Flavia Company Dame placer Emecé ]j|§ Editores Barcelona «Toqué el timbre [...J, y me abrtó lapuerta un ser que no había nacido para abrir puertas.» JULIO CORTÁZAR, Diario de Andres Fava. Llego aquí con una história de carne pegada a la memoria igual que vendría con las manos unta-das de grasa si hubiese estado explorando con ellas los adentros de un coche. He intentado limpiármela con todo: con el frío, con el hambre, con el dinero, con otras mujeres, con el cine, con la literatura, con la miseria, con la oscuridad... inútil. Sólo queda hablar. Y el tiempo. Y en lo que me reste de vida no volver a meter las manos en un motor, lo cual es terrible, porque a estas edades s e da una cuenta de que ya ha p as ado el gran amor, el gran salto, la gran opción, la gran história, la gran parte de su existencia. Una sen-sación parecida a la que la asalta a una cuando de pronto cae en la cuenta de que ya no es una nifia, ni una adolescente, ni una jovencita, y de que lo que hace tiene el valor que tiene, es decir, no se le aňade nada por el hecho asombroso de su cor-ta edad, porque ya es una adulta de quien se espe-ra, precisamente, por lo menos eso. 11 No acabo de entender para que me han traído ante listed. Pero bueno, tal vez conversar un rato me ayude. Por otro lado, no tengo nada mejor que hacer. A ver si me entiende. No me malin-terprete. Usted dirá, «otra vida con letra de bolero», y pensará que se la sabe ya porque son todas la misma , pero no se Ueve a engaňo, son distin-tas porque cada uno es cada cual y los sufrimien-tos no hay quien los traspase. <elar paredes. Las paredes de esta habitación, 4 por ejemplo, de pronto teňidas por el nacimiento de mi hijo, ahi estrellado, nariz, ojos, sexo, toda su vida, su brevísima história también su fin. No sería justo. Por eso no he tenido un hijo, aunque a mi me habría hecho felíz, y seguramente ha-bría llegado a quererlo más que a mi misma, incluso más que a ella. Bueno, más que a ella quizá no, pero casi, pero parecido. Un momento, no me gusta ešte silencio, me pone nerviosa, me recuerda cosas que no quisiera rememorar. El silencio vigila más que el ruido, es imprevisible. Y consigue que me duela la ca-beza, y eso es algo que detesto porque es como. si alguien me metiera debajo del agua, sumergida ahi, en la baňera por ejemplo, y notára cómo se me hincha todo por dentro, vena por vena, ner-vios y recuerdos, y el agua se convirtiera en un lí-quido visceral que empuja contra los ojos, desde el interior, con fuerza, tanta que parece que va a hacerlos saltar en cualquier momento, y los la-grimales ardiendo, sin lágrimas; la garganta, sin embargo, seca, Hena de arena, un puro desierto áspero. Y esta aspereza se me cuela esófago abajo y llega hasta el estómago y seca la cola de la que está hecho mi hijo, que se convierte en goma dura, que nadá más salir rebotaría como un balón contra el mundo y ya no dejaría jamás de dar saltos, y por eso no he tenido un hijo. No sería justo.