion del voseo con el tuteo (vos no te gus-tas), al lado de la omisión del reflexivo (piensas baňars la Chorrillo), la trampa en la distinción de ser/estar (la cosa no está sencillo), la supre-sión de la preposición piensas baňars la Chorrillo, porque ya entraste la Cozco?), etc. Pero el pasaje tiene otras connotaciones: no sólo apare-ce atravesado de expresiones quechuas (la exclamación huahuachay Tiijo mío' y el apreciativo -cha en Andrescha \Andresito') sino también se busca remedar el castellano boliviano (el uso del voseo y, muy sutil-mente, la pronunciación rehilada de la vibrantě: baňars). Es posible 92 Aspectos sociolinguísticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú que algunos de tales rasgos (por ejemplo, el empleo de Za en la Pirú, cuando en verdad el motoseo se caracteriza por la neutralization de la distinción de género, y del artículo en particular, en su forma masculi-na) sean producto de la exageración propia del autor; ello no impide reconocer en Pardo, al m argen de su profundo racismo y menosprecio por todo lo andino, una afinada sensibilidad para captar las sutilezas del hablar motoso. Para terminar con este breve recuento, sefialemos que es nuestra impresión el hecho de que en la época republicana es usado el estigma del motoseo de un modo más violento para oprimir a los grupos emergent es: la república aristocrática ve con escándalo el ascenso al poder de los sectores mestizos. Por lo demás, parodias como las mencionadas anteriormente son también familiäres a los otros países andinos: tal el caso, por ejemplo, del «sainete» del matrimonio de Capariche, citado por Muysken (1985) para el Ecuador (mayores ejemplos en Rivarola 1987c). Fuera de ello, sin embargo, el recurso al hablar motoso como índice de estatus sociocultural, aunque sin la menor intention humillante, lo encontramos en un eximio escritor indigenista como Argued as. En efec-to, uno de los recursos estilísticos más logrados por este novelista es el poner en labios de sus personajes indios, a manera de membretes sociolectales, expresiones que denuntian los fenómenos de interferencia mentionados. De esta manera, tal como lo seňala Escobar (1984: 107-118), el soriolecto de dichos personajes se caracteriza fundamen-talmente por la confusion vocálica, la ausentia del artículo, la omisión de formas pronominales (si hay chancho de principal, mata nomas), la anteposición de los complementos verbales, la fractura de la concor-dantia de género y numero, además del registro de calcos semánticos (como la profusion de nomas y pues, que con toda probabilidad tradu-cen el limitativo -IIa y el enfático -puni). Como en los demás casos vistos, tampoco encontramos aqui una consistencia en la presenria de tales rasgos, pues de lo que se trata es de dar una idea —remedo— del habla de los bilingües y de ningún modo busca el autor transcribir fielmente el registro sociolectal. 4. Los rasgos de la motosidad. Como se dijo, la motosidad, en su sentido lato, asoma en todos los niveles del castellano de los bilingües. No todos los rasgos del hablar motoso, sin embargo, adquieren la connotation de verdaderos estigmas. En lo que sigue ilustraremos algunos de los más típicos. Para ello ser á necesario ofrecer una somera caracterización estructural del quechua, intidiendo en aquellos aspec- 93 Rodolfo Cerrón-Palomino tos en los cuales se diferencia radicalmente del castellano. Asimismo, en la medida en que hay gran variedad de dialectos, elegiremos una de las variantes relativamente más conservadoras, en este caso el ayacu-chano. Finalmente, dado que el aimara presenta rasgos convergentes con el quechua, las observaciones hechas aquí también pueden hacer-se extensivas a dicha lengua. Asi, fonológicamente, el quechua se caracteriza por: a. poseer un sistema mínimo trivocálico; /i, u, a/; b. desconocer las consonantes /b, d, g, f, r/; c. no admitir secuencias vocáUcas; d. no aceptar grupos consonánticos tautosilábicos; y e. llevar el rasgo de intensidad en la penúltima síl ab a. Morfosintácticamente, además de aglutinante, la lengua ofrece las siguientes características generales: a. ausencia de artículo; b. carencia de concordancia de género y numero; c. existencia de un solo sistema de conjugation enteramente regular; d. precedentia del modificador respecto de su núcleo, es detir: - el adjetivo precede al nombre - el elemento posesor al elemento poseído - el objeto al verbo - la oratión relativa a la FN-cabeza - la subordinada a la principal Fácilmente se echará de ver, entonces, en qué medida tales rasgos constituyen una fuente de interferencias negativas en el proceso de adquisitión y/o aprendizaje del castellano. En efecto, desde el punto de vista fonológico, el hablar motoso se caracteriza por la confusion de las vocales medias del castellano: [piluta] 'pelota', tkurnita] 'corneta'; pero también, por hipercorrección, [moleno] 'molino', [sigoro] 'seguro', etc.; la sustitución consonántica: [warira] 'barrera', [riru] 'dedo', [haAita] 'galleta', [widyus] 'fideos', etc.; la elimination de las secuencias vocálicas mediante la semiconsonantización de uno de sus componentes: [iskuyla] 'escuela', [piy] ťpie', la reducción de uno de ellos: [tinta] 'tienda', [surti] 'suerte', o su hiatización: [líyun] 'leóiť, [wáwul] 'baúľ, etc.; la simplification consonántica: [latu] 'plato', [parinu] 'padrino'; y, finalmente, el reacomodo acentual: [pulpitu] cpúl-pito', [maškara] 'mascara', [pápil] 'papeľ, [rásun] 'razón', etc. 94 Aspectos sociolingüisticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú Morfosintácticamente, el hablar motoso aparece en las siguientes expresiones donde se pasan por alto los reacomodos fonológicos men-cionados: está en _ calle, idônde está _ caballo? (ausencia de artículo); pizarra viejo, piata enterrado (ausencia de concordancia de género), los libros es de él (discordancia de numero); o el empleo incorrecto del artículo: el olla está vacío, el carne nomas come 'sólo come carne'; grande reja, viejo cuchara (adjetivo precediendo a su núcleo); de mi tío su casa, de mi lapicero su tapa (precedencia del elemento posesor); al plaza está yendo, pan voy comprar (orden O V); en lo que estaba jugan-do se cayó, de lo que faltaste se molestó (la subordinada precede a la oración principal, con calco semántico de las formas locativas en lo que y causal de lo que). Tales rasgos y otros que no mencionamos aquí caracterizan el mesolecto o el habla de los bilingües iniciales o incipientes. Fenómeno semejante se advierte en el Ecuador, tal como ha sido senalado por Moya (1981: IV), Muysken (1985) y Yáfiez del Pozo (1986: 45-55), con las especificidades del caso, pues ciertas particularidades estructura-les del quichua ecuatoriano condicionan de manera distinta la L2 local (asi, por ejemplo, la frase genitiva del tipo de mi padrino su casa no se da, en la medida en que el quichua ha perdido el modelo original parinuy-pa wasi-n; cf. Muysken 1984). Ahora bien, como se ha sugerido en líneas precedentes, las manifes-taciones del hablar motoso no sólo caracterizan la performance de los bilingües iniciales. Ocurre que muchos de tales rasgos tipifican el habla de quienes ignoran el quechua o de quienes proceděn de zonas en las que esta lengua fue desplazada. Asi pues, un proceso estrictamen-te psicolinguístico —como el de la interferencia— deviene en elemento constitutivo de las formas del castellano local, es decir, adquiere el estatuto de norma (social). Es esta realidad la que vendría a consti-tuir, según Escobar (1978: 32), «la primera y más amplia capa horizontal de la dialectología del castellano del Perú, y corresponde a su seg-mento humano ubicado en los estratos económicos más deprimidos de la estructura social». Su designación como interlecto no deja de ser, sin embargo, algo ínapropiada toda vez que se emplea un concepto de naturaleza individual y adquisicional (el paso de Lt a L2) para caracte-rizar un horizonte linguístico socializado y estable (cf. Rivarola 1986, 1987a). Sin embargo, a falta de otra alternativa, y previo reajuste semántico, creemos que no hay razón para abjurar del término. Del mismo modo, también, resulta a estas alturas claro que el concepto tradicional de interferencia se ve desbordado por el fenómeno del motoseo tal como lo hemos caracterizado, por lo que, siguiendo a Wölck 95 Rodoifo Cerrón-Palomino (1984), convendría tal vez reemplazarlo por la noción más amplia de fusion, entendida ésta como una convergencia de las reglas subyacen-tes a las lenguas en conťlicto. 5. Grados de connotación sociolinguística. Conforme lo hemos venido mencionando, no todos los rasgos del hablar motoso «hieren» con igual intensidad la sensibilidad idiomática de los hispanohablan-tes. Ello quiere decir que aun cuando tales fenómenos tienen un correlato estructural objetivo, y por tanto pueden ser adscritos a de-terrninados sociolectos (= estratifícación), sólo algunos de ellos adquie-ren, desde el punto de vista de las reacciones subjetivas, la connotación sociolinguística de verdaderos estigmas, constituyéndose en una fuente de discriminación y opresión idiomáticas. A falta de un estudio estratificado contra cuyos resultados puedan correlacionarse los rasgos estereotipados a fin de poder establecer una jerarquía de los mis-mos (i.e. su grado de estigmatización), las notas que siguen se basan exclusivamente en nuestras observaciones personales de la actitud de los hablantes de castellano respecto de tales fenómenos, las que po-drían ser corroboradas o desconfirmadas en un estudio mucho más detenido. Mientras tanto, el solo repaso de los testimonios literarios presentados da pie como para que se pueda ensayar una jerarquización aproximada de los estereotipos del motoseo. Teniendo en cuenta la traditional division de la gramática, seňala-remos en primer lugar que, desde el punto de vista fonológico, el rasgo que adquiere connotación social es la confusion entre vocales medias y altas asi como el tratamiento de las secuencias vocálicas y los diptongos. Los otros fenómenos, sean éstos la simplification de los haces consonánticos o la rigidización de la acentuación en position penúlti-ma, asi como los de ritmo y entonación, si bien también notorios, reci-ben una menor carga de rechazo. Por lo demás, como ya se dijo en el segundo ensayo del presente volumen, la confusion vocálica es tal que, habiendo sido interiorizada como fuente de estigma por el propio quechuahablante, produce en él aparentemente fenómenos de hipercorrectión del tipo [koceXo] 'cuchillo', [menoto] 'minuto', etc., allí donde, por razones estructurales de su propia lengua deberían espe-rarse formas aproximadas a la castellana. Bien mirado, sin embargo, lo que el bilingüe incipiente produce es algo como [kučilu] o [minutu], es decir, proyecta sus vocales /i, u/, que fonéticamente se realizan algo más abiertas que las correspondientes espaňolas, pero lo suficiente-mente bajas como para que el oído del hispanohablante las interprete como /e, of, respectivamente. El estereotipo tiene entonces, como es 96 Aspectos sociolingülsticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú esperable, una base perceptual logocéntrica. Del mismo modo, cuando el hispanohablante cree que el bilingüe íncipiente dice asuti o pirasu, en realidad estamos frente a formas como [asuti] 'azote' o [pirasu] 'pe-dazo', vale decir con vocales «altas» normales, diferentes ciertamente del timbre de las correspondientes castellanas. Morfosintácticamente, los rasgos más sancionados son la omisión del artículo, o el empleo del mismo en su forma exclusivamente mas-culina, la discordancia (de género antes que de numero), la construction genitiva, el orden adjetivo-nombre, y fínalmente la postposition del verbo. Por lo que toca a los tres Ultimos fenómenos, Luján, Minaya y Sankoff (1981) encuentran que en los niňos quechuahablantes hay la persistencia, durante el aprendizaje del castellano, de unas estructu-ras más que de otras: mientras que el cambio del orden OV —> VO tiene lugar muy pronto, seguido del reacomodo Posesor-Poseido —> Po-seído-Posesor, la colocation Adj-N sería más reatia al reordenamiento. Nuestras observaciones parecen, sin embargo, contradetir dicha se-cuentia, pues es común encontrar sociolectos que habiendo conseguido desterrar el orden Adj-N aún mantienen estructuras del tipo de mi padrino su carro. Ello puede estar indicándonos que el fenómeno de dequechuización es mucho más complejo. Ahora bien, desde el punto de vista de su persistencia, indudablemente es el fenómeno de la discordancia el que cobra mayor renuencia. Pero aquí también es posible establecer tierta gradation: para referirnos sólo a la concordanria de género en la frase nominal, una construction como silla roto resulta más marcada socialmente que la silla estaba roto; aquí indudablemente la «vecindad» del elemento coordinado juega un rol decisivo en la con-ciencia del problema. Cuanto más alej ados están los elementos concordantes es más fácil burlar la atentión tanto del oyente como del hablante. Como puede observarse, el grado de abstracción de las rela-tiones sintácticas parece estar en relation directa con la mayor o me-nor conciencia metalinguística del problema. Desde el punto de vista léxico-semántico, el empleo de términos quechuas asume indudablemente una mayor censura; no asi los proce-sos de relexificación determinados por el calco semántico. En efecto, mientras es más fácil ponerse «en guardia» frente al empleo —y su consiguiente santión— de vocablos nativos (en la história de la lexico-grafía peruana los puristas se han empeňado en «limpiar» el léxico del castellano ehminando quechuismos que, sin embargo, adquirieron carta de tiudadanía en otros países donde la copresencia del quechua es escasa o nula, y por consiguiente, no constituye una «amenaza»), la interferencia semántica, por su naturaleza más «abstracta», pasa mu- 97 Rodolfo Cerrón-Palomino chas veces inadvertida, Aún asi, en tanto que formas como estoy sa-biendo, estoy conociendo o hacer morir 'matar', hacer ver 'mostrať, Kačer seguir íimitar,f hacer querer 'ofrecer' (que traducen construcciones causativas del quechua), murió en el domingo 'murió el domingo', etc., pueden adquirir la condición de estigma, expresiones como había tenido tres hijos 'no sabía que terna tres hijos', vino con su hijó más 'vino con-juntamente con su hijo', £qué haciendo te caíste? '^cómo te caíste?, no viene dice 'dice que no viene' (diferente de la cita directa (no viene, dice'), yo todavía saldré 'saldré yo primeramente', vine comiendo Vine después de comeť, etc., resultan siendo formas del castellano andino perfecta-mente aceptables. Se trata, como se ve, de verdaderos fenómenos de convergencia que, completamente mimetizados dentro del castellano general, constituyen lo que podriamos llamar la «venganza» o el des-quite del quechua y/o del aimara frente al discrimen diglósico. Ahora bien, de todos los rasgos enumerados, el tratamiento vocálico es el que adquiere sin duda una mayor carga de estigma social. El castellanohablante muestra a este efecto una mayor intolerancia y cada vez que se busque ridiculizar la performance del bilingüe incipiente se echará mano de dicho rasgo. Se entenderá, entonces, el porqué de la acepción restringida de la motosidad para referirse unicamente a la interferencia vocálica. A decir verdad, sin embargo, el empleo restringido del concepto se da sobre todo entre los bilingües avanzados o entre quienes, descono-ciendo el quechua o el aimara, hablan un castellano regional con efec-tos sustratisticos de dichas lenguas. Es normal que para éstos los otros rasgos del motoseo pasen más o menos inadvertidos, con tal que se pronuncien bien las vocales. Para tales hablantes, una expresión como a la panaderia nuevo está yendo por *va a la panadería nueva' puede resultar impecable (cf. con su respectiva forma escarnecida: al panadirya nuybu istá indu). Sea como fuere, tanto el hablante de la norma costeňa como el usuario de una variedad andina del castellano mostrarán por igual su rechazo al motoseo vocálico y se servirán de él no sólo para mofarse del bilingüe incipiente sino también para humi-Uar a todo hablante de extracción andina, como se vio en el caso del general boliviano Santa Cruz. Cabe preguntarse entonces a qué obedece la particular connotation sociolingüistica de que se tiňe la motosidad vocálica. Es decir, siendo igualmente notorias las demás interferencias prosódicas desde el pun-to de vista perceptual, ipor qué la hipersensibilidad del oído hispano-hablante frente al mencionado fenómeno? El celo que muestra aquél respecto de sus vocales no se debe únicamente al hecho de su eventual 98 Aspectos sociolingüisticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú hipodiferenciación (como, por ejemplo, la neutralización entre misa y mesa, que se da en ímisal; o la depuro y poro, que se iguaian en [puru]), sino más bien al «atropello» de la norma de la pronunciación de las vocales castellanas. Aparte de tratarse de un fenómeno de sistema, aquí se está también frente a un hecho de norma. La razón de tal reacción hay que buscarla, a nuestro modo de ver, en el carácter mis-mo del sistema vocáHco del castellano. Para comenzar, el hecho de que en el vasto campo de la dialectología hispánica no se registren isoglosas definidas por el tratamiento dife-rente de las vocales castellanas es seguramente un buen indicio. En efecto, mientras es fácil divisar areas dialectales circunscritas por la variación consonántica (piénsese, por ejemplo, en los fenómenos del seseo y del yeísmo), no ocurre lo propio en relación con las vocales, que, desde su ŕljación entre fines del siglo XV y comienzos del XVII, se mantienen estables en todo el ámbito hispánico. A lo sumo se regis-tran casos aislados de variación en el timbre como efecto de una com-pensación morfológica (recuérdese la apertura de /e/ tras la elision de la -s en las formas verbales de la segunda persona en algunas varieda-des del castellano, como el andaluz: [tjéne] Pienes') o de un proceso de polarización (casos como los de aria, tiatro o cuete, etc.), fenómeno éste propio del habla coloquial. Ahora bien, comparado el sistema vocáHco del castellano con el del quechua salta a la vista el carácter «nutrido» de aquél en la escala de abertura; se hace una distinción escalar de tres timbres allí donde el quechua conoce sólo dos niveles. Ello quiere decir que los márgenes de seguridad y los campos de dispersion que guardan entre si las vocales castellanas son mucho más limitados que los del quechua: entre N - /u/ y /a/ las vocales altas del quechua pueden desplazarse con más liber-tad que en el caso del castellano, espacio que aparece franqueado por los campos de /e/ y /o/. La relativa libertad de desplazamiento de las vocales quechuas, transferida al castellano, choca necesariamente con la experiencia fónica del hablante de esta lengua, acostumbrado a ha-cer deslindes nítidos para tres niveles de abertura. Ello explicaría, pues, la hipersensibilidad del oído hispanohablante fŕente al insensible paso de un campo de dispersion a otro en la performance de los bilingiies incipientes. 6. Tratamientos correctivos. Como se dijo, el hablar motoso no sólo es propio de los bilingiies iniciales sino también de los castellano-hablantes de las zonas rurales asi como de los migrantes del campo a la ciudad. Dependiendo del grado de exposición de éstos a los agentes 99 Rodolfo Ceiron-Palomino de caznbio que operan en sentido inverso, de la urbe a las zonas rura-les, los rasgos del hablar motoso van cediendo gradualmente, remodelándose sobre la base de normas regionales e incluso capitali-nas, más cercanas a las del castellano general. Dicho remodelamiento está en relación directa con el grado de conciencia metalinguistica que se tiene del fenómeno: los rasgos más estereotipados irán disminuyen-do a la par que aquellos que burlan la perception del castellanohablante común, por ser de naturaleza más abstracta, lograrán filtrarse dentro de la variedad regional adquiriendo carta de ciudadanía. En muchos casos sólo los hablantes de la norma considerada como «culta» —una minoria privilegiada—, o el especialista, podrán detectar el carácter intruso de tales rasgos. Asi, pues, dentro de dicha escala de perception desigual el concepto de motosidad adquiere los matices relativos que fueron seňalados.2 Esta «conciencia» de unos rasgos y no de otros se advierte claramente también en el discurso de Guaman Porna, pues «el desorden y barbarie [de su] estilo y de [su] sintaxis» —para emplear las frases duras que le endilga el hispanófilo Porras Barrenechea (1948)— no son obstáculo para que, a su turno, el cronista indio satirice a mestizos y ladinos por detir, por ejemplo, (c/". Guaman Porna [1615] 1980: 367).3 Frente a la situación descrita, interesa ver ahora de qué modo se ha encarado el fenómeno desde el punto de vista educativo, considerado éste en todos sus niveles, es decir, iniciál, básico y superior. Al respec-to, cabe senalar que los tratamientos correctivos ensayados por la es-cuela han derivado en una frustration permanente, toda vez que ésta no ha sido capaz (sino tal vez en muy poca escala) de erradicar los rasgos de la motosidad. No de otro modo se explica el hecho de que la mayoria del profesorado de extraction andina, en todos los niveles de enseňanza, acuse un hablar motoso, tornado éste en su acepción am-plia. A falta de una perception clara del fenómeno, de las causas que lo motivan y de una metodológia adecuada para combatirlo, los cursos de 2 La siguiente anécdota ilustra perfectamente este hecho. Una normalista ordena-ba a su hijo que le sacara una herramienta del cuarto de depósito. El niňo, al no ubicarla, le pregunta que dónde estaba. La respuesta foe la siguiente: «en el cuarto de acá lao». Sin embargo, al advertir nuestra presencia, se rectificó al instante: «eri el cuarto de acá lado». Šegún esto, para la normalista, lo incorrecto era la pronunciation lao en vez de lado, pero no advertía el esquema quechua de la frase acá lado en lugar de lado de acá. 3 La traduction estándar aproximada del texto sería: «en razón de que se perdieron las ovejas estuvo buscándolas toda la noche, y dicen que no las encontró, seüor». 100 Aspectos sociolinguísticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú lengua sólo han logrado, en el mejor de los casos, desterrar los rasgos más pronunciados de la motosidad. Por el contrario, aquellos que re-sultan menos «hirientes», consolidados en el habla de los propios maes-tros, se constituyeron, paradójicamente, en el modelo impartido in-conscientemente desde las aulas. De esta manera, los efectos correctivos de la motosidad llegaban a un punto muerto: el divorcio entre el caste-llano académico-literario impartido oficialmente y el de la realidad circundante estaba dado. Por lo demás, la enseňanza del castellano en dicho contexto no podia sustraerse a la atmosféra de profundo menosprecio por el hablar motoso, del cual profesores y alumnos pugnaban por liberarse las más de las veces sin éxito. Como acontece en situaciones semejantes, las caus as del hablar motoso fueron achacadas a la lengua dominada, cuan-do no a sus propios hablantes. No debe extraňar entonces que la castellanización supuso siempre la erradicación de la lengua ancestral, pues ésta simplemente «malograba» el castellano de los alumnos. Sin embargo, ni la prohibition de su empleo en los centros educativos ni su proscription en el seno del hogar por padres y alumnos («progre-sistas»), que rationaUzaron para si el causalismo simpHsta, fueron sufítientes para superar plenamente los rasgos del estigma. La enseňanza traditional del castellano, empeňada en impartir una norma ajena a la realidad, divorciada del habla del maestro y «ciega» en relation con las causas especificas que determinan la motosidad (ésta es racionaHzada a partir de la condition étnica y sotioeconómica del hablante quechua o aimara), estaba condenada al fracaso; y no obstante ello sigue siendo la practica metodológica generalizada. Lo más dramático del asunto radica en que esta misma metodológia, enmarcada dentro de los esquemas discriminativos mentionados, es empleada en la castellanización de las poblaciones de habla ancestral. Desde hace más de un cuarto de siglo, sin embargo, se vienen ensa-yando en los países andinos programas de education bilingüe que, no obstante la efitiencia probadá de aigunos de ellos (descontando a los de tipo transitional, como los que propugnaba embozadamente el ILV), no han logrado superar del todo la fase experimentalista en que se encuentran. Esto ultimo debido, entre otros factores, a la renuencia por parte de las autoridades educativas de hacer de la education bilingüe —sobre todo inter cultural— una modalidad de enseňanza obliga-toria en las areas de conflicto idiomático. Sobra decir que desde el pun-to de vista estrictamente metodológico, la enseňanza bilingüe, que tiene como punto de partida el contraste sistemático de las dos lenguas que convergen en el aula (es decir Lt y L2), está en mejores condiciones de 101 Rodolfo Cerrón-Palomino neutralizar la aparición de los rasgos de la motosidad entre los apren-dices de L2. Al detectar los puntos criticos que constituyen fuente de interferencias en L2 (por ejemplo, el sistema trivocálico, la ausencia del artículo o la falta de concordancia de género, en quechua o aimara), el metodo contrastivo está en condiciones de priorizar una enseňanza dosificada que tome en cuenta precisamente dichos puntos neurálgi-cos; por consiguiente, la castellanización deja de ser «tiega» para con-vertirse en un proceso sensible a tales prioridades. Todo ello, aparte del trato humano justo de los aprendices de L2, asi como del clima de comprensión y respeto por la lengua y cultura de los mismos. Una enseňanza concebida en tales términos súpera ciertamente los rasgos de la motosidad entre los hablantes de vernáculo, como lo han demostrado, por ejemplo, los programas de educación bilingüe conduci-dos en Ayacucho y Puno en la década del ochenta. Ocurre, sin embargo, que en la mayoría de los núcleos educativos donde se imparte dicha modalidad los alumnos ya traen consigo formas rudimentarias de un castellano motoso adquirido en la interaction diaria con los agentes de cambio extracomunales. El registro de tales manifestaciones, interio-rizadas por los educandos, se convierte en un factor perturbador que no deja de entorpecer la enseňanza de castellano como segunda lengua. No es lo mismo, pues, tratar con niňos absolutamente monolingües que con bilingües rudimentarios. Y, sin embargo, una enseňanza selectiva para unos y otros resulta no sólo impracticable sino quimérica, puesto que las posibilidades de encontrar comunidades completamente libres de influencia castellana son cada vez más remotas. Si a esto agregamos el hecho de que los maestros —de cuya sagatidad depende en parte la eficacia del modelo— manejan un castellano motoso, entonces resulta comprensible que éste se consolide, aun cuando se puedan superar sus manifestaciones más marcadas. Teóricamente, para estos casos, podría ensayarse una enseňanza bidialectal que repose en el contraste de tales formas vernaculares de castellano con la variedad estándar que se quie-re impartir (véase el primer ensayo). Ello, sin embargo, conlleva otros problemas, pues resulta obvio que el fenómeno no es de naturaleza úni-camente pedagógica. Unb de tales problemas —sin trascender el marco estrictamente académico— es evidentemente la selection del tipo de variedad que se busca inculcar tanto en los medios formales como en los programas de alfabetización de adultos. Como se dijo, la enseňanza traditional ha optado por la norma académico-literária del castellano general. Esta norma, reňida ya de por si con los cánones de las variedades propias de las grandes ciudades (Lima, Quito, La Paz), ha servido de modelo 102 Aspectos sociolingüisticos y pedagögicos de la motosidad en el Peru no solo en zonas de predoxninio castellano, aunque de sustrato quechua o aimara, sino tambien en la castellanizaciön propiamente dicha. De esta manera, un modelo inicialmente välido para sociedades de habla exclusivamente castellana ha venido siendo aplicado, indistintamen-te, a realidades caracterizadas por un secular desencuentro de len-guas y culturas diversas. Ya se sabe, sin embargo, cuäl fue el resulta-do de semejante opciön: el castellano de los bilingües, asi como el de las areas dequechuizadas (o deaimarizadas), dista lejos de acercarse a dicha norma. Siendo asi, £hasta que punto puede achacarse a la deficiencia del metodo el que no se haya tenido exito en el aprendizaje de un «buen» castellano? £Que ocurriria si en lugar del metodo tradicional se em-pleara el contrastivo, a traves de una generalizaciön de la ensenanza bilingüe y/o bidialectal? Como se dijo, con esta modalidad bien pueden superarse algunos de los rasgos del hablar motoso, fundamentalmen-te aquellos que tienen una profunda carga discriminativa y que han captado la atenciön del hablante comün. Sin embargo, aquellos otros fenömenos de naturaleza mas sutil subsistirän sin duda en la medida en que tanto el habla de los profesores como el del resto de la comuni-dad, a la que no le es ajena una forma de castellano adquirida en la interacciön diaria, contribuirän a reforzarlos. Despues de todo, tales rasgos persistentes constituyen la norma local y regional, contrapues-ta con la modalidad academico-Hteraria asumida por la ensenanza ofi-cial (c/*., por ejemplo, Pozzi-Escot 1972). El fracaso en la imposiciön de una norma ajena a la local ha llevado al cuestionamiento de la selecciön en favor de la misma. La alternativa mäs razonable parecia ser entonces aquella que se inclinaba por la norma local, lo que implicaba en cierta forma una concesiön hacia el castellano motoso, para horror de puristas y educadores de extracciön capitalina. Como se sabe, uno de los argumentos esgrimidos por los partidarios del uso del «buen» castellano ha sido el temor a la frag-mentaciön de una unidad que, bien mirada, nunca existiö. Legitiman-do normas locales y regionales, se dice, se estaria atentando contra los fines mismos de la ensenanza del castellano, que siempre fue lograr la unidad sobre la base del manejo de una iengua comün. Pues bien, no es dificil advertir que una alternativa como esta, llevada a sus extre-mos, podria ciertamente alentar el caos, menoscabando cualquier in-tento de nivelaciön idiomätica. Sin embargo, aparte de que los factores de homogeneizaciön lingüistica trascienden el ämbito de la educaciön formal, deberä recordarse que las normas locales no se dan en comuni-dades cerradas; todo lo contrario, estas se muestran permeables a 103 Rodolfo CeiTon-Palomirio remodelaciones permanentes inducidas por patrones provenientes de areas mas amplias, que a su vez se cuajan sobre la base de normas irradiadas por las metropolis. Teniendo en cuenta esta realidad diná-mica, Escobar (1972a) proponia una salida al problema, mediante la «adopcion de la norma por niveles y areas». Según esta estrategia, la selección normativa debia ser permeable al nivel educativo —teniendo en cuenta las modalidades elemental, básica y superior— para el que se optaria, respectivamente, por la norma local, pasando luego por la regional, para finalmente llegar a la estándar o general. De esta ma-nera la enseňanza del castellano —asi como la castellanización— se haría a través de un proceso de ^validation, por fases sucesivas y con-tinuas, de una norma de espaňol o castellano de amplitud nacionál, que no sólo se apoye sobre las variantes regionales» (Escobar 1972b). La propuesta antedicha es seguramente la más realista, al menos desde un punto de vista teórico. Sin embargo, ella no está libře de problemas inmediatos. Para comenzar, hace falta conocer, de manera explícita, los sistemas que subyacen a las normas locales, regionales e incluso generales, pues, como se dijo, ni siquiera estas ultimas se ajus-tan al patron del castellano académico-normativo. Los estudios dialec-tológicos llamados a caracterizarlos aún no superan la fase embrionaria, y en la mayoría de los casos apenas se vislumbran, de manera intuitiva, los pernles sotiolinguísticos involucrados. Sobra decir que en tales con-diciones las posibilidades de elaborar materiales de enseňanza —que ya suponen cierta codificación— destinados a neutralizar los desajus-tes normativos resultan muy remotas. Por lo demás, recordemos que los profesores de lengua, en cuyas manos podría estar la iniciativa de efectuar, contrastivamente, los reajustes normativos gradu ales y concéntricos, son los transmisores inconscientes de formas de habla motosa que escapan a su atención: después de todo, lograr el extraňa-miento de la lengua materna para hacer de ésta un objeto de reflexion (- conciencia metalinguística) no es tarea fácil aún entre los especia-listas. 