70 JUAN MARrtNEZ MARÍN espaňoles -y a los que üenen la lengua espaňola como materna en los países hermanos de America- de los dtoclonarlos moder-nos que necesltan. Seria una enorme satlsfacclón para mí que esta conferencia sirviera tamblén de estímulo para ello. Nadá más. Muchas graclas. 4 •" #■ IDEOLOGÍA Y DICCIONARIO r JOSÉ A. PASCUAL •" Y «■ MARÍA DEL CARMEN OLAGUÍBEL m IDEOLÓGIA T DICCIONARIO JOSÉ A. PASCUAL MARlA DEL CARMEN OLAGUÍBEL Untversldad de Salamanca 1. Introducclón: No supone a estas alturas ningún descubrtmlento ßenalar que los dlccionarlos no son obras neutrales, slno condlcJonadas por las Ideas de sus autores. La Interferencia de la Ideológia en las compUaclones lexlcográflcas y en las obras clentiflcas en general, es un asunto tan claro y conocldo que no meTece la pena que nos entretengamos dando espaciosas explicž*clones sobre algo que no neceslta nlnguna demostraclón. El hecho es que tratamos los ledcógrafos de luchar con todas nuestras fuerzas contra la Interferencia que nuestra ideo,°g'a pueda ejercer en el trabajo que reallzamos, ayudados er« nuestras buenas Intenclones por una pacífica hueste de p^rsonas que escriben en los periodieos, en la secclón de cartas a' director. Pero sabemos tamblén qulenes hacemos dlcclonarlos1- como b sabe cualquier lingülsta, que no podemos ser neutralen en la lnterpretaclón del mundo que nos rodea, cuaiido intePtarnos reduclr una realldad continua. como aquella en la q*Je nos encontramos. en un numero concreto de partes, que eí1S'0Dan a los dlstlntos objetos y sus clases, a los diferentes UP°S de acetones, etc. Por ello, cuando nos referímos a la expeftencla. actltud o competencla humanas, lo hacemos a sablendas de que éstas no son slno maneras abstractas de plantear una virion de mundo en la que no coinclden todos los hablantes, nl coincldl-mos. por tanto, todos los lexicograTos. No somos personas dotadas de algún raro carlsma que nos permlta enfrentarnos a la realldad con absoluta neutťaUdad, pues. que sepamos, no exlste un mundo real objetlvo. sino el 74 JOSÉ A PASCUAL Y MARIA DEL CARMEN OLAGUtBEL que corresponde al modelo social dominante1 o, si se preflere, a distintos modelos sociales. A lo más que podemos y debemos aspirar es a situarnos a medio Camino entre las actitudes de todos los hablantes; por lo que si en algún lugar el centro pudiera convertirse en virtud, ese lugar debiera ser el de la lexicograíia, para que los diccionarios reflejaran una vision del mundo que consistiera en la intersecclón de las divergentes visiones del mundo de todos los usuarios de una lengua. Como hasta el momento no parece posible llevar los métodos de la sociolingüistica a la confección de los diccionarios, ni da la impresión de que los procedimientos del juego democratico sean aplicables a estas tareas, deberemos conformamos con que el lexicógrafo sea al menos coherente con su ideológia para tomar un partido razonable en todo lo relacionado con ella, adaptán-dose, en la medida de lo posible, a las ideas de la mayoría; pero siempre y cuando esto no le violente en la realización de una obra que firma y de la que es, por tanto, responsable. En ese caso no ha de tener ningún miedo de cumplir el adagio clásico, recogido por Correas en su Gramática, de «hablar como los más, sentir como los menos»2; aunque es preciso reconocer que en lo que el lexicógrafo no ha solido tener reparo es en situarse entre los menos, siempre que estos fueran las gentes de orden, las personas de ideológia más conservadora. No somos, como se podrá ver, crédulos en cuanto a las posibilidades de objetividad del cientifico y mucho menos del lexicógrafo. Por ello no dejamos de experimentar cierta perpleji-dad, cuando se critica a los diccionarios por contener una determinada ideológia, pues eliminarla resulta de todo punto imposible. Ante las diflcultades existentes para medir la ideológia de una comunidad, a lo unico a que podemos aspirar es a que la del lexicógrafo sea coherente y actual; y, ya que no puede ser neutral, que tenga al menos la cualidad de ser tolerante. Por ello esta exposición no tiene la pretension de dar con una formula que nos permita ser objetivos en este terreno; pretende-mos sólo seňalar que existen más interferencias de la ideológia en nuestro trabajo de lo que parece a simple vista. Vamos a 1.- Cf. R de Beaugrande y W. Dressier, Introduction to Text Linguistics, Nueva York, Longman, 1981, pags. 146 y 147. 2.- Gonzalo de Correas, Arte de la lengua espaňola casteüana (1625), ed. de E. Marcos Garcia, Madrid, C.S.1.C, 1954, pág. 365. WEOUXiA Y acaONARIO 75 mostrarlo en dos apartados, referWo el primero al propio proceso de la definición, y el segundo a la elección de arcaismos y tecnJcismos en la macroestructura de los diccionarios. 2. Ideologización en el propio proceso de la definición: 2.1. Empezaremos por algunas deflniciones tomadas del DRAE, para ejemplifkar a través de ellas los casos más abultados de interferencia de una determinada ideológia en ese diccionario. No es necesario seňalar que no existe ninguna dificultad para incrementar notablemente estos ejemplos, sin necesidad de rea-lizar ningún gran esfuerzo: Este diccionario da a catoifcísmo la ac. de «comunidad y gremlo universal de los que viven en la religion catóilca», mientras que define luteranismo como «secta de Lutero», rnahormtlsmo como «secta de Mahoma» y arrianismo como «herejia de los arrianos». Si estableciéramos una jerarqui-zación, parüendo de los valores positives y negatives de bs rasgos religion, secta y herejia que sirven de base a estas deflniciones, situaríamos rekgián. en el primer lugar, al ser deflnida como «conjunto de ereencias o dogmas acerca de la divinidad, etc.», mientras que herejia estaria en el segundo, por tratarse sólo de un «error en materia de fe», si bien «sostenldo con pertinacia». Lo peor parece ser perte-necer a una secta, por cuanto se trata del «conjunto de ereyentes en una doctrina particular o de fleles a una religion que el hablante -es decir, el lexicógrafo, que en este caso es la medida de todas las cosas- consldera falsa»3, definición que implica que ese hablante que redac- 3.