ANGLOHISPANOS LA COMUNIDAD LINGÜÍSTICA IBEROAMERICANA Y EL FUTURO DE OCCIDENTE Ángel López García-Molins 1 Índice PRÓLOGO: EL REY ESTÁ DESNUDO........................................................4 PRECISIONES DESMITIFICADORAS..........................................................8 LA MALDITA LENGUA........................................................................27 SE VENDE LENGUA MESTIZA DE ENCUENTRO.........................................44 UN CAMBIO EN EEUU: ¿DEMASIADO BUENO PARA SER VERDAD?.........98 LA DECADENCIA DE OCCIDENTE......................................................110 LA GLOBALIZACIÓN EN ENTREDICHO.................................................116 EL OCASO DE LAS NACIONES............................................................122 PERO LAS LENGUAS RESISTEN...........................................................133 OCCIDENTE Y LAS NACIONES LINGÜÍSTICAS........................................142 LA LENGUA, UN LAZO BASTANTE LAXO..............................................162 TRES SOLUCIONES AL PROBLEMA DE LA LENGUA................................172 ESTADOS UNIDOS: LA NACIÓN ASUSTADA..........................................176 PLANTEAMIENTOS REACTIVOS..........................................................206 LOS NUEVOS BÁRBAROS...................................................................215 EL CONCEPTO DE CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL.....................................232 2 LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL GLOBALIZADA....................................240 LA OTRA CARA DEL ESPEJO..............................................................249 UNA "RAZA" POCO RACISTA............................................................259 UNA RAZA VERBAL..........................................................................268 EL MESTIZAJE Y LA RAZA VERBAL....................................................287 MESTIZAJE Y MELTING POT.............................................................313 CULTURAS COMPLEMENTARIAS.........................................................326 NACIONALISMO Y GLOBALIZACIÓN....................................................336 OCCIDENTE DEL DERECHO Y DEL REVÉS............................................348 3 Prólogo: el rey está desnudo El cuento de Los tejedores que fizieron el paño, incluido en el Conde Lucanor del infante don Juan Manuel, es un viejo tópico folklórico del que se registran notables reapariciones en nuestra tradición literaria como el relato cervantino de El retablo de las maravillas. Insisto en lo de tópico porque la situación que describe es profundamente humana y, por lo tanto, reiterada. Ya saben: unos titiriteros llegan a un país y declaran fabricar unos vestidos milagrosos que sólo pueden ver los que están libres de culpa; seguidamente pasean al rey desnudo por las calles y todo el mundo calla para no reconocerse culpable, hasta que unos niños (o un tonto, en otras versiones) denuncian lo que resulta patente: el rey está desnudo. En este ensayo me toca hacer de niño (o de tonto, no sé) y denunciar algo que todos sabemos, pero (casi) nadie parece atreverse a decir: 1) asistimos a un desarrollo espectacular – milagroso– de la lengua española por el mundo, el 4 cual está impulsando, entre otras cosas, un renacer del iberoamericanismo político y unos beneficios económicos notables para ciertas empresas cuya casa matriz suele ser española; y 2) el rey está desnudo, esto es, dicho proceso no es una balsa de paz, existen fuertes tensiones y reticencias, tanto en España como en Latinoamérica, las cuales contradicen y cuestionan la ufanía de las instancias oficiales. ¿Merece la pena decirle toda la verdad al enfermo? Soy de los que piensan que cuando su mal no tiene remedio y se halla en una situación terminal, lo mejor es no amargarle lo poco que le queda de vida. Pero cuando la recuperación depende de encarar la verdad sin tapujos y obrar en consecuencia, me parece suicida ocultarle la verdad. Y algo de esto es lo que está pasando con las celebraciones, que han comenzado en 2010 y continuarán varios años, en relación con los procesos de independencia de las naciones iberoamericanas. Porque se pretende celebrar su independencia de España al tiempo que se oculta celosamente que lo que permite 5 considerarlas como un grupo homogéneo es precisamente que se trata de países de lengua española, la lengua que les vino de España. Casi nadie se atreve a reflexionar sobre la naturaleza de dicha dependencia, ni los que continúan la vieja tradición clientelista de la Madre Patria y de la Hispanidad ni los que dicen plantear una ruptura indigenista pasando por alto el hecho de que su lengua materna es el español. En la primavera de 2010 se tenía que celebrar en Valparaíso (Chile) el V Congreso Internacional de la Lengua Española bajo el lema “América en la lengua española”. Era una oportunidad para mirar la realidad cara a cara y abordarla, por fin, sin tapujos. Lamentablemente el trágico terremoto que todavía nos conmueve frustró dicha efeméride. O no. Soy escéptico y me temo que una vez más, nos habríamos ido por la tangente: que si los escritores americanos, que si los americanismos de la lengua española, que si las áreas dialectales del español en América, que si esto que si aquello. Fuegos de artificio que científicamente están muy bien, pero que eluden la 6 pregunta capital: ¿y todo esto qué significa? Con las páginas que siguen me propongo contribuir al susodicho congreso –que ahora ha quedado como un conjunto de contribuciones virtuales en la página web del Instituto Cervantes– a mi aire, sin límite de espacio y, sobre todo, sin cortapisas ideológicas. 7 Precisiones desmitificadoras Encaramos cuatro lustros, de 2010 a 2022 más o menos, en los que estaremos condenados a participar en un rosario de incómodas celebraciones del bicentenario de la independencia de las naciones latinoamericanas. Pero, hombre, ¿a quién se le ocurre decir eso?: español tenía que ser. Bien está que los europeos, los perdedores de esas guerras de independencia, se sientan incómodos con la efeméride, pero los beneficiarios de las mismas no pueden sino acogerlas con entusiasmo. Con el mismo entusiasmo con el que los ciudadanos de EEUU celebran el 4 de julio cada año o los de Francia el 14 del mismo mes, está uno tentado de añadir. Sin embargo, la sensación que le producen las múltiples conversaciones que sobre el tema lleva mantenidas con colegas y amigos del otro lado del Atlántico es que, puede que ellos no se sientan tan en precario, pero sí que se disponen a celebrar el bicentenario poco más o menos a la manera de las 8 Navidades en familia, con más resignación que entusiasmo. Por lo pronto, se detecta una notable falta de consenso entre los mismos intelectuales latinoamericanos. Luis Javier Caicedo ha publicado un libro, cuyo título1 alude a las dificultades de la celebración y consta de cuatro capítulos relativos al problema de las fechas (I y II), de la difícil integración de los movimientos indigenistas (III) y del equívoco papel que España está jugando en todo este asunto (IV). Me interesa destacar una larga cita del prólogo en relación con este último aspecto porque pone –creo- el dedo en la llaga: “La materia de este libro consiste en exponer cuatro casos o situaciones que evidencian que la historia es un campo en disputa … El cuarto caso se origina en la propuesta de España y de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) de crear una Comisión 1 Luis Javier Caicedo, Disputas por la historia en los bicentenarios de Colombia y Latinoamérica, Medellín, 2009. 9 Iberoamericana para los bicentenarios, planteada en Quito (Ecuador) en agosto de 2008, como contrapropuesta al funcionamiento del Grupo Bicentenario creado desde julio de 2007 en Valparaíso (Chile) por los países latinoamericanos que celebran los 200 años de sus independencias entre 2009 y 2011. En este caso se pusieron en discusión todos los extremos de la efeméride: si se celebra o se conmemora, qué se celebra, cuándo se celebra y quién organiza la celebración Desde la perspectiva de los países latinoamericanos, el Bicentenario es básicamente un festejo, y el derecho a celebrar se los concede el haber salido victoriosos de la lucha por la emancipación después de tres siglos de dominación española y portuguesa … Pero otra cosa pensaban en España. Este país conmemora por este tiempo tres acontecimientos importantes de su historia nacional: los 200 años de la invasión de Napoleón a la península y por tanto de su guerra de independencia contra Francia, que duró de 1808 a 1813; los 200 años, obviamente, de la sublevación de sus colonias en América, y los 10 200 años de la Constitución de Cádiz de 1812. De otra parte, Portugal conmemora en 2008 los 200 años del traslado de la familia real al Brasil, huyendo de la invasión napoleónica, pero mal puede sumársele esta fecha a la independencia continental. Y como, de otro lado, desde los tiempos del Quinto Centenario de la llegada de los españoles a América se ha venido construyendo la llamada Comunidad Iberoamericana de Naciones, a alguien en España se le ocurrió –con el apoyo de la Secretaría General Iberoamericana– que podrían juntarse los Bicentenarios latinoamericanos con los Bicentenarios españoles y portugueses, y que por tanto lo procedente era hacer una gran conmemoración conjunta, organizada –como los fastos de 1992– por una Comisión Iberoamericana para los Bicentenarios de las Independencias, que fuera de 2008 a 2013. Esta descabellada operación, que ponía en un mismo nivel a vencedores y vencidos, fue presentada como una loable ampliación geográfica y temporal de la efeméride, que rescataba como supuesta esencia común de 11 ambos procesos la lucha contra el despotismo y la inauguración del constitucionalismo, y que hacia el futuro debía reforzar la comunidad iberoamericana de naciones”. Perdóneseme la longitud de la cita, comenzando por su autor, el cual, justificadamente, me podría exigir derechos de ídem. No he podido resistirme a reproducir un párrafo tan extenso porque, en mi opinión, da en el clavo. Efectivamente, celebrar en un mismo saco la ganancia de unos y la pérdida de otros parece rizar el rizo de lo inverosímil. Estas cosas suelen hacerse cuando la celebración la organizan los vencedores como una manera de imponer paternalistamente su visión de las cosas a los vencidos. Si los procesos americanos que tuvieron lugar entre 2009 (Bolivia, Ecuador) y 2022 (Brasil) hubieran podido definirse como episodios de una guerra civil, estaríamos en una situación parecida a la de la llamada transición política española de 1977 o a la recuperación de la 12 democracia en Chile en 1989: tras un violento periodo de luchas fratricidas, se decide pasar un manto de olvido en aras de la reconciliación nacional aun a sabiendas de que, habiendo habido en ambos bandos gente culpable, los mayores culpables estaban en el que ganó y, sin embargo, parecía preferible no seguir hurgando en la herida. Pero la independencia de las naciones latinoamericanas no llegó a ser una guerra civil, se ha definido comúnmente como un proceso de descolonización en el que los colonizados se sacudieron el yugo de los colonizadores. Esta es la historia ¿O sólo se trata de la percepción de una parte y, además, desenfocada? He aquí el problema. Una colonia es por definición un territorio al que se trasladan violentamente personas de una metrópoli más fuerte con el propósito de explotar sus recursos y generalmente esclavizar a sus habitantes de una u otra manera. Colonialismo es lo que hicieron los ingleses en la India y en Kenia, los franceses en Argelia y en Vietnam, los holandeses en Indonesia, los alemanes en el llamado 13 Gobierno General de Polonia o los japoneses en Corea. El negocio duró un tiempo, a veces todo un siglo, a veces menos. Cuando los colonizadores ya no pudieron resistir la sublevación de los colonizados, simplemente se fueron y estos recuperaron su independencia nacional. Ya no hay franceses en Argelia ni ingleses en la India ni holandeses en Indonesia ni alemanes en Polonia ni japoneses en Corea. Por la misma razón, colonialismo debe ser lo que hizo España en México y en Colombia y en Perú y en Argentina. Aquí estuvieron más tiempo, unos tres siglos, pero cuando al fin se fueron, empujados por las guerras de independencia, resulta que Latinoamérica se vio libre de españoles para siempre. Lamentablemente esta historia, que cuentan en las escuelas de todo Hispanoamérica –y, aunque les parezca mentira, en alguna que otra escuela española también–, resulta que no se ajusta del todo a la verdad. Porque no tengo nada claro que los españoles se fueran. Todo depende de qué se entienda por españoles. Ni los soldados del ejército 14 de San Martín ni las tropas realistas llevaban pasaporte. Para las personas comunes todo este asunto de la nacionalidad tiene mucho más que ver con la lengua y las costumbres que con los pasaportes. Pues bien: resulta que en Argelia nadie habla francés como primera lengua ni inglés en la India ni alemán en Polonia ni japonés en Corea ni holandés en Indonesia, pero en México, en Colombia, en Perú y en Argentina lo que la gente habla mayoritaria, cuando no exclusivamente, es español, igual (o más) que en España. Y uno acaba teniendo así la incómoda sensación de que entre 1809 y 1822 no es que los colonizados se rebelaran contra los colonizadores, es que los colonizadores que habían nacido en el continente americano se rebelaron contra los colonizadores que habían nacido en el continente europeo, mientras que los verdaderos colonizados, los indígenas, siguieron estando poco más o menos tan mal como estaban, y así hasta hoy. ¿Que durante la colonia hubo explotación de los recursos naturales?: claro. ¿Que durante la colonia hubo genocidio?: con matices, 15 también. Pero que las culpas recaen por igual sobre los antepasados de los generales victoriosos y sobre los de los generales vencidos parece evidente: al fin y al cabo no dejan de ser lo mismo, españoles por la cultura, aunque a partir de esa fecha ya sólo se llamó así a los que vivían en Europa. Esta no es una postura partidista, la sancionan las palabras del propio Bolívar: “Yo considero el estado actual de la América, como cuando desplomado el Imperio Romano cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y situación o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias o corporaciones; con esta notable diferencia, que aquellos miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las cosa o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos 16 propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores…”2 Mayor lucidez, imposible. Las guerras de independencia nacional cuyo bicentenario se va a celebrar no fueron procesos de descolonización, sino de emancipación. Emancipar es “libertar de la patria potestad, de la tutela o de la servidumbre”. Definición que, como casi todas las entradas de diccionario, crea más problemas de los que soluciona. Porque el esclavo se emancipa de la servidumbre, pero el hijo se emancipa de la patria potestad. Y lo que ocurrió en Latinoamérica hace dos siglos es que, al socaire de una presunta emancipación de esclavos, hecha a imagen y semejanza de la que poco antes había tenido lugar 2 Simón Bolívar, “Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta isla”, Escritos políticos, Madrid, Alianza Editorial, 1969. 17 en Haití (1804), lo que hubo realmente fue una emancipación de hijos tutelados, como la que en el siglo anterior había marcado para todo el continente la pauta desde los Estados Unidos. Tan simple y tan difícil de imponer en los ámbitos académicos. Todos los próceres de la independencia latinoamericana tuvieron como modelo jurídico para sus propias constituciones la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Dichos textos legales se hicieron desde la vívida conciencia de que nacían como naciones nuevas (natio viene de nascere) que salían de un tronco lingüístico-cultural compartido con la metrópoli, nunca apelando ni a los imperios indígenas que habían sido subyugados tres siglos atrás ni a los palenques africanos formados durante la colonia. Ya comprendo que este punto de partida se desliza peligrosamente hacia la retórica paternalista –y sin embargo tan apreciada en algunos sectores sociales de Hispanoamérica– de la madre patria. Mas a cada cual lo suyo: una cosa es que la idea de la madre patria presuponga una inadmisible tutela cultural 18 (cuando no económica y política) de España sobre los estados latinoamericanos y otra que esta idea – repito: inadmisible– se sustente en un hecho real, en el hecho de que la gran mayoría de los habitantes de los países que tienen el español como lengua oficial son hispanohablantes maternos y que, por tanto, lo que haya que celebrar conjuntamente entre Europa y América se cimenta prioritaria, si no exclusivamente, en dicho instrumento idiomático compartido, antes que en supuestas rebeldías frente al despotismo3 . El problema es que, siendo estrictamente paralelos los procesos de independencia nacional de los 3 Que también existieron, por otra parte. Eduardo Posada Carbó, “Sorpresas de la historia. Independencia y democratización en Hispanoamérica, Revista de Occidente, 326-327, julio de 2008, 109-125, ha recordado cómo las elecciones conducidas bajo la Constitución de Cádiz de 1812 iniciaron el camino de la democracia en muchas ciudades americanas y lo hicieron con un radicalismo (por ejemplo, incitando a los indígenas a votar) que no se había dado en los EEUU. Sin embargo, todo quedó en un sueño: la restauración monárquica de Fernando VII, el Deseado de los españoles, creó las condiciones para la rebeldía y la independencia de las repúblicas americanas. 19 Estados Unidos y de las repúblicas latinoamericanas, dos siglos después resulta patente que las divergencias han llegado a ser mayores que las convergencias. No porque aquellos supieran mantener la unidad del territorio y estos no. Tampoco porque aquellos, constituidos en imperio mundial, acabaran sojuzgando a estos hasta hoy. La diferencia principal estriba en lo siguiente: en 1809 la lengua (inglesa) unía a británicos y a estadounidenses como la lengua (española) unía a españoles e hispanoamericanos; pero, mientras que la acción concertada de aquellos se ha producido, para bien y para mal, al margen de la unidad idiomática, la acción concertada de estos, la cual subyace a la posibilidad de festejar los hechos de 1809-1822 en común, sigue dependiendo extrañamente de la reclamación reiterada de la unidad lingüística y, lo que es peor, de su aprovechamiento en beneficio propio por parte de algunos. En realidad, ni los independentistas de la América anglosajona ni los de la América española 20 concibieron su desgajamiento político como la culminación de una lucha que daba al traste con una vergonzosa aventura colonial. Muy al contrario, los textos fundacionales lo presentan en ambos casos como el resultado de haber colmado la paciencia de unos ciudadanos que poco diferían de los de la metrópoli. Sólo más tarde vendría la actitud inevitable de quien acaba de romper las amarras económicas, políticas y afectivas y, naturalmente, necesita construir su propia identidad. Por ejemplo, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos que redactó Thomas Jefferson se justifica en loa siguientes términos: “Cuando, en el curso del devenir humano, un pueblo se ve obligado a disolver los lazos políticos que lo han ligado a otro, asumiendo entre las potencias de la tierra el puesto separado e igual que las leyes de la naturaleza y el Dios de la naturaleza le dan derecho, un honesto respeto a la opinión de la humanidad le exige que declare las causas que le 21 impelen a la separación … La historia del actual Rey de Gran Bretaña es una historia de incesantes agravios y usurpaciones, entre las que no destaca un solo hecho que contradiga el uniforme carácter de las restantes, pues todos están directamente encaminados a establecer una tiranía absoluta sobre estos Estados … Tampoco hemos sido parcos en atenciones para con nuestros hermanos británicos … También ellos han prestado oídos sordos a la voz de la justicia y la consanguinidad, y cuando la aplicación periódica de sus leyes les ha dado ocasión de destituir de sus consejos a los perturbadores de nuestra armonía, los han repuesto, por libre elección, en el poder. Y en este preciso instante permiten además que su primer mandatario envíe no sólo soldados de nuestra misma sangre, sino también mercenarios escoceses y extranjeros a invadirnos y destruirnos. Estas acciones han apuntillado un efecto agonizante, y el espíritu viril 22 nos exige repudiar para siempre a estos hermanos insensibles”4 Años después, en Argentina, Juan Manuel de Rosas, defendiéndose de quienes acusaban al cabildo celebrado en Buenos Aires el 22 de mayo de 1810 de intento de rebelión frente al rey de España, decía cosas como estas: “¡Qué grande, señores. Y qué plausible debe ser para todo argentino este día, consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular que ejerció este gran pueblo…! … no para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en su desgracia … Pero … un acto que, ejercido en otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios, fue 4 Thomas Jefferson, Autobiografía y otros escritos, A. Koch y W. Peden (eds.), Madrid, Tecnos, 1987, 23-29. 23 interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los que debieron agotar su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente … Ofendidos con tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución, hasta que cansados de sufrir males sobre males … tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes del rey de España y de toda dominación extranjera”5 . Los territorios anglohablantes de América permanecieron durante todo el siglo XIX de espaldas a la antigua metrópoli y lo mismo estaba sucediendo en la parte hispanohablante del continente. Con un matiz, eso sí: mientras que Gran Bretaña, empeñada en labrarse un gran imperio colonial en Asia y en África, realmente se 5 Guillermo Céspedes del Castillo, “Fragmentos del discurso de Juan Manuel de Rosas”, Textos y documentaos de la América Hispánica (1492-1898), Barcelona, Labor, 1986, 406. 24 desinteresó de unos EEUU que habían iniciado la marcha hacia el oeste (con nutrida aportación poblacional de habla inglesa, por cierto), España, torpemente, intentó revertir la independencia (bombardeo de Valparaíso y del Callao, apoyo a la aventura imperialista de Maximiliano en México) y sólo iba reconociendo a las distintas repúblicas con cuentagotas. El resultado fue que, para los ciudadanos de EEUU, Gran Bretaña había ido perdiendo poco a poco el carácter demoníaco con el que se la había investido en el imaginario popular, en tanto que España se identificó con el enemigo de los hispanoamericanos durante todo el siglo XIX. La guerra de Cuba y Filipinas cambió esta actitud cuando los hispanoamericanos comprendieron que el verdadero peligro estaba en el imperialismo insaciable de los EEUU (que para 1848 ya habían despojado a México de la mitad de su territorio) y que España era sólo una víctima más del bando de los perdedores. En cualquier caso, a comienzos del siglo XX las diferencias entre la parte anglo del continente 25 americano y la parte hispana en relación con sus respectivas metrópolis ya eran abismales: mientras que a los primeros los unía el interés, a los segundos sólo parecía unirles la ideología. En la primera guerra mundial y, sobre todo, en la segunda, los Estados Unidos y Gran Bretaña (con el concurso menos visible, pero efectivo, de Australia y Canadá) colaboraron estrechamente; y tras el hundimiento del imperio colonial británico subsiguiente a dicho conflicto, fueron los EEUU quienes continuaron su herencia de manera natural. Si EEUU ha intervenido dos veces en Irak es porque continuaba defendiendo –vergonzosamente– los viejos intereses coloniales británicos y en estrecha colaboración con la Gran Bretaña. Nadie debería sorprenderse de la presencia de Tony Blair al lado de George Jr. Bush en la foto de las Azores, pues es un simple remake de la de Churchill y Roosvelt en Yalta: lo que ya no se entiende es qué demonios pintaba el presidente del gobierno español en ese cuadro. 26 27 La maldita lengua La importancia del papel de la lengua para constituir comunidades político-culturales de estirpe europeoamericana es una obviedad tanto en el mundo anglohablante como en el hispanohablante. Sin embargo, la conciencia de dicho papel y la reiteración –yo diría que agónica– del factor lingüístico en todo tipo de discursos constituye un fenómeno único en el mundo por el que la comunidad hispanohablante se distingue de todas las demás. Dichos discursos se producen a uno y otro lado del Atlántico, pero están siendo capitalizados por España –o, mejor dicho, por ciertas instituciones españolas–, lo cual introduce una distorsión en la convivencia de las naciones de lengua española que sería suicida querer pasar por alto. Hace dos años se publicó un libro colectivo que versa sobre este tema, hecho notable en la medida en que no conozco nada parecido sobre ningún otro dominio lingüístico centrado en una 28 lengua internacional. Aunque también he contribuido a dicho libro, voy a basarme sobre todo en las aportaciones de mis compañeros porque la mía es de naturaleza histórica y las de estos afectan directamente al nudo del problema en el momento actual. Resumo las ideas de José del Valle6 , El hispanoamericanismo es una ideología que se establece a lo largo del siglo XIX, pero que estalla realmente con ocasión de la crisis de 1898 y que consiste en postular una comunidad cultural imaginada, la de los países hispanos, la cual se sustenta en el hecho de compartir una lengua común, igualmente imaginada, lo cual conduciría a la ideología de la hispanofonía. Por imaginada se entiende, en el sentido de Anderson7 , la 6 José del Valle (ed.), “La lengua, patria común: la hispanofonía y el nacionalismo panhispánico” y “La RAE y el español total. ¿Esfera pública o comunidad discursiva?, en La lengua, ¿patria común? Ideas e ideologías del español, Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2007, 31-57 y 81-97. 7 Benedict Anderson, Imagined communities: reflections on the 29 circunstancia de que ni la comunidad cultural ni la lingüística son algo comprobado empíricamente por todos los hispanohablantes, sino tan sólo por una minoría culta estrechamente relacionada con España. La hispanofonía se sustenta en una asimetría irreductible y es el hecho de que, como el origen histórico de la lengua está en España, resulta inevitable que esta se arrogue una preeminencia implícita al frente del proyecto. Adviértase la diferencia con la América anglohablante: a los EEUU y a Gran Bretaña les unen fundamentalmente los intereses, aunque estos se alcen sobre la evidencia de la consanguinidad y de la comunidad lingüística. Pero lo principal son los intereses: conforme Gran Bretaña fue abandonando la explotación capitalista de los países latinoamericanos a lo largo del siglo XIX, fue reemplazada –ahora con matices imperialistas añadidos– por los EEUU sin solución de continuidad; cuando Gran Bretaña abandonó Oriente Medio tras la segunda guerra mundial, origins and spread of nationalism,London/New York,Verso, 1983. 30 también fueron los EEUU los que tomaron el relevo y así sucesivamente. Nunca ha ocurrido nada parecido entre España y las repúblicas latinoamericanas, bien tomadas en su conjunto, bien aisladamente, de manera que, más que intereses comunes, lo que parecen tener son lazos familiares, culturales y lingüísticos, propensos a las exaltaciones retóricas, pero también a la superficialidad. Sin embargo, en el origen del hispanoamericanismo había algo más que pura retórica emocional: por parte de los americanos se trataba de sustentar un proyecto unionista, en la línea de la mejor –y tan frustrada– tradición bolivariana, para enfrentarse a la seria amenaza representada por los EEUU; por parte de los europeos, el proyecto hispanoamericano constituía un proyecto de dimensión nacional concebido como una triaca para el veneno de los nacionalismos periféricos que estaban poniendo en cuestión el proyecto de la nación española surgido de la constitución de Cádiz. En otras palabras: intereses comunes sí, pero divergentes y, además, políticos, 31 no económicos. Las ventajas mutuas que se derivaban del hispanoamericanismo decimonónico han sido destacadas por Isidro Sepúlveda8 en estos términos: “La funcionalidad máxima del hispanoamericanismo se encuentra en su capacidad para dotar al nacionalismo español de un arsenal argumental que, al mismo tiempo que posibilita su proyección exterior, permite reforzar su legitimidad interior. La estructuración del movimiento hispanoamericanista, al mismo tiempo que se producía la aparición y desarrollo de los nacionalismos subestatales hispanos, no responde a una mera coincidencia temporal; al contrario, existe una relación causal, no tanto como respuesta reactiva como por ser ambos movimientos consecuencia del cuestionamiento finisecular sobre la identidad nacional. De ahí que el 8 Isidro Sepúlveda, El sueño de la Madre Patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo, Madrid, Marcial Pons, 2005, 409-411. 32 hispanoamericanismo remarcase la trascendencia que tenían los elementos constituyentes de la raza, la lengua y la historia; elementos tanto más importantes para evidenciar la existencia de una Gemeinschaft hispanoamericana que para ignorar las peculiaridades nacionales dentro de la Gesselschaft española … El tercer logro significativo del hispanoameicanismo fue la generación de la idea de transformación de la comunidad cultural hasta alcanzar niveles de actuación política conjunta. El primer paso lo constituyó la constatación de la existencia y la identificación de una comunidad cultural hispanoamericana, con toda la potencialidad que ello tenía consigo; su prolongación consecuente se dio con el intento de alcanzar algún tipo de manifestación política que visualizara esta comunidad. Su éxito más notable se materializó con la celebración oficial en todos los países americanos y en España de la Fiesta de la Raza … En definitiva, posibilitó que a partir de ese momento se pensase que el sueño bolivariano de unión americana fuera 33 posible, participara o no de algún modo España en ella”. Así llegamos a la época presente. A comienzos de los años noventa del siglo XX, coincidiendo otra vez con el centenario del descubrimiento / encuentro / choque de América por/con los europeos, se plantea un renacimiento del hispanoamericanismo y de su vertiente lingüística, la hispanofonía. En 1892 estaban a punto de hundirse los últimos restos del imperio ultramarino español y el horno no estaba para bollos, así que el IV Centenario tuvo un carácter de conmemoración nostálgica. Pero en 1992 las cosas eran muy diferentes: España, que había ingresado en la UE en 1986, estaba inmersa en un proceso de despegue económico sin precedentes desde el siglo XVI, por lo que las celebraciones del V Centenario fueron reivindicativas, eufóricas y un tanto de nuevo rico. En este contexto, que es el de las Olimpiadas de Barcelona y el de la Exposición Universal de 34 Sevilla, se funda el Instituto Cervantes (1991) y comienzan las Cumbres Iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno, de periodicidad anual (a partir de 1991 en Guadalajara, México). Desde 1992 el hispanoamericanismo ha dejado de ser un recurso retórico, aspira a ocupar un lugar en el ámbito de la política y de las finanzas mundiales. Así que, por fin, España y los países latinoamericanos pasaron a tener intereses comunes. ¿O no es así? Este es el problema: se trataba obviamente de intereses, pero, una vez más, no está claro que fueran comunes. Acosado por varios escándalos de corrupción, el gobierno socialista español fue sustituido en 1996 por un gobierno conservador. Eran los tiempos del neoconservadurismo reaganiano-thatcheriano y José María Aznar, como tantos otros gobernantes occidentales, impulsó una política de privatizaciones de las principales empresas públicas españolas. Repsol (la antigua CAMPSA), Telefónica, el BBVA, Iberdrola, el Banco de Santander (propietario de Banesto, el banco del franquismo), Iberia y muchas otras 35 empresas públicas o privadas beneficiarias de lo público se encontraron de repente con un inmenso capital que les había caído del cielo (o eso parecía: en realidad procedía de los impuestos de los ciudadanos españoles, pero estos no se quejaron). Una empresa capitalista con liquidez debe invertir y, naturalmente, todas estas empresas invirtieron preferentemente en los países latinoamericanos porque constituían su ámbito natural, en el mismo sentido en el que las empresas alemanas invierten sobre todo en Polonia, en Rumania y en Chequia, las empresas francesas lo hacen en el Magreb y las empresas chinas, que ya han llegado a todas partes, comenzaron por hacerlo en Indonesia, Filipinas o Vietnam. La reacción de los ciudadanos latinoamericanos fue muy negativa, pues vieron estas inversiones como una invasión neocolonial. Desde luego las prácticas de algunas empresas españolas –no todas– depredaron incansablemente el territorio y los bolsillos latinoamericanos. Sin embargo, conviene hacer una doble reflexión a propósito de este asunto. 36 Primero: el capitalismo sin cortapisas estatales –que los países latinoamericanos tan apenas supieron alzar– es depredador por naturaleza: en este sentido, Iberia no fue peor socio de Aerolíneas Argentinas de lo que hubiera podido serlo United Airlines ni Repsol absorbió YPF con mayor avidez de la que habría mostrado Shell ni el Banco de Santander se mostró financieramente más implacable de lo que suele hacer el Deutsche Bank. Segundo: sólo metafóricamente puede seguir llamándose “españolas” a estas empresas ya que tras la privatización son sociedades anónimas con accionistas de todo el mundo: por ejemplo, acaba de producirse la fusión de Iberia con British Airways y uno se pregunta si esta preponderancia de capital originariamente inglés debería calmar el debate de Aerolíneas. Pero sigamos con las ideas de José del Valle. Como todas estas empresas se expandieron por el territorio de Hispanoamérica, se elevó a premisa indubitable la conclusión de que la lengua española constituye un activo económico en sí misma (que un 37 académico imprudente llegó a fijar en el 15% del PIB español confundiendo claramente los fines con los medios9 ). Esta ideología, que he llamado10 emolingüística (del latín emere, “comprar”), representa conceptualmente un verdadero salto en el vacío: puesto que la expansión económica de España por Latinoamérica se beneficia de la plataforma que le brindan los países hispanohablantes, se concluye que el verdadero promotor capitalista es el idioma español y para más INRI que, como dicho idioma se originó en España, ello presta un sello de legitimidad incontestable a la mencionada expansión. El argumento es parecido al siguiente: dado que el cristianismo se expandió aprovechando la estructura administrativa del 9 Ángel Martín Municio, El valor económico de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 2003; el economista Ezequiel Uriel, El valor económico de la cultura en España, Madrid, Ministerio de Cultura, 2006, cuestiona seriamente la cientificidad de las conclusiones alcanzadas por aquel. 10 Ángel López García, El boom de la lengua española. Análisis ideológico de un proceso expansivo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007. 38 imperio romano (hasta el punto de que la demarcación de las diócesis coincide con la de los antiguos conventos jurídicos) se concluye que esta religión es la heredera de las glorias de Roma, lo cual justificó durante siglos que el pontífice fuera un soberano al que los reyes debían rendir pleitesía. Pero lo peor no estriba en la falacia del argumento emolingüístico11 , sino en la tensión a la que quedaron sometidas una serie de instituciones idiomáticas españolas, singularmente la Real Academia y el Instituto Cervantes. José del Valle sostiene que la hispanofonía es una ideología y no una idea difusa –como mantengo yo– porque subyace a la acción concertada de estos dos organismos junto con la Casa Real y algunos grupos mediáticos para cambiar la imagen del español en el mundo. Este cambio de imagen habría consistido en lavarle la cara al idioma español, el cual de ser la 11 Al fin y al cabo casi todas las lenguas internacionales acaban recayendo en el mismo, comenzando por el inglés, según expone diáfanamente David Crystal en su libro English as a Global Language, Cambridge University Press, 1997 . 39 lengua del imperio pasaría a concebirse como una lengua de encuentro, fruto de la concordia antes que de la imposición, y caracterizada socialmente por ser vehículo de mestizaje biológico y cultural. Un producto sin connotaciones negativas en suma, un verdadero producto exportable. Tengo que decir que la idea de concebir el español como empresa común de todos los estados hispánicos y como plataforma de acción política y económica no me parece una conspiración, sino una suerte. Soy consciente de hasta qué punto mi propio trabajo de investigación ha contribuido durante un cuarto de siglo a darla a la luz. Lo han advertido sagazmente otros colegas en el libro que comentamos12 : 12 Mauro Fernández, “De la lengua del mestizaje al mestizaje de la lengua: reflexiones sobre los límites de una nueva estrategia discursiva”, en José del Valle (ed.), La lengua, ¿patria común? Ideas e ideologías del español, Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2007,64. 40 “En algunos casos la idea del mestizaje se refiere tan sólo al período de los orígenes de la lengua. En estos casos el destinatario suele ser un público español, por lo que el tema de “las otras lenguas” de España subyace siempre, aunque no se las mencione explícitamente. Veamos una muestra. Para conmemorar los veinticinco años de la Monarquía, la Academia de la Historia le encargó una conferencia al director de la “Española”. Según el diario ABC, el eje vertebrador de la conferencia pronunciada por García de la Concha fue “la lengua española ayer, hoy, mañana”. El director quiso resaltar […] el hecho de que el castellano nació como una lengua mestiza, de entendimiento, [como] una lengua para entenderse en las relaciones comerciales, en la convivencia cotidiana, en el amor […] era […] una koiné Se perciben aquí los ecos (y algo más) de las ideas expuestas por Ángel López García en un ensayo tan admirable como polémico titulado El rumor de los 41 desarraigados […]13 … Con la presentación de la lengua española como mestiza en sus orígenes se intenta contrarrestar los discursos alternativos que prosperan en Cataluña, País Vasco y Galicia, que la presentan como castellana [el subrayado es mío], foránea, impuesta a los pueblos de España que hablaban otras lenguas” Agradezco el juicio positivo que al colega le merece mi ensayo de 1985 y me honra que el director de la RAE se base en las ideas expuestas en el mismo. Quiero hacer, no obstante, una matización. Con independencia del mayor o menor influjo que el vasco haya podido ejercer sobre el romance que nació en el Alto Ebro (y que es lo que originó el revuelo mediático al que se alude), lo que yo me proponía en dicho ensayo era dejar claro que quien nace como lengua mestiza no es el castellano, es el español. En otras palabras, que contra la idea tópica 13 Ángel López García, El rumor de los desarraigados. Conflicto de lenguas en la Península Ibérica, Barcelona, Anagrama, 1985. 42 de que el castellano acabó haciéndose español, yo sostenía –y sostengo– todo lo contrario: que el español fue antes, surge como koiné de intercambio junto al territorio de los vascos, y sólo más tarde se convierte en castellano, precisamente cuando la magna labor normativizadora de Alfonso X lo convirtió en una lengua culta14 . Kathryn A. Woolard15 , otra colega que participa en el mismo volumen, ha destacado cómo este planteamiento del español como lengua de nadie en particular ha sido aprovechado para enfrentarlo a las lenguas propias, carentes de posibilidades universales y de entidad mestiza por definición: “López García propone que las raíces del poder del español se desplazaron durante el Renacimiento desde el anonimato hacia la autenticidad local. Una 14 Esta cuestión se trata extensamente en Ángel López García, La lengua común en la España plurilingüe, Frankfurt, Iberoamericana Vervuert, 2009. 15 Kathryn A. Woolard, “La autoridad lingüística del español y las ideologías de la autenticidad y el anonimato”, en José del Valle (ed.), La lengua, ¿patria común? Ideas e ideologías del español, Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2007,137. 43 vez que el español fue localizado como castellano, afirma, el prescriptivismo ganó poder; el control perfecto de la forma lingüística se volvió crucial … La ideología del público anónimo y su discurso universalista se enfrentó originariamente con la personificación de la autoridad en el rey y la aristocracia durante el Antiguo Régimen. Posteriormente se usa para desafiar lenguas cuya autoridad yace en la reivindicación de la autenticidad. En el caso peninsular lo vemos en algunos de los giros retóricos del hispanismo ‘posnacional’ y su crítica a los nacionalismos minoritarios”. Tiene toda la razón, evidentemente. Sin embargo, sigo pensando que todo esto no es el resultado de una política consciente (a veces concebida en clave conspiratoria), sino del desarrollo de fenómenos político-sociales que se produjeron con una intencionalidad diferente. 