7. El registro escrito como solución coyuntural. El problema de selección de norma es, como se vio, muy complejo. Mientras tanto la enseňanza del castellano (y los programas de castellanización) sigue operando a partir de la elección tradicional en favor de la variedad académica, con los resultados nada halagadores ya mencionados. En vista de tal situación, se nos ocurre, como una aproximación coyuntural al problema, una posible alternativa que, llevada a la practica, podría atenuar la gravedad del asunto. La propuesta que sugerimos 104 Aspectos sociolinguísticos y pedagógicos de la motosidad en el Perú tiene que ver con la ensefianza de la lengua en sus modalidades oral y escrita. Se trataría, en este caso, de poner un mayor énfasis en la ultima modalidad. En la medida en que el dominio escrito de una lengua pone en juego la capacidad reflexiva del escribiente, en dicho nivel debe buscarse el aj us t e del habla oral a los cánones de la norma estándar. De esta manera, la expresión oral, sujeta a ciertos automa-tismos no siempre controlables, al ser proyectada al papel, podría develar sus peculiaridades en contraste con las de la norma general. En una segunda fase, gracias a la influencia del registro escrito sobre la modalidad oral, bien podría darse el caso de que ésta, al menos en su variante formal —que igualmente requiere de cierto control psicomotor—, asuma formas menos estigmatizadas. Notese que el énfasis puesto en el «escribir bien» antes que en el «hablar bien» nos coloca ahora en una nueva encrucijada, después de todo no ajena a la que se da en otros ambitos del mundo hispanoha-blante, aunque tal vez de manera menos dramática. Nos referimos al carácter diglósico del tipo de enseňanza que podría resultar al cefiir-nos a una norma académico-literaría, en su version escrita, divortia-da, sin embargo, de las formas de habla oral-informal. Con ello, en efecto, no se estaría haciendo sino reforzar viejos estereotipos que a la par que privilegian un uso formal y literario de la lengua (variante A), socialmente excluyente, tornen aún más honda la brechá que separa a ésta de las manifestaciones menos formales de habla (variante B). Si bien tal brechá se registra no sólo en el mundo hispanohablante sino que es propia de todas las sociedades de tradition escrita, las conse-cuentias de poner un mayor énfasis en el dominio escrito antes que en el hablado serían mucho más graves en países como los andinos, pro-fundamente desarticulados en razón de sus diferencias socioeconómicas y linguístico-culturales internas. Con todo, no estará de más insistir en que la propuesta que sugeri-mos es de naturaleza eminentemente coyuntural, la misma que busca matizar la option por una norma «en retroceso» (Rivarola 1987a). Por lo demás, Uegará el momento en que ésta ceda definitivamente, por artificial, para dar cabida a otra que, en el crucero de las grandes metropolis, viene gestándose al compás de un «desborde» generalizado que se traduce en recomposiciones étnicas y demográficas en el interior de la sotiedad global. Como corolario de ello, ciertas formas del hablar motoso, aquellas que el sistema educativo no puede controlar, adquirirán plena legitimidad imprimiéndole al castellano de los países involucrados su sello definitivamente andino. Asi, el no saber hablar «bien» ni el castellano ni el quechua (o aimara), según denunciaba 105 Rodolfo Cerrón-Palomino en estilo sincopado el célebre Robinson de nuestro epigrafe, podria cons-tituirse en aquello que a lá larga nos confiera la identidad que anhela-mos. En el entretanto, de una cosa podemos estar seguros: que, como seňalaba Arguedas (1939), «el castellano puro [lease académico] no puede ser [nuestro] idioma legitimo». 106 v La enseňanza del castellano en el Perú: retrospección y prospección «Como quiera que sea vos haveis de hablar en lengua de Toledo, y aun francessa, si fuere menester, antes que os dexe de a9otar». Pedro de Quiroga (1562) 0. En lo que sigue nos ocuparemos, a grandes trazos, de la enseňanza y aprendizaje del castellano en el contexto de la sociedad peruana, caracterizada por ser a la vez plurilingue y heteroglósica. Oťreceremos un recuento de los procesos de castellanización planiíicada y natural, desde el contacto iniciál entre peninsulares e indígenas hasta el pre-sente. Haremos mención a los resultados de tales procesos, marcados muchas veces por la frustración y el desencanto, y sugeriremos alter-nativas de solución a los problemas que encaran hoy día la enseňanza y el aprendizaje de la lengua en un país de contactos y conflictos idiomáticos seculares, y habitualmente envuelto en una violencia de profundas raíces estructurales. Por lo demás, debemos advertir que el recuento ofrecido corresponde fundamentalmente a la situación andina, aunque muchas de las observaciones formuladas pueden hacerse ex-tensivas igualmente al area selvática. Pero, a la vez, la caracteriza-ción ofrecida puede ser válida también, con pequeňos reajustes, para la parte andina de Ecuador y Bolivia. 1. Contexto generál. El Peru es un país plurilingue y multicultural en el que coexisten trece grupos idiomáticos de origen nativo. Toman-do en cuenta la distinción tradicional del territorio peruano entre cos-ta, sierra y selva, la distribución geográfica de tal conglomerado lin-giiístico es ciertamente desigual, pues la gran mayoría de los grupos idiomáticos se localiza en la Amazonía. En efecto, once de ellos son exclusivamente selváticos; los dos restantes, el quechua y el aimara, son eminentemente serranos, si bien el primero ha logrado expandirse también a la selva. El castellano tiene asi en la costa su mejor bastion, donde ya no se registran lenguas indígenas (la última de ellas se ex-tinguió hacia la primera mitad del siglo XX), pero también, dada su condición de lengua dominantě, se encuentra bastante generalizado, Rodolfo Cerrön-Palomino especialmente en las ciudades del interior tanto andino como selväti-co. La relativa homogeneidad lingüistica que presentan actualmente la costa y la sierra peruanas, en contraposiciön al mosaico idiomätico de la selva, es el resultado de diversos procesos de nivelaciön idiomätico-cultural ocurridos en los dos Ultimos milenios y en los cuales el quechua y el aimara, primeramente, y el castellano, despues, jugaron un rol decisivo con avances, retraimientos y extinciones que distan lejos de haber concluido aun en la actualidad. En el piano institucional, la sociedad peruana se caracteriza por ser marcadamente multiglösica. En efecto, no obstante que la nueva Constitution politica del estado (1993),1 en su articulo 48 del capitulo I (titulo II), contempla finalmente la cooficialidad de las lenguas habladas en el pais al senalar que «son idiomas oficiales el castellano, y, en las zonas donde predominan, tambien lo son el quechua, el aimara y las demäs lenguas aborigenes»; lo tierto es que para las autoridades gu-bernamentales, no solo al no dictar medidas que Heven a la practica tales dispositivos sino, peor aün, al desmantelar sistemäticamente todo organismo estatal (como la Direcciön General de Educaciön Bilingüe)2 que hasta hace poco atendia los servicios educativos relacionados con las poblaciones vernäculas, los nuevos dispositivos legales no pasan de ser «un saludo a la bandera». Asi pues, las medidas tendientes a buscar la coigualdad idiomätica de las lenguas indigenas respecto del castellano, como aquella de la ofitializatiön del quechua en 1975, se quedan en el terreno de las buenas intentiones, muy distantes de can-celar el regimen establecido. Esto ocurre porque la Situation multiglösica responde al caräcter de la sociedad peruana, cuyos estra-tos dominantes, de habla eminentemente castellana, monopoUzan el control politico y econömico del pais en desmedro de los segmentos dominados, en cuya base se encuentran, completamente desposeidas, las comunidades indigenas tanto serranas como selväticas. En terminos demogräficos, de acuerdo con las proyecciones hechas a partir de los datos del censo de 1981 (cf. Pozzi-Escot 1990), de un total de 21'791,200, se calculan 15'824,987 (el 72,62%) de castellanohablantes y 5'966,513 el 27,38%) de hablantes de vernäculo. De estos, el 16,31% (3'602,006) son monolingües y el 11,30% (2'364,507) 1 Actualmente (2002) en revision completa, luego de diez afios de vigencia, durante el go bier no autoritario y corrupto de Fujimori, 2 Para ser restituida, hace poco, durante el gobierno transitorio del presidente Paniagua, con el nombre de Direction de Educacidn Bilingiie Intercultural. 110 La enseňanza del castellano en el Perú: retrospección y prospección bilingúes de lengua indígena y castellano. De esta misma población de habla vernácula, el 88% (5'250,531) es quechuahablante, el 7% (417,656) aimarahablante, y el 5% (289,326) se distribuye entre los habitantes de las diversas lenguas de la Amazonia.3 Sobra decir que tales cifras deben ser tomadas con mucha cautela, pues, como ya es proverbial en el Perú y en países similares, los censos no acaban de ser insensatos. Pues bien, es dentro de tal contexto lingiiístico, social y geográfico, oŕrecido muy someramente, que enfocaremos el problema de la enseňanza y el aprendizaje del castellano en el Perú. 2. La castellanización. La preocupación por la enseňanza del castellano en el Perú se remonta a los tiempos iniciales de la colonia, y estuvo estrechamente vinculada a los afanes catequísticos de la igle-sia. Desde un primer momento las autoridades civiles y religiosas bus-caron reglamentar la castellanización del indígena en un afán por so-meterlo y asimilarlo a la cultura cristiano-occidental. Los instrumentos ideados para ello fueron las escuelas de curacas, para la nobleza indígena, y las de parroquia, para el indio común. Las primeras estaban en manos de los jesuitas, a la par que las segundas dependían de los encomenderos. En la práctica, el funcionamiento de las escuelas parroquiales estuvo librado al capricho de los encomenderos, muchas veces coludidos con los propios párrocos de indios, porque el indígena, (una vez ladinizado) dej aba de ser víctima fácil de las injusticias deri-vadas del régimen colonial. Precisamente uno de ellos (Guaman Porna de Ayala) escribirá su carta de mil páginas al rey denunciando los abusos de sus gobernantes, civiles y eclesiásticos. Pero también las escuelas de caciques, a su turno, pronto fueron consideradas «peligro-sas» en tanto, contrariamente a lo esperado por las autoridades —la adhesion servil de elites nativas—, podían convertirse en semilleros del descontento y el cuestionamiento del poder instalado. La escuela, y particularmente la conquista del castellano en su forma oral y sobre todo escrita, se convertía de esta manera en una herramienta que po- 3 Compárense tales cifras con las inferencias hechas a partir de los datos del censo de 1993 que sólo preguntó por la lengua materna de los censados. De un total de 19'308,603 de la población de 5 aňos en adelante, se calculan 15'405,014 (equiva-lentes al 79.8%) de castellanohablantes y 3'734,226 (o sea, el 19.4%) de hablantes de una lengua indígena. Por lo que respecta a la población quechuahablante, ésta as-ciende a 3'197,464 (equivalente al 16.6% de la población de 5 aňos en adelante); y, a su turno, la aimara cuenta con 420,215 (o sea 2.17% del total). Véase Chirinos (2001). Ill Rodolfo Cerrón-Palomino nía en peligro los intereses de los grupos de poder, y se hizo todo lo posible por obstaculizar su funcionamiento, Uegándose incluso a clausurarla, como ocurriría después tras el levantamiento de Túpac Amaru. Al inargen de la enseňanza formal de la lengua en las escuelas, el indio fue aprendiendo el castellano en el trato diario con la población hispanohablante: el servicio personal en las ciudades y parroquias, asi como en los centros de trabajo (minas, obrajes y tamberías), se consti-tuía de esta manera en mecanismo de aprendizaje compulsivo de la lengua. La situation de domination como la descrita determinaba que fueran los de abajo quienes se vier an en la necesidad de apoderarse de la lengua dominante. De este modo la castellanización por la via informal devenia en un proceso gradual y permanente, sin dejar de ser violento, a diferencia de la impuesta a través de la escuela, inevitable-mente elitista, y, en la mayoria de los casos, de existencia puramente nominal. En un ambiente hostil y de distancias sociales profundas, el indio fue tornándose bilingüe, y en muchos casos letrado, como nos lo prueban los casos de los ilustres indigenas ladinos Guaman Poma de Ayala, Santa Cruz Pachacuti y Francisco Tito Yupanqui (véase el en-sayo 7). El surgimiento del pais a la vida independiente no cambió la suerte de los naturales, pues aquélla se había conseguido al margen de los intereses de éstos, prevaletiendo por el contrario los viejos es-quemas de domination y explotatión al servicio de las elites criollas gobernantes. En muchos casos la condition del indio, antes protegido aunque fuera nominalmente por la corona, empeoró, encontrándose ahora inerme ante la ambition desmedida de los terratenientes, viejos herederos de los encomenderos, favorecidos por dispositiones legales —como la del decreto bolivariano de la libre enajenatión de las tierras comunales— que no hicieron sino estimular su voracidad inconteni-ble. En tal contexto, la escuela estuvo prácticamente ausente en las comunidades de indios o, en el mejor de los casos, funcionaba a iniciativa privada, y, por consiguiente, lejos del alcance del común de los beneficiarios. Siendo limitada la escuela como vehiculo de castellanización, el aprendizaje de la lengua dominante seguia su curso a través de la via informal, en el trato siempre asimétrico con los hispanoha-blantes. Con la llegada de las ideas modernistas en las primeras décadas del siglo XX la concientia ilustrada de la oligarquia gobernante se propone «redimir» al indigena de la «postracion» y «barbarie» —según len-guaje de la época—, en que se hallaba sumido. La escuela es vista entonces como el pilar fundamental de la avanzada civilizadora: se 112 La enseöanza del castellano en el Perú: retrospección y prospección trataba de enseňarle el castellano y hacerle olvidar su lengua, puertas de acceso indispensables hacia la integración social y la moderniza-ción. La creación de escuelas a tal efecto en las comunidades indígenas tropezaba, una vez más, con los intereses de gamonales y terratenien-tes para quienes, como en tiempos de la colonia, «indio leido» era sinó-nimo de «indio perdido». Gracias a la campaňa iniciada por los intelec-tuales proindigenistas, pero también en virtud de los movimientos campesinos, que conmocionaron las zonas de mayor opresión secular, la escuela, reclamada por los propios indios, una vez asimilada la ideológia de la modernización, fue constituyéndose en una realidad más tangible. De esta manera se multiplicaron las escuelas en las comunidades indígenas del ande y de la selva, constituyéndose en focos de castellanización. Las ideas del progreso se tradujeron, en el piano eco-nómico, en la modernización de la infraestructura de los medios pro-ductivos y su consiguiente capitalización, pero esta vez endeudada de nuevos agentes monopólicos. El desarrollo de la industria principal-mente agroexportadora y minera, reclamaba ingente mano de obra, reclutada de las comunidades indígenas, la explotación del caucho y de otras materias primas atrapaba, a su turno, a comunidades selváti-cas íntegras, devastándolas. Asi, pues, al lado de la escuela, los gran-des centros de trabajo, las ciudades especialmente costefias, las nue-vas rutas de comunicación, el servicio militar obligatorio y las corrientes migratorias del campo a la ciudad y de la sierra a la costa se consti-tuían en otras tantas vías de castellanización forzosa, aunque de natu-raleza informal, aumentando considerablemente el numero de bilin-gües naturales de lengua indígena y castellano. 3. El castellano de los bilingües. El aprendizaje del castellano por parte de los monolingües de lengua vernácula, ya sea a través de la escuela o sobre todo por la vía informal, generó diversas manifesta-ciones de una variedad de castellano fuertemente interferida por las lenguas nativas de los aprendices, y en distinto grado de «fosilizacion» (Selinker 1972). Tales formas adquirían mayor presencia en relación directa a la dištancia que existía entre las ciudades y las comunidades andinas y selváticas: cuanto más alejadas éstas de las ciudades, las variedades mesolectales o de «entrelengua» mostraban una mayor impronta nativa, ante la ausencia de modelos reguladores y correctivos provenientes de la forma estándar, debido, a su vez, a la escasa presencia de monolingües de habla hispana y a la dištancia social existente entre éstos y los hablantes de lengua vernácula. Es más, en al-gunas ciudades y pueblos con mayor presencia nativa fueron los 113 Rodolfo Cerrón-Palomino hispanohablantes los que «acercaron» su castellano al quechua o al aimara (c/1., por ejemplo, de Castro 1978: 43-44), Todo ello respondia, entre otras razones, a la peculiar configuration de la sociedad peruana, desarticulada social y económicamente, en la que los núcleos de habla hispana se concentraban mayoritariamente en las ciudades antes que en el campo, y en la costa antes que en la sierra, con la marginación respectiva de los grupos de habla vernácula. De esta manera, no solamente el aprendizaje informal del castellano cuajaba en variedades de naturaleza «interlingual», sino que tam-bién la escuela propiciaba, cuando no expulsaba, legiones de hablantes de entrelengua, y hasta de «semilingües» (Cummins 1979). Ello, por-que los mismos agentes castellanizadores, en este caso los maestros, en su gran mayoría de extracción nativa, habían egresado de esa mis-ma escuela. Ciertamente la enseňanza formal de la lengua oficial en los distintos niveles del sistema educativo le brindaba la oportunidad al bilingue iniciál de poder seguir afíanzando su castellano hasta con-seguir un manejo más aceptable de él. Por el contrario, quienes no tenían la posibilidad de acceder a la enseňanza formal, o aquellos que no podían cursar sus estudios más allá de la primaria, veían muy limi-tadas sus esperanzas de poder remodelar su castellano, a no ser que las contingencias de la vida los condujeran a beneficiarse de otros agentes de castellanización: la migration a las ciudades, los centros de tra-bajo, los sindicatos y organizaciones de base, asi como el servitio mili-tar «obligatorio» (para los jóvenes de extracción indígena, aclaremos). Ahora bien, el castellano forjado en tales conditiones, ya sea en la escuela o en el diario vivir, constituye, dependiendo de la región y de las lenguas vernáculas que actúan como sustrato, una realidad lin-guística, si bien heterogénea e inestable —pues los procesos de nivelamiento, reajuste y remodelación operan de modo permanente—, profundamente marcada en términos sotiolinguísticos, habiendo lle-gado a constituirse en estereotipo. En efecto, tales manifestaciones reciben el nombre —por lo menos en el area andina— de castellano motoso, y son hábilmente caricaturizados por quienes, amparados por la posesión de la variedad estándar (o incluso de otras variedades menos estigmatizadas), buscan herir la sensibilidad de los grupos sociales emergentes (cf. Rivarola 1990; véase también el ensayo 4). Notese, por lo demás, que el castellano motoso no es producto exclusivo de una situación de bilingüismo, pues ocurre que aquél constituye muchas veces el único repertorio verbal de que disponen ciertas comunidades, luego del desplazamiento idiomático que sufrieran sus lenguas ancestrales. La escuela, como se dijo, refuerza y perenniza muchas H4 La ensenanza del castellano en el Peru: retrospecciön y prospecciön veces dichas variedades, apenas remodeladas por acciön de los flujos comunicativos extracomunales, provenientes de las ciudades y en vir-tud de los medios de comunicaciön masiva, inicialmente la radio y ül-timamente la televisiön. 4. La ensenanza del castellano. Tal como se dijo, a partir de la decada del 30 del siglo pasado, la escuela comienza a ser una realidad en las comunidades sobre todo andinas. Si bien se preconizaba una ensenanza gratuita y obligatoria en el nivel primano, en la practica no todos los ninos, en especial las mujeres, podian bencficiarse de ellas, pues, como se sabe, la democratizaciön de la escuela no alcanza por igual a todos: de hecho, ayer como hoy, «unos somos mäs iguales que otros» (cf. Lopez 1990). Con todo, en virtud de la escuela, y con el co-rrer del tiempo, comunidades integras del campo andino, principal-mente aquellas ubicadas en las cercanias de las capitales de provincia o a la vera de las rutas de comunicaciön a la costa, fueron castellanizän-dose gradualmente, con el consiguiente desplazamiento de las lenguas vernäculas. Este proceso fue multiplicändose y reeditändose en las comunidades remotas de la sierra y de la selva, a medida que los orga-nismos del poder central, y entre estos la escuela, lograban instalarse en ellas. Por consiguiente, no seria exagerado afirmar que en la actua-lidad es dificil encontrar comunidades serranas de habla ünicamente vernäcula, pues el bilingüismo, en diverso grado de desarrollo, y de-pendiendo de las variables de edad, sexo y escolaridad, ha logrado ge-neralizarse por lo menos en el ärea andina, Tal es, en cierta forma, y desde una perspectiva mäs bien oficialista, el «triunfo» alcanzado por la escuela como agente castellanizador por excelencia, y que algunos quisieran minimizar. Naturalmente, el costo, en algunos casos irreparables, ha sido la desestructuraciön de las comunidades indigenas asi como la destribalizaciön de sus homölogas selväticas, con la consiguiente suplantaciön idiomätico-cultural, supuestamente en favor de la len-gua y cultura occidentales. Por otro lado, sin embargo, como dijimos, el castellano aprendido en la escuela dista mucho de ajustarse a la variedad eständar de la costa, en especial la capitalina, Cuando sus hablantes, y es el caso de la mayoria, no han logrado remodelarlo en consonancia con otras variedades mäs cercanas a la eständar, en virtud al acceso a mayores niveles de educaciön o simplemente a traves de una mayor exposiciön a aquellas en el trato cotidiano, dicha variedad ha devenido a su vez en norma, en especial para quienes no pueden beneficiarse del siste-ma educativo en sus niveles superiores. Tal es en muchos casos el tipo 115 Rodolfo Cerrón-Palomino de castellano que se ven forzados a aprender los padres de los escola-res, abjurando de su lengua materna ante la presión ejercida sobre ellos por sus propios hijos, nuevos voceros del discrimen idiomático alentado desde las aulas. De esta manera, la variedad de castellano alcanzada por la via escolar se nivela y retroalimenta con aquella con-seguida por la via informal, y viceversa. íCómo explicar entonces la poca o nula diferencia entre el castellano conseguido en el aula y el conquistado en la calle? La respuesta es sencilla: tradicionalmente, y acorde con la política idiomática asimila-cionista del estado peruano, reflejo a su vez del orden diglósico esta-blecido, la escuela imparte el castellano en forma directa, sin atender a la extraction idiomática del alumnado, como si todo él fuera mono-lingüe castellano. El mismo currículo, ideado para la población escolar de habla no sólo hispana sino capitalina, es empleado en las zonas de lengua vernácula. Peor aún, los programas de lenguaje —entiéndase lengua oßcial— insisten en impartir nociones de la gramática norma-tiva antes que en la enseňanza de castellano como segunda lengua. AI margen del trauma psicológico y cultural que ello acarrea, no debe extranar que la enseňanza directa del castellano resulte completamente asistemática, huérfana de toda dosificación, en la que las estructuras de la lengua son introducidas sin tomar en cuenta el diverso grado de dificultad que presentan. Como consecuencia de ello, el alumno repite y lee aquello que no entiende, y las infracciones en que incurre, siem-pre y cuando el maestro llegue a advertirlas, son corregidas igualmen-te en forma errática. Frente a los resultados insatisfactorios de la enseňanza tradicional del castellano —desde un punto de vista normativista—, se han veni-do ensayando en el pais, desde hace algunas décadas, diversos programas de education bilingüe, los mismos que empleando procedimientos y técnicas metodológicas de enseňanza de segunda lengua, demostra-rian las bondades del nuevo enfoque, seňalando al mismo tiempo la necesidad de generalizarlo a toda la población de habla vernácula. En virtud de tales programas se llegó a demostrar de qué manera, por ejemplo, un alumno que se sirve de ellos súpera en mucho a sus igua-les que proceděn de las escuelas traditionales, demostrando mayor dominio del castellano tanto en su forma oral como escrita. Y no sólo eso, sino que los programas bilingües de mantenimiento, en los cuales las lenguas vernáculas, lejos de ser vehículos de transition para acce-der a la ofítial, son empleadas paralelamente con el castellano a lo largo de la formation escolar del alumno, tienen la ventaja adicional, además de no quebrantar la personalidad y la identidad cultural del 116 La ensenanza del castellano en el Perú: retrospección y prospección educando, de formar individuos letrados en su lengua ancestral. Tales programas, por su misma naturaleza, han venido atendiendo sólo al 4% de la población escolar necesitada de educación bilingüe, pues el estado, que debiera hacer suya esta modalidad educativa, no parece entender el rol que le toca desempeňar y continúa delegando dicha tarea, por desinterés o por simple inercia, a los programas menciona-dos que, en su mayoría, responden a convenios bilaterales con finan-ciación fundamentalmente extranjera. De este modo la ensenanza bilingüe en el pais, lejos de constituirse en parte importante de una política educativa nacionál, no puede superar la fase experimentalista en la que se mantiene desde hace varias décadas. Mientras tanto la ensenanza directa del castellano sigue siendo el procedimiento acos-tumbrado entre la población de habla vernácula, con los resultados ya mencionados. Precisamente, a este respecto conviene observar que si bien los organismos oficiales del estado, apoyados en las cifras globales de los censos, toman como un hecho prácticamente consumado el bi-lingüismo generalizado de las poblaciones andinas de habla vernácula, la realidad es otra. Porque, por un lado, hay zonas, como las de los departamentos sureňos de la sierra, en donde la población monolingüe supera en mucho a la de habla castellana; y, por otro lado, la categoria de los bilingües, como se vio, incluye gruesamente una buena propor-ción, tal vez mayoritaria, de hablantes de entrelengua. La ensenanza de castellano tiene que atender entonces, con los problemas metodoló-gicos involucrados, no sólo al segmento de habla vernácula sino tam-bién a los hablantes de las variedades mesolectales (Pozzi-Escot 1990). 5. Normas en conflicto. Como se dijo, en virtud de los procesos de castellanización, tanto formal como informal o inducida, se han venido gestando, por lo menos en el area andina, diversas manifestaciones de castellano que, lingüisticamente, se caracterizan por acusar una fuer-te influencia de las lenguas de sustrato —básicamente el quechua y el aimara—, y socialmente, corresponden al habla de las poblaciones ru-rales o al de los grupos de extraction campesina asentados en las ciu-dades tanto serranas como costeňas. Mayores niveles de escolaridad y mejores oportunidades de articulation dentro del entramado sotioeco-nómico del pais operan como agentes remodeladores de tales hablas, al propiciar un contacto permanente con usuarios de variedades más próximas a la costeňa o capitalina. Debido a tales fenómenos correctivos, de carácter gradual o aproximativo, dichas manifestaciones, llamadas interlenguas o interlectos (Escobar 1989) logran despojarse del lastre nativo, sobre todo aquellos rasgos que adquieren mayor connotation 117 Rodolfo Cerrón-Paloiniiio sociolingüistica (como son, por ejemplo, la inseguridad vocálica, la su-presión de articulos y preposiciones o la construcción de genitivo), a la par que otros, demasiado «profundus» como para ser advertidos, van sedimentándose y escabulléndose no sólo en las variedades regionales de la sierra sino aun en las de la costa y de la propia capital. En efecto, a raiz de los procesos migratorios del campo a la ciudad y de la sierra a la costa, que se intensificaron en las ultimas décadas debido a la violencia de naturaleza estructural y bélica que la envuel-ve, la sociedad peruana atraviesa por una profunda transformation social. Particularmente notoria es la andinización de la costa, y espe-tialmente de la capital: son los efectos del «desborde populär» de que nos hablan los sotiólogos. Según el censo de 1981, y sin tomar aún en cuenta la agudización de los flujos migratorios debido al fenómeno de Sendero, el 41% (1'901.697) de los habitantes limeňos eran migrantes, de los cuales el 54% provenía de la sierra (cf. Matos Mar 1984). Dentro de tal atmosféra, en la que la población local se ve asediada por la de procedencia serrana, se advierte cómo los rasgos más persistentes del castellano andino van contaminando la norma capitalina, alguna vez tenida por uno de los exponentes más castizos del castellano de America. Tales rasgos (la discordancia de género, la forma gerundia de los verbos estativos o la resemantización del llamado pluscuamperfecto, por citar unos ejemplos), si bien estigmatizados aún por quienes al-canzan a tener concientia de su sabor andino, se filtran subrepticia-mente en el habla de los limeňos para instalarse en los registros de comunicación no sólo oral sino también escrita. En tales condiciones, de profundos y radicales procesos de recompo-sición social y de remodelamientos idiomáticos, la enseňanza traditional del castellano sigue aferrada al empleo de la variedad académico-literaria como norma, a despecho de su tremendo desajuste con el habla de los alumnos y con el de los propios maestros, sobre todo en la sierra, y más específicamente en el campo. Ya se vio como dicha norma, refle-jada en los textos y materiales de enseňanza, es avasallada por las normas locales en plena gestación: los rasgos atribuibles a las lenguas vernáculas persisten en ellas y son objeto de profunda discrimination por parte de los pocos privilegiados que manejan una variedad más cercana a la estándar. En vista de ello, lhasta qué punto resulta acon-sejable la insistencia en el empleo de una norma que no alcanza a nivelar las mamfestaciones idiomáticas de alumnos y profesores, no ya en el campo unicamente sino incluso en las tiudades tanto serranas como costeňas? Se trata, como se ve, de un problema de selection, en funtión de planeamiento linguístico-pedagógico. 118 La enseiianza de! castellano en el Perú: retrospección y prospección 6. Posible solución al conflicto. El problema seňalado, que ha sido planteado de manera explícita entre quienes, directa o indirecta-mente, han estado vinculados con los programas de educación bilin-güe, en especial los de mantenímiento (pues los de tipo transicional, como los del ILV, no parecen mostrar tal preocupación), tiene una im-portancia decisiva para la enseňanza del castellano como segunda len-gua. En efecto, ^con qué variedad contrastar no sólo las lenguas indí-genas sino incluso la entrelengua de los alumnos, y qué modelo tomar como pauta de la corrección idiomática? Porque en este punto, como es fácil suponer, la elección a favor de la norma académico-literaria re-sulta inoperante, no importa cuán eficiente sea el metodo empleado para su transmisión: el alumno difícilmente encontrará, fuera del ambiente escolar, algún modelo que se aproxime a aquélla, y que le pueda servir como elemento de refuerzo. Por ultimo, la escuela misma no es contexto idóneo para dicho modelo ya que, como lo hemos seňalado repetidamente, hay un divorcio entre la norma del profesor y la del texto de aula (c/! Lopez y Jung 1989). Siendo asi, y en virtud de las experiencias acumuladas en las últi-mas décadas, lo más aconsejable teóricamente, asi como viable en la practica, parece ser la insistencia en dicha norma —llamada también «culta»— más bien en el nivel de lecto-escritura antes que en el oral. De hecho, es en el texto escrito, qué no en la emisión oral, en donde profeso-res y alumnos tienen mejores posibilidades de contrastar las peculiari-dades de su habla con las que subyacen en los textos normativos y, por consiguiente, una vez elevadas éstas al nivel de la conciencia, de gene-rar mecanismos de autocorrección en favor de su desempeňo oral. Ello comporta, al mismo tiempo, superar el discrimen linguístico dentro de un clima de tolerancia, al menos en el piano oral, hacia las manifesta-ciones diversas del castellano andino. Por lo demás, en las sociedades de tradición literaria, como es sabido, la lengua escrita actúa como elemento regulador del habla oral, sobre todo en las situaciones formales. Por lo que toca al Perú, no sería de extraňar que a la larga se esté gestando en el país, como resultado de las convulsiones sociales que lo sacuden, una nueva Situation diglósica en el interior de ese continuum idiomático de bordes imprecisos que se conoce con el nombre de castellano perua-no, con un registro altamente elaborado y aprendido fundamentalmente a través de la via formal: el sistema educativo, en especial en sus nive-les más altos. 