Jacques Derrida (1930) \A GRAMATOI.OGÍA ////;/ del libroy el comienzo de In escritura Sócrates, el que no escribe. NlP.TZSCI IE. El probkma M lenguaje, cualquiera que sea lo que se piense al res-pecto, nunca ŕue por cierto un problema entre otros. Empero nunca como en la actualidad ocupó como tal el horizonte mundial de las in-vestigacioncs más diversas y de los discursos más heterogéneos por su intención, su método y su ideológia. Lo prueba la misma devaluación de la palabra «lenguaje», todo aquello que, por el crédito que se le con-cede, denuncia la cobardía del vocabulario, la tentación de seducir sin esŕuerzo, el pasivo abandono a la moda, la conciencia de vanguardia, vale decir la ignorancia. Esta inflación del signo «lenguaje» es la infla-ción del signo mismo, la inflación absoluta, la inflación como tal. No obstante, por medio de una cara o de una sombra de sí misma, funcio-na aún como signo; esta crisis también es un síntoma. Indica, como a pesar suyo, que una época histórico-metafisica debe determinar final-mente como lenguaje la totalidad de su horizonte problemático. Debe hacerlo no sólo porque todo lo que el deseo había querido arrancar al juego del lenguaje se encuentra retomado en él, sino también porque simultáneamente el lenguaje se halla amenazado en su propia vida, de-samparado, desamarrado por no tener ya límites, remitido a su propia 495 finitud en el preciso momento en que sus limites parecen borrarse, en el momento en que deja de estar afirmado sobre si mismo, contenido y delimitado por el significado infinito que parecia excederlo. El programa Ahora bien, merced a un lento movimiento cuya necesidad apenas se deja percibir, todo lo que desde hace por lo menos unos veinte si-glos tendia y llegaba finalmente a unirse bajo el nombre de lenguaje, comicnza a dejarse desplazar o, al menos, resumir bajo el nombre de escritura. Por una necesidad casi imperceptible, todo sucede como si, dejando de designar una forma particular, derivada, auxiliar, del lenguaje en general (ya sea que se lo entienda como comunicaciön, rela-ciön, expresiön, significaciön, constituciön del sentido o pensamiento, etc.), dejando de designar la pelicula exterior, el doble inconsistente de un significante mayor, el significante del significante, el concepto de escritura comenzaba a desbordar la extensiön del lenguaje. En todos los sentidos de la palabra, la escritura comprenderia el lenguaje. No se trata de que la palabra «escritura» deje de designar el significante del significante, sino que aparece bajo una extrana luz en la que «significante del significante» deja de definir la duplicaciön accidental y la secundarie-dad caduca. «Significante del significante» describe, por el contrario, el movimiento del lenguaje: en su origen, por cierto, pero se presicnte ya que un origen cuya estructura se deletrea asi —significante de un significante— se excede y borra a si mismo en su propia producciön. En el el significado fiinciona como un significante desde siempre. La secun-dariedad que se creia poder reservar a la escritura afecta a todo significado en general, lo afecta desde siempre, vale decir desde la apertura del juego. No hay significado que escape, para caer eventualmente en el, al juego de referencias significantes que constituye el lenguaje. El adveni-miento de la escritura es el advenimiento del juego: actualmente el juego va hacia si mismo borrando el limite desde el que se creyö poder or-denar la circulaciön de los signos, arrastrando consigo todos los signi-ficados tranquilizadores, reduciendo todas las fortalezas, todos los refugios fuera-de-juego que vigilaban el campo del lenguaje. Esto equi-vale, con todo rigor, a destruir el concepto de «signo» y toda su lögica. Sin lugar a dudas no es por azar que este desbordamiento sobreviene en el momento en que la extensiön del concepto de lenguaje borra todos sus limites. Lo veremos mäs adelante: este desbordamiento y esta bo-rradura tienen el mismo sentido, son un ünico y mismo fenomeno. Todo sucede como si el concepto occidental de lenguaje (en aquello que, por sobre su multivocidad y por sobre la oposiciön estrecha y pro-blemätica del habla y de la lengua, lo une en general a la producciön fonemätica o glosemätica, a la lengua, a la voz, al oido, al sonido y al aliento, a la palabra) se mostrara actualmente como la apariencia o el disfraz de una escritura primera: mäs fundamental que aquella que, an-tes de tal conversiön, pasaba por ser el simple «suplemento del habla» (Rousseau). O bien la escritura nunca fue un simple «suplemento», o bien es urgente construir una nueva lögica del «suplemento». Esta ur-gencia es la que nos guiarä mas adelante en la lectura de Rousseau. Estos disfraces no son contingencias histöricas a las que se podria admirar o deplorar. Su movimiento fue absolutamente necesario, de una necesidad que no puede comparecer para ser juzgada delante de nin-guna otra instancia. El privilegio de la phone no depende de una elec-ciön que habria podido evitarse. Responde a un momento de la econo-mia (digamos de la «vida», de la «historia» o del «ser como relaciön consigo»). El sistema del «oirse-hablan> a traves de la sustancia tönica, que se ofrece como significante no-exterior, no-mundano, por lo tanto no-empirico o no-contingente, ha debido dominar durante toda una epoca la historia del mundo, ha producido incluso la idea de mundo, la idea de origen del mundo a partir de la diferencia entre lo mundano y lo no-mundano, el afiiera y el adentro, la idealidad y la no-idealidad, lo universal y lo