- Dada la imprecision que muestra el DRAE en el reenvio de un arücub a otro, podriamos haber acudido a otras acepciones de la palabra secta, como: «conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológtca«, «doctrina religiosa o ideológica que se diferencia o independiza de otnw. Séria necesario trabajar con mucho más cuídado para tomar una decision sobre cuál de las tres acepciones debiéramos elegir; aparte de que aunque cambiaramos la aeepeiön de que nos hemos servido, por cualquier otra que da el diccionario académico, no hana cambiar la situáciou de privilegio que tiene el catcUcismo, frente a los demás términos que hemos comparado con eL No hace falta decir que con más voces se percibirian mejor otros escalones muy sutiles en esta progresión que va de lo verdadero a k) falso: es el caso de Judaisms, que se define como «profeslón de la Ley de Moises», en fianca ventaja, por su neutralidad, con mahorneäsrra. Sin que elk) signiflque, a causa de la falta de coherencia que presenta el DRAE en sus deflniciones, que pudiéramos llegar a formar asi un sistema ideológico razonable: basta con feer lo que se dice en él a propósito de budismo y brahamanismo para comprobar lo arduo de esa tarea. 76 JOSE A. PASCUAL Y MARÍA DEL CARMEN OLAGUÍBEL ta el diccionario considera sin mas, falsas aquellas religio-nes como el mahometismo o el luteranismo a las que deno-mina sectas. Planteada gráflcamente esta Jerarqulzación de los términos empleados para deftnlr los třes vocablos que nemos elegido, tenemos el sigulente esquema, de cuya falta de economia de rasgos y de lo referente a la coheren-cia no somos responsables: Relaclón con Dlos verdadera falsa sin errores I catolícismo con errores arrianisma luteranismo mahometismo Si enfocáramos históricamente la deflnición de estos términos, tanto el cristianismo como el mahometismo sedan derivaciones, aunque de distinto tlpo, del Judaísmo; mien-tras que del cristianismo derivarían tanto el arrianismo como el catoUcismo y el luteranismo. Deflmdos estos vocablos desde un punto de vista sustancial, no hay nlngún motivo para no considerarlos como «religion de...». Entre esta elección o la que ha hecho el DRAE, existe una simple diferencia de valoración: la que pudieramos llamar, para no entrar en más detalles, una ideológia laica y tolerante que respeta las creencias de cada uno y les atribuye a todas la misma importancia; o la ideológia de quien opina ■que no existe la posibilidad de que exista una religion verdadera que no sea la católica. Si midléramos los cambios hlstóricos por el rasero de los dlcclonarlos, algún lector Ingenuo podria llegar a pensar que desde el siglo XVHI en que se publico el Dicdonario de Autorida-des hasta nuestros dias, habriamos camblado muy poco los espaňoles. Bastaría para ello con que nos fijásemos en la coinci-dencla entre las deflniclones que se dan en aquel venerable diccionario y las que hemos visto que aparecen en la ultima edlción del académico, en ese pequeňo grupo de palabras que WEOLDCiA Y DICCIONARIO 77 acabamos de citar allí el catoUcismo es «el gremio universal de los que creemos, y vivimos en la Religion cristlana, y debaxo del amparo de la Iglesla Cathóllca», el mahometismo «la secta de Mahóma». Es suflciente con estas dos palabras —arriardsmo y luteranismo no aparecen como artículos en el Diccionario de Aulorkiades— para comprobar que el único cambio que se perci-be en una dištancia de más de dosclentos cincuenta aŕios y en un pais en que ha desaparecido hace tiempo, al menos entre algunos grupos de personas, el prestiglo de lo que conocemos con el nombre de Antlguo Regimen, es que el lexicógrafo actúa en lo fundamental, al definir catoUcismo, cambiando sólo la primera persona: «de los que creemos y vlvlmos», por la tercera: «los que vlven», y manteniendo en su totalldad la deflnición de mahometismo*. La consulta del Diccionario de Autoridades nos permite enten-der las dificultades que antes teníamos para relacionar estos términos. Dudábamos si organizar los datos de DRAE partiendo de una deflnición esencial de ellos —si se trata en todos los casos de religiones— o relacionarlos en una perspectiva históri-ca. En el articulo secta del Dice, de Aut está la explicación de esa diflcultad: en él se define secta como «error, ú falsa religion, dlversa o separada de la verdadera y Catholica Christiana ense-ňanza por algún Maestro famoso. Como la Secta de Lutero, Calvino, Mahoma, etc.», mezclando en la consideración de ma-hometanos y luteranos el rasgo común de ser sectas separadas del catolicismo, con el de ser religiones falsas. La ultima edición del diccionario académico mantiene la misma vision de la reali-dad que tenian los autores de su primera edición, lo que explica la perplejidad que mostrábamos como simples lectores del diccionario. Si a estas condiciones aňadimos la inserción posterior, con obros eriterios distintos, de arrianismo, budismo, etc., com-prenderemos que es un intento vano tratar de poner coherencia a lo que no la tiene. Aunque algunas personas se han atrevido a encontrar esa coherencia, en algunos trabajos sinerónicos es- 4.