119 VI La temprana andinización del castellano: testimonio de Dávalos y Figueroa (1602) «[...] es tan codiciosa la espanola de abracar las estraiias, o nosotros de valernos dellas, que tenemos ya por inseparables algunos vocablos destas barbaras, y los vsamos como si en la nuestra faltasen mejores terminos para aquello mesmo». Dävalos y Pigueroa (1602: fol. 125) 0. Que los fenömenos de contacto entre el castellano y las lenguas indigenas fueran percibidos como algo mäs que incipientes balbuceos eran de esperarse entre los gramäticos y lexicografos muy tempranos, quienes, en efecto, ejercitados en la reflexiön metalingüistica, llaman la atenciön, aunque comprensiblemente de manera muy prejuiciada, sobre el habla de los ladinos. Las observaciones formuladas al respec-to abarcan los niveles de la pronunciaciön, del lexico y de la sintaxis. Ahora bien, que la misma percepciön la tuvieran personas ajenas al ejercicio lingüistico ya era mucho pedir, y, sin embargo, un caso excep-cional en este punto parece ser el de don Diego Dävalos y Figueroa, poeta petrarquista, miembro de la famosa «Academia Antärtica». En lo que sigue nos ocuparemos precisamente de los fenömenos de contacto lingüistico castellano-quechua y aimara vistos por dicho autor ha-cia fines del siglo XVI. 1. Antecedentes. Como se adelantö, los primeros gramäticos y lexicografos indianos ya nos informan sobre los fenömenos de contacto lingüistico surgidos en el proceso de conquista y colonizaciön del anti-guo territorio de los incas. De esta manera, por ejemplo, tenemos las observaciones foneticas de Ludovico Bertonio en relaciön con el habla de los bilingües de aimara y castellano; de igual modo, contamos con los comentarios de Domingo de Santo Tomas respecto de los procesos de nativizaciön del lexico «cultural» castellano por parte de los quechua-hablantes; se registran, asimismo, las advertencias que formulara Diego Gonyälez Holguin en relaciön con el orden cambiante de los elementos de la oraciön entre los bilingües quechua-castellanos. Rodolfo Cerrón-Palomino En efecto, Bertonio ([1612] 1984), tras ofrecernos lo que podríamos llamar un escueto «contraste» entre los sistemas fónicos del aimara y del castellano, formula aquí y allá, comentarios acerca de la pronun-ciación ladina de sus informantes aimaras. Dice, por ejemplo, que «nos reymos de los indios nosotros quando les oymos que dizen [...] Caruasara, en lugar de Caruajal, [...] Peraco, por Pedago, Salo por jarro, Cometa, por Comida, y otros disparates como estos» (cf op. cit, «Algvnas anotaciones»). Y, más concretamente, al referirse a la /f/ nos dice que «si [los indios] no son muy ladinos convierten la F. En P, y assi por dezir Fabian, dizen Pauiän, y por dezir Confites, dizen Compitesa» (ibidem, II, 101). Incluso proporciona la entrada liigos', con el comentario de que se trata de un «vocablo corrupto y tornado de la lengua espanola» (ibidem, II, 129). Es más, el mismo lexicógrafo incorpora, al lado de la entrada para la forma nativizada cetula, con la siguiente aclaración: «Y es de sauer, que si dezimos cedula con d, no lo entienden; y assi es bie[n] acomodarnos algunas vezes a pronunciar, aun nuestros vocablos, como ellos pro-nuncian, como este de que usan los indios de cedula que llaman» (op. cit, I, 155). Por su parte, el primer gramático quechua interpretará, con ejemplos que ilustran su empleo, los primeros préstamos del castellano en la lengua como un «barbarismo laudable*, puesto que hacen dicho «hurto de nuestra lengua, sin averles nadie impuesto en ello, y hazen estos prouechosos barbarismos, dignos de muy justa excusa y alabanca» (cf. Santo Tomas [1560] 1995: fol. 74b).1 Finalmente, el jesuita cacereňo aconseja a sus lectores que, para hablar un quechua sintácticamente correcto, seria necesario huir del habla de los ladinos, pues éstos «por mostrar que lo son dexan el estilo galano de su lengua, y espanolizan lo que hablan, y precianse de atraer su lenguaje al castellano, y yerranlo tanto que ni bien hablan su lengua, ni bien ymitan la nuestra, y assi haze[n] a su lengua mezclada y barbara, siendo ella galanissima» (cf Goncález Holguín [1607] 1975: IV, fol. 119). Sobra decir que los fenómenos advertidos por tales gramáticos han seguido su curso a lo largo de los siglos, y algunos de ellos han pasado a confi-gurar la fisonomia estructural de las lenguas respectivas. Los casos 1 El mismo fenómeno será considerado como «usurpacion» elegante por el Inca Garcilaso, quien observa que los indios echan mano de los préstamos, sobre todo en el ámbito de la prédica religiosa, «modelándol[o]s a su manera de hablar, [y] que hazen esto los indios de hoy elegantíssimamente por ayudar a los espaňoles con los vocablos que les faltan, para que puedan dezir lo que quizieren y ellos entender mejor lo que les predicasen» (cf. Garcilaso Inca [1617] 1944:1, XXIII, 67). 124 La temprana andinización del castellano vistos, sin embargo, ilustran la apreciación del fenómeno a partir del castellano. Quien, sin embargo, nos proporcionará el fenómeno inver-so, es decir, a partir del quechua y del aimara, es nada menos que Dávalos y Pigueroa. 2. Dávalos y sus observaciones lingüisticas. Que el autor de la Miscelánea Austral poseía un don especial para observar y escudrinar los fenómenos de lengua que se present ab an en el mundo andino de su tiempo nos lo prueban sus ingeniosos comentarios, no exentos de ati-nadas reflexiones lingüisticas, puestos en labios de sus personajes. Varias de tales observaciones se encuentran dispersas en los 44 diálo-gos que versan, como el título de la obra anuncia, sobre una miscelánea temática. Donde, sin embargo, los personajes Delio y Cilene se enfrascan en una serie de disquisiciones lingüisticas, sobre todo de tipo lexicográfico y etimológico, es en el Coloquio XXVIII. Como la mis-ma sumilla lo anuncia, en este diálogo, «en que continuando las etimo-logías de reynos, ciudades y otros nombres, se dan las denominaciones de los elementos y planetas, con algunas que de los indios se hallan de alguna consideration*, Dávalos ofrece lo que podríamos Uamar una pieza radiográfica de la situación de contacto entre el castellano y las lenguas indigenas, en especial el quechua y el aimara, hacia fines del siglo XVI y comienzos del XVII. Como se hará evidente, es precisa-mente sobre este aspecto que versan las notas que venimos anuncian-do. El texto del pásaje en el que basamos nuestros comentarios es el ofrecido por Luis Jaime Cisneros (1952), cotejado con la version que del mismo ofrece, transcrita y anotada, Paul Firbas, quien gentilmente nos la alcanzó hace algun tiempo.2 3. Cuestiones lingüisticas. Los aspectos lingüisticos tocados en el diálogo entre Delio y Cilene tienen que ver, como ya lo anuncian las notas recordatorias al margen del texto, con tres tópicos, que agrupa-mos bajo los rótulos de: (a) etimologías, (b) lexicalización, y (c) présta-mos. Seguidamente nos ocuparemos de cada uno de ellos procurando reinterpretarlos a la luz de los conocimientos actuates que poseemos de los mismos. Como se echará de ver, las observaciones de Dávalos y Figueroa tienen la virtud de provenir de alguien que no sólo conocía el 2 Sirva la ocasión para agradecer al colega Firbas por habernos dado la oportuni-dad de releer los pasajes de Dávalos cuando, en son de consulta de los indigenismos léxicos citados por este autor, nos hizo Uegar la version mencionada. 125 Rodolfo Cerrón-Palomino mundo andino sino que también poseía por lo menos los rudimentos de las dos lenguas mayores del antiguo Perú: el quechua y el aimara. 3.1. Etimologias. Preguntado por Cilene si los términos nativos tienen «etimologia o razon», Delio responde afirmativamente, y en prueba de ello ofrece una lista, parcialmente explicativa, de doce nombres de aves y mamíferos, todos ellos, según el mismo personaje, de origen onomatopéyico. Tales nombres son: , «paxaros pequeňos [llama-dos asi] por su delicado canto»; , «perdiz»; , «tortola», «en unas provincias», y , «en otras»; , «martinete»; , «bandurria (ave grande)», asi llamada en Espaňa; , «ansar»; <ňuňuma>, «pato»; , «paloma»; y , que «parescen aves frias (al menos en el canto)». Entre los nombres de mamíferos se mencionan tres: , «silvestre carnero» (le «dieron este nombre por un cierto relincho que tienen, que paresce que dize su nombre»); , «ligerisimo animal» (por «lo mesmo»); y , «donde esto [es decir lo onomatopéyico] mas se prueba» («por el chillido que tiene, que paresce que se nombra a si mesma»). Tras dicha enumeración, generaliza Delio, sosteniendo que «asi van [los nombres de todos] los demas animales». Y arguye, adelantándose contra todo prejuicio, que ello no es muestra de «barbaridad», pues también «vemos tales derivaciones en la lengua latina»: por ejemplo, «del retin-tin de la campana [se vino] en llamarla [ti]ntinabulum». Pues bien, la pregunta que podemos formularnos es si tales etimologias —que insisten en la ex causa de los nombres— son justificadas o no. AI respecto, conviene seňalar que, fuera de algunos casos obvios, como los de , , , , que induda-blemente son remedos que calcan las emisiones de tales aves,3 las mo-tivaciones no parecen ser transparentes. En algunos de tales casos, sin embargo, es posible desentraňar la motivación correspondiente. Para ello se requiere indagar no ya solamente por la motivación de los mismos sino por su origen (la explicación ex origine), que a su vez re-clama el análisis gramatical. De esta manera, habrá que darle la razon a Dávalos cuando seňala que , y , que aparentemente no imitan el canto o los ruidos que emiten estos animales, también tienen motivación onomatopéyica. En efecto, cree- 3 Esto resulta mucho mas cristalino aun cuando se les restituye su forma fdnica mas aproximada: /yut(u)/, /kuku-ri/ (lit. 'el que dice ku-ku?), /kurukutu/ y /liq(i)liq(i)/ (lit. 'el que dice liq-liq'). 126 La temprana andinización del castellano mos entrever en tales nombres la raiz origiriaria seguida de elementos morfológicos hoy día completamente congelados: es decir, tales voca-blos son formas léxicas ya gramaticalizadas. Asi ocurre en , analizable como *piš 'pipiar de los päjaros' seguido del sufijo benefactivo ~ku, significando literalmente 'el que dice pis'; lo propio ocurre con , donde la raíz sería *wana (imitación del relincho) seguida del sufijo ya mencionado, para significar 'el que dice wana'. En el caso de podemos identificar la raiz originaria *wiš, pero esta vez seguida del sufijo -(y)kača 'frecuentativo', con lo que la palabra signiťicaría literalmente 'el que suele decir wig. Asimismo, es posible relacionar con el verbo warpi—, que en los vocabularios anti-guos se define como el dulce trinar de las aves. Como se ve, el análisis léxico-gramatical nos ha permitido, en estos casos, descender a los fondos más prístinos de las palabras mencionadas, para arrancarles su motivación. Quedan, sin embargo, oscuras las etimologias de los nombres de las aves ,4 ,5 6 y <ňunu- 4 El nombre de esta ave, traducida como «martinete» en el texto, no aparece regis-trado como tal en los vocabularios coloniales. Lo que encontramos en su lugar es «garca blanca» (Santo Tomas [1560] 1994: II, f. 131) o «garca blanca cuelli larga pocas carnes» (Gonzalez Holg uin (16121 1952:1,166). La etimolo-gia podria remontar, con bastante probabilidad, a *waqa~ri la que Hora', voz híbrida quechua-aimara. Se trata de la Nycticorax nyeticorax. 5 La etimología de este nombre, de posible origen aimara, tampoco es clara. For-malmente, la palabra delata un origen compuesto, pero es difícil dar con los elementos de la composition. Un candidato es el partial , que aparece registrado como «paxaro grande y negro» (Bertonio [1612] 1984: II, 37), pero entonces nos queda-mos con el remanente , que seguramente remonta a *qura, cuyo significado ya se nos escapa. Aparte de Dávalos, la única otra fuente de documentation del término que conocemos es la «Relation de la provincia de los Pacajes», pues uno de los cinco repartimientos del territorio mencionado era nada menos que , y que, según su autor, significaba «pajaro bobo» (cf. Mercado de Peňalosa [158?] 1965. I, 335). Ahora bien, no es forzado encontrar en el nombre en cuestión el parcial , que recoge Bertonio. Por lo demás, según Jimenez de la Espada, en nota al pásaje de Mercado de Peňalosa, tendríamos allí «el nombre indígena del Ibis melanopis, vulgarmente «bandurria» entre los criollos peruanos y chilenos» (op. cit., nota 1, 335). Para una description de la misma ave («pajaro bobo»), véase Cobo ([1653] 1964: VIII, II, 315-316), que sin embargo parece considerarla como eminentemente maritima. 6 Esta voz, de origen aimara (cf. Bertonio, op. cit., II, 145: «Ansaron, aunque tambien buela mucho, blanco y negro*), pasó al quechua cuzqueňo, en reem-plazo de su equivalente /wachwa/ (pronunciada como [waswa] en algunas variedades cuzqueňoides), de uso corriente en los dialectos centro-norteňos. Se trata del ganso altoandino (Chloephaga melanoptera) conocido por sus patas coloradas y que, junta-mente con el zorro, es uno de los personajes más populäres de los relatos tradicionaíes andinos. 127 Rodolfo Cerrön-Paloiniiio ma>,7 asi como el de la . Para encontrar la motivation de estos nombres no contamos ni siquiera con la ayuda de la experiencia de haber escuchado el cantar de tales aves o el gemido de la vicuna, emisiones con las que seguramente estuvo familiarizado Dävalos tan-to en los brenales de Charcas como en la altiplanicie de La Paz, donde le toco vivir, Fuera de tales etimologias, cuya explication, ademäs de ser interna a la lengua, es de naturaleza analogista —para emplear un termino acaritiado por Cratilo—, hay otras que podemos denominar falsas, pues son producto del puro azar, en las que estän ausentes tanto la motivation como el origen de las voces involucradas, pero que llaman la aten-ciön de los dialogantes. Asi, Delio mentiona los casos de la voz aimara «sitio, provincia, o pueblo» y de la chachapuya «cau-dillo o curaca». Lo que llama la atention del personaje es el hecho de que la primera palabra es tambien «nombre que en lengua Francesa y en otras significa lo mismo», a la par que la segunda, no menos asom-brosamente, «en lengua Griega quiere decir el primero». A su turno, Cilene, estimulada por las observaciones de su interlocutor, agrega que lo propio ocurre con ciertas voces quechuas, aunque esta vez el parecido se de con palabras del castellano: tal los casos de , con la que «los niiios (y aun los grandes) llaman a su madre [...], siendo [...] pronunciation nuestra en la infantia»; «lo que esta lexos», que bien «mirado no hay cosa mas cara que lo lexos ni mas apartada que lo que en caro precio se estima»; y, de modo mäs irreverente, , para designar «la ganancia». Digresiones de este tipo, por lo demäs, forman parte de un topico bastante frecuentado entre nuestros historiadores y cronistas de la colonia, a propösito del debate en torno al origen del indio americano, en su afan, ingenuo diriamos hoy, por querer ver en el mundo nuevo manifestaciones lingüisticas familiäres a las lenguas del viejo continente,8 Al margen de tales curiosidades, 7 Voz de origen probablemente quechua, y asi aparece registrada en los vocabula-rios coloniales (cf. Santo Tomas, op. cit.t II, 256; Gonzalez Holguin, op. cit, I, 263), aunque estÄ ausente en los dialectos centrales de la lengua. Se trata de la Anas specularioides. * Asi, Cabello Valboa ([1586] 1951: II, V, 105) muestra su asombro frente a las siguientes similaridades formales: «Casco llama el Yndio en su lengua general de el Piru, ä el pecho, y en la castellana ya sabemos lo que significa. A la arena llama el Yndio Tio, y nosotros al hermano de padre 6 madre. Llamamos nosotros Mayo al quin-to mes de el afio, y en lengua de el Ynga quiere decir Rio. A lo que nosotros llamamos olla, llama el Yndio Manga, que clara se vee la diferencia: macho llamamos nosotros ä lo que es de sexso viril, y en lengua de Yndios quiere decir viejo, y de esta manera se 128 La temprana andinización del castellano sin embargo, hay que agradecer a Dávalos y Figueroa el que nos haya transmitido la palabra , voz chachapuya, única en su género, registrada hasta la fecha. Ignoramos cómo es que Dávalos pudo haber tenido conocimiento de dicha palabra. £Tal vez gracias a su trato con el colega antártico Cabello Valboa? AI mismo Delio le debemos también la aguda observación respecto de las motivaciones más socorridas en la formación de los topónimos andinos. Dice, en efecto, el personaje: «A los pueblos dan los nombres conformes a la calidad o seňales del sitio que tienen, como sitio de fortaleza, tierra de sal, provincia de piedras, de agua, de oro, de piata, de corales, tierra cenegosa o anegadiza, sitio de quebradas, lugar ris-coso, lugar nuevo, lugar viejo, sitio ahumado, y asi por este modo van todos los mas sin ethimología que denote mas ingenio». Quienquiera que esté familiarizado con la toponimia andina no puede ver en tales glosas sino las traducciones directas de otros tantos nombres de lugar andinos que Dávalos tenia en mentě para formulár su observación. Lo curioso es que, a pes ar de las motivaciones de carácter descriptivo se-naladas —y empíricamente demostrables las más de las veces—, pre-valecerá no sólo ya entre los coetáneos del autor sino incluso entre nosotros, a la hora de intentar explicar los topónimos, la vieja practica de la etimología popular. Bašta recordar, en dicho contexto, las etimo-logías de corte anecdótico de los nombres de las ciudades principales del Perú proporcionadas por Murúa (cf. Cerrón-Palomino 2002). En descargo habrá que seňalar, sin embargo, que al ofrecer su hipótesis, Dávalos estaba opinando seguramente sobre los nombres fácilmente interpretables tanto formal como semánticamente, lo que no quita la validez de la tesis originaria de la motivación de todo topónimo. pudieran acomular infinitos, que aunque suenan á terminos, y vocablos nuestros son muy agenos en el significado de aquello que nosotros entendemos por ellos (énfasis nuestroK A su turno, fray Gregorio Garcia ([1607] 1981: IV, XIX, 174), embelesado por su aparente similaridad fónica, discurre en términos mucho más ingenuos que Cabello, al decir: «En la Lengua General del Peru, Cánic, es participio de este verbo Canini, Caninqui, que significa mordéř, i el participio sobredicho Canic, el que muer-de: el qual podemos barruntar, que es lo mismo que Canis, que es el Perro, que de este nombrc se derivö el Verbo Piruano Canini, Caninqui; i asi, ab effectu, se llamará el Perro, Canic, pues significa el que muerde. Mitayoc significa el que le cabe en suerte de hacer algo, el qual es siempre enviado de su Pueblo, para trabajar, en el de los Espaňoles; en lo qual es mui parecido, i semejante al Verbo Latino Mitto, mittis, que significa enviar. Quiquij (es decir [kiki-y]), significa, lo mismo, i conforma raucho con Qui, relativo, quando hace relacion de primera Persona. Huac significa esotra parte. Vira, significa la grosura, ö manteca, i tambien cosa gruesa: el qual nombre parece mucho ä Vires, virium, por las fuercas». 129 Rodolfo Cerrón-Palomino 3.2. Lexicalización. Hay, en el mismo coloquio, esta vez en labios de Cilene, otro tópico interesante, esta vez de naturaleza ideohnguística; el viejo prejuicio glotocéntrico de la supuesta pobreza léxica y grama-tical de los idiomas amerindios, «que son faltos de lenguaje [es decir de gramática] y de terminos», lo que a su vez estaría reflejando los «obs-curos y limitados ingeniös» de sus hablantes. Esta apreciación —o mejor, depreciación— generalizada de los idiomas indígenas tendría, sin embargo, dos excepciones: el quechua y el aimara, ya que estas lenguas «tiene[n] sobra de terminos», por ejemplo, con respecto al universo de las relaciones de parentesco. Y asi, en el quechua, llama «el hermano a otro varón»; , dice «el varón a la hermana»; , invoca «la hermana al hermano»; y <ňana>, llama «una hermana a otra». Tocamos de esta manera un aspecto de len-gua y cultura, que en terminos del relativismo linguistico se explica por medio de diversos y variados procesos de lexicalización y gramati-calización específícos a una lengua y sancionados por una tradition idiomática determinada, y que en modo alguno obedecen a las leyes del pensamiento. Por lo demas, las observationes de Dávalos y Figueroa, tan caras también al Inca Garcilaso, contrastan la relativa «riqueza» del léxico quechua frente a la «pobreza» terminológica del castellano, igualmente relativa, en una dimension soriocultural especifica: la del parentesco (cf. Cerrón-Palomino 1993). 3.3. Préstamos. El tercer terna tratado en el coloquio examinado es el que trata sobre los préstamos del quechua al castellano y vicever-sa. Esta vez es Delio quien formula sus observationes sobre lo que podriamos Uamar, por un lado, la andinización léxica del castellano, que el autor, de refinado gusto europeo, ve con algun disgusto, pues reconoce que «tenemos ya por inseparables algunos vocablos de estas bárbaras Qenguas], y los usamos como si en la nuestra faltasen mejo-res terminos para aquello mesmo», resignándose a achacar la causa de ello a la propia lengua espaňola, «tan coditiosa [...] de abrazar las [voces] extranas» o a la inertia de sus propios hablantes, al «valernos dellas». Enumera entonces ocho quechuismos de uso generalizado por entonces: , «en lugar de charco, laguna, estanque y alberca», advirtiéndonos que el término «sirve a todos estos nombres referidos, y en algunos es impropio»; , «en lo qual se incluyen soga, cordel o qualquiera otra cuerda»; , «en lugar de un cestillo o cesto mal formado»; , «qualquiera envuelto de ropa o de otra cosa»; , «qualquiera medicamento»; «qualquiera he-redad, agora sea guerta, agora tierra de pan, viňas o otra qualquiera»; 130 La temprana andinizaciön del castellano , «qualquiera quebrada de Sierra, cerro o otra alguna»; y «campo llano».9 Y, para frustracion nuestra, por la omisiön que el autor hace de ellos, agrega que hay «otros muchos verbos y nombres de que siempre usamos, como si fueran naturales nuestros». Pues bien, no es nuestro intento en estas breves apuntaciones, ofre-cer un examen minucioso de tales terminos. Basta con observar que, por la epoca en que el autor escribe —a caballo entre los siglos XVI y XVII—, y segun su propio testimonio, tales quechuismos se encontra-ban completamente enraizados en el castellano manejado por criollos y peruleros. Sin temor a exagerar podemos decir que, en el contexto colonial de entonces, tales terminos se introducian en el habla de ori-gen peninsular como se imponian a los ojos y al corazon de sus hablantes el paisaje y la naturaleza andinas. De este modo, el quechua le servia al castellano para describir con mejor precisiön la naturaleza y las cosas del mundo andino, como que estaba mejor preparado para res-ponder a su realidad fisica y cultural. Se ve entonces, claramente, que es el mundo el que fuerza su entrada en la lengua, y en estas circuns-tancias los hablantes —criollos y espanoles, recordemoslo—, paradöji-camente, se dejan hablar, como parece aceptarlo resignado nuestro personaje. Ahora bien, de todos esos prestamos, quedan hoy en el castellano peruano general solo tres: chacra, huayco10 y pampa. Y fuera del re-gistro mäs bien local de cocha e isanga, los demäs parecen haber su-cumbido o, en un caso por lo menos, sobrevivido en el lexico especiali-zado o en el de la jerga: nos referimos al de huasca.11 La razön de tal obsolescencia puede estar en los procesos de modernizaciön de las so-ciedades andinas, particularmente en las esferas de la mineria y de la agricultura, iniciados a fines del siglo XIX, hecho que llevö aparejados los fenömenos de urbanizaciön del campo, las migraciones a la costa y 9 Tales voces, todas de origen quechua, provienen de /qucha/, /waska/, /isanqa/, /mayt'u/, /hampiy/, /chakra/, /wayq'u/ y /panpa/, respectivamente. Las formas y , como las recoge Dävalos, acusan pronunciaciön «chinchaisuya» (con sonorizaciön de la oclusiva tras nasal; cf. tambien el caso de ). 10 Esta voz con el significado claramente metonimico de 'avalancha'. Observemos que el termino, de origen quechua, significaba 'encanada', como se puede constatar actualmente en cualquier dialecto que lo registre. Siguen, pues, vigentes las acepcio-nes proporcionadas por Gongälez Holguin (op. cit, 1,191): «quebrada de monte, o hon-dura entre cerros, y cualquier canal, o, cosa ahondada de auenidas». 11 En el lexico de la hipica la voz conserva todavia su significado original, pero en el de la jerga equivale a 'borrachera', y es empleada sobre todo en expresiones del tipo «tirarse una huasca». Agradecemos a Jos6 Luis Rivarola por haber llamado nuestra atencion sobre el primer uso. 131 Rodolfo Cerron-Palomino el centralismo cada vez mas creciente en favor de las metropolis coste-iias, particularmente la de la capital, centro regulador de la norma linguistica peruana. Ahora bien, los fenomenos de contacto lingiiistico entrevistos te-nian que darse en ambas direcciones: del quechua al castellano y del castellano al quechua, y en mayor medida en esta ultima, dada la situation de lengua dominante del castellano. Asi, pues, ante la pregun-ta de Cilene sobre «los [terminos] que ellos han tornado de nosotros», Delio senala algunos. Los que mentiona corresponden a dos tipos de incorporations: los que podriamos llamar (a) prestamos lexicos pro-piamente dichos, y (b) los calcos o adaptationes semanticas. Entre los primeros mentiona perdon y perdonar, pedir paga, menester, casar y amancebar, la mayoria de los cuales, obviamente, respondian, esta vez desde la perspectiva del poblador andino, a una nueva realidad (religiosa, econbmica y social) generada por el ordenamiento colonial, frente a la cual los recursos propios de la lengua dominada, que respondian a ejes culturales ajenos al mundo occidental, resultaban inapropiados. De alii entonces que, aun cuando, como dice Davalos, el quechua tuviera terminos semanticamente cercanos a los menciona-dos, los desajustes provocados por la imposition de nuevos patrones de conducta religiosa y social hacian inevitables su incorporation, como a su turno habia ocurrido en el caso de los quechuismos vistos.12 Asi, por ejemplo, el nuevo regimen economico impuesto, de caracter mercantil, tornaba arcaica la palabra quechua (en su version «chinchai-suya», con sonorizacion a partir de *ranti~), «que quiere decir trocar, cambiar y feriar», pero que no podia servir para expresar «comprar ni vender*, como en efecto acontece en ciertos dialectos quechuas, inclui-do el cuzqueno, donde el termino bindiy es, a despecho de los puristas, irremplazable. De esta manera, como reflejando la situation de domination impuesta por la sotiedad occidental, los hispanismos mencio-nados por Davalos, a diferentia de lo que ocurre con sus quechuismos, siguen temendo vigentia en los dialectos quechuas, incluso en los con-siderados como puros o conservados. De otro lado, estan tambien pre-sentes los llamados calcos, que constituyen un buen procedimiento — socorrido en los trabajos de codification lexica— para tomar no la forma sino el significado o el concepto novedoso, pero vertido en materia na-tiva. Delio, quien llama «metafora» a dicho procedimiento, senala dos 12 De hecho, practicamente todos los dialectos quechuas (y aimaras) han asimilado tales terminos, o sus derivados: pir(d)una-, paga-, ministi- (de uso generalizado en el quechua ecuatoriano), casar(a)- y mansi6a-fei*-'amancebarse'. 132 La temprana andinización del castellano ejemplos concretos: los de (proveniente de *qillqa), «que quiere decir pintura o cosa rayada o senalada», y (es decir /qispi/), «que quiere decir cosa transparente o resplandeciente», y que pasan a significar «carta» y «vidrio», respectivamente. 4. Epilogo. El examen efectuado sobre el pasaje de Dávalos y Pigueroa revela que los fenómenos de contacto idiomático entre el castellano y el quechua y/o aimara fueron percibidos desde muy tempra-no. En tal sentido, la andinización del castellano es un proceso que tiene larga data y que dista de haber concluido. Por cierto que no todos los niveles gramaticales son afectados por igual dentro de este proceso: dependiendo del grado de percepción del fenómeno, los procesos correctivos inducidos, ya sea en forma deliberada, por medio del sector educativo, o en forma indirecta, a través de los medios de comunica-ción y de otros mecanismos de urbanizáciou, se encargan de nivelar el castellano andino tornándolo cada vez más cercano a la norma regional. Persisten, sin embargo, poderosas ŕuerzas de orden cognitivo que, burlando el control correctivo, consiguen filtrarse en el habla de los monolingües hispanos: tal el caso, por ejemplo, de elementos morfológicos y semánticos que indudablemente le van dando un sabor andino al castellano de la región, y de cuya naturaleza advenediza ya no se tiene conciencia (véase el ultimo ensayo). 133 VII La forja del castellano o el penoso Camino de la ladinizaciön «[...] e trauajado [...], prendiendo las lenguas y ler y escriuir, seruiendo a los dotores y a los que sauen y a los que no sauen [...]. Y e tratado a los padres, corregidores, comenderos, becitadores, ciruiendo de lengua y conuersando, preguntando a los espanoles pobres [...]». Guaman Poma([1615] 1980: 662) 0. En el presente estudio examinaremos el castellano de un indio ladino del s. XVI tal como aparece registrado en un texto dejado por el. Se trata de la «Relation» escrita por el escultor de la Virgen de Copacabana, Francisco Tito Yupanqui. Luego de intentar situar al autor y su produccion dentro del contexto diglösico de la colonia, pasamos a ofrecer el anälisis lingüistico propiamente dicho del material. A traves de el se vera de que modo fueron sedimentandose los rasgos de lo que modernamente se conoce como castellano andino, en cuya gestaciön jugaron un rol decisivo las lenguas quechua y aimara. 1. Marco diglösico. Como se sabe, el panorama lingüistico que presentaba el imperio de los incas a la Uegada de los espanoles (1532) era el de un verdadero mosaico idiomätico. Coexistian en el multitud de lenguas en distintos grados de difusion y diversidad dialectal: unas, mäs o menos fragmentadas, cubrian vastos territorios; otras, a mane-ra de enclaves, constituian pequenas islas idiomäticas. Todo ello era el resultado de procesos dialecticos de unidad y ruptura polftico-cultura-les protagonizados por los pueblos andinos a lo largo de milenios. Pre-cisamente uno de los Ultimos intentos de unidad politico-econömica e idiomätico-cultural habia sido el imperio incaico.1 1 La lingüfstica andina carece aün de trabajos que ofrezcan una visiön de conjunto de la situaciön idiomätica del imperio incaico a principios del s.XVI. En tal sentido, hacen falta estudios interdisciplinarios en gran escala que combinen los datos, por ahora dispersos, provenientes de la etnohistoria y de la lingüfstica histörica. Para un Rodolfo Cerrón-Palomino Lingüisticamente, en efecto, la heterogeneidad idiomática venia resolviéndose en favor del uso cada vez más amplio y masivo de una de las variedades del quechua, llamada por los espanoles «lengua gene-ral». Oficializada por los Ultimos gobernantes y vehículo obligatorio entre los miembros de la clase dirigente, asi central como regional, dicho vehículo era uno de los pilares fundamentales sobre el cual repo-saba el aparato administrativo incaico.2 En virtud de ella, y gracias a una sagaz política idiomática (cf. Cerrón-Palomino, 1987a, 1987b), es-taba garantizada la comunicación entre las distintas «nacionalidades» que integraban el vasto imperio. Los propios espanoles, maravillados de la eficiencia comunicativa de la lengua, llegarán a sostener que sin ayuda de ella la conquista les habría sido mucho más trabajosa. Un cronista tan ponderado como Cieza de León ([1550] 1985: cap. xxiv, 73) afirma, en efecto, que «fue harto beneficio para los espanoles aver esta lengua, pues podían con ella andar por todas partes». En el terreno de las valoraciones, y como resultado de la función que desempeňaba, la lengua generál gozaba de todos los atributos propios de un idioma oficial: estaba rodeada de una aureola de prestigio que infundía orgullo entre sus hablantes, despertando la envidia de quienes o no la manejaban o lo hacían imperfectamente. Como se ve, desde el punto de vista ideolingüistico, el mito de la «lengua superior» tampoco les era ajeno a los quechuahablantes de entonces, pues, se-gún aquél, el sólo empleo de la lengua tornaba a los indios de rústicos y groseros en «agudos de entendimiento» y en «hombres políticos y más urbanos».3 La irrupción espaňola y el subito colapso del imperio significarían la ruptúra de la unidad idiomática en ciernes del mundo andino y el comienzo de un nuevo ordenamiento diglósico desde entonces nunca bosquejo del horizonte idiomático andino en tiempos de la conquista espaňola, véase Cerrón-Palomino (1992). 2 Los incas, en reálidad, habían pasado por diversas experiencias linguísticas pre-vias: de puquinahablantes en un primer momento, se habían aimarizado después, para finalmente quechuizarse ya en tiempos de los Ultimos gobernantes. Sobre este punto, asi como sobre el «idioma secreto» de los incas, véase Cerrón-Palomino (1987b, 1992) y las citas hechas allí. El ultimo terna ha sido abordado de manera más directa en Cerrón-Palomino (1998). 3 Deda, en efecto, el cronista mestizo Blas Valéra que el uso de la lengua generál tornaba a los indios de extracción idiomática diferente en «más nobles, más adorna-dos y más capaces en sus entendimientos; y lo que más estiman [quienes la habían aprendido] es que los demás indios de su pueblo los honran y tienen en más, por esta lengua real que aprendieron» (cf. Garcilaso [1609] 1945: Libro VII, cap. IV, 94). 138 La forja del castellano andino o el penoso camino de la ladinizaciön superado. La nueva correlaciön de fuerzas colocaba ahora al castellano por encima de la lengua general, suborcunändola, en el mejor de los casos, a funciones puramente utilitaristas, en la medida en que su empleo, desde la optica de los dominantes, aseguraba la conquista material y espiritual de la poblacion sojuzgada. De esta manera, la historia parecia probar, una vez mäs, la suerte pareja de las lenguas y de los imperios a los cuales servian de gonfalön y estandarte. Cierta-mente, tampoco el mundo andino era ajeno a ordenamientos diglösicos previos,4 pero el grado de «violencia idiomätica» que ellos engendra-ban estaba mitigado por el nivel tecnolögico relativamente uniforme de los pueblos involucrados y por la politica linguo-cultural de respeto y tolerancia instaurada por los incas. Al fm y al cabo, en un mundo ägrafo, las lenguas en contacto y conflicto competian, de manera des-igual es cierto, pero la «distancia cultural» que las separaba no era abismal ni infranqueable: una misma «logosfera» era compartida por los pueblos andinos como producto de los milenarios procesos de sinte-sis cultural a los que hicimos menciön. La presencia del castellano implicaba, por el contrario, una jerarquizaciön idiomätica mucho mäs profunda. No solo porque la lengua era portadora de una tecnologia altamente desarrollada, cuya sola instalacion tornaba en sübitamente arcaicas a las sociedades domina-das, sino que, como parte de ella, venia equipada de un instrumento que la hacia mäs poderosa y eficiente: su sistema escrito. Desprovistas de un aparato semejante, las lenguas indigenas no estaban en condi-ciones de responder por igual frente a la situaciön creada por la conquista. Simbdlicamente, un texto escrito arrojado al suelo —el brevia-rio de Valverde— habia desencadenado los acontecimientos trägicos aquella tarde de la emboscada de Cajamarca: a partir de entonces la lengua de los invasores, y su sistema escrito, se imponian como el nue-vo vehiculo indisputable del poder, no importando que, para la percep- 4 De hecho, por lo menos entre las lenguas serranas, se daba una jerarquizaciön valorativa que los espanoles harian suya poco despues. Segün aquella, el quechua tenia la supremacia, le seguia el aimara, luego venia el puquina (estas habrian de ser declaradas «lenguas oficiales» por Toledo en 1575), y finalmente, ocupando el nivel mos bajo, el uruquilla; todos ellos compitiendo desigualmente en el sureste y el alti-plano. De todas estas lenguas, la ultima, y con ella sus hablantes, se ganarian los mäs duros epi'tetos, pudiendo hacerse de ellos una verdadera antologia del escarnio (cf. Polo 1901), no quedändole a la zaga sino la mentada «lengua pescadora» de la costa nortena peruana, calificada por el agustino de la Calancha ([1632] 1977: Libro III, cap. II, 1235) como «Ienguaje [hecho] mäs [...] para el estömago, que para el entendi-miento, [por ser] escura, gutural i desabrida«. 