no-universal, lo trascendental y lo empirico, eteetera. Con un exito desigual y esencialmente precario, este movimiento habria tendido en apariencia, como hacia su telos, a confinar la escritura en una funeiön secundaria e instrumental: traduetora de un habla plena y plenamente presenle (presente consigo, en su significado, en el otro, condieiön, incluso, del lema de la presencia en general), teenica al servicio del lenguaje, portavoz, interprete de un habla originaria, en si misma sustraida a la interpretaeiön. Teenica al servicio del lenguaje: no recurrimos aqui a una esencia general de la teenica que nos seria familiär y nos ayudaria a comprender, como si se tratara de un ejemplo, el concepto estricto e histöricamen-te determinado de la escritura. Por el contrario, creemos que un cierto tipo de pregunta por el sentido y el origen de la escritura precede o, al menos, se confunde con un determinado tipo de pregunta acerca del sentido y el origen de la teenica. Es por esta razön que nunca la noeiön de teenica aclararä simplemente la noeiön de escritura. Todo sucede, entonces, como si lo que se llama lenguaje no hubie-ra podido ser en su origen y en su fin sino un momento, un modo esencial pero determinado, un fenomeno, un aspecto, una especie de 496 497 la escritura. Y sólo hubiera tenido éxito en hacerlo olvidar, haciendopa-sarunacosaporolra, en el curso de una aventura: como esta aventura mis-ma. Una aventura al fin de cuentas bastante breve. Ella se confundiria con la história que asocia la técnica y la metafisica logocéntrica desde hace cerca de tres milenios. Y ahora se aproximaria a lo que es propia-mente su sofocacion. En este caso, y sólo se trata de un ejemplo entre otros, a la muerte de la civilización del libro de la que tanto se habla y que se manifiesta, en primer lugar, por la proliferación convulsiva de las bibliotecas. Pese a las apariencias esta muerte del libro sólo anuncia, sin duda (y de una cierta manera desde siempre), una muerte del habla (de un habla que pretendidamente se dice plena) y una nueva mutación en la história de la escritura, en la história como escritura. La anuncia a algu-nos siglos de dištancia, y es en esta escala que debe calcularse, con la pre-caución de no desatender la calidad de una duración histórica muy he-terogénea: tal es la aceleración, y tal su sentido cualitativo, que sería, por otra parte, engaňoso evaluarlo prudentemente según ritmos pasados. In-dudablemente, «muerte del habla» es aqui una metafora: antes de hablar de desaparición es preciso pensar en una nueva situación del habla, en su subordinación dentro de una estructura de la que ya no será arconte. Afirmar de esta manera que el concepto de escritura excede e im-plica el de lenguaje, supone una determinada definición del lenguaje y de la escritura. Si no intentáramos justiŕicarla cederíamos al movimien-to de inflación que acabamos de seňalar, el que también se ha apode-rado de la palabra «escritura» y no ŕortuitamente. Desde hace un tiem-po, aquí y allá, por un gesto y según motivos profundamente necesa-rios, cuya degradación sería más ŕäcil denunciar que descubrir su origen, se decía «lenguaje» en lugar de acción, movimiento, pensa-miento, reflexion, conciencia, inconsciente, experiencia, afectividad, etcetera. Se tiende ahora a decir «escritura» en lugar de todo esto y de otra cosa: se designa asi no sólo los gestos físicos de la inscripción literal, pictográfica o ideográfica, sino también la total idad de lo que la hace posible; además, y más allá de la raz significante, también la faz significada como tal; y a partir de esto, todo aquello que pueda dar lugar a una inscripción en general, sea o no literal e inclusive si lo que ella distribuye en el espacio es extraňo al orden de la voz: cinematogra-fia, coreografia, por cierto, pero también «escritura» pictórica, musical, escultórica, etc. Se podría hablar también de una escritura atlética y con mayor razón, si se piensa en las técnicas que rigen hoy esos domi-nios, de una escritura militar o política. Todo esto para describir no sólo el sistema de notación que se aplica secundariamente a esas acti-vidades sino la esencia y el contenido de las propias actividades. Tam- bién es en este sentido que el biólogo habla hoy de escritura y de pro-X'i/Wíí a propósito cic los proccsos más elementales de la inŕormación mi l.i célula viva. En fin, haya o no límites esenciales, todo el campo • lil lierto por el programu cibernético será un campo de escritura. Aun ■■u|">niendo que la teória de la cibernética pueda desprenderse de to-i ľ w los conceptos metafisicos —hasta del concepto de alma, de vida, llor, elección, memoria— que anteriormente han servido para opo-n< i la máquina al hombre, tendrá que conservar, hasta que sea denun-i m. I.i su pertenencia histórico-metafisica, la noción de escritura, de Inn IIa, de grama o de graféma. Incluso antes de ser determinado como humano (con todos los caracteres distintivos que siempre se han atri-I mido al hombre, y todo el sistema de significación que ellos implican) 0 como a-humano, el grama —o el graféma— dará asi el nombre al ele-mento. Elemente sin simplicidad. Elemente, ya sea que se lo entienda 1 umo medio ambiente o como átomo irreductible, de la archi-sintesis ID general, de aquello que tendríamos que prohibimos definir en el Interior del sistema de oposiciones de la metafisica, de aquello que, en l oiisecuencia, incluso no tendríamos que llamar la experiencia en general, ni siquiera el origen del sentido en general. Esta situación se anunció ya desde siempre.