- Cbn Judcíswo se ha tirádo por el Camino de en medio; mientras en la ultima edición del diccionario académico se define como «profesión de la Ley de Moisés. Hebraismo», lleva esta voz dos entradas en el Dioc. de Aut: una para explicar que era «la religion de los anüguos judíos y verdadera ley de Moysés» y otra para seňalar que, no obstante, «se torna oy por la supcrsticiosa y terca observancia, que üenen los judíos de los ritos y eremonias de la Ley de Moysés». 78 JOSE A PASCUAL Y MARÍA DEL CARMEN OLAGUfBEL tructurales referentes al lexlco, realizados con la conversion en semas de los datos de los diccionarios. 2.2. La ideológia se cuela en el diccionario de otras formas mucho más sutiles, y por ello menos perceptibles, de lo que hemos vistos en los ejemplos anteriores. Se trata no ya de la deflnición de los vocablos en cuestlón, sino de su misma inser-ción en una clase de mayor extension semánUca. Es éste uno de los pilares de la lexicografia, desde Aristoteles5, y el motivo por el que en un diccionario la espada, el puňoi la lariza, y la pistola se clasifican como armas. Si la inercia ha llevado a los autores de diccionarios a pres-cindir, más veces de lo necesarto, de esa técnica de deflnición que se conoce como «de género propio y diferencia específlca», otras personas lo han compensado con una exageración de signo opuesto, al tratar de adaptar de una manera demasiado servil la realidad de las palabras a la de los objetos que desig-nan. Es lo que ocurrió con la propuesta pintoresca de una lengua universal en la que los términos se crearan de una manera cientíílca, con el fin de lograr6: dar á todos los objetos un nombre especial, corto y que contenga en si mismo la deflnición de ellos, aunque se multipliquen por millones, como sucederá dentro de poco con los objetos de la história natural. Estamos ante intentos de imponer por decreto un cosmos lin-guístico, haciendo, por ejemplo, que el nombre de las cosas materiales carentes de vida comenzase por a; tras ella, una r nos situaría en el reino mineral; una m en el de la astronómia; una t en el dominio de los fluidos... Luego" tendríamos que seguir aňadiendo otras letras para las siguientes parcelaclones de la realidad, hasta llegar a las palabras concretas, formadas por estos rasgos clasificatorios7. 5.- Aristoteles, Ttatados de logica (Organon), II, «Analíticos Segundos», trad, de Miguel Candel Sanmartin, Madrid, Gredos, 1988, págs. 404 y ss. Cí Umberto Eco, «Cuemos, cascos, zapatos: algunas hipótesis sobre tres üpos de abdueción», en U. Eco y Th. A. Sebeok, eds., EL signo de los (res, Madrid, Lumen, 1989, págs. 265, 266; e Ignacio Bosque,«Sobre la teória de la deflnición tedcográfica», Verba, IX (1982), pág. 107. 6.- Vid. el folleto (de Boniíacio Sotos Ochando) Sobre progerias de una lengua universal... OpirxĚn de la camistän. de la lengua universal de la Sodedad Lingüistica de Paris..., Madrid 1859. 7.- Vid. Bonilacio Sotos Ochando, CartUla de la lengua universal Madrid, 1863, págs. 33-47. IDEOLÓGIA Y DlCaONAMO Aunque no de una manera tan extrema, algunos trabajos lexfcológicos acercan demasiado la organización del léxico co-mún a la que existe en las terminologias, en su intento de organizar los vocablos usuales en campos, en una eslructura situada por encima de todos los hablantes. Se trata de una ordenaclón razonable de un material, en cuyo inventario e inter-pretación no coinciden los distintos hablantes y que no permite, por tanto, explicar todos los usos individuales como realizacto-nes particulares de un todo que está contenido en la estructura. En realidad tiene mucha relación con este proceder el modo aristotélico de insertar las palabras dentro de una determinada clase, que es por donde suele empezar el lexicógrafo su trabajo de definlr; ahi es precisamente donde resulta más diíícil desli-garse de la presión de la ideológia. Veamos lo que ocurre con algunos ejemplos del DRAE y de otros diccionarios que proceden de él, con la deflnición de algunas palabras abstractas, como amor, ta, odk>, qfeeto. El diccionario académlco las claslflca todas como «pa-siónes del ánimo», deflnición deudora de una determinada —y hoy acientíflca, aparte de abstrusa— presentación del comportamiento humano. No se trata de cambiar esta caracterización por otra más cientiflca, sino senclllamente de dar con una que sea comprensible para la mayor parte de las personas. SI deflniéramos estas palabras como «sentimientos» habriamos sido más neutrales y nos hubié-ramos acercado más a cómo todo el mundo enfoca el signlflcado de estos vocablos. De la misma manera que parece preferible definir la memoria, el entendimiento y la vohxntad como «facultades», antes que como «facultades del alma», en tanto en cuanto Jaaútad la interpretamos como una capacidad que denen los seres humanos, mlen-tras que el sintagma «facultades del alma» implica enmar-car estos vocablos en un universo filosóflco determlnado: el de la fllosofla tomlsta8. Por las mismas razones, debiera el lexicógrafo no abusar en sus definiciones de caracteriza-ciones como vklos y virtudes. que responden a una determinada concepclón del mundo, en aqueilos casos en que el empleo en el metalenguaje de palabras como disposiciôn, Incíínacion, etc., pueden permítir una mayor neutralidad. 8.