139 Rodolfo Cerrón-Palomino ción de los vencidos, los espaňoles hablaran «como mudos» ni que el breviario permaneciera en silencio.5 Asi, pues, al impacto de la con-quista sobrevenía el trauma idiomático-cultural. El menosprecio de la raza vencida llevaría aparejado el vilipendio de sus dieses y de sus lenguas: aquéllos devendrían en «criaturas infernales» y éstas en me-ras «xerigon$as». Súbitamente el mundo se había tornado «al reves», como se lamentaría el cronista indio Guamán Poma, pero también, incluso antes, el canónigo Pedro de Quiroga. Es en tal contexto que debemos juzgar la hazaňa hngüistica de Fray Domingo de Santo Tomas ([1560] 1951) al asumir el desafío de demostrar ante los escépti-cos que la lengua general, «polida y delicada», armonizaba perfecta-mente con la castellana y la latina; por consiguiente, argumentaba, «la gente que vsa delia, no entre barbara, sino cô la de mucha policia la podemos contar» («Dedicatoria al Rey»). Como acontece en situaciones coloniales, las reglas de juego idiomá-ticas estaban dadas. Se había impuesto un «dialogo» interestamental, verticalista y unidirecccional: eran los dominados quienes estaban obligados a hablar la lengua dominante y no al revés (cf. Todorov 1989: 230). «Como quiera que sea vos haveis de hablar en lengua de Toledo, y aun francesa, si fuera menester, antes que os dexe de agotar», ame-naza el soldado Justino al personaje Tito en los Colloquios de la ver-dad* Naturalmente, la comunicación asimétrica podrá tener excepciones esporádicas, como las tuvo en efecto durante los primeros anos de la conquista ante la escasez de intérpretes o, más tarde, por razones de evangelización. Y, como era de esperarse, el manejo de una de las lenguas por parte del otro no recibía la misma sanción: las reglas del juego diglósico, a la par que garantizaban la impunidad del atropello de la lengua dominada, se mostraban severas frente al castellano que-brado en boca de los indígenas. De esta manera, gramáticos e historiado-res se escandalizarán del castellano «lamentable y ridiculo» de los in- 5 Es interesante advertir el renovado interes que ha tornado este asunto entre los estudiosos del pasado andino, como producto de la reflexion que viene suscitando la rememoración del V Centenario. Véase, por ejemplo, Glave (1990) y Pease (1990). El terna, por lo demás, siempre estuvo presente en la memoria colectiva de los pueblos andinos manifestándose en la literatura tanto oral como escrita, particularmente en las draraatizaciones de la captura y muerte del inca Atahualpa. Cf. Hivarola (1990b: caps. V y VI). 6 Véase Quiroga ([1562] 1922: II, 58). Para un comentario iniciál sobre la impor-tancia de esta obra desde el punto de vista de la sociológia del lenguaje, véase Cerrón-Palomino (1991a). 140 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinización dios, pero a nadie le repugnaba el quechua de los espaňoles. Apenas se deslizaria la velada censura de Gonzalez Holguin ([1607] 1975: Libro II, cap. XLII, 81) cuando alude al habla de los apamuyes (de apamuy 'jtrae!'), una suerte de pidgin forjado en los contextos de mando y obe-diencia generados por el régimen estamental. Después de todo, el em-pleo de la lengua vencida para ordenar y mandar únicamente fue la nota común, importando poco cómo se la empleara: bastaba con decir ama mancha, ňoca Inga.1 Como hemos tratado de demostrar en otro sitio, las únicas voces de protesta frente al atropello idiomático del quechua serán las de Guaman Porna y Garcilaso de la Vega, indio el primero y mestizo el segundo {cf. Cerrón-Palomino 1991b). 2. Politica lingüistico-educativa. Como se sabe, la politica idio-mática de la corona se caracterizó por una sucesiva marcha y contra-marcha de las medidas que se adoptaban, oscilando entre una posición asimilacionista a ultranza, por un lado, y la tolerancia de las lenguas indígenas, por el otro.8 La etapa que nos interesa (segunda mitad del s. XVI), no obstante corresponder a uno de los períodos más absolutistas de la história espaňola, se caracteriza, en lo idiomático, por observar una politica de corte más bien Uberal. En el fondo, sin embargo, al mar-gen de las medidas legales y en el terreno de los hechos, prevalecieron las tendencias asimilacionistas: la cas tell ani zación estaba fuera de toda discusión y la preocupación por las lenguas indígenas, y el quechua en particular, respondía a motivaciones más bien pragmáticas. En efecto, como se sabe, la politica idiomática de la corona era tributaria de la conquista espiritual de la población indígena. Ante las barreras comunicativas inevitables, apenas salvadas precariamente por la mediación del interprete, en un primer momento se había echa-do mano del castellano, e incluso del latín, como medio de evangelization. Ello resultaba a todas luces contraproducente e ineficaz. Lo de-nunciaba Quiroga, por boca del indio Tito, en los siguientes términos: ' La expresión correcta debía ser algo como ama manchaychu, ňuqa Inkam kani, es decir «no tengas miedo, yo soy el Inca». La frase, consignada por Guaman Porna ([1615] 1980: 367), buscaba ridiculizar el quechua balbuciente de los espaňoles, que habían ganado la tierra «con sólo quatro palabras». Notese, en efecto, la mutilación de la lengua en sus recursos gramaticales más elementales, sobre todo los de carácter morfosintáctico. Para el estereotipo de los apamuyes y su posible origen, véase Cerrón-Palomino (1991b). 8 Véase, sobre este punto, los trabajos de Ugarte (1961), Heath y Laprade (1982), Mannheim (1984) y Cerrón-Palomino (1987a). Puede consultarse igualmente, Rivarola (1989, 1990b: cap. VI). 141 Rodolfo Cerrón-Palomino Ni sabeis nuestra lengua ni nosotros entendemos la vuestra, y querriades que os entendiessemos los conoeptos y adevinassemos lo que nos quereis decir [...]. No se cömo quereis vosotros sin hablar la nuestra [lengua] que os entendamos, mayormente en negocio tan gran-de como es tomar una ley y dexar otra, que aunque traiga consigo toda la verdad del mundo, es necessario que se entienda. (op. cit.: 17) Habia, pues, necesidad de hablarle al indio en su propia lengua. Afortunadamente, como lo reconocian las autoridades civiles y ecle-siästicas (Toledo, Acosta), el Camino estaba allanado para ello en vir-tud del caräcter ecumenico de la lengua general. En tal sentido, ya desde los primeros concilios provinciales (1551, 1567) se habian des-plegado esfuerzos en favor de las lenguas nativas como medio de evan-gelizaciön: ünica manera segura de penetrar en el alma y pensamien-to indigenas. Como es de suponer, no era fäcil vencer la resistencia de los partidarios del uso del castellano (o del latfn).9 Quienes se oponian al empleo del vernäculo sostenian, entre otras cosas, que este, en tan-to «idioma salvaje», no estaba preparado para transmitir el mensaje cristiano, y, por el contrario, se prestaba no solo a su distorsiön sino que, de rebote, coadyuvaba al reforzamiento de las creencias ancestrales indigenas. Conforme vimos, sin embargo, ya el primer gramätico del quechua se habia encargado de demostrar lo infundado de tales argu-mentos; inclusive, al final de su obra, se habia dado el lujo de ofrecer una «Platica para todos los Indios», donde probaba la ductibilidad de 9 Contra quienes cuestionaban el empleo de la lengua general, propugnando la castellanización compulsiva del indigena, se alzan las voces preclaras de los Padres Acosta y Blas Valera. Gl primero polemizaba ardorosamente en los siguientes términos: «Hay quienes sostienen que hay que obligar a los indios con leyes severas a que apren-dan nuestro idioma. Los cuales son liberales de lo ajeno y ruines de lo suyo; a semejanza de la república de Platón, fabrican leyes que son sólo palabras, cosa fácil; mas que si se llevan a la practica son pura fábula. Porque si unos pocos espaňoles en tierra extraňa no pueden olvidar su lengua y aprender la ajena, siendo de excelentes ingeniös y viéndose constreňidos con la necesidad de entenderse, £en qué cerebro cabe que gentes innume-rables olviden su lengua en su tierra y usen sólo la extraňa, que no la oyen sino raras veces y muy a disgusto? Cuando dentro de sus casas tratan de sus asuntos en su lengua materna, ^quién los sorprenderá? «j,Quién los denunciará? iCómo les obligarán a usar el castellano?» (cf. Acosta [1588] 1954: Libro IV, cap. VIII, 516). El mestizo chachapoyano, a su turno, contrargumentaba vivamente: «Si los espaňoles, [...), no pueden, eomo ellos dizen, aprender la lengua general del Cozco ^cómo se podrá hazer que los indios, no cultivados y enseflados en letras, aprendan la lengua castellana? [,..]. Luego no hay por qué impongamos a los indios dos cargas tan pesadas, como mandarles olvidar su lengua y aprender la ajena, por librarnos de una molestia tan pequeňa como aprender la lengua cortesana dellos- (cf. Garcilaso, op. cit.: Libro VII, cap. III, 178). 142 La forja del castellano andino o el penoso camino de la ladinizaciön la lengua, susceptible de portar contenidos ideolögico-religiosos pro-pios de la fe cristiana (cf op. cit.: 188-207). Esta «demostraciön» se harä mucho mäs visible a traves de las disposiciones tomadas por el Tercer Concilio Limense (1582-1583), materializadas, sobre todo, en la publicaciön trilingüe (castellano-quechua-aimara) de los instrumen-tos catequeticos (cf. Tercer Concilio [1584] 1985). Como se ve, en me-dio de esta «guerra de lenguas», habia ganado la postura liberal de tolerancia y aun preferencia por el uso del idioma nativo. Pero el triunfo en el piano ideopolitico no era suficiente, pues habia que plasmarlo en el terreno de los hechos. Ahora bien, la prödica en lengua indica constituia un verdadero reto contra los esquemas tradicionales del grupo dominante, particu-larmente de los encomenderos y doctrineros. De alli que las autorida-des, civiles y eclesiästicas, se esmeraran en dictar una serie de medi-das que garantizaran el aprendizaje de las lenguas indigenas por parte de los evangelizadores. Por lo pronto, la jerarquia religiosa habia dis-puesto la creaciön de cätedras y catedrillas de quechua en las ciudades mäs importantes (Lima, Cuzco, Quito y Charcas). Pero serä el virrey Toledo quien dictarä ordenanzas especiales conducentes a tornar mäs efectivas las disposiciones conciliares. No en vano habia constatado, a lo largo de su recorrido por las provincias del antiguo imperio, la total inoperancia de la predica religiosa debido a la falta de preparaciön lingüistica del doctrinante.10 Asi, pues, Toledo dispondrä, entre otras medidas, la creaciön de la Cätedra de quechua en la Universidad de San Marcos, de reciente fundaciön (12 de mayo de 1551), comenzando a funcionar en 1579. Dicta asimismo resoluciones especificas con el objeto de garantizar la obligatoriedad del aprendizaje de la lengua entre los aspirantes a doctrineros,11 requisito fundamental no solo para su 10Observaba el gobernante, en efecto, que en uno de tales viajes, no habia hallado sino «solo un fraile dominico [...] que tuviese la lengua de los incas de estos valles, [pues] todos los mas tienen por "lenguas" a los yanaconas en quien se fian los clerigos que han menester contra lenguas que alguna vez no interpretan fielmente, los que le dicen muestranle las oraciones en miestro vulgär, pero no se entiende que queden con mäs inteligencia que los päjaros que muestran hablar» (cf. Eguiguren 1951: I, cap. XIII, 80). "Decia el virrey en 1579, en carta dirigida a la autoridad real, que «la lengua de estos naturales es muy necesaria que la sepan estos sacerdotes y ministros de doctri-na para hacer fruto entre ellos; esta no se puede aprender allä sino acä. Y, aunque halle pocos sacerdotes que la supiessen, he trabajado, para poner medios para el re-medio de esto, con aventajar y mejorar a los sacerdotes lenguas en las presentaciones y provisiones de doctrina y en mandar dar menos salario a los que no la sabian y 143 Rodolfo Cerrón-Palomino ordenamiento sino, sobre todo, para hacerse cargo de sus doctrinas y parroquias, o para mantenerse en ellas en el caso de los curas que ya las detentaban. Por otra parte, tampoco se descuida por cierto la castellanización de los indios. Existían en tal sentido cédulas reales que disponían la crea-ción de escuelas en las parroquias y doctrinas, donde, aparte del catecis-mo, se impartiera entre los niňos indígenas el aprendizaje del castella-no hablado y escrito (cf. Vargas Ugarte 1953: cap. X). Tales medidas alcanzaban principalmente a los hijos de los descendientes de la noble-za, asi imperial como regional; pero también podían beneficiarse de ellas no sólo los mestizos y criollos sino incluso los indios del común. Obvia-mente era muy importante para el interés de la corona la adhesión in-condicional de la elitě nativa: a nadie escapaba el rol intermediario de los curacas entre el grupo dominante y la masa tributaria indígena; pero igualmente, a través de ella resultaba más segura la extirpación de las creencias gentílicas: para desarraigar la idolatría, decía Acosta (op. cit,: cap. X, 562), había que «quitarla primero de los corazones, sobre todo de los reyes, curacas y príncipales a cuya autoridad ceděn los de-más prontamente y con gusto». Era, pues, necesaria la creación de cole-gios especiales destinados a la «domesticacion» de la elitě nativa. Toledo dictará ordenanzas disponiendo la creación de ellos bajo la conducción de los jesuitas, aunque comenzaran a funcionar sólo en la segunda déca-da del s. XVIL12 3. Procesos de ladinización. No hace falta mucha imaginación para darse cuenta que, como todas las medidas bien intencionadas de la corona, las órdenes «se acataban mas no se cumplian». Ni los dispo-sitivos legales que reglaban el aprendizaje y el manejo del quechua militarles [sic] el tiempo en que la aprendiesen, apercibiéndolos que se les quitarían las doctrinas y no se les darían otřas y, últimamente, con haber ťundado en esta Uni-versidad una cátedra de la lengua y hecho ordenanzas para ella, y haciendo publicar que a ningún sacerdote se le daría presentación sin que supiese las lenguas y hubiese cursado en la dicha cátedra, ni se daría grado de bachiller ni licenciado a quien no hubiese hecho lo mismo, y proveyendo que todos los clérigos proveidos en doctrinas se vengan a examinar a las cabezas de su obispado, en la dicha lengua, dentro de este ano, nombrando yo, por mi parte, un examinador de la dicha lengua, que asista con los del Prelado, para que, no sabiendo, se les quiten las doctrinas, con los cuales medios son muchos los que la saben y van sabiendo y se tendrá particular cuidado de ello, como negocio que tanto importa» (cf. Eguiguren, op. cit.: cap. XIII, 558). 12 En efecto, el colegio «El Principe», del cercado de Lima, inicia sus actividades en enero de 1619; el de «San Francisco de Bona», del Cuzco, lo hará en abril de 1621 (cf. Galdo 1982: 42-70). 144 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinizaciön por parte de los doctrineros se ejecutaban rigurosamente ni los cen-tros de castellanizaciön, que debian ser las escuelas de las doctrinas y parroquias, estaban siempre dotadas de maestros y demäs recursos indispensables. La situaciön diglösica era inapelable; quienes se veian impelidos a aprender la lengua del otro seguian siendo, como siempre, los de la sociedad dominada. Con escuelas, o sin ellas, iban en aumen-to los indios ladinos13 con mayor o menor fortuna en el dominio del castellano. En muchos casos, sobre todo alli donde la presencia hispa-na era considerable, la castellanizaciön del indigena estaba librada a la simple exposiciön de la lengua. En efecto, el testimonio del Inca Garcilaso es revelador en este pun-to, y bien vale la pena citarlo in extenso. Dice el historiador, a propösi-to del castellano incipiente de FelipiUo, el desdichado faraute en el asalto de Cajamarca: «[...1 aun en mis tiempos, con ser veintinueve anos mäs adelante de lo que vamos hablando [1532], y con haver trata-do los indios a los espanoles y estar mäs acostumbrados en oir la lengua castellana, tenian la mesma torpeza y dificultad que Felipillo, que nunca hablava con los espanoles en lengua espanola, sino en la suya. En suma, digo que no conosci indio que hablasse espanol, sino dos muchachos que fueron condiscipulos mios, que dende ninos anduvieron al escuela y aprendieron a leer y escreuir. El uno de ellos se llamava Don Carlos, hijo de Paullu Inca. Fuera de estos dos, en todos los demäs indios kavia tan poca curiosidad en aprender la lengua espanola, y en los espanoles tanto descuido en ensenarla, que nunca jamds se pensö en ensenarla ni aprenderla, sino que cada uno dellos, por la comunica-ciön y por el uso, aprendiese del otro lo que conviniesse saber. Y este descuido de ambas partes era tan grande, que en los muchachos indios que conmigo se criaron, aunque entendian las cosas manuales que en castellano les dezia, en los recaudos de alguna importancia me 13Covarrubias ([1611] 1984: 747) define ladino del siguiente modo: «En rigor vale lo mesmo que latino, mudada la t tenue en la d media. La gente bärbara en Espana deprendiö mal la pureza de la lengua romana, y a los que trabajavan y eran elegantes en ella los llamaron ladinos. Estos eran tenidos por discretos y hombres de mucha razön y cuenta, de donde resulto dar este nombre a los que son diestros y solartes en qualquier negocio; al morisco y al extrangero que aprendiö nuestra lengua, con tanto cuidado que apenas le diferenciamos de nosotros, tambien llamamos ladino». El ter-mino adquirid nuevos matices en America, particularmente en el mundo andino, donde ladino designarä no solo al indio con dominio (no siempre perfecto) del castellano sino incluso, mäs allä de la etimologia, al indigena quechuizado; es decir, tambien eran ladinos aquellos que, teniendo una lengua materna diferente, habian aprendido el manejo del quechua. 145 Rodolfo Cerrön-Palomino obligavan a que se los dijesse en indio, porque, por no entenderlos en el lenguaje espafiol, no sabian dezirlos en el suyo» (cf. Garcilaso [1617] 1944: Libro I, cap. XXIII, 67; enfasis agregado). El testimonio del Inca deberia matizarse, sin embargo, toda vez que la öpoca a la que alude era aün temprana, y, de otro lado, se estaba refiriendo al ämbito cuzqueno, que, a diferencia de otros sitios, ofrecia una resistenciamucho mäs compacta a la influencia castellana (cf Lockhart 1982: cap. XI, 266ss).w Con todo, serä en la escuela donde, mal que bien, conseguirä el indio apoderarse no solamente del dominio oral —no importa cuän inci-piente fuera— sino incluso de la lectoescritura de la lengua. El «arre-bato» de esta habilidad le significo al indio la posesiön de una verdadera arma de combate, pues le permitiö, segun expresiones graficas que comenzaron a circular desde entonces, «abrir los ojos», sumido como estaba en medio de la ceguera que le impedia desenvolverse y defen-derse frente a la sociedad dominante (cf. Adorno 1989: cap. I, 35-36, a propösito de Guaman Poma). Pero esta conquista, de caräcter verda-deramente prometeica, lo convertirä, al mismo tiempo, en enemigo potencial de quienes controlaban en forma exclusiva el dominio de la letra. Asi, pues, encomenderos y doctrineros, temerosos de ser denun-ciados ante sus superiores, harän todo lo posible porque el poder de la escritura no se volviera contra ellos, oponiendose a la creaciön de es- " En general, la Sierra sur peruana, con mayor concentracidn de poblaciön indige-na, serä mäs refractaria a la aculturaciön de que nos habla Lockhart. Alli la Situation parecia invertirse, pues eran los espanoles, quienes, por razones präcticas de comer-cio o simple trato con los indios, se verän en la urgencia de quechuizarse (cf. Glave, art. cit.). El panorama que ofrecia el Cuzco al finalizar el s. XVIII, tal como lo describe Ignacio de Castro, es muy ilustrativo al respecto. Dice el mencionado presbitero: «Como es tan numerosa la clase de los Indios de modo que todo el comercio se haze con ellos o por ellos, se haze indispensable que la lengua de estos Indios sea casi la universal de la Ciudad. Todos los nacidos en el pais hablan esta lengua que se le ha hecho necesa-ria para entcndcr y ser entendidos; de modo que aun las Senoras de primera calidad hablan con los Espanoles en espanol, y con los domesticos, criados y gente del Pueblo precisamente en la lengua Indica. En verdad con igual destreza en ambas, De aquf viene que sea preciso, se predique y ensene la Doctrina Christiana a la Lengua Indica [sie]; pues a mas de que esta en los Indios, es casi la unica, tambien la entien-den todos los Espanoles; y aunque estos suelen teuer a poco honor asistir a estos Sermo-nes en aquel idioma, porque los convenceria de que no entienden bien el Espanol, con todo si algutia vez van, creere que exceptuando a los de mas noble educacion, salvan [sie] mas aprovechados, que quando se les anuncia la palabra de Diossolo en castella-no» (cf. de Castro [17951 1978: 44; enfasis provisto). Ello no alteraria, como se ve, el orden diglösico ni cambiaria las actitudes de discrimen lingüistico emanadas de el. Vease tambien Rivarola (1989). 146 La forja deí castellano andino o el penoso Camino de la ladinización cuelas o a la provisión de maestros en las ya existentes. Que el indio letrado, sobre todo metido de escribano, constituía una amenaza contra el poder local, nos lo refiere precisamente uno de sus más ilustres exponentes. Dice, en efecto, Guaman Porna (op. cit.: 558), que «los mis-mos padres empide a que no sepa leer ni escriuir ni gusta que ayga maystro de escuela porque no sepan pleytos y hordenanzas y serbicio de Dios nuestro Seňor y de su Majestad. Lo haze para que no lo aciente sus bellaquerías y maldades y rrobos».15 De otro lado, notese que la política idiomática colonial, y la educativa más específicamente, no contemplaba la enseňanza de y en quechua a sus propios hablantes. De hecho, los colegios de nobles impartían, aparte de la enseňanza de la doctrina, los cursos de castellano, música, can-to, y más adelante latin, asi como también el adiestramiento en deter-minados oficios. No hubo en el Peru escuelas de indígenas que formaran escribientes en su propia lengua, como el célebre colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, a cargo del no menos famoso franciscano Bernardino Sahagún (cf Rosenblat 1977, Marzal 1983: cap. VI, 319). Los pocos ca-sos de escribientes indígenas de que se tienen noticias fueron formados gracias a la iniciativa personal de algunos religiosos, como aquellos aimaras asesorados por el P. Bertonio ([1603] 1987: «Alocucion»). Es posible también que algunos ladinos, como el propio Guamán Porna o el anónimo recopilador de los mitos de Huarochirí (cf. Taylor [1607] 1987), o, en fin, los curacas castellanizados (cf Itier 1991), realizaran una «trans-ferencia» de las habilidades escriturarias logradas en castellano al quechua. De manera que, en generál, resultaba justificada la protesta del personaje Tito de los Colloquios, cuando enrostra a sus interlocutores diciéndoles: «Y qué poco cuidado haveis tenido de darnos lectura y libros en nuestra lengua y de traducir algunas obras que nos pudiessen apro-vechar y enseňar. ^Vosotros no predicais y no nos lo enseňais que las letras son manjar del anima?» (cf. Quiroga, op. cit.: 117). 15 El mismo cronista (cf. op. cit.: 590) nos refiere la siguiente anecdota: «Pediö escriuanias un padre, entrando luego a la doctrina del pueblo de Uaquirca en la prouincia de los Aymarays. Como llegö el dicho padre, pidiö al fiscal las escriuanias y dixo el dicho fiscal que lo trayria quanto quiciese de escriuanias y tenteros. Y anci se la trajo una carga. Como bido esto, el dicho padre, pensando de todo sus males y daüos que abfa de hazer a los yndios y que los yndios abian de hazer capitulos ciendo escribanos, y anci dixo: «Hijo, yo no busco que los pueblos ayga tantos escriuanos, que manana luego me boy». Y anci se fue luego ein dicille nada, que no buscaua a los yndios ladinos que sepan leer y escriuir. Y anci los dichos padres deste rreyno no concientan que ayga escuela en este rreyno, cino antes se huelga que sean bozales, ydulatras por rroballe y quitalle a los pobres y con ello propetario y daiio en este rreyno». 147 Rodolfo Cerrön-Palomino 4. El caso de Tito Yupanqui. Como observa Lockhart (op. cit.: cap. XI), la ladinizaciön de los curacas fue un proceso lento y penoso, especialmente en el periodo de la «conquista» (1532-1560). Gradual-mente, algunos de ellos lograrän posesionarse del castellano, incluso podran hablarlo fluidamente, mas no escribirlo, aunque no faltaran quienes lo intentaran, siquiera para estampar aus flrmas con carac-teres torpes.16 Pocas eran las excepciones, como la de Carlos Inca, condiscipulo de Garcilaso, quien hablaba y escribia perfectamente en castellano, situaciön privilegiada a la que habia contribuido su matrimonio con una dama de ascendencia hispänica. Posteriormen-te, a mayor trato con los espanoles, «seruiendo a los dotores», y, en el mejor de los casos, aprovechando las ventajas que podian ofrecerles las escuelas de parroquias, y mäs tarde los colegios para los hyos de los nobles, los caciques ladinizados irian en aumento (cf. Burga 1988: Parte III, cap. II, 343ss). Ejemplos prototipicos de ladinos, descen-dientes de la elite local, serian los cronistas Guaman Poma de Ayala y Joan Santa Cruz Pachacuti Salcamayhua, indio lucana el primero y collagua el segundo. Ambos dejaron afortunadamente testimonio escrito del castellano que manejabari. Otro tanto podemos decir de Francisco Tito Yupanqui, escultor de la virgen de Copacabana, y au-tor de una «Relation». En lo que sigue nos ocuparemos de este ladino igualmente ejemplar. Los datos de que disponemos acerca del escultor indio son escasos e indirectos. En efecto, algo podemos rescatar de el en las päginas de la historia del santuario de Copacabana escrita por el criollo huamanguino Baltazar Ramos Gavilän ([1621] 1988: Libro II, caps. II-VI), y en me-nor medida en las de la Crönica moralizada del agustino de la Calancha (op. cit.: Libro IV, cap. XIV, 1965), pero tambien de la misma «Relation» que el propio artista nos dejö.17 De las referencias proporcionadas se desprende que nuestro per-sonaje descendia de «nobles, y de la casa Real del Inga». Era deudo, por linea paterna, de Apu Inga Sucso, «nieto de Viracocha Inga», 16 Apunta Lockhart (op. cit.: cap. XI, 226) que «los caciques tuvieron poco exito en el aprendizaje del espaiiol. En 1550 ni el cacique de Lima ni el de Huarochiri, en la sierra del valle de Lima, podian hablar bien el espanol, aun cuando su ärea habia sido el punto de mayor efecto de la cultura espanola durante veinte anos». 17 Sorprende que el Diccionario de artifices de la America Meridional, de Vargas Ugarte (1968), no consigne ni siquiera el norabre del autor. Gisbert (1980: 99), por su parte, apenas lo menciona. Curiosamente, Espinoza Soriano (1972), que ofrece un amplio y documentado estudio sobre Ramos Gavilän y su obra, ignora campantemente la persona de Tito Yupanqui y ni siquiera hace referenda a la «Relaciön». 148 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinizaciön abuelo de Tupac Inca Yupanqui y bisabuelo de Huaina Capac. Cuan-do el padre de este, Tupac Inca, somete a los aimaras, puquina-collas y uros asentados en las orillas del «lago de Poquina», dispone el repoblamiento de la provincia conquistada, tomando como sede la peninsula de Copacabana. Ella seria destinada exclusivamente a los indios puestos al servicio de la divinidad que, segun la tradi-ciön, halläbase escondida en la isla que mäs tarde daria nombre a todo el lago: Titicaca. El inca conquistador habia ordenado la con-centraciön de «cuarentidös naciones» en la zona, llevando «gente de su parentela, trayendo del Cuzco algunos comünmente Uamados Ingas, o Incas, para que estos tuviessen sujetas las demäs nacio-nes, que alli avian de recidir, para guarda del adoratorio» (Ramos, op. cit.: Libro II, cap. XII, 85). Uno de tales ingas habia sido preci-samente Apu Inga Sucso. A este le sucederia Apu Chalco Yupanqui, mandado asesinar por Manco Inca, el soberano en armas, por su colaboracionismo con los espanoles. Lo reemplazarian Alonso Viracocha Inga, y mäs tarde, su hermano Pablo (ca. 1600). Tito Yupanqui, que hace menciön a estos gobernadores como «sus her-manos», debiö tener una relaciön colateral cercana con ellos. No sabemos la fecha de su nacimiento, pero si de su muerte, acaecida el 6 de diciembre de 1616, en la iglesia de los encomenderos de Caima en Arequipa (cf. Chacön Torres 1973: 66). De manera que su ciclo vital debiö haber transcurrido entre mediados del s. XV y el primer quinquenio del siguiente, pero al momento en que Ramos escribia su historia (en la segunda decada del XVII) ya era hombre fallecido, sobreviviendole su hermano Felipe de Leon. Siendo miembro de la nobleza local, es de suponer que Tito Yupanqui haya tenido acceso a una educaciön formal como la que se ofrecia a los de su condiciön. Alli, en la escuela conventual de Copacabana, apren-deria castellano, asi como el «artificio» de su lectura y escritura. Pero, ademäs, habria mostrado tener cuahdades especiales para ciertos ofi-cios, entre ellos la pintura y particularmente la talladura. Ganado por estas aficiones habria trabajado como ayudante de maestros y artifi-ces espanoles siempre atareados en la pintura y escultura de las imä-genes que poblarian los templos de los pueblos del altiplano. Sus andanzas de aprenchz lo llevarian por las ciudades de Chuquiyapu (La Paz), Potocchi (Potosi) y Charcas (La Plata). Viendo las virgenes de los templos que frecuentaba fue concibiendo la idea de tallar una imagen para la iglesia de su aldea natal. Una de ellas le impresionaria particularmente: Santa Maria de la Pefia de Francia, de la iglesia de Santo Domingo (Gisbert, op. cit.: 99). 149 Rodolfo Cerrón-Palomino Tras veneer un sinnúmero de dificultades y resistencias no sólo de las autoridades eclesiásticas sino incluso de sus propios compoblanos logra coronar finalmente su anhelo: la imagen tallada por él hacía su ingreso apoteósico al santuario de Copacabana el 2 de febrero de 1583. El aeonteeimiento era un verdadero prodigio desde el momento en que, por primera vez, un indigena lograba romper el monopolio del arte escultórico hasta entonces en manos exclusivas de los espaňoles. Sig-nificaba la ruptúra de la «diglosia» cultural asumida como un hecho establecido tanto por los grupos dominantes como dominados: «los Natorales no se poeden hazer el Imágenes del Vergen, ne voltos», de-cian los espaňoles, y los indios, a su turno, «no lo querian recebir el Santa Vergen, e lo dexeron que lo avian di traer otro Emagen bueno di Lima o Castilla». Luego del triunfo artistico, Tito Yupanqui realizaría otras escul-turas no menos importantes, esta vez consideradas como «obra de dies-tro». Entre ellas figurarian la imagen de la Virgen de Pucarani («Nues-tra Seňora de la Gratia»), ingresada en el templo en 1589; y la de Guarina. Tal es lo poco que se conoce de la vida y la obra del insigne escultor, «venturoso indio, que lo eseogió Dios para que las imágenes que iziese admiraran con milagros, i fuesen portento de maravillas» (cf de la Calancha, op. cit.: 1965). De sus tribulationes como escultor debutante, asi como de su triunfo apoteósico como artista, nos ha dejado feliz-mente, de su puňo y letra, el texto revelador que examinaremos, y que constituye la unica pieza «autobiografica» escrita por un artista andino (cf. Gisbert, op. cit: 108). 