44 Se vende lengua mestiza de encuentro Hablemos de las instituciones que supuestamente están propagando la ideología vendible del español como lengua mestiza de encuentro, a saber y según José del Valle, la RAE, el Instituto Cervantes, la Casa Real y el gobierno español: ¿constituyen una plataforma política para facilitar la expansión imperialista de España apoyándose en la lengua española, la cual venden adornada con los rasgos expuestos arriba? Es posible, no lo descarto a priori. Sin embargo, tengo que decir que sus intereses son claramente diferentes y que en las grandes ocasiones en las que han colaborado, fundamentalmente en los Congresos Internacionales de la Lengua Española (CILE), se ha hecho patente su falta de entendimiento. Por ejemplo, la RAE y el Instituto Cervantes, que son los organizadores ex aequo de los CILE, no se parecen en nada. La primera es una institución semiprivada cuyos 45 miembros acceden a la misma por cooptación, en tanto que el Instituto Cervantes es un organismo dependiente de tres ministerios, el cual sigue en cada legislatura las instrucciones del gobierno de turno que nombra a sus miembros. Aparte de diferencias de criterio, que a veces se traslucen en sus declaraciones públicas, las divergencias se pusieron bruscamente de manifiesto hace poco a propósito del llamado “Manifiesto por el castellano” promovido por una serie de intelectuales entre los que figuraban señalados académicos de la RAE. No quiero entrar ahora en esta polémica: el manifiesto denunciaba presuntas cortapisas al uso público del español en las comunidades bilingües y colocó en una situación muy incómoda al director de la RAE; mientras tanto, el gobierno socialista procuró desactivar esta fuente de crispación social con declaraciones conciliadoras de varios ministros y de la directora del Instituto Cervantes16 . 16 Por ejemplo, el 15 de julio de 2008 Carmen Caffarel, en la presentación del II Encuentro de Programadores Internacionales del Instituto Cervantes en Gijón, afirmó que le habían hecho llegar el Manifiesto, pero que no era necesario 46 En cuanto a la Casa Real ha hecho suyo el discurso de la hispanofonía, según muestra José del Valle, pero sólo en el contexto de los CILE y plataformas iberoamericanas similares; al fin y al cabo, el Rey de España lo es de todos los españoles y no hay que olvidar que el 40% de ellos vive en comunidades bilingües donde las cosas se ven de otra manera y la popularidad de la monarquía se resiente seriamente con este tipo de planteamiento. De ahí el tremendo resbalón que supuso un discurso del Rey destinado a América, pero recibido de uñas en España porque se aludía al español como lengua que no fue impuesta a nadie. ¿El gobierno?: la normativa electoral española, que se basa en la ley d’Hont, hace casi imposible gobernar sin la aquiescencia, tácita o explícita, de partidos nacionalistas asentados en comunidades bilingües y empeñados en la defensa de sus lenguas propias, de forma que todos los partidos de ámbito general, ya sean de izquierdas o de derechas, han dicho una cosa cuando estaban en porque el castellano no está en crisis, sino que goza de buena salud. 47 la oposición y han hecho la contraria cuando disfrutaban del poder. De verdad que me resulta inverosímil imaginar un acuerdo secreto para promover los intereses de España con auxilio del idioma: no hay duda de que gobierno, empresas, instituciones académicas, escritores y, como se suele decir, público en general aprovechan la circunstancia de compartir el mismo idioma que los hispanoamericanos, pero no por estrategia, sino como algo evidente que no se tiene ni que discutir. La cuestión, a mi modo de ver, no es la de si asistimos a una conspiración neoimperialista basada en la falsa idea de que España debe pilotar la unión de los países latinoamericanos, sino la de si las mencionadas instituciones están legitimadas para llevar a buen puerto la empresa cultural hispanoamericana, aun suponiendo que lo hacen bona fide. ¿Está legitimada la Real Academia de la Lengua para dicho pilotaje? No entraré al trapo de una crítica facilona muy habitual, consistente en señalar que se trata de un organismo anacrónico, totalmente 48 alejado de la realidad social (por ejemplo, el porcentaje de mujeres es escandalosamente bajo), que no respeta tampoco los equilibrios territoriales (el porcentaje de académicos originarios de Madrid o de Castilla-León resulta abrumador) y que desarrolla un trabajo lexicográfico mediocre, superado con creces por los diccionarios comerciales (algunos redactados por académicos que trabajan al margen de la institución). Todo esto importa poco aquí porque a las demás instituciones del mismo tipo, tanto las españolas como las extranjeras (piénsese en l’Académie française, p.ej.), se les pueden señalar carencias similares y ahí siguen. Lo que me interesa destacar son las cuestiones simbólicas, pues es a cuenta de ellas por lo que la RAE ha podido asumir un papel político que, en esencia, no le corresponde. Primera señal de alarma: el nombre oficial de la institución fundada en 1713 por iniciativa del marqués de Villena no es Real Academia Española de la Lengua (lo que la situaría en la línea de la Real Academia Española de la Historia, etc.), sino 49 simplemente Real Academia Española. Es decir que los otros saberes (la Historia, la Medicina, las Ciencias…) figuran en el título, pero la lengua no necesita ser mencionada porque es lo primero de todo, se impone con tal grado de inmediatez que no constituye un objeto de reflexión científica, sino de adoración ritual. La razón es evidente: la sanción académica prefiere no ser discutida, y mucho menos objetada, por la gente de la profesión, sus disposiciones aspiran a tener carácter de ley con independencia de su grado de justificación empírica. Esta sacralización es muy conveniente para un organismo normativizador, pero no va con el espíritu de nuestro tiempo: tan difícil de aceptar era toda esa historia del limbo postulada por la Iglesia católica, que luego resultó que los cristianos no tenían por qué creer, como la afirmación académica de que el laísmo es una costumbre excelente (según sostienen varias ediciones de la gramática redactadas, no por casualidad, en Madrid), aunque a la postre la presión de toda América y parte de España les hiciera replegar velas. El mundo ha 50 cambiado y este organismo dieciochesco no parece haberse enterado. Cuando las personas del siglo XXI, con el atrevimiento que da la ignorancia, cuestionan tranquilamente las opiniones de políticos, jueces y científicos, a nadie debería sorprender que, en un tema que les toca de cerca y en el que como hablantes nativos saben de lo que hablan, no estén dispuestas a comulgar con ruedas de molino. La RAE insiste mucho en que sus decisiones lexicográficas, ortográficas y gramaticales son fruto del consenso, pero la cuestión es del consenso de quiénes. Que se trata sólo del consenso de las academias viene a ser como cuando el Vaticano afirma que tal elección del pontífice o tal encíclica han sido fruto del consenso: evidentemente, pero del consenso de los príncipes de la Iglesia, no del de los fieles. Todo lo cual no quita para que la RAE goce de un prestigio consolidado en España y de una aceptación generalizada en América, algo que hace medio siglo, vista su inoperancia, parecía un milagro, pero que en la actualidad, justo es reconocerlo, se ha 51 ganado a pulso. Sin embargo, mientras las universidades latinoamericanas, los escritores, los medios de comunicación, etc., cuestionen las decisiones académicas, no habrá consenso en relación con la lengua española. Y el hecho es que, desgraciadamente, las cuestionan. Una segunda fuente de ilegitimidad es la posición de la RAE frente a las demás lenguas de España. Por un lado, existe la vieja e irresoluble ambigüedad terminológica de la que la RAE es simplemente una víctima: si considera el idioma como lengua común –y, por lo tanto, como español– se enfrentará a la objeción de las personas de otras lenguas maternas igualmente españolas; si lo considera como lengua castellana (según hacía antaño en el título de su diccionario y de su gramática), tendrá enfrente –y con razón– a los hablantes maternos de español no castellanos. Pero además hay otro problema mucho más grave porque no es formal sino sustancial. Lo queramos o no el pasado está ahí y pesa ominosamente sobre el presente. La RAE fue fundada por el mismo monarca que impulsó los 52 Decretos de Nueva Planta con los que se inicia la persecución de la lengua catalana, Felipe V, cuyo retrato adorna el salón de actos de la RAE y cuyo retrato, invertido como signo de desprecio, está colgado en el museo de Xàtiva, ciudad valenciana que devastó. Nada tiene de particular que se tenga la tentación de establecer una relación causal entre ambas circunstancias. Piensan muchos, como hemos visto, que los nacionalismos subestatales españoles del siglo XIX llevaron al nacionalismo estatal a proyectarse hacia América: que este mismo enfrentamiento esté en el origen de la propia RAE hace verosímil la suposición de que la proyección americana de la institución académica no fue ajena a los proyectos del gobierno español. Tengo que decir que en la actualidad esta imputación, que he oído muchas veces, es injusta y que me consta que la mayoría de los académicos tiene una actitud conciliadora y nada imperialista respecto a las demás lenguas de España (aunque una presencia mucho mayor de académicos procedentes de dichas regiones tal vez haría más creíble lo que digo). Sin 53 embargo, en la vida social a menudo no importa tanto el ser como el parecer y este, hoy por hoy, sigue provocando la desconfianza de los bilingües. Se me podría objetar que estas dos fuentes de ilegitimidad, la derivada del carácter sacralizado de la RAE y la que deriva de su enfrentamiento a las otras lenguas españolas, son indiferentes a la cuestión americana, es decir, que la actitud de los americanos hispanohablantes no tiene por qué ser sensible a estos matices. Pero no es así. En cuanto a lo primero, el hecho de que la norma del español no se establezca, como en los países germánicos, a base de sucesivas realizaciones empíricas progresivamente mejoradas17 , sino como resultado de decisiones –a menudo arbitrarias– adoptadas en 17 En los países germánicos la norma lingüística la marcan los grandes proyectos lexicográficos emprendidos por instituciones privadas: en Alemania los diccionarios de la editorial Duden de Mannheim, en EEUU el diccionario de Noah Webster y sus continuaciones, etc. En los países románicos las instancias normalizadotas son las academias, pero no es lo mismo el caso del francés o el del italiano, donde el centro de gravedad del idioma está en Europa, que el del español, donde claramente la preeminencia debería estar en América. 54 un cenáculo de sabios oficiales, propicia un alejamiento inevitable de la lengua de los americanos. Hay que decir que la RAE ha hecho un esfuerzo notable para evitar que este sumidero centralista arrastrase a la norma del español. En el siglo XIX, cuando muchas repúblicas americanas conocieron agrias polémicas entre los partidarios de la unidad del idioma y aquellos que querían constituir a la variedad regional de cada país en lengua independiente capaz de sustentar la identidad nacional, la RAE se enfrentó a la visión obtusa de los intelectuales españoles sobre este tema y propició18 el nombramiento de académicos americanos correspondientes primero –1866– y el de academias correspondientes poco después – 1873–. Estas instituciones “hermanas” se agruparían modernamente en la Asociación de Academias de la Lengua Española (fundada en México en 1951), institución colectiva que promueve la ortografía, la gramática, el diccionario y los congresos 18 Armando Cotarelo, Bosquejo histórico de la Real Academia Española, Madrid, 1946. 55 internacionales de la lengua española, entre otras actividades. Sin embargo, no tengo claro que todo esto sea suficiente. Es inevitable que la RAE se siga viendo como la “hermana mayor”: representa un progreso frente al paradigma de la “madre patria”, pero sigue sin existir una relación igualitaria. Por eso, aunque oficialmente todos estos trabajos y empresas los acomete la Asociación de Academias, a la hora de la verdad quien los sustenta es la RAE. Son académicos de la RAE los que han hecho la nueva gramática, son becarios de la RAE los que hicieron el CORDE y el CREA (los corpora digitalizados de referencia del español) y es en la sede de la calle Felipe IV de Madrid donde se elaboran las nuevas versiones del diccionario, aunque consultando, eso sí, a las instituciones hermanas. En este panorama asimétrico sólo se salva el Diccionario de americanismos, coordinado por el académico cubano Humberto López Morales y en el que participan todas las academias del otro lado del Atlántico. Incluso la presidencia de la Comisión 56 Permanente, nadie entiende por qué, recae de oficio en el director de la RAE. Todo tiene un tufillo paternalista, que da la razón a los que en América – y son muchos– acusan a la RAE de neoimperialismo normativo. Tampoco ayuda nada la increíble degradación del idioma –reiteradamente señalada por los hispanoamericanos que pasan por España– en los medios de comunicación y en la vida diaria de los españoles. Si la orgullosa cuna del idioma lo está convirtiendo en la jerga soez que padecemos cada día, ¿cómo se atreve a pretender pilotar su deriva mundial? Por lo que respecta al enfrentamiento implícito con las otras lenguas españolas19 , a primera vista puede parecer que no afecta a la cuestión del 19 Y a veces explícito. Desde luego no fue una buena idea que en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera se creasen sillones específicos para académicos que representarían en la RAE a las “lenguas regionales”, como si se tratase de dialectos del español. A nadie debe sorprender que hoy en día las relaciones de la RAE con sus organismos hermanos (?), Euskaltzaindia, el Institut d’Estudis Catalans, la Real Academia Galega y la Academia Valenciana de la Llengua, no sean precisamente de cordial colaboración. 57 hispanoamericanismo. Sin embargo, hay que tener presente que casi todos los países de Latinoamérica son plurilingües y algunos tienen comunidades lingüísticas indígenas muy numerosas (Perú, Ecuador, México) o hasta mayoritarias (Paraguay, Guatemala). Si sólo se tratase de la normativa del español, la cuestión revestiría cierta importancia, pero nada más: hasta hace muy poco, un alto porcentaje de los llamados “americanismos léxicos” eran voces indígenas que las academias correspondientes proporcionaban periódicamente a la RAE, lo cual contrasta con la escasa sensibilidad de esta para aceptar los usos de las regiones bilingües españolas. Sin embargo, la cuestión es de mayor calado. Los países latinoamericanos, precisamente por el déficit de integración de los indígenas que vienen arrastrando desde la independencia, son muy proclives a la idea de verse como estados plurilingües en los que el español es un primus inter pares20 , y difícilmente pueden 20 La última manifestación de esta Weltanschauung es la Constitución boliviana aprobada en referéndum el 25-01-2009, la cual reconoce 37 (!) idiomas oficiales. Muchas veces existe 58 aceptar el liderazgo normativo de una institución europea que tiene fama de ser poco sensible a dicho tema en su propio territorio. Que ambas cuestiones están estrechamente relacionadas lo ha puesto de manifiesto la contestación al III Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Rosario (Argentina) en noviembre de 2004, por parte de algunas entidades cívicas y académicas, las cuales organizaron paralelamente el I Congreso de laS LenguaS en cuya presentación se afirma: “”Si en este contexto de intercambio lingüístico y cultural, constitutivo y permanente, nos preocupáramos por la relación de las lenguas y la globalización (como lo propone la Real Academia Española para su III Congreso de la Lengua) deberíamos preguntarnos a qué globalización se hace referencia. Tomando como ejemplo el una distancia insalvable entre la realidad y el deseo y no es infrecuente que estados oficialmente indigenistas, como México, asistan a la pérdida acelerada de sus idiomas indígenas. 59 castellano, fue un fenómeno sin duda de globalización el que se puso en juego en la Península Ibérica al convertirlo en lengua nacional haciendo que el catalán, el gallego y el vasco tuvieran que luchar denodadamente por su reconocimiento. Otra imposición fue la que tuvo lugar, de la mano de la cruz y de la espada, en nuestra América” Las imputaciones del organizador, el etnolingüista Rodolfo Hachen, fueron mucho más directas, pues afirmó que “si hay algo que las academias no garantizan es el respeto”; también estableció un vínculo entre la rebelión independentista de 1810 y la rebelión lingüística que estaba preconizando cuando sostuvo que “como en 1810 surgió un serio discurso en torno al origen de la autoridad del rey, la misma duda surge hoy respecto de la autoridad lingüística de la Real Academia de la Lengua Española [sic]: de dónde le viene el poder”. Además, la propaganda del congreso se abría con un 60 texto de Eduardo Galeano en inglés, español, quechua, mapuche, toba, aymara, lunfardo, portugués, catalán y vasco. El presidente del congreso, Adolfo Pérez Esquivel, lo había presentado en el Fórum de la Solidaritat de Manresa anunciando que el catalán, el gallego y el vasco serían lenguas invitadas. Desde entonces la contestación al español (o al menos a que su defensa corra a cargo de las entidades que estamos comentando) no ha hecho sino aumentar y uno se preguntaba qué nos depararía el V Congreso que se iba a celebrar en Valparaíso (Chile), precisamente el año mágico de 2010, el del bicentenario de la independencia. En el II Congreso de laS LenguaS (Buenos Aires, julio de 2007) hubo talleres de aymara, toba, sardo y euskera, participó la Consejera de Cultura del Gobierno Vasco y se mantuvieron las posturas del anterior, reforzando el lazo entre las lenguas indígenas de América y las otras lenguas de España, según refleja el siguiente texto tomado de la presentación del evento: 61 “Sabemos que el intento de homogeneización que implica el hecho de borrar las características particulares, que muchas veces ha usado a la lengua como herramienta de poder, no ha impedido reafianzar estrategias identitarias que permiten seguir siendo uno, en relación con los otros. En su vinculación conflictiva con el castellano, constituye un ejemplo de esto la vitalidad de muchas de las lenguas aborígenes de América que, luego de 500 años, siguen vigentes, pese a la violencia y marginación a las que han sido sometidas. Y los pueblos de las Autonomías Históricas del Estado Español (vascos, gallegos y catalanes) que saben también mucho de este padecimiento”. Por supuesto este tipo de discurso no es exclusivo de Latinoamérica, en cualquier congreso de lenguas minoritarias de cualquier parte del mundo se sostienen puntos de vista parecidos. Tampoco hay por qué tomar estas afirmaciones al pie de la letra, 62 pues la razón del mantenimiento de muchas lenguas indígenas americanas fue la labor de los misioneros cristianos más que el espíritu de resistencia de sus hablantes, ni existe punto de comparación entre la situación legal del catalán, del gallego y del vasco en la España actual y la de los idiomas indígenas de América21 . Pero sí interesa destacar cómo estas iniciativas se conciben como una respuesta al poder lingüístico de la RAE y al soporte que dicho poder presta a la acción política y económica de España en Latinoamérica. Aunque de otro tipo, no son menores los déficits de legitimidad que lastran al Instituto Cervantes de cara al hispanoamericanismo. Esto parece de entrada bastante injusto, pues se trata de un 21 Es significativo que en el texto se distinga entre el padecimiento de las ”lenguas” amerindias y el de los “pueblos” de las comunidades bilingües españolas. Por otro lado, aunque la situación legal del catalán, del gallego y del vasco en España es parecida, no ocurre lo mismo con su situación factual. El catalán, con seis millones de hablantes, difícilmente puede ser considerado como una lengua minoritaria: tal vez por eso sus valedores no suelen aceptar que se impartan talleres en catalán en este tipo de eventos. 63 organismo que no tiene ni un cuarto de siglo y el asunto que discutimos colea hace dos centurias. Parece como si el Instituto Cervantes estuviese pagando aquí culpas ajenas y, sobre todo, ausencias inexplicables de las que no es responsable. Evidentemente, mientras que la RAE es sólo una de las veintidós academias y, en este sentido, no resulta sospechosa de parcialidad, pues se supone que su voz es una más en el conjunto, el Instituto Cervantes, según afirma la página web del mismo, “es la institución pública creada por España en 1991 para la promoción y la enseñanza de la lengua española y para la difusión de la cultura española e hispanoamericana”. Y entre sus objetivos y funciones destaca la siguiente: “Organizar cursos generales y especiales de lengua española, así como de las lenguas cooficiales de España”. En principio, el Instituto Cervantes se planteó como una tardía y tímida iniciativa de promoción del idioma, similar a la Alliance Française, al Goethe Institut, al British Council o al Istituto Leopardi. Ninguna de estas entidades ha tenido problemas de legitimación, el 64 Cervantes sí. Uno podría pensar que al menos el British Council se encuentra en una situación parecida. ¿Qué dicen los profesores y los intelectuales de EEUU cuando los centros del British Council enseñan inglés, en Ankara o en Bogotá por ejemplo, y la variedad enseñada, lógicamente, es el British English y no el American English? Pues parece ser que les deja indiferentes22 . Más aún: la tradición antigubernamental del pueblo de EEUU se muestra orgullosa de que la enseñanza del inglés a extranjeros sea competencia de la iniciativa privada y desconfíarían inmediatamente 22 Los certificados internacionales de dominio del inglés requeridos por universidades y empresas de todo el mundo son básicamente dos: el IELTS (International English Language Testing System), gestionado por el British Council y que se basa en el inglés europeo, y el TOEFL (Test of English as a Foreign Language), gestionado por un consorcio de universidades de EEUUy que se basa en el inglés americano; el primero se centra sobre todo en la gramática y en el dominio del vocabulario, el segundo en el dominio de la lengua para situaciones reales. Son dos visiones del mundo y de la enseñanza de la lengua que no compiten porque se aplican a objetivos diferentes. En cambio, para el español sólo tiene verdadera aceptación el DELE, del que nos ocupamos a continuación. 65 de un organismo gubernamental encargado del asunto. Pero en Latinoamérica las cosas no son así: guste o no, estos países han heredado la tradición estatalista, primero romana y luego española, por lo que ven la falta de un centro del tipo del Instituto Cervantes como una carencia. Por eso, la propensión del Cervantes a que la variedad europea predomine sobre las americanas ha llegado a ser piedra de escándalo, aunque uno se pregunta qué otra cosa podría hacer. Es como si Coca-Cola se ofendiese porque Pepsi-Cola difunde la célebre bebida de cola en un país de África. El Instituto Cervantes es un organismo sufragado con los impuestos de los ciudadanos españoles y sus profesores de plantilla son mayoritariamente españoles, como es lógico: ¿en qué variedad de la lengua podrían impartir las clases salvo en la suya propia? En el aspecto cultural esta restricción no se plantea y el Instituto Cervantes promueve numerosas actuaciones de escritores, músicos y conferenciantes latinoamericanos, pero es porque se trata de 66 actividades ocasionales: para las actividades permanentes, regidas por una nómina, los estados revierten la inversión sobre sus propios ciudadanos. Desde este punto de vista, es evidente que si existiese un equivalente del Instituto Cervantes sufragado por México, la mayoría de sus profesores serían mexicanos y enseñarían español de México. Lamentablemente no es así: muchos países latinoamericanos tienen una antigua y sólida tradición de enseñanza de español como lengua extranjera, pero carecen de un organismo estatal que imparta títulos oficiales. Lo más parecido son las universidades estatales, como la UNAM, con la que el Cervantes ha suscrito un convenio de colaboración (el equivalente de la asociación de academias), pero no es lo mismo23 . 23 Existe, eso sí, un Sistema Internacional de Certificación del Español como Lengua Extranjera (SICELE), el cual coordina al Instituto Cervantes con las universidades americanas y se preocupa de que los certificados de aptitud lingüística expedidos por cualquiera de estos organismos sean reconocidos por los demás, así como de que las distintas variedades del epañol estén representadas. 67 En apariencia la disputa es normativa y se resume en el título de un cuaderno publicado por el Director académico del Cervantes cuando todavía era profesor de la Universidad de Alcalá y no hablaba en representación del Instituto: ¿Qué español enseñar? Francisco Moreno Fernández24 , escribe: “Afirmamos, por lo tanto, que no existe una sola comunidad de habla cuyos hablantes más prestigiosos deban servir de referencia lingüística exclusiva y obligatoria para el resto del mundo hispánico. Estamos ante un caso de ‘estandarización monocéntrica’ (norma académica única) construida sobre una realidad multinormativa (norma culta policéntrica) … En el momento de buscar un prototipo de lengua susceptible de ser utilizado como modelo en la enseñanza de español, se puede recurrir a dos parámetros principales: el geográfico y el social. El primero nos lleva a mirar a un lugar o unos lugares determinados; el segundo nos conduce 24 Francisco Moreno Fernández, Qué español enseñar, Madrid, Arco, 2007, 77-79. 68 a un grupo o unos grupos sociolingüísticos concretos. Pero, al combinar ambos parámetros, simplificando mucho la realidad, podemos decir que en la enseñanza de español en el mundo se suelen manejar tres posibilidades ‘prototípicas’: el modelo del español de un solo lugar (Castilla), el modelo del español de cada zona principal y el modelo de los usos panhispánicos”. Y continúa diciendo que el modelo del español de Castilla, prácticamente identificado con el de la RAE, es el preferido por muchos profesores, si bien modernizando su léxico. Que, de otro lado, ciertos modelos prestigiosos americanos influyen en la enseñanza de español a ciudadanos de países próximos a México (como EEUU) o a Argentina (como Brasil). Que, en fin, también goza de gran aceptación un modelo panhispánico, básicamente americano, que es propalado por los medios de comunicación. Las observaciones de Moreno son correctas y ponderadas, pero la cuestión no se puede 69 debatir serenamente en el ámbito académico tan sólo, porque está llena de implicaciones políticas. La norma castellana, habitual entre los docentes españoles, se identifica falsamente con España en su conjunto25 y pasa a ser interpretada como un imperialismo soterrado. Como si dijésemos: Dios los cría y ellos se juntan, la RAE distorsiona la realidad del idioma cimentando la norma en una variedad elitista minoritaria y el Instituto Cervantes la propaga por el mundo entero a mayor gloria del Estado español y de las empresas españolas. 25 En realidad el español propugnado por la RAE no es mayoritario en España. Se trata del español del norte, pero todo el sur y las islas practican variedades muy cercanas a las americanas, lo que se conoce por español atlántico. Tanto es así que en la propia España muchos meridionales se sienten más próximos al español internacional que al dialecto castellano propugnado por la RAE, según constata Eva Bravo García, El español internacional, Madrid, Arco, 2008, 66, a propósito del doblaje: “De hecho, muchos hablantes peninsulares que hablan la modalidad andaluza o canaria se sienten más identificados con el español internacional que con los doblajes propios españoles, que utilizan la norma castellana norteña con la que se consideran menos vinculados”. 70 Probablemente la cuestión no se habría planteado con la violencia con la que lo ha hecho en un contexto menos expansionista y eufórico que el actual. Ha sido una casualidad, pero lo cierto es que la fundación del Instituto Cervantes (1991) y el comienzo de la colaboración efectiva entre la Asociación de Academias y la RAE26 vinieron a coincidir en el tiempo con el notable fenómeno histórico de la globalización económica. De repente, se pasó de algunos cientos de estudiantes de español como lengua extranjera en cada país a que en el mundo hubiera catorce millones (!)27 , lo que, 26 Como dijimos, la Asociación de Academias se funda en México en 1951 y se dota de un convenio multilateral, vinculante para los gobiernos, en Managua en 1965, pero su actividad real no comienza hasta la publicación de la primera ortografía panhispánica en 1999 y de la 22ª edición del diccionario en 2002. Curiosamente la RAE ni siquiera participó como miembro de pleno derecho en el Congreso de 1951, pero ahora alberga a la asociación, su director es el presidente de la comisión permanente y el tesorero es el mismo en ambas instituciones. 27 Los 14 millones son una estimación del propio Instituto Cervantes sobre unos datos contabilizados de 11.296.963 (“El español en cifras”, Enciclopedia del español en el mundo, 71 naturalmente, representa un negocio fabuloso para las editoriales y para los profesores que viven de esto. A partir de dicho momento, es evidente que las preferencias del cliente cobran una importancia desusada: si lo que este prefiere es la norma de la RAE y, además, el Cervantes la propaga sobre las demás, la porción mayor de la tarta se la quedarán los hispanohablantes europeos. El detonante del enfrentamiento fue la decisión del gobierno brasileño, refrendada por el parlamento de ese país, de implantar obligatoriamente el español como segunda lengua extranjera en la enseñanza no universitaria. Hasta entonces los extranjeros que estudiaban español pertenecían mayoritariamente al viejo mundo, eran europeos, africanos o asiáticos, y hasta cierto punto parecía lógico que la tutela de los mismos se ejerciera desde España y no desde México o Argentina. Más tarde surgió la cuestión Madrid, Instituto Cervantes, 2006). No soy el único que piensa que estas cifras son exageradas y que se está practicando un triunfalismo cuantitativo irresponsable, pero evidentemente la tendencia y la magnitud de los números son incuestionables. 72 del incremento de estudiantes de español en las universidades de EEUU: este proceso afecta por lógica cultural y geográfica sobre todo a México, si bien el exilio republicano español no dejó de ocupar numerosas cátedras; sin embargo, la enseñanza de español en EEUU se superpone a la continua marea migratoria de latinoamericanos –sobre todo de mexicanos–, con lo que a la postre dicha enseñanza la ejercen ciudadanos de EEUU de origen hispánico casi siempre. No sólo eso: el dinamismo económico de los EEUU ha determinado que casi todos los materiales didácticos se elaboren allí dejando muy poco margen de penetración a las empresas extranjeras (españolas o hispanoamericanas, tanto da). En cambio lo de Brasil colmaba el vaso de la reticencias ante la ingerencia de la antigua metrópoli. El interés brasileño obedece obviamente al hecho de que Brasil se halla rodeado completamente de países de lengua española y es una consecuencia de la fundación de Mercosur, por lo que parecía razonable esperar que el español que se enseñase allí fuese el de Argentina, Chile, 73 Uruguay, Bolivia o Perú. No ha sido así. El gobierno de Brasil ha negociado directamente con el gobierno de España y, desde 1996, el Ministerio de Educación brasileño acepta el DELE como mérito para ser profesor de español de primaria y secundaria. El DELE (Diploma de Español como Lengua Extranjera) lo expide el Instituto Cervantes en nombre del Ministerio de Educación de España y lo prepara y corrige la Universidad de Salamanca. Puro producto español, por tanto28 . La pregunta es por qué ha actuado Brasil de esta manera, sobre todo en un momento en el que se está convirtiendo en el motor de la comunidad 28 Habría que matizar, no obstante, que en la página web del DELE se lee lo siguiente: “¿Se admite el uso de variedades no peninsulares de español?. –Para la obtención de los diplomas de español, además de la norma castellana, será considerada válida toda norma lingüística hispánica respaldada por grupos amplios de hablantes cultos y seguida coherentemente por el candidato”. Que esto es algo más que una declaración de intenciones lo demuestra el plan Curricular del Instituto Cervantes (2007), donde se procura incorporar textos y paradigmas de todas las variedades, algo que también hace el Aula Virtual de Español (AVE), otra iniciativa del Cervantes para la formación semipresencial y en línea. 74 iberoamericana, en el que ha entrado a formar parte del G-20 y empieza a reemplazar a los EEUU en el imaginario de los latinoamericanos. La respuesta parece obvia: porque al no existir un certificado panamericano de español como lengua extranjera (a menudo, tampoco certificados nacionales parangonables al DELE), ha preferido no privilegiar a un país hispanoamericano sobre los demás y ha optado por la extraterritorialidad, eligiendo el país europeo en el que, además, se originó la lengua. La polisemia del término español (“lengua española”, “natural de España”) tiene aquí un efecto subliminal evidente. Hay, además un factor añadido de naturaleza contingente. Estos hechos ocurren en un periodo de tres lustros prodigiosos, el de 1992-2006, en el que España experimentó un auge económico29 y de prestigio mundial sin precedentes desde el siglo XVI, al tiempo que los principales países de Hispanoamérica se hundían en la crisis económica – la Argentina del corralito-– política –el Perú de Sendero y Fujimori– o social –el México del 29 Sólo interrumpido por la breve crisis de 1993-1994. 75 hundimiento del PRI y la aparición de los reyes narcos–. Este tipo de situaciones excepcionales siempre resulta efímero, tanto para unos como para otros. Cuando se escriben estas líneas –2009–, la recesión mundial en la que estamos embarcados ha afectado a España con mayor intensidad que a otros países de la UE, mientras que los países latinoamericanos han ido remontando el bache poco a poco, al menos algunos de ellos. Con un presupuesto congelado, el Instituto Cervantes ha frenado su política expansiva, como lo han hecho General Motors, Microsoft o tantas otras empresas. Pero ya da lo mismo: las empresas de origen español tienen un difícil panorama por delante, mas el prestigio del DELE como diploma oficial a nivel mundial está consolidado y es muy improbable que esta ventaja desaparezca así como así. Lo que no me parecería inteligente, ni por parte del Cervantes ni sobre todo de la RAE, es continuar aprovechando dicha ventaja para reclamar una primacía que no les corresponde. No les corresponde por población, pues el número de 76 hispanohablantes cuya forma de hablar sirve de modelo para el DELE no llega a la décima parte del conjunto. No les corresponde moralmente, ya que, si bien la lengua española es tan de los americanos como de los españoles, estos son los herederos políticos de la potencia colonial. Y, en fin, no les corresponde por la calidad del producto, puesto que hoy en día –y sería obcecación irresponsable no darse por aludido– la vitalidad y las máximas creaciones del idioma están en América30 . El problema es cómo hacer compatibles ambas tensiones, la que sitúa el centro de gravedad de los hispanos indiscutiblemente en América y la que, por razones históricas, lo ubica en la cuna de la lengua. En lo grande como en lo pequeño, en la vida de los pueblos como en la vida de los individuos, las tensiones derivadas de intereses contrapuestos sólo 30 Como destaca Francisco Moreno Fernández, “Conclusiones del encuentro de profesionales de ELE”, >www.fundacioncampuscomillas.es/agenda>, 20 de abril de 2007, 4: “Todo parece apuntar a un posible desplazamiento del liderazgo ideológico, económico y académico del sector del español para extranjeros hacia el continente americano”. 77 pueden resolverse cuando los esfuerzos de los contrarios (que no contradictorios) se unifican en pos de una empresa común. Desde 1810 no ha habido realmente empresas comunes a España y a los países hispanoamericanos y tampoco de estos entre sí. Hubo numerosos proyectos, desde el sueño bolivariano hasta todas las versiones de lo que solemos llamar Hispanidad, pero nunca empresas comunes. Empresa viene de emprender y común lleva a comunidad, así que no podemos contar por tales a las multinacionales que buscan únicamente el lucro de sus accionistas y no el beneficio de los ciudadanos de los países en los que operan. Una empresa común de todos los países iberoamericanos sólo puede concebirse como acción política, sustentada en las lenguas española y portuguesa, pero que de ninguna manera se reduzca a la contemplación satisfecha del propio ombligo. 78 Un cambio en EEUU: ¿demasiado bueno para ser verdad? Como todo el mundo sabe, en esta celebración del bicentenario de la independencia los países latinoamericanos conmemoran su distanciamiento de dos malos de la película, el fundacional, que es España, y el añadido, que llegaron a ser los EEUU. Con el tiempo, la animosidad antiespañola se fue atenuando, según vimos, aunque las políticas lingüísticas y sobre todo las empresariales recientes la hayan reavivado hasta cierto punto. Por el contrario, desde mediados del siglo XIX, desde el vergonzoso despojo mexicano, el enfrentamiento, cuando no el odio, a los EEUU no ha hecho sino crecer al compás de una impotencia frustrante, El día 20 de enero de 2009 tomaba posesión como 44º presidente de los EEUU Barack Obama y se abría una inmensa expectativa de cambio en todo el mundo. Ya veremos en qué queda todo, cuán insondable es el abismo que separa el querer del 79 poder, pero lo cierto es que, en parte por el propio talante del personaje y de su administración y en parte porque su predecesor, George Bush, había llevado al país al desastre y a la degradación moral, ya nada será igual en el mundo. ¿Y en el mundo hispanoamericano? En la época de Bush se había llegado a una situación inédita en la historia del continente: tras unos primeros años de admiración de los líderes hispanoamericanos de la independencia por los founding fathers, a los que siguieron dos siglos de explotación inmisericorde del sur por el norte, resultaba que Latinoamérica había dejado de contar en la práctica. Ciertamente se demonizaba a EEUU desde la Venezuela chavista, la Cuba en tránsito hacia el postcastrismo y la Bolivia de Evo Morales, casi siempre con razón, pero a la hora de la verdad los ojos del Departamento de Estado de Washington miraban hacia otras partes del mundo y tan apenas reparaban en su patio trasero. Ni siquiera las soflamas racistas de un tal Huntington eran capaces de mover a los cerebros pensantes del neoconservadurismo de 80 EEUU porque el verdadero peligro, tras el increíble episodio de la destrucción de las Torres Gemelas, estaba en otra parte. Este tipo de situaciones históricas es bastante frecuente. De repente, los enemigos de ayer se dan cuenta de que lo que los enfrentaba era su pertenencia a un mismo espacio y que ambos tienen un reto procedente de fuera al que sólo podrán hacer frente sumando esfuerzos. A veces la solución más inteligente triunfa, otras, fracasa. Por ejemplo, los griegos de la época de Pericles fueron incapaces de enfrentarse unidos al peligro persa y, tras el brillante episodio de las guerras médicas, se hundieron en la guerra del Peloponeso, que acabó sumando a atenienses y a espartanos en la decadencia. Sólo Alejandro Magno lograría unir a los helenos ofreciéndoles un horizonte de expectativas futuras, una empresa común. La pregunta es si en el caso de Latinoamérica y de los EEUU existe verdaderamente la opción de acometer juntos empresas comunes o la única posibilidad es el 81 recelo mutuo como hasta ahora31 , asimétrico donde los haya pues se articula siguiendo la dialéctica del dominante y del dominado. Desde luego, los últimos acontecimientos acaecidos en Arizona, con la SB1070 calcada de las leyes de Nürenberg y esa especie de matón malencarado que es el sheriff Arpaio como nuevo Himmler de opereta, no hacen concebir demasiadas esperanzas. El filósofo Julián Marías32 señala cuatro tentaciones que pesan como una rémora insoportable para el desarrollo de Hispanoamérica: la de la madre patria (lo que pudiéramos llamar el madrepatriotismo), identificada con una actitud generalmente reaccionaria, insolidaria con el propio país y admiradora de lo menos bueno de España; la del latinismo, la cual encubre actitudes negativas hacia España, hacia EEUU o hacia ambas; la indigenista, 31 Desde los sucesos de Honduras y la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia, las esperanzas que suscitó la elección de Obama se han ido evaporando en Latinoamérica. 32 Julián Marías, Hispanoamérica, Madrid, Alianza, 1986, 66. 