- Cf. Tomáš de Aquino, Suma de Teológia, Madrid, 1988, págs. 700 y sigs., en «El tratado del hombre», cuesuón 77, referente a las potencias en general 80 JOSÉ A. PASCUAL Y MARIA DEL CABMEN OLAGUÍBEL Pero la utilization de disposition o de incLinacion, con la que creiamos haber salido blen del paso, nos lleva a un nlvel más sutil aún en la definition, pues en él puede čolarse la ideológia, de una manera que resulte imperceptible hasta para el propio lexicógrafo. En ese tipo de definición inclusiva a que nos esta-mos refiriendo en ešte apartado de nuestra exposición, pueden presentarse no pocos problemas al adscribir un vocablo a un de-terminado hiperónimo: En el DRAE, a la acometivtiad se la ve como una «pro-pension», y a las absdvedems como una «inclination» £Se trata realmente en estos casos de 'inclinaciones' o 'propen-siones', o más bien de 'actitudes? No nos resulta fácil responden y k) mismo nos ocurre con soberbia y avaricia, voces que el diccionario académico incluye entre k» «ape-ütos o afanes desoidenados», y que, con la intention de ser neutrales, preferiríamos caracterizar también como 'inclinaciones' o 'propensiones'. ^Pero nos alreveriamos a situar entre estas ultimas a la amabilidad. la bonhomía y la ßdetidad? Habiéndolo discutido con algunos colegas, bas-tantes de ellos perciben como 'inclinaciones' los términos negativos que hemos presentado aquí, mientras que los positives los ven como 'actitudes'. Como se ve por ešte ejemplo, el lexicógrafo no puede confor-marse con ordenar la realidad a que se refleren las palabras, sino que ha de conseguirlo además con un metalenguaje lo más neutral posible y en cuya elección coincida con la mayor parte de sus coetáneos. Lo cual no carece de importancia ni está exento de dificultades, dado el hecho de que la tarea lexicográfica consiste en presentar a los demás una realidad enfocada según las ideas sociales existentes sobre ella y no según unos determi-nados principios científlcos para clasiflcarla. Y ello, no sólo en los casos que hemos seňalado aquí, sino en casi todos: La elección de herramSenta para deflnir los instrumente« que emplean los albaňiles en su trabajo o los jardine-ros en el suyo, la de ulensíio para los de cocina, el servir-nos de la palabra aparato o emplear, en cambio, artikigio, para explicar qué es una nerfa, presupone una determina-da ordenación del mundo; aunque en tal ordenación coin-cidiera la mayor parte de los hablantes espaňoles, ello no signiflearía que ésta emanase directamente de la realidad. De forma que deflnir un objeto tan poco trascendente como k) es una regadera puede representar seriös problemas, según k> adseribamos en nuestra manera de ver las IDEOLÓGIA Y DICCIONARIO 81 cosas al ámbito de las herramienías de trabajo que usa un jardinero, al de los modestos utensikxs que, junto con los de cocina, emplea el «amo o el ama de casa» para regar las plantas, o al de los tnstrurneníos de labranza que utiliza-mos para las tareas agricoias; a menos que preflramos dejar tranqulla a la modesta regadera, relegándola a] limbo, de generalidad en que se eneuentra el universo de los objetos. 2.3. Y lo grave -b grave para nuestra comodidad- es que la realidad que nos corresponde deflnir, sea cual sea nuestra opinion sobre eĽa, no podemos cambiarla; pues los diccionartos de uso no son los laboratorios en los que se pueda alterar a nuestro gusto la denotactón o la connotation de los vocablos. Cuando se define aldeanisrno como «mentalidad tosca y estrecha» se está dando cuenta de un signiflcado que forzosamente ha de sentar mal a los aldeanos, como a muchos no nos gusta no sólo que exista dinero negro, sino también que se lo denomine asi9. Nos guste o no, somos ante todo notarios del uso; notarios capatíta-dos, claro está, para conectar con personas a las que una determinada palabra, acepción o locution no les satisface, y facultados por ello para proponer que un término no se emplee, dotando su definición de indicaciones como «de mal gusto», «no aceptado por tales grupos sociales», etc. Pero lo que no podemos hacer los autores de diccionarios de uso es romper con una ineómoda realidad léxica en aras de un cosmos lingüistico, también en su vertlente ideológica. Lo anterior nos pone en la pista de un complejo numero de problemas, de los que vamos a tocar sólo uno relacionado con la morfológia. Podremos discutir hasta la saciedad si es bueno o malo que una lengua como la nuestra se sirva del masculino como término no marcado en casos como niňo, hombre, padre, etc., que nos permiten decir cosas como la siguiente: los niňos no quieren convertirse en hombres; aunque sus padres traten de hacerles entender que no pueden escapar a esta regia, que algunas personas preferirian que se dijese de la siguiente manera: 9.- Vid. sobre este asunto, en la section de Cartas al Director de EL Pais las opiniones de D. Alfonso GÜ (23.7.90) y de D. Wilhelm Schenk (13.8.90). 82 JOSĚ A. PASCUAL Y MARIA DEL CARMEN OLAGUtBEL los nlňos y las nlňas no quteren converüise en hombres y mujeres; aunque sus padres y madres traten de hacerles entender que no pueden escapar a esta regia. De tal discusión nunca puede sallr una soluclón, pues estas las dicta exclusivamente el uso: su dueno, juez y guia, a julcio de Horaclo. Quíenes pueden camblar los usos son los hablantes, al ex-presarse en su lengua o al exponer sus ideas sobre eHa. Ajgunas de estas ideas nos llevarian, volviendo al ejemplo que acabamos de citar, a inventár una nueva forma común a 'nino' y 'nffia': nine; o a dotar a todo sustanüvo de moción genárica: guardia -a, scHdado, -a; o incluso a dejar las cosas como están. Esto ultimo es muchas veces to único que puede hacer el lexicôgrafo. Por ello los autores de diccionarios no deben dejar de seňalar que en la actualidad existen no sólo ministras. médicas y rectoras, sino también las formas