5. La «Relacion». El documento que nos ocupa es un texto breve redactado en castellano, y dado a conocer por el cronista Ramos Gavi-lán, quien lo transcribe como uno de los capítulos de su obra (op. cit.: Libro II, cap. VI). Según el mismo historiador, indagando sobre «el prin-tipio, y origen verdadero» de la imagen de la Virgen de Copacabana, tropezó con el hermano del escultor, Felipe de Leon, quien le «entrego una relación, que el defunto dexó hecha de su propia mano». De la lectu-ra de los capítulos previos de la crónica se desprende que el autor tejió su narration sobre la base de las informaciones contenidas en la «Relacion». No contento con ello, la transeribió «para que se conozea su Uane-za [la del escultor], bondad, y santa simplitidad», poniéndola «por el mismo estilo que él la tenia, que a de dar gusto a todos los que la leyeren» (op. cit.: 234; énfasis agregado). Como ignoramos el paradero del ma- 150 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinización nuscrito de la obra, publicada en Lima en 1621, no queda sino confiar en la fidelidad tanto de su trascripción original como de su impresión.18 Admitido ello, no deja de asombrar que un texto redactado en «media lengua» haya sido preservado en su integridad, posiblemente en aras de la «simplicidad» y «llaneza» de estilo de su autor, palabras condescendientes, por razones obvias a no dudarlo, frente a una típica manifestación de castellano quebrado que, en otras condiciones y tra-tándose de un escribiente anónimo, no se habría vacilado en tildar de «lamentable y iidicula». El texto, como puede apreciarse (véase éíApén-dice A), resulta fluido y coherente, una vez reconocidas las «sistema-ticidades» de sus peculiaridades, conforme se vera. Antes de ofrecer el análisis respectivo conviene que nos detenga-mos en la averiguación de la lengua materna del autor. Para comen-zar, el asunto no es de fácil dilucidación, pues bien pudo haber sido el quechua como también el aimara, para mencionar sólo a dos de las lenguas mayores, descartando al puquina, ya en franco retroceso por entonces. Fuera de estas lenguas, y aparte de la uruquilla, todavia subsistirian en la peninsula muchas otras hablas propias de las cuarentidós «naciones» que habían sido transplantadas en calidad de mitmas por orden de Tupac Yupanqui. Tras siglo y medio de haber sido relocalizadas, por el tiempo que esMibía Ramos Gavilán las más de ellas estaban «desmembradas, que apenas se halla alguna que conserve el apellido y la insignia de su nacion» (op. ciť. Libro I, cap. XII, 85). Aunque cuatro de ellas, segun el mismo cronista, estaban «en algun aumento»: los Ingas, lupacas, chinchaisuyos, «y aun también los aymaras, que son los Collas, y Uros». Si asumimos que ingas y chinchaisuyos hablaban diferentes dialectos quechuas, por un lado, del mismo modo que los lupacas y aimaras participaban de una misma lengua aimara, por el otro, entonces los grupos idiomáticos en aumento se reducirian en buena cuenta a tres: quechua, aimara y uruquilla, con-forme seňalamos al principio. Descartando la ultima, estigmatizada por quechuas y aimaras, £cual de ellas habría sido la lengua materna del autor? 18 Manejamos la version preparada por Ignacio Prado Pastor, que reproduce la edition principe aparecida en Lima (1621) en los talleres del impresor Gerónimo de Contreras. Por lo que concierne al texto de la «Relation», apenas habría sido alterado ligeramente en la colocación de acentos y en la puntuación (cf. «Normas de transcription"). La otra edition moderna es aquella aparecida en La Paz (1976), a cargo de la Academia Boliviana de la História, la misma que no resulto muy cuidada. Sobre otros intentos previ os de edition, véase Espinoza Soriano (art. cit.). 151 Rodolfo Cerrón-Palomino Al respecto, no creemos aventurado sostener que ella habría sido el quechua, dada la procedencia de sus ascendientes; aunque, nacido en un contexto multiétnico y plurilingüe, bien pudo naberie sido familiar también el aimara. Por lo que toca al quechua, desprovisto ya del apara-to administrativo que lo sustentaba, estaria en franco retroceso en favor del aimara. Con el correr del tiempo, en efecto, la lengua de superestrato (el quechua) se replegaría en dirección noroeste, dejándole el espacio libre a aquél. Cualquiera que haya sido el idioma materno de Francisco Tito: quechua o aimara, o ambos a la vez, el hecho es que, en la medida en que las lenguas comparten un extraordinario paralelismo estructu-ral,19 su castellano debió resentirse por igual de las mismas marcas. Hecha tal salvedad, en lo que sigue nos detendremos en el examen foné-tico-fonológico y gramatical del texto titoyupanquino.20 5.1. Aspectos fonológicos. En el Apéndice C se listan todos los casos que ilustran los tipos de conflictos fonológicos que presentaba el castellano de Tito Yupanqui, según se echa de ver en el texto (véase Apéndice A). Los problemas involucrados afectan, más que al consonantismo, al subsistema vocálico, sea que sus unidades aparez-can solas o formando secuencias y diptongos. Veamos cada uno de los subsistemas por separado. 5.11. Vocalismo. Se advierte la inestabilidad de las vocales altas y medias debido a la inseguridad en el manejo de las mismas. Dicha confusion se deja sentir en mayor medida entre las anteriores: asi, la 19 El asunto de las relaciones, genéticas o no, que guardan entre sí el quechua y el aimara (sureňo y central) constituye uno de los problemas aún no resueltos de la lingüistica andina. El hecho es que, sincrónicaraente, el paralelismo alcanza a todos los niveles de la gramática, desde el fonológico hasta el léxico-semántico. Para un estado de la cuestión, véase ahora Cerrón-Palomino (2000: cap. VIII). Un bosquejo contrastivo de las estructuras básicas del quechua cuzqueňo y del aimara es el ofreci-do por Cerrón-Palomino (1994b). Como lo hemos senalado en otro lugar (véase, por ejemplo, ensayo 4), por consiguiente, los efectos que tales idiomas ejercen sobre el castellano son idénticos, en la medida en que ambos sistemas poseen estructuras pa-ralelas. Asi, por ejemplo, las conclusiones a las que llegan tanto Hosokawa (1981) como Hardman {1982), incidiendo en los aspectos fonológicos el uno y morfosintácticos la otra, pueden aplicarse indistintamente al aimara o al quechua, respectivamente. 20 Seňalemos, de paso, que ya en una oportunidad anterior habíamos llamado la atención sobre la importancia del documento en cuestión (véase ensayo 4). Asimismo, Godenzzi (1991), en una nota sobre la discordancia en el castellano de los escribientes andinos «de ayer y hoy», discute algunos ejemplos entresacados de la «Relation». En dicho trabajo se habla de Topa Yupanqui en lugar de Tito Yupanqui, por error, como el autor del texto. 152 La forja del castellano andino o el penoso camino de la ladinización /e/ es reemplazada por N (como en dicir, ondi, pindón, etc.; c/". BI, 1.1), pero también ésta es sustituida por/e/ (tal los casos de dormer, obespo, Trenedad, etc.; cf, BI, 1.2). Lo propio ocurre, aunque en menor medida, con las vocales posteriores. De hecho, a la par que se registra sólo un caso de trocamiento de /o/ por /u/ (poso - posu), el proceso inverso, o sea el cambio de /u/ por /o/, es más recurrente (por ejemplo, boscar, mocho, ono, etc.; cf. BI, 1.4). En relación con el tratamiento de secuencias vocálicas y diptongos, se advierten, en general, dos tendentias. Una es la monoptongación (o contracción, si se trata de una secuencia) en favor del elemento abierto (cf. la vacilación tempo ~ timpu). Ello ocurre sobre todo con el diptongo lie! (como en desendo, pedendo, etc.; cf. BII, 2.1.a) y en menor medida con /ue/ (por ejemplo, logo, sorte; cf. BII, 2.2). La otra proclividad con-siste en la asimilación del elemento cerrado de la secuencia, que ad-quiere timbre abierto (como en tenea, uenea, etc.; cf. BII, 2.3). En el primero de los casos, sobre todo, se advierte una gran variation en el tratamiento respectivo (cf, por ejemplo, BII, 2.1b). Otros fenómenos, más esporádicos (debido también, sin duda, al carácter limitado del corpus), incluyendo algunas formas hipercorrectas, pueden verse en BII, 2.4 (los casos de afligívamos, sabíbamos responden, obviamente, a la presión analógica ejertida por una forma como íbamos). 5.12. Consonantismo. Por lo que toca al tratamiento de las conso-nantes (véase BIU), el corpus apenas registra algunas peculiaridades como, por ejemplo, el ensordecimiento de /d/ y /g/ (matre, Domenco, etc.), formando grupo consonántico. No se registran instanci as de sus-titución de /b/ por /p/. El fenómeno, sin embargo, dista de ser general, pues no solamente se advierte la alternantia patre ~ padre sino que se consignan otras secuencias «intactas» (cf Illb). Notese, de paso, el re-gistro de un caso inverso de sonorización por ultracorrecrión: de fando. Otro fenómeno que se insinúa es la metátesis de grupos consonánticos tanto en position initial como intermedia (quelrrigo, pintaldo, etc.; cf. IIIc); aquí también, por lo menos para el primer caso, encontramos abundantes ejemplos de haces intactos de muda con líquida (predicar, trabajo, etc.). 5.2. Interpretación. Como es ya sabido,21 los fenómenos observa-dos en el texto comentado son explicables a partir de la lengua mater- 21 Véanse ensayos 2 y 4; cf. también Rivarola (1990a, 1990b: caps. VIII-X). Seňale-mos de paso que el fenómeno en su conjunto, es decir tanto en sus manifestaciones 153 Rodolfo Cerrön-Palomino na de su autor, cualquiera que esta haya sido: quechua, aimara, o ambas a la vez. Se trata de un caso tipico de interferencia motivado por la acciön de los häbitos articulatorios del hablante ajenos a los del caste-llano. Contrastado, en efecto, el sistema fonolögico del quechua (o del aimara) con el del castellano, el priniero de ellos acusa algunas res-tricciones tanto de naturaleza inventarial como distributional, que explican el surgimiento de los problemas involucrados (para mayores detalles, vease Cerrön-Palomino 1987c: cap. IX, § 9.1). Asi, tanto el quechua como el aimara registran un sistema trivocälico minim o /i,u,a/, donde las altas poseen una capatidad de desplazamiento, en el piano de su realization, desde el punto mäs cerrado [i,u] hasta el mäs abierto [e,o], en este ultimo caso incitadas por la presencia de una articulation postvelar. Esta situation, obviamente, ejerce una influen-cia negativa de caräcter hipodiferenciador en la segunda lengua, en este caso el castellano, que restringe el campo de dispersion de sus vocales tanto anteriores como posteriores al hacer la distinciön funtio-nal entre altas y medias. Ello ayudaria a comprender la desorienta-ciön del bilingüe imperfecto que no acierta a percibir ni a articular diferencialmente las vocales respectivas, interpretando erräticamente las cerradas como abiertas y estas como cerradas: en cualquier caso, sin embargo, los matices de apertura o cerrazon no son identicos en las lenguas contrastadas. El problema se agudiza cuando las vocales caste-lianas aparecen en secuencia o formando diptongos, pues el canon siläbico de la «lengua de entrada» no tolera tales estructuras: a la confusion de los timbres vocälicos se agregan los procesos de monopton-gation, asimilaciön, o simplification en general, vistos en su oportuni-dad. Por lo demäs, seria infructuoso pretender encontrar reglas sistemäticas de sustitutiön y/o acomodaciön en el corpus disponible: por el contrario, el patron parece ser el de una completa inestabilidad y confusion, fenömeno corriente entre los bilingües intermedios, hecho que ademäs se traduce en las alternancias y las formas ultracorrectas (c/1, por ejemplo, sifior ~ senior, boltos - vultos - vueltos). Los conflictos de naturaleza consonantica pueden explicarse, igual-mente, como resultado de la presiön de la lengua fuente. Esta, en efecto, no registra oclusivas sonoras, pudiendo achacarse a dicho factor la ten-dencia hacia el ensordecimiento, si bien en forma variable, observada en el documento. Lo propio puede decirse de la proclividad hacia la descomposition, via metätesis, de los grupos consonänticos: la lengua fonolögicas como morfosintacticas, recibe en el area andina el nombre de tnotosidad o motoseo. 154 La forja del castellano andino o ei penoso camino de la ladinización nativa, a la vez que restringe la distribución disilábica de sus consonan-tes, prohíbe terminantemente todo tipo de hacinamiento consonántico de carácter tautosilábico. En ambos casos, sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con las vocales, los conílictos consignados son menos recu-rrentes, y los contraejemplos a la tendencia observada forman legión. 5.2. Aspectos morfosintácticos. El Apéndice C muestra tres ras-gos típicos que caracterizan el habla de Tito Yupanqui: (a) el relacio-nado con la concordancia de género y numero; (b) el vinculado con la pronominalización de la frase nominal en función de objeto directo e indirecto; y (c) el relativo a la falsa pronominalización. Dichos fenóme-nos, lej os de ser esporádicos, constituyen manifestaciones altamente sistemáticas, conforme podrá verificarse a través del corpus extraído. En lo que sigue nos ocuparemos de cada una de tales peculiaridades. 5.2.1. Discordancia gramatical. Como puede observarse en el material ofrecido en Cl, 1.1 y Cl, 1.2, la discordancia de género y numero es una constante sistemática en el castellano del escultor indio. En efecto, por lo que toca a la primera propiedad, tanto en la concordancia del artículo —o del determinante en general— con el nombre como en la del adjetivo o modiíicador con el mÍLmo, el elemento concordante aparece neutralizado en su forma masculina. Asi, por ejemplo, el cápi-lla, on bara, este hechora, etc., por un lado; y Emagen bueno, hiehora bueno, etc., por el otro, Esporádicamente se advierten algunas alternan-cias en favor de la variante correcta: el imagen - la emagen, el licencia ~ la licencia, il Vergen - la Vergen; o también imagen acabado, pero Vergen pentada; hiehora bueno, al lado de hiehora mala. Los casos de concordancia correcta son muy pocos: la misa, las casas, esta casa, essa noche, nuestra casa, nuestra Seňora, mocha falta. Y en lo que respecta a la concordancia de numero, la «desviacion» se manifiesta, igualmente, en la inmovilización en favor del determinante: asi, el imágenes (pero también estes obra), aunque no faltan formas «correctas» como los gen-tes, los hechoras, todo ello en la frase nominal; en cambio la concordancia de sujeto-verbo tiende a observarse de un modo regular, con alguna «infraccion» aislada como parece barbas. Como en el caso de los fenómenos de naturaleza fónica observados, aquí también es tamo s, sin duda alguna, frente a los efectos de la len-gua materna del autor: el quechua, al igual que el aimara, no posee la categoría gramatical de género en tanto que la de numero —optional en algunos casos— se rige por reglas diferentes a las del castellano. Se trata, como se ve, de una interferencia de carácter negativo incitada 155 Rodolfo Cerrón-Palomino por los esquemas gramaticales de la lengua de entrada, los que se impo-nen neutralizando distinciones importantes —aunque no siempre nece-sarias— hechas por la lengua de llegada. Los casos de vacilaciön y ultracorrecciön vistos no hacen sino corroborar la confusiön creada por el desconocimiento, de parte del aprendiz, de las reglas que subyacen a los procesos morfosintäcticos en consideraciön. Lo dicho es välido sobre todo para la concordancia de genero. Por lo que respecta a la de nümero, la lengua nativa observa la concordancia de sujeto verbo: (a) en la pri-mera persona (nuqa-nchik miku-nchik 'nosotros (inclusivo) comemos'); (b) en la segunda, opcional en algunos dialectos (qam-kuna miku-nki-chik 'ustedes comen'); en la tercera persona, enteramente opcional (pay~ kuna miku-n o pay-kuna miku-n-ku 'ellos/ellas comen). Recuerdese que lo dicho para el quechua, cuyos ejemplos son los mostrados, encuentra su paralelo en el aimara. 5*2.2. Pronominalizaciön objetiva. En la seccion II del apendice respectivo ofrecemos parte del corpus extraido del texto a los efectos de ilustrar la pronominalizaciön de la fräse nominal en funciön de objeto directo. La subsecciön IIa ejemplifica el empleo del pronombre redundante cuando la FN precede al verbo en el contexto no necesaria-mente inmediato,22 incluyendo casos en los que aquella aparece relativi-zada; la IIb, a su turno, muestra procesos de pronominaUzaciön redundante cuando la FN se da despues del verbo. La seccion III proporciona los pocos ejemplos de pronominalizaciön de objeto indi-recto que se han podido detectar, y aun algunos de ellos resultan am-biguos, pues podrian estar sustituyendo a un OD. Como puede apre-ciarse, en todos los casos se advierte la neutralizaciön de las formas pronominales del castellano modelico (le/les, para el indirecto; lo/los y la/las, para el directo) en una sola: lo, indistintamente del tipo de objeto, asi como del genero (fme hichora] me lo sacaron in el sacristta) y del nümero (anduvimos merändolo los Eclesias) de la FN pronominalizada. Sin embargo, por lo menos en relaciön con el marcamiento de genero, ello no es de extranar, toda vez que, tras su indistinciön general (cf. 5.21), los ejemplos listados muestran en ver-dad una cokerencia, en la medida en que el pronombre armoniza con la FN previamente neutralizada en masculino. En cuanto a la discordan-cia de nümero, apenas hemos encontrado un solo ejemplo en el cual el 22 Notese que las porciones aňadidas entre corchetes han sido entresacadas del mismo texto, respetando su posición original, aunque infiriéndolas en algunos casos. Las proporcionadas entre paréntesis, por el contrario, son agregados nuestros. 156 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinizaciön pronombre aparece pluralizado: [a los diez hermanos] los embiö antes de oraciön. Nötese, por lo demäs, cömo la segunda estrategia —la del pronombre prepuesto (relacion cataförica)— es la mäs recurrente. Ahora bien, tal como fuera observado (c/1, por ejemplo, Kany 1969: cap. V, 148-151), si bien el uso de lo redundante, monogenerico y polivalente, no es exclusivo del ärea andina, pues se lo encuentra en zonas ajenas a ella, tambien es cierto que su empleo es muy compacto, sintomäticamente, en territorios de intenso contacto castellano-que-chuaru (vease Escobar Basurto 1990: cap. VI y las referencias citadas alli). Razones de estrategia comunicativa,23 la indistincidn de genero en las lenguas nativas, y posibles convergencias morfosemänticas (vease lmeas abajo), podrian haber actuado —como parecen estar operando en los bilingües contemporaneos— en el reforzamiento (£y aun conso-lidaciön?) del empleo redundante de lo. 5.2.3. Falsa pronominalizacion: el otro «lo». La secciön IV del ap^ndice respectivo ilustra un uso completamente inusitado de lo (con una sola excepciön: la fite a la Eclesia, que parece ultracorrecciön). En efecto, a diferencia de los casos ya vistos, su presencia no parece res-ponder a ningun proceso de pronominalizacion. Ello porque, como po-drä apreciarse, los verbos de las oraciones respectivas no admiten com-plemento directo ni indirecto. Asi, pues, los verbos involucrados son: (a) serf estar (copulativos); (b) parecer (ecuativo); (c) ir, venir, salir, entrar, llegar, etc. (de movimiento); y (d) reir. Que se sepa, dicho empleo no ha sido reportado para ninguna zona dialectal del castellano, excepto la andina. Aqui, en cambio, aparece documentado entre los escritores indios. Ademäs de Tito Yupanqui, Santa Cruz Pachacuti ([16131 1968) es otro de los autores que trae numerosos ejemplos de tal uso.24 Curiosamente, sin embargo, no parece ocurrir en Guaman Poma. Modernamente, el fenömeno ha sido reportado en el altiplano y en el noroeste argentino.26 Por nuestra parte, 23Se trataria, segun Kany (op. cit.: 148), de «un esfuerzo compensatorio por estable-cer mayor claridad en un idioma en el que el orden extraordinariamente libre de las palabras y la supresiön frecuente del pronombre sujeto podrian provocar cierta oscuri-dad». Vease tambiön Escobar Basurto (op. cit: 94) para una interpretaciön similar del doble marcamiento de objeto directo en el habla de los bilingües asentados en Lima. 24Citemos al azar algunos: dicho Tunupa, a la despedida, lo hart llegado (248), y luego como lo llegö funo de los hermanos] (285), serros nibados, donde jamds los hom-bres los llegauan (293), al ßn los habia fallecido, siendo ya hombre hecho (289). 25 Asi, Godenzzi (1986), en su estudio sobre el castellano de Puno, encuentra ejemplos como casi lohe entrado a Bolivia, pero no lo he entrado, medio zonzo lo he vuelto, 157 Rodolfo Cerrön-Palomino observamos que dicho uso es igualmente comün en la sierra central peruana, particularmente en el valle del Mantaro: expresiones del tipo ya lo llegö, ya lo muriö, lo durmio rdpido, ilo uoy onolo voy?, etc. son propias del castellano rural de la zona. ^Cömo explicar el surgimiento de semejante fenömeno? Hace algun tiempo (vease el ensayo 9, nota 2), sugeiiamos una hi-pötesis al respecto. Senaläbamos, con datos provenientes del Mantaro, que dicho lo podrfa ser un calco del sufijo aspectual quechua ~rqu, cu-riosamente realizado como -Hu en el dialecto de la zona. En efecto, expresiones del tipo li-?lu-nr asi-?lu-n, wanu-?lu-n} etc. son traducidas espontäneamente como lo fue', 'lo riö', ya lo muriö', respectivamente, por el hablante bilingüe. En las expresiones quechuas, el matiz que -l?u le imprime al verbo es el de un proceso realizado en forma räpida, total y definitiva, como si un estado previo de contenciön encontrara su liberaciön: precisamente dicho aspecto terminativo parece traducirse con la particula adverbial ya en las correspondientes formas castella-nas. La correlaciön formal y semäntica que postuläbamos entonces fue observada, en principio correctamente, por Muysken (1984), aducien-do que se trataba de una explicaciön demasiado localista para un fenömeno de amplia cobertura. Ciertamente, creemos que, sobre todo el parecido formal -l?u Ilo, es un hecho puramente accidental y especifico de la zona. Quisieramos insistir, no obstante, en que el parecido semäntico subsiste. De otro lado, autores argentinos como Lafone y Quevedo (1898:152) y Nardi (1976), al llamar la atenciön sobre el lo superfluo en casos como los ilustrados en la subsecciön IIb, buscaron darle una explicaciön sustratistica a partir del sufijo quechua -pu. Decia, en efecto, el segundo de los mencionados:26 «Otro prestamo del quechua es el uso de lo redundante junto a objeto directo expreso y sin concordancia de genero. Corresponde al empleo frecuente en quechua del sufijo de flexiön verbal /-pu/, indicador de que la acciön no es beneficio del actor y que tiene un objeto directo o indirecto de tercera persona. Por ejemplo: Te lo vamos a cortar la soga, Töcamelo la chacarera, etc.». ^Hasta que etc., en los que se pone en duda el caräcter sustitutorio (de OD u Ol) de £o, sugiriendo que «podrfa tratarse simplemente de un refuerzo del verbo o de un recurso estilfstico». De igual manera, Rumi Nawi (1991), en un trabajo por lo demäs peligrosamente pro-clive a las interpretaciones sustratisticas fäciles, proporciona los siguientes ejemplos propios del noroeste argentino: (ellaj se me lo larga a llorar, la chiquita \io se me lo ha resfriado. 26 Las referencias a Lafone y Nardi las tomamos de Rumi Nawi (pp. cit.), al no haber podido acceder a las fuentes mencionadas directamente. 158 La forja del castellano andtno o el penoso Camino de la ladinización punto puede invocarse el calco semäntico de dicho sufijo no solo para los casos de IIb sino para los de IV? En realidad, el valor que Nardi le asigna a -pu es uno de los que tiene, pues aparte del mencionado (que puede llegar a ser perjudicial: apa-pu-n 'se lo arrebato'), tambien posee un matiz benefactivo, es de-cir, de provecho tanto personal como ajeno. Gonzalez Holguin (op. cit.: Libro III, cap. II, 114v) le asigna, en efecto, tres valores: 'beneficio personal' («por mi amor, o por mi respecto, o en bien mio, o para mi»): 'detrimento' («hazer lo que dize el verbo en dano de otro o cötra su voluntad o gusto, o por fuerca o por engano»); y Vepetitivo' («hazer otra vez, o tornar a hazer lo que dize el verbo o repetir la accion otra vez»: punu-pu- 'tornarse a doraüV). Ahora bien, cercano a este matiz estä otro, que expresa una accion repentina o inesperada (wanu-pu- 'morir-se räpidamente, de una vez'), y es en este punto que se intersecta con uno de los valores de -rqu, pues este sufijo igualmente «significa que la accion del verbo debe ser ejecutada räpida y repentinamente» {cf. Middendorf [1890] 1970: cap. X, 169,188). Por lo demäs, nötese cömo, en esta significaciön, el huanca (dialecto vallemantarino) hace uso de -l?u allf donde los dialectos surenos emplean -pu: de esta manera, lo habria podido henchirse del mismo significado a partir de formas dife-rentes. Pues bien, aun cuando no es fäcil entrever una clara correlacion semäntica entre los morfemas quechuas mencionados y el clitico castellano, creemos que en los ejemplos de IIb, pero sobre todo en los de IV, el ultimo cumple una funciön aspectual en la variedad andina, por lo que no serfa apropiado hablar de lo redundante o superfluo, pues aun cuando en el primer caso podria justificarse dicho calificativo (por lo menos desde el punto de vista etimolögico), en el segundo la Situation es radicalmente diferente: aquf lo no redunda sobre nada, y en cambio expresa un matiz aspectual que, si bien parece elusivo, no re-sulta del todo inasible a partir de las glosas de las expresiones quechuas que conllevan -pu.27 Despues de todo, no seria este el ünico caso en el que una forma castellana deviene insuflada de una carga semäntica 27 Aunque en el aimara los valores benefactivo y malefactivo se dan desdoblados formalmente en -rapi y -raqa, respectivamente, el primero puede conllevar también cierto matiz detrimental, como lo seňala Bertonio (11603] 1879: Parte III, 294): «Algu-nas veces [-rapi] también significa como casi en dano de otro». Sin embargo, el significado de acción momentánea y repentina, que es el que nos interesa aquí, nos lo da el sufijo -ťa, equivalente del quechua -rqu. Notese, de paso, que el quechua punefio registra el hibrido -rt'a, formado por la combinación de rqu y -ťa (cf. Adelaar 1987). 159 Rodolfo Cerrón-Palomino quechua o aimara. Recordemos únicamente cómo las formas del pluscuamperfecto castellano no son ya tales en la variedad andina, pues aquí significan más bien un pasado sorpresivo, de «subito descu-brimiento»: él había venido significa en verdad 'no sabía que iba a venir, y vino', en claro calco de las fórmas -sqa y -ta del quechua y del aimara, respectivamente. No en vano, pues, el castellano coexiste con estas lenguas —en reaUdad sus hablantes— por espacio de alrededor de cinco centurias. 6. Apreciación final. Conforme se habrá notado, aparte de los as-pectos fonético-fonológicos tipificadores del habla büingüe que subyacen al texto titoyupanquino, el examen relativo al nivel morfosintáctico sólo se ha centrado, tal como se vio, en la consideración de dos fenóme-nos conspicuos: la discordancia de género y numero y el empleo de lo con valor plurifuncional y polivalente. Hay, sin duda, otras peculiari-dades igualmente importantes, si bien menos recurrentes, dada la li-mitada extension del texto. Asi, por ejemplo, no obstante que, a diferencia de lo que ocurre con otros documentos de su género ip.gr. la crónica de Santa Cruz Pachacuti), el empleo del articulo determinado es consistente, aunque neutralizado en il - el —con esporádicas ocu-rrencias de los—, no dejan de asomar expresiones como in altar o para cofradia, que delatan la pugna entre los esquemas de la lengua fuente —que desconoce tal categoría— y los del castellano estándar. Más in-teresante, por su carácter «clandestino», es sin duda el calco semántico, en virtud del cual formas y esquemas de la lengua «de Uegada» se reacondicionan, semánticamente, de modo de plasmar la forma interior de la lengua de entrada. Un caso excepcional de ello es, conforme vimos, el lo aspectual, o el pasado sorpresivo, apenas mencionado. Notese, para abundar sobre esto ultimo, la extraňeza del giro más que su aňo con medio en lugar de más de un aňo y medio: las preposiciones sa y con traducen obviamente el partitivo -n de wata-n 'su aňo' y el inclusivo -ntin de chawpi mita-ntin 'con medio'; o la «traduccion» del benefactivo -ku —equivalente del -si aimara— en la expresión para que se saliese bueno este hechora (donde el se no es condicional). Los fenómenos observados, por lo demás, constituyen hechos recurrentes no sólo en la producción cronística india sino también en los documentos de menor envergadura redactados por escríbanos y escri-bientes ladinos que, afortunadamente, están siendo exhumados de los archivos y expedientes judiciales de la colonia (cf. Rivarola 1990a, 1990b: caps. VIII-X). Es más, las mismas particularidades fonológicas, morfosintácticas y semánticas asoman, persistentemente, en el habla 160 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinización de los bilingües tanto iniciales como intermedios de procedencia quechua o aimara. Es decir, en aquellas zonas de fuerte adstrato los fenómenos se reeditan hasta la actualidad. Seria un error creer, sin embargo, que tales rasgos, en la medida en que parecen estar asocia-dos a procesos de aprendizaje de una segunda lengua y en contextos de adstrato diglósico, constituyen manifestaciones transicionales y con-tingentes, sensibles al grado de dominio de la lengua meta o a los pro-cedimientos correctivos de la escuela. Ocurre que muchos de ellos, particularmente los de carácter morfosintáctico y semántico, se dan tranquilamente, no ya únicamente en zonas de contacto idiomático, sino también en areas completamente dequechuizadas (o deaima-rizadas) muy distantes entre si, como el valle del Mantaro o el noroes-te argentino. En tal sentido definen lo que Escobar Sambrano (1978: cap. 2,32) denominaba «la primera y más amplia capa horizontal de la dialectología del castellano» andino. El espacio andino se constituye de esta manera, una vez más, en un verdadero melting pot idiomático. Para el estudioso de la linguistica del area este hecho no es seguramente ninguna novedad: a lo largo de milenios se han producido interinfluencias, en modo alguno ajenas a las relaciones de poder entre las distintas lenguas que allí se dieron cita, especialmente entre las llamadas «mayores». Naturalmente, en los esfuerzos por deslindar los aportes de una u otra lengua en una doble direction —de arriba hacia abajo y al revés— habrá que obrar con mucha cautela, de manera de evitar caer en posiciones extremes. Afortunadamente, en el presente caso, el tema no sólo puede ser abor-dado sincrónicamente, a través de su manifestation actual, sino que podemos sorprender la genesis del mismo en la documentation colonial, sin perder de vista el contexto socioeconomic© y cultural que enmarca los conflictos idiomáticos. Después de todo, como decíamos, Guaman Porna, Santa Cruz Pachacuti, o el mismo Tito Yupanqui, parecen reencarnarse constantemente en cada escribiente anónimo de las ciudades y comarcas andinas. 161 Rodolfo Ceirfo-Palomino APÉNDICE A Texto de la «Relacion» El primer vez que lo impesábamos, don Felipe de Lion me hirmano con mego, on hechora del Vergen di barro, di on bara di grande, in timpo di on patře quelrrigo, llamado Antonio di Almeda, que mi lo dexó poneldo in altar, in dondi lo estava más que su ano con medio, y después lo vino otro patře llamado bachiller Montoro, que me lo vendo esto me hichora que no istá mejor di bueno, que me lo saqué mala mala para voz, y me lo sacaron in el sacristía, y dispués disto nos afligívamos, y lo hablávamos yo con me hirmano, que nos lo fuéramos a Potosí, para que nos posiera con nuestro hirmano don Alonso di Viracocha Inca, in il oficio di intallado para que lo aprendíremos mu-cho ben, y dispoés di quando que nos fuemos incontramos a don Alonso Viracocha Inca me hirmano, se olgó di merarmi véndome, yo lo dixe cómo lo fue di aque moynado del sorte que echava me obra el patře, y le conté el enojamento lo dixera me lo posiera al oficial di intallado más que bueno milo inseňara para la intalladura, y me lo dixo que mucho in hora di bueno, y nos fuemos andando y melo llevó in la casa di on mastro que lo llamavan dego di ortez, y me lo dixaron para que lo aprendira de aprindés, dispoés di quando lo sabíbamos on poco di algo di intalladura, me lo fui a ondi istava con el mi hirmano don Alonso Viracocha Inca, y dispoés disto lo dixo que lo es oficio fácil, que yo lo entiendo que lo impesaría on hechora del Vergen, y lo dixo me hirmano que mucho in or a di bueno, y que fuéramos todos los Natorales a ver los hechoras del Vergen, para sacallo di allí pareciendo bueno, y lo anduvimos merándolo los Eclesias ono par a ono, y dispués acirtábamos en la Eclesia dil Santo Domenco, y con on hechora dista Vergen dil propia sorte dil ropage, e dil neňo, e di so grandura con so candela y di la mesma manera le traemos, y despoés disto nos ponéamos a hazer el molde di barro todos tres, e don Felepe, e don Alonso nos ponemos a hazer il molde, silo acabamos como oy y a por il mafiána estava quebra-do, e dispoés lo tornamos a hazer otra vez, y se tornava a quebrar, e otra vez lo hazéamos, e assi se hazea más de tres, o quatro vezeš, y assí nos pessava mucho yo lo rogava a Dios con el Vergen, y nos encomendávamos para que este hechora se saliesse bueno, lo mandé dezir un missa di Santéssema Trenedad, para que se saliese bueno este hechora, e dispoés disto lo trabajamos con lienco, y dispoés lo s a- 162 La forja del castellano andino o el penoso camino de la ladinizaciön camos, lleve al mastro Dego di Ortiz para que lo mirara si lo iba bueno o malo, para que me lo dexera si lo tenea falta, o mal hechora, y me lo dexö bendo el vulto que lo era bueno, y me lo dexo que lo aprendia mocho di bien, no me lo dexo mäs, e yo lo lleve en casa de los pentores, para saber que me lo dizen los pentores, y loego me lo dexeron los pentores que estä mexorado, e que era mal hecho y otros lo dexeron que era bien hecho, esto me lo dexeron los pentores, e me lo queseron enganar, por que estava el Imagen acabado, e blanqueado que no lo faltaba sino ponerlo con oro, logo fui a Choquisaca a pedir el licencia de il Siiior Obespo para cofradia di nuestra Senora, e ser pentor e hazer boltos, e lo lleve un Imagen del Vergen pentada en tabla, para presentarlo a la Senorea que lo presente, con un peticiön que lo dezia que quiero ser pentor, e hazer los hechoras dil Vergen, e melo respon-diö que no lo quiero dar la licencia para que lo seays pentor, ne que lo hagays las hechoras del Vergen, ni vultos y si lo quereys ser pentor pintaldo la mona con so mico, que no os lo quiero dar el licencia para pentor e si vos lo pintays, y lo hazeys vueltos di la Vergen que yo os lo castigare muy bien, e lo sah' dezendo JESUS Santa MARIA välame Dios con el Vergen so matre, que me lo dexeron no estava bien el Imagen, e que lo parece como hombre, y lo estä con sus barbas quelo pare-ce barbas, e lo hecharon mocha falta que no es boena, e malo dexeron que no lo haga no lo haga, e dispoes di quando lo avia visto el Imagen la Senoria, lo rieron mocho todos e los dimäs echando el falta al pentor, e lo meravan quando lo tenian con sus manos, e me lo tomava cada un Espanol, e lo reya di merarlo, e me lo dexeron que los Naturales no se poeden hazer el Imägenes del Vergen, ne voltos y luego estove medio desmayado, e lo fue espantado amohenado porque lo troxe el Imagen ante el Obespo, para que lo riera, e luego la fue al Eclesia para pedir la meserecordea di nostro Senior, para acertar el pintadura di la Emagen di nostra Senoira y lo dimäs, pedendo en me oraciön licencia para alcangar estes obra, e me lo diesse mano para hazer vultos, e para ser buen pentor, e dispoes nos lo venimos todos a Chuquiabo e traemos el Vergen con dos Natorales, e passamos en todos los tambos, e lo llega-mos en el pueblo di Hayohayo al cabeldo de las casas, y lo queremos dormir in ellas, e vino el Corregidor, e me lo querian echar aporrean-do, para que lo traeys a esta casa este defundo, e dispoes que lo dexera, que era un echora del Vergen me lo dexaron dormir essa noche alli, por la manana nos vamos yendo a Chuquiabo, e Uegamos a nostra casa, e de allä vamos a boscar on mastro para que lo acabemos, e lo hagamos mäs mejor di bueno el hechora dil Vergen, y dispoes que fuemos al San Francesco lo topamos con on mastro que lo dezfan Vargas, que me lo 163 Rodolfo CeiTÖn-Palomino dexo, que lo ayude el retablo y me lo ayudarä mucho di buenagana hazer el Vergen, y todo lo demäs si me lo comprays ef^oro para el Emagen, de alli lo llevamos al celda del padre predecador, llamado fray de Navarrete, y por el mandado del Corregidor llevamos a Copacabana la Vergen, aunque los Naturales no lo querian recebir el Santa Vergen, e lo dexeron que lo avian di traer otro Emagen bueno di Lima o Castilla, estuvo en Tiquina el Emagen en el capilla de San Petro on poco di tempos, e despoes que llegado el Corregidor don Gerönimo del Maranön lo queria entrar en la capilla y se le alcaron sus cabellos, fue a Copacabana, y lo dexo al Cazique, que troxesse diez hermanos para que trogessen al Vergen y los embiö antes de oraciön, y lo llebaron antes di hora di dormer, y lo adere$aron sos andas y saliron en cantando los gallos e tomaron a costas el Vergen, y lo llegaron a este pueblo assi como el Sol queria yr saliendo, todos los gentes sale-mos a ver como venea el Vergen, y lo posimos el Vergen al pie dil cerro como lo baxäbamos il baxada, lo acodian todos los gentes, y sos trom-petas, y traemos in la porcesion, y el patre lo istava aguardando foyra diste pueblo, vistido para dicir la misa, y con el josticia el corrigedor que lo llevö el pindön di la Vergen, y ansf lo intrö in la Eclesia y lo posu a onde istava il Vergen, y ay lo poso en so dia, y lo dexo so mesa. 164 La forja del castellano andino o el penoso Camino de la ladinizaciön APENDICE B I. Vocales 1.1. Cambio de fei por Iii aprindera, aprindes corrigedor ~ corregidor di dicir ~ decir dil - del dimäs dispues - dispoes disto dixaron dondi hichora - hechora hirmano - hennano impesäbamos il~el in incontramos intallado ~ intalladura intrö insenara istä, istava merarmi ondi pindön sinor vistido 1.2. Cambio de in por lel aprindes cabeldo corrigedor defundo dexera - dixera, dexeron Domenico dormer - dormir Eclesia Emagen ~ Imagen Feiepe Francesco me ~ mi (hirmano) (con)mego merarme, merandolo mesa ~ misa meserecordea mesma28 nefio Obespo Ortez - Ortiz pentar, pentores predecador queseron recebir* salemos Santessema Trenedad Vergen 28 Las formas con asterisco corresponden, como se sabe, a la pronunciacion variable de la epoca en el propio castellano. 