82 que es básicamente ahistórica y consiste en inventar un pasado mítico vinculado a los pueblos nativos del continente; y la del apartismo, que se refiere a una insolidaridad esencial para valorar los logros culturales comunes como tales. Pasando esta última por alto, pues sus implicaciones políticas son sólo de segundo orden, es de destacar que la tentación del madrepatriotismo y la del indigenismo se encarnaron respectivamente en los congresos examinados arriba, el Congreso Internacional de la Lengua Española y el Congreso de LaS LenguaS. Del primero ya hemos hablado de sobra: en efecto, la pretensión española de pilotar la herencia lingüística común es una recidiva de dicho madrepatriotismo que llega en el peor momento. Del segundo, que está siendo reivindicado modernamente por líderes políticos como Evo Morales o Hugo Chavez, los cuales son de lengua materna española pese a sus raíces indígenas, permítanme citar la opinión que a un analista le 83 merece el enfrentamiento entre ambos congresos de Rosario33 : “¿Puede decirse que las lenguas indígenas americanas (núcleo fundamental de la reivindicación del Congreso de LaS LenguaS) son lo ‘propio’ de unos grupos sociales indígenas, cuando son estudiadas y habladas por personas que nada tienen de indios? … Además, en el comienzo del siglo XXI, cuando más del noventa por ciento de los habitantes de la América Hispana (en el caso de Brasil sería el portugués) hablan el idioma nacional, que es el español (o el portugués), ¿no sería mejor hablar del español (o del portugués) como lo propio de estos lugares?” El autor de la cita no alude al hecho de que la polémica de las lenguas llamadas ‘propias’ se ha 33 José Manuel Rodríguez Pardo, “El Congreso de LaS LenguaS [sic] o la apología velada de EEUU”, El Catoblepas, nº 31, septiembre 2004, 13. 84 planteado igualmente en las comunidades bilingües españolas en las que la mitad o más de la población tiene por lengua materna el idioma español34 , lo cual demuestra que la actitud indigenista, les guste o no a sus propugnadores, es típica de las preocupaciones de la “comunidad iberoamericana de naciones” (!). Pero sigamos con su análisis. Tras señalar, con muy buen criterio, que la supervivencia de los idiomas indígenas de Hispanoamérica resulta imputable especialmente a la labor de la Iglesia Católica y que los más hablados y protegidos de entre ellos (guaraní, quechua, aymara, etc.) también están contribuyendo a la desaparición de los menos favorecidos, termina como sigue: “El Congreso de LaS LenguaS se define como ‘alternativo’. ¿Pero cuál es la alternancia que pide? ¿Es la alternancia frente al inglés? Está claro que 34 Trato esta cuestión en Ángel López García, “Las lenguas de España entre la convivencia y la coexistencia”, en Salustiano del Campo y José Félix Tezanos (eds.), España siglo XXI. La Sociedad, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, 859-903. 85 no, pues en su presentación no se privan de utilizar anglicismos tales como abstract (resumen). La alternancia se realiza frente al español, lengua preponderante a día de hoy [sic] en ‘nuestra América’ frente al inglés … Pero lo que está claro es que combatir el español no servirá para que lenguas con tan poca raigambre … se impongan a nivel continental. Servirá, en todo caso, para que se produzca una enorme dispersión y desunión, no sólo política –que hoy día es un hecho, dada la escasez de miras y de generosidad de las oligarquías dirigentes en América–, sino también cultural. En medio de esa revuelta, la ganancia será de los ‘pescadores de hombres’ de los que habla David Stoll, es decir, de la lengua inglesa que encontrará menos trabas para expandirse … Por lo tanto, Esquivel y Galeano, aun queriendo enfrentarse emic contra todo tipo de ‘imperialismos’, están en realidad fomentando con su Congreso de LaS LenguaS la desunión de Hispanoamérica y en consecuencia el predominio del imperialismo que 86 habla inglés y que domina el mundo desde el norte de América” Es decir que el madrepatriotismo, una postura política casi siempre conservadora, se suele oponer al predominio del inglés, pero no a la hegemonía política de los EEUU, mientras que el indigenismo, vinculado a posiciones de izquierda, se enfrenta al imperialismo yanqui, aunque suela ser mucho más tolerante con la acometida del inglés (porque en primera línea de fuego está el español y no los idiomas indígenas). ¡Como si se pudiera aislar una comunidad política, económica y cultural preponderante de la lengua con la que ejerce su hegemonía!: he aquí dos formas alternativas de suicidarse, una con veneno y la otra con pistola. Pero el latinismo, que respeta la lengua española y da la espalda tanto a España como a los EEUU, tampoco es la solución. Mejor dicho, puede que lo hubiera sido en otro momento, mas hoy, en plena globalización de la política, la economía y la 87 cultura, hacer como que el centro de aquellas y la fuente histórica de esta no existen también resulta suicida: suicidio, ahora, por inanición. Lo advierte sagazmente Julián Marías en el libro citado arriba (op. cit, 89-90) cuando dice: “Conviene pensar con imágenes. En arquitectura se planteó una vez un problema parecido al de Hispanoamérica. En el siglo XIII los europeos no se contentaron con las iglesias románicas, y en lugar de los arcos de medio punto y las bóvedas modestas decidieron alzar altas bóvedas … Los edificios góticos eran audaces y maravillosos, pero muy débiles. Y para dar fuerza a las catedrales góticas de Europa se la buscó donde la había: fuera. En unos firmes contrafuertes exteriores donde se apoyan unos arcos –los arbotantes- que van a sostener el peso de la bóveda. Esta podría ser la solución. Cada sociedad intrínsecamente débil debe buscar un apoyo en otras sociedades, como en la cúpula cada elemento sostiene los demás. Las vigencias 88 particulares de cada país de Hispanoamérica son pocas y débiles … hay, en cambio, sólidas vigencias hispanoamericanas … Y hay que contar, además, con los contrafuertes exteriores en que los arbotantes tienen que apoyarse. Aparte los más lejanos –Europa, el Occidente–, hay dos relevantes, de distinto orden y con los que no hay más remedio que contar. Contar para lo que sea, incluidas la crítica y la posible hostilidad, para todo menos para la ignorancia; el avestruz no debe ser el ave totémica de Hispanoamérica. Son España y los Estados Unidos. España no es americana, pero es hispana; los Estados Unidos no son hispánicos, pero son americanos” Ahora bien, ¿es ello posible? ¿Cómo conjugar la herencia lingüística y cultural española con la tendencia a completar continentalmente la economía de los americanos que hablan inglés y con la querencia por el pasado indígena? Ningún hispanoamericano podría hacer caso omiso de estos 89 tres sumideros que lo arrastran vitalmente: si de su vida interior se trata, la imagen del mundo se la proporciona su lengua materna española, la misma que al otro lado del Atlántico hablan unos europeos cada vez más extraños; si de su vida material, lo quiera o no, su horizonte económico está urdido por una trama cuyos hilos pasan por EEUU (a menudo convertido en destino migratorio ineludible), aunque sepa que hasta ahora la colaboración ha sido inexistente y que sólo hubo una explotación imperialista; si de su vida histórica, el pasado lo constituyen los pueblos indígenas y no puede seguir viviendo de espaldas a los mismos, por más que resulten minoritarios. En lo que sigue se discutirá una propuesta en este sentido, una propuesta construida por elevación, es decir, superadora de las barreras nacionales y también de la tópica barrera hispanoamericanista. 90 La decadencia de Occidente Vivimos una época particularmente convulsa y difícil. Es verdad que, en la Historia del Mundo, cinco siglos son tan apenas una gota de agua en el océano, pero para Occidente, para los occidentales, lo han sido todo. Por eso, el momento actual -caracterizado por el atoramiento de Europa en una incurable melancolía y la pérdida definitiva de la preeminencia de los EEUU tras los desastres de Vietnam, de Irak/Afganistán y, ahora, de la debacle financiera de Wall Street- parece un punto de no retorno. Es sintomático que la cuestión de la crisis de las civilizaciones se haya convertido en uno de los géneros ensayísticos de moda, aunque todos sabemos que por tal se entiende tan sólo la crisis de la civilización occidental. ¿Es el principio del fin? La visión distanciada del historiador de la cultura suele ser menos tajante. Por ejemplo, Jonathan 91 Friedman35 ha puesto de manifiesto que lo que nos ocurre ahora ya le había sucedido a la cultura grecolatina. Mientras que en otras civilizaciones, como la china o la arábiga, la visión del mundo consta de una serie de círculos concéntricos inmutables que mantienen la distancia entre nosotros y ellos, en la grecorromana, tras dicho período mítico, hay una fase evolutiva consistente en que un reordenamiento de las relaciones entre los grupos da lugar a una expansión asimiladora, al tiempo que reverdecen viejos temores étnicos y lo global coexiste con una recaída en el tribalismo. En Occidente, nosotros y ellos no parecen compartimentos estancos, el nosotros es consciente de su otreidad, de que consta de nos y de otros y dicho otros puede –y debe- incluir nuevos elementos. En este sentido, la época actual recuerda muy de cerca al período helenístico, un momento de la historia en el que el miedo nacionalista a los 35 Jonathan Friedman, Cultural Identity and Global Process, London, Sager, 1994. 92 diferentes coexiste con una ampliación del horizonte de la Humanidad. Hace años que se viene anunciando la decadencia irremediable de Occidente y el ascenso imparable de los imperios asiáticos. Para los que gustan de las explicaciones psicologistas, todo se reduciría a que los unos han perdido empuje e ilusión mientras que los otros concurren a la palestra mundial con ilusiones renovadas. Sin embargo, los que vemos la historia como el resultado de fuerzas sociales, económicas y culturales profundas, creemos más bien que la causa hay que buscarla en el agotamiento de las necesidades de los consumidores occidentales, en su decreciente masa poblacional y en una concepción vital insolidaria, individualista y suicidamente egoísta. Cuando ya no hacen falta lavadoras ni televisores, cuando además hay menos gente para comprarlos y cuando, para colmo, nadie se preocupa de ayudar a los demás porque no cree en ningún valor, la decadencia parece irremediable. Así era poco más o menos la situación de Grecia tras el desgaste económico, cultural y poblacional 93 que representó la guerra del Peloponeso. Pero esto no supuso la decadencia de los griegos, como dije. Filipo y su hijo Alejandro, dos macedonios considerados no griegos en sentido estricto, dieron un nuevo impulso a la civilización helénica asentándola sobre fundamentos renovados al ampliar enormemente su masa social, cambiar la estrechez de miras de los helenos y abrirlos al mestizaje, diversificando de paso sus recursos económicos36 . Roma sería simplemente la continuación de dicho modelo y su salvación particular se organizó sobre un fundamento parecido, la asimilación del mundo germánico. Al final este modelo también se agotaría, claro, aunque un milenio y medio más tarde de lo que cualquier espectador hubiera imaginado en el siglo IV a. J. C. Si bien se mira, estos procesos de renovación cultural no son distintos de lo que sucede en la naturaleza. Como Charles Darwin (de cuya magna obra The origin of species celebramos el año de 36 Robin Lane Fox, The Classical World. An Epic History of Greece and Rome, London, Penguin, 2007, cap. 14 y 1. 94 2010 el sesquicentenario) ya demostró claramente, cuando una especie ve amenazado su hábitat, no tiene otra salida que extinguirse o dejar que los representantes prototípicos de la misma pasen a serlo individuos que antes eran marginales y que ahora, por adaptarse mejor al nuevo nicho ecológico, tienen asegurada la supervivencia de sus genes porque aumentan las posibilidades de reproducirse. A esto lo llamó evolución por selección natural y constituye una verdad comúnmente aceptada en Biología. Los fenómenos sociales son, por supuesto, mucho más complejos que los naturales, pero en el fondo no difieren de ellos. En este siglo XXI, recién comenzado, Occidente se enfrenta a un dilema parecido: o pasar el testigo o decaer irremediablemente. El presente texto constituye una propuesta a favor de la primera solución: los anglohispanos, es decir, una renovación de los supuestos culturales, lingüísticos y antropológicos de Occidente basada en el equilibrio armónico de la rama anglosajona – prepotente, imperialista y depredadora de recursos 95 hasta ahora- y de la rama hispánica. Y en esta simbiosis cobra un papel protagonista la lengua. 96 La globalización en entredicho A fines del siglo XX parecía que Occidente había superado definitivamente la época de los nacionalismos, un periodo siniestro de su historia, responsable de sangrientas aventuras coloniales, de dos guerras mundiales, de millones de muertos y de la destrucción de parte de su patrimonio cultural. En Europa, el milagro que parecía haber vuelto imposibles Auschwitz y Kolymá, la matanza de los armenios y la esclavización de los congoleños, ETA y el IRA, el caso Dreyfus y el bombardeo de Dresden, se llamaba simplemente globalización. En aquel nuevo mundo, que se adivinaba a la vuelta de la esquina, los pabellones nacionales parecían una salvaguarda completamente insuficiente y, por lo mismo, un motivo de orgullo infantil e irrelevante. Los que vivimos dichos años teníamos la sensación vertiginosa de que todo iba demasiado deprisa y debimos sentirnos poco más o menos como aquellos revolucionarios de la Bastilla que vieron caer 97 guillotinadas las cabezas de sus nobles y de sus reyes, de los representantes de un antiguo régimen en el que las cosas habían sido completamente diferentes y aun opuestas y que, sin embargo, nunca volverían. La globalización de fines del siglo XX llegó a Europa desde los EEUU, donde también había provocado cambios, si no tan traumáticos, en cualquier caso significativos, como el abandono de la vieja práctica intervencionista en América Latina, en Oriente Medio o en Vietnam. Ya no hacía falta que Europa fuera un campo de batalla de naciones, nacioncillas y nacionalidades abortadas, ni que EEUU aplicase la doctrina Monroe-Roosvelt, el projudaísmo sin matices o el anticomunismo visceral, puesto que una y otra podían extender su influencia y controlar con mayor eficacia amplias zonas del mundo por medios puramente económicos. Las multinacionales (repárese en el nombre: multi-nacionales), que cotizaban en las bolsas de Nueva York, de Londres, de Frankfurt, de París, de Tokio y de Singapur al mismo tiempo, se habían revelado mucho más eficaces que los 98 ejércitos, que las dictaduras impuestas desde las embajadas occidentales y que las armas nucleares. Siempre me había preguntado qué sentirían los liberales europeos al comprobar cómo la derrota de Napoleón trajo consigo la Santa Alianza, un sistema de ayudas mutuas entre regímenes reaccionarios que logró yugular las nuevas ideas revolucionarias. Ahora lo sé: debieron sentir poco más o menos lo que los occidentales globalizados del siglo XXI padecimos con los sucesos terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y sus colofones de Madrid, Londres y Bombay. Desde que el fundamentalismo islámico atacó a Occidente, este se repliega a las trincheras nacionales anteriores a la globalización, esto es, a trincheras egoístas, cegatas y, en el fondo, muy vulnerables. En Europa, la construcción de la Unión Europea se frena bruscamente con los referendos de Francia y Holanda, aunque la cosa venía de más atrás, de la poca generosidad con los nuevos países del Este y del temor a ampliar sus fronteras: cuando parecía que las naciones -pasaportes, banderas, sentimientos 99 de superioridad- eran un mero recuerdo, hélas aquí otra vez como en pleno siglo XIX. En EEUU, el aquietamiento de las tensiones raciales y la ideología del multiculturalismo, ambos un producto inequívoco de la efervescencia de los campus universitarios durante los sesenta y setenta y de la Great Society de Johnson, se vieron bruscamente interrumpidos por el coletazo brutal del terrorismo: como consecuencia de ello, una oleada de nacionalismo histérico barrió el país de costa a costa en proporciones nunca conocidas. Por si fuera poco, el episodio extravagante de las viñetas de Mahoma, un caso típico de incomprensión mutua entre Occidente y el Islam (esto es, entre una cultura y una religión: no hablamos ni de Cristianismo e Islam ni de Occidente y Oriente), ha puesto de manifiesto que el choque de civilizaciones no es ninguna tontería, aunque el libro en el que se hace dicha predicción no pueda resultar más pueril: que Dinamarca, uno de los países más liberales del mundo, haya caído en el abismo nacionalista (y no es para menos cuando un día sí y al otro también 100 veía arder sus embajadas) es una muy mala noticia para todos. Ni siquiera la economía podía quedar al margen de este retroceso. Tras la globalización económica, una de cuyas consecuencias más notables fue que ningún país ha podido librarse de la recesión, se está extendiendo también una tentación proteccionista que salta todas las fronteras. Ahora bien, los hechos históricos deben contemplarse con cierta perspectiva. La vuelta al absolutismo propugnada por la Santa Alianza no duró más de diez años. Tras la muerte del zar Alejandro, el orden conservador del Congreso de Viena fue aprovechado por el canciller Metternich en beneficio exclusivo de Austria, es decir, al servicio de su nación y, por lo tanto, de la nueva ideología nacionalista del siglo XIX más que de la vieja ideología legitimista que decía defender. Es muy posible que ahora estemos asistiendo a un parón similar y que el aparente reflujo nacionalista represente simplemente una pausa para tomar aliento en la marcha hacia un proceso de 101 globalización que parece imparable. Porque los demás, los que no son Occidente, lo tienen muy claro: en China, en la India, en el mundo del Islam, las naciones cuentan cada vez menos y es el conjunto de cada una de estas civilizaciones quien intenta acomodarse al nuevo mundo que vivimos. 102 El ocaso de las naciones Las ideologías sociales no deben confundirse con las modas sociales. Llevar la falda más o menos corta, como lucir barba o bigote, son procesos pasajeros: el primero suele durar una sola temporada, el segundo no llega a abarcar el periodo de una generación. Pero existen otras creencias atingentes a la vida social que no son el resultado de una elección lúdica e intrascendente, sino la manifestación eruptiva de tensiones profundas. Y como suele ocurrir con los volcanes, a menudo dichas erupciones, aunque de lenta preparación, pueden ser bastante violentas. Es lo que ha ocurrido con ciertos cambios sociales relativos a las relaciones entre padres e hijos, las cuales saltaron por los aires en los años sesenta del pasado siglo alentadas por la píldora anticonceptiva y por una economía boyante que permitió la temprana independización de los adolescentes. O lo 103 que sucedió a fines del siglo XVIII, en plena efervescencia revolucionaria, a propósito de las relaciones de cada persona con la autoridad constituida. O lo que está sucediendo ahora mismo con las naciones, cuando las europeas y las americanas difuminan sus perfiles al tiempo que las asiáticas y las africanas empiezan a recomponer el puzzle colonial. Después de estas revoluciones ya nada vuelve a ser como antes, de manera que una marcha atrás parece inconcebible: ni la sociedad patriarcal ni el antiguo régimen ni las naciones son o serán ya nunca lo que fueron. Si bien se mira, parece que estos tres declives, el de la organización política tradicional, el de la familia tradicional y el del diseño tradicional del mundo, aunque independientes uno de otro, han venido a coincidir armónicamente en la sociedad de la aldea global. Es difícil imaginar cómo podrían heredar los hijos las profesiones, el domicilio y hasta la visión del mundo de los padres en un panorama de empleo inestable y continua movilidad de las empresas. Tampoco estas empresas aceptan las constricciones 104 estatales tradicionales, por lo que la función del poder político queda relegada a arbitrar las relaciones económicas existentes, antes que a disponer las futuras y a obrar en consecuencia. Y, en fin, ¿qué puede quedar del viejo mapa político del universo cuando los centros de poder se han desplazado a los consejos de administración de las multinacionales? El tópico, destacado una y otra vez, es que los estados, tal y como los conocemos, están condenados a desaparecer y que lo que va a quedar son sólo unas pocas grandes civilizaciones. Curiosamente, quienes sostienen -con razón- tal cosa no se dan cuenta de que estas civilizaciones no existen en el vacío, que son formas de vivir y de ver la vida obligadas a adoptar una estructura estatal homogénea para poder diferenciarse -y enfrentarsea las demás. Pensemos en la Unión Europea. Desde el primer momento su proceso de consolidación ha consistido en un doble movimiento cualitativo y cuantitativo: cada vez son más los estados que se van asociando al núcleo fundacional y cada vez son 105 menores las competencias administrativas que atesoran. O sea que cada vez es más fuerte el gran estado unitario: la Unión Europea. Desde los feudos de la alta Edad Media hasta la UE pasando por los reinos bajomedievales (Aragón, Borgoña, el Ducado de Milán) y por los imperios de la Edad moderna (el de los Austrias, el de los Borbones, el de los Windsor) lo único que se advierte es un reforzamiento de los estados, pese a ocasionales retrocesos como los fallidos referendos del proyecto de Constitución europea en Francia y en Holanda. No sólo en Europa sucede esto. En el continente africano las agrupaciones tribales fueron sustituidas por caprichosos estados postcoloniales y hoy empiezan a insinuarse organizaciones supraestatales de vida todavía efímera. En Asia el esquema es similar si bien la imbricación histórica de los estados suele ser más fuerte y los agrupamientos previsibles se sustentan sólidamente en la economía. Y económicos son también los megaestados que parecen perfilarse en América. Desde luego, nunca había existido nada parecido a la Unión Europea ni 106 a ASEAN ni a la OEA ni a la OUA ni a Mercosur. ¡Curioso argumento el que basa la presunta debilidad de los estados en su aglutinación en entidades pluriestatales! Es como si pretendiésemos que quien tiene un montón de pequeñas cuentas bancarias y las fusiona en una sola para obtener unos réditos más altos es menos capitalista. O como si el reemplazo de varias decenas de pequeños comercios por un gran almacén supusiese un menoscabo de la oferta comercial del barrio. O, también, como si el hecho de dedicar grandes extensiones de una región al monocultivo del trigo, con la consiguiente pérdida de especies, afectase a la naturaleza agrícola de la misma. En cualquiera de dichos supuestos evolutivos, esto no quiere decir que la nueva solución tenga por qué ser ni mejor ni más humana, sólo que es más eficiente y por ello tiene más posibilidades de supervivencia. Quienes sí decaen, por el contrario, son las naciones. Mientras que los estados se adecuan a la lógica de la economía libre de mercado y a la aldea global, las naciones contradicen abiertamente el 107 paradigma del futuro. Es sintomático que el triunfo electoral de Barack Obama haya representado la legitimación del intervencionismo estatal en la economía: dicho triunfo arrumbó la idea de Bush y de los neocons quienes propugnaban menos estado y más nación al adoptar una visión romántica – interesada– de EEUU. Los estados son agrupaciones de ciudadanos que comparten unos intereses comunes, casi lo mismo que las empresas entendidas en el sentido moderno de asociaciones recíprocas de proveedores y de clientes. En cambio, los lazos nacionales son erosionados implacablemente por el nuevo paradigma mundialista. Hasta ahora, que de niños leyésemos estos tebeos o aquellos resultaba determinante, como lo eran también las comidas que ingeríamos: el ciudadano que de pequeño se emocionó con Patoruzú y que saboreaba el dulce de leche se siente nacionalmente argentino; aquel al que le leían el Struwwelpeter y que comía Nudeln se tiene por alemán. Hoy en día a los niños les resulta difícil repetir estas experiencias porque los cuentos vienen 108 de la televisión y la comida la trae un pizzero con una moto. Por supuesto que si la infancia tiene que refugiarse en la añoranza de Pokémon lo mismo da que el niño sea de Tucumán y la niña de Regensburg o a la inversa. No sólo se pulverizan los cimientos nacionales basados en la nostalgia de la infancia, también lo hacen los más sólidos como la educación. A medida que el mercado de trabajo internacional vaya requiriendo currículos comparables es inevitable que la uniformidad se vaya extendiendo de arriba abajo y que la enseñanza universitaria, primero, la media, después, y la primaria, finalmente, sean indistinguibles en casi todos los países. Este es exactamente el significado de los acuerdos de Bolonia en el seno de la UE. De manera que ya no sólo son nacionalmente uniformes el ciudadano español y el alemán; también lo son todos los demás europeos y, si se me apura, los americanos igualmente. Además, lo que sabemos es sólo la punta del iceberg de un piélago de uniformidades que tienen que ver con lo que hacemos, con lo que 109 creemos y con lo que sentimos. Las personas del siglo XXI han llegado a ser tan sorprendentemente uniformes que alguien que vista vaqueros, que sea enemigo declarado del tabaco y que escuche música con unos cascos mientras camina ya no es ni joven ni viejo ni mujer ni hombre ni europeo, americano o asiático, simplemente suponemos que es de la Tierra y no de Marte. El tránsito del siglo XIX al siglo XX marcó en Occidente el ocaso de la religión y el del XX al XXI estuvo enmarcado -irónicamente- por el fin de las ideologías políticas milenaristas que habían provocado aquel: el comunismo decretó que la religión era el opio del pueblo, pero el mercado contestó que otro opio no menos nocivo era el comunismo. No podía haber ocurrido de otra forma desde el momento en que Darwin puso en cuestión el mensaje de la Biblia y la caída del muro de Berlín acabó bruscamente con la guerra fría. Ahora parece que les ha tocado el turno a las naciones y que cuando este siglo que acaba de empezar llegue a su fin no quedarán de ellas sino pálidos vestigios. Una 110 precisión: ningún cuerpo enfermo se rinde sin lucha y por eso son de esperar recuperaciones pasajeras e, incluso, exaltaciones ocasionales del sentimiento nacional, debidas más al delirio de la fiebre que a una mejoría real. Quiero decir con esto que el ocaso de las naciones se está produciendo con algunos rebrotes del pasado que no deberían engañarnos porque son anacrónicos y están condenados al fracaso. Las exaltaciones románticas de lo que no llegó a ser en algunas regiones de la Península Ibérica, de las Islas Británicas, de los Andes o de Canadá, puede que alteren traumáticamente la vida diaria de ciertos países durante algún tiempo todavía, pero están condenadas a extinguirse paulatinamente conforme los estados vayan integrándose más estrechamente en organismos supraestatales. Lo mismo cabe decir de los demás continentes. Por supuesto, los conflictos nacionales en el interior de sus estados no han desaparecido, pero su número e intensidad son inversamente proporcionales al grado de modernización y globalización de los mismos. Por eso resultan 111 anecdóticos o civilizadamente soportables en Irán y en Marruecos, algo menos tranquilizadores en Filipinas o en Indonesia y casi siempre trágicamente sangrientos en Nigeria o en Sudán. Hasta los símbolos nacionales empiezan a tomarse a broma. Se ha glosado muchas veces el exagerado patriotismo de los ciudadanos de EEUU y la obsesiva presencia de la bandera de las barras y de las estrellas en comercios, entradas de viviendas particulares y automóviles. Sin embargo, no se quiere ver que esta proliferación de un símbolo que originariamente quedaba reservado a cuarteles, edificios oficiales y escuelas ha terminado por resultar inocua a fuerza de ser obvia. La bandera americana ya está en camisetas y en corbatas, en jarras para tomar café, en el envoltorio de las hamburguesas, en todas partes, no sólo de los EEUU sino del resto del mundo. La llevan hasta los terroristas que están colocando una bomba junto a una embajada americana en algún lugar del tercer mundo. Es un elemento de diseño o un certificado de calidad más que un símbolo nacional. Pasa lo 112 mismo que con el dinero: un número razonable de monedas en circulación es síntoma de una economía saneada; un número excesivo se vuelve inflacionario y sólo resulta posible a condición de rebajar la ley de la aleación. 113 Pero las lenguas resisten Sí, se nos objetará, pero las lenguas resisten. Frente a la pérdida o laminación de casi todos los constituyentes de la nacionalidad, constatamos que las lenguas, tal vez su fundamento más sólido, siguen ahí para recordarnos que las naciones no han sido reducidas todavía a la insignificancia histórica. Esto es cierto y bueno será reflexionar sobre el particular. Los lingüistas suelen (solemos) ser pesimistas y constatamos que en la actualidad la pérdida de lenguas es constante y que casi cada mes las revistas de la especialidad nos aportan testimonios dolorosos relativos a la muerte de algún idioma en algún punto del planeta. Sin embargo, conviene relativizar estos datos. En primer lugar, siempre han muerto algunas lenguas, pero también han nacido otras37 : las fuentes clásicas nos suministran abundante noticia de pueblos y lenguas 37 Véase R. M. W. Dixon, The rise and fall of languages, Cambridge, Cambridge University Press, 1997. 114 que vivían en algún rincón del imperio romano y que han quedado reducidos a una volátil huella en la arena del tiempo; mas, a la vez, constatamos que surgieron otras, por ejemplo esta misma en la que estoy escribiendo y que mis antepasados iberos no podían hablar. En segundo lugar, las lenguas que mueren actualmente lo hacen cuando sus pueblos entran en contacto con la historia, es decir, en el norte de Australia y en las zonas más inaccesibles de África o de América. Hay pueblos que aún viven como en la prehistoria y que cuando se ven obligados a convivir con el hombre moderno comprueban cómo su manera de vivir es implacablemente destruida y con ella su lengua. Sin embargo, fuera de aquí no es cierto que las lenguas mueran, tan sólo que arrastran una existencia menos plena que antes. Al abrirse las fronteras, las lenguas minoritarias se enfrentan a la dura evidencia de que la publicidad y los medios de comunicación y la política y la educación a menudo aparecen expresados en alguna lengua mayoritaria, por lo que los usuarios de aquellas se ven forzados a 115 comprenderla y a manejarla mejor o peor. Esta es la nueva situación. Hasta fines del siglo XIX había muchos bretones que no entendían el francés, muchos daneses que no sabían inglés, muchos quechuas que eran incapaces de expresarse en español, muchos tayikos que desconocían el ruso, muchos kurdos que ignoraban el árabe o el turco, muchos uigures que no comprendían el chino… Bueno, se acabó: ya no existen tales bretones ni daneses ni quechuas ni tayikos ni kurdos ni uigures. Pero no por ello han desaparecido estos pueblos ni sus idiomas respectivos. Simplemente se usan menos, pero en extensión, no en intensión, porque la mayor parte de los contenidos para los que se echa mano de la lengua mayoritaria realmente antes no se expresaba. Sentada, pues, la sorprendente capacidad de resistencia de las lenguas, concebimos la sospecha de que las naciones puedan sobrevivir igualmente en la medida en que su lengua perdure. Esto es algo más que una sospecha y de ahí la importancia que los ideólogos del nacionalismo han concedido 116 siempre a las cuestiones idiomáticas. Hay que advertir, no obstante, que una cosa es postular el binomio lengua-nación, otra, suponer que la nación debe tener un correlato estatal y, finalmente, una tercera, alentar la unión de todos los pueblos que hablan una misma lengua en un gran macroestado. Esto se ve claramente en el caso alemán, tal vez el más emblemático en lo relativo a este asunto. Así, Johann Gottfried Herder había sostenido que la lengua alemana es la expresión del espíritu del pueblo alemán, pero nunca aspiró a unificar políticamente los Länder germánicos; por eso, su discípulo Wilhelm von Humboldt se limita a constatar en 1821: "En nadie que haya dedicado alguna reflexión, por exigua que haya sido, a la naturaleza de las lenguas presupondremos opiniones como las siguientes: que una lengua es un mero conjunto de signos conceptuales arbitrarios o que se han vuelto habituales por azar … y que, por tanto, puede 117 considerarse en cierto modo indiferente cuál sea la lengua de que se sirve una nación. Al contrario, podemos dar por generalmente aceptado lo siguiente: que las diversas lenguas constituyen los órganos de los modos peculiares de pensar y sentir de las naciones … Las generaciones pasan, pero la lengua permanece; cada una de las generaciones encuentra ya ante sí la lengua y la encuentra como algo que es más fuerte y poderoso que ella misma; jamás consigue una generación llegar del todo al fondo de la lengua y la deja como legado a la generación que la sigue; sólo mediante la serie entera de las generaciones resulta posible conocer el carácter de la lengua, pero esta establece un vínculo entre todas las generaciones y todas tienen en ella su representación … en el fondo la lengua es la nación misma, la nación en el auténtico sentido del término".38 38 Wilhelm von Humboldt, "Sobre la influencia del diverso carácter de las lenguas en la literatura y en la formación del espíritu", en Escritos sobre el lenguaje, Barcelona, Península, 1991, pp. 61-63. 118 No todos fueron tan prudentes como los lingüistas. Julius Langbehn no tardaría en sacar consecuencias políticas de estas ideas en su libro Rembrandt als Erzieher (Rembrandt como educador) de 1890: si el alemán es el fundamento de la nación alemana y hay una sola lengua, el paso inmediato sería unificar la nación en un estado que incluya a alemanes, austriacos, luxemburgueses, casi todos los suizos, los checos de Bohemia, las minorías de habla alemana del Báltico, etc. Pero no contento con ello, Langbehn se daba cuenta de que realmente el alemán actual es el heredero del alemán antiguo y de que este no se hallaba suficientemente diferenciado de otras lenguas germánicas, por lo que también proponía incluir a holandeses, flamencos e ingleses en esta nación lingüística. ¿Para qué seguir?: la más trágica historia moderna de Europa, con el III Reich como monstruo político y el salto de la nación lingüística a la raza aria como consecuencia argumentativa, están prefigurados en esta idea. 119 El callejón sin salida dialéctico resulta ineludible. Si una lengua no sólo pertenece, en un momento dado, a quienes la hablan, sino que también se define por todas las generaciones que la hablaron, resulta imposible trazar un límite hacia atrás. Se podría aducir que la inteligibilidad suministra un criterio pragmático susceptible de trazar los límites espaciales y temporales de una lengua. Por ejemplo, en el espacio, catalán es lo que se habla en Barcelona y en Valencia, pero ya no en Murcia; en el tiempo, catalán es lo que se escribe en La plaça del diamant, de Mercè Rodoreda (siglo XX), y en el Tirant lo Blanch de Joanot Martorell (siglo XV), pero ya no en el De amicitia de Cicerón (siglo I a.J.C.). Esto parece simple, pero resulta tremendamente equívoco. Por lo pronto, en Murcia ya no se habla catalán actualmente, pero se hablaba en el siglo XIII: ¿debemos recuperarlo? Además, la inteligibilidad es una cuestión de grado: la mayoría de los catalanohablantes son incapaces de comprender la lengua del Tirant sin una formación previa y, en cambio, muchos comprenden bastante 120 bien el italiano, a pesar de que se trata de una lengua diferente. Aun así, hay que reconocer que las lenguas ofrecen una resistencia considerable a desaparecer y que las naciones, en la medida en que dependan de su supervivencia, no tienen ni tendrán los días contados. Ello explica el entusiasmo con el que los distintos pueblos se han lanzado a fomentar diversas medidas políticas que pueden salvaguardar el uso y el conocimiento de su lengua. Entran aquí todas las disposiciones educativas o administrativas relativas a la llamada normalización lingüística, la publicación de cientos de libros y opúsculos subvencionados -muchos de los cuales no habrían visto la luz en un mercado libre-, la creación de organismos como las academias, la organización de todo tipo de conferencias y simposios y, en fin, la rara popularidad mediática de la que a veces gozamos los lingüistas, seres que, por lo árido de nuestra disciplina, parecíamos destinados a la monotonía de las aulas y a la insignificancia de las reseñas en revistas científicas. 