LA «DOGMATOFAGIA» DE BAROJA • Dogmatofagia es el título del breve apunte que reproducimos a continuación. Corresponde al capítulo I del libro autobiográfico Juventud, egolatría (1917). A mí, cuando me preguntan qué ideas religiosas tengo, digo que soy agnóstico -me gusta ser un poco pedante con los filisteos; ahora voy a añadir que, además, soy dogmatófago. Mi primer movimiento en presencia de un dogma, sea religioso, político o moral, es ver la manera de masticarlo y digerirlo. El peligro de este apetito desordenado de dogma es gastar demasiado jugo gástrico y quedarse dispépsico para toda la vida. En esto mi inclinación es más grande que mi prudencia. Tengo una dogmatofagia incurable. UNAMUNO: EL SENTIMIENTO TRÁGICO Y EL IRRACIONALISMO • Los textos que siguen serán una buena preparación para el estudio de San Manuel Bueno, mártir; pero deben leerse también aunque no se estudie dicha obra. Comencemos por tres fragmentos correspondientes a Del sentimiento trágico de la vida que plantean el contenido y la orientación fundamentales del pensamiento unamuniano. [1] Ya dijo no sé dónde otro profesor, el profesor y hombre Guillermo James, que Dios para la generalidad de los hombres es el productor de inmortalidad. Sí, para la generalidad de los hombres, incluyendo al hombre Kant, al hombre James y al hombre que traza estas líneas que estás, lector, leyendo. Un día, hablando con un campesino, le propuse la hipótesis de que hubiese, en efecto, un Dios que rige Cielo y Tierra, Conciencia del Universo, pero que no por eso sea el alma de cada hombre inmortal en el sentido tradicional y concreto. Y me respondió: «Entonces, ¿para qué Dios?» Y así se respondían en el recóndito foro de su conciencia el hombre Kant y el hombre James. Sólo que al actuar como profesores tenían que justificar racionalmente esa actitud tan poco racional. Lo que no quiere decir, claro está, que sea absurda. Hegel hizo célebre su aforismo de que todo lo racional es real y todo lo real, racional; pero somos muchos los que, no convencidos por Hegel, seguimos creyendo que lo real, lo realmente real, es irracional; que la razón construye sobre irracionalidades. [2] No quiero engañar a nadie ni dar por filosofía lo que acaso no sea sino poesía o fantasmagoría, mitología en todo caso. El divino Platón, después que en su diálogo Fedón discutió la inmortalidad del alma -una inmortalidad ideal; es decir, mentirosa-, lanzóse a exponer los mitos sobre la otra vida, diciendo que se debe mitologizar. Vamos, pues, a mitologizar. El que busque razones, lo que estrictamente llamamos tales, argumentos científicos, consideraciones técnicamente lógicas, puede renunciar a seguirme. En lo que de estas reflexiones sobre el sentimiento trágico resta, voy a pescar la atención del lector a anzuelo desnudo, sin cebo; el que quiera picar que pique, mas yo a nadie engaño. Sólo al final pienso recogerlo todo y sostener que esta desesperación religiosa que os decía, y que no es sino el sentimiento mismo trágico de la vida, es, más o menos velada, el fondo mismo de la conciencia de los individuos y de los pueblos cultos de hoy en día; es decir, de aquellos individuos y de aquellos pueblos que no padecen ni de estupidez intelectual ni de estupidez sentimental. Y es ese sentimiento la fuente de las hazañas heroicas. [3] Y el que me siga leyendo verá también cómo de este abismo de desesperación puede surgir esperanza, y cómo puede ser fuente de acción y de labor humana, hondamente humana, y de solidaridad y hasta de progreso, esta posición crítica. El lector que siga leyéndome verá su justificación pragmática. Y verá cómo para obrar, y obrar eficaz y moralmente, no hace falta ninguna de las dos opuestas certezas, ni la de la fe, ni la de la razón, ni menos aún —esto en ningún caso— esquivar el problema de la inmortalidad del alma o deformarlo idealísticamente, es decir. hipócritamente. E1 lector verá cómo esa incertidumbre, y el dolor de ella y la lucha infructuosa por salir de la misma, puede ser y es base de acción y cimiento de moral1 . 