ministra, médica o rectora, aunque no se sirvieran de ellas cuando eran Jóvenes; ahora bien. si quien redacta el diccionario, cuando ve escrito estudianta o Jueza experimenta una sorpresa. deberá seňalar entonces que, a su juicio, estas formas no están aún integradas. Si la história de nuestra lengua cambia estos usos con más rapidez de ta que tas está cambiando el francés, a los lexicógrafos nos cumple ser testigos de ellos, sin tratar de interferir con nuestra actitud purista en una posíbilidad morfológica tan razonáble como cual-quier otra10. Otra cosa es que los lexicógrafos seamos capaces de dar con el uso real. Desde luego los jóvenes -y son una parte considerable de los hablantes de una lengua- no suelen tomarnos como modelo de cómo vestir, ni vemos a nuestros hijos coincidir con nosotros en nuestra manera de pensar o en nuestras aflciones musicales. ^Somos en lo referente al uso linguístico realmente sus notarios? No son muchos los medios de que disponemos para comprobarlo, ni suele tampoco interesarnos demasiado 10.- Aunque aqui y a propósito de estos ejemplos pueden presentarse problemas, fŕuto más de la coherencia con que tramemos nuestro trabajo que de la ideológia subyacente en él. Si se ineluye, como es de senüdo común dentro de nuestra tradición lexfcogrä&ca, niřu y ríňa en un mismo articulo («niňa de los ojos» está por razones comprenslbles en articulo aparte), no hay ningún motivo para separar en dos mínlstm y ministra. Pero es ešte un asunto referente a la técnica de la confecdón de artículos que no interesa aqui IDEOLÓGIA Y UCCtONARlO hacerto, pues con el pretexto de dar cuenta del uso, lo que hace-mos muchas veces es mostrar nuestras propias ideas -y del grupo social al que tratamos de adscribirnos- sobre las cosas y sobŕe las palabras. Si los académicos, al darle una serie de vueltas que no nos parecen parücularmente felices, a la definición de la voz valen-ciano11, siguen reflriéndose al Reino de Valencia, antiguo o actual nadie puede suponer que no han caido en la cuenta de que unos cuantos valendanos se refieren a su comunidad denomi-nándola Pais Valenciano, mientras que otros prefieren llamarla Reino de Valencia. Tienen pleno derecho los autores del diccionario académico a preferir la segunda opción, pero siempre que no la justifiquen por razones de uso, sino porque lisa y llana-weríte han decidido adscribirse al grupo que prefiere denominar como Reino de Valencia a este pais. Y desde luego son plena-mente libres para adentrarse en una dišputa pueblerina, al darse a la tarea de sustituir la siguiente deflnicion de valenciano: Variedad de la lengua catalana que se habla en la mayor parte del antiguo Reino de Valencia, que es la que aparece en la vigésima edición del diccionario, por la de: Variedad del Catalan, hablada con evolución peculiar en la mayor parte del antiguo Reino de Valencia y senüda alii como lengua propia suya, o por la siguiente, que Weinreich12 hubiera podido utilizar para explicar cómo no debe hacerse una deflnicion, pues las palabras que entran en ella han de servir para que se entienda el signifl-cado de una voz y no para hacer imposible su comprensión: Es el nombre que se da en el Reino de Valencia a la variedad de la lengua romanica oriental de la peninsula iberica, comparttda con las Baleares y Cataluňa y hablada en aquel territorio. 11.- Nos servlmos de los datos que proporciona Francesc Bayarri, «La Real Academia estudia una nueva deflnicion para la voz 'valenciano'», Et Pais, 23.10.91, pág. 33. 12.- Uriel Weinreich, «Lexicographic Definition in Descriptive Semantics«, en F. W. Householder, S. Saporta, Problems In lexiccgrapby, Indiana University, Bloo-mington, 1975, pág. 38. 84 JOSÉ A PASCLWL Y MARÍA DEL CARMEN GLAGLÍBEL En lugar de hacer un comentarlo sobre estas deflnlciones, vamos a tomarlas como modelo para deflnlr la voz andaSisz. Es este uno de los casos en el que los resultados hablan por si solos: Is: Varledad del espaňol, hablada con evolucion peculiar en la mayor parte del ultimo al-Andalus omeya y sentida alii como lengua propla suya, 2s: Es el nombre que se da en al-Andalus a la varledad de la lengua románlca centro-occldental de la peninsula Ibérica, compartida con Castilla, Leon, etc., y hablada en aquel territorio. SI no vamos a desesperarnos tos lexicógrafos por no poder ser neutrales, al menos hemos de reconocer paladlnamente esta condlclôn de nuestro trabajo. Como debemos ser conscientes tarnbién de las graves consecuencias que pueden tener nuestras elecciones, pues a través de ellas, no sólo damos cuenta de nuestra Idea de la realldad de las palabras, sus usos y significa-dos, sino que además legislamos13. Pero es este un asunto que, a pesar de su importancia, se sale de los límltes que nos hemos impuesto en una exposición, en la que tratamos sólo de mostrar cômo las proplas Ideas de las cosas, más que el conocimlento de las de los demás, condlclonan decidldamente las deflnlciones de nuestros dicclonarios. Por esto, si Fernando Savater14 tuviera razón para enjuiciarnos con tanta dureza a los lexicógrafos espaňoles como lo hace en el siguiente pásaje: Las unicas alegrias antlgaleanas que ya puedo esperar en la vida me vendrán de los diccionartos espaňoles. Los extranjeros no sirven, porque el Robert o el Oxford son de una sensatez lúcida y aplastante, deberíamos intentar poner algún remedio a esta situación, en lugar de pensar que viWmos en el mejor de los mundos. 3. Los arcaismos: La inserción de los arcaismos, voces desusadas y palabras anticuadas en un diccionario de uso, tiene la misma justifica- 13.