IV LOS INSTANTES DEL TIEMPO Elayer El ayer que me hizo no sé dónde está. El que me deshizo, si: está aquí, conmigo, presente todos los días. 63 Tantalo o el manana nubes Siempre incierto el manana nos espera, nos llama desde su misterio, nos incita a embarcar, no deja que nos quedemos en la orilla. A veces he llegado a un puerto generoso y he pensado atracar. Pero de nuevo algo desconocido me enciende su llama lejana. Se que esta ahf y es para mi. Una y otra vez lo persigo y lo que encuentro no es el final. La alegria mas alta siempre esconde una sombra invisible, agazapada, de tristeza. Igual que la melancolia atraviesa la risa de esta mujer que juega con su nieto. 64 65 con luz propia El tiempo que ni vuelve ni tropieza quevedo La memoria reserva llaves escondidas, endende luces que ya no sirven mäs que para doler. Un trozo de tiempo alegre y lejano puede brillar ahora. Y no eres tu, pero si eres, la que aparece. Como un sueno que se repite, como una pesadilla luminosa, un gesto se esconde en una mano y en el adiös se guarda una mirada. El coche que te aleja lleva un calor que es tuyo y su prisa es alegre porque piensas volver. En el asiento posterior, rendidos, tus ojos apretando la dicha permanecen. Y aunque ni tu ni el tiempo regresaron al dulce aire abandonado, aquella emocion sigue viviendo por si misma, como si no necesitara mas de ti. 66 67 más allá de la muerte dedicatoria Polvo enamorado quevedo El polen esparcido por la abeja tiene misión de vida. Yo sé que al apagarte prendiste en otros cuerpos ŕulgores de tu propia llama, como un insecto dulce que en el cáliz de una flor abriéndose se posara dejando un resplandor de luz enamorada. Escribo este poema sólo porque lo encuentres al pasar las hojas de una revista, en un rincón escondido, tímido, como un ramo de ŕlores detrás de la espalda. Escribo este poema en nombre de los que quisieran escribirte un poema, de los que se acercan indecisos con ün libro manoseado a pedirte un autógrafo. En nombre de los que te leen y al leerte descubren una verdad que les faltaba y no saben nunca cómo pagártela. Escribo este poema porque lo pierdas luego en medio de tus libros y cuando vuelva a aparecer un dia, sonrias condescendiente como quien lee el revés de un autógrafo. 68 69 Desamanecer en agosto El cuchillo insistente del canto del gallo rompe mi noche incrustándose —con plena alevosia— entre mi suefio. No quiero despertarme a pesar de su llamada cada vez más viva, y cada vez mi sueňo es más fantástico, delirante, inquieto y se liena de figuras recortadas sobre la franja mágica de luz que sube desde el horizonte. Asi las cosas, llega el momento inevitable en que el sueno ya camina, sonámbulo, entre el griterio azul de los pájaros. Viva es, si, la llamada del día, pero los trasnochadores preferimos la piata de los álamos temblando en la ribera de la tarde. ^Cuántas veces el gallo habrá gritado: des-piér-ta-te? 70 Cuando al fin abro los ojos j uro que mi derrota no es definitiva: seňores gallos, sefiores pájaros, lo siento, ha llegado la hora de cerrar la ventana. Suave es la noche todavia. 71 La Alhambra junto a la tarde Desde esta colina es fácil despeňarse. Aunque un rumor de história detenida, de tiempo fugitivo me sujete. Porque también me empuja con el mismo ŕluir de la corriente que mi sueňo desaloja. Mi propio suefio desarmado. Crecen sombras en la luz roja de la tarde y me asomo al abismo. Pero no se despejan las incognitas que el agua arrastra bajo las calles de la ciudad tendida. Abajo, secretamente, veo mi nombre desde otra tarde rota desatarse y mirar las estrellas apuntando. Abajo, el rio no sabe de esta hora maldita. Y como yo se oculta bajo sus pasos para llevar al fin al aire denso sus murmullos de plata. ■ 1 ■ m m Crece la luna. Veo mi nombre lej ano —que hoy no se me parece— ciňéndose a los oj os del puente, siempre abiertos. Un remolino era la vida cuando me trajo aqui. Ahora se sosiega como este viejo estanque en el que yo no bebo. Un remolino de vida atropellada —ajena a mi— al fondo del abismo sucede. 72 73 Mediodía Dejándose mecer sobre las olas, en el papel del aire escribía una carta al cielo, o tal vez a la muerte, esa nube viajera que guarda el ultimo maňana, el instante final. 