121 122 Occidente y las naciones lingüísticas Todo lo anterior explica que, pese a la decadencia de las naciones, estas entidades sociales se aferren a la existencia haciendo valer el argumento más sólido que puede justificarlas, el lingüístico. Perdida la emoción ingenua que suscitaban los símbolos como la bandera o el himno, disueltos los lazos comunitarios basados en la cercanía física o en la consanguinidad ante la tiranía de las comunicaciones casi instantáneas, expuesto cada individuo a la expectativa del progreso personal y no a repetir la suerte de sus antepasados, lo único que une es el uno por naturaleza, la lengua. Porque no en todas partes se han perdido en el mismo grado aquellos lazos comunitarios, pero en todas ha llegado a ser irrelevante alguno de ellos. En EEUU siguen proliferando las banderas y sigue cantándose el himno en las escuelas, pero la familia se disuelve en cuanto los hijos acaban la high school y entran en una universidad que, por acuerdo social implícito, 123 no puede ser la de su condado y cuanto más lejos esté, mejor. Luego no volverán a ver a sus padres más que con ocasión del Thanksgiving, un día al año en el que las pantallas de los aeropuertos echan humo porque todo el país entra en un compulsivo frenesí familiar. En Europa, donde los hijos siguen en casa un largo periodo de tiempo y cuando salen no suelen ir muy lejos, lo que pudiéramos llamar las referencias culturales comunes a la nación se han evaporado. En una sorprendente inversión de lo que ha sido tradicional, no son los mayores los depositarios de usos y costumbres que los jóvenes deben imitar, sino, al contrario, estos esperan -y consiguen- que sus progenitores les sufraguen y les alaben todas sus costumbres, unos usos que no han sido inventados por ellos sino propagados por los medios de comunicación transnacionales. Se podría decir que la sociedad de los EEUU es una sociedad prematuramente truncada en su cohesión nacional, una sociedad inacabada, mientras que la sociedades de Europa son sociedades inmaduramente bosquejadas, sociedades que no llegan a ser. 124 Lo dicho no es válido para otras civilizaciones distintas de la occidental, por supuesto. No lo es para la sociedad china, donde la dependencia de la familia y, en general, de la autoridad, es la base confuciana que sustenta todo el edificio. No lo es para las sociedades islámicas, donde la religión marca absolutamente la pauta de comportamiento, no sólo en lo personal, sino también en lo político y en lo social. Ni para las sociedades africanas, cimentadas en los lazos étnicos y tribales. Sólo Occidente ha llegado a un grado de dispersión tan intenso que, si no fuera por la lengua, sus naciones ya no existirían. Por esto mismo se concede al idioma una importancia extremada. Un país occidental nunca permitiría que su lengua se escribiese con un alfabeto claramente inadecuado para su sistema fonético, como hacen los iraníes que emplean el albabeto arábigo: se puede optar entre el latino o el cirílico, lo cual opone, por ejemplo, a croatas y a serbios, pero ambos sistemas son equiparables. Sin embargo, la opción iraní se explica porque esas letras son las del gran libro, el 125 Corán, y esto importa más que la lengua (he aquí un buen argumento para incluir a Turquía en Occidente). Tampoco aceptaría un país occidental que una lengua extranjera sea considerada oficial, por muy útil e internacional que resultase. Es importante destacar esto porque, desde luego, los daneses, los holandeses o los suizos dominan el inglés bastante mejor que los filipinos o que los nigerianos, países considerados oficialmente anglohablantes. Nadie lo diría: en Manila, fuera de la clase alta y de la universidad, es imposible hacerse entender en inglés y en Nigeria, en cuanto se sale de Lagos, lo que entienden por inglés deja bastante perplejo al ciudadano de Gran Bretaña. Esta dependencia de la lengua a la hora de definir la nación ha tenido en Occidente consecuencias históricas decisivas: los distintos países no se ajustan a criterios económicos o geográficos, sino a menudo meramente lingüísticos. En Europa conviven países de doscientos mil habitantes, como Islandia, con países de ochenta millones, como Alemania. Fuera de ella, la mancha uniforme de un 126 idioma común justifica la existencia unitaria de los EEUU y de Australia, pero no la de las naciones latinoamericanas, las cuales sienten su desunión, desde Bolívar, como una grave carencia. Y cuando alguna comunidad lingüística no posee un estado que se ajusta a ella como un guante, se siente desgraciada porque cree que la nación debería ser la lengua: es lo que sucede con los vascos, con los gallegos y+ con los catalanes en España, con los corsos y con los bretones en Francia, con los escoceses en el Reino Unido, con los kosovares en Serbia y así sucesivamente. Esta extremada sensibilidad lingüística está afectando seriamente a la instancia unitaria en la que se halla embarcada Europa, la UE. Es un hecho sabido que un buen bocado del presupuesto de la misma se va…, ¡en sufragar traducciones! En el Parlamento europeo cada parlamentario puede hablar en su idioma nacional y los demás tienen derecho a que un intérprete les vierta el discurso en alguna de las lenguas reconocidas. Como estas no hacen sino crecer a medida que se incorporan 127 nuevos países, es evidente que el colapso y la inoperancia no pueden tardar. Por otro lado, las llamadas lenguas regionales asoman en el horizonte: si un catalán tiene derecho a ser atendido en su lengua cuando hace la declaración de la renta para el Ministerio de Hacienda español, como España es Europa, no hay duda de que su derecho continúa vigente en los órganos políticos y administrativos de la Unión. Claro que una cosa es la apariencia y otra, la realidad porque en la UE las lenguas de trabajo son tres y, en el fondo una sola. Todo este proceso suele estar guiado por la más inaudita irracionalidad, con lo que a menudo se toman decisiones arbitrarias (un mal pensado diría que injustas y que, como siempre, el que paga, manda). Como muestra basta un botón. La UE acaba de reducir el número de traductores de español en una tercera parte con el pintoresco argumento de que no son necesarios "porque dicho idioma sólo lo hablan treinta millones de personas". Se supone que dentro de la UE, pero tampoco es verdad. En España lo hablan cuarenta y cuatro 128 millones y, aunque en las comunidades bilingües sólo sea la lengua materna de parte de los ciudadanos, dominarlo, lo dominan todos. En cuanto al mundo, ¡para qué hablar!: somos cuatrocientos millones de hispanohablantes y el número no hace más que crecer. He aquí un interesante contraste entre la lógica económica globalizadora y la sinrazón nacionalista: para la UE, negar la condición de lengua de trabajo al segundo idioma de Occidente y al cuarto del mundo representa simplemente un disparate y una estupidez; pero como España no deja de ser un miembro secundario, la presión de los supuestos agraviados ha resultado suficiente para bloquear el sentido común. A primera vista parece que los nuevos países occidentales no se enfrentan a este problema. Pero esto es engañoso. Es cierto que todos los ciudadanos de EEUU son anglohablantes. Sin embargo, las minorías que lo integran llegaron con su nacionalismo lingüístico a flor de piel y han conservado a menudo sus idiomas originales o, lo 129 que es más preocupante, la sombra de los mismos, como símbolo grupal. Con independencia de que en zonas aisladas del país aún existan pueblos que hablan alemán o francés, lo más curioso es que, aunque ya sólo hablen inglés, los irlandeses americanos siguen sintiéndose un grupo cerrado, como cuando hablaban esa lengua celta (si lo hacían, que tampoco es seguro), los polacos americanos se sienten algo polacos, los suecos, algo suecos, los coreanos, algo coreanos, los sirios, algo sirios, en definitiva, que el llamado melting pot no es un crisol (crucible) en el que se funden elementos variados para producir algo diferente, sino más bien unos entremeses, un mixing side dish. Esta falta de integración explica la frecuencia con la que las minorías americanas han acudido en ayuda de sus compatriotas en cualquier parte del mundo muchas generaciones después de que emigraran a América: los armenios americanos apoyaron masivamente la rebelión de Nagorno-Karabaj contra Azerbaidjan, los irlandeses americanos han obligado a su presidente a que exija a los británicos que 130 pacifiquen el Ulster y, por supuesto, casi toda la política de los Estados Unidos en relación con Israel es impulsada por fuertes grupos de presión judíos de los EEUU. No es sorprendente que durante la segunda guerra mundial los americanos de ascendencia japonesa fueran sospechosos de deslealtad y que se les confinase en campos de concentración. Algo parecido sucede en Latinoamérica, si bien matizado por la notable vigencia de las lenguas indígenas: las minorías inmigrantes que vinieron del viejo mundo (de origen italiano, alemán, sirio, japonés, hebreo) suelen constituir comunidades cohesionadas en Argentina, Perú, Brasil o Chile, al tiempo que los distintos grupos amerindios sobre los que se ha superpuesto el español conservan su identidad. Todo lo cual contrasta abiertamente con la situación en Europa, seguramente porque su nacionalismo lingüístico es tan absorbente que no da otra opción a los inmigrantes que la de asimilarse por completo. Por eso, aunque muchísimos franceses son de ascendencia eslava y sus antepasados vinieron de la 131 Europa del Este, nadie puso en duda, durante la pasada guerra fría, que se trataba de franceses como todos los demás. Y los ingleses permitieron que su casa real nada menos (la de Coburgo-Sajonia, luego rebautizada Windsor para disimular) hiciese gala de su proclividad nacionalsocialista hasta poco antes de comenzar la segunda guerra mundial. Entiéndase que estas consideraciones no pretenden menoscabar el valor que el melting pot ha tenido y todavía tiene para los inmigrantes que en sucesivas oleadas han ido formando los EEUU. Es evidente que ante el panorama tan rígido y compartimentado de los nacionalismos europeos, la idea de un mundo nuevo en el que todos habrían de fusionarse y hermanarse se alza por su grandeza y generosidad, con independencia de que no haya logrado integrar realmente todavía a todas las minorías. El drama The Melting Pot (1908) del escritor de ascendencia ruso-judía Israel Zangwill, que fue uno de los mayores éxitos de Broadway y se ha representado miles de veces por todo el país, terminaba con estas 132 elocuentes palabras puestas en boca del protagonista cuando contempla una puesta de sol: "It is the fires of God round His Crucible … There she lies the great Melting Pot -listen! … Celt and Latin, Slav and Teuton, Greek and Syrian, -black and yellow … Here shall they all unite to build the Republic of Man and the Kingdom of God. Ah, Vera, what is the glory of Rome and Jerusalem where all nations and races come to worship and look back, compared with the glory of America, whereall races and nations come to abour and look forward!" El providencialismo y la idea de América como nueva Roma y nueva Jerusalén han presidido siempre la construcción de la ideología americanista, lo mismo en EEUU que en las Indias españolas, las cuales también se creyeron la nueva 133 Jerusalén39 . Con una diferencia, eso sí: que en EEUU el elemento unificador fue el llamado Credo -the Creed-, básicamente las ideas liberales que reconoce la Constitución, nunca el idioma o la fusión biológica. Esto lo deja muy claro Zangwill en su Afterword: "Whether any country will ever again be based like those of the Old World upon a unity of race or religion is a matter of doubt. New England, of course, like Pennsylvania and Maryland, owes its inception to religion, but the original impulse has long been submerged by purely economic pressures. And the same motley immigration from the Old World is building up the bulk of the coming countries. At most, the dominant language gives a semblance of unity and serves to attract a considerable stream of immigrants who speak it, as of Portuguese to Brazil, Spaniards to the Argentine. 39 Jacques Lafaye, “México, nueva Jerusalén”, en Mesías, cruzadas, utopías. El judeo-cristianismo en las sociedades ibéricas, México, FCE, 1984, 146-154. 134 But the chief magnet remains economic, for Brazil draws six times as many Italian as Portuguese, and the Argentine two and a half times as many Italian as Spanish". en un esclarecedor pasaje en el que, curiosamente, habla de Brasil y de Argentina, pero ni siquiera menciona los EEUU y el inglés. Lo cual no significa que la lengua inglesa no sea un fermento de unión, tan sólo que no se ideologiza: por eso, durante mucho tiempo hubo más oposición a los católicos irlandeses (movimiento de los Know-Nothings), los cuales hablaban el mismo idioma de los padres fundadores, que a los demás inmigrantes. Afortunadamente, los lazos ideológicos explícitos y el vínculo lingüístico implícito acabaron triunfando sobre las tentaciones racistas y supremacistas blancas que, como ejemplifican el Ku Klux Klan o el panfleto The Passing of the great Race del zoólogo Madison Grant, también existieron. 135 En realidad, salvadas las diferencias entre uno y otro lado del Atlántico, Occidente, tanto en los países viejos de Europa como en los nuevos de América y Oceanía, ha roto los moldes de las afinidades tribales, étnicas y religiosas y sólo conserva las afinidades lingüísticas. El hombre y la mujer nuevos de nuestra era, el ciudadano, es una creación occidental, como los primeros urbanitas lo fueron de Mesopotamia, los primeros burócratas, de China o los primeros monoteístas, de Israel. Son creaciones todas ellas que, con sus luces y con sus sombras, han hecho progresar a la humanidad. Sin ciudades no es posible el surgimiento de la agricultura ni de la cultura. Sin burócratas no es posible la administración pública ni el estado. Sin monoteísmo no tiene sentido la idea universalista que aspira a extender su legado a todos los seres humanos. Pues bien, sin la ruptura de aquellas afinidades es imposible el individualismo y sin la iniciativa individual no es posible ni la ciencia ni la economía liberal de mercado, dos caras de la misma 136 moneda que representan la contribución occidental a la historia del mundo. Hagamos aquí una importante advertencia. Es muy común afirmar que esta terna -iniciativa individual, ciencia y economía de mercado- fue suscitada en Europa por el calvinismo y que compete a dicha ideología religiosa no sólo el mérito de haber engendrado el capitalismo, sino también la exclusividad del presunto logro. Lo más curioso es que, como un corolario de lo anterior, se atribuye esta hipótesis, que ha llegado a ser un tópico del discurso, a Max Weber. Pero Weber40 no dijo exactamente esto. Al contrario, destaca que casi todos los descubrimientos científicos del siglo XVI se produjeron en países católicos -católicos eran el polaco Copérnico y el italiano Galileo, por ejemplo, en tanto el español Miguel Servet, el descubridor de la circulación de la sangre, fue quemado como hereje en la hoguera … ¡por Calvino y en Ginebra!-. Lo propio del protestantismo, su gran ventaja 40 Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Madrid, Istmo, 1998, 332. 137 histórica, fue poner la ciencia al servicio de la técnica y de la economía. El argumento prototípico funciona así: la doctrina de la predestinación llevaba a la conducción ética de la vida metódica, a que la honestidad pasase a ser la mejor política, pues, aunque no se puede conquistar la salvación ni con la fe ni con las buenas obras, un comportamiento honesto revela que probablemente se pertenece a los elegidos; en consecuencia, la actividad capitalista se veía como el cumplimiento de una tarea querida por Dios y, naturalmente, había que poner todos los recursos -incluida la ciencia- a su disposición. Pero esta manera de razonar, que hemos oído y leído cientos de veces, es demasiado mecánica. En realidad, la ciencia y el individualismo, como actitudes respectivamente epistemológica y psicológica, parecían a priori más fáciles de alcanzar desde el catolicismo o desde la ortodoxia que desde el protestantismo, si bien los regímenes políticos sobre los que estas ramas antiguas del cristianismo se habían implantado -la monarquía y la aristocracia absolutistas- supusieron un serio 138 obstáculo para aquellos planteamientos. Todo el drama del jansenismo se encierra aquí. Por el contrario, las ciudades-estado de los Países Bajos, de la Hansa o de Suiza fomentaron la libertad de pensamiento, pese a que existía una contradicción entre la interpretación individual de la Biblia y la necesidad de respetar la literalidad del mensaje bíblico, como Charles Darwin y muchos otros científicos supieron por amarga experiencia. Lo propio del catolicismo es la diferencia entre la moral exterior y la moral interior: al dejar en manos de los clérigos el dogma y los aspectos religiosos de la vida, se abre el portillo a la separación estricta entre Iglesia y Estado, esto es, al laicismo, que es la condición tanto de la individualidad como de la ciencia siempre que no entren en conflicto con aquella. Advierto todo esto para prevenir una idea muy extendida consistente en creer que existe un Occidente propio, el protestante, y un Occidente más o menos impropio y adventicio, el católico y el ortodoxo. Como si dijéramos: Occidente fue un 139 invento de la Europa septentrional -digamos de Gran Bretaña, Holanda, el norte de Alemania y los países escandinavos-, mientras que la Europa meridional -Francia, Italia, España- y oriental -Polonia, Chequia, Rusia- sólo llegó a ser europea por casualidad cuando logró liberarse de la influencia de los clérigos de Roma y de Moscú. Ampliado al nuevo mundo, este argumento opone tajantemente los EEUU y Canadá a Latinoamérica. Mas si esto fuera cierto, no se explica por qué a fines del siglo XX en Europa la primacía económica y tecnológica se ha desplazado muchas veces a los países y a las regiones católicas: hoy la región más desarrollada de Alemania ya no es el Ruhr, sino Baviera, y el país que, antes de las zozobras de la crisis económica mundial, más había incrementado su PIB en la UE era Irlanda, en tanto Austria y el norte de Italia poseen un nivel de renta muy superior al de la Bretaña francesa o al de Gales. Probablemente lo que ocurrió en el siglo XVI es que el descubrimiento de América dejó fuera del vértigo de los acontecimientos al Mediterráneo y potenció 140 el papel de los países europeos que se asoman al mar del Norte, lo cual vale tanto como decir al Atlántico. La misma España, el descubridor de América, es un país preferentemente mediterráneo que no supo beneficiarse del flujo comercial del nuevo orden, pero hoy en día las cosas han vuelto a cambiar y las regiones españolas de mayor crecimiento económico son las que se asoman al Mediterráneo, no las que lo hacen al Cantábrico. Cuando hablamos de Occidente, nos referimos, pues, a un sistema que ha cristalizado en unos valores -democracia parlamentaria, economía liberal de mercado, laicismo- que, en su origen, surgieron en Grecia y en Roma, que luego se extendieron a la Europa del norte, más tarde a la del sur y, actualmente, a la del este; un sistema que en el XVIII se perfecciona al norte del continente americano y que lucha por instalarse, lo está haciendo ahora mismo, en el sur. Son valores que han cristalizado en un sistema coherente después de muchos vaivenes y gracias a los aportes de todos los occidentales. Un sistema, antitribal, antiétnico y 141 antirreligioso. Un sistema que ha impulsado -y cómo- la historia del mundo, pero que encierra en sí el germen de su propia destrucción al carecer de lazos cohesivos fuertes más allá del nacionalismo lingüístico. 142 La lengua, un lazo bastante laxo Este panorama occidental de nacionalismo lingüístico se fundamenta en la naturaleza de la lengua. Los lazos familiares, étnicos o religiosos no dan lugar realmente a la existencia independiente del individuo, ya no económica o material, sino, lo que es más importante, psicológica. En otras culturas el individuo sólo vale en la medida en que pertenece a tal familia o a tal tribu o porque profesa tal religión. Desde la mentalidad occidental miramos con sorpresa las venganzas familiares tan comunes en ciertas sociedades: los hermanos que obligan a casarse al pretendiente de la hermana porque la ha dejado embarazada, los nietos que castigan una ofensa inferida a su abuelo en los nietos del ofensor. También nos llama la atención la actitud de sumisión absoluta de los musulmanes ante la divinidad, la ummah. Olvidamos con demasiada frecuencia que nuestras propias costumbres eran así hasta hace muy poco: basta leer 143 cualquier obra literaria ambientada en los países del sur de Europa y lo que nos transmite sobre el código familiar (por eso, machismo y vendetta son ya palabras universales), basta considerar seriamente las implicaciones de la doctrina de la predestinación del calvinismo centroeuropeo en lo que respecta a la actitud del creyente, para comprender estos puntos de vista. Pero ahora ya no es así: ahora en Occidente el individuo está antes que el grupo, el individuo se siente sobre todo una persona y en la polis, un ciudadano. Desgraciadamente esto no basta para ser feliz. El ser humano es un animal social y rehuye la soledad. Por eso, los occidentales adoptaron una solución formalista: en vez de apoyarse en el grupo familiar, tribal, étnico o religioso, lo hicieron en el vehículo que lo hacía posible: la lengua. Porque la lengua, cualquier lengua, tiene una dimensión interpersonal que alcanza a células sociales más amplias y que propiamente las define. Mis familiares son los que comparten conmigo unos mismos genes (cosa que casi nunca hemos comprobado), pero sobre todo los 144 que comparten unas mismas vivencias comunicativas, las vivencias con las que tengo familiaridad o vivencias confamiliares. Cuando pasamos a instancias superiores esto todavía resulta más obvio: mis conciudadanos (es decir, las personas de mi misma ciudad) son los que hablan como yo, con independencia del padrón municipal. Y mis compatriotas (las personas de mi misma patria) son los que hablan mi lengua y conocen nuestras historias comunes. Mis concreyentes, en fin, serían los que rezan lo mismo que yo. Este lazo de unión formal y no sustancial, la lengua, se revela muy ventajoso porque une sin obligar a tomar partido. Los fieles, como su nombre indica, deben fidelidad (fiel viene de fidelis) a un dogma, pero concreyentes son simplemente los que creen conjuntamente, esto es, los que practican unos mismos ritos. De los patriotas se esperan actitudes inflamadas, cuando no heroicas al servicio de la patria: a los compatriotas basta con pedirles el pasaporte para descubrir que lo son. La lengua resuelve el problema de soledad de los occidentales 145 sin integrarlos excesivamente en el grupo. Digamos que las sociedades occidentales son como los conjuntos matemáticos, agrupaciones de elementos que están juntos, pero no revueltos. Frente a ellas, las sociedades no occidentales son sociedades mucho más cohesionadas con cementos de unión varios, desde la religión hasta las tradiciones o los ancestros. La historia de cómo Occidente se fue liberando de la vieja estructura tribal, étnica y religiosa se ha contado muchas veces. Primero fue Grecia, donde se inventó la democracia, el acuerdo consistente en que las decisiones políticas no las toma una persona o una casta sino todos los ciudadanos. Luego fue Roma, donde se inventó el derecho, la regulación legal de todos los aspectos de la vida ciudadana y la remisión de los conflictos entre individuos a tribunales especializados en interpretar las leyes. Más tarde fue el cristianismo, una religión que, al democratizar la ley de Moisés, predicaba un mensaje de salvación personal y una trayectoria de perfeccionamiento. Por fin, la Ilustración y las 146 revoluciones subsiguientes edificaron un horizonte de libertad y de pensamiento individuales como programa político a base de trasladar el paradigma cristiano a la vida diaria. Es una trayectoria de cambios encadenados, notablemente compleja y coherente, en la que no se ve cómo podrían encontrarse atajos con facilidad. Por eso, no deja de sorprender la ingenuidad con la que se ha pretendido trasladar de golpe este paradigma a civilizaciones basadas en supuestos diferentes, ya sea de grado o por la fuerza. En el fondo, la postura de Roma, cuando creaba nuevos asentamientos coloniales con el propósito declarado de implantar la ley romana, la postura del misionero español, que aspiraba a instruir a los indígenas en las sutilezas del catecismo cristiano, y la postura de los norteamericanos, cuando invadieron y bombardearon Irak según ellos "para llevar la democracia", comparten un mismo malentendido ideológico. Mas lo que no se suele destacar suficientemente, a mi entender, es que todas estas etapas representan 147 cambios históricos en relación a la lengua y a las actitudes lingüísticas. La democracia ateniense no consiste sólo en dejar hablar al pueblo: este siempre lo había hecho propalando todo tipo de rumores. La novedad estribó en considerar a cada persona como un interlocutor válido, cuyas opiniones eran tan aceptables como las de cualquier otro. Tampoco el derecho romano basa su esencia en la regulación de la vida social -cualquier jefe tribal lo está haciendo constantemente-, sino en que la misma se ajusta a textos precedentes. Ni es el cristianismo simplemente una religión monoteísta, sino un humanismo: se trata del primer monoteísmo personalista de la historia, del primero en el que la divinidad se rebaja a la altura del hombre y comparte su suerte hablándole en su propio lenguaje. El último cambio, el que se precipita con la Ilustración y ya se iniciaba en el Renacimiento, no fue menos lingüístico: consistió en matematizar la ciencia, es decir, en leer la naturaleza con un filtro lingüístico. Sin la conversión del fenómeno en ley, nunca se habría producido la revolución 148 tecnológica, que es la base de la revolución industrial. Toda la historia de Occidente ha consistido en ir soltando amarras, en que el misterio fuese dando lugar, poco a poco, al logos. Los miedos del hombre ancestral son, por definición, inefables, que vale tanto como inexpresables. Convertirlos en discursos los fue desvelando paulatinamente. Hay un pueblo indígena de la familia chibcha que vive en Panamá, los kuna, el cual, junto a la lengua usual, posee tres géneros ritualizados para otras tantas prácticas religiosas: el género asambleario (el hamakke), el género puberal (el kantule) y el género mágico (el ikarkana). No es algo privativo de esta etnia: algo parecido se encuentra entre los dogon de Malí, entre los azande de Sudán, entre los kaluli de Papúa, entre los hué de Vietnam, etc. ¿En qué consisten estos géneros? En ciertos tipos de lenguaje que resultan incomprensibles para los no iniciados, esto es, en fórmulas secretas. El hamakke se utiliza para tomar decisiones relativas a la vida comunitaria (ir a la guerra, sembrar tal cereal…) ante la asamblea. El 149 kantule inicia a las jóvenes adolescentes en la vida y las dota de un nombre secreto, es un rito de iniciación. El ikarkana sirve para curar enfermos y para hablar con los espíritus. Pues bien, lo que ha ocurrido en Occidente es que estas tres pulsiones mágicas, tan humanas, se han desacralizado progresivamente: el hamakke se practicaba ya en Grecia en el ágora, sólo que en griego común; el kantule, la educación de los adolescentes, fue la función que muy pronto se arrogó la Iglesia y que luego heredaron las universidades, una práctica que hasta no hace mucho se realizaba en latín y que ahora ya se hace en la lengua usual; el ikarkana, el control sobre la enfermedad y sobre las fuerzas de la naturaleza, es la moderna función de la ciencia y está subrogada a su peculiar lenguaje. A nadie debería sorprender, por tanto, que caractericemos a Occidente como una civilización lingüística. Lo es por dos motivos. Porque ha encontrado en la(s) lengua(s) una solución aglutinadora suficientemente laxa para garantizar al mismo tiempo la unidad nacional de los ciudadanos 150 y su necesaria independencia individual. Y porque las etapas históricas que han conducido a esta situación han consistido en ir liberando progresivamente ámbitos reservados antes a los dioses a base de tornarlos comunes, esto es, compartidos por la comunidad en sus discursos. Por eso, la expansión de las naciones occidentales siempre se ha concebido como una expansión lingüística. La expansión del Islam fuera de los países árabes no propagó el árabe, tan sólo el Corán: de ahí que ni Indonesia ni Afganistán ni Persia ni Pakistán hablen la lengua del profeta. La expansión del imperio de los mandarines por Asia no propaga el chino de Pekín sino la escritura ideográfica, una colección de miles de símbolos que permiten representar mensajes en cualquier lengua del grupo sínico e incluso de otros grupos como el japonés. La expansión de las potencias coloniales europeas, en cambio, siempre ha dejado tras de sí una inconfundible huella idiomática. Ya Roma se preocupó de ahormar sus provincias en el molde del latín y las que experimentaron más de cerca y más 151 prolongadamente su dominio siguen hablándolo hoy de formas un tanto extravagantes que ahora se llaman español, catalán, francés, italiano o portugués. Luego, algunas de las naciones que hablaban estas lenguas, y otras que no llegaron a quedarse con el latín, extendieron dicho modelo a sus propias aventuras coloniales: Inglaterra se instaló en Virginia y en Massachusets y hoy EEUU habla inglés; España se expandió por México, Colombia y Perú por lo que estos países hablan ahora español; de manera similar, habla Brasil en portugués y Siberia en ruso. 152 Tres soluciones al problema de la lengua El nacionalismo lingüístico es una rareza histórica, que sólo se da en Occidente o en sociedades primitivas donde la etnia coincide absolutamente con la lengua. Si bien se mira, se trata de una solución bastante simple al problema de la socialización. Los muisca eran un pueblo que habitaba la sabana de Bogotá y muisca era el nombre de la lengua que empleaban y también significaba "ser humano". En otras palabras, que hablar vale tanto como existir. Pero en cuanto los pueblos salen de esta fase prehistórica, la ecuación lingüística se quiebra porque el estado es casi siempre más amplio que los estrechos límites de un solo idioma. La solución adoptada ha sido la de alzar una lengua -la más extendida- a la condición de lengua nacional o la de crear un nuevo idioma mixto a base de combinar rasgos de varios idiomas. La primera es la solución potaje: un potaje de garbanzos tiene sobre todo garbanzos, pero también 153 patatas, tocino, col, etc. En Indonesia existen más de doscientas lenguas, aunque se usa el malayo (el bahasa indonesia) como lengua común de intercambio. En la India, el idioma más extendido es el hindi, si bien Madrás esta fuera de su influencia y hasta Calcuta se muestra reticente a emplearlo. En el antiguo imperio inca, el quechua era la lengua de la administración que usaban súbditos de lenguas maternas diferentes, a pesar de que el idioma de la clase dirigente -los incas- no era el quechua, sino el puquina. La segunda solución es la solución puré. Un puré de garbanzos es una pasta uniforme en la que se mezclan los sabores del garbanzo, de la patata y de la col. En África lo normal es que convivan decenas de lenguas en un mismo país, aunque en la parte oriental tienda a usarse el swahili, un idioma de base bantú, pero con numerosos términos del árabe. En Nueva Guinea cientos de idiomas indígenas mutuamente ininteligibles ceden ante la creación de una koiné, el pichin, en la que participan elementos del melanesio, del samoano y del inglés. 154 ¿Y Europa? Europa, pese a presentar un panorama lingüístico complejo similar al de aquellos países, ha optado casi siempre por la solución nacionalista extrema, es decir, por intentar imponer una lengua y procurar que esta arrincone a las demás. Es la solución gachas consistente en que sólo se come trigo (o arroz o mijo o maíz, depende de la cultura), hasta el punto de que cuando uno tropieza con algo diferente lo extrae del plato disgustado. La forma europea de esta solución podría llamarse nacionalismo lingüístico originario y se da en todas partes. Se dio en Transilvania, cuando pertenecía a Hungría y se intentó desplazar el rumano de los campesinos por el húngaro de los terratenientes; y se da en Transilvania, desde que el tratado de Trianón la adjudicó a Rumanía y se pretende que el rumano de la administración desplace al húngaro de la gente de a pie. Se dio en el País Vasco cuando el español de las ciudades fue suplantando al euskera de los caseríos y se da en el País Vasco cuando el vasco unificado -euskera batua- del gobierno intenta reemplazar al español de la mayoría de los 155 gobernados. Se dio en Silesia cuando pobladores de origen alemán desplazaban a los polacos y se dio en Silesia, tras la segunda guerra mundial, cuando pobladores de origen polaco desplazaron a los alemanes. Esos vaivenes, tan típicos de la historia europea, son los responsables de que muchas ciudades tengan doble nombre: Kolozsvár / Cluj, Donostia / San Sebastián, Breslau / Wroclaw. El problema, naturalmente, es qué se entiende por "originario" y, sobre todo, por qué un origen anterior habría de negarle el pan y la sal a una lengua implantada más tarde (a veces, también a sus hablantes: que los rusohablantes de Letonia y de Estonia sean considerados ciudadanos de segunda es una vergüenza incomprensible en países de la UE). 156 Estados Unidos: la nación asustada Todo lo que el lector lleva leído hasta ahora debe considerarse como una preparación para los argumentos que siguen. Hemos visto cómo, ante la irremisible decadencia de las naciones en el proceso de la globalización, cada civilización ha echado mano del salvavidas que mejor se ajustaba a sus características. Quiénes optaron por la religión, quiénes por la etnia, quiénes por las tradiciones: son otras tantas formas de ideología. En Occidente, por las razones expuestas, la almadía del náufrago fue la lengua, un sistema ideológico también. Todo lo cual explica la génesis de las obras y las sorprendentes posiciones dialécticas de un autor que ha suscitado adhesiones inquebrantables a la par que críticas feroces: Samuel P. Huntington. No me interesa encarar sus planteamientos, tildados -con razón- de derechistas, desde una perspectiva ideológica. Este tipo de crítica sólo puede hacerse 157 desde la posición contraria y, naturalmente, suele ser bien acogido en su seno y desestimado fuera del mismo. Lo que me interesa es averiguar la razón por la que un profesor, habitualmente ponderado en sus análisis -por más conservadores que sean-, rompe de repente con la contención académica y adopta posturas de mitin político, las cuales le llevan a exclamar como un iluminado: "La continuidad de los elevados niveles de inmigración mexicana e hispana en general unida a las bajas tasas de asimilación de dichos inmigrantes a la sociedad y cultura estadounidenses podrían acabar por transformar Estados Unidos en un país de dos lenguas, dos culturas y dos pueblos. Pero esto no sólo transformaría Estados Unidos. También acarrearía profundas consecuencias para los hispanos, que estarían en Estados Unidos, pero no serían de Estados Unidos. Lionel Sosa termina su libro, El sueño americano (una obra llena de consejos para los hispanos que aspiren a hacerse 158 empresarios), con las palabras siguientes: “ ’¿El sueño americano? Existe, es realista y cualquiera de nosotros puede compartirlo’. No es cierto. No existe tal sueño americano ( dream). Sólo hay un único sueño americano (American dream), creado por una sociedad angloprotestante. Los mexicanoamericanos compartirán ese sueño y esa sociedad sólo si sueñan en inglés"41 . ¿Qué hay detrás de este exabrupto, especialmente grosero cuando se piensa que la recriminación se está dirigiendo a los únicos inmigrantes que vienen de América, esto es, a los únicos con tanto derecho a tener un sueño "americano" como los propios ciudadanos de EEUU y de Canadá? Creo que hay, fundamentalmente, temor. Temor a que los Estados Unidos, que ya sólo parecen poder aglutinarse por la lengua, vayan a dejar de hacerlo. Es la consecuencia de haber cimentado las naciones occidentales en las 41 Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos. los desafíos a la identidad nacional estadounidense, Barcelona, Paidós, 2004, 297. 159 lenguas. Si EEUU es una nación y el Credo político de la declaración de independencia pierde gas, si las amenazas exteriores dejan de agrupar a sus ciudadanos como una piña, al tiempo que la globalización dispersa sus comunes intereses económicos, nada salvo la lengua –pensaba Huntington y con él una legión de ensayistaspermitirá salvaguardar la entidad nacional de los EEUU. Y para llegar a esta conclusión pasaba por alto obvias semejanzas entre el norte y el sur del continente americano en un ejercicio de obstinada tergiversación de los hechos. No voy a emprender la exégesis detallada del ideario del fallecido polemista, lo considero tan sólo como síntoma de una actitud generalizada en EEUU, pero sí voy a traer a colación algunas citas de su obra. Las tomaré de un libro anterior, The Clash of Civilizations, en el que no se denunciaba -todavía- ni el "peligro" de la invasión hispana ni la angustia por el "deterioro de la identidad" norteamericana. Lo hago así para sustraer este debate al ámbito de la confrontación directa entre 160 anglos e hispanos en el que se ha planteado Who are We? Naturalmente, para ser Yo tengo que enfrentarme al Otro y el Otro, por definición, no puede sino reflejar mi realidad de forma negativa. Además, quisiera destacar que la obra que el lector tiene en sus manos, aunque se ha concebido en español, se escribe desde Europa. En otras palabras: el autor está interesado en el conflicto, pero no se siente parte del conflicto. Pase lo que pase, el nuevo EEUU del siglo XXI beneficiará a sus ciudadanos y entre ellos no nos contamos los europeos. Pues bien, cuando se examina el célebre libro The clash of civilizations42 , uno se entera de que en el mundo moderno ya no habrá naciones ni estados, sino civilizaciones, y de que estas son nueve: occidental, latinoamericana, africana, islámica, sínica, hindú, ortodoxa, budista y japonesa. También descubre que, a lo que parece, dichas civilizaciones están condenadas a chocar entre sí. Es 42 Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Buenos Aires, Paidós, 1997. 161 fácil conceder crédito a Huntington en lo de la prevalencia de las civilizaciones sobre las naciones y los estados nacionales -al fin y al cabo, la globalización ha destruido el mundo surgido de la paz de Westfalia y del tratado de Viena- y también, aunque con reservas, en la predicción pesimista de su choque inevitable. Entre la interesada utopía triunfalista de la pax americana de Fukuyama43 (nada que ver con la paz perpetua de Kant) y el siniestro mundo tripolar del 1984 orwelliano44 , lo de Huntington representa una solución de compromiso, desagradable, pero verosímil. En lo que no puedo estar de acuerdo es en la nómina de los actores. Tal 43 Francis Fukuyama, "The End of History", The National Interest, 16, 1989, 4. 44 Este mundo de ficción concebido por George Orwell hacia mediados del siglo XX en su novela 1984 constaba de tres bloques: Oceanía (Occidente), Eurasia (probablemente la antigua URSS, junto con el mundo islámico, entregado por entonces a un panarabismo influido por aquella) y Asia Oriental (las civilizaciones sínica, budista, hindú y japonesa de Huntington). Lo demás, es decir, el hemisferio meridional integrado por África y Latinoamérica no cuenta, con la única excepción de Australia y Nueva Zelanda. 162 vez habrá quien considere excesiva la separación entre la civilización china y la budista (Vietnam, Camboya, Thailandia, etc.); se puede igualmente discrepar de la conveniencia de oponer un mundo ortodoxo frente a un mundo católico-protestante, siendo así que los tres son cristianos y tienen su origen en Europa. Sin embargo, también hay buenas razones para mantener la diferencia. Pero lo que no se entiende es cómo justificar la oposición de Occidente a Latinoamérica. ¿Acaso Latinoamérica no es una civilización occidental? Los hispanos se sorprenden cuando esta obviedad se pone en duda. Huntington, y con él muchos norteamericanos, parecen convencidos de lo contrario. Veamos sus razones. Permítanme hacer patente mi perplejidad reproduciendo algunas citas textuales del libro de Huntington: "Prácticamente todas las grandes civilizaciones del mundo en el siglo XX o han existido durante un 163 milenio o, como ocurre con Latinoamérica, son el vástago directo de otra civilización longeva" (49). Esa civilización longeva a la que se refiere H., contra lo que parece, no es la española o la portuguesa, surgidas en la Edad Media y herederas directas de Roma, sino la amerindia. Como si se pudiese hablar de una sola entidad cultural en el caso de los pueblos amerindios -que a menudo se desconocían mutuamente- y, sobre todo, como si las distintas naciones de América Latina continuasen el legado de aquellos pueblos. Esto es simplemente falso en el caso de Argentina, Chile o Brasil, tan sólo oficialmente aceptable, pero nunca en la práctica, en el de México y admisible parcialmente en algunos casos, en porcentajes variables -desde la presencia indígena vestigial de Venezuela o Colombia hasta la consolidada de Ecuador, Perú y Bolivia-. En sentido estricto, el único país donde una lengua amerindia está más extendida que el español es Paraguay; pero ello se debe a que el 164 idioma guaraní fue salvaguardado e impuesto sobre otros gracias a una transmutación cultural dirigida por los jesuitas. No es este el único malentendido en el que se cimenta la creencia en el choque de civilizaciones. Todavía resulta más llamativa la facilidad con la que H. le niega a Latinoamérica el pan y la sal del reconocimiento de las virtudes occidentales: "El origen de la civilización occidental se suele datar hacia el 700 u 800 d.C. Por lo general, los investigadores consideran que tiene tres componentes principales en Europa, Norteamérica y Latinoamérica. Sin embargo, Latinoamérica ha seguido una vía de desarrollo bastante diferente de Europa y Norteamérica. Aunque es un vástago de la civilización europea, también incorpora, en grados diversos, elementos de las civilizaciones americanas indígenas, ausentes de Norteamérica y Europa. Ha tenido una cultura corporativista y autoritaria que 165 Europa tuvo en mucha menor medida y Norteamérica no tuvo en absoluto." (53). Vaya, vaya. Ahora que acaba de estrenarse la película Der Untergang, sobre los últimos días de Hitler y del régimen nazi, y que una oleada de neomaccarthysmo recorre Estados Unidos como secuela indeseable de la matanza terrorista del 11-S, nos vienen con esas. Más valdría no hurgar demasiado en la cuestión del autoritarismo en Europa y en América: la democracia es flor delicada y cualquier cambio brusco del clima político le sienta fatal, tanto al norte como al sur del continente americano, tanto al este como al oeste del subcontinente europeo. La grandeza de Occidente, no obstante, estriba en que la democracia puede resfriarse. Peor es el caso de aquellas civilizaciones que nunca tuvieron un catarro porque sus condiciones de vida política han sido siempre tan duras que ya están inmunizadas. Esto es justamente 166 lo que, por desgracia, aún sucede en amplias zonas de la Tierra. Pero lo peor estaba por venir, hasta ahora teníamos un simple andante. He aquí el allegro: "Las características fundamentales de Occidente, las que le distinguen de otras civilizaciones, datan de antes de la modernización de Occidente … El legado clásico … El catolicismo y el protestantismo. El cristianismo occidental, primero catolicismo y después catolicismo y protestantismo, es históricamente la característica más importante de la civilización occidental … La Reforma y Contrarreforma y la división de la cristiandad occidental en un norte protestante y un sur católico son igualmente rasgos característicos de la historia occidental, totalmente ausentes de la ortodoxia oriental y alejados en gran medida de la experiencia latinoamericana … Las lenguas europeas. La lengua como factor distintivo de la gente de una cultura respecto a la otra sólo cede en importancia ante la 167 religión. Occidente difiere de la mayoría de las demás civilizaciones en la pluralidad de sus lenguas. El japonés, hindi, mandarín, ruso e incluso árabe se reconocen como las lenguas centrales de sus civilizaciones. Occidente heredó el latín, pero surgieron diversas naciones y, con ellas, lenguas nacionales agrupadas no muy estrictamente en las amplias categorías de románicas y germánicas … Como lengua internacional común para Occidente, el latín cedió su puesto al francés, el cual a su vez fue reemplazado en el siglo XX por el inglés … Separación de la autoridad espiritual y temporal … El imperio de la ley … El pluralismo social … Los cuerpos representativos … El individualismo … Tomados separadamente, casi ninguno de estos factores fue exclusivo de Occidente. Pero la combinación de ellos sí lo fue y esto es lo que dio a Occidente su cualidad característica" (81-82). Vayamos por partes. Por lo que hace al legado clásico, no veo por qué habría de conservarse más 168 estrechamente en los EEUU que en Latinoamérica: al fin y al cabo, donde se sigue hablando un latín evolucionado es en el sur y no en el norte del continente; donde se conserva la estructura de la urbs romana es en Lima, en ciudad de México o en Buenos Aires, mucho menos en Los Ángeles, en Minneapolis y en Atlanta; donde el derecho romano sigue vigente es también al sur del Río Grande y no en los usos jurídicos consuetudinarios del norte. Luego está el tema de la religión. Según H., Latinoamérica, por ser sólo católica, no es occidental. Igual que Italia, España, Polonia, Austria…, añadiría yo. O como Suecia, Dinamarca, Noruega, Gran Bretaña…, países que sólo son protestantes y que por ello tampoco deberían considerarse representativos de Occidente. Por cierto que, conforme a dicho criterio, hasta el siglo XVI no habría habido Europa alguna, pues no existió dualidad religiosa. Simplezas: Europa es una y tiene regiones protestantes, regiones católicas y regiones mixtas. Como el continente americano, poco más o menos. 169 En cuanto a las lenguas, parece ser que lo característico de Occidente no es hablar lenguas europeas occidentales (o sea, en América: inglés, español, portugués y algo de francés), sino el hecho de que estas se hayan turnado en la condición de lengua de intercambio. Pero esto, que es característico de Europa, no lo ha sido nunca de América, ni de la del norte ni de la del sur. Es cierto que en los EEUU recién independizados de Gran Bretaña se llegó a plantear la posibilidad de declarar el griego (!) como lengua oficial: por supuesto, sin éxito, pues siempre dominó y sigue haciéndolo el inglés. Lo mismo ha ocurrido en Latinoamérica: aunque en los primeros momentos hubo tentaciones -sobre todo en Argentina- de abandonar el español, nadie secundó seriamente la idea y hoy como ayer este idioma es el dominante. Consideremos ahora la cuestión de la separación entre la Iglesia y el Estado. Que los EEUU siguen la tradición inglesa es cosa sabida y que la han extremado, también (porque el monarca inglés sigue siendo la cabeza de la confesión anglicana: ¿o no?). 