DEL TEXTO AL GENERO. NOTAS SOBRE LA PROBLEMÁTICA GENÉRICA Jean-Marie Schaeffer C.N.R.S. Paris De todos los campos en los que retoza la teória litera-ria, el de los generös es, sin ninguna duda, uno de aque-llos en los que la confusion es mayor. Esto me parece que puede explicarse porque las teorias genéricas ponen de ma-nifiesto a menudo de manera exacerbada algunas dificul-tades, incluso aporias, que estructuran numerosas teorias literarias. 1. Plantearé, para empezar, que la mayoria de las teorias genéricas no son verdaderamente teorias literarias, si-no más bien teorias del conocimiento. Quiero decir con esto que su ámbito transciende la teória literaria propiamente dicha y aboca a debates de orden ontológico'. Toda teória genérica conecta aparentemente con una pregunta definitoria, que tiene más o menos la forma si-guiente: (1) (iQué es un género? Esta pregunta ha dado lugar a las más diversas respues-tas: el género sería ya una norma, ya una esencia ideal, ya un modelo de competencia, ya un simple término de cla-sificación al cual no le corresponderia ninguna productivi-dad textual propia, etc. Pero lo que me ocupa aqui ahora no son tanto esas respuestas multiples y divergentes, como el marco en el que, la mayoria de las veces (pero no siem- Titulol original: «Du texte au genre. Notes sur la problématique générique», publicado en Poétique 53, 1983, págs. 3-18. Traducción de Antonio Fernandez Ferrer. Texto traducido y reproducido con auto-rización del editor. 1 Tesis defendida ya por Klaus Hempfer, Gattungstheorie, Munich, 1973. Sin embargo, las conclusiones a la que llega Hempfer son opues-tas a las que propongo aqui. 156 JEAN-MARIE SCHAEFFER pre ni obligatoriamente), éstas se formulan. La pregunta (1), efectivamente, no es, muy a menudo, nadá más que una forma abreviada de la pregunta siguiente: (2) ^Cuál es la relación que vincula el (los) texto(s) con el (los) género(s)? A simple vista esta reformulación parece inocente, por-que, de una forma u otra, el término «género» parece ser el correlato por definir de ese otro término, supuestamen-te conocido, que sería el «texto». Sin embargo, esta reformulación corre el riesgo de estar sujeta a dos confusiones mayores. En primer lugar, mezcla dos preguntas diferen-tes que son, por una parte: (2a) ,:Cuál es la relación que vincula los textos con los generös? y, por otra: (2b) ^Cuál es la relación que vincula un texto dado con «su» género? Seňalaré más adelante en qué esta mezcla es el indicio de una confusion más fundamental. En segundo lugar, y es de lo que me voy a ocupar enseguida, la formulación (2), por su estructura sintáctica y semántica, amenaza desviar el debate genérico de forma subrepticia hacia la pregunta: (3) (iCuáles son las relaciones entre los fenómenos em-píricos y los conceptos? Es cierto que el paso de (2) a (3) no es obligatorio, pero no lo es menos que la mayor parte de las teorías genéri-cas de hecho practican ese deslizamiento cuyo indicio más llamativo me parece que radica en que se empieza uno a hacer preguntas sin fin en cuanto a saber que es, parodian-do a Hegel, «más realmente real», los generös o los textos individuales. Ni que decir tiene que desde el momento en que se nos ha llevado de (1) a (3), ya está hecha la jugada, y la pelota pasa a los filósofos que corren el riesgo de ir volviéndosela a pasar ad infinitum. Porque, a partir del momento en que el problema genérico es considerado como una especifica-ción de (3), el debate sobre la teoría genérica se transfor-ma en campo de batalla de la dišputa de los universales, con sus protagonistas tradicionales, que son el realismo y el idea-lismo, sin olvidar al recién llegado, a saber, el constructi-vismo, que pretende sacar las castaňas del fuego. En cuanto DEL TEXTO AL GENERO 157 al «teórico de la literatura», es de antemano el perdedor, pues (iqué puede responder a preguntas tan contundentes como: «^Existen los generös? Y en el caso de que si, ^con qué existencia?» Hay que ver claramente que lo que se ventila en este debate no es ya ni literario ni incluso epistemológico, sino ontológico, puesto que atafie a la teoría del ser: quid/quod est? Los sistemas genéricos románticos (el de Fr. Schlegel, por ejemplo), los del idealismo alemán (Schelling, Solger y Hegel), al igual que la teoría de Croce, tienen, a este respee-to, una ventaja