165 Bodolfo Cerrón-Palomino 1.3. Cambio de lul por lol acodíamos boltos - vultos boscar echora estove josticia mocha natorales on, ono posimos, posiera so (candela) - su (ano) sos (andas) - sus (manos) troxe II. Diptongos y secuencias de vocales 2.1. Tratamiento de Hel (a) aprindera, aprendiremos ben ~ bien bendo, véndome Dego Dezendo (b) entiendo diesse lienco pareciendo enojamento pedendo queseron saliron ~ saliesse timpo - tempos posiera quiero rieron 2.2. Tratamiento de luel boena - bueno (a) costas despoés - dispoés ~ dispues foyra logo ~ loego poeden sortě Cf. nuestro, pueblo. 2.3. Tratamiento de Hal hazea, hazeamos meserecordea poneamos 166 La forja del castellano andino o el penoso camino de la ladinización senorea - senona tenea venea 2.4. Otros casos aislados mastro traemos (iliřní:ta] 'terminaré' 'el que compra' 'el que baila' 'me salió' 'a mi alfiler' son por lo menos fonéticamente legítimas, aun cuando, en un nivel más abstracto, la longura vocálica sólo puede explicarse como un efec-to compensatorio. Finalmente, en los ejemplos que aparecen en (11): (ll)[ku:líku] [ku:líra] [sa:bádul [sa:bána] [santi:síma] 'cólico' 'cólera' 'sábado' 'sábana' 'santísima' puede apreciarse una vez más el alargamiento vocálico en palabras de más de dos sílabas. Aquí, sin embargo, la cantidad vocálica es predecible: en efecto, notamos que las palabras esdrújulas, tras su re-ajuste al patron acentual quechua, mantienen un alargamiento como testimonio de su acentuación en la lengua dadora, y siempre y cuando la sílaba sea libře, pues de otro modo no quedan rastros de cantidad: 178 Vocales largas y breves en castellano a traves de los pröstamos en el quechua huanca asi [mirkülis] 'miercoles'. Una exception a esta regia es la voz [uriga:nuj 'oregano' que, sin embargo, alterna con la forma regular, es decir [uri:ganu]. 4. ^Vocales largas en castellano? Tradicionalmente se ha soste-nido que en castellano, a diferencia de otras lenguas romänicas, la diferencia entre vocales largas y breves no se da. Y aun cuando no faltaron quienes sostuvieron que dicha diferencia existe,3 la opinion general ha sido y es que dicha cantidad no juega un rol distintivo, sino que es un rasgo puramente fonetico, es decir, superficial. Navarro Tomas (1916) tratö de someter a experimento dichas apreciaciones mäs o menos impresionistas, y llego a la conclusion de que, en efecto, no to-das las vocales, dependiendo del contexto y de otros factores,4 son igual-mente breves. Y asi encontrö la siguiente jerarquia: (1) las vocales acentuadas en palabras agudas son mas largas que en las lianas, y en estas mäs largas que en las esdrujulas; (2) las silabas libres son mäs largas que las trabadas; (3) tanto en silaba libre como en trabada, y en las voces lianas, agudas y esdrujulas: (a) la vocal seguida de las vi-brantes es mäs larga que la que aparece ante cualquier otra consonan-te; (b) ante fricativa sonora mäs larga que ante fricativa sorda; (c) ante cualquier fricativa mäs larga que ante cualquier consonante oclusiva; en este ultimo caso, «la vocal ha sido mäs breve que en ninguna otra Position»; (d) las consonantes [m, n, n, 1, X] «hacen sufrir a la vocal precedente casi tanta reduction como las oclusivas sordas; esto mismo ocurre con la palatal africada», es decir [6] (p. 400). Ahora bien, dichas diferencias son sensibles casi enteramente al quimögrafo, ya que, como dice Navarro (1916: 397), ellas no ofrecen «al oido contrastes tan perceptibles como los que se advertirian entre can-tidades superiores» a los 20 es. Es decir, dichas diferencias estän casi por debajo del umbral de la perception auditiva humana. Siendo asi, ^hasta que punto es licito buscar en dichas durationes relativas la 3 Navarro (1916:400-401) hace una breve resena de las diferentes opiniones que al respecto emitieron lingüistas y gramäticos tradicionales; entre los primeros, la opinion de Diez es a favor de dicha diferencia. En cuanto a los «gramäticos tradicionales», Navarro recoge la opinion en el sentido de que, por ejemplo, las vocales que preceden a las consonantes palatales son largas. 4 Ya que, como asegura Lehiste (1970: 53), «la duration de los sonidos puede estar condicionada por los siguientes factores: punto y modo de articulaeiön del segmento mismo; sonidos segmentales precedentes o siguientes; factores suprasegmentales (es-pecialmente el acento de intensidad); y la posicion del sonido dentro de una unidad fonolögica de un nivel mäs alto». 179 Rodolfo CeiTÖn-Palomino clave para explicar las vocales largas en los hispanismos que venimos examinando? ^Serä que el oi'do huanca posee una agudez tal que pue-de transponer el umbral perceptivo humano? Esto ultimo resulta a no dudar absurdo. [cu:Xu] 'choclo'). Aqui la cantidad Vbcálica es «controlada» por una regia (o secuentia de reglas) que proyecta una Ven [V:] de acuerdo con ciertas condiciones estipuladas en la description estructural de aquélla (cf. Cerrón-Palomino 1973). Por esta razón la decision que se tome —en funtión de reglas o de representation léxica subyacente— es impor-tante en lo que toca a la situation descrita arriba, espetialmente a la hora de discutir la normalization ortográfica de los préstamos: esta-mos conventidos de que el éxito de ésta sólo se lograría a partir de un mejor conotimiento de las reglas de naturalization que una lengua posee como requisito de entrada para todo préstamo, sea éste espontá-neo o indutido. 185 IX Calcos sintácticos en el castellano andino «[...] por que ya los Yndios ladinos por mostrar que lo son dejan el estilo galano de su lengua, y espanolizan lo que hablan, y precianse de atraer su lenguaje al castellano, y yerranlo tanto que ni bien hablan su lengua, ni bien ymitan la nuestra, y assi haze[n] a su lengua mezcla'da y barbara, siendo ella galanissima [...]». González Holguín (Í1607] 1975: IV, fol.119) 0. Durante los últimos anos los estudios dialectológicos acerca del espaňol andino hablado en el Perú han venido incrementándose consi-derablemente, superando de esta manera una primera etapa en la que la atención de los pocos estudiosos estuvo centrada únicamente en la elaboración de glosarios y listas de quechuismos. La exploración en otros niveles de organización, especialmente fonológico y sintáctico, va cobrando ahora un interes alentador, estimulado por el empleo, de parte de los estudiosos, de nuevas y más aŕmadas técnicas del anáhsis linguístico. Por otro lado, dentro de la reforma educativa peruana, la considera-ción de la lengua como un elemento fundamental de identidad y autoaíirmación, constituye uno de sus pilares conceptuales importan-tes; de allí que los programas de enseňanza de lenguaje, antes de corte eminentemente dogmático y elitista, tratan ahora de reorientarse hatia la revaloratión de las formas dialectales, propiciando de este modo su estudio y, si es posible, su codifícación. Tal interes parte del recono-timiento fundamental de que toda aproximatión a la dialectología del área andina debe tener como punto de partida la situación de lenguas en contacto dada por la coexistencia del espaňol con el quechua, y en menor escala —aunque no menos importante— con el aimara. No estará de más recordar en este punto que uno de los graves de-fectos de la dialectología incipiente del espaňol peruano ha sido la pres-cindencia total de las lenguas nativas como coníiguradoras de aquél, práctica que posteriormente se vio fortalecida por la corriente antisustratística desatada, con efectos negativos, y sin proponérselo, Rodolfo Cerrön-Palomino por Amado Alonso y sus epigonos. El ideal por explicar los rasgos diferenciadores intrasistemäticamente hasta agotar toda positailidad de influencias externas, en principio välido, conllevö a la subestima-ciön de todo aporte de caräcter sustratistico. No dudamos que, como procedimiento heuristico, la explicaciön interna es legitima y necesa-ria; pero interpretada en un contexto en el que lo «hispänico» y lo «in-digena» tienen connotaciones sociales muy marcadas, tal principio conlleva consciente o inconscientemente a la minusvaloraciön de toda impronta nativa.1 Esta situaciön lamentable estä siendo afortunada-mente superada en el Peru. Es dentro de esta nueva orientaciön, si se quiere «reivindicaciomsta», que el presente trabajo desearia llamar la atenciön sobre un aspecto de la influencia tipolögica que, a nuestro modo de ver, ejerce el quechua sobre el espanol regional andino peruano. Concretamente, presenta-remos una clase de oraciones subordinadas: la de las tradicionalmente llamadas adverbiales. Trataremos de demostrar que en el espanol ru-ral andino, en particular de la regiön central, la estructura de las oraciones subordinadas estä moldeada de acuerdo con una horma emi-nentemente quechua. Este tipo de construcciön, comparado con el de otras estructuras sintäcticas mäs chocantes (como la fräse genitiva o la falta de concordancia), ha sido hasta ahora el mäs ignorado, tal vez por la ausencia de un contraste obvio entre la forma eständar y la vernacula. Los ejemplos que se discuten a lo largo del texto correspon-den al habla rural del Valle del Mantaro, 1. Estabilidad y transitoriedad. Antes de abordar el tema que nos concierne debe senalarse que el material elegido corresponde al habla de personas cuyo ünico vehiculo de expresiön es el espanol rural, y que, a lo sumo, poseen un conocimiento pasivo del quechua. No se trata entonces de formas de expresiön tipicas que solo corran en boca de los bilingües, especialmente en la de los subordinados. Depen-diendo de lo que se suele llamar «dominio contextual» (la lengua del oyente, el lugar, y el töpico de la conversaciön, etc.), el habla de los bilingües se resiente de un mayor o menor grado de interferencias determinadas por la presiön que ejerce sobre ellos la estructura de la lengua materna. Por otro lado, no es dificil advertir que la Performance de los bilingües varia de persona a persona; y, de acuerdo con el grado de dominio de la segunda lengua, esta aparecerä en mayor o 1 Vease, ahora, el esclarecedor ensayo de De Granda (1995), en el que se hace un balance de la situaciön descrita (cf. esp. pp. 176-178). 190 Cakos sintácticos en el castellano andino menor medida impregnada de interferencias. De esta manera, ejem-plos como los siguientes: (1) ^Pelota awsamos? No te vaya waqlarte el vaca. A kuchur alfa mi mamá está yendo. Bastante está qasamundo por las noches. corresponden sin duda alguna al habla de un bilingüe incipiente. Ex-presiones como éstas constituyen, a nuestro modo de ver, manifesta-ciones transitorias en el aprendizaje de la segunda lengua, y, por ende, fluctúan considerablemente en los niveles tanto intra como interindi-vidual. En contraposition a lo anterior, las formas que caracterizan el habla de los monolingües de espanol rural andino constituyen expresiones más estables y duraderas, y, lejos de ser fenómenos individuales, son recur-sos de los que participa la comunidad de hablantes y, por tanto, se trans-miten de manera espontánea. De este modo, pues, mientras que el «castellano» de los bilingües incipientes es fluctuante, el de los monolingües goza de relativa estabilidad. Y en lo que respecta a la perception diferenciál de las dos formas de expresión — la del monolingüe castellano y la del bilingüe incipiente— debe seňalarse que el monolingüe de espa-ňol rural impugna orariones como las de (1) por quechuizadas, propias de las personas que «no saben hablar el castellano». Ahora bien, la conciencia de estar frente a dos sistemas diferentes asume caracteres nítidos en los niveles fonético y léxico (exception he-cha en este caso de algunos quechuismos que han sido totalmente in-corporados al espaöol regional, y que, por lo mismo, pasan fácilmente por voces «castellanas»); pero la perception se entorpece frente a niveles más abstractos de organization gramatical, concretamente el sintáctico-semántico. De allí que, para la persona que juzga que (1) corresponde al habla de un sujeto que desconoce el castellano, basta-ria con reemplazar los lexemas quechuas registrados en dichas oracio-nes por sus equivalentes castellanos para admitir, tras la «purga», que tales oraciones constituyen formas castellanas perfectas. Es decir, se-gún esto, las variantes que aparecen en (la): (la) ^Pelota jugamos? No te vaya cornearte el vaca. A cortar alfa mi mamá está yendo. Por las noches está helando bastante. 191 Rodolfo CeiTÖn-Palomino serian formas felices del castellano rural andino, con excepciön quizas de la anomalia de la fräse «el vaca» (nötese, sin embargo, que la expre-sidn la vaca estä echado pasaria por buen castellano). De io dicho anteriormente se desprende entonces que el orden de los constituyentes es un aspecto gramatical que burla fäcilmente la atenciön del hablante de espanol rural, hecho que por otra parte se ve reforzado por la aparente libertad de co-ocurrencia de los elementos de una oraciön observada por el espanol general. Sin embargo, aun aquf, si bien el sistema de la lengua se muestra mäs tolerante, la nor-ma sanciona una secuenciaciön determinada, la misma que constituye el orden favorito en las construcciones. De alli que la nociön de aceptabilidad en lo que respecta al orden de los constituyentes debe juzgarse, a nuestro modo de ver, en el piano de la norma. Es aqui donde podemos decir que las oraciones de (la) no son normales en espanol eständar. Surge entonces la pregunta: £cömo explicar dicha «anormalidad»? A nuestro entender, ella debe explicarse como el resultado de la in-fluencia que el quechua ejerce sobre las variedades del castellano rural andino. Puesto que, segun vimos, tal influencia es la menos percep-tible, su estabilizaciön —es decir, su «normalizacion» en el habla rural— deviene garantizada. Esto es cierto sobre todo cuando observamos que la escuela (preocupada tradicionalmente por ajustar el habla «vulgär» dentro de canones propios de una variedad exonormativa) no advierte fäcilmente que, por debajo de las «palabras» de oraciones como las de (la), se esconde el esquema gramatical quechua que las organiza. Por otro lado, ciertamente, la fljaciön sugerida no puede ser ajena a las relaciones socioculturales de dominaciön imperantes en el medio, las mismas que inducen la cristalizaciön de formas de habla semicriollizadas. De este modo, ante la perdida del poder regional tra-dicional, secularmente en manos de los criollos y mestizos de habla «castiza», se afianza el control politico, social y econömico regionales por parte de los sectores emergentes cuyo castellano, por lo general propio de bilingües subordinados, se consolida. Creemos que estos dos factores han contribuido decididamente a la gestaciön del espanol rural andino, otorgändole una relativa estabilidad. A continuaciön, pa-samos a ilustrar uno de los rasgos mäs conspicuos que caracterizan dicha forma de habla. 2. El orden de las oraciones subordinadas. Los siguientes ejem-plos ilustran el tipo frecuente de Subordination que corre en boca de los hablantes de castellano rural: 192 Calcos sintácticos en el castellano andino (2) Como gente nomas lloraba. No queriendo tomar se fue. La puerta sin cerrar nomas me habia dormido. Como puede observarse, si bien superficialmente estos ejemplos están formados por elementos léxicos propios del castellano, el orde-namiento de sus componentes mayores responde a una estructuración extraňa. En efecto, para que las oraciones de (2) sean consideradas normales en espanol requieren aproximadamente de la siguiente pa-ráfrasis: (2a) Lloraba (ni más ni menos) como gente. Se fue al no querer tomar. Me dormi sin (siquiera) cerrar la puerta. es decir, aparte de la «traducciön» parcial de los quechuismos semán-ticos como nomas y no queriendo —que son calcos quechuas del enclitico -lla y de la construction subordinada con -/ respectivamente—, la pa-ráfrasis involucra el reordenamiento de la secuencia OS (= oration subordinada) + OP (= oration principal) en OP + OS. Ahora bien, como se sabe, en espanol —al igual que en la mayoria de las lenguas del tipo SVO— el orden de los constituyentes en las oraciones subordinadas es siempre OP + OS (exception hecha de las condicio-nales que, casi siempre, se presentan en el orden inverso). ^Corno expli-car entonces el orden OS + OP que subyace en (2)? Como dyimos, todo parece indicar que se trata de una influencia quechua. Para compren-der mejor esto, compárense las oraciones de (2) con las de (3): (3) Nuna-naw-llam waqaq kalqa gente-como-nomás llorador era Mana upyayta muna-l-mi likulqa no tomar queriendo seŕue Punku-kaqta mana witrqalkulla-l-mi puňukuňaq kaa puerta-la no cerrando nomas me habia dormido Aqui, como se ve, las oraciones subordinadas (que aparecen en cur-sivas) přeceděn a sus respectivas principales. Este hecho está de acuer-do con las características tipológicas del quechua. En efecto, siendo esta lengua del tipo SOV, implicacionalmente le corresponde un orden OS + OP en las oraciones subordinadas. Adviértase, sin embargo, que, como se adelantó en la primera section, aquí se está hablando de un 193 Rodolfo Cerrön-Palomino orden favorito; con ello queremos decir que el orden inverso, es decir, OP + OS, puede tambien darse en el quechua, pero debe quedar bien claro que tal secuencia resulta extrana o, si se quiere, forzada, aunque no del todo imposible, sobre todo teniendo en cuenta factores pragmä-ticos de comunicaciön. La influencia que venimos senalando se manifiesta de manera mäs transparente en los ejemplos que siguen: (4) De lo que estaba comiendo se molestö. De lo que estaba durmiendo se levantö. En lo que estaba jugando se cayö. En lo que estaba hablando se atorö. En estas oraciones subordinadas circunstanciales, como se puede apreciar, el verbo principal aparece al final. Para que estas sean acep-tables al oido del hablante de espanol eständar se necesita hacer la siguiente paräfrasis: (4a) Se molestö cuando estaba comiendo. Se levantö tras estar durmiendo. Se cayö mientras jugaba. Se atorö mientras hablaba. refraseo que involucra, como en el caso de (2a), el reordenamiento de los constituyentes de la oraciön compleja, por un lado, y la traducciön de las subestructuras de lo que y en lo que, por el otro. Ahora bien, si comparamos las oraciones de (4) con las de (5): (5) Mikuykaashqan-piqta-m pinakuqlun estaba comiendo de lo que se molestö Punuykaashqan-piqta-m shalkuqlun estaba durmiendo de lo que se levantö Tushuykaashqan-traw-mi hitalaqlun estaba bailando en lo que se cayö Limashqan-traw-mi kaksaqlun estaba hablando en lo que se atorö se advierte claramente el calco sintactico de (4) tomando como base (5). Esto se hace mäs evidente aün cuando constatamos la traducciön del ablativo -piqta y del locativo -traw. La replica de estos sufijos es general en el castellano rural, como se deduce de los siguientes ejemplos; 194 Calcos sintacticos en el castellano andino (6) De la lampa vas preguntar. De tu perro más grande es mi perro. En alU está la soga. En el lunes ha llegado mi hermano. los mismos que encuentran eco en las correspondientes oraciones quechuas que siguen: (7) Lampakaq-piqta tapunki de la lampa vas a preguntar Allquyki-piqta ashwan hatunmi allqukaqnii de tu perro más grande es mi perro Chay-traw-mi kaykan waskakaq allí en está la soga Luuniskaq-traw-mi tulii traqlamulqa el lunes en mi hermano Uegó Resulta entonces obvio que las oraciones de (4), además del orden OS + OP, denuncian una influencia en el piano de la estructura frasal-preposicional. Considérense, sin embargo, los ejemplos de (8): (8) De lo bien que estaba comiendo se molestó. De lo bien que estaba durmiendo se despertó. Comparadas estas oraciones con las dos primeras de (4), ^hasta qué punto podemos decir que el modelo de éstas sigue el que se da en (8)? Si (8) fuera la pauta de (4), entonces aparentemente sólo quedaría por explicar la elision del ponderativo bien. Sin embargo, creemos que esta observación carece de todo fundamento, por dos razones básicas. En primer lugar, que se sepa, expresiones castellanas del tipo lo bien que duerme, lo limpio que quedô, lo hermoso de su rostro, etc., jamás admi-ten elision del adjetivo bajo pena de adulterarse el significado de las mismas o de alterarse por completo semánticamente. En segundo lugar, el valor ponderativo de lo en (8) no tiene nada que ver con el lo «superfluo» o «expletivo» de las oraciones de (4), que constituye uno de los problemas de análisis en el castellano rural.2 De este modo, semánticamente, se descarta la posibilidad de que la réplica de (8) sea (4). 2 Al lado de este lo superfluo, que actúa como un relativizador, hay, semánticamente, otro lo: el que se encuentra en oraciones como lo durmió 'acabó de dormir', lo iré *iré 195 Rodolfo Cerrón-Palomino Lo que acabamos de decir es sufíciente para responder en forma negativa la pregunta que se formuló líneas arriba; sin embargo, aun queda por descartar la posibilidad de que el ordenamiento de las ora-ciones de (4) sea el mismo que se encuentra en (8), Al respecto, hay que notar que los ejemplos de (8) son ambiguos, pues significan por lo me-nos dos cosas, de tal manera que el primero de ellos puede ser parafraseado del modo que sigue: (9) Cuando estaba comiendo bien ocurrió algo que hizo que se molestara. Se molestó a causa de lo bien que estaba comiendo. Como se advertirá, el significado de la segunda lectura es semántica-mente anómalo, pues, a menos que se fuerce el contexto, nadie se mo-lesta por estar comiendo bien. Esta lectura anómala surge precisa-mente debido al orden OS + OP que aparece en (8), puesto que para la primera interpretación —que es la que corresponde exactamente a la que se da en (4)—, el orden normal en espaňol general es: (10) Se molestó cuando estaba comiendo. Para que la primera oration de (8) recobre su aceptabilidad, en ese orden, hay que imaginarse que la causa de la molestia pudo haberse mencionado en un momento anterior a su enuntiado. Pero como quie-ra que tal significado es diferente del que encontramos en (4), se debe concluir que el ordenamiento de (8) no pudo haber sido tornado como esquema para la formation de oraciones como las de (4). Por estas razones creemos que el orden OS + OP encontrado en (4) obedece a una influentia de la sintaxis quechua, hecho que descubre, por debajo de su aparientia castellana, la presión tipológica que dicha lengua ejerce sobre el castellano rural de los Andes del Perú. 3. Implicancias para una politica educativa. A lo largo de la section precedente se ha buscado demostrar que el espaňol rural andino tiene peculiaridades sintácticas determinadas por la action sustratistica del quechua. Desde el punto de vista de la enseňanza del castellano ahora mismo*, etc., donde lo parece «traducir» al eductivo -rqu (-Iqu, en el quechua huanca) y cuyo significado de inmediatez e inminencia es claro (véase el ensayo 7 para una reinterpretación del mismo). 196 Calcos sintäcticos en el castellano andino debe quedar bien claro que tales rasgos identificadores no constituyen «corrupciones» o desfiguraciones de la norma castellana; son, por el contrario, innovaciones que ocurren en el seno del sistema debido al contacto prolongado entre las dos lenguas. Como ya se ha mencionado, dichos rasgos han ido cristalizändose debido a las relaciones socioeco-nömicas que han pautado la conducta de los pueblos del Ande. Frente a esta realidad, una politica educativa racional, lejos de condenar tales innovaciones, debe respetarlas puesto que constituyen manifesta-ciones de una alternativa lingüfstica concreta que surge debido a los conflictos de lenguas y de culturas creados por una Situation de domina-tiön. Despues de todo, solo una transformaciön radical y profunda de la estructura social del pais podria determinar si las formas de habla pe-culiares, como las presentadas aqui, logran consolidarse o, de lo contrario, se remodelan de acuerdo con el principio nivelador que unas varie-dades lingüisticas ejercen sobre otras. Pero, aparte de esta eventualidad, debe insistirse en que, desde el punto de vista de la ensenanza, el tratar de erradicarlas, desconociendoles su legitimidad como formas de expre-sar y concebir la reaHdad, no refleja otra cosa que la discriminaciön social Uevada a un grado extremo de sutil violencia. Si la intenciön es erradicar este tipo de opresiön, admitamos que, si de opciones se tra-ta, sean los hablantes mismos los que, confrontados de modo conscien-te ante maneras diferentes de decir un mismo pensamiento —a tra-ves, por un lado, de la forma estandar, y de la variedad local, por el otro— elijan los tipos de expresion que ellos consideran mas funciona-les, segun los casos. Bien pudiera ser entonces que el bidialectalismo funcional sea, en efecto, una alternativa real, antes que una mera con-ceptualizaciön elaborada en el escritorio del lingüista. 197 x Guaman Porna redivivo o el castellano rural andino «Y algunos indios se hacian ladinos, los yanaconas dezian: "ObejacAwicando pacar tuta buscando, mana tarinchos, uira cochaT. Como los mestisos del Cuzco y de Xacxauana y de Cochacalla dicía: "Ya, seňor, sara paruayando, capon asando, todo comiendo, mi madre pariua, yo agora mirando chapin de la mula". Y ancí los unos como los otros pasaron grandes trauajos, los yndios como los cristianos [... ]». Guaman Poma ([1615] 1980: 367) 0. Introduction. En el presente trabajo daremos a conocer la ex-periencia lingüistica de TALPUY, institución de carácter privado, tal como se trasunta en Minka, revista que rue concebida como organo de difusión y consul ta para las poblaciones rurales del Valle del Mantaro, en la sierra central del Perú. La labor de la institución mencionada está orientada, fundamentalmente, hacia el rescate y la revaloración de la ciencia y tecnología ancestrales andinas, como un esfuerzo por contrarrestar los efectos devastadores de las tendencias modernizantes y desarrollistas propiciadas por la sociedad dominante que, a la par que subestima y silencia dicho saber ancestral, agrava las condiciones de explotación y marginación en las que se encuentra sumido el cam-pesino. Dentro de tal contexto, la revista Minka, en su afán por llegar a la población rural, se ha visto en la necesidad de buscar una mejor sintonización con el destinatario, hallándose de pronto involucrada en medio de los conflictos idiomáticos propios de la región. En lo que si-gue, luego de ofrecer el contexto general dentro del cual se efectúa la experiencia mencionada, se verá de qué manera fue perfilándose, a lo largo del trabajo directo con las comunidades, la urgencia de revalorar no sólo los aspectos materiales de la cultura, sino también los espiri-tuales, en este caso las lenguas, tanto en su manifestación vernacular como en su ahormación con el castellano de la zona. Sobre la base de los materiales publicados por la revista se podrán apreciar algunas de las particularidades más saltantes del castellano rural forjado en el terreno de los conflictos idiomáticos generados por la situation de do- Rodolfo Cerrón-Palomino minación secular. En la proximidad de los cuatrocientos aňos de escri-tas las mil páginas dirigidas al rey por el cronista indio Guaman Poma de Ayala puede advertirse de qué modo la prosa dificil y escabrosa, traspasada de quechuismos de todo orden, continúa reeditándose en el castellano de los escribientes rurales del area andina. 1. Diglosia y glotofagia. Quienquiera que recorra turisticamente los pueblos de la parte baja del valle del Mantaro se llevaria la impre-sión de estar frente a comunidades monolingües de habla castellana. En verdad, casi igual percepción podría obtenerse de una rápida excursion por los pueblos altoandinos, a una y otra banda del río Mantaro. Es más, no dudamos que dicha impresión podría fácilmente «confir-marse» mediante estadísticas censales que, en materia linguística, siempre han sido defectuosas, por lo menos en relation con la pobla-ción vallemantarina. Sin embargo, un recorrido más detenido por los mismos pueblos, y sobre todo empleando como lengua de relation el huanca, podrá convencer hasta al más escéptico que la lengua ancestral sigue vigente, aunque practicada en el fuero interno del hogar y a espaldas del ritadino. Pero incluso sin necesidad de hacer tal excursion, bastará con que el visitante se asome a los alrededores del mer-cado centrál de Huancayo, durante la feria dominical, para asistir a un espectáculo asombroso de interaction linguística en el más puro y castizo quechua huanca. Lo dicho, sin embargo, tampoco quita que reconozcamos que la su-pervivencia de la lengua se distribuya desigualmente en las tres pro-vincias del valle. Asi, en líneas generales, el quechua persiste mayor-mente en la provincia de Huancayo antes que en la de Jauja, y en ésta antes que en la de Conception. En efecto, es en los distritos concepcioninos de la parte baja del valle donde la lengua ancestral parece estar —si ya no lo está— en virtual proceso de extinción, pu-diendo hablarse entonces de una verdadera mudanza idiomática en favor del castellano. Un proceso semejante, aunque en tiernes, parece afectar igualmente al resto de las comunidades ribereňas tanto huancaínas como jaujinas. En ellas, especialmente en la población adulta y anciana de las áreas rurales, y entre las mujeres predomi-nantemente, la lengua es manejada aún, casi clandestinamente, en el contexto cerrado del hogar y en la privacidad de la interacción intracomunitaria. Dicho uso se hace ligeramente extensivo a los pueblos altoandinos de las tres provincias. En todos los casos, salvo quizás entre la población eminentemente rural y anciana, el empleo del quechua se ve avasallado por el del castellano, que constituye la len- 202 Guanian Porna redivivo o el caste llano rural andino gua dominante en todo el valle. En efecto, tendremos que admitir que, en el estado de cosas actual, es difícil que haya en todo él un hogar donde se practique un monolingüismo quech.ua absoluto: hasta en las chozas más humildes e inaccesibles de las estancias —y en el peor de los casos— por lo menos se entiende el castellano. De manera que, en lineas generales, podemos afirmar que las comunidades valleman-tarinas presentan una situation tipica de bilingüismo con diglosia. Ahora bien, decir que las comunidades del valle son castellano-hablantes predominantemente requiere de una precision. Porque ciertamente el tipo de castellano que corre en boca de los poblado-res —excěptuando entre éstos a los citadinos de procedencia, por lo general, foránea— dista mucho de aproximarse al normativo. Se tra-ta, en efecto, del llamado castellano motoso, que acusa una fuerte in-fluencia quechua. Dicha impronta no sólo se manifiesta en la pronunciation y en el manejo íŕecuente de términos quechuas o quechuizados —aspectos fácilmente perceptibles incluso por el propio motoso— sino también, de manera más sutU, en los niveles sintáctico-semánticos. Se da, pues, el caso frecuente de motosos que se mofan de otros motosos: quienes se expresan diciendo, por ejemplo, a cortar alfa está y endo o silencio estaba la plaza se burlan de los que dicen a cuchur alfa istá indu o süinciu istaba il plaza, respectivamente. Notese que, para las dos expresiones, las alternativas correctas, desde el punto de vista normativo, serían va a cortar alfalfa y la plaza estaba silenciosa. Es-tas ultimas no son, sin embargo, las modalidades expresivas comunes del castellano vallemantarino —y andino en general (véase el ensayo 4)—, aprendido dentro de un contexto diglósico, muchas veces por ra-zones de supervivencia, o a través de la escuela que, tradicionalmente, jamás tomó en serio la extracción linguística de los alumnos: indistin-tamente se enseňó en castellano cual si todos ellos fueran de habla castellana. Como era de esperarse, los rasgos de la motosidad prevale-cieron a despecho, muchas veces, del grado de instruction superior y de la profesionalización de los hablantes (véase, por ejemplo, las anéc-dotas y los comentarios proporcionados al respecto por Arauco Aliaga 1984). Tenemos aquí, como se ve, una nueva situación diglósica, esta vez en el interior del castellano peruano: los usuarios de la variante A (castellano normativo) oprimen y discriminan a los hablantes de B (castellano andino-motoso). 