170 Puede que la irrupción de los fundamentalistas bíblicos y de los telepredicadores en la maquinaria electoral de los dos grandes partidos, sobre todo en la del republicano, vaya a cambiar esto para mal, pero es prematuro pronunciarse. En cualquier caso, lo que me parece sorprendente es que por relación a Latinoamérica no se advierta que la separación entre la autoridad temporal y la espiritual es precisamente uno de sus rasgos más característicos. No ocurría así en los pueblos amerindios -entre los aztecas o entre los incas-, los cuales seguían el mismo patrón cultural que los pueblos musulmanes o los hindúes. Pero desde la llegada de las naves de Colón, lo que encontramos casi siempre es un enfrentamiento entre el poder civil y el religioso. En la época colonial había una razón para ello: la Iglesia aspiraba a administrar directamente a las comunidades indígenas y a aislarlas -entre otras cosas en el aspecto lingüístico: por eso se conservaron los idiomas amerindios- de los funcionarios del gobierno; el Estado y los empresarios, por el contrario, necesitaban mano de 171 obra barata e intentaron obtenerla en las reducciones eclesiales transformándolas en encomiendas. El discurso de Bartolomé de las Casas constituye la narración de esta pugna y las misiones jesuíticas, el paradigma del triunfo de la Iglesia. En la época de la independencia, la lucha continúa, pero ahora son los laicos los que ganan la partida: sucesivas revoluciones van dando al traste con el poder territorial confesional y en bastantes países la constitución decimonónica proclama la libertad de cultos, desde luego mucho antes que en los de Europa. Hoy en día, cuando el poder del Estado parece haberse asentado omnímodamente, la teología de la liberación, sin embargo, vuelve a plantarle cara en muchos sitios, en Guatemala, en Brasil o en la misma Cuba (el Fidel Castro que bajaba de Sierra Maestra lo hacía parapetado en símbolos religiosos). En resumen: pretender que Latinoamérica se caracteriza por el carácter confesional del Estado es una broma genial; ni siquiera lo fue en los regímenes fascistas: el peronismo, aun impulsado por la Iglesia católica, 172 tenía poco que ver, en este aspecto, con la España de Franco en la que el dictador entraba bajo palio en los templos. El imperio de la ley: he aquí el problema. Ni el defensor más acérrimo de Latinoamérica podría hacer oídos sordos a la evidencia de que allí la ley es vejada sistemáticamente y desde hace mucho tiempo. Miles de mujeres violadas y asesinadas en el norte y en el sur de México, al tiempo que los secuestros y las extorsiones menudean en la capital federal. Regiones enteras dominadas por las mafias del narcotráfico, a las que ni siquiera el ejército logra meter en cintura, en Colombia y en Perú. Favelas inmensas de Saõ Paulo y de Rio de Janeiro, hacendados que exterminan indígenas y desertizan la Amazonia en Brasil. Dictaduras y más dictaduras que se ríen de los derechos humanos, de las que los últimos ejemplos fueron la de Pinochet en Chile, la de la Junta militar en Argentina y la castrista en Cuba. La vulneración sistemática del imperio de la ley es, desde luego, la asignatura pendiente de Latinoamérica (no sólo: piénsese en Guantánamo, 173 aunque irónicamente esté en Cuba), en este examen de patrones occidentales que estamos realizando. Sin embargo, conviene no confundir los términos. Todo esto sucede, pero no de forma permanente y, como si dijéramos, estructuralmente. Quiero decir, por contraste, que la inoperancia de la ley civil -o incluso su ausencia- no es algo que suceda en las sociedades musulmanas como consecuencia de algún avatar histórico: la sharia, la ley religiosa inspirada en el Corán, es la condición misma de su existencia. En cambio, Latinoamérica no tiene nada que ver con este modelo cultural ni con el esclerotizante sistema de castas de la civilización hindú, por ejemplo. Todos los países latinoamericanos han conocido períodos de tradición liberal y de dominio de la ley entreverados de períodos autoritarios en los que la ley es papel mojado. El requisito que estamos comentando no se ha alcanzado todavía, pero la sociedad está culturalmente volcada a lograrlo. Y no sólo eso. Una de las razones más decisivas, aunque no la única, para el fracaso ha venido siendo 174 desde hace dos siglos la actitud vergonzosa de los EEUU, cuyas intervenciones, militares o no, han contribuido a aplastar la ley en su patio trasero con manifiesta burla de los principios de su propia Carta fundacional. No fue una casualidad que las dictaduras de Chile y de Argentina, a las que me acabo de referir, fueron promovidas por Washington; y la de Cuba, en la medida en que se apoyaba la sangrienta dictadura de signo contrario de Batista, también: todo ello no hace sino continuar de otra manera la práctica estadounidense ancestral de ocupar países centroamericanos con los marines. Esto lo sabemos todos y los ejemplos son tan abundantes como las estrellas del cielo y las arenas del mar, en cualquier periodo histórico y en cualquier país latinoamericano. Corramos, pues, un piadoso velo por este triste episodio de la política continental de los EEUU y de su big stick, el cual se pretendió legitimar ideológicamente por el clérigo -con la Iglesia hemos topado- Josiah Strong en su 175 obra Our Country y legalmente mediante el corolario Roosvelt a la doctrina Monroe45 . El pluralismo social de las sociedades latinoamericanas también es un hecho y está anclado en la historia. En la sociedad colonial, inspirada en las leyes de Indias, la sangre crea un sistema de castas, pero su mezcla en proporciones variadas relativiza las barreras y da lugar a una compleja jerarquía social con posibilidad de moverse a lo largo de la escala. Cuando llegue la independencia, se proclamará la igualdad de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su raza, sexo o 45 Strong pretendía que EEUU es el paladín de la virtud anglosajona y que ello le obliga a intervenir en México o en cualquier otro país de Centro o Sudamérica para intruirlo en cómo comportarse civilizadamante, con un curioso sesgo spenceriano de darwinismo social, muy de la época, por el que se afirma la confianza en el triunfo de los mejor adaptados al entorno. El corolario Roosvelt a la doctrina Monroe, la cual previene el intervencionismo europeo en América, es marcadamente ideológico, pues concibe los EEUU como una especie de policía, necesario porque "chronic wrongdoing, or an impotence which results in a general loosening of the ties of civilized society … ultimately require intervention by some civilized nation". 176 condición social. Por eso, los nuevos países latinoamericanos fueron pioneros en prohibir la esclavitud: siguiendo el ejemplo de Haití, la primera nación independiente del Caribe, la Junta Suprema de Caracas abole el tráfico negrero en 1810, mientras que el Congreso chileno lo hace en 1811; pronto, las constituciones latinoamericanas pasarán a prohibir la esclavitud como tal, ya desde los congresos bolivarianos de Angostura (1819) y Cucuta (1821); hacia mediados del XIX el proceso de manumisión se ha consumado efectivamente en todas las repúblicas. Bueno es recordar que, mientras tanto, los primeros titubeos abolicionistas ingleses son de 1834, la ley de EEUU tiene que esperar a 1865 (y, en la práctica, hasta la Gran Sociedad de Johnson, hacia 1968), la de Francia hasta 1848, la de España hasta 1873, la del imperio de los Braganza portugueses en Brasil hasta 1888. De acuerdo, se dirá, pero para los demás, para las personas que no eran esclavos, resulta evidente que no se puede comparar la movilidad social europea y, sobre todo, estadounidense con la latinoamericana. 177 Pues según y cómo. Esto es cierto para EEUU, pero no para Europa porque lo que llevaba a los europeos a emigrar a América era precisamente la imposibilidad de salir de la casilla social a que les había condenado su nacimiento. Para ellos América significaba el continente, no sólo los EEUU: los inmigrantes europeos crearon una cultura del ascenso social en el norte y en el sur indistintamente, una cultura que ha funcionado mejor en los EEUU que en Latinoamérica (sobre todo en los países de fuerte ingrediente poblacional indígena) y que, desde la globalización y la nueva economía liberal de mercado, se ha convertido más en un mito que en una realidad. Por desgracia, las bolsas de pobreza se extienden por todo el continente, las nuevas generaciones viven peor que sus padres y el hombre hecho a sí mismo ha dejado de estar vigente en uno y otro sitio. Los cuerpos representativos constituyen otro punto flaco de este examen latinoamericano de grado de occidentalización. No porque no existan, entiéndase bien: las constituciones de todos estos países están 178 inspiradas en la de los EEUU y ello desde el primer tercio del siglo XIX. El problema estriba en las dificultades para mantener separados los tres poderes y en la excesiva frecuencia con la que regímenes militares o dictaduras despóticas han impuesto una cancelación de los derechos democráticos. Esta es una evidencia que no se puede negar y que el tópico de la "república bananera" declara paladinamente. Con todo, también aquí, sería bueno que los EEUU examinasen seriamente su responsabilidad. Porque república bananera es en español un calco léxico, viene del inglés, del modelo de la banana republic impuesta por la United Fruit Company en Centroamérica. Un ejemplo entre mil: Guatemala tenía desde el siglo XIX una tradición liberal bien asentada, interrumpida tan sólo por dos decenios de conservadurismo autoritario; pero, en 1931, la crisis mundial de los precios de los productos agrícolas tropicales llevó a los terratenientes a recurrir a la embajada de EEUU y a que esta apoyase el golpe militar del general Ubico; al año siguiente, el 179 ejército aplastó una huelga de obreros agrícolas y en 1936 se consolidaron las concesiones a las compañías fruteras de EEUU y se les entregó el monopolio del ferrocarril; desde entonces hasta ahora mismo, la historia de Guatemala ha sido un trágico vaivén de revoluciones y represión. No resulta difícil imaginar lo que habría sido del subcontinente sin este intervencionismo obcecado y, sobre todo, torpe porque se ha vuelto contra quien lo indujo generando un sentimiento generalizado de resentimiento y de desconfianza hacia el vecino del norte del que este no puede esperar nada bueno. El individualismo, en cambio, es un valor esencial de la sociedad latinoamericana, tanto o más que de la de los EEUU. El mito del cowboy del Medio Oeste tiene su correlato en el del gaucho argentino, el del buscador de oro de Alaska en el del garimpeiro brasileño. Sólo las culturas indígenas son más tribales que individuales, si bien el subcontinente vive un acelerado proceso de hispanización de las mismas al calor del éxodo rural 180 y del asentamiento de la población en las grandes ciudades. Claro que todo esto que llevo dicho tal vez sea innecesario. El profesor H. ve un hilo de esperanza y está dispuesto a perdonarle la vida a México con este fascinante vivace: "Durante muchos años, Turquía cumplió dos de los tres requisitos mínimos para que un país desgarrado cambiara de identidad desde el punto de vista de la civilización. Las élites de Turquía apoyaban mayoritariamente dicho tránsito y su sociedad estaba conforme. Sin embargo, las élites de la civilización receptora, la occidental, no fueron receptivas. Mientras la pelota estaba en el tejado, el resurgimiento del islam dentro de Turquía comenzó a socavar la orientación laica y prooccidental de las élites turcas … Los líderes turcos, haciéndose eco de estas fuerzas en conflicto, describen habitualmente su país como ‘puente’ entre culturas … Cuando los líderes de Turquía denominan a su 181 país ‘puente’ confirman de forma eufemística que está desgarrado. Turquía se convirtió en un país desgarrado en los años veinte. México no lo fue hasta los ochenta. Sin embargo, sus relaciones históricas con Occidente guardan ciertas semejanzas. Como Turquía, México tenía una cultura claramente no occidental. Incluso en el siglo XX, como dice Octavio Paz, ‘el núcleo de México es indio, es no europeo’ " (176-177). Y continúa comparando a México con Turquía: primero, sus imperios fueron desmembrados por los occidentales; luego hubo una revolución; luego se produjeron intentos de redefinición cultural, proeuropeos en el caso de Turquía, antinorteamericanos en el de México. Hasta que los presidentes Miguel de la Madrid y Carlos Salinas -también Vicente Fox, diría ahora H.- cambiaron el rumbo e iniciaron un acercamiento a EEUU. 182 "Lo mismo que las reformas de Ataturk se proponían transformar Turquía, país musulmán de Oriente Próximo, en un país europeo, las reformas de Salinas se proponían cambiar México, país latinoamericano, en un país norteamericano" (177). Las comparaciones históricas son peligrosas, pues corren el riesgo de tomar el rábano por las hojas, de fijar la atención en lo accidental y obstinarse en no captar lo esencial. Lo digo con conocimiento de causa, ya que el presente ensayo se basa -como podrá comprobar el lector- también en una comparación de este tipo, sólo espero que mejor fundamentada. Porque la comparación de H. se equivoca de lleno. Primero, no sé qué idea tiene del pensamiento de Octavio Paz (parece que se basa en una entrevista): el indigenismo es la doctrina oficial impuesta por la revolución mexicana frente a España -basta ver los murales de Diego Rivera-, pero ni la comparte la mayoría de la gente ni, desde luego, Paz, que fue precisamente defensor de una 183 síntesis entre lo español y lo indígena según revelan estas palabras: "Tentativa de comprensión, el estudio de Pérez Martínez [sobre Cuauhtémoc] escapa a la mezquindad del ‘indianismo’ como a la soberbia vacía del ‘hispanismo’. No se puede reducir la historia al tamaño de nuestros rencores. El Cortés que nos pinta Diego Rivera es tan falso como el Cuauhtémoc que nos describe Vasconcelos … Cuauhtémoc y Cortés están vivos en la imaginación de todos los mexicanos y no dejan de luchar secretamente en el interior de cada uno de nosotros. Negar a uno es negar al otro y negarnos a nosotros mismos"46 . Volvamos al paralelismo entre Turquía y México. Se supone que se trata de dos naciones desgarradas entre Oriente y Occidente, las cuales intentan 46 Octavio Paz, Las peras del olmo, Barcelona, Biblioteca Breve, 1982, 215-216. 184 volverse hacia el faro civilizador occidental, hacia Europa en el caso de Turquía, hacia Norteamérica en el de México. He aquí un nuevo malentendido radical de H. Turquía, un país asiático y musulmán, temido por los europeos desde que conquistó Constantinopla en 1453 al frente del Islam, hace esfuerzos por integrarse en un mundo ajeno a su naturaleza. Pero, ¿México? ¿Acaso no es un país norteamericano, como lo puedan ser Texas o Arizona? ¿Por qué habría de norteamericanizarse? Y si por tal se entiende que quiere volverse del lado de la cultura de los EEUU y renunciar a la suya tradicional (que es lo que Atatürk le planteó a Turquía), nada más falso: México se debate internamente entre la filiación española y la india, pero no muestra una proclividad adscriptiva especial por los EEUU. En otros términos: México es un país emocionalmente desgarrado, pero no en su latinoamericanismo, sino hacia dentro. Desgarramiento que también aparece en Perú, en Bolivia o en Ecuador, aunque no en Argentina, en Costa Rica o en Chile. Es, mutatis mutandis, algo 185 parecido a lo que sucede al norte del río Grande: los EEUU no presentan un desgarramiento cultural, Canadá sí, pero en ambos casos se trata de inequívocos países occidentales. La comparación de México con Turquía es especialmente desafortunada no sólo por lo erróneo de su planteamiento, sino también por lo que insinúa respecto al conjunto de países del que una y otra forman parte. Y es que, si Turquía entrase en la UE, no le seguiría ningún otro país musulmán de Oriente Próximo dado que los demás ni son estados laicos ni de lengua no árabe, mientras que en el caso mexicano, sus valores, su filiación y su misma dualidad de entronque los comparte con una veintena de países. 186 Planteamientos reactivos Las ideas (?) de Huntington no tardaron en producir apasionadas reacciones del lado de los autores mexicanos. Comentaré tan sólo las objeciones contenidas en un reciente tomo colectivo destinado íntegramente a poner en tela de juicio el libro Who are we47 . Esto, de por sí, ya es indicativo. Los libros, incluso los que merecen la pena, suelen suscitar reseñas y comentarios en revistas, raramente contralibros. Los autores agrupados en la citada obra colectiva manejan varios tipos de argumentos: 1) El argumento de la falta de cientificidad. Aunque H. acompaña su texto con numerosos cuadros estadísticos, tablas numéricas y citas textuales, se trata de un apresto impostado, puesto que sólo toma en consideración los datos que podrían apoyar su 47 Fernando Escalante (coordinador), Otro sueño americano. En torno a ¿Quiénes somos? de Samuel P. Huntington, México, Paidós, 2004. 187 hipótesis, nunca los que la contradicen. Como señala Carlos Arriola48 : "El análisis cuantitativo no está reñido con la sensibilidad o el buen decr. Sin embargo, en los tiempos que corren prevalece una actitud antiintelectual que desprecia la expresión correcta y ordenada de las ideas, se regodea con los números y la búsqueda de neologismos como prueba de originalidad, cuando los estudios sociales cuentan con ‘ricos vocabularios, extensos y flexibles’ ¿Quiénes somos?, de Samuel Huntington, arrastra muchas de estas tendencias: pone el acento en las ‘pruebas empíricas’, en los ‘datos duros’, que no siempre son ni lo uno ni lo otro, de forma repetitiva se refiere a encuesta tras encuesta que sólo Dios sabe cómo fue realizada; incluye las citas que convienen a sus propósitos y no analiza a los autores heterodoxos, o menciona sólo lo que apoya 48 Carlos Arriola, "El nacionalcristianismo de Samuel P. Huntington", en F. Escalante (coord.), El otro sueño americano, op. cit., 26. 188 su texto … En cambio, es notoria la ausencia de un análisis de las manifestaciones culturales de Estados Unidos, ausencia grave cuando se pretende analizar el ethos de una nación". En efecto, así es. Me temo que, en el libro de H., los datos empíricos no preceden a la teoría, como requiere el método inductivo de las ciencias sociales, sino que, al contrario, la teoría viene antes y los datos, después. Pero tampoco estamos en el universo hipotético-deductivo de las ciencias naturales y su conocida capacidad predictiva. Nada de eso: la llamada teoría es simplemente un dogma, el de que el Credo norteamericano es inmutable y se resume en los valores angloprotestantes, y los datos vienen después, según convenga, para apuntalar dicha toma de posición previa En el fondo, el procedimiento de H. es el conocido método del vendedor de crecepelos: tal vez no logremos mejorar la apariencia capilar de los calvos, pero, por 189 lo menos, les infundimos alegría y esperanza (y, de paso, nos llenamos el bolsillo). 2) El argumento, disimuladamente racista, de la superioridad de los anglos. Lo denuncia, con ironía, Claudio Lomnitz49 : "Como todas las ideas verdaderamente grandes, el principio básico del patriotismo huntingtoniano es muy simple: consiste en no reconocer nunca que nada importante pueda tener otro origen, sino el genio de la cultura angloprotestante. Esto nos lleva de nuevo al problema de los mexicanos. Uno podría preguntarse por qué razón alguien de la estatura de Samuel Huntington, que hasta ahora se había ocupado de la epopeya del choque de civilizaciones, viene a fijarse en algo tan bajo e insignificante como la población mexicana ¿La actual situación migratoria de Estados Unidos implica una amenaza así de grave? … La respuesta es que sí. Debido al 49 Claudio Lomnitz, "Por amor a la patria", en F. Escalante (coord.), El otro sueño americano, op. cit., 18-19 y 21. 190 volumen de la nueva inmigración mexicana, a la calidad de las nuevas tecnologías de telecomunicaciones y al apoyo de una élite antipatriótica, multiculturalista y cosmopolita, los hispanos ya no tienen necesidad de adoptar los grandiosos valores de la cultura angloprotestante. El problema con los hispanos es que de verdad son diferentes y además hay muchos. Resulta particularmnte ofensivo y humillante que los hispanos hablen español, pero además se resisten a la ética del trabajo angloprotestante y son más leales a su país de origen que a Estados Unidos … Verdaderamente es injusto que los norteamericanos tengan que ocuparse de imponer paquetes de reformas económicas en México y de organizar golpes de Estado en Guatemala y que además tengan que recibir inmigrantes de esos países. ¡Debe haber un límite incluso para la carga del hombre (o la mujer) culturalmente angloprotestante!" 191 Lomnitz destaca que esta actitud de H. se basa en el concepto de seguridad societal, en la idea de que los valores de un grupo tienen un límite de tolerancia de admisión de elementos ajenos, de forma que rebasado este, sólo puede esperarse la disgregación del mismo, ora por la cantidad de elementos invasores -es el caso que nos ocupa-, ora por su mayor calidad y capacidad de competir con los valores propios -lo que H. no aceptaría de ninguna manera-. 3) El argumento de la retórica nacionalista, agudamente destacado por Fernando Escalante50 , a saber que H. no enjuicia la actitud de los inmigrantes hispanos ni desde la posición neutral del sociólogo ni desde la del imaginario cultural mexicano, sino curiosamente desde el prejuicio nacionalista -nativism- contemporáneo de los EEUU: 50 Fernando Escalante, "The sound and the fury", en F. Escalante (coord.), El otro sueño americano, op. cit., 72-74. 192 "Tal como se lo plantea Huntington, el problema de la identidad es explícitamente el de la ‘esencia’ del pueblo norteamericano: un sujeto transhistórico, que definió su carácter por la adopción de una serie de valores hace trescientos años y que sigue siendo el mismo en la medida en que conserva su cultura … La identidad y la cultura son idealidades que pertenecen a un campo puramente ‘espiritual’. Pero la esencia tampoco admite grados ni variaciones. Es única y uniforme porque es inalterable. así se explica la amenaza de la invasión mexicana. Pone en riesgo la unidad y la pureza de esa entidad multisecular … Otros ‘valores’ e instituciones de aquella sociedad de hace dos siglos, como la esclavitud y el racismo, el antiintelectualismo, el culto de la fuerza, la intolerancia, el machismo, ni siquiera se mencionan. Carecen de importancia, no pertenecen a la esencia del pueblo norteamericano. La idealización manifiesta de manera bastante obvia el propósito patriótico del ensayo; el anacronismo es igualmente revelador. Huntington quiere una ‘identidad’ que pueda recuperarse hoy". 193 Y continúa Escalante destacando cómo en las famosas encuestas los niños se identifican a sí mismos como hispanos -lo que no harían nunca en México, pues esta es una categoría estadounidenseo cómo la conmemoración de la fundación de Madrid (Nuevo México) se hizo con una representación del gobierno español, lo cual en el México moderno resulta inimaginable. Con estos tres ingredientes -anticientifismo, racismo y nacionalismo- Huntington ha elaborado un guiso verdaderamente indigesto, un panfleto en la línea de Mein Kampf, como muy bien le señalan sus contradictores. Lo curioso es que algo así haya podido escribirse en los EEUU y tener el éxito de ventas que ha tenido. Sí, ya sé que existen notables ficciones literarias -como la reciente The Plot against America (2004) de Philip Roth- en las que se imagina lo que habría podido suceder en EEUU si hubiera triunfado la ideología nacionalsocialista en los años cuarenta del siglo pasado. Pero se trata de eso, de ficciones. Y es notable que incluso en dicho libro el lector acabe descubriendo que la 194 motivación del fictivo presidente americano nazi Lindbergh no es ideológica, sino el temor por la suerte que pudiera correr un hijo inverosímilmente raptado por los nazis un tiempo atrás. Nada hay más antinorteamericano que el libro de Huntington. Oponerse a los inmigrantes con los argumentos que maneja supone precisamente la negación del Credo americano y que muchos lectores le hayan concedido allí tanto crédito da que pensar y de qué preocuparse. Todos sabemos que la sociedad alemana de los años treinta y, en realidad, el conjunto de las sociedades europeas, estaban preparadas para las ideas nazis, las cuales surgieron de su seno con pasmosa facilidad, pues el antisemitismo ya era viejo en la vieja Europa. Pero, ¿en EEUU? ¿Cómo es posible? ¿En la que se postula como la tierra de la libertad y de los derechos individuales? 195 Los nuevos bárbaros Ha llegado el momento de poner las cosas claras. Lo que Huntington teme, y con él muchos ciudadanos de los EEUU, es que una inmigración demasiado numerosa acabe escindiendo el país en dos comunidades enfrentadas, de forma parecida a lo que está sucediendo en Europa con las minorías musulmanas de África y Asia: "Mientras que los europeos ven la amenaza de la inmigración como musulmana o árabe, los norteamericanos la ven al mismo tiempo como latinoamericana y asiática, pero principalmente mexicana (241) … El futuro, sin embargo, no está determinado de forma irrevocable; ni hay ningún futuro permanente. La cuestión no es si Europa será islamizada o los Estados Unidos hispanizados, sino si Europa y Estados Unidos se convertirán en sociedades escindidas que contengan dos 196 colectividades distintas y en gran medida separadas, procedentes de dos civilizaciones diferentes…" (242-243). Ah, era eso. Simple miedo al futuro. No está nada claro, sino todo lo contrario, que los latinoamericanos sean una cultura distinta de la de EEUU. Tampoco parece discutible que su propensión natural es la de integrarse. Aunque los matrimonios mixtos, en razón del elevado número de latinos que conviven en barrios agrupados, son algo menos frecuentes que en otros grupos de inmigrantes, como los asiáticos o los europeos, lo cierto es que estos matrimonios se dan y cada vez en mayor número. Nada parecido a la dificultad de integrar a las familias musulmanas en Europa, siendo así que sus mujeres quedan aisladas en casa y tienen terminantemente prohibido por el Corán casarse con cristianos. Pero entonces, ¿cuál es el problema? 197 El problema, aunque los autores norteamericanos sólo se atrevan a pensarlo y no a proclamarlo abiertamente, es que la historia parece repetirse y que el continente americano puede estar en puertas de un fenómeno similar al que marcó la vida del imperio romano: la invasión de los bárbaros. Pasaré por alto una objeción obvia y es que los latinoamericanos no constituyen una civilización "bárbara" comparada con la de EEUU, sino que se trata de dos manifestaciones ligeramente diferentes de un mismo tronco. Da igual. Lo que importa es cómo los ven y el prejuicio del "macho latino" opera, sin duda, en el imaginario colectivo de EEUU. Más seria es la renuencia a admitir fáciles parangones históricos, siendo así que, como sabemos, la historia no se repite nunca. Esto es correcto, pero no basta para frenar el vuelo de la imaginación. Porque los cotejos entre dos fenómenos históricos, aunque nunca lleguen a resultar científicos, tienen una fecundidad cognitiva indubitable. En realidad, el pensamiento creativo 198 siempre se basa en procedimientos analógicos. Si dejo caer una piedra, será atraída hacia el suelo con una aceleración de 9,8 m/seg2 tanto hoy como ayer y como mañana: a desentrañar este comportamiento regular de la materia es a lo que se dedica la ciencia natural. En cambio, si trato a mi vecino con educación, sólo es posible que me responda educadamente, pues tanto uno como otro hemos tenido experiencias pasadas satisfactorias cuando seguíamos esta pauta de actuación. Sin embargo, todos sabemos que más que posible resulta altamente probable, y ello constituye un patrón suficiente para las ciencias del hombre. La historia tal vez no sea maestra de la vida, según querían los antiguos, pero, desde luego, algo nos dice sobre el porvenir. Cuando se repite un número considerable de condiciones de partida, y aun a sabiendas de que la igualdad matemática no se dará nunca, la probabilidad de que los acontecimientos se desarrollen de forma parecida es bastante alta. Por eso creo que merece la pena señalar las concomitancias que pueden existir entre el 199 progresivo aumento de la inmigración latina hacia los EEUU y la presión de sucesivas oleadas de pueblos germanos sobre las fronteras del imperio romano. Este cotejo parte de una correlación previa que se ha sugerido muchas veces, la de comparar a los Estados Unidos con el Imperio de Roma, tanto por académicos renombrados como por los medios de comunicación -véase, por ejemplo, el monográfico de la revista Time de 23-8-1976-, el cual constituye un verdadero polo de atracción para la inteligencia, pues sólo entonces y ahora se ha dado una situación de falta de competencia entre potencias dominantes y de aparente fin de la historia. No llegó a haber pax britannica en tiempos de la reina Victoria ni pax hispanica en la época de Felipe II ni pax helenica con Alejandro Magno, pero tanto la pax romana como la pax americana constituyen hechos incontrovertibles y periodos de apreciable duración. Lo primero que hay que decir es que los latinos, como los germanos, no son inmigrantes primarios, sino secundarios. Esto es importante comprenderlo 200 para calibrar debidamente el sentido de la síntesis de pueblos que se produce. Que los imperios acaban siendo demasiado extensos para poder defender sus fronteras y que los pueblos no asimilados del otro lado de la raya fronteriza terminan por invadirlos es lo habitual: así sucedió cuando los hicsos dieron al traste con el imperio medio egipcio o cuando los mongoles de Kubilai se adueñaron del imperio chino de la dinastía Song. En estos casos, la relación entre el imperio y su fin es aleatoria: el imperio se constituye porque cierto pueblo sojuzga a otros, hasta que finalmente entra en escena un tercer protagonista y da al traste con la situación: los medos hicieron caer a Asiria y ello tuvo como consecuencia la liberación de una serie de pueblos dominados, entre ellos los judíos. Pero otras veces los invasores no son tales, puesto que previamente habían sido invadidos. Es lo que ocurrió con Roma: estos germanos que pintan sus historiadores, por ejemplo Jordanes en las Getas, no dejan de ser parientes de los que había combatido Julio César. Se abre así toda una historia de acciones y reacciones. 201 Mientras que para otros pueblos el interés de los romanos acaba en el momento mismo de su sometimiento -galos, iberos- o de la renuncia a lograrlo -partos-, a los germanos se les dedica una atención permanente y obsesiva porque las gradaciones que conoce su tipo de relación con Roma son casi infinitas. Como dice Tácito51 : "Pueblos germanos sin duda habitan en la misma orilla del Rin: vangiones, tribocos y németes. Ni siquiera los ubios, aunque alcanzaron la dignidad de ser colonia romana y prefieren que se les llame agripenses, del nombre de su fundador, se avergüenzan de su origen, habiendo pasado el río en otro tiempo y siendo instalados sobre la misma orilla del Rin para poner a prueba su fidelidad y con el fin de defender aquella, no para ser vigilados … En la misma situación de obediencia están los matiacos, pues la grandeza del pueblo romano ha extendido el respeto a su imperio más allá del Rin y 51 Tácito, Germania, Madrid, Gredos, 2001, 94- 95 y 100-101. 202 de sus antiguos confines. Y aunque viven en su orilla en lo tocante a su asentamiento y fronteras, están con nosotros en espíritu y pensamiento … Los cimbros, próximos al Océano, ocupan justamente el saliente de la Germania. Pequeña nación en la actualidad, aunque de pasado glorioso … Corría el año 640 de nuestra Ciudad cuando por vez primera se oyeron los hechos de armas de los cimbros, durante el Consulado de Cecilio Metelo y Papirio Carbón. Si contamos desde entonces hasta el segundo consulado del emperador Trajano, tenemos un total de casi doscientos años: ¡tanto va tardando Germania en ser sometida! En un periodo tan extenso se han producido mutuos y abundantes reveses. Ni el Samnio, ni los cartagineses, ni Hispania o las Galias, ni siquiera los partos, nos han suministrado tantas lecciones. Sin duda, la libertad de los germanos nos cuesta más cara que el despotismo de Arsaces". 203 En efecto, las relaciones de Roma con los germanos no son como las que se produjeron con los demás pueblos. Hubo etnias que fueron vencidas y posteriormente romanizadas por completo, de forma que pocas generaciones después nada distinguía a un habitante de la Galia, por ejemplo, de Narbona, o de Hispania, digamos de Tarragona, de otro de la propia Roma. Tanto es así que de Galia y de Hispania salieron algunos de los mejores escritores y gobernantes del Imperio, como Séneca y Trajano. Estos pueblos siguen hablando hoy día alguna variante del latín y llaman a sus lenguas románicas (de Roma). Una situación exactamente opuesta es la de los pueblos que no pudieron ser ocupados: los partos se resistieron eficazmente al poder romano y hubo un momento en el que la frontera se fijó en el Tigris por Adriano, renunciando a territorios conquistados por no poderlos mantener; lo mismo sucedió con los bereberes, que quedaron fijados al sur del desierto del Sahara. Pero los germanos fueron para Roma otra cosa. Una relación tan larga como el periodo entero que duró el Imperio y aun 204 antes (Mario vence a los teutones ya en 101 a.J.C.) dio lugar a una amplísima zona de transición en la que se distinguen: ciudades plenamente romanas como la Colonia (Köln) de los ubios o la Maguncia (Mainz) de los vangiones; regiones germánicas romanizadas como la de los matiacos (la actual Wiesbaden, enfrente de Maguncia, al otro lado del Rin) que ya piensan como los romanos; regiones rebeldes, como la Jutlandia de los cimbros (los actuales daneses), por los que se siente, no obstante, franca admiración. Lo que caracteriza a los germanos, frente a los demás pueblos bárbaros (extranjeros), es que los romanos los miraron siempre con una incurable fascinación. Los otros bárbaros, como los egipcios, los fenicios o los iberos, eran ciertamente extranjeros, pero su cultura le resultaba familiar al ciudadano de Roma, se trataba de una cultura grecomediterránea, parecida a la romana y que aquel asimilaba con facilidad. Tanto es así que el politeísmo romano no dudó en ir incorporando todos los cultos orientales para al final quedarse con 205 una extraña rama del monoteísmo judío, la de Cristo, rama que acabó siendo la religión oficial del imperio desde Teodosio. Los germanos nunca pudieron ser comprendidos y, desde luego, sus dioses rara vez tuvieron sitio en el parnaso romano: habitantes de granjas y no de ciudades, bebedores de leche y grandes consumidores de carne, altos, rubios y de ojos azules, los romanos los miraron siempre con una mezcla de temor y de admiración. Los germanos, por su parte, veían Roma como la tierra prometida. Contra lo que proclama el tópico, los germanos jamás se propusieron su conquista, a la manera de Cartago o de los galos de cuando cantaron los gansos del Capitolio, sólo aspiraban a imitar sus costumbres y a instalarse en su territorio. En otras palabras que la "invasión" de los germanos fue más bien un proceso migratorio que duró cinco siglos. En época de bonanza, entraban como esclavos, gladiadores o servidores empleados en oficios humildes; en época de escasez, se lanzaban en grandes oleadas y Roma, cuando no lograba detenerlos con unas legiones que cada vez fueron 206 estando más integradas por germanos romanizados, acababa instalándolos en su propio territorio como federados, romanizándolos a su vez. En el caso de los latinoamericanos y sobre todo de los mexicanos sucede lo mismo: las oleadas de inmigrantes que cruzan el río Grande se instalan preferentemente en el suroeste, en territorios que habían sido arrebatados por Estados Unidos en la guerra de 1845-1848, en la que México perdió casi la mitad de su territorio. Quiero prevenir, con todo, una interpretación milenarista de este hecho, la cual ha levantado oleadas de temor indignado en EEUU -vienen a por nosotros, se suele decir- y de optimismo nacionalista infundado en México -volvemos a casa, afirman-. Pienso que la historia ha sido lo que fue y que la idea de que México recuperará alguna vez los estados de Tejas, Arizona, California y Nuevo Méjico es tan absurda y utópica como la pretensión de los musulmanes cuando ven Al-Andalus, es decir, la Península Ibérica, como una especie de patria irredenta que debe ser recuperada mediante la yihad. Lo que me interesa mostrar es 207 otra cosa y es esta condición de tierra fronteriza difusa que tiene el territorio que se extiende desde el paralelo 35º de latitud norte, el cual cruza EEUU siguiendo la línea del río Arkansas, hasta el paralelo 25º, que pasa por México a la altura de Monterrey. Como ocurría a comienzos de nuestra era en la línea del Rin, a uno y otro lado de esta franja americana hay de todo: zonas anglo, zonas anglohispanas en proporciones variadas y zonas hispanas. También con todas las modalidades imaginables de organización política y social, desde los estados plenos, como Florida o Texas, hasta los estados asociados, a la manera de Puerto Rico, y pasando por los campamentos instalados en tierra extraña, maquiladoras que dan un trabajo precario a miles de personas que, inevitablemente, sueñan con cambiar el rumbo de sus vidas (Rumbo se titula precisamente un periódico en español que acaba de nacer en San Antonio, Texas). Se puede ser partidario de la inmigración hispana a los EEUU desde la perspectiva ideológica del multiculturalismo o se puede ser un opositor 208 encarnizado de la misma aduciendo principios nacionalistas estrictos como hace Huntington. Pues bien: por sorprendente que parezca, ambos planteamientos son erróneos porque parten de un supuesto equivocado y es la idea de que los hispanos son como las demás colectividades de inmigrantes, sólo que más numerosos. Si cada comunidad tiene derecho a conservar su lengua y su cultura, los hispanos deberían poder hacerlo, igual que los coreanos, los rusos, los iraníes o los filipinos. Si esta parcelación representa el fin de la nación estadounidense y el melting pot debe interpretarse como una tomato soup, como un producto único matizado de sabores variados, ni los hispanos ni los demás grupos podrían hacer otra cosa que integrarse y disolverse en el conjunto de la cultura angloprotestante y de la lengua inglesa. Roma conoció ambas variantes del proceso de integración de los inmigrantes: los escitas, los fenicios, los galos, como los polacos, los italianos o los suecos en EEUU, acabaron disolviéndose en el conjunto; por el contrario, los judíos y los griegos 209 no lo hicieron, hasta el punto de que todavía hoy hablan griego algunas localidades de Apulia, en el sur de Italia, como también siguen existiendo pequeñas células de lengua alemana en el Midwest o de lengua china en pleno corazón de Nueva York. Pero junto a estos dos extremos, en Roma estaban los germanos y en EEUU están los latinos. Los germanos, por ser muchos y -como veremos- por representar la otra cara del espejo- ni se asimilaron ni quedaron como coágulos sin disolver. Los germanos, en esa Edad Media que realmente fue una continuación del imperio romano, acabarían dando lugar a países plenamente germánicos, como Dinamarca o Noruega, países germánicos por la lengua, pero culturalmente romanizados, como Alemania, países germánicos con una lengua mixta germánico-románica, como Inglaterra, países románicos con una lengua mixta románicogermánica, como Francia, y países plenamente románicos como Italia o España. Esto es lo que hay, una gradación continua, un tornasolado con todas las posibilidades imaginables. No es menos variada 210 la situación del bilingüismo y del biculturalismo anglolatino en América: desde estados USA sólo anglo, como casi todos los del Midwest, hasta países latinoamericanos sólo hispanos, como los del Cono Sur, pasando por condados de cultura anglohispana que hablan más inglés que español, como los del Bronx neoyorquino o los de Los Angeles, por zonas de cultura anglohispana que hablan más español que inglés, como las de Miami, y por estados de cultura anglohispana que son hispanohablantes, como Puerto Rico. Así hasta el infinito. Entre Roma y los germanos no hubo nunca una frontera, sino una gradación. Entre Estados Unidos y los hispanos sucede exactamente lo mismo. No son dos civilizaciones que chocan, se trata, en uno y otro caso, de dos versiones de una misma civilización que se entreveran mutuamente de manera compleja, como las fibras de una tela estampada y no como las hilazas blancas de la camisa sobre las negras del pantalón. En el año 1976 se cumplían dos aniversarios: el bicentenario de la Declaración de Independencia de los EEUU 211 (1776) y el sesquimilenario de la caída del Imperio Romano de Occidente (476). Curiosa coincidencia. Uno no se resiste a la tentación de pensar que ambos procesos tienen algo en común, de que el comienzo de la nación estadounidense guarda algo más que una relación casual con el comienzo de la Edad Media europea. Veamos cómo y por qué. 212 El concepto de civilización occidental He aquí un tópico del discurso político: es inevitable que las civilizaciones decaigan y, por eso, la decadencia de Occidente ya ha empezado. Pero contra lo que la gente suele creer, no se trata de la misma idea: que las civilizaciones tienen que decaer resulta obvio porque todo lo humano sigue inexorablemente dicha ley; mas la decadencia de Occidente aún está por demostrar. Como es sabido, fue Oswald Spengler52 el propugnador del concepto de decadencia occidental cuando advierte que la historia no se reduce a Europa y, por lo tanto, que el esquema Edad Antigua-Edad Media-Edad Moderna, habitual en el discurso académico, es absurdo. Frente a esta idea "ptolomaica" (europeamente ombliguista, podríamos decir), Spengler propone una concepción "copernicana" de estirpe biológica en la que cada civilización se concibe como un 52 Oswald Spengler, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal, Madrid, 1932. 