PRÓLOGO CAPÍTTJLO I Manejo la espada con más destreza que la pluma, to sé; lo reconozm. Nunca nte hubiera atrevtih a escribir estas Memorias si no fiiera porque he skla vtllpenälado, vituperado y condeimdo al ostracísma. y menos a mutularías Los rclámpagos de agosto (tiítilo que me parece verdaderamente soez). El único responsable dol iihto y del tituto es Jorge Ibargtiengottia, vn indivídua que se dice escriior mexiamo. Sirva, sin embargo, el cartapaeio que esto proioga, para deslwcer algimos malentendidos, confundir a algunas calwnniadores, y poner los pmtos sobre las les sobre lo que piensan de ml los que hayan ieido las Memorias de! Gordo Arlajo, las declaraciones que hízo a! Heraldo de Nuevo León el malagradecido de Germán Treraa, y sobre íodo, to Ne/asta Leyenda que acerca de ia Revolution del 29 tejló, con lo que se dice ahora muy mala leche, el desgraciado de Vídal Sánchez. i,Por donde empezar? A nadie le importa en dónde naci, ni quíénes fueron mi s padres, ni euantos afios estudié, ni por qué razôn me nombraron Secretario Particular de ia Presideneia; sin embargo, quieio dejar bien claro que no nocí en im petate, como dice Artajo, ni mi madre ŕue prostituta, como han insinuado algimos, rú es verdad que nunca haya pisado una escuela, puesto que termíne la Primaria hasta con elogios de los rnaestros; on cuanto al puesto de Secretario Particular de la Presideneia de la República. me lo oftecieran en consideracíňn de mis méritos personales, entre los cuales se cuentan mi refinada educación que siempre causa adroiración y envidia, mi honrade* a toda prueba, que en ocasiones Uegó a icairearme difícultades con la Polícia, mi inteligencia despierta, y sobre (odo, mi simpatla personal, que para muchas personas envidiosas resulta insoportable. Baste apuntar que a los treinta y ocho aflos, precisamente cuando se apagó mí estrclla, ostetilando el grado de General Brigadier y el mando del 45° Regimiento de Caballerta, disíhitaba yo de las delicias de la paz hogareŕia, acompaflado de mi sefiora eaposa (Matilde) y de la numerosa prole que entre los dos hemDs proereado, cuando recibf una caría que guardo hasta la fecha y que dedia asi: .. (Conviene advertir que todo esto sucedió en el afío de 28 y en una ciudad que, para no entrar en averiguatas, Hamaré Vieyra, capital dal Estado del mismo nombre, Vieyra, Viey.) La carta, dígo, decla asi: Querido Lupe: Como te habrás enterado por los periódicos, gané las elecciones por una mayoria aplastante. Creo que eslo es uno de los grandes triuufbs dB k Revolución. Como quien dice, estoy otra vez en el candelero. Vente a Mexico lo más pronlo que puedas para que píatiquemos. Quiero que te encargues de mi Secretaría Particular. Marcos Gonzalez, General de Div. (Rübriea) Como se comprenderá me desprendi inmedialarnente de los brazos de mi sefiora esposa, dije adiós a la prole, deje ia paz hogaraflay medirigí al Casino a festeja jNo vaya a pensarse que el mejoramiento de mi posición era el motivo de ml alegrJft (auncjue hay quo admitír que de Comandanle del 45° Regimiento a Secretario de Sa Presideneia. hay \xa Vmen paso), pues siempre me he distinguido por mi desinterás. No, SEflor. En realddad, lo que mayor satisfacción me daba es que por fín mís méritos iban a ser reconocidos de una manera oficial. Le contesté a Gonzalez telegráficamente lo que siempre se dice en estos casos, que siempre es muy cierto: "En sste puesto podré colaborar de una manera más efectiva para alcanzar los fines que persígue la Revolución." ŕ.Por qué ds entre tantos gencralES que habiamos entonces en el Ejército Nacional habia Gonzalez de eseogerme a mí para Secretario Particular? Muy sencillo, por mis méritos, como dije antss, y además porque me debía dos favores. H primeio era que cuando perdirnos la batalla de Santa Fe, tue por culpa suya, de Gonzalez, que debiň avanzar con la Brigáda de Caballeria cuando yo hubiera despejado de tiradores cl ceixn de Santiago, y no avanzó nunca, porque le dio miedo n porque se le olvidó, y nos pegaron, y me echaron a mi la culpa, pero yo, gran conacedor como soy de los caracteres humanes, sabia que aquel hombre iba a llsgar muy lejos, y no dij e 6 7 nadá; soporté el oprobío. y esas cosas se agradecen. El otro favor es un secreto, y me lo llevaré a la tumba Voh'iendo al hilo de mi narración, diré pues, que festejé el nombramiento, aunque no con los desofdenes que despucs se me atrihuyeron. Eso sí, la champaňa ha sido sjranpre uua de mis debilidadcs, y nn faltó en esa ocasión; pero si el diputado Solís balacsó al coronel Medina ŕue por una cuesttón de celos n la que yo soy ajeno, y si la seňorita Eulalia Arozamena salto por la ventana desnuda, no fue porque yo la empujara, que más bien estaba tratando de deteneria. De cualquier manera, ni el coronel Medina, ni la seňorita Arozamena perdieron la vida, asi que la cosa se reduce a un chisme sin imporíancin de los