2. El reto de la autoafirmación linguo-cultural. En el contexto caracterizado en las sectiones precedentes, el proyecto de Minka se propone la recuperation del saber andino mediante el trabajo sistemá- 203 Rodolfo Cerrón-Palomino tico y coordinado entre el técnico y el campesino. Se trata de un inten-to por redescubrir los valores ancestrales, en materia de ciencia y tec-nologia, menospreciados —cuando no suplantados— por la ideológia del «progreso» y del «desarrollo» de corte capitalists Ello significaba, de entrada, enfrentarse con una actitud hostil no sólo de los miembros de la sociedad dominante sino incluso de los propios campesinos que interiorizaron para si, el mito de la modernización. Como lo hemos seňalado en otra parte (cf. Cerrón-Palomino 1989: cap. VI), en el valle del Mantaro, como en nň^rún otro sitio tal vez, tuvo tanto éxito el mito del «progreso». Y el vehículo más eficaz de éste ha sido la escuela. El rol deculturizador de ésta fue corroborado por los investigadores de Minka en sus repetidas salidas al campo, como lo prueban los diversos testimonios recogidos de boca de los propios campesinos; hijos enfrentados a sus padres, enrostrándoles el seguir afe-rrados a técnicas agrícolas «atrasadas» y burlándose de sus conoci-mientos y creencias ancestrales. Véase, por ejemplo, la siguiente muestra. Una madre campesina esperaba que la luna «madurase» a fin de disponerse a sembrar. Le dijo entonces a su hijó mayor: «Alli vamos a sembrar todavía, falta que la luna madure». «jCojudezas!», exclamó el hijó, y agregó: «Ahora mismo voy a sembrar yo; siembra y verás que no faltará, yo no soy como tú, que creen en esas cosas» (Minka 13: 16). De esta manera, el saber andino, producto de una experiencia milenaria, según el cual no es recomendable sembrar en época de luna nueva era desbaratado de manera insolente por el campesino moderno «progresista», entrenado dentro de los cánones de la ciencia occidental. Véase igualmente el siguiente juicio: «El guano de corral es pura tontería, mejor es de la tienda». Con lo que queda asegurada la depen-dencia de la economia mercantil y el abandono de los recursos autárquicos tradicionales, con la consiguiente ruptúra del equilibrio ecológico debido al empleo masivo de los fertilizantes de naturaleza quimica. Prente a la situación de au t odes poj o cultural dictado por el mito del progreso la labor de TALPUY resultaba ciertamente una verdadera empresa de «rescate» y «redescubrimiento». Esta se haría a través del diálogo, horizontál y no vertical (paternalista), especialmente con las generaciones ancianas de campesinos, verdaderos depositaries del saber ancestral, a quienes felizmente no alcanzó el mensaje deculturizador de la escuela. Gracias a ello, al relato de abuelos y abuelas, fue resurgiendo el auténtico saber andino reflejado en las distintas técnicas de la ciencia agrícola, ganadera, alimentaria, médica, astronómica y humana en general, muchas de ellas no sólo compatibles con las de 204 Guaman Porna redivivo o el castellano rural andino la cultura occidental sino incluso superiores y menos daňinas en cuan-to a sus efectos y secuelas ulteriores. Pero no solamente se trataba de la recuperación de tales conocimientos (tarea, al fin, propia de los antigualleros): también era forzoso incentivar la retransmision de di-chos valores entre las generaciones jóvenes, especialmente entre los niňos, de modo de contrarrestar los efectos nocivos y alienantes de la escuela en materia de cultura andina. De alii que otra de las tareas que se impuso la mencionada institution rue la organización de con-cursos, en convenio con la Direction Departamental de Education, entre los escolares. Teniendo como objetivo fundamental el «rescate y revaloración del conocimiento andino», tales concursos fomentaban el conocimiento de aspectos tanto prácticos e inmediatos como propia-mente teóricos y humanísticos. Asi, por un lado, se les pedía la confection de muestras de herbolarios (mecUcinales y daňinos), semillas, in-sectos maléficos y benéíicos, y tipos de tierras; de otro lado, se les pedía también la redaction de testimonios sobre diversas actividades, ocu-pationes y recreos, como el ciclo agrícola, las fiestas y costumbres, el manejo de suelos, aguas y fertilizantes, la elaboration de instrumen-tos, etc. Obviamente, Como seňalan sus patrocinadores, «más que ubi-car a los mejores alumnos, el objetivo principal de Dos concursos era] continuar con la reflexion e identification campesina entre escolares y pueblo en general» (Minka 18-19:38). De esta manera, los concursos tuvieron la virtud de romper la barrera de la transmisión cultural impuesta entre padres e hijos, incrementándose el diálogo entre abue-los y nietos, ante el estupor de los propios padres, que no podian en-tender la revaloración de aquellos conocimientos que la escuela les había hecho abjurar. Asi, pues, la autenticidad de la tiencia campesina habia que redescubrirla de entre los ancianos para ponerla al servi-cio de las nuevas generaciones. 3. La lengua: entrada y receptáculo. Siendo bilingües diglósicas las comunidades del valle, no existía, aparentemente, ningún proble-ma de comunicación entre los investigadores del grupo TALPUY y los campesinos. Cualquier barrera comunicativa achacable al manejo de distintas variedades de castellano quedaba descartada toda vez que el equipo de técnicos incluía en su seno a profesionales de la región. Pero, además, la revista constituye un esfuerzo por conseguir la mayor acce-sibilidad posible, valiéndose para ello de un registro que reduce al maximo todo metalenguaje técnico y cientifitista, y, de otro lado, haciendo uso regular del castellano rural, tal como corre en boča de los campesinos. No es difítil advertir que esta solución al problema de la 205 Rodolfo Cerrón-Palomino comunicación no sólo escrita, por medio de la revista, sino también oral, en el trato con los campesinos, fue surgiendo gradualmente, a través del trabajo constante con los comuneros, recogiendo sus criticas e incorporando sus sugerencias. De esa manera, en el esmero por entablar un diálogo fluido, los mencionados investigadores cayeron muy pronto en la cuenta de que la tarea de recuperation de la tientia y cultura andinas no seria plena si no se las abordaba no ya solamente a través del castellano rural sino por su via genuina de acceso: el quechua. Como lo seňalan acertada-mente, dicho «conocimiento se comunica y entiende mejor en la lengua materna o sea el quechua o en su dialecto (wanka). Esta [sic] pierde esencia cuando se convalida con el castellano» (Minka 15:4). No es, pues, sufitiente contentarse con una information «traducida» al castellano; hay que aprehenderla, en lo posible, en su propia lengua. «Nues-tras abuelas («chacuash-mama») son las que más han acumulado anéc-dotas, mitos, leyendas, cuentos y narraciones relacionados con la actividad agricola. Ellas son uno de los soportes más importantes de la cultura andina» (Minka 15: 4). La lengua aparece entonces no sólo como la puerta de acceso obligada, y a veces insustituible, para redes-cubrir y revalorar la cultura andina sino que ésta misma se sustenta y preserva por medio de ella: es su vehiculo natural. La restauración del saber andino, por consiguiente, implica la revaloratión de la lengua: ésta es la garantía de su supervivencia frente a los mecanismos desestructuradores de la sociedad glotofágica. Asi lo entienden los del grupo TALPUY cuando apuntan que «[las] alternativas de desarrollo sólo serán posibles si los comuneros del Valle del Mantaro seguimos firmes en nuestras costumbres, fiestas y tradiciones. Si seguimos ha-blando nuestro idioma huanca, si creemos en nuestras propias fuerzas y trabajamos con toda la comunidad en la solution de nuestros proble-mas» (Minka 14: 2, énfasis agregado). Asi, pues, la revista asume la defensa de la lengua como elemen-to consustancial de la cultura. En las secciones siguientes nos ocupa-remos de este esfuerzo por reivindicar la lengua ancestral. 3.1. Quechuismos inevitables: el desquite léxico-semántico. Salvo raras ocasiones, los textos de Minka constituyen comentarios o acotaciones, cuando no parafraseos, de las versiones recogidas de los propios campesinos; pero también son frecuentes los relatos y testimonies directamente transeritos o redactados por los colaboradores. En el primer caso estamos frente a textos que, expresados en un estilo sentillo e informal y usando el castellano regional, se refuerzan y apo- 206 Guaman Poma redivivo o el castellano rural andino yan con citas directas y espontáneas entresacadas de los testimonios recopilados; en el segundo caso, que constituye un discurso eminente-mente coloquial, estamos frente al empleo del más puro y fresco castellano rural de la zona. Un tercer tipo de texto lo forman las compositio-nes, relatos y resúmenes en quechua, frecuentes en los Ultimos números de la revista. Dejando de lado dicho corpus, los demás textos aparecen saturados de términos quechuas correspondientes a los campos semánticos tratados en cada uno de los números de la publication. Sin pretender agotar la lista, allí están los léxicos pertenecientes a las calidades de tierra, las etapas de cultivo, los ciclos de production agri-cola, su almacenamiento, los sistemas de trabajo, la elaboration de productos, las herramientas, la alimentation, las enfermedades y su cura, las fiestas y los juegos, para no hablar de las plant as, hierbas, animales e insectos, etc. Tales vocablos aparecen a menudo con su traduction respectiva al lado (y entre paréntesis o entre comillas) y en otras ocasiones, cuando ello no es sufitiente, se recurre a la definition. De otro lado, los quechuismos sirven para sintetizar o resumir las des-criptiones hechas en castellano. En ambos casos se busca garantizar la comprensión del texto por parte de los que no se sienten muy cómo-dos con el castellano regional como por quienes ignoran su variedad rural. Como prueba de lo seňalado citamos el siguiente pasaje del texto «Jala talpuy» (siembra de maíz), que constituye una description hecha por el dibujante Mario Villalba, del distrito de Huancán (la cita se ajusta al original en forma fidedigna, respetando incluso los deslices ortográficos; salvo aclaración previa, la misma observation deberá te-nerse en cuenta en las demás acotaciones): El hára, su esposa, sus hijos y sus peones mincados, ya en la chacra, haciendo un pequeňo descanso con el chaccheo de la coca, el hára pone 'la pichana' (barredor de terroncito que abre bien la apertura de zurco), en el arado en la parte que abre el zurco, y empieza a abrir el 'srhúka' (zurco) y su esposa la 'Mujuika' (sembradora), sigue el srhúka recién abierto tras del 'srhúkador' (abridor de zurco) haciendo el 'piwan' (hechadora de maíz en el srhúka abierto), o sea el jala talpuy. Los srhúkas hechados de maíz es tapado a que se Hama el 'jala pampay' (tapar con los pies el srhúka de maíz) hecho por los peones minkados, y los hijos de los mismos agricultores, que ellos, en la hora del jala pampay, de paso antes de tapar el 'srhúka' de maíz; van haciendo el 'Mulupay5 (echando ha-bas en el zurco de maíz hechado). El jala talpuy con el mulupay 207 Rodolfo Ceirón-Palomino es tapado por los pies los srhukas de maiz. El hyo mayor del srhúkador o un minkado, hace el 'Manyanchay' que consiste en complementar el srhúkay con el allachu grande, por los lados de los bordes de la chacra. Este es el jala talpuy, que a la vez ha sido terminado como cinco o seis terrenos de maíz en todo el día. Con tres buenas descansadas. Luego descanzan y vuelven todos a la casa del 'talpuchigu' (el que se hizo sembrar maíz en su chacra), llega-do a la casa guardan las herramientas en su sitio de donde cogió, ya llegado a la casa meriendan el rico patachi». (Minka 12: 16) Como puede advertirse, a exception del quechuismo mincado (de minkay 'contratar los servicios de una persona*), los demás aparecen o traducidos mediante sus heterónimos castellanos (tal los casos de shuka 'surco' y de muhuqkaq la que siembra', de muhu 'sernilla' y -q 'agentivo' más el artículo -kaq, lit. la que echa semilla' o, defínidos mediante una explication. De esta manera se sabe que la pichana (de pichay Taarrer') es el «barredor de terrontito que abre bien ancho la apertura del zurco». Deťinido asi es muy poco lo que se puede entender cierta-mente, pero por fortuna en un pásaje previo del texto se nos da la siguiente definition: «palitos chicos amarrados en conjunto para abrir amplio el surco», que se colocan «por la parte de su reja [del arado]». Esta definition, con la ayuda del dibujo ofrecido en la misma página, nos permite la comprensión del objeto descrito: se trata, pues, de un dispositivo consistente en un haz de palitos que se atan sobre la reja del arado de modo que ésta pueda abrir los surcos más o menos anchos dependiendo del largo de los palitos. De otro lado, lapiwaq (en el texto aparece por errata como piwan) es definida como la «hechadora de maíz en el srhúka abierto», es detir es la persona (mujer en este caso) que se encarga de colocar las semillas de maíz en los surcos. Asimis-mo, el hala-pampay, definido como «tapar con los pies el srhúka de maiz», alude a la action de cubrir la semilla de maíz enterrándola en el surco con la ayuda de los pies. Del mismo modo se explica la action del mulupay (de mulu 'semilla'y del repetitive -pa) como «[echar] las ha-bas en el zurco de maíz hechado», que, aunque tautológicamente definido, consiste en intercalar la siembra de habas en los surcos previa-mente sembrados de maíz (lo que se conoce con el nombre técnico de "siembra intercalada"). Ahora bien, manyanchay (de manya 'orilla' y -neha 'verbalizador') se nos dice que consiste en «complementar el srhúkay con el allachu grande, por los lados de los bordes de la cha- 208 Guaman Porna redivivo o el castellano rural andino cra». Según ello, la operación consiste en «redondear» el sembrío de todo el perímetro de la chacra, en cuyos bordes no pueden abrirse sur-cos con la yunta sino con la ayuda de un pico (tal el allachu). Final-mente, el talpuchigu (es decir, talpuchikuq; de talpu- 'sembrar', -chi 'causativo' y -ku *benefactivo', con sonorización propia de la zona, y -q 'agentivo', cuya realización en la forma de una oclusión glotal ha sido pasada por alto por el narrador) viene a ser «el que se hizo sembrar maíz en su chacra», es decir la persona que hace sembrar en generál, pero que en el relato aparece como haciendo que le siembren maíz. El texto demuestra asi que el relato sobre una actividad típica como la siembra de maíz —o cualquier otra actividad en el mundo rural—, cuando es ofrecido en castellano, no puede prescindir del quechua que, como dijimos, es el vehículo natural de tales contenidos: de allí la natu-raleza ineludible del préstamo léxico que, una vez introducido, se em-plea libremente, incluso castellanizándolo, como en los casos de shukador, minkado, etc. Como bien lo advierten los investigadores mencionados, los términos quechuas traducidos pierden su fuerza denotativa y connotativa y se descontextualizan. Tal ocurre, por citar un ejemplo, con el paralexema luna nueva, para traducir mushu-quüla (es decir, mushuq-killa), pero al hacerlo pierde toda su connotación, pues en quechua «tiene un mensaje más rico, que quiere decir: luna convalecien-te, recién nacido [sic], debil, inconsistente, etc., lo cual posibilita una mejor explicacion» (Minka 15:4). Sólo asi entendemos por qué el campe-sino evita la siembra cuando hay luna nueva: los sembríos resultarán estériles; de allí que haya que esperar que se torné Hena, es decir pula: entonces los sembríos tendrán vigor y producirán al maximo. De esta manera, los textos de Minka constituyen un rico arsenal lexicográfico. En efecto, no sólo aparece allí un enorme caudal léxico no registrado hasta la fecha sino que, en muchos casos, conforme vi-mos, se ofrecen deíiniciones que responden a un control semántico hecho «desde dentro», es decir a partir del conocimiento y la experiencia vital de los hablantes. En prueba de lo ultimo, quisiéramos citar la definición detallada, casi enciclopédica, del término mallichiy, ofrecida en la contratapa posterior del N.° 23 de la revista, y con ilustraciones, para una mejor y total comprensión. Para ello, comencemos seňalando que, tal como aparece en los vocabularios mencionados, malliy y su derivado mallichiy se traducen simplemente como 'probar o gustar algo' y liacer que al-guien pruebe algo', o más precisamente 'convidar'. Veamos ahora la definición que trae la revista, gracias al aporte de uno de sus colabora-dores. Se dice allí: 209 Rodolfo Cerrón-Palomino El 'mallichť es una costumbre que consiste en 'hacer probar alimentos cocinados o crudos'. En ocasiones como: [a] naci-miento de la cria de la vaca, con la leche 'corta' o 'kuňun'; [b] preparation de la chicha de jora (el upi); [c] la pachamanca o 'watya'; y [d] matar el chancho o carnero ('kuchi' o 'uwish-tripi'). Se lleva la ration de casa en casa: para evitar el 'munapay' (antojo) de las gestantes y no provocar el 'shullo' o aborto. Los 'mitrash* (tacaňos) viven marginados por la comu-nidad en toda ayuda colectiva. La voz mallichiy resulta siendo asi toda una institution andina cuyo rol fundamental consiste en garantizar y reforzar los vínculos sociales y la reciprocidad entre los miembros de la comunidad. Notese, de paso, cómo la definition del término exige simultáneamente el recurso a nuevos conceptos —como el del munapay o 'mal de antojo' y el consi-guiente shulluy o 'aborto'—, que a su vez tienen que ser explicados o pretisados mediante la traducción o la heteronimia (proporcionada entre paréntesis). Salvando las imprecisiones y suprimiendo algunos de-talles irrelevantes, he aqui una hermosa definición del concepto del mallichiy, que ya quisiéramos encontrar en cualesquiera de los dictio-narios quechuas existentes. De manera puramente intuitiva, y sin pro-ponérselo, Minka nos ofrece una buena pauta de cómo deberían elabo-rarse los futuros diccionarios quechuas. 3.2. De la traducción a la cita directa. A partir del N.°10 de la revista se advierte un cambio en los textos, sobre todo en aquellos en los cuales se ofrecen estampas de la actividad agrícola, o se relatan costumbres y creentias relationadas con la vida campesina. El discur-so, que antes se vehiculizaba a través del castellano rural, taraceado de quechuismos inevitables, ahora aparece por momentos entretejido por el quechua: se trata de lo que se conoce con el nombre de «cambio de codigo», sólo que esta vez se da en el registro escrito y no en el oral, que suele ser su canal ordinario (pero no se olvide, por otro lado, que los textos buscan calcar la performance oral). El paso de una lengua a otra es entonces un nuevo recurso empleado para conseguir una mayor naturalidad en el relato: se busca reproducir la realidad, para re-flejar precisamente la situación diglósica descrita. En una situación tal, el cambio de código —el apearse de una lengua para cabalgar en otra— está dictado por una serie de factores, entre los que destacan el terna de la narración y, naturalmente, los interlocutores. De esta manera, la lengua quechua, frenada e impedida —salvo en el nivel léxi- 210 Guaman Porna redivivo o el castellano rural andino co— en un principio, logra romper la barrera diglósica para alternar con el castellano, consiguiéndose un vehiculo lingüistico entrelazado, muy similar al discurso guamanpomiano. Asombra constatar, asi, la reiteración de un estilo discursivo, luego de más de 350 aňos de em-pleado por el ilustre «motoso» de la historiografia peruana. Además, debe observarse que también en la revista Minka el texto escrito y el visual se dan la mano, enriqueciéndose mutuamente, en verdad cons-tituyéndose en lecturas paralelas. Obsérvense, en prueba de lo dicho, los siguientes pasajes del relato titulado «Acshu talpuyninchik», cuya traducción ofrecida debajo es «Nuestra siembra de papa» (cf. Minka 17: 27). En pleno preparativo para trasladarse al campo, la anciana Delfína, que «esta incapacitada pararealizar trabajos fisicos, [...] en cambiotiene mente ágil, imactapis yalpalayan. Va haciéndoles recordar [a sus hijos y nietos] \amam uhuanquichu milcapayquicunacta, jay Eliasca manam cuca tratrayta ni upyayta munanchu! (jno se olviden de Uevar fiambre; al Elias no le gusta chacchar coca ni tomar!)» (el énfasis es nuestro). Ya en la cha-cra, los bueyes aradores (el «Chivillo» y el «Bavo») se ponen ariscos y amenazan pelearse. Teodora advierte entonces: «jPilli, jaycunacta chapiluy!» (jFeliciano, sepáralo a pedradas!); pero don Elias da una contraorden: «/Ama manchachicho, jina pishipacuchun!» (jNo lo asus-tes, que se cansen asi!). Luego comenta: «Es bueno hacerlo jugar antes, porque ya cansaditos se les puede amarrar al yugo fácilmente. Además no van a estar jaloneando cuando se está arando. jMansitos van a estar!» (el énfasis es nuestro). Como se ve, los pasajes en quechua son citas directas, tomadas de labios de los personajes, y cuyo parafraseo (no traducción) se ofrece de inmediato. En un caso, sin embargo, el narrador cambia de código, y comenta directamente en quechua: ello ocurre cuando nos dice que la anciana Delfína, aunque debil ya para las faenas del campo, no olvida las cosas que deben alistarse para el laboreo: imaktapis yalpalaykan. En este caso no se ofrece traducción alguna, pero la oración, que signi-fica «anda acordándose de todo», no hace sino recapitular y resumir lo dicho previamente en relation con la habilidad de la anciana. Como muestras de citas directas, pero igualmente insertas dentro de un texto castellano comentaremos dos pasajes, muy interesantes no sólo desde el punto de vista formal-estilístico sino sobre todo por el sigmficado de los mismos dentro de lo que suele llamarse «religiosidad andina». El primero corresponde al distrito de Marco (valle de Yanamarca, Jauja) y el segundo al de Pucará (Huancayo): se trata, por consiguiente, de dos realidades dialectales diferentes, aunque perfec- 211 Rodolfo Cerrón-Palomino tamente inteligibles entre si (cf. Minka 12:18 y Minka 18-19:27, res-pectivamente). En Marco, como en todos los pueblos del valle, se profesa una veneration profunda a la tierra: «hay que pisar su suelo con respeto, persignándose, mirando hacia el cielo y la tierra. El más antiano de la família, con reverencia dice: Pacha-mama jamllam yapan-familiatam mantianinqui, chaymicanan, ňoja upiashata chaqjchashrata muqashrata, convidata siempre, huatam-huatam allimmicuy jumanayquipaj (La tierra es quien da los fŕutos para toda mi generation y que aňo tras aňo debo brindarte siempre igual, lo que bebo, lo que mastico y fumo en seňal de agradecimiento, porque tú mantienes a toda mi familia, recibe lo bueno como ofrenda que te doy)». El pásaje en quechua adolece de una serie de erratas y posiblemen-te también de algunas inexactitudes en la transcription, amén del caos ortografico reinante. El texto, reinterpretado y normalizado es el si-guiente (aquí, y en ritas semejantes, los préstamos del castellano irán en cursivas): Pacha mama, qamllam llapan familyaata ma/ztómykanki; chaymi kanan ňuqa upyashqaata, traqtrashqaata, mukashqaata, kumbidok simpri, watan-watan alii mikuy qumaanaykipaq. En Pucará, asi como en los demás pueblos, se venera al insecto co-nocido como mariquita, y que en el quechua local recibe los nombres de mama-chucha, puqutinway o puqu-tinkuy. Se le considera como la mensajera de la buena cosecha: de alii su nombre, que significa literal-mente «el punto (el 'encuentro') de la maduracion». En el relato, dos niňos van a la sementera, enviados por la madre, a coger las mariquitas que ella vio el dia anterior para llevarlas a los sembrios de modo que trasmitan su bendición. Dice el pásaje, que esta vez ofrecemos en version normalizada, siguiendo los cánones del alfabeto oficial váhdo para el huanca: jMama puqu-tinkuy! Qammaa siilupi řayřacha katramushunki, rnikuykunakta puquchinaykipaq. Parřikuyari bindisyunniykita llapa-llapa mikuykuna qishpinanpaq. jHalallaa kachun ari, akshullaa kachun ari! Taytacha allin allinta puquchillay talpuykunakta, ayllullaakunapta, malka-masillaakunapta. jiřu^gullaata traskikullay, taytayl Misirikurdyaktam maňakullak, al fm huchayuqpis, mana huchayuqpis lliwmi chuliyki kanchik. Manamaa u>arcíakuyta atipapaakuuchu, 212 Guaman Porna redivivo o el castellano rural andino simprimaa huchaman palpuykalkaa. Imanaw kalpis, qampa lulashqaykitr kapaakuu: furti, diibil, wanurinku kurasunni-yuqkunakta. Ama ari qunqapaakamaychu, ama ari katrayka-paakamaychu distiinuuman. Asombrosamente, los textos citados parecen entresacados directa-mente de los expedientes sobre juicios de idolatrías, como los publica-dos por Duviols. Compárense, por ejemplo, con el siguiente pásaje (cf. Duviols [165611986: 66), aunque aquí se habla más bien de «hechice-rias» y «embustes», vocabulario propio de los fanáticos extirpadores: Y asimesmo a bisto [el testigo] que esta Carua Francisca Cocha Domingo China Chaupis Pedro Rimay Malqui Juan Malqui Yanac Francisca Poma Carua Xptoual Runto Isabel Muchuy todos son echizeras enbusteras y echan suertes con araňas y son quando uno esta muy al cabo para sauer si a de morir o no quando no lluebe si a de llober o no y los puquios an de tener agua o no. Los susodhos cogen unas araňas pequeňas y las ponen en la mano y hacen conjuro adoran a Libiac al sol y le disen estas palabras; Yaya Punchaoyaya Libiac puchayquita comay orcoyquita comay cafnjmi puchaiyoc canquin orcoyoc canqui maquiqui[c]ta comay Seňor Libiac seňor Sol da a estas uuestras criaturas. Y diciendo estas palabras las araňas lebantan todos los pies o manillas y entonces el dno echizero be si le falta algun pie o mano que lebantan y si es el derecho es mal aguero y dize que morira el enfermo y secaran los puquios y si es de pie o mano izquierdo el sucesso sera bueno, el enfermo no morira los puquios tendran agua [...J. Como en los viejos expedientes de Cajatambo, los campesinos del valle no han olvidado sus plegarias a la madre-tierra y a sus mensaje-ros benéficos, pues de ellos depende su propia existencia. Dichas invocaciones persisten, a no dudarlo, en la medida en que se transmi-ten en la lengua ancestral. Una vez más: lengua y cultura como las dos caras de una misma medaila. 4. Entre el quechua y el castellano: la angustia del mestizo. Asi rezaba un pequeňo artículo de Arguedas (1939), en el que describía sus propias vivencias de escritor mestizo ante el conflicto que significa-ba expresar su mundo interior a través de una lengua que no era senti-da como propia, y, sobre todo, que «no [decia nada] del paisaje». Dicho conflicto expresivo se resolvería, según el autor, mediante, la forja de un 213 Rodolfo Cerrfo-Palomüio cas tell ano híhrido, cuyas primeras manifestaciones las veía él entre sus alumnos mestizos del colegio Mateo Pumacahua de Canchis (Cuzco). De esta manera, Arguedas entreveía la formación del castellano andino, que se gestaba sin embargo desde los primeros aňos de la colonia, teniendo en Guaman Poma, Santa Cruz Pachacuti y Francisco Tito Yupanqui a tres ilustres paradigmas del hablar motoso (véase el ensayo 7). Pues bien, la gran mayoria de los textos de Minka constituyen pre-cisamente magnificos ejemplos del conflicto lingüistico senalado. Como se dijo en §3, para entablar una comunicación fluida con el campesino del valle era necesario sintonizar su propio registro dialectal: en el mejor de los casos, y donde el quechua sigue vigente, en esta misma lengua; y donde aquél ha dejado de emplearse, a través del castellano rural. Descartado el quechua, sin embargo, como vehículo unico de expresión escrita —aspecto que también fue puesto en tela de juicio acertadamente en la revista—, quedaba el castellano rural, remdo con la norma de la modalidad urbana, y, por consiguiente, desterrado del uso formal escrito (a menos que pasara por la purga previa del normativista). Dicha variedad, estigmatizada en los textos profílácti-cos (c/*., por ejemplo, Arauco Aliaga 1984) aparece, sin embargo, rei-vinchcada: se trata de la chaupi-lengua o «media lengua», común entre los campesinos de los valles interandinos del Ecuador y de las zonas quechuas de Bolivia. Esta media lengua, que la escuela busca erradi-car las más de las veces infructuosamente, constituye no obstante, por decirlo asi, la materia prima que nutre y ahorma al castellano andino que, ante el desborde popular y la recomposición social de las urbes, va arrinconando al castellano académico-normativo peruano, en franco proceso de retirada (Rivarola 1990: cap.VII). Notese, por lo demás, que esta misma interlengua, pero anejada por el paso de los siglos, constituye hoy dia el deliquio y reguste de los estudiosos de la cultura andina: nos referimos a la prosa del cronista indio Felipe Guaman Poma, con-siderada como una muestra de «behetria mental» por algunos hispa-nófilos como Porras Barrenechea (1948). Como ilustración del castellano rural ofreceremos aqui algunos pa-sajes seleccionados arbitrariamente (pues, en verdad, lo mejor habria sido transcribir íntegramente los textos involucrados, pero eonfrónte-se con nuestra cita y los comentarios respectivos proporcionados ya en §3.1) pertenecientes, respectivamente, a las zonas sur (Pucará) y no-roeste (Huarisca) de Huancayo. Los ejemplos del primer punto han sido entresacados del relato «Una banda de músicos con la papa corne-ta», de Juan Roj as Medrano (cf. Minka 17: 32). Asi tenemos: 214 Guaman Porna redivivo o el castellano rural andino (1) «Al verse descubierto tel maestro de música jugando con los muchachos] se piňacuba (molestaba) un poco y se iba, mur-murando». (2) «Todas las veces que ibamos [al sembrio de papas] llusrcába-mos [tanteäbamos] con ambas manos, despacito, con cuidado, para saber si nuestra corneta estaba grande». (3) «Otras veces yo era paciensoso, él [su hermano] hacia pasalichir (se sobrepasaba). Entonces se armaba el lio». (4) «[...] los mayores trataban de agarrar nuestra papacorneta con la intención de llaquichirnos (entristecernos) y hacernos llorar, pero después de un rato nos la devolvian». Notese que, con exception del ejemplo (2), los quechuismos inserta-dos aparecen con su traduction al lado. En tal sent i do, uno se pregun-ta qué razón hay para no evitarlos —conste que el texto ha sido «nor-malizado» ya, en parte al menos, por los redactores, a juzgar por la restitution de algunas concordancias—, de manera de ofrecer un texto castellano más «limpio». La respuesta tiene que ver, indudablemente, con la fuerza expresiva que conllevan los vocablos quechuas en compa-ración con sus versiones castellanas, que además no traducen fielmen-te en cada caso los matices semántico, de aquéllos. Para conseguir esto habría sido necesario un esfuerzo descriptivo de naturaleza perifŕástica que hubiera desembocado en un fraseo sobrecargado e inex-presivo. De hecho, por ejemplo, en (2) la expresión llushcábamos (del quechua Uushkay 'tentar con las manos algo encubierto') quiere expre-sar la action consistente en «introdutir o deslizar las manos bajo las matas de papa para palpar el estado de madurez de los tuberculos», en este caso de aquellos que tienen la forma de una corneta. Los ejemplos correspondientes al segundo punto —-el de Huarisca— corresponden a los pasajes «Trabajando el ulay con los ninos» (Minka 18-19:14) y «Gastos de la cosecha [de papas]» {Minka 20:11), de Jesus Lindo Revilla. En ellos se leen: (1) «La familia, sobre todo con los chiuches (ninos) de 5 a 10 anos, salen con sus animales a las partes alt as donde existen muchaas (espacios libres en la pateadera de sus parcelas), para verdepachir (darles pasto fresco) a sus burros y vacas» (2) «La cosecha ha sido más trabajosa. No hemos necesitado bus-car gente ya que vinieron todos los que tenían seňalado sus shuňay o kurmaychakuy (buscar papas grandes). Para tiklar 215 Rodolfo Cerrön-Palomino (voltear) la papa, llegaron [los] compadres con sus toros