213 organismo que nace, se desarrolla y muere. Según esto, Occidente (o, mejor dicho, Europa occidental) habría entrado, en efecto, en una fase decadente, pero no la Historia universal, en la que otras civilizaciones han de tomar el testigo. Esta especie de sucesión mecánica de civilizaciones ha sido muy criticada y con razón, pues conocemos muchas situaciones de coexistencia del esplendor de varias civilizaciones a la vez -por ejemplo, la de Roma y la de la dinastía china Han, las cuales extienden su apogeo algunos siglos antes y después del nacimiento de Jesucristo-. Sin embargo, los críticos de Spengler también han atacado, a mi modo de ver infundadamente, otra idea del autor, la de que Europa (Occidente) es una civilización "cristiano germánica" en la que lo germánico habría tomado el relevo de lo romano al llegar la Edad Media y habría sabido prolongarlo hasta la actualidad. Se le achaca que dicho planteamiento es demasiado progermánico -Spengler era alemán- y que no hace justicia al mundo grecorromano mediterráneo. Pero esto no es así: una cosa es que 214 Spengler, ante la necesidad de valorar la constitución del Sacro Imperio Romano Germánico, se viese forzado a enfatizar en exceso el ingrediente cristiano de la romanidad, y otra que no acertase al concebir dicho Sacro Imperio Romano Germánico como la continuación natural del Imperio Romano antiguo, según se propuso Carlomagno, su fundador. Precisamente esta alternancia es la que ha prestado un color inconfundible al Occidente europeo permitiéndole diferenciarse de todas las civilizaciones agrarias coetáneas y llegar hasta el siglo XX. Diversos autores que han examinado el origen de la Edad Media desde varios puntos de vista53 coinciden en señalar lo notable de dicha transición: el mundo germánico fue continuación de Roma y, al mismo tiempo, representaba una alternativa a Roma. Pero esta forma de desarrollo de una civilización no es lo habitual y en ello quisiera insistir. Por supuesto, el 53 Ferdinand Braudel, Las civilizaciones actuales, Madrid, 1969; G. Duby, Le temps des cathédrales. L'art et la société. 980- 1420, Paris, 1976. 215 que las grandes civilizaciones vayan sufriendo los embates de los pueblos que las rodean y que a menudo sus castas dirigentes sean reemplazadas por las de dichos pueblos no tiene nada de particular. La historia de la India conoce un patrón de continuidad hindú entreverado por el predominio de otros pueblos que matizaron su cultura aria original: los griegos, los escitas, los yue-chi, los mongoles, los ingleses en época contemporánea. Los pueblos mesoamericanos también han conocido el sucederse de culturas que se superponen y reemplazan: la de Teotihuacán, la de los toltecas, la de los aztecas. El antiguo Egipto padeció la invasión de los hicsos y la mutación helenística, pero siguió con su perfil característico hasta la llegada del Islam. No estoy cuestionando esto. Lo que pretendo mostrar es que Europa fue otra cosa y que parte de su éxito radica en esta especificidad. En realidad, el esquema civilizatorio europeo es ternario y sigue un patrón típicamente dialéctico. La tesis está en Grecia, un pueblo singular que dio inicio a casi todos los valores culturales 216 occidentales, entre ellos, la democracia, la ciudad y la ciencia. La antítesis la representa Roma, un pueblo que supo aprovechar todos estos elementos para propagarlos mediante un proyecto imperialista por todo el mundo que rodeaba la ribera mediterránea. Pero esta dualidad habría quedado inacabada sin la síntesis que llevaron a cabo los germanos: unificados por el cristianismo, una creación griega que no dejaría de ganar adeptos entre ellos, adoptaron a Roma como su centro espiritual y los valores romanos como su propio horizonte cultural. Obsérvese la diferencia con otros patrones civilizatorios. No es simplemente que sucesivas oleadas fueran cambiando la élite dirigente y que dichas clases aportaran al fondo principal -hindú, chino, egipcio- determinados elementos que lo coloreaban sin cambiarlo en lo esencial. La cultura china sigue siendo tan china hoy como en tiempos de Che-Hoang-Ti y de Confucio, mientras que la cultura europea del Renacimiento ya no es ni griega ni romana. 217 Entre el mantenimiento de la esencia de una civilización y su ruina definitiva hay un patrón intermedio que consiste en la transformación de los parámetros culturales. Una muestra de mantenimiento la proporciona, como decimos, China, una civilización admirable cuyos rasgos característicos se han mantenido básicamente estables durante cuatro milenios (la primera dinastía, Yu, comienza en 2205 a. J. C.). Una muestra de ruina la proporciona la civilización egipcia que se alarga otros cuatro milenios (la primera dinastía es del 3.200 a. J. C.), pero que termina por completo con la llegada de los árabes en el siglo VII d. J. C. Ni uno ni otro esquema mental convienen al caso europeo. La Europa cristiana es y no es grecorromana. En realidad, este patrón tan peculiar se llega a alcanzar porque cada etapa representa una alternativa respecto a la anterior. Roma adopta, como es sabido, las pautas helénicas, pero infundiéndoles una coloración militarista e imperialista que le permite extender su civilización a todo el mundo conocido. El Sacro Romano 218 Imperio y sus sucesores, los estados nacionales de Europa, adoptan el legado romano, pero lo acomodan a realidades de menor extensión y mayor uniformidad cultural: en Europa occidental lo que une es el cristianismo mientras que las aristocracias provinciales, fusionadas con las élites de los distintos pueblos germánicos, imponen un marco de actuación, el estado-nación, en el que acabará surgiendo el capitalismo y produciéndose la revolución industrial. Una misma cultura y un mecanismo de competencia entre nódulos productivos nacionales: esto es -¿fue?- Europa. El lector pudiera preguntarse qué tiene que ver todo esto con la cuestión de los latinos y su relación con los EEUU. Ahora mismo paso a explicarlo, pues constituye la tesis central de este ensayo: en mi opinión, el patrón dialéctico ternario (grecoromano-germánico) que dio lugar a Europa occidental no ha sido el único en la historia del mundo; estamos asistiendo a una repetición de dicho patrón en un momento en el que la dualidad Europa-EEUU está siendo implementada por la 219 síntesis de ambas, la Hispanidad. Y, como entonces, el proceso se ha iniciado con una gran migración, la de los hispanos hacia la nueva Roma, los EEUU. 220 La civilización occidental globalizada Que esto esté sucediendo, que este patrón europeoestadounidense-latinoamericano, paralelo del viejo patrón greco-romano-germánico, se esté alumbrando tiene su origen en un fenómeno muy reciente: el surgimiento de la aldea global. Y es que el mundo romano ya supuso un proceso globalizador avant la lettre. Roma no sólo heredó los patrones culturales griegos -como Grecia había heredado los de Egipto y los de Mesopotamia-. Además, Roma los propagó a todo el mundo conocido de la época, es decir, los globalizó (o, si se prefiere, los planificó, puesto que por entonces muchos concebían la Tierra como un rectángulo flotando en el océano). No otra cosa ha hecho modernamente Estados Unidos con los ideales europeos, aunque su imperio -ahora extendido por todo el globo, esto es, global en sentido estricto- sea más económico que militar. 221 Pero estas globalizaciones, la antigua y la moderna, necesitan un ingrediente imprescindible para poder consumarse: el descubrimiento del Otro. Esto es debido a que globalización vale tanto como propagación y la propagación, a partir de determinado límite, es imposible sin una cierta desnaturalización. Para extender las propias ideas comenzamos por divulgarlas entre nuestros semejantes, pero pronto hay que adaptarlas a un ámbito diferente de nosotros mismos, es decir, a un ámbito impropio, lo cual conlleva inevitablemente la modificación de las ideas, aunque no demasiado. Un ejemplo tomado de la Física aclarará esto. Como es sabido, cuando calentamos un líquido, como el agua, sus moléculas se van separando y la turbulencia aumenta hasta que el líquido cambia de estado y se convierte en gas. En la naturaleza, las dos fases suelen presentarse en equilibrio inestable: en cada momento, parte de la sustancia se halla en estado líquido y parte, en estado gaseoso, según sucede con las nubes que se van formando por evaporación sobre la superficie del mar. Dicho 222 calentamiento se traduce en un proceso de expansión: el líquido cada vez ocupa más espacio -aumenta su volumen- hasta que llega un momento en el que no puede dilatarse más y se convierte en gas. Pues bien, sin estas dos posibilidades, sin la posibilidad líquida y la posibilidad gaseosa, la propagación resultaría imposible. No puede haber un cambio espectacular de volumen mientras el agua permanezca en estado líquido. Tampoco habría propagación si el líquido estuviese encerrado en una sustancia de estado diferente -digamos, en una botella de vidrio- y enfrentado a ella, pues el cristal de la botella se calentaría, pero el calentamiento no tendría ningún efecto volumétrico hasta que el conjunto estallase. Traducido todo esto al ámbito que nos ocupa, la globalización es un proceso en el que una cultura se propaga, pero lo hace al otro similar. Así ocurrió en el caso de Roma. Una vez romanizados los pueblos latinos -los oscos, los umbros, los samnitas- y los vecinos inmediatos -galos, iberos-, básicamente similares a los romanos, a Roma se le planteó un 223 dilema. Los pueblos de Oriente no podían romanizarse porque poseían culturas demasiado específicas y diferenciadas, culturas que funcionaban como paredes que contenían la expansión. Los partos llevados a Roma como esclavos se romanizaban en dos o tres generaciones, pero los partos que permanecieron en su territorio, aunque influidos -calentados- por la cultura romana, siguieron manteniéndose diferentes de ella. Por eso, hoy en día, Irán, la heredera de los partos, sigue sin pertenecer a la civilización occidental. En cambio, los germanos estaban en la disposición adecuada para encarnar el papel terciario del Otro, el de la fase gaseosa: romanizados a regañadientes y en proporción variable durante siglos, sólo ellos podían continuar la herencia romana en un momento en el que el cambio de las condiciones exteriores aconsejaba un cambio de estado físico. El vapor de agua es y no es como el agua: su composición es la misma, pero, naturalmente, las condiciones ambientales que hacen posible un estado dificultan el otro y los seres que viven en el uno (los peces del 224 mar) no podrían hacerlo en el otro (las aves del cielo). La globalización, en cuanto proceso de propagación, implica un distanciamiento respecto a las posiciones de partida, si bien, para que dicho distanciamiento no implique una desnaturalización del núcleo originario, es preciso que el fundamento de ambos estados sea el mismo. Esto es lo que ocurrió en el caso de los germanos. Por ello no es de extrañar que algunos autores valorasen su aportación como un restablecimiento de las primitivas virtudes de Roma, según hace Tácito: "Sin embargo, el matrimonio es allí muy respetado y no podría alabarse más otro aspecto de sus costumbres. En efecto, son casi los únicos bárbaros que se contentan con una sola mujer … No hay ningún perdón para la honestidad compartida; no podrá encontrar marido ni valiéndose de su hermosura, juventud y riqueza. Nadie ríe allí los 225 vicios, y al corromper o ser corrompido no se le llama " (87-89). y que otros nos los pinten como pueblos casi civilizados, esto es, casi romanos: "¿Qué placer hallaban estos hombres tan aguerridos -te preguntarás- en imbuirse de doctrinas filosóficas en los escasos momentos en que se veían libres de actividades bélicas? Se podía ver a uno explorando la posición de los astros, a otro la naturaleza de las plantas y de los arbustos; a éste dedicado a estudiar las influencias ventajosas y perjudiciales de la luna y a aquél descansar tranquilo cuando logra observar la evolución del sol …"54 En latín había dos palabras que significaban "otro" y que podían oponerse a "uno": alter y alius. Se usaba 54 Jordanes, Origen y gestas de los godos, ed. de J. M. Sánchez Martín, Madrid, Cátedra, 2001, 97. 226 alter cuando no existía más que otro ejemplar opuesto a uno (unus) y se usaba alius cuando había varios. De ahí se sigue que alter tiene un valor de complementariedad del que carece alius. Por ejemplo, hablando de los ojos, el otro ojo es alter, pero hablando de cabellos, otro cabello es alius. Pues bien, parecida consideración puede hacerse a propósito de los bárbaros. Para un romano, metafóricamente, cualquier bárbaro en general era alius, pero un germano era alter. Y nótese que los ojos colaboran en la visión estroboscópica, pero los cabellos no lo hacen. Esta diferencia pervive en sus derivados románicos. Por ejemplo, en español se habla de algo ajeno (de alienus y este de alius) cuando no tiene nada que ver con el que lo dice, pero alternar (de alter) con una persona es salir y divertirse con ella. Se puede decir -y esto es algo más que una metáfora- que los pueblos germánicos, los alter de Roma, tomaron la alternancia y propagaron sus ideales durante siglos. Desde el año 476 hasta ayer mismo, la Inglaterra de los anglos, la Alemania de los alamanes y de los sajones, la 227 España y el Portugal de los visigodos, la Italia de los ostrogodos y de los lombardos, la Francia de los francos, la Dinamarca de los cimbros, en definitiva, la Europa occidental, fueron la continuación natural de Roma, el tercer acto de este drama triangular que habían iniciado Grecia y Roma. Este esquema cambió radicalmente cuando las naves de Colón arribaron al nuevo mundo. Ampliado el horizonte geográfico y, sobre todo, el intelectual, sentadas las bases materiales de un cambio económico que acabaría provocando la revolución industrial, hoy nos encontramos con que Europa, como Grecia, se halla decadente y una nueva Roma ha surgido al norte del continente americano. Una nueva Roma heredera, fundamentalmente, de pueblos anglosajones. Pero no está sola: al sur del continente y también al norte, ya dentro de sus mismas fronteras, se asienta otra Germania que fundaron, especialmente, pueblos de cultura goda, aunque por un proceso que consideraré en seguida, lo que se impuso es la mezcla de razas, el mestizaje. 228 229 La otra cara del espejo ¿Hasta qué punto tiene valor heurístico la comparación que estoy sugiriendo? Se me podría objetar que las características de los hispanos modernos difieren bastante de las de los germanos altomedievales. Así es, en efecto, pues no en vano los hispanos son latinos -latinoamericanos-, mientras que los anglosajones son precisamente los herederos de uno o dos pueblos germánicos puros. Digamos que históricamente ha habido una inversión, los dominantes de antaño se volvieron dominados y lo dominados, dominantes. Sin embargo, más allá de esta circunstancia, la cual se da continuamente en los procesos históricos, lo que me interesa destacar son las semejanzas estructurales que existen entre los germanos de entonces y los hispanos de ahora mismo: La primera y más llamativa es la fragmentación de estos dos colectivos, frente al obvio carácter 230 centralista y uniforme del imperio al que se oponen. Los germanos eran una miríada de pueblos, siempre enfrentados entre sí: jutos, anglos, frisones, sajones, suevos, vándalos, alanos, lombardos, francos, visigodos, ostrogodos…. Tras invadir el imperio, formaron reinos independientes: el de los ostrogodos en Italia, el de los suevos en Galicia, el de los vándalos en el norte de África (Mauritania), el de los visigodos en España y en el Midi francés, el de los francos en el norte de Francia, el de los borgoñones en Suiza y en el norte de Italia, etc. Estos reinos nunca dejaron de pelear entre sí: por ejemplo, la creación del imperio franco por Carlomagno le llevó a emprender cruentas guerras con los sajones situados entre el Rin y el Elba, con los lombardos, con los bávaros, todos ellos germanos. Sin embargo, dicha fragmentación coexiste con un proceso en apariencia incompatible: el de la fusión de pueblos. Los germanos tendían fácilmente a fundirse y aun a disolverse en el magma de los pueblos que habían sometido. Esto se aprecia 231 claramente en Hispania, donde los visigodos se mezclaron con los hispanorromanos y, tras la conversión de Recaredo al catolicismo en el II Concilio de Toledo (587), formaron rápidamente un solo pueblo. También ocurrió en Francia, donde los francos merovingios se mezclaron con los galorromanos tras la conversión de Clodoveo en Reims (496). O en Inglaterra, donde anglosajones y daneses terminaron por unirse en una rama común. Aludo a todo esto porque no era lo normal ni en Roma ni en otros pueblos. Se ha enfatizado mucho el proceso de progresiva extensión de la ciudadanía romana a los extranjeros -hoy diríamos a los inmigrantes- incorporados al Imperio, pero esto es una cosa y otra, la fusión biológica de las personas. Los romanos del periodo clásico, fuera de los intereses dinásticos que les llevaron a contraer matrimonio con las familias de los jefes bárbaros, fueron muy celosos de su pureza de sangre. La romana era una sociedad clasista de nobles, libertos y esclavos, en la que nunca, ni bajo el cristianismo, se abolió la esclavitud y en la que los esclavos 232 constituían un elevadísimo porcentaje de la población55 : "En todas las ciudades la realidad fundamental de la sociedad romana venía dada por el aplastante sentimiento de distancia que separaba a los notables -los ‘bien nacidos’- de sus inferiores … Lo que casi podría denominarse ‘hipocondría moral’, establecía una firme barrera entre las élites y las clases inferiores (234) … Roma no dejaba de ser un imperio, fundado y protegido con la violencia … Incluso los juegos de dados con que los humildes probaban suerte en el foro eran guerreros: las jugadas inscritas en las fichas rezaban: ‘Los partos son muertos; los bretones conquistados: los romanos pueden jugar’ (240). 55 P. Brown, "El elitismo pagano", en Historia de la vida privada. Tomo I: Imperio romano y antigüedad tardía, Madrid, Taurus, 1991, 234-240. 233 Esta estratificación tan rigurosa y la incapacidad para asimilar al extranjero de la sociedad romana no deberían extrañarnos: la de Roma era una sociedad de tipo helenístico y este modelo social se repetía, casi sin variaciones, en casi todos los reinos e imperios de Oriente en la Edad Antigua, en Egipto, en Asiria y Babilonia, en las ciudades griegas, en el imperio persa. También se parecía la sociedad romana a aquellas en lo relativo a las diferencias ente hombres y mujeres: "Un hombre lo era porque actuaba eficazmente en la esfera pública. Y lo hacía así porque su feto se había ‘cocido’, en el calor del seno, más completamente que el de una mujer, de tal modo que su cuerpo venía a ser el depósito de los preciados ‘calores’ de que dependía la energía masculina" (238). Planteamiento que contrasta abiertamente con lo que pensaban los germanos de sus mujeres y de los esclavos, según Tácito: 234 "Para que la mujer no se considere ajena al valor militar y a los avatares de la guerra bajo los auspicios del incipiente matrimonio se le advierte que pasa a ser compañera de penalidades y peligros, que ha de soportar y arriesgarse a lo mismo, tanto en paz como en guerra (88) … Cada madre cría a su hijo a sus pechos y no lo deja en manos de esclavas o nodrizas. No puedes distinguir al amo del criado por las exquisiteces de su crianza. Viven entre los mismos animales y en el mismo suelo hasta que la edad separa a los hombres libres y su valía los distingue (89) … No utilizan a los demás esclavos encomendándoles funciones domésticas concretas, como hacemos nosotros. Cada cual lleva su casa y sus penates. El señor impone la entrega de cierta cantidad de trigo o de ganado o de tela, como si fuera un colono, y el esclavo acata estas condiciones. La mujer y los hijos realizan las restantes tareas de la casa. Es poco frecuente azotar al esclavo y someterlo a cadenas y a trabajos penosos (92)”. 235 Desde luego estas afirmaciones no deben tomarse al pie de la letra, pues la obra de Tácito constituye un severo retrato moral de la Roma de su tiempo y es posible que lo que nos cuenta de los germanos lo vea con buenos ojos. No he traído a colación estas citas para plantear una oposición tajante entre estos dos mundos. Pero son suficientes para poner de manifiesto la singularidad representada por la mezcla de fragmentación estatal y fusión (étnica, social y sexual) que trajeron consigo los germanos. Sin estas características Europa occidental, es decir Occidente, no habría sido posible. La primera globalización a que dio lugar el imperio romano no se consuma realmente en los primeros siglos de nuestra era sino cuando el fin del antiguo régimen da paso a la revolución industrial en Europa. Dicha revolución, aparte de los catalizadores que suelen señalarse, el progreso científico y la ética protestante del trabajo (Weber dixit), se apoya en dos pilares fundamentales: la existencia de 236 naciones-estado que competían entre sí y el surgimiento de una sociedad en la que la movilidad social constituía un valor no sólo posible, sino, además, incentivado por los poderes públicos, pues sin la emigración masiva de agricultores a las urbes industriales y sin su deseo de progresar no habrían podido funcionar las fábricas. Este es el patrón que heredaron los EEUU, el modelo que han desarrollado poderosamente durante un siglo y medio a base de una inmigración masiva, la cual reproduce el patrón de la fusión, y a base de un modelo empresarial sustentado en la empresa libre, es decir, en la competencia, el cual reproduce el patrón de la fragmentación. El problema es que a la primera globalización la ha sustituido una segunda globalización impulsada precisamente por los EEUU: la aldea global. En este nuevo mundo ya no compiten los estados-nación sino las multinacionales, a menudo verdaderos monopolios, extendidas por todo el planeta. Tampoco se basa ya en la movilidad social de los ciudadanos de un mismo país, sino en su 237 aislamiento recíproco. Es como si se hubiera tergiversado la fusión y el fragmentarismo del modelo occidental tradicional. Angustiado por esta perspectiva, Robert D. Kaplan56 escribe: “Comparando Estados Unidos con Roma, Henry Adams escribió en 1906: ‘Año tras año se veía acercarse la culminación imperial, como si Sila hubiera sido un presidente o MacKinley fuese un cónsul. Nada molestaba más a los estadounidenses que escuchar esta simple y evidente –en modo alguno desagradable- verdad’. Adams se equivocó con respecto al momento, pero quizás acertaba en el razonamiento. Tal vez el momento culminante del imperio americano se produzca a principios del siglo XXI, detalle menor en el largo transcurrir de la historia … En cualquier caso, parece improbable que Estados Unidos acabe degenerando como Roma. Es más probable una reorientación Norte-Sur 56 Robert D. Kaplan, Viaje al futuro del imperio. La transformación de Norteamérica en el siglo XXI, Barcelona, Ediciones B, 1999, 424-425. 238 del continente y la pérdida de hegemonía de la clase media blanca del eje Este-Oeste". La cuestión es cómo y por qué habría de producirse dicha reorientación del continente americano. 239 Una "raza" poco racista Hay una peculiaridad nominalista de la cuestión latinoamericana, la cual resulta enormemente chocante en el mundo que vivimos y que, sin embargo, no ha producido las reacciones airadas que serían de esperar. Me refiero a la designación de los hispanoamericanos con la palabra raza o, mejor aún, como la raza por antonomasia. Esto llega al extremo de que existe una poderosa organización, el NCLR (National Council La Raza) para defender los intereses de los hispanos en EEUU, existe un periódico La Raza en Chicago (publicado y financiado por el diario conservador Chicago Tribune, por cierto), existe un bufete de abogados La Raza en California, un club estudiantil La Raza en Minnesota, un lobby político Amigos de La Raza en Texas …, así como restaurantes, lavanderías, grupos musicales, clínicas, agencias de alquiler de automóviles y mil negocios o asociaciones más 240 llamadas La Raza a todo lo largo y lo ancho de Estados Unidos. ¿Se imaginan qué pasaría si estos grupos o establecimientos se llamasen the race, en inglés? La moral de lo políticamente correcto lo prohibiría en seguida, a no ser que nos estuviésemos refiriendo a alguna especie de carrera de galgos. Con todo, el nombre de la raza no siempre está exento de connotaciones negativas o agresivas. Por ejemplo, se ha acusado a los promotores de la celebración del Día de la Raza, todos los 12 de octubre, de racismo por intentar suplantar, se afirma, el Columbus Day, que no sería racista. También se ha usado el nombre de La Raza Unida para designar un partido político minoritario empeñado en independizar el territorio chicano de EEUU conforme al llamado Plan de Aztlan. Este uso marginal del término ha servido de justificación para denunciar una supuesta conspiración contra los EEUU con argumentos tan infantiles como los que revela la siguiente página web titulada What is MEChA: 241 "The Acronym MEChA stands for "Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlan" … MEChA is an Hispanic separatist organization that encourages anti-American activities and civil disobedience …… MEChA members refer to themselves as "La Raza" or "Raza" … Rhetoric by some Chicano educators strongly suggest Communist or Socialist leanings … Apparently, these Raza cults are composed of people who unabashedly hate the United States and often some other groups and leaders who also hate America. Raza's hatred of America is so intense, that most are bedfellows to anyone else who also hates America, like dictator Fidel Castro, murderer of his own people Sadam Hussain, and the women hating taliban -and of course they sympathize with all Islamic Terrorists" ¡Nada menos! Sin embargo, tampoco voy a decir que al autor de estas palabras no le falte algo de razón. Cualquiera que tenga familiaridad con el 242 ambiente de un campus universitario, en los EEUU o en otras partes del mundo, sabe que este tipo de radicalismo es propio de los estudiantes y casi constituye una excrecencia inevitable de su -envidiable- juventud. Lo que no se puede es tomar estas cosas en serio, pues se trata de posturas marginales y, en el fondo, meramente retóricas. Lo único cierto es que los hispanos de Estados Unidos -y, a veces, los de otros países del centro y del sur del continente- se refieren a sí mismos con el nombre tabú de la raza y que los ciudadanos estadounidenses lo suelen aceptar sin plantearse mayores problemas. A ello ha contribuido decisivamente la acción de MALDEF (MexicanAmerican Legal Defense and Education Fund), un grupo hispánico muy influyente financiado desde 1968 por la Fundación Ford (la cual también soporta económicamente el NCLR) y, en menor medida, por la Fundación Carnegie o por la Fundación Rockefeller. En otras palabras, que la potenciación de la raza ha sido posible gracias a la cultura liberal americana. Lo que llevó a estas instituciones a 243 potenciar la creación de una conciencia hispana en los EEUU -que esto y no otra cosa es la raza- no fue el deseo de crear un gueto etnicista y ni siquiera la intención de acomodarse a la moderna moda intelectual de la multiculturalidad, sino simplemente la lucha contra la injusticia, la discriminación y la pobreza. Porque este era (y sigue siendo) el problema: los hispanos, salvo los cubanos de Florida, suelen tener un nivel de vida más bajo, un nivel educativo que roza el analfabetismo y una situación legal problemática. Lo notable es que para emprender acciones legales hubo que definir una entidad grupal: ¿quién podía ser considerado hispano? Originariamente la cuestión se planteó en términos lingüísticos Al producirse la renovación de la Voting Rights Act, MALDEF logró sacar adelante una enmienda para que se permitiesen papeletas bilingües en aquellas circunscripciones en las que determinada minoría lingüística sumase un porcentaje suficiente. Si en EEUU hubiesen existido en ese momento minorías lingüísticas de origen europeo -digamos distritos 244 electorales con grupos numerosos de lengua polaca, alemana o italiana-, la medida no habría tenido mayor trascendencia. Al fin y al cabo, puesto que existen etiquetas plurilingües en las prendas de confección o en el metro, no se entiende por qué no habría de haberlas en algo mucho más importante para la vida política de la comunidad como es la información electoral. Pero en ese momento, en el último cuarto del siglo XX, los inmigrantes hablaban hindi, coreano, vietnamita, tagalo o … español. Así se llegó a unos rótulos electorales que, al mismo tiempo, parecían tener un significado racial inequívoco: asiáticos frente a hispanos. El concepto de hispano, como raza, saltó de esta manera al censo. En 1988, el US Bureau of the Census57 lo define así: 57 US Bureau of the Census, Development of the Race and Ethnic Items for the 1990 Census, Population Association of America, 1988, p. 51. 245 "A person is of Spanish / Hispanic origin if the person's origin (ancestry) is Mexican, Mexican American, Chicano, Puerto Rican, Dominican, Ecuadoran, Guatemalan, Honduran, Nicaraguan, Peruvian, Salvadoran; from other Spanish-speaking countries of the Caribbean or Central or South America, or from Spain". Desde luego, los profesores de lógica tendrían mucho que decir sobre este peculiar criterio categorizador. Uno se pregunta para qué se inicia un listado de países hispanoamericanos si luego se va a interrumpir dejando fuera a estados, como Argentina o Colombia, con mucha más población que alguno de los citados. Si la razón es atender a los que suministran mayor número de inmigrantes a los EEUU, evidentemente está de más España, país cuyos ciudadanos emigraron masivamente en la década de los sesenta a otros países de Europa occidental, pero que en EEUU tienen una mera presencia simbólica. En fin, más allá de fáciles 246 objeciones, lo cierto es que el censo legitimó un rótulo lingüístico -hispánicos son los que hablan español-, el cual pronto se tomaría como rótulo étnico. Desde entonces, los impresos oficiales -por ejemplo, los de afiliación a la Seguridad Social- les piden a los ciudadanos de EEUU que decidan si se consideran blancos, negros, asiáticos, amerindios o hispanos. Una lista de razas, muy parecida a la que nos enseñaron en la escuela (aquello de "blanca, negra, amarilla, rojiza o aceitunada"), con la salvedad de que se ha colado una raza nueva que, sin embargo, parece basarse sólo en el hecho de compartir una lengua. Y ni siquiera eso. Como ha mostrado Jorge J. E. García58 , la consideración de los españoles como hispanos es bastante poco frecuente, mientras que resulta habitual incluir entre estos a los brasileños, los cuales, como es sabido, hablan portugués. ¿Debemos colegir que los hispanos son los americanos que no proceden ni de anglosajones ni de nativos del continente? 58 Jorge J. E. García, Hispanic / Latino Identity. A Philosophical Perspective, Oxford, Blackwell, 2000, ch. 2. 247 Tampoco: los haitianos o los jamaicanos se consideran black, no hispanos. 248 Una raza verbal Acabo de hacer una afirmación que sería objetada inmediatamente en cualquier ambiente hispanoamericano: la de que el término la raza, entendido como denominación aplicable a todos los hispanoamericanos (mejicanos, argentinos, colombianos, venezolanos, guatemaltecos…) y, tal vez, también a los brasileños, es un invento de los funcionarios del censo de EEUU. Mis objetores tendrían razón: la raza es un concepto y un rótulo bastante anterior a 1988 y surge más al sur. Pero yo también la tengo: cuando los funcionarios del censo se inventaron dicho rótulo y concepto, en EEUU no conocían -pondría la mano en el fuego- esta circunstancia. Es un poco como lo que ocurrió con las nuevas geometrías no euclidianas, las cuales surgieron de manera independiente en Alemania -Riemann-, en Hungría -Bolyai- y en Rusia -Lobachewskij- a mediados del XIX simplemente porque el desarrollo de la matemática estaba 249 maduro para alumbrarlas. También la idea de la raza es el resultado de un proceso de maduración. No es una simple pirueta verbal, surge de unas determinadas circunstancias sociales típicas de los hispanos, quienquiera que sea la persona que propone el término y dondequiera que se le haya ocurrido. En la historia intelectual de Hispanoamérica el acta de nacimiento se remonta casi un siglo atrás y el copyright es mejicano. Fue el político y escritor José Vasconcelos quien en su obra La raza cósmica (1925) escribe cosas como estas59 : "Es tesis central del presente libro que las distintas razas del mundo tienden a mezclarse cada vez más hasta formar un nuevo tipo humano compuesto con la selección de cada uno de los pueblos existentes (XV) … Desde los primeros tiempos, desde el descubrimiento y la conquista, fueron castellanos y británicos, o latinos y sajones, para incluir por una 59 José Vasconcelos, La raza cósmica, México, Porrúa, 2001. 250 parte a los portugueses y por otra al holandés, los que consumaron la tarea de iniciar un nuevo periodo de la Historia conquistando y poblando el hemisferio nuevo … Pugna de latinidad contra sajonismo ha llegado a ser, sigue siendo nuestra época, pugna de instituciones, de propósitos y de ideales (6) … Los creadores de nuestro nacionalismo fueron, sin saberlo, los mejores aliados del sajón, nuestro rival en la posesión del continente … No advertimos el contraste de la unidad sajona frente a la anarquía y soledad de los escudos iberoamericanos (7) … La raza que había soñado con el imperio del mundo, los supuestos descendientes de la gloria romana, cayeron en la pueril satisfacción de crear nacioncitas y soberanías de principado, alentadas por almas que en cada cordillera veían un muro y no una cúspide (11) … Reconozcamos que fue una desgracia no haber procedido con la cohesión que demostraron los del Norte: la raza prodigiosa, a la que solemos llenar de improperios, sólo porque nos ha ganado cada partida de la lucha secular (13) … Ellos no tienen en 251 la mente el lastre ciceroniano de la fraseología ni en la sangre los instintos contradictorios de la mezcla de razas disímiles; pero cometieron el pecado de destruir esas razas, en tanto que nosotros las asimilamos y esto nos da derechos nuevos y esperanzas de una misión sin precedentes en la Historia (13-14) … La ventaja de nuestra tradición es que posee mayor facilidad de simpatía con los extraños. Esto implica que nuestra civilización, con todos sus defectos, puede ser la elegida para asimilar y convertir a un nuevo tipo a todos los hombres. En ella se prepara de esta suerte la trama, el múltiple y rico plasma de la Humanidad futura. Comienza a advertirse este mandato de la historia en esa abundancia de amor que permitió a los españoles crear una raza nueva con el indio y con el negro … La colonización española creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir … Su predestinación obedece al designio de constituir la cuna de una raza quinta en la que se fundirán todos los pueblos (14) … En el mismo periodo caótico de la Independencia, que 252 tantas censuras merece, se advierten, sin embargo, vislumbres de ese afán de universalidad que ya anuncia el deseo de fundir lo humano en un tipo universal y sintético … Hidalgo, Morelos, Bolívar, Petion el haitiano, los argentinos en Tucumán, Sucre, todos se preocuparon de libertar a los esclavos, de declarar la igualdad de todos los hombres por derecho natural; la igualdad social y cívica de los blancos, negros e indios. En un instante de crisis histórica, formularon la misión trascendental asignada a aquella zona del globo: misión de fundir étnica y espiritualmente a las gentes (15)". ¡Curioso personaje, este José Vasconcelos! Criado entre su ciudad natal, Coahuila (Oaxaca), y Eagle Pass, se hizo abogado, fue miembro fundador del Ateneo de la Juventud de México y, siguiendo la tendencia ideológica progresista de casi todos sus miembros (los Alfonso Reyes, Diego Rivera, Pedro Enríquez Ureña, Antonio Caso, etc.), entró en 253 política cercano al partido progresista de Madero. Obligado a exilarse a EEUU tras el asesinato del presidente, viaja por el país del norte y por todo el continente, hasta que, a su vuelta a México, ejerce distintos cargos como el de rector de la Universidad Nacional, ministro de Educación Pública o director de la Biblioteca Nacional, lo cual no le impidió escribir casi medio centenar de libros. En otras palabras: fue un polígrafo, un hombre profundamente comprometido con la realidad política y social de su tiempo, pero sobre todo, fue un visionario. Esta es una palabra peligrosa. Los visionarios, carentes de pragmatismo, plantean objetivos imposibles de cumplir y terminan defraudando a sus seguidores. Con todo, también es verdad que sin visionarios el ser humano no tendría futuro, sería incapaz de proyectarse hacia lo desconocido, lo cual vale tanto como enfangarse en la repetición mecánica de hábitos propia de los animales. Vasconcelos es un visionario como Gandhi o como Martin Luther King, con los que tiene muchos rasgos en común. Las cosas que dice, 254 a menudo ingenuas o exageradas, nos hacen sonreír y exhalan un inconfundible tufillo decimonónico, pero al mismo tiempo resulta inevitable que nos obliguen a pensar. La raza cósmica, el origen hispanoamericano de la expresión y del concepto de la raza, tuvo diversas elaboraciones intelectuales a lo largo del siglo XX, algunas progresistas, otras conservadoras. Lo más interesante, con todo, es que la idea de la raza como suma de todas las sangres y de todas las culturas terminó calando en el imaginario colectivo de la gente de la calle, que no en vano fue Vasconcelos impulsador incansable de la educación popular mediante las misiones rurales, algo que García Lorca imitaría con el teatro de La Barraca. Y así, cuando los funcionarios del censo de EEUU decidieron que hispanic es una raza simplemente recogieron la idea del pueblo, de los latinos inmigrantes que la promovieron a través de MALDEF ignorando su procedencia. 255 Pero en esta exposición hemos dado un salto conceptual: una cosa es la mezcla de gentes y otra, la lengua. Y es que la idea de la lengua española como símbolo del mestizaje no está en Vasconcelos. Fue José Enrique Rodó, un escritor uruguayo contemporáneo de Vasconcelos, quien primeramente relacionó lo uno con lo otro, según se advierte en el siguiente pasaje: "Al través de todas las evoluciones de nuestra civilización persistirá la fuerza asimiladora del carácter de raza, capaz de modificarse y adaptarse a nuevas condiciones y nuevos tiempos, pero incapaz de desvirtuarse esencialmente. Si aspiramos a mantener en el mundo una personalidad colectiva, una manera de ser que nos determine y diferencie, necesitamos quedar fieles a la tradición en la medida en que ello no se oponga a la libre y resuelta desenvoltura de nuestra marcha hacia adelante. La emancipación americana no fue el repudio ni la anulación del pasado, en cuanto éste implicaba un 256 carácter, un abolengo histórico, un organismo de cultura, y para concretarlo todo en su más significativa expresión, un idioma. La persistencia invencible del idioma importa y asegura la del genio de la raza [el subrayado es mío], la del alma de la civilización heredada porque no son las lenguas humanas ánforas vacías donde pueda volcarse indistintamente cualquier substancia espiritual, sino formas orgánicas del espíritu que las anima y que se manifiesta por ellas"60 . He aquí una paradoja. Por un lado, la cultura hispánica es una cultura que se ha mostrado claramente incapaz de mantener unidas a las distintas naciones que la integran, en abierto contraste con lo que ocurrió en los EEUU o en el Brasil. Por otro lado, sin embargo, el sentimiento de su unidad y el de que ésta se cimenta en la lengua española es muy antiguo, desde luego mucho más que la moderna propensión de los Estados Unidos a 60 José Enrique Rodó, "El genio de la raza", El mirador de Próspero, Barcelona, Cervantes, 1928, 1. 