74 V El cuarto de afuera La infancia dura más que la vida Ana Maria Matute Qué oscura gente y qué encogidos vamos Carlos Barral Presencia del tiempo Entre espinas crepusculos pisando gongora Es el patio de un viejo molino que se abre tras una puerta oscura y carcomida. Es un patio cerrado que hace anos olvido el trasiego diario, el olor del aceite, los muchos ruidos. Es el patio de un viejo molino cansado. Entre en el como llevada de una mano irresistible y espere entre sus hierbas, con un extrano peso, contemplando esta vida' que oculta respira y me sorprende con el brillo de un joven limonero solitario. Quede atrapada en este dulce patio y en medio del silencio permanezco mientras una lejana algarabfa, imperceptible casi, se me acerca: aquella algarabia sigilosa creciendo bajo el olor de los capachos prensados que los ninos —ladrones— 77 deprisa arrastrábamos, caída ya la tarde, entre las frías sombras de enero. Materia para prender hogueras, jugar con fuego en la mágica noche de la Candelaria. Pero abro los ojos para arrancarlos de su vertigo, porque hoy he entrado en este hueco de ausencias, en este viejo patio sobre el patio de ayer de mi vida, y ya no sé por qué es tan dulce el sol sobre ese joven limonero, si ahora su luz gastada se inclina hacia la noche sin nada que alumbrar. Si he perdido mis anos y las roj as hogueras ya tiritan, azules, a lo lejos. i Veranos i Siempre busqué el valor en los brazos del miedi j En la siesta infinita de la niňez sonaban, al fondo de la casa, en el bochorno de la tarde, voces entrecortadas, ecos de los mayores, J restos de conversaciones I dormidas sobre las mecedoras. j Mientras tanto, I en la otra orilla de la siesta, los críos escapábamos ] al fuego de las calles. -i Entre gritos compartíamos I un carro de maděra deslumbrante —mi caballo de adioses— i que bajaba la cuesta solitaria i chirriando sus ruedas metálicas, abriéndose en la tarde pegajosa, audaz, acelerado. Yo me agarraba fuerte al manillar o las bridas, con el corazón en la boca. Pero nunca frené. Sabía que al final, en el Hano, las ruedas locas calmarían su afán ] y se detendrían justo allí, 78 79 donde las casas abren sus portales de sombra. Para que al fin me alzara sobre mis piernas flacas, temblorosas. En medio de la calle. En los brazos del miedo. la hora de la merienda Por las oscuras escaleras sube —mustias las trenzas— entre puertas abiertas, Calles abiertas, con esquinas donde el aire en la noche aprieta el paso y el miedo duerme solo. A las seis de la tarde los ninos ganan atolondrados los peldanos de la prisa. Sin mucho para dar, a las seis de la tarde las madres se inventan la merienda. Cotidiana batalla de la escasez en la casa del pobre. Corriendo, la chiquilleria baja encendida: en la mano y en la boca lucen algunos el rico chocolate de tierra, dulce y tostada harina con un lejano rastro de cacao que saborean 80 81 3 en las tardes al raso. Luego gritan y sueltan el vuelo de los pies de arriba abajo, ajenos a un sol tibio que también se apresura en su carrera al fondo de la calle. Rebanada de pan con nata de leche y azúcar lleva la nifia afortunada corriendo desde la cocina a la puerta. jCuidado! grita la madre, temerosa de que por la escalera ruede el delicado milagro diario. Adiós muchachos (Aprendiendo a aprender) Podiamos pasar la tarde juntos como si fuéramos otros, mezclando historias infinitas con infinitas rinas, gritos y arreglos pacificadores. Jugábamos a solas, lejos de la mirada de los mayores, como si no existieran en nuestro espacio aparte. Como si tras la puerta falsa nos olvidase el mundo. Pero éramos nosotros los que no olvidábamos ese mundo grande a nuestros ojos, ajeno, aunque empapándonos por dentro. A solas, pues —creiamos ilusos-— con campo propio de batalla, senores de la bistoria cada hora arrebatada al tiempo de los mayores, 82 83 al ritmo impuesto de las cosas, con orgullo inconsciente. Y sin embargo nuestro precioso reino escondido no era, al fin y al cabo, mäs que el patio trasero de la casa y nosotros heroicos fantasmas, reflejos infinitos, tan felices como infelices, con el ruego de la ingenuidad. Y asi pasäbamos las tardes, aprendiendo a aprender en un mundo de fabula, aprendiendo a ser nadie. Alairelibre \ Gary Cooper que estds en los cielos : Pilar Miro \ El eine de verano era un gran solar al raso, abierto a un callejon donde acampäbamos. i No se el porque de aquel espacio abandonado i en el centro del pueblo. Lo rodearon de una tapia encalada y colocaron sillas de madera que cojeaban en la tierra seca. Una enorme pantalla recogia imagenes, sonidos y fulgores, como relämpagos acompanando nuestras correrfas al margen. ■;, Voces rotas o dulces, agrias o estremecidas, !