- Servidumbre y grandeza a las que si algún diccionario no puede hurtarse, es precisamente el acadérnico, cf. Conxita Ueó, carta a EL Pais, seüembre de 1984. 14.- En H Pais Semanal 30.7.89. IDEOLÓGIA Y DfCC/ONARIO 85 ción que la de los neologismos, voces jergales, vulgares, litera-rias, etc. Se trata de unos térmlnos que dan cuenta de una parte del complejo entramado de nuestra história; lo que nos permite acceder a algo tan importante para el presente, como es el pasado de nuestra lengua. Lo que escribia Luis Bunuel15 en sus memorias, a propósito de los seres humanos: Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es h que consütuye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no seria vida... Nuestra memoria es nuestra cohe-rencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimien-to. Sin ella no somos nada, es igualmente aplicable a las lenguas; pero esto no significa que se pueda aplaudir la inercia que ha llevado a la adopción de falsos arcaismos, que nunca han tenido existencia, o al mante-nimiento de otros de vida efimera, restringida o insustancial. Lo seňalado con respecto a estas voces en el DRAE por Manuel Seco16, es, al menos, preocupante y explica que quienes nos hemos propuesto hacer un diccionario de uso del espaňol actual tengamos que dar una importancia preferente a asuntos que en realldad pertenecen a la história de nuestro léxico. El propio profesor Seco17 senala el esfuerzo que ha de hacer la Academia en este terrene para: Hevar a cabo una revision sistemáUca y rigurosa de la obra que se espera siga siendo el centro de la lexicografia del espaňol. Esfuerzo durisimo cuando partimos de la inexistencia de un diccionario histórico, que seria el unico que nos podria permitir a todos, con una relativa facilidad, prescindir de tantos vocablos inexistentes como contiene el diccionario acadérnico18. 15.- Cit por Oliver Sacks, «El marinero perdldo», en Et hombre que con/undiú a su mu/er con un sombrero, Madrid, Muchnik, 1987, pag. 44. 16.- «El problema de la dlacronla en tas dicclonarios generates» Revlsta de Dialectolagta y Tradiciones Populäres, XLIII, 1988, pags. 550-567. 17.- Op. dt. peg. 566. 18.- Aunque la informaüca permita dlsponer de corpora que nos slrvan para hacer dkxionarios, no se ha de romper en cada uno de elk» con el contenido de bs anteriores y con la manera de deflnlr que üenen estos. Tan perjudicial para la lexicografia seria anclarnos en la tradicion como prescindir totalmente de ella. Alternativa que además no es posible plantear de momento, dada la situación en que se encuentra la lexicografia espaňola. 86 JOSE A. PASCHAL Y UARÍA DEL CARMEN OLACfJtBEl. No es nuestra Intención, sin embargo, hacer una critlca en este terreno al ĽRAE, slno sólo de mostrar algunas de las causas del prestiglo que tlenen los arcaísmos en la tradlción ledcográfi-ca espanola. El exceso de térmlnos de esta condidón que apare-cen en el dtccionario academico (ademas, la mayor parte de las veces sin que se marque su caräcter) suele justificarse, dentro de un sentido de lo castlzo que no podemos por menos de aplaudlr, como una forma de recuperar para las nuevas deslg-naclones una parte importante del léxico tradiclonal, aparte de mantener todo lo que se pueda de las voces antlguas, con Independencla de la suerte que hayan corrldo las realldades que designaban. Hay otras razones a las que no se suele aludir expKcltamente: esa obra ha Ido reaUzándose, a partlr del Ilamado Dkrionarto de Autortdades por mera adlclón, sin revislones periodicas de todo el dicclonarto y sin un criterio rector. Por ello sigue estando en la ultima edlclôn del DRAE el vert» encantarar, que el Dice, de Aut deilnia como «entrar alguna cosa dentro de un cántaro o vasija, como las cedu-las de los nombres que se han de sortear para algún empleo, oflcio, etc.», si blen con algunos cambios: «Poner una cosa dentro de un cántaro. Se usa ordlnarlamente cuando se meten las cédulas o bolas para un sorteo, aunque no sea en cántaro, slno en caja. bolsa u otra cosa». iCompartirian todos los espaňoles la Idea de que «se usa ordlnarlamente» esta voz?19. De la mlsma forma, si se quiere mantener el vocablo retance en su acepción cuarta, para unos ketores -los de la vigesima edición- que se han acercado en alguna ocasiôn a votar, lo normal seria expli-car que en lugar de «volver a echar en el cántaro una cédula electoral», suele Introduclrse ésta en una urna. Hoy, la propla voz tnsaculadón, empleada en el Salvador, sorprende a un periodista20, que escribe: «Se clta a doce cludadanos por el procedlmlento que lleva el pintoresco nombre de Insaculactön, que signiflca sacar los nombres de un saco». 19.- No se enüende que no aparezca el dertvado encantaracičrx, cuando están, en carnbio, desencantarar y áesencantaratíůn. Encantawrse reduce, segun la doc-trina academica, su slgnificado a los casos en que se utlllza un objeto para hacer un sorteo; pero en desencantarar se atiende también a una elección a través de los votos: «para una elección por insaculación o suerte». 20.