257 reclamar el vínculo ideológico significado por el inglés, la cual, todo hay que decirlo, representa una reacción frente al auge del español en el suroeste del país, no un sentimiento originario. Al fin y al cabo, todavía hoy la Constitución de los Estados Unidos no contiene declaración alguna relativa a la lengua oficial y, aunque sí se han producido batallas legales para modificar la Primera Enmienda en varios estados -en Arizona en 1988-, la cuestión sigue en el alero. En cuanto a Brasil, el portugués es la lengua oficial, pero no se le ha prestado ningún valor ideológico añadido. Tal vez la valoración simbólica de la lengua española y la debilidad política de los países hispanoamericanos sean cuestiones relacionadas, pues se ha tendido a reforzar el sentimiento de unidad de aquella como forma de contrarrestar la tendencia disgregadora en lo político. Desde luego, esta última constituye una de las frustraciones más lacerantes de los hispanoamericanos. Cuando las distintas repúblicas se independizaron de España a partir de 1810, sus líderes tenían muy claro que se 258 trataba de un movimiento concertado y que Hispanoamérica debía seguir siendo un organismo unitario como en la época de la colonia. Pero fracasaron. Ni siquiera pudieron mantenerse unidos los territorios de los Estados Unidos de Centroamérica, las actuales Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Honduras y Salvador. Menos aún la Gran Colombia soñada por Bolívar, la cual incluía Venezuela, Colombia y Ecuador. La presión norteamericana terminaría incluso desgajando de Colombia el miniestado de Panamá, un país creado exclusivamente para servir de base territorial al canal interoceánico que necesitaban los Estados Unidos. Se engañaría, no obstante, quien creyese que estos síntomas -evidentes- de debilidad política son una manifestación paralela de debilidad cultural. Pese a todo, los hispanomericanos tienen una fuerte conciencia étnica unitaria y la cimentan, principal, aunque no exclusivamente, en la lengua española. Lo dejó bien claro Andrés Bello, un venezolano que escribe en Chile y que es el autor de la primera 259 gramática moderna del idioma, cuando en el prólogo de la misma declara su intención61 : "No tengo la presunción de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes … Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros … Sea que 61 Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, Ed. crítica de R. Trujillo, Tenerife, 1981 [1ª ed. 1847], 129-130. 260 yo exagerare o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra…". No se trata de un sentimiento aislado. El venezolano Andrés Bello era secretario de otro venezolano todavía más ilustre, Simón Bolívar, el padre de la independencia. A nadie debe sorprender, por tanto, que un siglo después. el historiador venezolano Mariano Picón todavía escriba cosas como estas: "Es necesario aclarar este tema, no por ese hispanismo académico que han exaltado las clases conservadoras en Suramérica, ni por espíritu colonialista, sino porque es a través de formas españolas como nosotros hemos penetrado en la civilización occidental y aun el justo reclamo de reformas sociales, de un mejor nivel de vida que surge de las masas mestizas de Hispanoamérica, tiene que formularse en español para que alcance toda su validez y eficacia. Por la ruptura de los 261 imperios indígenas y la adquisición de una nueva lengua común, la América Hispana existe como unidad histórica [el subrayado es mío] y no se fragmentó en porciones recelosas y ferozmente cerradas entre sí. En nuestro proceso histórico la lengua española es un admirable símbolo de independencia política; lo que impidió por la acción de Bolívar y San Martín, por el fondo de historia común que se movilizara en las guerras contra Fernando VII, que fuésemos para los imperialismos del siglo XIX una nueva Africa por repartirse. Dentro de la geografía actual del mundo ningún grupo de pueblos (ni el balcánico de Europa, ni el Commonwealth británico, tan esparcido en distintos continentes) tiene, entre sí, esa poderosa afinidad familiar. Aunque empleen pabellones distintos, un chileno está emocionalmente más cerca de un mexicano, que un habitante de Australia de otro del Canadá"62 . 62 M. Picón Salas, De la conquista a la independencia, México, FCE, 1944, 55. 262 Y es que en el imaginario colectivo de los hispanoamericanos la idea de la raza y la de la lengua española han llegado a fusionarse hasta tal punto que han terminado por conformar un verdadero tópico del discurso. De aquí a su utilización por los políticos hispanoamericanos de todas las orientaciones media bien poco: basta leer los discursos de los tres presidentes americanos que asistieron a la apertura del II Congreso Internacional de la Lengua Española en Valladolid el 16 de octubre de 200163 -Fox de Méjico, De la Rúa de Argentina y Pastrana de Colombia- para darse cuenta de cómo es imposible tratar este asunto sin recaer en el mismo. Por ejemplo, Fox adoptó un punto de vista mentalista: "La lengua de algún modo nos crea, nos conforma, nos define. Y con la lengua se establecieron las creencias, las ideas, los valores, la concepción del mundo propios de la hispanidad". 63 Véanse las Actas en www.cvc.cervantes.es/obref/congresos/valladolid. 263 De la Rúa, por su parte, prefirió un planteamiento más pragmático: "Nuestro idioma ha hecho sus aportes concretos al entendimiento de los pueblos y a la búsqueda del progreso, sin alejarse en sus desarrollos de la ética y la eficacia". En cuanto a Pastrana, acabó rematando la jugada con una curiosa proyección profética retrospectiva: "Vengo de 'Nuestra América', la de Martí y la de nosotros, la que ha enriquecido en el crisol del mestizaje la vitalidad de la lengua española, es decir, vengo del futuro, allí donde la imaginación y la realidad se disputan el tiempo y el espacio". 264 ¿De dónde sale esta unanimidad en proclamar el vínculo lingüístico? Alexis de Tocqueville ya había observado que en las colonias británicas del norte se daba una circunstancia parecida64 : "Los emigrantes que vinieron, en diferentes periodos, a ocupar el territorio que cubre hoy día los Estados Unidos de América diferían unos de otros en muchos puntos, su objetivo no era el mismo, y se gobernaban según principios diversos. Estos hombres tenían sin embargo entre sí rasgos comunes y se encontraban todos en situación análoga. El lazo del lenguaje es tal vez el más fuerte y más durable que pueda unir a los hombres. Todos los emigrantes hablaban la misma lengua; eran todos hijos de un mismo pueblo". Sin embargo, para los Estados Unidos el vínculo representado por la lengua no se ha reivindicado 64 Alexis de Tocqueville, La democracia en América, México, FCE, 1997, 26. 265 sino hasta ayer mismo y sólo como reacción especular a la irrupción del español en su espacio idiomático. Por el contrario, si Tocqueville hubiese considerado la situación de Hispanoamérica, se habría encontrado con que no era cierto que todos hablasen la misma lengua. Según algunos cálculos conservadores, en el momento de la independencia sólo uno de cada tres ciudadanos hablaba español; los demás se expresaban en lenguas indígenas. Todo lo cual no fue óbice para que Rodó insinuase la idea de raza verbal, para que Bello escribiese lo que escribió, para que, un siglo después, lo ratificase Picón y para que, a poco que busquemos, podamos encontrar formulaciones parecidas en autores de cualquier país o ideología, por ejemplo en el académico colombiano Alfonso Robledo, de tendencia conservadora65 : "Sí: defender la lengua es defender la Patria. Trabajar por la unidad y la pureza del idioma, es 65 Alfonso Robledo, Una lengua y una raza, Bogotá, Arboleda, 1916, 59. 266 retardar, por lo menos, la gran catástrofe, es prolongar la vida del castellano, como el aseo y la limpieza en nuestro cuerpo, según frase de don Rufino Cuervo, se nos prescribe aunque hayamos de ser mañana cebo y pasto de los gusanos". o en el periodista puertorriqueño Salvador Tió, de ideas liberales, cuando declara: "Es ajeno a nosotros el concepto de raza en sentido biológico; nuestro sentido de raza nos lo da la lengua"66 . 66 Diario El Mundo de San Juan de Puerto Rico, 25 de diciembre de 1969, apud M. Alvar, "Español e inglés en Puerto Rico", Hombre, etnia, estado, Madrid, Gredos, 1986, nota 166. 267 El mestizaje y la raza verbal Para entender todo esto es preciso relacionar la cuestión del idioma con la del mestizaje. Y es que la raza verbal lo es, ciertamente, porque habla español, pero también porque se trata de una raza mestiza que se nutre de la mezcla de todas las razas, de una raza cósmica, como quería Vasconcelos. Es notable que durante los tres siglos que duró la colonia no encontremos ni una sola referencia a la lengua española en cuanto fermento de unión de los ciudadanos americanos, y que sean precisamente las nuevas naciones independientes las que manifestaron su firme creencia en la capacidad aglutinadora del idioma cuando lo declaran oficial o nacional, según los casos67 . Estos protocolos de reconocimiento, de conversión de lo conocido en 67 M. Alvar, "Lengua nacional y sociolingüística: las Constituciones de América", en Hombre, etnia, estado, op. cit.M. Alvar, "Lengua nacional y sociolingüística: las Constituciones de América", en Hombre, etnia, estado, op. cit. 268 reconocido, se producen a partir de 1929 (en Ecuador), fecha que no deja de llamar la atención, pues pertenece al mismo lustro que los citados trabajos de Vasconcelos y de Rodó; el resto se alinea a lo largo de la década de los treinta y de los cuarenta, sobre todo en esta última, coincidiendo con el auge económico de los países hispanoamericanos en tiempos de la segunda guerra mundial y de la inmediata posguerra, precisamente cuando España se hundía en la miseria que siguió a la guerra civil. ¿Acaso tenían los ciudadanos de las nuevas naciones hispánicas en el siglo XIX creencias lingüísticas, por así decir? Los habitantes de la América colonial creían expresamente en algunas nociones abstractas, fundamentalmente en las del cristianismo, pese a lo cual -y en abierto contraste con la constitución de los EEUU, a la que siguen por lo general- las constituciones hispanoamericanas no les conceden papel alguno. Tampoco creían -o no creían creer, mejor dicho- en el papel unificador del idioma. 269 Más bien fue al contrario. Toda la política lingüística de la Iglesia y, con altibajos, también la de la Corona, estribó en defender a los pueblos indígenas de la voracidad asimiladora de los conquistadores68 , lo cual pasaba por garantizar su aislamiento respecto a ellos. Esto se tradujo en la creación de cátedras de lenguas indígenas en las principales universidades -¡de quechua ya en 1560!-, en la redacción de numerosas gramáticas (Artes) y catecismos y, finalmente, en una medida política tan sorprendente como la obligatoriedad del conocimiento de dichos idiomas para los clérigos. Es lo que había ordenado el Concilio de Trento: que se predicase a cada pueblo en su lengua; sólo que las naciones que estaban en disposición de hacerlo eran únicamente España y -en mucha menor medida porque los indígenas de la Amazonía estaban dispersos y eran poco numerosos- Portugal. 68 Lo estudia detalladamente Juan R. Lodares, "Las lenguas del imperio", BRAE, 84-289, 2004, 5-43. 270 Empeñado en propagar el catolicismo, el Estado de los Austrias se encontró con la notable dificultad de la inmensa dispersión lingüística del continente americano. Como observa fray Jerónimo de San Miguel en una carta a Carlos V, fechada en Santa Fe el 20 de agosto de 1550: "Los indios no hablan todos una lengua...; antes hay gran diferencia de ellas y tanta que en cuatro leguas hay seis o siete lenguas; tienen todas una gran dificultad en la pronunciación y no hay español que sepa hablar una de ellas". Era necesario encontrar un punto de confluencia idiomática susceptible de sustentar y propagar la fe cristiana. Pero, contra lo que uno esperaría, la Iglesia -y, aunque menos, su brazo secular, el Estado, también-, no intentó constituir a la lengua española en expresión simbólica de la nueva religión. La razón es bien simple. Como nota 271 Alonso de la Peña Montenegro, en su Itinerario de parrochos para Indios (1668): "Es imposible que penetre la fe a lo interior del alma si no se predica de manera que la entiendan los infieles, que dar voces en otro idioma viene a ser trabajo perdido y confusión babilónica". También cuenta, naturalmente, el propio interés pecuniario de los clérigos americanos, los cuales siempre se resistieron a las tendencias regalistas de la Corona, empeñada en proponer a peninsulares que no conocían las lenguas indígenas, pues ello los eliminaba como competidores para los suculentos cargos eclesiásticos. No siempre es oro todo lo que reluce: mas en la Historia, con mayúscula, lo que cuenta son los resultados, con independencia de la mayor o menor mezquindad de las historias de que se compone. 272 El Estado se opuso a esta indigenización idiomática impuesta por los religiosos. Una disposición de las Leyes de Indias (libro VI, título I, ley 18) de 1550 duda que "la más perfecta lengua de los indios" permita "explicar bien y con propiedad" la nueva religión, por lo que se opta por "introducir la castellana". La Iglesia no tardaría, empero, en contrarrestar esta acometida jurídica al disponer, en el Concilio III de Lima (1583), que el catecismo y las oraciones se enseñasen a los indios en su idioma y que no se les pudiese obligar a aprender el español. El poder civil reacciona y, el 3 de julio de 1596, Felipe II dicta una cédula: " … proveyendo en ello de manera que se cumpla so graves penas, principalmente contra los caciques que contravinieren a la dicha orden o fueren remisos y negligentes en cumplirla, declarando por infame y que pierda el cacicazgo y todas las otras honras, prerrogativas y nobleza de que goza el que de aquí 273 adelante hablare o consintiere hablar a los indios del dicho su cacicazgo en su propia lengua". Parece el Decreto de Nueva Planta, que impondría el español sobre el catalán, el gallego y el vasco en España, un siglo después. Sin embargo, la realidad es obstinada y el Estado, un estado que pensaba en europeo y desde Europa y que sabía muy poco de América, no tuvo éxito. Por eso, el 17 de marzo de 1619, Felipe III emite la siguiente disposición que viene a dar al traste con lo que pudo ser una política lingüística asimiladora: "Ordenamos y mandamos a los Virreyes, Presidentes, Audiencias y Gobernadores, que estén advertidos y con particular cuidado de hacer que los curas doctrineros sepan la lengua de los indios que han de adoctrinar y administrar...; y con los superiores de las Ordenes, que renueven a los religiosos que no supieren la lengua e idioma de los 274 indios en forma dada, y propongan otros en su lugar". La firme decisión política de imponer el español es muy posterior y corresponde a los últimos tiempos de la colonia, en estricta concomitancia con la actitud lingüística centralizadora de los Borbones. El 10 de mayo de 1783 Carlos III exige el conocimiento del español en los asuntos públicos. Pero, salvo para el muisca -desaparecido de la sabana de Bogotá en el siglo XVIII-, dichas medidas llegaban tarde. En el momento de la independencia, la lengua española no unía a los habitantes de Hispanoamérica. ¿Qué les unía pues? Decía Alfonso Reyes, un compañero de Vasconcelos en el Ateneo de la Juventud: 275 "Considero como un privilegio hablar en español y entender el mundo en español: lengua de síntesis y de integración histórica, donde se han juntado felizmente las formas de la razón occidental y la fluidez del espíritu oriental"69 . Lengua de síntesis, es decir, lengua del mestizaje. En el siglo XIX el español aún no era la lengua de todos, pero sí la de la capa más importante de la población, la capa que hizo la Hispanoamérica moderna: los mestizos70 . El mestizaje es un 69 A. Reyes, "Discurso por la lengua", Ensayos sobre la inteligencia americana, Madrid, Tecnos, 2002, 159. 70 Luis Fernando Lara, “Para la historia de la expansión del español por México”, NRFH, LVI, 2008, 2, 297-362, ha puesto de manifiesto cómo los propagadores del español por la Nueva España fueron principalmente los mestizos: “Sin embargo, la constante y rápida caída demográfica indígena debe haber sido un elemento que tomaba cada vez más peso en los alegatos, sobre todo del clero secular, por obligar a los indios a aprender español y contrariar el apoyo misionero a la expansión del náhuatl y, en general, del respeto a las lenguas amerindias. A ello hay que agregar como factor determinante el crecimiento de la población mestiza y mulata, para la cual el español era ya su lengua materna y la más conveniente a su 276 fenómeno que no se dio en las colonias británicas de Virginia y de Nueva Inglaterra ni en las sociedades coloniales creadas más tarde por los europeos en Asia, en África y en Oceanía. Por muchas razones, si bien ninguna de índole moral, quiero advertirlo: ni el colonialismo español fue mejor por propiciar la mezcla ni fue peor por no impedirla: simplemente ocurrió sin que pudiera evitarlo. Porque los españoles no emigraron a América con sus familias, a la manera de los peregrinos del Myflower, sino como un ejército de soldados que necesitaron mujeres indígenas y que se las procuraron unas veces por la fuerza y otras mediante trueque con sus tribus. Porque esa sociedad que emigraba en las naves de Colón ya era una sociedad acostumbrada a practicar el mestizaje, pues llevaba ocho siglos mezclando las sangres de cristianos, moros y judíos al tiempo que combatía al Islam. Porque las colonias españolas no ocuparon un espacio vacío a base de ir arrinconando a los indígenas hacia el oeste, sino que se instalaron sobre comunidades subsistencia” (321). 277 indígenas mucho más cultas y numerosas que las tribus dispersas en las grandes llanuras de América del Norte: los virreinatos vienen a ser realmente la continuación de poderosos imperios, también multirraciales, como el azteca -la Nueva España-, el inca -el Perú- o el chibcha -la Nueva Granada-, en los que existe una compleja vida urbana y en los que la población se mezcla una y otra vez de todas las formas imaginables. De muchas maneras, ciertamente, lo que dio lugar a una sociedad de castas con denominaciones curiosas, cuando no ofensivas: mestizo, que era el hijo de español e india; mulato, que era el hijo de español y negra; zambo, que era el hijo de indio y negra; tercerón, que era un cruce de blanco y mulato, cuarterón, que lo era de tercerón y blanco, etc. El poema Raza de Rubén Darío, un nicaragüense, mestizo él mismo, que renovó totalmente la lengua española encarrilándola hacia la modernidad, expresa con claridad esta situación71 : 71 Rubén Darío, "Raza", Poema del otoño y otros poemas, en Poesías completas, Madrid, Aguilar, 1961, 884. 278 Hisopos y espadas han sido precisos, unos regando el agua y otras vertiendo el vino de la sangre. Nutrieron de tal modo a la raza los siglos. Juntos alientan vástagos de beatos e hijos de encomenderos con los que tienen el signo de descender de esclavos africanos, o de soberbios indios… Así es. Con crueldades, con injusticias, con estupros se llegó a una sociedad mestiza, la primera sociedad verdaderamente mestiza de la historia. Una sociedad 279 que no podía tener en común ni una religión ni un código civil de conducta ni unos mismos intereses económicos, sino tan sólo una lengua: el español. La sociedad con la que se encontraron los libertadores americanos, los Bolívar y los San Martín, era una sociedad de propietarios rurales que aprovecharon la desamortización de los bienes de la Iglesia o del Estado para crear inmensos latifundios (estancias, haciendas) en los que se explotaba a millones de desheredados. La sociedad con la que se encontraron los libertadores evolucionó prontamente hacia sistemas autoritarios -el tirano Rosas en Argentina, el doctor Francia en Paraguay, el general Santa Anna en México-, que abrieron un modelo dictatorial recurrente durante dos siglos. Ni siquiera la Iglesia católica, reivindicada una y otra vez por el pensamiento tradicionalista como cimiento de Hispanoamérica, supo conservar dicho papel, que sin duda había tenido durante la colonia, precisamente por su alineamiento del lado de aquel. Estamos lejos, ciertamente, de la sociedad de los Estados Unidos, la cual se construyó sobre el 280 llamado Credo. Los hispanos, sólo tenían y tienen dos cosas en común: el mestizaje y la lengua española o, si se prefiere, la lengua española y el mestizaje. ¿Hasta qué punto responde esta afirmación a un deseo más que a una realidad? Se me puede objetar que: no todos hablan español y, además, que la sociedad hispana también es racista. En cuanto a lo primero, tengo que decir que, en efecto, todavía no hablan español como lengua materna todos y cada uno de los hispanos72 . Pero se trata de un proceso en marcha que camina hacia su consumación. A comienzos del siglo XIX, ya lo he dicho, sólo entendía el español un tercio de los pobladores de Hispanoamérica. Pero los libertadores, obsesionados con renunciar a la herencia política y legitimadora de la metrópoli, impulsaron la propagación del idioma como un hecho ideológico. El español fue 72 Se trata esta cuestión en A. López García, "El avance del español americano dentro de sus fronteras: ideología y sociolingüística", en V. Noll y H. Symeonidis (Hg.), Sprache in Iberoamerika. Festschrift W. Dietrich, Hamburg, Buske, 2005, 63-77. 281 declarado lengua nacional y fue expandido por el sistema educativo, de manera que hoy no sólo lo habla como lengua materna el 90% de los hispanoamericanos, sino que lo entienden todos. Los hispanos pertenecen ya en su totalidad al universo simbólico e imaginario de la lengua española. Sólo así se comprenden las sorprendentes palabras de Angel Rosenblat73 , pronunciadas hace medio siglo: "Hay todavía un millón de indios en México que no saben hablar español y que usan lenguas propias como único medio de comunicación. Es decir, hay un millón de mexicanos que no saben que son mexicanos” [el subrayado es mío]. Hoy día Rosenblat tendría que rectificar: el porcentaje de mexicanos que no saben español y que, por ello, no saben que son mexicanos es mucho 73 Ángel Rosenblat, La política indígena y el mestizaje en América, Buenos Aires, 1954, 31. 282 menor, casi insignificante. Conforme avanza el mestizaje, se produce un avance paralelo del español y, ahora que toda la sociedad hispana es ya mestiza, por supuesto, toda ella es también hispanohablante. La relación entre lengua y mestizaje, la idea del español como lengua del mestizaje, que vale tanto como la raza verbal, la ha simbolizado el escritor Carlos Fuentes74 en la figura de la Malinche, la primera indígena bilingüe y la primera que dio a luz a un mestizo: "La intérprete, pero también la amante, la mujer de Cortés, La Malinche estableció el hecho central de nuestra civilización multirracial, mezclando el sexo con el lenguaje. Ella fue la madre del hijo del conquistador, simbólicamente el primer mestizo. Madre del primer mexicano, del primer niño de sangre española e indígena. Y La Malinche parió hablando esta nueva lengua que aprendió de Cortés, la lengua española, lengua de la rebelión y de la 74 Carlos Fuentes, El espejo enterrado, México, FCE, 1992, 124- 125. 283 esperanza, de la vida y de la muerte, que habría de convertirse en la liga más fuerte entre los descendientes de indios, europeos y negros en el hemisferio americano". Indios, europeos y negros: al final, todos mestizos. Pero no ha sido un camino de rosas. En la sociedad colonial, los mestizos estaban mal vistos, se les consideraba sólo un poco por encima de los mulatos y de los zambos en la escala social. Por lo demás, el mestizo -palabra que acabó por aplicarse a cualquier cruce racial- tenía vedados ciertos oficios y distinciones. Había una escala de gradaciones raciales, y de ahí denominaciones injuriosas como la de saltapatrás, el cruce de cuarterón y negro que ennegrece de nuevo la línea de ascendencia. Así y todo, no se trataba de compartimentos estancos a la manera de las castas de la India. En la América colonial cada individuo pertenecía a uno de los valores de la escala, pero sus hijos podían subir o bajar. El resultado fue que, a la postre, todos 284 acabaron teniendo de todas las sangres, todos fueron mestizos. Por eso, la valoración social del mestizaje tuvo que cambiar. En el siglo XIX, Domingo Sarmiento se lamenta de la mezcla racial argentina, la cual, en su opinión, impide el progreso del país según el modelo de los Estados Unidos75 : "Por lo demás, de la fusión de estas tres familias [blancos, indios y negros] ha resultado un todo homogéneo [el mestizo], que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación y las exigencias de una posición social no vienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual. Mucho debe haber contribuido a producir este resultado desgraciado la incorporación de indígenas que hizo la colonización. Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan 75 Domingo F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie, Madrid, Alianza, 1970 [1ª ]ed., 1845, 38-39. 285 fatales resultados ha producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada de acción la raza española cuando se ha visto en los desiertos americanos abandonada a sus propios instintos". Sin embargo, los dos siglos que llevamos de historia independiente de la América Latina demuestran que el mestizaje avanza como una ola que lo inunda todo y, también, que -contra las previsiones pesimistas de Sarmiento- el origen de la renovación y del progreso está precisamente en estos mestizos hispanohablantes. Lo deja claro Leopoldo Zea, cuando escribe76 : "El modelo a realizar lo ofrecen, ahora, la Europa occidental y los Estados Unidos de Norteamérica. Civilizar será realizarse de acuerdo con este modelo … Este proyecto, decíamos, tiene su origen en un grupo social que se siente extraño a la realidad en 76 Leopoldo Zea, Filosofía de la historia americana, México, FCE, 1978, 250-252. 286 que vive, al sistema en el cual se encuentra inmerso y del cual trata de evadirse. El mestizo … sabe que no puede ser como el señor que lo domina: pero tampoco quiere ser parte del grupo dominado … Este grupo, en una gran parte de nuestra América estará encarnado, decíamos, en los mestizos … La raza mestiza, conjunción de dos razas, estará, también, destinada a a ser crisol de todas las razas y, con ellas, de sus más altas expresiones civilizadoras" Vuelvo a lo de antes: ¿de verdad se pretende convencer al lector de que en Hispanoamérica no existe el racismo? No por cierto. Lo quiero dejar claro para prevenir objeciones previsibles -seguramente bienintencionadas- provenientes de autores europeos que no comprenden lo que está sucediendo allí. Por ejemplo, Teun A. Van Dijk, un holandés, casado con una chilena, que escribe en un libro dedicado a su mujer77 cosas como estas: 77 Teun A. Van Dijk, Dominación étnica y racismo en España y América Latina, Barcelona, Gedisa, 2003. 287 "Una de las tesis principales de este libro es que la tendencia general del racismo va de arriba a abajo, es decir, que está preformulado, posiblemente de un modo bastante moderado, por las élites simbólicas en general y por los políticos y los medios de comunicación en particular (109) … El racismo se aprende y, por tanto, se enseña, no surge espontáneamente a partir de las experiencias cotidianas (110) … Aparte de las raíces comunes, una de las múltiples características que el racismo latinoamericano comparte con el europeo es su asidua negación por parte de las élites blancas o mestizas, tanto en el discurso político como en el académico y también en las conversaciones corrientes … Hemos visto que la explicación habitual (y juiciosa) para justificar la pobreza y la marginación de los pueblos indígenas y de los descendientes africanos es que se debe a su pertenencia a una clase social determinada, y no a su color o raza. El hecho de que algunos negros sean ricos y famosos, por ejemplo en Brasil, o que 288 algún indígena se convierta en presidente de la nación, como sucedió en México o actualmente en Perú, todavía se interpreta como la prueba evidente de que el color o la «raza» no son un impedimento (112) … Aun cuando muchos latinoamericanos declaran ser y sentirse mestizos, por lo que el concepto de racismo basado en la diferencia y en la dominación no tendría sentido, debo interpretar estas negaciones como síntoma, precisamente, del problema del racismo (113) … En todas partes, y de modo muy particular en Latinoamérica, el racismo se manifiesta principalmente en las prácticas sociales cotidianas de discriminación, exclusión y problematización, que dan lugar a una desigualdad social manifiesta en la falta de viviendas dignas, de servicios sanitarios, de educación, de empleo o de ingresos. Ante todo, el racismo cotidiano en Latinoamérica significa pobreza material más que marginación discursiva. En efecto, gran parte del discurso oficial, por ejemplo en política y en los medios, puede parecer sorprendentemente antirracista (114) … Desde México hasta Brasil, 289 gran parte del discurso político oficial manifiesta una actitud respetuosa hacia las raíces indígenas de las naciones oficialmente definidas como mestizas …, así como hacia los derechos de los pueblos de ascendencia africana (117)". Debo reconocer que ante este tipo de afirmaciones no puedo menos que quedarme perplejo. Da la impresión de que el autor ha querido hacer extensiva a Latinoamérica su visión del racismo en España -la cual me parece correcta, aunque pase como sobre ascuas por el verdadero problema: el nazismo etnicista que existe en el País Vasco-. De lo contrario, no se entienden sus continuas contradicciones, como que, por un lado, afirme que el racismo se impone discursivamente desde arriba y, por otro, reconozca que el discurso oficial latinoamericano es antirracista. Parece un poco el viejo argumento de "dime de qué presumes y te diré de qué careces": por la misma razón, habría que concluir que en Estados Unidos, donde predomina 290 la defensa de la economía de mercado, lo que les gusta es el sistema soviético, y que en los países islámicos, donde el discurso político está cuajado de citas del Corán, lo que les va es el laicismo. Tampoco parece muy coherente reconocer que ese discurso lo sustentan las élites blancas y mestizas: ¿cómo puede haber élites mestizas en unos países que, según nuestro autor, odian la mezcla de razas? Claro que, más curioso todavía es que los ciudadanos gusten de considerarse a sí mismos como mestizos en unas circunstancias como las que describe: por ejemplo, en la antigua Roma, no había discursos en defensa de los esclavos, ni siquiera entre los que se rebelaron con Espartaco, los cuales intentaron reproducir una sociedad esclavista en las efímeras repúblicas que llegaron a constituir. Dejémonos de peticiones de principio políticamente correctas. Nadie puede negar que en Latinoamérica, como en casi todas los países que no acaban de pertenecer al primer mundo, existen tremendas y desgarradoras diferencias sociales. Por razones históricas, estas se ceban en las poblaciones 291 indígenas y africanas: porque habitan los peores territorios, porque su nivel educativo es bajo, porque carecen de recursos. Claro que, pese a todo, sigue habiendo racismo, aunque menos que en Europa o que en Estados Unidos y esto es un matiz importante. Por lo demás, los brotes de racismo flagrante coinciden con un periodo de la historia moderna de Latinoamérica en el que se intentó erradicar el legado colonial siguiendo precisamente el patrón europeo: entre mediados del XIX y los primeros años del XX, el general Roca emprende en Argentina su “campaña del desierto” para eliminar a los indígenas y en México, en pleno porfiriato, la así llamada dictadura de Porfirio Díaz, se ataca a los indios de Sonora y Sinaloa desplazando a los yaqui hasta el sur y obligando a sus mujeres a convivir con emigrantes asiáticos en el más puro estilo estalinista. Lo que va diluyendo lentamente el racismo heredado de la situación colonial (o precolombina: en los grandes imperios indígenas también lo había) es esta sorprendente fusión del mestizaje biológico con el 292 simbólico. En la medida en que el español ha venido a ser el lazo de unión de todos, la raza cósmica, siempre imperfecta y que habría tardado mil años en uniformarse, se ha convertido en tan sólo dos siglos en una raza verbal. 293 Mestizaje y melting pot La pregunta que, sin duda, se hará ahora el lector es la de si este mestizaje hispano es lo mismo que el melting pot de los EEUU. Ante la necesidad de integrar a las sucesivas oleadas de inmigrantes, se creó una ideología asimilacionista consistente en concebir los Estados Unidos como un crisol en el que los distintos aportes étnicos y culturales se irían mezclando para crear un tipo enteramente nuevo, el americano. Lo primero que hay que decir es que bajo dicho concepto se esconden varias teorías del mestizaje, las cuales han polemizado agriamente entre sí. El melting pot, la idea tópica y hasta cierto punto oficial78 , fue propugnada por John de Crèvecoeur hacia 1780 en sus Letters from an American Farmer donde sostiene que "en Norteamérica los individuos de todas las naciones 78 Israel Zangwill, The Melting Pot: a Drama in Four Acts, New York, Arno Press, 1975, 184. Apud, Huntington, Who are we?, ch. 6, note 35. 294 se funden en una nueva raza de hombres". Sin embargo, contra lo que pudiera parecer, esta raza tenía poco que ver con la raza verbal de Vasconcelos: la integran "ingleses, escoceses, irlandeses, holandeses, alemanes y suecos". O sea: sólo anglo-sajones. Esto, naturalmente, es una consecuencia del hecho casual de que los Estados Unidos fueron una colonia británica y de que sus colonos procedían de las nacionalidades mencionadas, pero habría hecho las delicias de cualquier entusiasta de la raza aria, por ejemplo del contumaz propagandista al que me refería páginas atrás. En cualquier caso, el melting pot de los EEUU no guarda relación alguna con lo anterior. Por eso, Zangwill se hace cargo de la nueva situación creada por las emigraciones del XIX y comienzos del XX y añade "celtas y latinos, eslavos y teutones, griegos y sirios, negros y amarillos, judíos y gentiles". Ya tenemos, en apariencia, otra raza verbal, sólo que unificada en torno al inglés. Pero se trata de un espejismo, pues me parece dudoso que podamos 295 tomar sus palabras en serio. Para que quedase claro cuál era el límite de la mezcla tolerada, Milton Gordon79 matizaría la metáfora tradicional con otra imagen, la del tomato soup: la base de la americanidad sería la cultura anglo y los demás componentes se limitarían a matizarla a manera de especias que añaden sabores variados. Desde luego, esta última propuesta se ajusta mejor que el melting pot a lo que hoy son los EEUU, si bien el origen culinario de la metáfora le presta una connotación poco seria frente a la imagen minera tradicional del crisol. Todavía en el convulso año de 1968 las cosas funcionaban de manera diferente al norte y al sur del río Grande. En los EEUU, tras un 1967 que se había saldado con decenas de muertos en los disturbios raciales de Detroit, Boston, Newark y Kansas City, el año 1968 vio nacer el movimiento de los Black Panters y la generalización de la 79 Milton M. Gordon, Assimilation in American Life: the Role of Race, Religion, and Natural Origin, New York, Oxford University Press., 1964. 296 violencia por todo el país, al tiempo que Martin Luther King, el apóstol de la no violencia, caía asesinado por un prófugo blanco en Memphis el 4 de abril. Cuarenta años después las cosas son diferentes, los EEUU han elegido al primer presidente afroamericano de su historia, pero todavía falta mucho para que pueda hablarse de igualdad racial, ya no digamos de fusión de razas. Es notable que este mismo año de 1968 fuese igualmente dramático en México: al calor de la rebelión estudiantil del mayo francés, los universitarios de México D.F. comienzan una serie de manifestaciones y protestas que acaban en otoño con la trágica masacre de la plaza de Tlatelolco en la que el ejército, siguiendo órdenes del gobierno de Díaz Ordaz, dispara sobre los estudiantes con un saldo de centenares de muertos. Pero aquel no fue un conflicto racial, sino político y social: los estudiantes asesinados en esa plaza -también llamada, y no por casualidad, de las Tres Culturaseran blancos, indios, pero sobe todo mestizos, exactamente igual que los soldados que los habían 297 cercado y que los jerarcas del PRI que habían ordenado abrir fuego sobre ellos. Otra cosa es que la pobreza se cebase -y se cebe todavía- en los indígenas y que las élites dirigentes suelan ser blancas: como en toda Hispanoamérica. El mestizaje y el melting pot difieren en el origen de las sociedades que los han alumbrado y de ahí el desfase y las diferencias entre ambos. La sociedad hispanoamericana ha logrado un grado más alto de fusión racial, al tiempo que su desarrollo democrático es incuestionablemente más imperfecto que el del norte. La sociedad angloamericana de EEUU, edificada sobre el credo de la democracia que proclamaron los padres fundadores, sigue siendo el modelo de dicho sistema político para el mundo, pero no ha resuelto todavía la cuestión racial. La sociedad hispana reemplazó el modelo colonial español por una agitada historia de dictaduras, revoluciones y golpes de estado, pero ha caminado firmemente hacia una integración racial cada vez mayor. Estos son los hechos. 298 Cuando algo no está claro, suelen sucederse las propuestas y las contrapropuestas; cuando existe unanimidad, la discusión brilla por su ausencia. Es lo que ocurre con el doblete democracia política / democracia racial en el continente americano. En los EEUU, fuera de algunas minorías marginales, nadie ha discutido seriamente nunca ni el ideal democrático ni el modelo económico de mercado libre: no hace falta, existe un acuerdo social generalizado. En cambio, lo del mestizaje no está claro; por eso las propuestas menudean y no se reducen a las dos que he comentado, la oficial (el melting pot) y la real (la tomato soup): en los últimos tiempos la moda del multiculturalismo ha abierto un tercer frente, el del modelo salad, consistente en que las distintas culturas coexistan sin estorbarse, pero también sin mezclarse: una forma sutil de reinstaurar el paisaje tribal de las sociedades neolíticas en pleno siglo XXI. Es previsible que en esta disputa, trufada de numerosas propuestas intermedias, haya avances y retrocesos, pero a la postre no cabe duda de que el melting pot 299 acabará por imponerse. La solución multicultural parece preciosa en teoría, pero resulta inviable en la práctica social, económica y cultural: la convulsa historia de los Balcanes constituye un buen ejemplo. A su vez, la solución asimilacionista a ultranza sería admisible si el porcentaje de wasp fuese abrumador, pero este no es el caso y cada día lo va siendo menos, de manera que inevitablemente los aportes no anglosajones irán coloreando -de negro, de asiático, de hispano, sobre todo- el conjunto. El caso de Hispanoamérica es exactamente el opuesto. La tranquila y exitosa historia política de los EEUU, turbada tan sólo por la guerra civil del XIX y que puede anotar en su haber un proceso continuado de victorias y anexiones territoriales, contrasta con el vértigo de América Latina. Por poner un ejemplo del reverso del espejo en el que se miran los EEUU: en México, tras el levantamiento de Manuel Hidalgo en Dolores el 16 de septiembre de 1810, se abre el proceso de la independencia, pero también el de su disgregación: en 1823 se separa América Central (que a su vez se dividiría en 300 cinco estados minúsculos en 1837); entre 1845 y 1848, en una desgraciada e injusta guerra con el vecino del norte, pierde casi la mitad de su territorio, los actuales estados de California, Nevada, Arizona, Nuevo México y Texas, a pesar de que el país se había militarizado destinando la mitad del presupuesto nacional al ejército; luego, tras el periodo liberal de Benito Juárez, los ejércitos franceses logran instaurar la monarquía absolutista de Maximiliano de Austria, que acabará trágicamente con su fusilamiento en 1867, más tarde vendría la larga dictadura de Porfirio Díaz, de la que se sale en 1910 con un tormentoso periodo revolucionario liderado por Emiliano Zaparta y por Pancho Villa, caudillos que se hacen prácticamente independientes al sur y al norte del país respectivamente; ambos murieron asesinados, mientras los marines ocupaban Veracruz en 1910 y el general Pershing invadía los estados mexicanos del norte en 1914. No obstante, a pesar de todo, a pesar de este cuadro dantesco, las cosas van mejorando: desde 1920 se ha vivido en paz y 301 México ha progresado económicamente (tras España, que pertenece a otro mundo, al de la UE, es el país hispánico con mayor renta per cápita), aunque los sistemas presidencialistas de partido único no sean buenos garantes de la democracia. Una estimación prudente es que, a la larga, México asimilará su patrón económico y político al de los EEUU, el primero gracias al espacio común de libre comercio, el segundo desde que unas elecciones condujeron al cambio de partido de gobierno rompiendo con la hegemonía ininterrumpida del PRI durante ocho décadas y haciendo visible la posibilidad de la alternancia pacífica en el poder. En contraste con este panorama turbulento, la cuestión racial aparece ideológicamente asentada desde el principio: la propia Constitución mexicana se define como indigenista y no hay que olvidar que los estudiantes masacrados en Tlatelolco en 1968 proclamaban a Vasconcelos como guía espiritual y a su raza cósmica como un ideal de vida irrenunciable. 