para pagarles en papa». Como habrä podido advertirse, las glosas ofrecidas al lado de los quechuismos no son de gran ayuda para comprender a cabalidad el contenido de los pasajes citados. En efecto, en (1), comenzando por el titulo del pasaje, cuya palabra ulay requiere de una aclaraciön (en este caso, qulay significa trabajo de deshierbe', consistente en limpiar los sembrios de malezas), las expresiones muchaa y verdepachir, pese a sus glosas, aparecen imprecisas. De hecho, la definiciön del primer termino (en verdad muchaq) apa-rece oscurecida al mismo tiempo por la palabra pateadera, que en cas-tellano general podria interpretarse a lo sumo como lugar donde se patea', y que, por consiguiente, requeriria a su turno de una glosa es-pecial. El segundo termino, por su parte, si bien porta una raiz de origen castellano —verde—, aparece tematizado con los sufijos verbales derivativos -pa 'repetitivo' y -chi 'causativo': como se ve, un hibrido perfecto. Nötese, pues, que, para entender plenamente el pasaje co-mentado, es necesario parafrasear dichos conceptos (ademas de sena-lar que chiwchi significa originariamente 'pollito'): muchaq o, mejor, muchaqkuna (de alli la pluralizaciön castellana de la voz quechua en el ejemplo) son los linderos que separan unas chacras de otras, lo sufi-cientemente amplios como para poder caminar por ellos y donde crece el pasto libremente de modo que pueda apacentarse en el. Tales bordes no solo corresponden, como dice el relator, a la parte posterior de los terre-nos (pateadera alude en principio a la parte posterior de una cama, es decir la opuesta a la cabecera) sino a cualquiera de los contornos. La accion de verdepachir consiste en hacer que los animales coman de los follajes tiernos que crecen en los linderos, generalmente luego de ha-berse alimentado de otras cosas, a manera de relleno fresco. Cuanto al segundo pasaje, los conceptos quechuas de shunay, kurmaychakuy y tiklay, no obstante la glosa respectiva para los dos Ultimos, aparecen igualmente vagos e incompletos. En efecto, los dos primeros aluden a formas de recompensa en el trabajo agricola: uno de contenido generico y otro, de alcance mäs especffico. Asi, el shunay, en el laboreo especial de la cosecha, consiste en la separaciön que hace el dueno de chacra de alguna porciön del sembrio (destinando algunos surcos, por ejemplo, o, cuando se tiene toda la papa cosechada, reser-vando cierta cantidad de ella) como recompensa por el trabajo (no asa-lariado) de una persona. El kurmaychakuy (de kurmay 'papa que so-bresale por su tamano', mäs el verbalizador -cha y el benefactivo -ku), 216 Guaman Porna redivivo o el casteUano rural andino por su parte, consiste en la licencia que obtiene el trabajador (el no asalariado) de poder separar para si los tubérculos más grandes que encuentre durante la faena: el kurmay es, pues, como un premio o galardón del más empeňoso en el trabajo; es decir, hace las veces de un seňuelo. Finalmente, la action de tiklar (notese el reemplazo del infinitivo -y por el correspondiente -r del castellano), que aparece glo-sada como Voltear' permanece igualmente confusa, puesto que la glosa no alcanza a aclarar nada: Voltear la papa' puede hasta interpretarse como cambiarla de posición simplemente. La action aludida en el pásaje consiste en la propia cosecha de papas con la ayuda de una yunta: el arado penetra bajo las matas removiéndolas de raíz, de forma que éstas y los tubérculos quedan expuestos hatia arriba a la par que las matas aparecen enterradas: tal el «volteo», que no es sino una de las modalidades de la cosecha de tubérculos. Como puede apreciarse, el castellano rural andino surge del empleo paralelo, «en yunta» —como dirian los campesinos chuquisaqueňos, segun testimonio de nuestro amigo Pedro Plaza—, de las dos lenguas en conflicto. La norma urbana del castellano lo dequechuizará en parte, por action de la escuela y de otros agentes de cambio como los me-dios masivos de comunicación; pero dicha nivelarión en favor de for-mas dialect ale s más generales sólo se hará en relation con las manifestationes sotiolingüisticamente más marcadas, como suele ocu-rrir, no pudiendo eliminarse otros rasgos de naturaleza más abstracta y fundamentalmente semánticos: es por esta via que el castellano pe-ruano va andinizandose sensiblemente (véase el ensayo 12). Ahora bien, tampoco el quechua se libra de influentias castellanas, aunque éstas sean de menor cuantía, más alia del léxico, sobre todo del llamado «cultural». En este caso también, sin embargo, es el bilin-güe con mayor exposition al castellano quien suele saturar su quechua de castellanismos muchas veces completamente innecesarios. Tal es el empleo de voces como Simula, surku, timpu (temporada), pariiha, gustu, balur (fuerza), etc., para las cuales no faltan términos quechuas de abolengo: muhu, shuka, mita, masa, munay y kallpa, respectiva-mente. Pero no sólo eso, pues, tal como sucede en el castellano rural, aquí también nos topamos con casos interesantes de hibridación del tipo taklliiru, chakmiyay, waniyay, wapiyay, etc. La primera voz puede pasar por castellanismo, sin embargo, toda vez que taklla no es propia del quechua huanca (aqui el término equivalente es shuki), habiendo ingresado a él a través del castellano; pero la derivation normal en quechua seria en todo caso takllaq y no con el derivativo castellano -ero. Los tres términos restantes provienen del quechua local, 217 Rodolfo Cerrón-Palomiiio pero previo reajuste derivacional en el castellano lugareno: en efecto, los verbos chakmay 'preparar el terreno, barbechar', wanuchay 'echar abono, abonať y wapyay 'alardear dando voces' fueron incorporados al castellano como chacmear, guanear y guapear, que luego reingresan al habla quechua de los bilingües como chakmiyay, waniyay y wapiyay. Debe seňalarse, finalmente, que la naturaleza de los ejemplos ofre-cidos constituye de por sí un buen índice de las relaciones asimétricas que guardan entre sí el castellano y el quechua (y, dentro de é ste, entre el sureňo y el huanca) en el contexto diglósico. En efecto, en tanto que los hispanismos del quechua (en este caso los ejemplos rita-dos específicamente) son prácticamente superfluos (no enriquecen sino más bien empobrecen al quechua), no puede decirse lo mismo de los quechuismos del castellano: aquí se está frente a un verdadero enri-quecimiento léxico-cultural del habla castellana local, y, por consiguien-te, de ninguna manera pueden ser considerados superfluos (ya se vio la insuficiencia de las glosas ofrecidas). En el primer caso estamos indudablemente ante los efectos de la relación de subordination que el quechua guarda respecto del castellano. Dicha subordination se com-pensa, sin embargo, en el «desquite» con los quechuismos del castellano en tanto el tópico de los textos gire en torno a la cultura andina. Porque, como se dijo, en las esferas culturales propias del mundo occidental el avasallamiento léxico del castellano no tiene limite, sobre todo cuando los hablantes de la lengua dominada no toman concientia de la necesidad de asumir una postura, de defensa idiomática, y, más bien, sucumben ante la vergüenza cultural y lingüistica, estimulada y alentada por la escuela traditional. 5. Conclusion. Para terminar coň esta presentation, séanos per-mitido destacar, a manera de conclusion, algunos de los puntos más significativos que se desprenden de la lectura de las páginas de la revista Minka, espetialmente en relación con su esfuerzo por tratar de tender un puente comunicativo más fluido entre los promotores del cambio, provenientes de la ciudad, y los miembros de la sociedad traditional campesina. En primer lugar, debemos mencionar la constatatión del hecho de que todo intento serio por revalorar la cultura andina ancestral pasa por la reivindicación idiomática. La revaloración de una cultura «tra-dutida» en lengua oficial constituye, en verdad, una deculturatión. Creemos que los tientíficos sociales, que a menudo se desentienden de la lengua, debieran reflexionar más seriamente sobre ello. En segundo término, debe destacarse la defensa lingüistica asumida, gradualmen- 218 Guaman Poma re divivo o el caste llano rural andino te, en favor del quechua, casi siempre soslayada por los investigadores (que, siendo extranos a la lengua, no se identifican con ella). La lealtad idiomätica se manifiesta no solamente formulando discursos en torno a la lengua sino, sobre todo, escribiendola, es decir haciendo de ella un vehiculo formal de comunicaciön. En tercer lugar, importa asimismo constatar el esfuerzo desinhibido por reivindicar el castellano regional, y, mas especificamente, el rural. Lejos de «blanquear» dicha va-riedad —aunque fuera inevitable en algunos casos—, traduciendola en un castellano mäs castizo y academico, los redactores de la revista la emplean, por lo general, en toda su genuina y espontanea manifestation, para horror de los puristas. Lo que nunca comprenderän los normativistas a rajatabla es que tal castellano es apenas diferente del que manejaron los ilustres cronistas indios Felipe Guaman Poma y Joan de Santa Cruz Pachacuti, cuya lectura resulta no solo gratificante sino tambien atractiva (^como producto de su venerable antigüedad ünicamente?). Finalmente, en el aspecto puramente lingüistico, las päginas de Minka constituyen un precioso arsenal de materiales para el estudio no solo del castellano andino sino tambien del propio quechua, en este ultimo caso, sobre todo en el campo lexico-semäntico, parcela muy pobremente comprendida aün dentro de la quechuistica. 219 Un antiguo sustrato aimara en el castellano andino «Cuando tratemos de establecer la acción linguistics del sustrato, será preciso que consideremos, mientras sea posible, qué direction fonética lleva en su propio desarrollo la lengua sustrato, para no incurrir en los errores de principios y de método que supone el atribuír a su influjo una evolution que a ella misma le es extrafta». Alonso (1961b) 0. Cuestiones previas. Hatia fines de la década del sesenta, e incluso bien entrada la del setenta del siglo pasado, no podian resultar sino pretisas las conclusiones a las que llegaba Lope Blanch (1968), luego de un breve balance respecto de los estudios sustratísticos del castellano americano. Observaba, en efecto, el lingüista hispano-mexi-cano, que «el estudio de la influentia de las lenguas indigenas sobre el castellano de America está apenas initiado». A renglón seguido, el mismo estudioso, recordando el «grave divortio» que existía entre his-panistas e indigenistas, quienes para defender su punto de vista, igno-raban el trabajo del otro, manifestaba, muy justificadamente, que se hacia urgente «que los investigadores del espaňol americano tuviesen un conotimiento relativamente profundo de las lenguas de sustrato o que los especialistas en lenguas indigenas se interesasen más en ana-lizar las peculiaridades del espaňol de America» (cf. Lope Blanch 1968: cap. IV: 37). Todo ello, naturalmente con el objeto de superar viejos errores de método que, lindando en lo ideológico, nublaban cualquier discernimiento objetivo en relation con los fenómenos estudiados. Ahora bien, creemos que en la década del ochenta, y sobre todo en la del noventa, se ha conseguido, al menos en parte, superar aquella brechá que separaba a hispanistas e indigenistas, gracias a un esfuerzo de aproximación y/o colaboración entre unos y otros, inclusive a un lado y otro del Atlántico. Como consecuencia de ello, son cada vez más frecuentes los trabajos, especialmente provenientes de algunos estu-diosos del castellano de America, que, a partir de un conotimiento más Rodolfo Cerrón-Palomino riguroso y sistemático de las lenguas indígenas, vienen reconsiderando o, también, desechando de manera definitíva, fenómenos atribuidos a la acción sustratística y/o de contacto entre el castellano y las lenguas indígenas (c/!, por ejemplo, los trabajos de De Granda 1994; cf. también el volumen editado por Zimmerman 1995).1 Contribuye a ello, con toda seguridad, el nivel de madurez al que han llegado los estudios referidos a las lenguas indígenas, hecho particularmente notorio en relación con las del área andina. En el presente trabajo, que parte de las observaciones de un espe-cialista en lenguas andinas, quisiéramos Uamar la atención, como una modesta contribución a los estudios sobre el castellano de America, concretamente en su manifestación andina, sobre un fenómeno de na-turaleza fonético-fonológica propia del castellano de la región surena del Perú y del altiplano peruano-boliviano no reportado hasta ahora en trabajos anteriores (c/!, por ejemplo, Escobar 1978). Se trata de la espirantización de las consonantes /p, t, k/ y de sus correspondientes sonoras, en posición final de sílaba o implosiva. Como trataremos de demostrarlo, todo parece indicar que aquí estaríamos frente a un caso inambiguo de efecto sustratístico proveniente del quechumara2 sobre el castellano de la región. Debemos confesar, sin embargo, una limita-ción de carácter metodológico, la misma que está dada por el hecho de que, para ser más exactos en la determinación de la cobertura, actua-ción y frecuencia del fenómeno, éste debería ser estudiado a partir de una matriz sociolinguística que respondiera a ciertas variables míni-mas como son edad, sexo, escolarídad y clase social o procedencia étnica. Nuestras observaciones, en tal sentido, son apenas meras indicadoras de la existencia de un fenómeno que requiere de un estudio mucho más minucioso, contextualizado sociolinguísticamente, el mismo que debería ser acometido por los especialistas del área. Con todo, nos asiste la profunda convicción de que tales estudios, de emprenderse, no ha-rán sino confirmar nuestra hipótesis iniciál, cual es la de tener a la vista un claro ejemplo de acción sustratística. 1 Lo que no impide, ciertamente, el que susbsistan, por un lado, viejas reticencias, sobre todo en las tiendas de los hispanistas, como las seňaladas por Zimmerman (1995); pero, sobre todo, posiciones aňejas ltndantes en el folklorismo (cf. Rumi Ňawi 1994), para referirnos únicamente al área andina. 2 Término creado en la década del cincuenta por John Alden Mason para nombrar a la lengua matriz de la cual habríanse derivado el quechua y el aimara (véase Cerrón-Palomino 1994b). 224 Un antiguo sustrato aimara en el castellano andino 1. El fenómeno. Como lo observó certeramente Amado Alonso (1961a), en su célebre artículo s obre «una ley fonológica del espanol» (que hoy preferiríamos designar más bien como «regia»), la oposición í± sorda] de las consonantes /p, t, k/ versus /b, d, g/, en posición implosiva, dej a de tener relevancia, ya que se neutraliza en una arti-culación en la que lo único que cuenta es su localización. Seňala asi que «en la pronunciación correcta, sin pens ar en vulgarismos ni regionalismos, se articula inepcia o inebcia, Capsula o cábsula, adoptiert o adobción, obtener u optener, subterráneo o supterráneo, obsesión u opsesión, absurdo o apsurdo; se pronuncian atlas o adlas, ritmo o ridmo, atmosféra o admósfera, adquirir o atquirir, adjetivo o atjetivo; se dice aktor o agtor, frak o frag, téknica o tégnica, akción o agción, eksigir o egsigir, mágsima o máksima, etc.» (cf. también, a este respec-to, Navarro Tomáš 1963: §§ 71, 98, 125, 127 y 128). Se trata, como se sabe, de una vieja tendencia en el castellano, consistente en el «debili-tamiento y la confusión de las articulaciones, y por consiguiente, de las distinciones fonemáticas en fin de süaba» (cf. Malmberg 1965). Sobra decir que dicho proceso de neutralización, localizable en los haces consonánticos de los llamados «grupos cultos», se observa igualmente en el castellano andino, con excepción de la parte serrana del cono sur peruano y del altiplano boliviano. En dicho espacio geográfico, concretamente en el territorio que com-prenden los departamentos peruanos de Cuzco, Arequipa, Puno y se-rranías de Moquegua, por un lado; y, por el otro, en los departamentos del altiplano boliviano, en particular en los de La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí, la articulación de los mencionados segmentos en posición implosiva adquiere otra modalidad, que sepa-mos, ajena al resto del ámbito no sólo hispanoamericano sino también peninsular. En efecto, en las variedades del castellano que se circunscriben al area delimitada, la neutralización de las consonantes en posición implosiva se resuelve en una espirante sorda correspon-diente al punto de articulación del segmento involucrado. De esta manera, encontramos las siguientes realizaciones: (a) /p, b/ [(()] [áto] apto opción optica adoptar [oserßar] [asúrSo] obtener objeto observar absurdo [osyórj] [ó(j)tika] [a5oc|)tár] 225 Rodolfo Cerrón-Palomino (b)/t, d/-> [6] - [s] [ríomo] ritmo [aGlas] atlas [ú0bol] fútbol [amáe] Amat3 [aSkirír] adquirir [aGxetißol adjetivo [aößertir] advertir [aOßyento] adviento (c) /k, g/ -> [x] [dirextór] director [téxnika] técnica [máxsimol máximo [axtór] actor [síxno] signo [máxno] magno [dóxma] dogma [ixnoránte] ignorante Ahora bien, el fenómeno en cuestión no tiene la misma generaliza-ción en términos diatópicos ni diastráticos, y quizás tampoco en el es-pectro diafásico, aspecto éste que debería ser controlado de manera sistemática. Es nuestra impresión, sin embargo, que dicho proceso afec-ta en mayor medida a las consonantes graves antes que a las coronales, y entre aquéllas más a las velares antes que a las bilabiales, y ello tanto en términos de cobertura regional cuanto en su adscripción diastrática. Asi, por lo que toca al lado peruano, las velares se espirantizan en todo el territorio sefialado y en todas las capas sociales; las labiales, a su turno, sufren el mismo proceso igualmente en toda el área delimitada; pero, a diferencia de lo que ocurre con las velares, esta vez no alcanza a las capas altas de la ciudad de Arequipa, donde el fenómeno es claramente propio de los estratos medios y sobre todo bajos. Por lo que toca a las consonantes coronales, la espirantización de las mismas es exclusiva de las capas más populäres, en especial de aquéllas de extracción étnica indígena. Y en lo referente al lado boli-viano, tal parece que lo observado en los departamentos peruanos de Cuzco y Puno —es decir descontando Arequipa— puede hacerse ex-tensivo a ól, aunque siempre exceptuando a las capas sociales más altas de las ciudades, particularmente las de La Paz y Sucre. De esta manera, el fenómeno estudiado parece guardar, entre sus componen-tes afectados, la siguiente relación implicacional de náturaleza tanto geográfica como social: [9]> [(j>]> [x], es decir la presencia del primer segmento implica la de los siguientes, mas no al revés. 3 Este apellido, de obvio origen catalán, es bastante común en los pueblos lacustres del altiplano peruano. 226 Un antíguo sustrato aimara en el castellano andino Caracterizado el fenómeno en los términos descritos, conviene aho-ra preguntarse respecto de su genesis: ^estamos aquí frente a un pro-ceso de naturaleza interna o el mismo debe achacarse a un agente de causación externa, en este caso atribuible a las lenguas indígenas cotérminas (el quechua y el aimara)? En vista de que, hasta donde sabemos, no se registra un fenómeno similar de conjunto —es decir, que afecte a todas las consonantes en cuestión en tanto forman una clase natural— en todo el ámbito hispanoamericano, y menos en el peninsular, fuerza será tornar la mirada (una vez cumplido el requisi-to metodológico de agotar las posibilidades de una solución interna al problema) hacia las lenguas indígenas circundantes en busca de una explicación coherente que dé cuenta de los hechos observados. Un buen comienzo para ello será indagar por el tratamiento de las consonantes oclusivas del quechua cuzqueňo-boliviano o inca* lengua con la cual, sobre todo en el campe, alterna el castellano desde los tiempos initiales de la colonia. 2. ^Sustrato quechua? Una de las isoglosas de caräeter fonolögico que separa al quechua de tipo ayaeuchano, Uamado chanca, del cuzqueno-boliviano o inca> es el registro, por parte de este ultimo, de una regia de espirantizatiön en virtud de la cual las consonantes /p, t, c, k, q/ (donde la africada /c/ se comporta como si fuera una oclusiva) devienen [<|>, s, s, x, %], respectivamente, tal como se ejemplifica a con-tinuatiön (cf. Cerrön-Palomino 1987c: cap. VI, § 6.1.43.33, 1994b: 14): [čára] [usqha] [qhešwa] Icixcij K'exta-] chapra utqha qhichwa chikchi ch'iqta- 'rama de árbol' 'rápido' 'quechua' 'granizo' 'partir' El fenómeno, que a no dudarlo tuvo como centro de innovación el Cuzco mismo, parece remontarse ya, en vista de algunos indicios, a los comienzos del siglo XVII,5 y lejos de ser un proceso acabado, todavia 4 Designamos asi a la variedad del quechua sureno que comprende los departa-mentos peruanos de Apurímac (en su porción sureste), Cuzco, Arequipa, Puno y Moquegua, asi como a la hablada en los departamentos altiplánicos de Bolivia: histó-ricamente, se trata de una variedad apuntalada por los incas, luego de su propia quechuización. 5 Cf, por ejemplo, Goncález Holguín ([1608J 1952: 86), que recoge al lado de 'cercano, próximo'. 227 Rodolfo CeiTÖn-Palomino no ha alcanzado —no al menos en forma categörica— a ciertas zonas perifericas, como el norte de La Paz y algunos lugares de Arequipa y Moquegua. De todas maneras, por lo que toca al Cuzco y lugares conti-guos, de acuerdo con la documentaciön escrita colonial, el fenömeno parece haberse generalizado hacia fines del siglo XVII y principios del XVIII (cf. para un intento de cronologizaciön del fenömeno, Mannheim 1991: cap. 9). Conviene ahora preguntarse si no podria verse en dicho fenömeno al causante de la espirantizaciön de las consonantes castellanas. Como se habrä podido apreciar, el tratamiento de estas en el territorio pre-viamente delimitado (ver § 1) es, mutatis mutandis, exactamente igual al registrado por el quechua inca: en ambos casos, el resultado del proceso es präcticamente el mismo (con excepciön del educto de /t/, que en el quechua pasa a [s], y que en el castellano lo hace previa [0]). Sin embargo, en terminos de cobertura territorial, surge un problema: el ärea donde se registra el fenömeno de espirantizaciön que afecta al castellano no coincide con la distribuciön territorial del quechua. En efecto, no solo en los departamentos bolivianos de La Paz, Oruro y Potosi se habla predominantemente el aimara sureno (histöricamente el quechua es una lengua intrusa en aquellos territorios) sino tambien en los departamentos peruanos de Puno, y Moquegua —y hasta el siglo XVIII por lo menos en el de Arequipa— ocurre lo mismo, aunque compitiendo con el quechua. Por lo que, al no coincidir los territorios donde se registran ambos fenömenos —en el castellano y en el quechua—, la tesis de la transferencia lingüistica queda en seriös aprie-tos. Por otro lado, la misma ocurrencia del desgaste en el quechua no parece del todo clara en cuanto a su causaciön. En efecto, dentro de la tradiciön de los estudios quechuisticos, dicho fenömeno fue tratado, implicitamente al menos, como un proceso in-terno de erosiön. Parecia coadyuvar a dicha interpretaciön tanto la constataciön de que algunos de tales segmentos corrian la misma suerte en variedades completamente ajenas al dialecto inca o alejadas de el6 como el hecho, igualmente notorio, de que en muchas lenguas la posi-ciön final de sflaba resulta particularmente critica como elemento 6 Tal ocurre, por ejemplo, con las consonantes /£, k, q/ del quechua argentino; con los reflejos de la oposiciön /k/ y /q/ en los dialectos de Amazonas (Peru), y de Chimborazo y Saraguro (Ecuador); pero tambien en la variedad chinchana descrita por fray Domingo de Santo Tomas ([1560] 1994), en la que se advierte la espirantizaciön de /c7, y tambien, a lo que parece, de lp, t/. Ver Cerrön-Palomino (1987c: cap. VI, § 6.1.43.1), y, para la variedad chinchana, Cerrön-Palomino (1990). 228 Un antiguo sustrato aimara en el castellano andino eondícionante de erosión y hasta de supresión consonánticas (recuér-dese el caso del propio castellano; cf Malmberg 1965). Una explicación de naturaleza interna es igualmente la que intentó esbozar Mannheim (1991: cap. 2) al asociar, teleológicamente, el fenómeno de desgaste mencionado con la adquisición, por parte de la misma variedad inca del quechua de la série de aspiradas y glotalizadas:7 el incremento de la carga opositiva motivado por los nuevos segmentos en posición iniciál de sílaba —contexto privativo de su ocurrencia— habría tornádo hasta cierto punto redundantes las distinciones en posición implosiva via la neutralización de las mismas. Conforme lo observamos en su momento (cf Cerrón-Palomino 1987c: cap. XI, § 6.1.2), dicha explicación resultaba altamente cuestionable, en parte debido a la recurrencia del fenómeno —o un aspecto de ól— en otřas áreas quechuas, y se torna aun más endeble una vez que se pone en duda el origen sustratístico de las consonantes laringalizadas (aspiradas y glotalizadas) del quechua inca (véase la nota 7). Pues bien, admitiendo el carácter recurrente del fenómeno estudia-do en otřas áreas dialectales del quechua, len qué medida puede se-guir manteniéndose la hipótesis de la motivación interna del mismo? Al respecto, quisiéramos seňalar que la presencia del fenómeno en áreas ajenas a las del cuzqueňo-boliviano (véase la nota 6) difiere del regis-trado en este ultimo al presentar la espirantización no sólo de /č, k, q/ sino, de manera sui generis, la de /p, t/, completamente desconocida en otřas zonas.8 Siendo asi, como ya lo sugeríamos en otro lugar (cf Cerrón-Palomino 1986, 1994b: cap. 3, § 3.4), preferimos indagar por otra via, esta vez de naturaleza externa: £no será que tenemos al fren-te un fenómeno de sustrato aimara en el quechua inca? Nuestro paso siguiente consistirá en abordar dicha posibilidad. 7 Según la teória sustratística del origen aimara de tales modalidades dentro de la váriedad inca que nosotros mismos suscribíamos en un principio (cf. Cerrón-Palomino 1987c; cap. VI, § 6.21.1). Incidentalmente, hoy pensamos que tales serieš formaban parte del sistema fonológico del protoquechua, según lo sugerimos en Cerrón-Palomino (1995a). Sobre lo ultimo, véase ahora Cerrón-Palomino (2000: cap. VIII). s En nuestro análisis del quechua descrito por Domingo de Santo Tomáš (cf. Cerrón-Palomino 1990), decíamos, en vista de algunos ejemplos, que probablemente tales consonantes estaban sufriendo también un proceso semejante de espirantización. Sin embargo, creemos que dicha opinión debe ser revisada a la luz del carácter polidialectal del materiál léxico registrado por el primer gramático quechua: es posible entonces que los ejemplos esporádicos que parecen mostrar indicios de tal fenómeno (por ejem-plo, Vaho'f 'plumaje') sean indicadores de la incepción del mismo en el propio cuzqueňo, de cuyos hablantes habría recogido el dominico parte de sus datos (véase la nota 5). 229 Rodolfo Cerrön-Palomino 3. ^Sustrato aimara? Una de las restricciones de la estructura siläbica del aimara surefio9 consiste en la prohibition de la ocurrencia de un segmento [+ interrupto] en position final de sflaba o precon-sonäntica (c/l Cerrön-Palomino 1994b: cap. 3, § 3.4), contexto en el que solo puede aparecer un segmento [+ continuo]. Ahora bien, para ser mäs precisos, dicha restriction solo opera en el nivel de raiz, mas no en el de palabra, unidad en la que pueden coaparecer tranquilamente consonantes oclusivas como producto del fenömeno de elision vocälica tan frecuente en toda la familia lingüistica. Asi, es posible obtener las siguientes formas: donde se aprecian secuencias consonänticas intervocälicas (las que incluso pueden llegar a siete!), aunque de caräcter «superficial», ya que dichas emisiones provienen, respectivamente, de /apa-tha-wa/, /yati-ma/, /yati-cha-ta/, /p'aki-t'a-/ y manq'a-ta/. Incidentalmente, la dife-rencia en la operabilidad de la regia va resolviendose en favor de su generalizatiön en el nivel de la palabra (raiz mäs sufijos), tal como lo revelan los estudios dialectolögicos (cf. Briggs 1993, Cerrön-Palomino 1995b): en este caso las consonantes en posiciön implosiva se espiran-tizan (asi, [kix.pa] o [pas.pa], ambas significando 'mismo', provenien-tes de /kiki-pa/ y /pacha-pa/, respectivamente). Ahora bien, £cuän antiguo es el fenömeno restrictivo mencionado? Aunque no es fäcil precisarlo, gracias a los quechuismos registrados por la lengua, segun aparecen ya en Bertonio ([1612] 1984), podemos suponer que la restricciön operaba como «filtro» en relaciön con los prestamos que contenian secuencias de consonantes oclusivas, seiia-ländonos de paso que, al tiempo que ingresaban tales vocablos, el quechua aün no conocia —no, al menos, en forma generalizada— el fenömeno de espirantizaciön. En prueba de ello pueden citarse algu-nos ejemplos tomados al azar del mencionado Vocabulario bertoniano. Un buen caso ilustrativo es la entrada para quechua, que el jesuita 9 No entra aqui en consideration el aimara central o tupino (vease Cerrön-Palomino 1994a, para el empleo del terraino aimara, que cubre a toda la familia del mismo nombre), pues la restricciön que se verä en seguida no cuenta en aquella variedad. [ap.tNva] [yat.ma] [ya.ti6.ta] [p'ak.t'a-] [marjq'.ta] 'yo Uevo' 'japrende!' 'tu ensenas' 'romper algo sübitamente' (tü comes' 230 Un antiguo sustrato aimara en el castellano andino italiano ingresa como (es decir, lengua quechua', donde aru significa lengua'), con la glosa de: «Lengua quichua, o del inga: Ehisdem pronuntiationis» {cf. Bertonio [1612] 1984: II, 291), donde vemos cómo la lei ha sido «filtrada» como /s/. Lo propio puede decirse de tantos otros ejemplos, entre ellos 'escoger', lavar', etc. donde la grafía busca representar tanto a la velar como a la postvelar (cf. quechua aklla- y ťaqsa-, respectivamente). De manera que la restriction de estructura morfémica en el aimara sure-ňo es de antiquísima data, y es probablemente el resultado de una de sus innovationes locales —^motivada sustratísticamente también?— luego de su asentamiento en la región sureste andina,10 pues dicha propiedad no es compartida por la rama central,11 Comparando ahora el registro del fenómeno por parte del quechua y del aimara, resulta que la operation del mismo en la segunda lengua no sólo es de data más antigua sino que también, territorialmente, rebasa la cobertura geográfica del cuzqueňo-boliviano o inca. De he-cho, como se sabe, antes de la expansion de la variante chinchana del quechua en direction sureste hasta llegar al Cuzco, todo aquel espacio estaba cubierto de hablas aimaras {cf. Cerrón-Palomino 1995c, 200: cap. VII), y sólo la posterior expansion de la primera lengua, impulsa-da por los incas, irá desplazando a las segundas, aunque con menos fuerza ya en el altiplano, una vez consumada la conquista espaňola. Siendo asi, y teniendo en cuenta que el quechua inca se superpuso 10 Sin embargo, un sondeo comparativo entre el léxico de Bertonio ([1612] 1984) y el de Torres Rubio (1616:46-64,80-97) parece indicar que el fenómeno, presente en la variedad lupaca, descrita por el jesuita italiano, no se registraba aún en la potosina, que es la que aparece consignada por el segundo de los autores mencionados. Ocurre que, a la par que Bertonio registra 'abrigado', Viuda', tener miedo', etc. su colega de orden recoge para los mismos lexemas , y , respectivamente. El léxico que se puede entresacar de la Doctrina Christiana (cf. Tercer Concilio [1584] 1984) armoniza con el de Torres Rubio, lo que no debe llamar a extraňeza, pues la variedad aimara empleada en dicha obra es también ajena a la lupaca. Ahora bien, len qué medida estamos aquí ante simples diferencias en la notation ortográfica? No lo creemos asi, pues las formas que Bertonio consigna, además de conllevar (dígrafo que emplea el autor para dar cuenta de la velar y postvelar fricativas), registra la protética espoleada previamente por la conso-nante espirantizada: en los ejemplos de Torres Rubio, evidentemente, la falta de espirantización implies la ausencia de prótesis. De éste y otros puntos conexos en el aimara colonial nos ocuparemos en una próxima oportunidad (véase, ahora, Cerrón-Palomino 2000: cap. V, § 1.33.3). 11 En efecto, en los dialectos del aimara central o tupino no se registra semejante restriction, excepto con respecto a las consonantes /k, q/, que en position implosiva se neutralizaron completamente en una fricativa velar, es decir [x] (cf. Belleza 1995). 231 Rodolfo Cerrón-Palomino sobre un extenso territorio aimara, ora desplazándolo por completo, ora coexistiendo con él, todo parece indicar que el fenómeno de espirantización registrado por aquella lengua es tributario de las restricciones silábicas del idioma altiplánico, que prohiben la copresencia de conso-nantes oclusivas en posición intervocálica. Sintomáticamente, como ya se adelantó, el fenómeno se registra única y exclusivamente en el quechua que entró en contacto con la variedad aimara sureňa, teniendo como limite noroccidental la cuenca hidrográfica del río Pampas (Apurímac). De aceptarse la vieja teória middendorfiana (c/!, ahora, Cerrón-Palomino 2000: cap. VII) de que los incas primitivos hablaban aimara, habrían sido los soberanos posteriores —los del Uamado período histórico— quie-nes, en su aprendizaje del quechua como segunda lengua, habrían trans-ferido sus hábitos articulatorios aimaroides empezando con la espirantización de las consonantes oclusivas en posición implosiva, fenómeno que, al tiempo en que Gonzalez Holguín registra la variedad — en la primera década del siglo XVII—, ya debió estar en camino, aunque oculto tras los velos normalizadores del cacereňo. De aceptarse el carácter sustratístico del fenómenos de espirantización en el quechua inca, y una vez apuntada la falta de coincidencia geografica pléna entre la distribución del mismo respecto de la del registrado por el castellano andino,