1 En efecto. Unamuno estableceńa el siguiente imperativo moral (parafraseando a Kant): «Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y al juicio de los demás la etemidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir.» UNAMUNO: SED DE ETERNIDAD, HAMBRE DE DIOS De la misma obra (Del sentimiento trágico de la vida) es esta página clave, tanto por su contenido como por el vibrante tono con que Unamuno clama sus eternos anhelos. El universo visible, el que es hijo del instinto de conservación, me viene estrecho, esme como una jaula que me resulta chica, y contra cuyos barrotes da en sus revuelos mi alma; fáltame en él aire que respirar. Más, más y cada vez más; quiero ser yo, y sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme a la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo. De no serlo todo y por siempre, es como si no fuera, y por lo menos ser todo yo, y serlo para siempre jamás. Y ser yo, es ser todos los demás. ¡O todo o nada! ¡O todo o nada! ¿Y qué otro sentido puede tener el «ser o no ser» , To be or no to be sespiriano, el de aquel mismo poeta que hizo decir a Marcio en su «Coriolano» (V. 4) que sólo necesitaba la eternidad para ser dios: he wants nothing of a god but eternity? ¡Eternidad!, ¡eternidad! Éste es el anhelo;la sed de eternidad es lo que se llama amor entre los hombres; y quien a otro ama es que quiere eternizarse en él. Lo que no es eterno tampoco es real. Gritos de las entrañas del alma ha arrancado a los poetas de los tiempos todos esta tremenda visión del fluir de las olas de la vida [...]. La vanidad del mundo y el cómo pasa, y el amor son las dos notas radicales y entrañables de la verdadera poesía. Y son dos notas que no puede sonar la una sin que la otra a la vez resuene. El sentimiento de la vanidad del mundo pasajero nos mete el amor único en que se vence lo vano y transitorio, único que rellena y eterniza la vida. Al parecer al menos, que en realidad... Y el amor, sobre todo cuando la lucha contra el destino súmenos en el sentimiento de la vanidad de este mundo de apariencias, y nos abre la vislumbre de otro en que, vencido el destino, sea ley la libertad. ¡Todo pasa! Tal es el estribillo de los que han bebido de la fuente de la vida, boca al chorro, de los que han gustado del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. ¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!, ¡ser siempre!, ¡ser Dios! UNAMUNO: LA DUDA AGÓNICA He aquí, por último, un breve fragmento de La agonía del cristianismo, con su lucha por la fe, con el conflicto entre su razón y sus anhelos. El modo de vivir, de luchar, de luchar por la vida y de vivir de la lucha, de la fe, es dudar. Ya lo hemos dicho en otra nuestra obra, recordando aquel pasaje evangélico que dice: «¡Creo, socorre mi incredulidad!» (Marco, IX, 23). Fe que no duda es fe muerta. ¿Y qué es dudar? Dubitare contiene la misma raíz, la del numeral duo, dos, que duellum, lucha. La duda, más la pascaliana, la duda agónica o polémica, que no la cartesiana o duda metódica, la duda de vida -vida es lucha-, y no de camino -método es camino-, supone la dualidad del combate. Creer lo que no vimos se nos enseñó en el catecismo, que es la fe; creer lo que vemos -y lo que no vemos es la razón, la ciencia, y creer lo que veremos -o no veremos- es la esperanza. Y todo, creencia. Afirmo, creo, como poeta, como creador, mirando al pasado, al recuerdo; niego, descreo, como razonador, como ciudadano, mirando al presente; y dudo, lucho, agonizo como hombre, como cristiano, mirando al porvenir irrealizable, a la eternidad. EL TEMA DE ESPAÑA