- José Comas, enviado especial a el Salvador H Pais, 27.9.91, pág. 2. IDEOLOGÍA Y aCClONARIO 87 Pero hay una razón más, Implícíta, que nos Interesa destacar, que puede explicar la lnserclón de tantos arcaísmos Inútlles: la búsqueda de una reaüdad desapareclda y anorada por los posi-bles lectores del dicclonarlo y por qulenes lo escriben: iGanamos de verdad algo con la lnserciôn de qflata §1: «soplo, vlento», §2: flg. «inspiración», o de aceche, adehe, acjje 'caparrosa? Basta acudlr al Dfceionario Históríco para ver que resulta improcedente introduclr estos térmlnos. Lo mlsmo ocurre con casos como acéitazo «aceite gordo y turblo», que debe de proceder de una Interpreťación del slguiente pásaje de Pérez Escrig, citado por el Dioctonarto de Pages e Incluido en el Dice. Hist: «a veces se permltia el lujo de untar el pedazo de pan con aquel aceitazo de sabor nauseabundo». ^Se tratará realmente de un tipo de aceite empleado hace tlempo, o deberemos deflnlr aceitazo de una forma paralela -acudlendo al dominio de lo connotatl-vo- a como lo hacemos con vtnazo, aguardientcao? No encontramos una razón convlncente para Inclulr las voces anteriores en el dlcclonario, como no sea el culto a un pasado mitlco en el que el lexlcógrafo pretende sltuarse a si mlsmo y a sus lectores. Es el pasado en el que debió emplearse la voz albatiza, embarcación de la que el Dice, de Aut. dice lo slguiente: «Trahen esta voz Nebrfxa, Covarrubias y Sobrino; pero no tiene ya uso». Como ocurria igualmente en el slglo XVIII con algarrada, algarada y algadara 'máquinas de guerra'. Si acareamiento puede tratarse, en principle de la acetón realizada por quien hace frente o da la cara a otro, otra cosa muy distlnta es que tenga esa voz un uso real cuando ya el Dkx. de Aut seňalaba que el primiüvo acarear «dene poco uso». El térmlno adůcar, que el DRAE (por lo menos desde la ed. de 1956) define como «seda que rodea extema-mente el gusano de seda, y la cual es siempre mas basta», es continuaciôn Ugeramente modiflcada, de la deflnición que aparecla en el Oioc de Aut Pero este mlsmo dlcclonario seňalaba que «ya no se fabrica este género de tela», con lo cual uno se siente tentado a pensar que se trata de un arcaismo, o, tenlendo en cuenta los datos del Dice. Hist, qulzá de un tecnlcismo textil. Un pasado en el que hay que situar algunas variantes que carecen del más mínimo interes para el usuario normal de un 88 JOSE A. PASCUU. Y MARlA DEL QWMHV OLAGGÍBH. diccionario y que pueden contribulr a hacer mas diCcll su con-sulta: Aljahar era para loo autores del Dice, de Aid. la forma usual; de hojena declan, en camblo. que ttlene poco uso». iNo supone un paso atras. frente a la piimcra edlclón del DRAE. que sua ultimas ediciones no den nlnguna Infoima-clón sobre el uso que denen estas ibnnas? Todos estos vocablos, en su rareza. nos conducen a una realidad extrafia. Por deseada, esa realldad pasada no deja de ser una ensonandón académlca. que, además. muchas veces nl slqulera pertenece al mundo de las cosas existentes: El DRAE define aconchadůlo como icondlmento. adobo. preparation cullnaria> y el Vox lo expllca «como clerto gul-sado ant de came>; se trala de una voz documentada sólo en el EstebanlBo Gonzalez, a propositi) de un gulso ilalia-no. en un pásaje que recogió el Dice, de AuL -que expllca la voz como voluntaria-: de ahl pasó a las edldones de 1770-1956 con la callficación de antlcuada. precision que man-tlene el dice. Vox y que el dlcclonario académico suprimló en su ultima ediclón. La pregunta obligada es: ^qué pre-tendleron los reductores y contlnuadores del Diccionario de Aulorídades manteniendo como antlcuado un térmlno que era sencUlamente Inexistente? Pregunta a la que no resuita Imprudente anadlr la slgulente: ^qué ventaja supone para los lectores de la vlgeslma edlclón del DRAE la falta de caracterizaclón hlstórlca de esta voz? Qulzä esté ahl para que podamos bautlzar con ella un gulso (o plato) de la nueva coelna. El hecho es que los autores de nuestros dicclonarios de uso, con el pretexto del casuclsmo y de propordonar un tesoro léxlco que permita rehabilltar el vocabulario tradlcional para las nue-vas realldades deslgnatlvas. están proporclonándonos con ver-dadero detaile y placer todas las piezas de los carruajes antl-guos. los tecnlclsmos de las mlnas de Almadén de hace no sabemos cuántos aňos, los dlstintos Upos de embarcaciones de Flllplnas, las partes del yugo, arado y trillo, y. slempre que resulta poslble. dando datos de dlstlntas reglones. En camblo, iueron cautos los académlcos, al princlpio, con las piezas de las maqulnas de escriblr, y ahora. cuando las vlejas Unotlpias y sus menudos elementos se van sustltuyendo por los ordenadores, las fotocopladoras y todas las mas dtversas formas de reproduc-clón magnétlca, nos encontramos la mayor parte de las veces laeoLociA y acaoNARio 89 con serlas diflcultades para entender la realidad en que nos desenvolvemos y con grandes ventajas para acercamos a la que ha desaparecida o está a punto de desaparecer. Claro está que las novedades en el terreno de la técnica son muchas y rápidas y la edlclón de cualquier dlcclonario tarda varios anos desde que se redaeta hasta que ve la luz; pero el empeňo en dar cuenta de lo actual, valorándolo, recomendando lo razonable y rechazando lo lmprocedente, deblera ser la tarea fundamental que debería afrontar la lexfcografia académlca. Algo hay de lnerda y aun de pereza en todo esto que hemos comentado, y hasta la idea de que un dlcclonario es tanto mejor cuanto mayor numero de térmlnos contenga; motlvo por el que se ha pensado por mucho tlempo que convenia mantener la mayor parte del material heredado de los dicclonarios anteriores, por antlcuado que fuera, con el fln de allegar para una lengua el mayor numero posible de palabras. Pero lo más impor-tante para nuestro propóslto es seňalar lo que la aňoranza de un mundo desaparecido o a punto de extincióa que muchos quisle-ran que no se hublera acabado nunca. ha influido en el mante-nimlento de tantas palabras desusadas como contiene el dlcclonario académico y en otros derivados de él. Ese mundo al que nos hemos acereado de refllón en algunas definiclones dadas por el Dlcclonario de Aulorídades. • • • No son pequeňos los problemas que tenemos los lexicógrafos para realizar nuestra tarea, en esta época camblante y diversa en que nos ha tocado vivir; pero somos al menos consclentes de que no debemos sltuamos en el pasado: nl en el de la história, con la supervaloración de los arcaismos. ni en el de las Ideas que aprendlmos en nuestra infancia. con la ereenela de que la realidad que nos enseňaron a ver nuestros padres es la que tienen que contemplar también los demäs con sus propios ojos. Si no podemos ser objetivos. tenemos al menos la humildad de reconocerio y el entusiasmo necesario para buscar esa inakan-zable neutralldad a la que sólo podemos acercamos desde la tolerancia. 