Emilio Alarcos Llorach (1922-1998) Ensayos y estudios uterarios Poesíay estratos de la Ungua Solemos oponer la poesía —la lengua poética— a la prosa cotidia-na, la que utilizamos diariamente para el uso pragmático de hacemos entender con nuestro vecino, como si entre una y otra actividad comu-nicativa mediase un abismo. Y en realidad no es asi. Entre la más alta poesía y la prosa más vulgar no hay diferencia esencial. Lo que las separa es cuestión de matiz, de grado. No hay poesía y prosa, no hay poesía bue-na o mala; hay sólo más o menos ingredientes poéticos. La poesía es cuestión de cantidad: manifestaciones lingúísticas en que lo poético es más o menos intenso. Entonces, tque es lo poético? Hay gentes que creen que lo poético es algo misterioso, inefable, que segregan las neuronas de ciertos indivi-duos privilegiados y que, configurado en expresión linguística, se echa a rodar como usuŕructo de los semejantes con capacidad idónea para gus-tarlo. Esta opinión procede de una postura idealista. Se cree que el poeta es un ser extraňo que capta ciertas vivencias que llamamos poéticas. Se olvida asi que el poeta es ante todo un hombre como los demás, que eso que transforma en poesía son experiencias accesibles a cualquier hu-mano. Esto es, los contenidos que ofrece la poesía están al alcance de cualquiera. Todos somos poetas mudos, todos hemos experimentado momentos de nuestra vida con especial intensidad, los hemos vivido con un regusto de densa emoción, de satisfacción estética, de compla- 331 cencia intelectual. La diťerencia respecto al poeta consiste en que no he-mos sentido la necesidad, o hemos notado la impotencia, de transfor-mar esas vivencias en expresión lingiiística susceptible de retransmitirse a otros hombres. Esos momentos han sido tan poéticos o más que los que nos ha producido la lectura de obras poéticas de valor indiscutible. Bašta esto para que consideremos que lo esencial de la poesía no consiste en las intemas emociones del poeta. En tal caso, todos sería-mos poetas. La poesía no se logra más que con un proceso de comuni-cación; mientras sea sólo latente, una mcra posibilidad, la poesía no existe. Como la comunicación se efectúa con la lengua, lo poético es forzosamente lingiiístico. Sin lengua no hay poesía. Y asi, el único Camino para descubrir o analizar lo poético es el examen demorado de la expresión lingiiística. El contenido que siente bullir el poeta no es to-davía poesía, es un magma indiferenciado, un caos que sólo se ordena-rá y será comunicable mediante la lengua. Entonces, si lo poético no reside en esas vivencias del poeta, tendrá que consistir en el modo lingiiístico como se comunican, es decir, en la lengua. Todos sabemos que la lengua es un instrumento bastante comple-jo. Ateniéndonos al modelo hjelmsleviano, que me parece el más co-rrecto, la lengua es un sistema o código de unidades de diferentes espe-cics que combinamos adecuadamente en decursos concretos, manifes-tados linealmente con sonidos evocadores de ciertas significaciones. El emisor que utiliza la lengua intenta transmitir al receptor una determi-nada vivcncia. Para lograrlo transforma esa sustancia de contenido mediante su configuración, conformación u ordenación con los esque-mas formales linguísticos propios. Estos alcanzan manitestación fisica en una secuencia de unidades diseretas expresadas en sonidos sucesi-vos. Con proceso inverso, el oyente reconstruye a partir de la percep-ción aeústica de la voz los esquemas formales comunicados y, con ayu-da de la situación, la sustancia de contenido a que hacen referenda. Aunque aceptemos, con eriterio idealista, que existe un mundo poético en el fuero interno del poeta, una actitud anímica poética, tal universo es absolutamente irreal mientras no se haga tangible y accesi-ble al lector u oyente, hasta que no quede transformado en texto lingiiístico. Es éste, pues, el que debe poseer las características necesarias para que despierte y evoque en el receptor las particulares virtudes poé-ticas. Es en el texto, en la manifestación lingiiística conereta, donde de-bemos esforzamos por descubrir las propiedades que constituyen la poesía. Aunque el poeta tenga una noción más o menos vaga de que lo que comunica es poético, sólo se realiza la poesía plenamente cuan-do el lector o destinatario es capaz de descubrirla y sentirla al leer o es- cuchar el texto. No hay poesía sin texto, sin decurso. La lengua —el sistema— no es en sí poética; lo poético consiste en el uso que se hace de los elementos latentes de ese sistema, ordenados y dirigidos a un fin de-terminado: la evocación intensa, con sacudida única, de una vivencia particular pero generalizable y que se pretende eterna (es decir, repeti-ble cada vez que el texto se lea). Esta sacudida irremplazable sólo puc-de ser evocada mediante los habituales procedimientos de comunicación lingiiística. Y asi, lo poético despertará a partir de cualquiera, de algunos o de todos los componentes de la lengua en acción, esto es, de los elementos constitutivos de su decurso en las manifestaciones coneretas. Lo primario, lo inmediatamente accesible, son las secuencias de sonidos, sustancias fónicas que inevitablemente ordenamos con una forma propia de nuestra lengua y que como tales las reconocemos. Por cllo mismo nos evocan un conjunto de significaciones abstractas, ap-tas para hacer referencia a sustancias de contenido, eso que llamamos realidades, sean mentales, sean objetivas. ČCómo deben estar ordena-das esas secuencias de sonidos, esos conjuntos de significaciones, para que los percibamos como mensajes poéticos? čLo poético consistirá en la especial combinatoria ťónica, o bien en la peculiar conjunción de las significaciones evocadas? Modemamentc se ha vuelto en cierto modo a considerar lo poético, según hada la vieja retórica, como una desviación de los procedimientos habituales de comunicación, y se pretende que la fuerza poética de un texto radica en las llamadas «figuras», maneras de decir apar-tadizas que al separarse de la expresión habitual, «propia», por asi decir trasparente, ponen por delante como una pantalla que con cierto es-foerzo hay que penetrar. De ahí las opiniones de que el texto poético se caracteriza, frente al corriente, por su «opacidad»: la comunicación poética ofrecería al destinatario la barrera del propio producto lingiiístico. Éste, en lugar de ser una copa cristalina que trasluciera el líquido en ella vertido (y por tanto no se advirtiera), se convertiría en un recipiente opa-co que muestra sus tallas y relieves ocultando el contenido que conlleva. Es decir, el mensaje poético, frente al corriente, consistiría en servir las sustancias de contenido en envases complicados que ofrecen por delante sus adomos. Una especie de «trobar clus». Evidentemente no se pue-de aceptar sin más esta creencia. Porque entonces, cen qué residiría lo poético de tantas producciones de nítido lenguaje que más que adornar desnudan la expresión? Cancioneros populäres, Manrique, Machado,