EN LA LITERATURA. (Dos textos de Unamuno sobre España). I Europeización y casticismo Páginas atrás hemos citado esta frase: «Tenemos que europeizarnos y chapuzarnos de pueblo.» El tema aparece en este fragmento de En torno al casticismo (1895). Sus ideas matrices son: escasa incorporación de España a la cultura europea y tendencia al aislamiento, favorecido por «la Inquisición íntima»; falta de comprensión mutua y de respeto a la libertad del prójimo; no fue así en los momentos de más intensa religiosidad hispana, cuanda España supo ser, a la vez, abierta y fuerte; hemos de buscar nuestros auténticos valores en la «intrahistoria» y fecundarlos con lo europeo. A despecho de aduanas de toda clase, fue cumpliéndose la europeización de España, siglo tras siglo, pero muy trabajosamente y muy de superficie y cáscara. En este siglo, después de la francesada tuvimos la labor interna y fecunda de nuestras contiendas civiles; llegó luego el esfuerzo del 68 al 74, y pasado él, hemos caído rendidos, en pleno colapso. En tanto, reaparece la Inquisición íntima, nunca domada, a despecho de la libertad oficial. Recobran fuerza nuestros vicios nacionales y castizos todos, la falta de lo que los ingleses llaman sympathy, la incapacidad de comprender y sentir al prójimo como es, y rige nuestras relaciones de bandería, de güelfos y gibelinos, aquel absurdo de qui non est mecum, contra me est [...]. Con el sentido del ideal se ha apagado el sentido religioso de las cosas, que acaso dormita en el fondo del pueblo. ¡Qué bien se comprimió aquel ideal religioso que desbordaba en la mística, que de las honduras del alma castiza sacaba soplo de libertad cuando la casta reventaba de vida! Aún hay hoy menos libertad íntima que en la época de nuestro fanatismo proverbial; definidores y familiares del Santo Oficio se escandalizarían de la barbarie de nuestros obispos de levita y censores laicos. Hacen melindres y se tapan los ojos con los dedos abiertos, gritando ¡profanación!, gentes que en su vida han sentido en el alma una chispa de fervor religioso. ¡Ah!, es que en aquella edad de expansión e irradiación vivía nuestra vieja casta abierta a todos los vientos, asentando por todo el mundo sus tiendas. Fue grande el alma castellana cuando se abrió a los cuatro vientos y se derramó por el mundo; luego cerró sus valvas y aún no hemos despertado. Mientras fue la casta fecunda no se conoció como tal en sus diferencias, su ruina empezó el día en que gritando: «¡Mi yo, que me arrancan mi yo!» , se quiso encerrar en sí. ¿Está todo moribundo? No, el porvenir de la sociedad española espera dentro de nuestra sociedad histórica, en la intrahistoria, en el pueblo desconocido, y no surgirá potente hasta que le despierten vientos o ventarrones del ambiente europeo. Notas: 1: la francesada, la invasión napoleónica a principios del siglo xix (Unamuno la sitúa en este siglo porque, en efecto, escribió los artículos de En torno al casticismo a finales del xix, aunque aparecieron en forma de libro en 1905. 2: contiendas civiles, se refiere especialmente a las diversas guerras carlistas.3: La «Gloriosa» o revolución de septiembre de 1868, que destronó a Isabel II, instauró una etapa progresista que culminó con la Primera República (1874) y terminó con la Restauración de la Monarquía. 4: güelfas y gibelinos, nombres de los contendientes en conflictos de la Italia medieval; vienen a representar, respectivamente, a los partidarios del poder eclesiástico y del poder político. 5: (Qui non est mecum…) Frase del Evangelio utilizada torcidamente por políticos absolutistas. («El que no está conmigo está contra mí.»). 