86 JOSE A. PASCHAL Y MARIA DEI, CARMEN CLAGUtBBJL No es nuestra intención, sin embargo, hacer una critica en este terreno al ĽRAE, sino sólo de mostrar algunas de las causas del prestigio que tienen los arcaísmos en la tradlción lexicográfl-ca espaňola. El exceso de términos de esta condición que apare-cen en el diccionario académico (además, la mayor parte de las veces sin que se marque su carácter) suele justificarse, dentro de un sentido de lo castizo que no podemos por menos de aplaudir, como una forma de recuperar para las nuevas desig-naciones una parte importante del l&dco tradicional, aparte de mantener todo lo que se pueda de las voces antiguas, con independencia de la suerte que hayan corrido las realidades que designaban. Hay otras razones a las que no se suele aludir explicitamente: esa obra ha ido realizändose, a partir del llamado Diccionario de Autoridades por mera adlción, sin revisiones periódicas de todo el diccionario y sin un criterio rector Por elk sigue estando en la ultima edición del DRAE el verbo enamtarar, que el Dice, de AuL deflnia como «entrar alguna cosa dentro de un cántaro o vasija, como las cédu-las de los nombres que se han de sortear para algún empleo, oflcio. etc.». si bien con algunos cambios: «Poner una cosa dentro de un cántaro. Se usa ordinariamente cuando se meten las cédulas o bolas para un sorteo, aunque no sea en cántaro, sino en caja, bolsa u otra cosa». iComparürian todos los espaňoles la idea de que «se usa ordinariamente» esta voz?19. De la misma forma, si se quiere mantener el vocablo relance en su acepción cuarta, para unos ketones -los de la vigésima edición- que se han acercado en alguna ocasión a votar, lo normal seria expli-car que en lugar de «volver a echar en el cántaro una cédula electoral», suele introducirse ésta en una urna. Hoy, la propia voz insacúLaciůn, empleada en el Salvador, sorprende a un periodista20, que escribe: «Se čita a doce ciudadanos por el procedimiento que lleva el pintoresco nombre de bisaculación, que signiflca sacar los nombres de un saco». 19.- No se entlende que no aparezea el dertvado encantaración, cuando están, en cambio, desencantamr y desencantaración. Ercantararse reduce, según la doc-trtaa académica, su signlflcado a bs casos en que se uUllza un objeto para hacer un sorteo; pero en desencantamr se attende también a una elección a través de los votos: «para una elección por insaculaclón o suerte». 20.- José Comas, enviado especial a el Salvador B Pais, 27.9.91, pág. 2. IDEOLÓGIA Y DICCIONARIO 87 Pero hay una razón más, implícita, que nos interesa destacar, que puede explicar la inserción de tantos arcaismos inúules: la búsqueda de una realidad desaparecida y anorada por los posi-bles lectores del diccionario y por quienes lo eseriben: iGanamos de verdad algo con la Inserción de qflato §1: «soplo, viento», §2: flg. «insplración», o de aceehe, aclche, acije 'caparrosa? Bašta acudir al Dicclonario Historko para ver que resulta improcedente Introducir estos términos. Lo mismo oeurre con casos como acéitazo «aceite gordo y turbio», que debe de proceder de una interpretación del siguiente pásaje de Pérez Escrig, citado por el Dicdcnarto de Pages e incluido en el Dice Hist: «a veces se permitia el lujo de untar el pedazo de pan con aquel aeeitazo de sabor nauseabundo». £Se tratará realmente de un tipo de aceite empleado hace tiempo, o deberemos definir aeeitazo de una forma paralela -aeudiendo al domirüo de lo connotaü-vo- a como k> hacemos con vinazo, agucaxüsntazo? No encontramos una razón convincente para incluir las voces anteriores en el diccionario, como no sea el culto a un pasado mitico en el que el lexicógrafo pretende situarse a si mismo y a sus lectores. Es el pasado en el que debió emplearse la voz alhatizn, embarcación de la que el Dice, de Aut. dice lo siguiente: «Trahen esta voz Nebrixa. Covarrubias y Sobrino; pero no tiene ya uso». Como ocurria igualmente en el siglo XVIII con algarrada, algarada y algadara 'maquinas de guerra'. Si acareamiento puede tratarse, en principio, de la acclón realizada por quien hace frente o da la cara a otro, otra cosa muy distinta es que tenga esa voz un uso real cuando ya el Dice, de Aid. senalaba que el primitivo acarear «tiene poco uso». El término adůcar, que el DRAE (por lo menos desde la ed. de 1956) define como «seda que rodea extema-mente el gusano de seda, y la cual es siempre más basta», es continuación ligeramente modiflcada. de la deflnición que aparecia en el Díoc. de Aut Pero este mismo diccionario senalaba que «ya no se fabrica este género de tela», con lo cual uno se siente tentado a pensar que se trata de un arcaismo, o, teniendo en cuenta los datos del Dice. Hist, quizá de un tecnicismo textil. Un pasado en el que hay que situar algunas variantes que carecen del más rnínimo interes para el usuario normal de un