| volaban en la noche bajo la luna. Nosotros sin parar jugabamos al escondite o a pillarnos, distantes en apariencia, x pero soliviantados por aquellos regueros de luz que atravesaban el gran patio de la noche ajena. ; De pronto la ocasion surgia I tras el deseuido del portero, 84 85 y los más avispados entrábamos veloces como flechas a perdernos entre las sombras mágicas. Muchas veces alcancé la ventura. Pero sólo una imagen conservo inolvidable: Gary Cooper llenando la pantalla, caminando con su sombrero, su pistola, su estrella, en medio de la calle, bajo una melodía fastuosa, solo ante el peligro. EN EL DESVÁN Es la casa un palomar Miguel Hernandez Estoy en el desván, he abierto un libro igual que si unos oj os secretos me miraran. : Es la hora de la siesta, yo tengo pocos aňos 1 y una ventana al campo donde el sol se pasea. ; En el desván los libros levantan casa propia j de la que tengo Have. ; Hace calor I y el fuego de las páginas que pasan me arrastra hacia la noche junto a un perito en lunas. Caigo por laberintos encendidos ; de palabras sonoras que me enredan i y bajo por la escala de la tarde, ] como la luna, sola, al pie de los espinos, las pitas y las eras. p:,; Estoy en un desván, acaso un palomar donde se arrullan versos, en el cajón de una mesa gastada j guardo mis borradores escondidos. j Si lo abro, un alboroto de alas y de letras 1 dirá su nombre sin haberlo escrito. 86 87 El cuarto de afuera (Relato en blanco y negro) I Mi niňez en el cuarto de afuera, rodando por las tardes, los patios, los domingos, tu vida huyendo en paralelo por otras realidades más amargas, pegada a la tristeza de las calles, de las oscuras casas en aňos de negra miseria. De pronto me cruzaba feliz en tu camino y tu risa era via de escape hacia otra luz, persiguiendo inocencia. Una imagen perdura: el sol sobre las margaritas que cortamos, un ramo sonriente como nosotros mismos. Pero yo te sabia entre tus cosas, lejos, casi siempre por tu otro mundo inalcanzable. Ahora me despierto y levanto desde aquel cuarto donde voló mi fantasia sospechando los huecos por los que resbalabas, el vertigo de tu caída. En el cuarto de afuera, mi reino, nunca supimos comprender tus silencios ni tu guitarra rota en las noches de lluvia. Pero ahora si, ahora veo la aspereza crecer, la impaciencia de un medico ante el dano, el día a día de los desheredados, los pobres, los malditos, enférmos de alma y cuerpo, malheridos de guerra, hambre y tristeza. Ahora, desde el cuarto de afuera de mis afios perdidos, te veo caer otra vez, veo derrumbarse en tu pecho el honor en que habías creído, el escarnio de un castillo de naipes con almenas podridas. II Crueles tiempos apenas entrevistos ya en la dištancia, van surgiendo al paso de los afios y me descubro persiguiendo el misterio 88 89 que arrastran los mayores, casi sospechando el dolor que en el aire se mascaba y las palabras sueltas en la casa del miedo, palabras en voz baja, con vaho de cuchicheo. Ahora te vuelvo a ver, alto y callado, cruzando sin descanso los caminos de la desolación, a caballo entre las fuerzas vivas y los que viven muriendo. Por eso en aquellos oscuros tiempos, sin que nada cambiase, cambiaste tú de vida, de mirada, de manera de ver y de habitar el mundo. Y lo que veías ya no era igual ni tú eras ya el mismo. Cae la venda un día y ya todo es distinto. Y las costuras falsas se abren frente a una realidad que estaba ahí, aquí, oculta tras la cretona de las bellas cortinas. III Ahora van los humildes con sus toses secas o quebradas, el miedo todavía, las grietas de las manos, pasando a tu despacho modesto y desolado. Luego visitarás las amplias casas llenas de luz y servidores: el poder que vigila. En medio tu conciencia, haciéndose afiicos. Por eso te has vuelto otro: bajo el silencio de los vencidos asoma la injusticia de cada día ganado a la humillación y a la miseria, en la algarada de los vencedores, la soberbia y el descaro de los duefios del mundo. Y por eso tal vez te consuela, en secreto, en las noches sin suefio, la mirada inocente que reina en el cuarto de afuera. Y por eso, sin duda, algunas tardes, mientras que yo me iluminaba al verte, entreabrías su vieja puerta 90 91 con esperanza triste, sonriéndonos: éramos los niňos, parecíamos el ŕuturo en tus ojos cansados. Esta es la história de mi vida, dije, y tampoco era. Blas de Otero 92 POEMAS QUE ESTÁN DEDICADOS Planchdndo las camisas del invierno a Concha Garcia; Sola no estds a Juana Castro; Emboscadas a Carmen Canet; Boleros a Juan Varela Portas; Lugares de escritura a Teresa Gomez; Invierno a Elena Palumbo-Mosca; Sed a Luis Garcia Montero; Hoy es mi dia a Paula Dvořákova; Tdntalo o el manana a Milena Rodriguez y José Carlos Rosales; Mas alia de la muerte a Lourdes Oriol Rodriguez; Desamanecer en agosto a Mar, Josep Maria, Itaca y Marina; La Alhambra junto a la tarde a Julia Uceda; Mediodia a Vicente Sabido; Veranos a Mónica Doňa; Adiós muchachos a los amigos de entonces; Al aire libre a mi hermano Antonio. El poema Dedicatoria es un homenaje a Angel Gonzalez pu-blicado en el aňo 2005 en la revista EntreRios. ÍNDICE Adestiempo n Retazos 12 i.