6: se comprimió, se hizo más denso. ¿Regeneración? Pocos años después, en 1898, Unamuno comenta en una carta: «La moda ahora es lo de la regeneración, moda a la que no he podido sustraerme. Yo también he echado mi cuarto a espadas.» Sin embargo, acaba de sufrir aquella honda crisis a la que hemos aludido y sus ideas cambian polarmente. En noviembre de 1898 escribe el ensayo titulado La vida es sueño (Reflexiones sobre la regeneración de España), del que reproducimos unos párrafos. Su preocupación ahora dominante por los problemas deł espíritu, pero no menos su talante paradójico y su prurito de ir contra corriente, explican una postura que no dejará de sorprendernos. Es inútil callar la verdad. Todos estamos mintiendo al hablar de regeneración, puesto que nadie piensa en serio en regenerarse a sí mismo. No pasa de ser un tópico de retórica que no nos sale del corazón, sino de la cabeza. ¡Regenerarnos! ¿Y de qué, si aún de nada nos hemos arrepentido? En rigor, no somos más que los llamados, con más o menos justicia, intelectuales y algunos hombres públicos los que hablamos ahora a cada paso de la regeneración de España. Es nuestra última postura, el tema de última hora, a que casi nadie, ¡débiles!, se sustrae. El pueblo, por su parte, el que llamamos por antonomasia pueblo, el que no es más que pueblo, la masa de los hombres privados o idiotas que decían los griegos, los muchos de Platón, no responden. Oyen hablar de todo eso como quien oye llover, porque no entienden lo de la regeneración. Y el pueblo está aquí en lo firme; su aparente indiferencia arranca de su cristiana salud. Acúsanle de falta de pulso los que no saben llegarle al alma, donde palpita su fe secreta y recogida. Dicen que está muerto los que no le sienten cómo sueña su vida. Mira con soberana indiferencia la pérdida de las colonias nacionales, cuya posesión no influía en lo más mínimo en la felicidad o en la desgracia de la vida de sus hijos, ni en las esperanzas de que éstos se sustentan y confortan. ¿Qué se le da de que recobre o no España su puesto entre las naciones? ¿Qué gana con eso? ¿Qué le importa la gloria nacional? Nuestra misión en la Historia... ¡Cosas de libros! Nuestra pobreza le basta; y aún más, es su riqueza [...]. ¿Viven mejor, con más paz interior, los ciudadanos conscientes de una gran nación histórica, que los aldeanos de cualquier olvidado rincón? El campesino del Toboso que nace, vive y muere, ¿es menos feliz que el obrero de Nueva York? ¡Maldito lo que se gana con un progreso que nos obliga a emborracharnos con el negocio, el trabajo y la ciencia, para no oír la voz de la sabiduría eterna, que repite el vanitas vanitatum! Este pueblo, robusta y sanamente misoneísta2 , sabe que no hay cosa nueva bajo el sol. ¿Que yace en atraso? ¿Y qué? Dejad que los otros corran, que ellos pararán al cabo. ¿Que yace en ignorancia? ¡Ignorancia! ¡Cuánto más grande es la ignorancia de los privados, que no la ciencia de los públicos! ¡Ignorancia! ¡Saben tantas cosas que no saben! Ellos saben mucho de lo que ignoran, y los regeneradores, en cambio, ignoran casi todo lo que saben. Es una ciencia divina la ciencia de la ignorancia; es más que ciencia, es sabiduría. El cuerpo sabe mejor que todos los fisiólogos cicatrizar las heridas, y el pueblo, que es el cuerpo social, sabe mucho más que los sociólogos que le salen y se empeñan en no dejarle dormir [...]. ¡Que le dejen vivir en paz y en gracia de Dios, circundado de áurea sencillez, en su camisa de hombre feliz, y, sobre todo, que no se tome en vano el nombre de su fe para hablarle de la España histórica conquistadora de reinos, en cuyos dominios no se ponían ni el sol ni la injusticia! ¡Que no le viertan veneno pagano de mundanas glorias en su cristiano bálsamo de consuelo! ¡Que le dejen dormir y soñar su sueño lento, oscuro, monótono, el sueño de su buena vida rutinaria! ¡Que no le sacrifiquen al progreso, por Dios, que no le sacrifiquen al progreso! 