302 En el fondo, este contraste entre ambas culturas, la anglosajona y la hispánica, no hace sino reproducir en el continente americano lo que ya había sucedido en Europa. Gran Bretaña fue el primer estado de Europa occidental que conoció una revolución liberal -1648- y desde entonces su trayectoria política ha sido democrática, pero sólo modernamente ha logrado integrar a personas de otras razas procedentes de su antiguo imperio colonial (además, después de los atentados terroristas del metro de Londres, imputables a musulmanes británicos, uno se pregunta si dicha integración todavía está inmadura). España no tiene una historia política menos convulsa que la de México, Venezuela o Argentina: tras un largo periodo absolutista, las guerras napoleónicas conducen a una Constitución liberal en 1812, pero, al poco de derrotar al emperador, es el pueblo mismo quien reclama la vuelta a la monarquía autoritaria de Fernando VII, situación que refleja el increíble grito de "vivan las cadenas" con el que lo jaleaban. No es de extrañar, por tanto, que todo el 303 siglo XIX consista en una sucesión de efímeros gobiernos entreverados de golpes militares de los llamados "espadones", que a comienzos del XX haya una dictadura, luego una república de vida atormentada, una guerra civil, y finalmente otra dictadura, hasta la época presente en la que el país se instala en una democracia estable y en un desarrollo acelerado que lo ha convertido en la décima economía de Occidente. Pero la cuestión del mestizaje nunca supuso un problema. En la Edad Media este país, que ya era el resultado de un cruce de gentes, experimenta un proceso notable, la llamada Reconquista, por el que el norte cristiano invirtió ocho siglos en vencer al sur musulmán. Para ello, cada vez que se conquistaba una ciudad o una simple aldea, había que repoblarla con gentes venidas de toda Europa, con españoles del norte y con los musulmanes y judíos que no habían abandonado su lugar natal. Así surgió una sociedad mestiza, el primer caso de mestizaje en el Occidente cristiano. Con problemas y con dificultades, sin duda, pero a la larga con una fusión biológica y 304 cultural que acabaría de consumarse cuando sendos decretos de expulsión obligan a abandonar la península a los judíos (1492) y a los musulmanes (1609) rompiendo, paradójicamente, con el aislamiento de los que se convirtieron al cristianismo y se quedaron. Este modelo mestizo es el que se transplantó a América y es el que ha seguido funcionando hasta hoy. Cuando el golpe militar del general Franco arrastra a España a una guerra civil en la que hubo un millón de muertos y a la posterior instauración de un régimen autoritario a sangre y fuego, con numerosos ajusticiamientos por motivos políticos, no llegó a desarrollarse, sin embargo, una ideología de tipo fascista o nazi como la de los dos países, Italia y Alemania, con los que se había aliado dicho régimen. Al contrario: en pleno holocausto, son algunos embajadores españoles en países de Europa oriental los que logran salvar a muchos judíos sefarditas por considerarlos descendientes de "españoles" expulsados en el siglo XV y proveerles de pasaporte. Y recientemente, cuando una 305 verdadera avalancha de emigrantes procedentes de las fronteras exteriores de la UE llega a España y el país cambia su ingrediente poblacional a marchas forzadas, surgen problemas de convivencia y prácticas de explotación al emigrante, como en Francia, como en Italia, como en Alemania o como en Holanda, pero lo que no aparece son los típicos partidos fascistas cuya única bandera electoral la constituye el racismo. Ni siquiera la masacre de Atocha, promovida por fanáticos extranjeros y diferente, pues, de la londinense, ha logrado quebrar la convivencia de los de aquí con los que vinieron de fuera: los barrios de las ciudades españolas en los que se concentra la inmigración -Lavapiés en Madrid, el Raval en Barcelona, Russafa en Valencia, etc.- tienen algo de guetos, pero no se formaron sobre criterios raciales, pues árabes y asiáticos conviven con los hispanoamericanos, con los de Europa del este y, también, con los españoles más pobres. 306 Culturas complementarias De lo dicho se infiere que la cultura anglo y la cultura hispana han sido históricamente culturas complementarias; lo que a una le sobra a la otra le falta y viceversa. Nunca sabremos qué habría sido de Europa si el matrimonio del monarca español Felipe II con la reina María Tudor de Inglaterra hubiese tenido descendientes y ambos pueblos hubieran unido sus destinos. Lo que sí vamos a ver en los próximos años son los resultados de este experimento transplantados a suelo americano. Porque también aquí, la cultura anglo se asienta en el norte, la cultura hispana en el sur, y el continente en su conjunto viene a reducirse a eso: anglo + hispano = anglohispano. Esta hipótesis, que todavía no me atrevo a llamar propuesta, suscitará de inmediato ciertas reticencias que nos devuelven a cuestiones debatidas páginas atrás. Aceptemos, se me dirá, que la cultura anglo 307 de los EEUU es una cultura democrática y de economía liberal de mercado con carencias (todavía) en lo relativo al mestizaje. Aceptemos que la cultura hispana de América latina es una cultura mestiza con carencias (todavía) en lo relativo a la democracia y a la economía liberal de mercado. Visto así, parece que la una llama a la otra y al contrario, que, como decíamos arriba, los hispanos y los anglos constituyen las dos caras de una misma alteridad, el haz y el envés de una forma de entender el mundo. Pero -y aquí surge el problema-, ¿pueden llegar a ser una misma nación? No deberíamos caer en la trampa del pensamiento nacionalista decimonónico. Para dicha ideología, una nación es una lengua y, naturalmente, dos lenguas no pueden definir a una nación, sino a dos naciones. Por ejemplo, Johann Gottfried Herder había sostenido que la lengua alemana es la expresión del espíritu del pueblo alemán y su discípulo Wilhelm von Humbold escribe en 1821 lo que reproducíamos páginas atrás. Ignoro si los propugnadores del movimiento English only de los 308 EEUU han leído a Humboldt, pienso que no, pero sin duda se sentirían cómodos con sus ideas. Sin embargo, querría destacar que aunque lo que dice Humboldt sobre la capacidad definidora de la lengua para articular la nación resulta convincente, no es cierto que se trate de la única solución posible. El problema está en qué debemos entender por nación. Si lengua y nación son términos sinónimos, evidentemente esta discusión carece de sentido: habrá tantas naciones como lenguas. Más claro: como en el mundo existen unas seis mil lenguas diferentes, deben existir también unas seis mil naciones. Pero es obvio que estas naciones no son como las de la ONU, pues la ONU no tiene seis mil miembros, ni siquiera medio millar. O sea que nations (United Nations Organization) no significa naciones lingüísticas, significa naciones políticas, es decir, estados, aunque estado y nación tampoco equivalgan del todo. La coincidencia de los límites de la nación con los de la lengua es propia de las sociedades prehistóricas, de las tribus, y así lo comprobamos todavía en la Amazonía o en el 309 noroeste de Australia, donde hay pueblos que viven en el Neolítico. Desde que existen registros históricos, lo que tenemos es constancia de todo lo contrario: ni Egipto ni Babilonia ni Roma fueron sociedades de una sola lengua. Un estado puede constar de varios grupos lingüísticos, lo cual explica que el número de estados sea muy inferior al de lenguas. No sólo puede, en la práctica casi siempre lo hace, al menos en los países con una historia larga y complicada. Salvo Portugal, no existe ningún estado europeo monolingüe. En casi toda Asia, con la excepción parcial de Japón, ocurre lo mismo, y en África también. Pero un estado no es una nación, se me dirá. Según y como se mire: hay estados plurinacionales como Suiza, como Canadá o como la India, pero muchos estados plurilingües no son plurinacionales. No lo es China, donde se hablan varias lenguas sinotibetanas y otras de distinto origen; no lo es Francia, donde además de francés también se habla vasco, catalán, corso y bretón; no lo es Marruecos, donde el árabe convive con el 310 bereber. La pluralidad lingüística es lo normal, el monolingüismo lo excepcional. De acuerdo, se me concederá, pero estas lenguas nunca están en plan de igualdad, siempre hay una que define al conjunto del estado confiriéndole categoría de nación. Esto ya me parece más razonable: Francia se articula por el francés, Marruecos por el árabe, China por el chino mandarín. ¿A qué fue debido esto? Ernest Gellner ha dado una respuesta clarificadora80 : "De hecho, las naciones, al igual que los estados, son una contingencia, no una necesidad universal. Ni las naciones ni los estados existen en toda época y circunstancia. Por otra parte, naciones y estado no son una misma contingencia. El nacionalismo sostiene que están hechos el uno para el otro, que el uno sin el otro son algo incompleto y trágico. Pero antes de que pudieran llegar a prometerse cada uno 80 Ernst Gellner, Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza, 1983, 19-20. 311 de ellos hubo de emerger, y su emergencia fue independiente y contingente … Dos hombres son de la misma nación si y sólo si comparten la misma cultura, entendiendo por cultura un sistema de ideas y signos, de asociaciones y de pautas de conducta y comunicación. Dos hombres son de la misma nación si y sólo si se reconocen como pertenecientes a la misma nación. En otras palabras, las naciones hacen al hombre; las naciones son los constructos de las convicciones, fidelidades y solidaridades de los hombres". Dicho constructo, la nación, tiene fecha de nacimiento y responde a una causa externa a ella misma; el haberlo advertido constituye la mayor aportación de Gellner: "Resumiendo: una sociedad basada en una tecnología sumamente poderosa y en una expectativa de crecimiento sostenido, y que, además, exige tanto una división del trabajo móvil 312 como una comunicación continua, habitual y precisa entre extraños -comunicación que implica un significado explícito común y que se transmite en un idioma estándar, y, cuando es necesario, por escrito- ha emergido (51-52) … Recapitulemos los rasgos generales de la sociedad industrial. Entre los requisitos previos para su funcionamiento están una alfabetización general y un grado de sofisticación numérica, técnica y general elevado. Sus miembros son, deben ser, móviles y estar preparados para pasar de una actividad a otra, y además estar en posesión de ese adiestramiento genérico que les permitirá seguir manuales de instrucciones de nuevas actividades u ocupaciones. En el desempeño de su trabajo han de comunicarse continuamente con gran número de personas con las que a menudo no han tenido anteriormente ningún tipo de contacto y con las cuales, por tanto, la comunicación debe ser explícita, más que basada en el contexto. También deben saber comunicar mediante mensajes escritos, impersonales, libres de contexto, tipo «a quien corresponda». De ahí que estas comunicaciones 313 deban realizarse en unos mismos medios lingüísticos y escritura comunes y estandardizados (53) … La gran -pero válida- paradoja es la siguiente: las naciones sólo pueden definirse atendiendo a la era del nacionalismo, y no, como pudiera esperarse, a la inversa (79)". Admirable sutileza la que demuestra Gellner. Recuerdo la impresión que me produjo su libro cuando lo leí en plena efervescencia de la enésima edición de lo que se suele llamar el problema de España, es decir, las dificultades de un estado en el que algunas naciones periféricas, en especial la vasca y la catalana, querían independizarse del mismo. Porque sus tesis ponían el dedo en la llaga: no es que el País Vasco y Cataluña deban ser independientes porque hablan respectivamente vasco y catalán, lo cual legitimaría la individualidad de la nación y de la cultura vascas o catalanas. Al contrario: quieren ser independientes y por eso pueden llegar a serlo. No constituye ninguna 314 casualidad que dichos territorios fueran precisamente las regiones españolas en las que triunfó la revolución industrial durante el siglo XIX. La sociedad industrial crea la nación porque necesita un sistema educativo unificado lingüística y académicamente en el que toda la población recibe una formación básica suficiente para permitir la movilidad laboral que caracteriza a este sistema de vida. Se puede aventurar la hipótesis de que estas minúsculas regiones españolas no llegaron a independizarse entonces ni es verosímil que lo hagan ahora porque el ámbito de movilidad que les permitían sus idiomas era demasiado restringido para un funcionamiento económico satisfactorio de la sociedad industrial. Por contraste, quien sí se independizó y no hizo más que crecer desde el principio fue la sociedad emblemática del mundo industrial, los EEUU. La sinonimia lo delata: the nation o this country vienen a significar allí, por antonomasia, los EEUU. Hasta la sinécdoque traiciona esta forma de pensar: no es inusual que en 315 la publicidad y en los medios norteamericanos lo que ocurre allí se equipare directamente con el mundo: the world''s favorite flavour, hablando de un condimento, o the world's league, por referencia a los partidos de baloncesto, no aluden a un imposible gusto universal -nada más particular que la cocinani a una inexistente competición deportiva de ámbito universal, sino tan sólo a los de EEUU. Pero estas reflexiones parecen contradecir la complementariedad anglo-hispana a la que estamos aludiendo: evidentemente, el inglés es la lengua mundial, así que su disponibilidad de cara a salvaguardar las necesidades de la sociedad industrial americana es tan absoluta que excluye la presencia de cualquier otro idioma. 316 Nacionalismo y globalización Dejemos la cuestión de la lengua a un lado, por el momento. El verdadero problema es si una nación puede promover la globalización sin disolverse nacionalmente. En el modelo decimonónico, tal y como lo describe Gellner, la nación resultaba necesaria para que toda la población tuviese acceso a una educación básica capaz de asegurar la movilidad laboral, la geográfica y la social. Pero ahora, en la globalización, las dimensiones de la economía alcanzan al mundo entero y los parámetros uniformizadores cambian. Ya no se trasladan los trabajadores, sino las empresas: el resultado es la deslocalización industrial. Tampoco existe una educación común para todos los ciudadanos del mundo: la formación compartida se reduce a unas élites -ejecutivos y técnicos- que se forman en centros universitarios repartidos por unos pocos países y en los que la enseñanza se imparte en inglés (los Master in Bussiness Administration y 317 cosas parecidas), mientras que el resto recibe una educación cada vez más deficiente impartida en las lenguas nacionales. Por lo que respecta a la movilidad laboral y a la social, han dejado de alimentarse mutuamente: más que movilidad, lo que hay es inestabilidad laboral (son los llamados empleos basura) y el resultado es que los cambios fulgurantes de clase social se van volviendo cada vez más infrecuentes en las sociedades del primer mundo, aunque todavía alimenten los sueños de los habitantes de los países en vías de desarrollo Se mueven los capitales -y cómo-, se mueven las instalaciones fabriles, pero, precisamente porque la informática se ha vuelto un correlato necesario de la globalización, cada vez se mueven menos las personas. Este contexto generalizado de disgregación social aparece en todos los estados nacionales, pero resulta especialmente agudo en los EEUU porque, como país que inició y dirige el proceso, lo ha llevado hasta sus últimas consecuencias. No es ningún secreto que el individualismo exacerbado, la 318 soledad de millones de ciudadanos que viven enganchados a la pantalla de un ordenador sin tan apenas relacionarse con nadie y un consumismo enfermizo que está acabando con los lazos familiares y comunitarios, se extienden como un verdadero cáncer por la sociedad americana. Nadie debería sorprenderse de que, ante este panorama, los americanos hayan pensado que lo único que puede unirles es el inglés. Nada decían de la lengua inglesa los textos de los padres fundadores. Pero precisamente ahora, cuando la cohesión nacional de los EEUU ha entrado en crisis, es cuando se producen varios movimientos políticos en su defensa conocidos como official English o English only. Por ejemplo, la proposición de ley HR 123, presentada por el diputado Bill Emerson ante el Congreso el 4-1-1995 afirma que: "Throughout the history of the Nation, the common thread binding those of differing backgrounds has been a common language; in order to preserve unity 319 in diversity, and to prevent division along linguistic lines, the United States should maintain a language common to all people; English has historically been the common language and the language of opportunity in the United States". Todo esto resulta obvio, mas lo que no se menciona es que dicha proposición de ley constituye una reacción al aumento de los hispanohablantes en los EEUU, un grupo que para entonces ya empezaba a reemplazar a los afroamericanos como primera minoría étnica del país. El peligro para la nación estadounidense estaría, según dicho planteamiento, en el español y la defensa de la nación, naturalmente, no podría basarse sino en la protección del inglés. Es un conflicto planteado en términos estrictamente decimonónicos: la lengua como sustento de la conciencia nacional. Pero, ¿de verdad es así? ¿Acaso el peligro no estriba en que la disgregación nacional de los EEUU ha llegado a ser tan intensa y el inglés está tan 320 desnacionalizado -la lengua mundial- que no se entiende cómo podrían aglutinarse sus ciudadanos? Es comprensible que el espejo de Canadá haya activado el temor de llegar también en EEUU a una sociedad escindida en dos comunidades lingüísticas, máxime cuando resulta que los hispanos se han agrupado en el Suroeste y, para colmo, algunos exaltados reivindican una reintegración de dichos territorios a México de manera parecida a como los nacionalistas de Québec proclaman su afinidad con Francia. Sin embargo, este podría llegar a ser un problema político, pero no es un problema lingüístico. En ninguna parte del mundo donde una lengua más fuerte sea mayoritaria llegan a perderla los ciudadanos ni siquiera cuando les anima un fuerte sentimiento reivindicativo nacionalista. Al contrario, lo que suele ocurrir es que la lengua mayoritaria va desplazando progresivamente a la menos extendida sean cuales sean las medidas institucionales que se adopten para impedirlo. La república de Irlanda no ha recuperado tan apenas el irlandés y, desde luego, sigue expresándose 321 mayoritariamente en inglés. El País Vasco alcanzó un grado de autonomía muy avanzado en la Constitución española de 1978 y la usó, entre otras cosas, para propagar el euskera, la lengua propia: obtuvo bastantes éxitos, digamos que ahora lo conoce un 20% de los ciudadanos y antes no llegaban al 8%, pero el español no ha retrocedido ni un ápice; tampoco perdería posiciones en una hipotética independencia. Cuando se habla del peligro hispano en los EEUU hay que conceder que, ciertamente, existe un riesgo de disociación, pero es de índole cultural, no lingüística. Lo que está ocurriendo es que los anglohablantes aparecen disgregados, mientras que los hispanos, sean emigrantes recientes que sólo chapurrean el inglés, bilingües perfectos o, como no puede dejar de ocurrir a la larga, más bien anglohablantes, constituyen por contraste una sociedad cohesionada. Los anglos, en trance de difuminarse los principios del Credo, sólo tienen en común el inglés, la lengua global que comparten con australianos, británicos, surafricanos, keniatas, 322 singaporeños… y prácticamente con cualquier persona del primer mundo. Los hispanos se presentan como una raza verbal, como una comunidad que ha erigido al español en símbolo de mestizaje y de integración interpersonal. Realmente no hay competencia. Porque la cultura hispana fascina a los anglonorteamericanos, esta es la realidad. El atractivo irresistible no lo ejerce el español, sino la cultura. En EEUU no hay baile, programa televisivo, viaje largo en coche, hilo musical en la consulta del dentista, niño que silba apoyado en una pared o club nocturno en el que la salsa no alterne con el tango y el merengue con el mambo. Selena, Shakira, Chayanne, Jennifer Lopez (sin tilde), Carlos Ponce, Gloria Estefan, Joan Baez (también sin tilde), José Feliciano, Celia Cruz, Ricky Martin, y decenas de nombres más forman parte del imaginario estadounidense. No sólo de sus aficiones, entiéndase bien, sino del imaginario cultural: estos nombres no son como los de un cantante de ópera italiano, como los de un modisto 323 francés o como los de un torero español: los sienten suyos porque realmente son suyos, a pesar de que la mayoría de ellos canta temas hispanos o en español. Es verdad que la nómina de celebridades latinas no se reduce a los cantantes81 : hay actores y actrices como Anthony Quinn, Rita Hayworth, José Ferrer, Rita Moreno o Chita Rivera; deportistas como los jugadores de baseball Roberto Walker Clemente y Orlando Cepeda, los tenistas Pancho Gonzáles y Gigi Fernández, el boxeador John "The Quietman" Ruiz o el jugador de football americano Tom Flores; escritores como Sandra Cisneros, Jorge Castaneda, Oscar Hijuelos e Isabel Allende; médicos como Antonia Novello, general surgeon durante la administración de Bush padre; políticos como, Antonio Villaraigosa, el alcalde de Los Angeles, o Alberto Gonzales, secretario de Justicia, y Carlos Gutiérrez, secretario de Comercio, miembros del nuevo gabinete del presidente Bush, junto con una 81 Una exposición muy accesible del estado de la cuestión se encuentra en H. Novas, Everything you need to know about Latino history, New York, Plume Book, 2003. 324 larga nómina de representantes en el Congreso y en el Senado. Pero cuando hablamos de la actual hispanomanía de los EEUU no nos referimos a la influencia social hispana, la cual termina actuando como un lobby, al estilo de los judíos y de las otras nacionalidades que conviven en ese inmenso país. Lo de los hispanos es, además, una manía y ello en dos de los sentidos que el término tiene en español según el DRAE (s.v.): es un "afecto o deseo desordenado" y es una "mala voluntad contra otro, ojeriza". Hay muchos norteamericanos anglo que se pasan la vida escuchando ritmos latinos, comiendo comida tex-mex y adaptando sus costumbres a las de los hispanos, desde la siesta hasta el sentido de la familia y del vecindario pasando por un nuevo tipo de urbanismo. También hay bastantes norteamericanos anglo que temen la presunta invasión de los hispanos y se pasan la vida denunciando en los foros de Internet el peligro que se cierne sobre América. No es infrecuente que unos y otros sean los mismos. Tampoco es inusual 325 que sean capaces de chapurrear más o menos el español. Esto es lo que hay. Hoy por hoy la hispana ha dejado de ser una de tantas minorías étnicas que conviven en los EEUU. Cuando se aprueban leyes a favor de las culturas inmigrantes o en contra de ellas, su influencia se extiende a todas, a hispanos, hindúes, coreanos, filipinos, ukranianos, vietnamitas, árabes, afganos, africanos…. Es verdad. Pero nadie se engaña al respecto. Todos saben que la ley fue pensada para los hispanos y que es en relación con dicho colectivo donde se pretende probar su eficacia. Porque los hispanos ya no son sólo la minoría mayoritaria. Siempre hubo alguna en la historia de EEUU y no pasó nada: alemanes, italianos, chinos han constituido minorías importantes que todavía ocupan barrios enteros en ciudades como Nueva York o los Angeles. No es esta la cuestión. Tampoco lo es, contra lo que se suele decir, el excesivo número de hispanos: en términos proporcionales no hay muchos más hispanos en EEUU que turcos en Alemania o 326 magrebíes en Francia. La cuestión es que los hispanos constituyen la otra cara del espejo anglo, son el otro (alter) en el que el anglo se reconoce y se repugna, se atrae y se repele, se ama y se odia al mismo tiempo. Dicha conciencia de que los hispanos son el envés de una hoja de la que los anglos forman el haz permaneció entre paréntesis durante mucho tiempo, todo el tiempo que fue posible negar la evidencia. Los hispanos se veían como gente pobre, inculta, ilegal, machista, en definitiva, aun considerándolos bajo la más benevolente de las miradas, nunca lograban salir del universo de West Side Story; eso cuando no quedaban confinados al estereotipo del espalda mojada. Los anglos los sentían ajenos, es decir, alius, un otro con el que no se puede colaborar, un otro al que sólo se puede explotar como fuerza de trabajo. Por ello ha sido tan importante la inmigración cubana que desde 1958 se fue asentando en Miami y en todo el condado de Dade. Por primera vez llegaron a EEUU ciudadanos preparados de etnia hispana, personas de clase 327 media o alta, que tenían títulos universitarios, que venían en compactos grupos familiares, más o menos como los peregrinos del Myflower. El resultado es conocido: triunfaron. Y al hacerlo demostraron que un estadounidense hispano resulta perfectamente posible, aunque al mismo tiempo su éxito social y económico hiciera saltar todas las alarmas de los anglos sorprendidos en su sueño autocomplaciente. 328 Occidente del derecho y del revés América, los angloamericanos y los hispanoamericanos, los anglohispanos como melting cazuela o como pot de fusión. En el trasfondo, Occidente y sus posibilidades de supervivencia en este mundo globalizado que se enfrenta, si no al choque de civilizaciones de Huntington, sin duda a la competencia -económica, política, cultural, confiemos en que no llegue a militar- de unas civilizaciones con otras. Hay ocasiones en que es mejor dejar hablar a los demás. Reproduzco aquí parte de una interesante conversación que sostuvieron dos grandes historiadores, el anglo Paul M. Kennedy y el hispano Enrique Krauze a propósito de la pretendida decadencia de los EEUU que el primero había profetizado en su libro The Rise and Fall of the Great Powers82 : 82 Enrique Krauze, "Paul M. Kennedy. Ascenso y caída del Imperio estadounidense", en Travesía liberal. Del fin de la 329 "¿Dónde están las primeras universidades del hemisferio occidental? En el orbe hispánico. En términos culturales y humanistas, el Imperio español está muy subestimado (hasta por sus propios herederos). Pero hay muchos renglones fundamentales donde su desempeño fue notable. Hubo un sentido de libertad y una noción de igualdad cristiana de la que carecieron por completo los colonos protestantes en la América del Norte. Quizás el responsable fue Prescott, el historiador del siglo XIX, que escribió sobre la conquista del Perú y de México. Describe grandes crueldades y torturas, la huella de la Inquisición… Sí, habla de los «bárbaros», igual que los western pintan a los aborígenes, pero en México los españoles incorporaron a los indios, mientras que en historia a la historia sin fin, Barcelona, Tusquets, 2003, 403- 404. Las intervenciones de Krauze van en cursiva, las de Kennedy, en tipo normal. 330 Estados Unidos los exterminaron: para ellos no eran humanos. Ahí está, para probarlo, el pensamiento social de los jesuitas, la protección de los derechos de los indios. España ha sido muy mala propagandista de sus méritos históricos e imperiales. En efecto. Y es importante la presencia española en California. También allí construyeron mucho, por ejemplo los grandes conventos erigidos a lo largo de la costa de California, son grandes obras arquitectónicas y artísticas, donde además se combina el arte local con el español" Este tipo de planteamiento no difiere tan apenas del que -de una manera mucho más ingenua- subyace a las siguientes palabras de Lionel Sosa, el autor de ese manual de autoayuda para empresarios hispanos 331 en EEUU que provocó la furia de Huntington con su propuesta del "sueño americano"83 : "Los latinos en Estados Unidos tienen una larga y noble historia: Nuestros ancestros fueron el primer grupo inmigrante en Estados Unidos, la tierra de inmigrantes por excelencia. Nosotros llegamos aquí ciento veinticinco años antes de que los Peregrinos llegaran a Plymouth Rock. En San Agustín, Florida, llamado ahora Saint Augustine, los hispanos establecieron el primer asentamiento permanente en Estados Unidos. Una latina, una española, la reina Isabel, se convirtió en la primera capitalista cuando comisionó a Cristóbal Colón para que buscara en ultramar mercados para las mercancías españolas. 83 Lionel Sosa, El sueño americano. cómo los latinos pueden triunfar en Estados Unidos, New York, Penguin Books, 1998, xii. 332 El oro español fue la primera moneda de circulación legal en las trece primeras colonias de Estados Unidos. Nuestros ancestros le dieron nombre a diversas ciudades de Estados Unidos, tales como san Antonio, Los Ángeles, San Francisco, Sacramento, Las Vegas, Toledo y mil quinientas más". Profundas o ingenuas, estas verdades resultan innegables. Sin embargo, el señor Huntington no era un fascista del Ku Klux Klan: sus ideas están bastante extendidas en los Estados Unidos y su libro constituye simplemente la punta del iceberg. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo no se comprende en EEUU que angloamericanos e hispanoamericanos forman una misma civilización con dos caras que se complementan y que se necesitan mutuamente? Creo que la razón principal es el miedo: miedo a abrirse, miedo al otro, aunque en este otro nos reconozcamos a nosotros mismos. Es sabido que los EEUU tienen una larga tradición histórica 333 aislacionista y que, pese a su actuación imperialista en todos los rincones del globo, han preferido siempre mantenerse encerrados en su fortaleza semicontinental esparciendo por el mundo bases militares (en Colombia, ahora mismo: se ve que no aprenden), empresas comerciales y, de vez en cuando, bombardeos, pero raramente una presencia sostenida como lo fueron las colonias europeas en América, en Asia y en África. Ni siquiera sus intervenciones en el "patio trasero" latinoamericano han respondido a la lógica de la conquista, tan sólo -y ya es bastante e incluso demasiado- a la de la invasión seguida de explotación. No se entiende muy bien en qué sentido EEUU podría compararse a los demás imperios que le precedieron, empezando por el romano y siguiendo por todos los demás. Los EEUU se quieren la nueva Roma, pero mientras que esta concibió el mare nostrum como un espacio romano (lo cual no quiere decir que todo él hablase latín ni mucho menos), aquellos no se lo han planteado ni con la región marítima caribeña. 334 Hasta ahora el éxito parecía refrendar lo oportuno de dicha decisión. Como señala Paul M. Kennedy en el libro citado arriba, el problema de los imperios es la sobredimensión, un crecimiento excesivo que a la larga agota las energías vitales y conduce a la ruina. Pasó con la España de los Austrias, con la Francia napoleónica, con la Inglaterra victoriana; también con el imperio árabe de los abasidas o con el imperio mongol. Evidentemente el aislamiento de EEUU representaba un freno para la sobredimensión y, en este sentido, parecía acertado. Sin embargo, el mundo ha cambiado y, con él, los requisitos de la historia. Vivimos el fenómeno nunca visto de la globalización y las dimensiones de las unidades político-culturales son otras. Cuando se habla de "imperios", se está usando un término que cubre extensiones territoriales muy diferentes. El imperio egipcio de los antiguos faraones nunca se extendió más allá de lo que hoy son dos o tres países. El imperio romano comprendía dichos territorios y muchísimos más porque las necesidades económicas que lo habían originado requerían 335 mucho más territorio, más recursos y más población. Pero Roma no puede compararse con el imperio chino: por eso, aunque ambos florecen al mismo tiempo, el segundo alarga su andadura hasta comienzos del XIX, cuando entra en colisión con un imperio todavía más global, el imperio inglés. Y bien: ¿ahora qué? Ahora, como ha puesto de manifiesto el primero de los libros de Huntington, nos hallamos ante una verdadera competencia de civilizaciones. En un mundo global, de escala planetaria, una civilización o es grande o languidece: así de simple. Pero, como dice Paul M. Kennedy en la citada entrevista, el territorio de Canadá es casi tan extenso como el de China y si en Canadá vivieran mil doscientos millones de personas, EEUU habría perdido la partida. Esto es cierto, mas aquí sólo se está hablando de las potencias americanas. En el nuevo mundo global, quien compite y cada vez competirá más con EEUU no es Canadá, sino China. A su enorme extensión geográfica (unos diez millones de Km2), a su numerosa población (ya hay mil quinientos millones 336 de chinos), a su sólida cultura comunitaria y a su boyante economía sólo se pueden oponer los mismos patrones. El problema es que EEUU no tiene la robustez necesaria. En vez de jactarse del poderío estadounidense frente a la presunta debilidad de Europa, como hace Robert Kagan84 , los analistas de política internacional harían bien en mirar la verdad cara a cara y diagnosticar correctamente los males de EEUU. El Credo está en el haber, de acuerdo, pero, ¿y el debe? En el debe tenemos fundamentalmente dos carencias: una débil cohesión social y una escasa cifra poblacional. Lo que en la época dorada fue bueno, ahora ya no lo es. Los inmensos espacios abiertos que había que poblar, siempre hacia el oeste, hicieron a EEUU, pero dichos espacios se acabaron y, comparada con China, EEUU viene a ser una especie de Canadá: un país con una estructura social problemática y muy poco poblado, el cual, por increíble que parezca, no ha tenido mejor ocurrencia para integrar a la 84 Robert Kagan, Poder y debilidad. Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, Madrid, Taurus, 2003. ¿Qué habría dicho Kagan ahora, en plena crisis financiera de Wall Street? 337 minoría negra (aparte de llamarla hipócritamente "afroamericana") que establecer un sistema de cuotas multiculturales que condena a casi todas estas personas a la marginalidad. No hay duda, el multiculturalismo, ese dejar que cada grupo se desarrolle de manera autista e, inevitablemente, en un gueto cultural, fue un error. Pero la ideología exclusivista del modelo wasp también lo es. Lo es porque el mundo se ha vuelto global y lo que tradicionalmente llaman America en los Estados Unidos ya no puede seguir terminando en el río Grande, llega hasta el cabo de Hornos. Huntington proclama una y otra vez la necesidad de volver a los orígenes y de seguir la senda trazada por los padres fundadores. No le habría venido mal leer sus textos alguna vez. Por ejemplo, se encontraría con estas reveladoras palabras de Thomas Jefferson en una carta a su sobrino Peter Carr85 : 85 Thomas Jefferson, Autobiografía y otros escritos, estudio y edición de A, Koch y W. Peden, Madrid, Tecnos, 1987, 396. 338 'Espero que estés ahora estudiando francés. Debes insistir en ese campo, pues los libros que caerán en tus manos cuando progreses en matemáticas, filosofía natural, historia natural, etc., serán básicamente franceses, pues estas ciencias son abordadadas por los escritores franceses mejor que por los ingleses. Nuestra futura conexión con España se debe a ser el suyo el idioma más necesario de los modernos, después del francés. Cuando te conviertas en un hombre público puede servirte, y la circunstancia de poseerlo podría otorgarte una preferencia sobre otros candidatos". Así veía las cosas Jefferson en el siglo XVIII, con mucha mayor lucidez que algunos epígonos modernos. Pero en estos tres siglos han cambiado muchas cosas. Hoy día es improbable que haya materias científicas que no estén disponibles en inglés y aun sucede que toda la ciencia, incluida la que se hace en países francófonos, se escribe en inglés. Sin embargo, tal vez para compensarlo, el 339 otro platillo de la balanza se ha desequilibrado. La importancia económica, cultural, estratégica y poblacional del español ha crecido enormemente en los Estados Unidos. Es ya la otra lengua del país (aunque nunca pueda ser otra cosa que segundo idioma aprendido) y la otra lengua de Occidente a este lado del Atlántico. Si antes pudo haber dos civilizaciones entre Alaska y la Tierra de Fuego, ahora se trata de una sola, como ha expresado, mejor de lo que podría hacerlo yo, que al fin y al cabo hablo desde fuera, el autor mexicano Mauricio Tenorio86 : "Estados Unidos es una gran promesa de Occidente, su gran y único experimento sobreviviente, aunque pase por malos gobiernos y malos momentos. México ha sido y seguirá siendo parte de este experimento, para bien y para mal. Seguir reiterando con certeza multicultural o identitaria o huntingtoniana las esencias e identidades es 86 Mauricio Tenorio, "Ronaldinhas identitarias, lindas pero peligrosas", en Otro sueño americano, op. cit., 65. 340 traicionar nuestro, repito, nuestro, gran experimento. Ya podríamos hablar de un plan Marshall para salvar nuestra convivencia, de soluciones innovadoras contra la pobreza continental, de nuevas ideas de integración política y cultural; pero no, hablamos de esto, de la amenaza al Anglo-Protestant Creed. Este es precisamente el debate que no deberíamos haber tenido nunca y del que, parece ser, nunca saldremos. Continuará el debate en estos términos, pero yo, en Estados Unidos o México, en inglés o en español, por veracidad histórica, por principio, por humanidad, puedo creer sólo una cosa: no somos nada más que lo mismo". En otras palabras, que son anglohispanos y que es entre dicho mundo nuevo y el nuestro, la vieja Europa, donde se está fraguando el futuro de Occidente. ¿Cómo?: he aquí la cuestión. ¿Acaso la vieja Europa no ha quedado descolgada del continente americano? Algo de verdad hay en ello, 341 vista la inoperancia política de la UE y sus actuales quebraderos de cabeza económicos, pero no deja de ser una tragedia. Porque en un mundo globalizado, donde los puntos calientes de lo que sucede y sobre todo de lo que va a suceder están en Asia y en África, el aislamiento americano sería sinónimo de decadencia. Esto lo sabía bien Darwin, cuando habla de la evolución de las especies, y es válido igualmente para el desarrollo de las sociedades humanas. En el siglo XXI ya no cabe encerrarse en la casa de cada cual, hay que tender puentes y cuantos más mejor. Pero esta versatilidad, que desde Grecia y Roma fue el signo diferencial de Occidente, es imposible sin una colaboración efectiva de sus dos barrios. Hoy en día el mestizaje ha dejado de ser una caracteristica exclusiva de los americanos. Curiosamente, aunque lo que hizo a los estados americanos, del norte y del sur, es la emigración de europeos que huían de la intolerancia o de la pobreza de sus respectivos países, ahora son estos los que acogen masivamente inmigrantes. El futuro de Occidente se está escribiendo en los 342 barrios turcos de Alemania, en los barrios magrebíes y senegaleses de Francia, en los barrios indonesios de Holanda y en los barrios hindúes y paquistaníes de Gran Bretaña. También en España, donde resuenan acentos magrebíes y eslavos, pero, sobre todo, hispanos. Es notable la rapidez y la facilidad con la que se han integrado los inmigrantes hispanos en España. Algunos están volviendo a sus lugares de origen, porque la crisis aprieta, pero casi todos se quedarán. Y España ya nunca volverá a ser como era ni su español sonará como sonaba. Si América no forma una misma unidad de acción con Europa, perderemos todos. Los americanos necesitan tener hondas raíces en Asia y en África y necesitan tenerlas de manera radicalmente distinta a como se las han procurado hasta ahora. Ni la invasión colonial de Filipinas ni la bomba atómica de Hiroshima ni la masacre de Vietnam ni el fiasco de Afganistán. Todo lo que no sea tejer una red de intereses compartidos está condenado a la larga al fracaso. El mundo se ha vuelto muy pequeño y la propia suerte del planeta Tierra está en juego: ¿no 343 va siendo hora de que Venus desplace a Marte, de que Occidente haga intervenir su rostro más amable que, en el resto del mundo, es ahora mismo un rostro europeo? Pero la comunicación necesita un instrumento que la haga viable y esto, entre los seres humanos, se llama lenguas. Hemos visto arriba que lingüística y culturalmente la mitad de Occidente, el continente americano, consiste en una parte norte, que habla inglés y donde el español avanza como segunda lengua, y una parte sur, que habla español y donde el inglés avanza como segundo idioma. Si ahora miramos a la otra parte de Occidente, al continente europeo, nos encontraremos con que esta situación de imágenes recíprocas se repite, pero de otra manera: Europa habla mayoritariamente alemán y francés, en tanto que el inglés y el español, los idiomas de dos naciones periféricas y que, por esto mismo, se sintieron inclinadas a buscar sus destinos fuera de Europa, se hallan firmemente asentados en América: 344 Los anglohispanos son el lazo de unión entre las dos orillas del océano que abraza Occidente, esa civilización seriamente amenazada por sus competidoras emergentes en otras partes del mundo. Porque el norte de América habla inglés que camina hacia una alianza con el español y porque el sur de América habla español y portugués87 que caminan hacia una alianza con el inglés, es posible concebir una América unificada como impulso histórico. Pero al mismo tiempo, porque el inglés y el español también están presentes en Europa, es posible trenzar horizontalmente el mundo cultural que hereda a Grecia y a Roma, el Occidente euroamericano. Uno desearía que la RAE y el Instituto Cervantes, dos instituciones necesarias de 87 Para la acción concertada del español y del portugués en relación vcon los temnas tratados en este ensayo véase Ángel López García, “El futuro del español”, en El boom de la lengua española. Análisis ideológico de un proceso expansivo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, cap. 7. 345 un nuevo país mestizo, es decir hispánico, que se llama España, supieran estar a la altura de las circunstancias. Circunstancias que definen un contexto utópico en el que, a mi modo de ver, cobran sentido las celebraciones del bicentenario de las repúblicas hispanoamericanas. Es al servicio de esta utopía al que deberían estar subordinadas inteligentemente la acción de las instituciones lingüísticas de ambas lenguas, la española y la inglesa. Al fin y al cabo utopía, el término introducido por Tomás Moro en su célebre obra publicada en Lovaina en 1516, alude según unos a un “no lugar” (ou + topos) y según otros a un “lugar feliz” (de eu + topos), los dos extremos entre los que se balancea el proyecto americanista. ¡Ojalá acertemos con el bueno! 346