que lie sido objeto y victims toda mi vida, debido a la envidia que causae mis modal es distinguidos y mi refinada educación. Al dla siguiente a las diez de la mafiána, abordé el tren de Juarez con destino a la ciudad de Mexico, y despuésde despojarme de mi fbrnirura en la que Uevaba mi pistola de cacha de nácary colgarla de un ganchito, ocupé un cómodo asiento en el carro pullman. Yo no acostumhro a leer, sin embargo, cuando viajo, hojeo el periódicn. Bn ésas estaba, cuando entro en el vagón, con sombrero tejano y fumando un puro, muy quitado de la pena, como si nadie lo hubiera. corrido del pais, el general Macedonio Gálvez. Cuando me vio, se hizo el disimiiado y quiso pasar de laigo, pero yo lo deťuve y le dije: —i.Adónde vas Mace7 ;,Ya no te acuerdas de ml? —T.e digo de tú, porque hemos sido compafleros de armas É1 me contestó, como si no me hubiera visto antes: —Claro, Lupe —y entonces ya nos abrazanios y todo eso. Nos sentamos freute a frente, y fue entonces cuando note que estaba más derrotado que su madre y que lo único que trala nuevo era el puro. Macedonio es uno de los cases más notables de infortunio rnilitar que he conocido: en la batalla de Buenavista, en el 17. puso a Gonzalez a correr corno una liebre, y luego anduvo echándoselas y diciéndole a todo el mundo que el habia rlerrotado a Gonzalez; y que viene e] veinte, y que sale Gonzalez, de Presidente por primers, vez. y que toma posesičn, y el primer acto ofirial que hizo fue correr a Macedonio del pais. Segťin nie conto aquella mafiána, habia vivido, ocho alios en Amarillo, Texas, y se habia aburrido tanto, y le habia ido tan mal, que regresaba a Mexico, aunque fuera nomas para que lo malaran (que era probablemenle lo que iba a suceder, porque como es del dominio publico, Gonzalez acababa de salir electo otra vez). También me conto la.história del hermano que esta a las puertas de la muerte, que es la que cuentan todos los que regresan a Mexico sin permiso Luego, me pidió que no le dijera a nadie que lo habia visto, porque pretendla viajar de incognito, y yo le contestó airadamente que me insultaba pidiéndome tal cosa, puesto que siempi'B me he distinguido por mi carácter bonachón, mi lealtad para con mis amigos, y mi generosidad hacia las personas que estan an desgracia. Abusando de esta aclaracióu, apenas acababa da hacerla yo, cuando me pidio trescientos pesos. Me nsgué a darse!os No porque no los tuviera, aiňo porque ima cosa es una cosa, y otra cosa es otra. En cambio, lo invite a comer, y él aceptó. Me levanté de mi asiento, pose la fomitura con la pistola en la canastilla, sobre ella el periodica, me abroché la chaqusta, y salimos juntos en dirección del carro-comedor. Tomamos unas copas y luego pedimos una abundante comida. (Yo nada le habia dicho de mi nombramiento, ya que no nie gusts andar fanfarroneantio, pues a veces las cosas se desbaratan, como sucedió en aquella ocasión) Pero stgo udelante: Cuando estibamos eomiendo, el tren se detuvo en k esfación X, que es un pueblo grande, y cuando andaban gritando, "Vámonos", Macedonia se levantó del asiento y dijo que iba al water, saliö del carro-comedor, y yo segui eomiendo; arrancó el tren, y yo segui eomiendo; acabé de comer y Macedonio no regresaba; y pedl un cognac, y no regresaba; y pagué la cuentay no regresó: cajnioé hasta mi vagón y al llegur a mi lugar note. . jclaro! (Jstedes ya se habřin dado cuenta que fue lo que note, porque se necesita ser un tarugo como yo para no imnginárselo: que en vez de ir al water, Macedonio habia ■venido por mi pistola y se hahia bajado del. tren cuando estaba parado. Muchas voces en mi vida ms he enfrentado a situaciones que me dejan aterrado de I a maldad humana. Esta fiie una de ellas. En la siguiente estación telegrafie a la guamición de la plaza X, dtciéndoles que si agarraban a Macedonio, lo pasaran por las armas, pero todo fue inutil. .. En fin, no fue tan inůtil, n msjor dicho, mas vale que haya sido asi, como ss vera a su debido tiempo. Esa nnche na pude dormir de la rabia que tenia y cuando amaneciô, nunca me imagine que utias cuantas horas más tarde, mi carrera militar iba a recibir un golpe del que nunca se ha recuperado. Según parece, en Lecheria subieron los periódicos. Yo estaba rasurandome en el gabinste de Caballeros, y tenia la cara enjabonada, cuando alguien pasô rüciendo: "Se murió ei viejo." Yo no hice caso y segui rasurandome, cuando entró el auditor con un neriódico que deda; "MIJR1Ó EL GENERAL GONZALEZ DE APOFLEJÍA." Y habia un retrato de Gonzalez: el meio meio, el heroe de mil hatal las, ei Presidente Eleclo, el Primer Mexicano... el que acababa de nombrarme su Sccretario Particular. No sé por qué ni cómo fui a dar a la plataforma, con la cara liena de jabón, y desde all! vi un espectáculo que ers apropiado para el momento: al pie de una barda esuba una bitera. de hombres haciendo sus necesidades Gsiológicas. 8 9