2 Misoneísta: enemigo de novedades. ORTEGA Y SUS IDEAS ESTÉTICAS • He aquí unos fragmentos de La deshumanización del arte. Aunque Ortega trata en este ensayo del arte de vanguardia, sus presupuestos estétieos son muy característieos del Novecentismo: así, la índole intelectual y «distante» que para Ortega ha de tener el placer estético; o, por lo que se refiere a la poesía en particular, la postura netamente antirromántica. El placer estético tiene que ser un placer inteligente. Porque entre los placeres los hay ciegos y perspicaces. […] Todo lo que quiera ser espiritual y no mecánico habrá de poseer este carácter perspicaz, inteligente y motivado. Ahora bien: la obra romántica provoca un placer que apenas mantiene conexión con su contenido. ¿Qué tiene que ver la belleza musical -que debe ser algo situado allá, fuera de mí, en el lugar donde el sonido brota- con los derretimientos íntimos que en mí acaso produce y en paladear los cuales el público romántico se complace? ¿No hay aquí un perfecto quid pro quo? En vez de gozar del objeto artístico, el sujeto goza de sí mismo; la obra ha sido sólo la causa y el alcohol de su placer. Y esto acontecerá siempre que se haga consistir radicalmente el arte en una exposición de realidades vividas. Estas, sin remedio, nos sobrecogen, suscitan en nosotros una participación sentimental que impide contemplarlas en su pureza objetiva. Ver es una acción a distancia. Y cada una de las artes maneja un aparato proyector que aleja las cosas y las transfigura. En su pantalla mágica las contemplamos desterradas, inquilinas de un astro inabordable y absolutamente lejanas. Cuando falta esa desrealización se produce en nosotros un titubeo fatal. No sabemos si vivir las cosas o contemplarlas. […] _________________________ Convenía libertar la poesía, que, cargada de materia humana, se había convertido en un grave, e iba arrastrando sobre la tierra, hiriéndose contra los árboles y las esquinas de los tejados, como un globo sin gas [...] Recuérdese cuál era el tema de la poesía en la centuria romántica. El poeta nos participaba lindamente sus emociones privadas de buen burgués; sus penas grandes y chicas, sus nostalgias, sus preocupaciones religiosas o políticas y, si era inglés, sus ensoñaciones tras de la pipa. Con unos u otros medios aspiraba a envolver en patetismo su existencia cotidiana [...] El poeta quería siempre ser un hombre. —¿Y esto parece mal a los jóvenes? -pregunta con reprimida indignación alguien que no lo es-. ¿Pues qué quieren? ¿Que el poeta sea un pájaro, un ictiosauro, un dodecaedro? No sé, no sé; pero creo que el poeta joven, cuando poetiza, se propone simplemente ser poeta. Ya veremos cómo todo el arte nuevo, coincidiendo en esto con la nueva cienca, con la nueva política, con la nueva vida, en fin, repugna ante todo la confusión de fronteras. Es un síntoma de pulcritud mental querer que las fronteras entre las cosas estén bien demarcadas. Vida es una cosa, poesía es otra -piensan o, al menos, sienten-. No las mezclemos. El poeta empieza donde el hombre acaba. El destino de éste es vivir su itinerario humano; la misión de aquél es inventar lo que no existe. De esta manera se justifica el oficio poético. El poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real, que ya está ahí por sí mismo, un irreal continente. Autor viene de auctor, el que aumenta. Los latinos llamaban así al general que ganaba para la patria un nuevo territorio [...] Es muy difícil que a un contemporáneo menor de treinta años le interese un libro donde, so pretexto de arte, se le refieran las idas y venidas de unos hombres y unas mujeres. Todo esto le sabe a sociología, a psicología y lo aceptaría con gusto si, no confundiendo las cosas, se le hablase sociológicamente o psicológicamente de ello. Pero el arte para él es otra cosa. La poesía es hoy el álgebra superior de las metáforas.