segura sobre los innumerables sistemas o anti-sistemas posteriores que se inspiran en ellos: que formulan explicitamente la apuesta ontológica que constituye el fundamento real de su discurso genérico. Hay que afia-dir inmediatamente que, al fin y al cabo, sin embargo, esa ventaja es inutil, porque lo único que hace es imponer la conclusion de que toda argumentación racional es imposi-ble en este campo teórico en el que decidirse por una u otra teoría genérica implica que uno se pasa con todos sus tras-tos al campo de la ontológia correspondiente. Por ejemplo, es evidente que el discurso hegeliano sobre los géneros y el sistema triádico en el que se encarna, son directamente dependientes de una ontológia realista para la cual lo real es la autorrealización del Concepto2. Por el contrario, la polémica croceana contra las teorías gené-ricas es indisociable de su posición nominalista que no ve en las categorías genéricas nadá más que «pseudo-con-ceptos» !. Un caso más interesante es el de la teoría gené- 2 Según Hegel, el principio de orden de las artes debe derivarse de la naturaleza misma de la obra de arte; ahora bien, esta naturaleza es tal que la totalidad de los aspectos y momentos incluidos en su concep-to llega a realizarse en la totalidad de los géneros (artísticos y más es-pecíficamente literarios). El sistema genérico constituye, por lo tanto, el desarrollo (Entfaltung) del Concepto en su totalidad concreta; es decir, en tanto que verdaderamente real (real wirlich). Ver G. W. HEGEL, Vorlesungen über die Aesthetik, II, págs. 234, 262-265; III, págs. 390, etc. (= Werke in 20 Bänden, Band 14, 15, Frankfurt/Main, 1970). :í Croce califica'a las poéticas genéricas de «maggior trionfo ďelľerro-re intellettualistico» (citado por Hempfer, op. cit., pág. 39). Sin embargo, hay que advertir que este nominalismo está limitado por la estética (para la que no acepta más que un solo concepto general, la «bellezza») y no es válido para los conceptos de las ciencias naturales. Porque, de 158 J EAN-M AR IE S( IH A F. ľ F KR rica de Fr. Schlegel, el cual combina un realismo y un idea-lismo, ambos «regionales»: la poesía antigua sería genérica, mientras que la poesía post-antigua sería a-genérica. Esta dicotomía está fundamentada en y por la ontológia román-tica, que es una ontológia dualista, que postula que la An-tigüedad es la edad de la hegemónia de la Objetividad (y, por tanto, también de la hegemónia de los généros con res-pecto a las obras individuales), y que, por el contrario, la edad post-antigua, inaugurada por el nacimiento de Cns-to, se caracteriza por la hegemónia de la Subjetividad so-bre la Objetividad (y, por consiguiente, de las obras individuales con respecto a los principios genéricos)4. Klaus Hempfer, en su libro ya citado, rechaza a la vez las posiciones realistas y las posiciones nominalistas, y propone el constructivismo (a lo Piaget) como remedio: El constructivismo representa una síntesis entre las posiciones tradicionales del nominalismo y del realismo, pues-to que no considera los conceptos generates como simples ficciones, pero no les otorga tampoco existencia apriorís-tica con respecto a los individuos concretos, ya sea tanto en un sentido platónico como aristotélico; los considera casi como construcciones resultantes de la interacción entre el sujeto y el objeto del conocimiento '. En lo que se refiere a la teória genérica, esta posición constructivista conduciría, si he entendido bien, a una ope-ración con dos etapas: a) En un primer momento se trata de constituir una base textual, o lo que es igual, un corpus de análisis. Para lograrlo, el teórico debe utilizar preferentemente la metodológia perfeccionada por la estética de la recepción, o lo que es igual, debe proceder a una clasificación tosca sobre la base de la recepción genérica de los textos. b) En un segundo momento se trata de estructurar esa base textual. La naturaleza constructivista de esa estruc- hecho, las categorías genéricas son falsas categorías generales que están situadas entre la (verdadera) universalidad de la «bellezza» y la indivi-dualidad de las obras concretas. 4 Según la metafísica romántica, Dios, al principio pura objetividad trascendental, se individualiza en Cristo. 5 Hempfert, op. cit., pág. 271. DEE TEXTO AL GENERO 159 turación se supone que estriba en el hecho de que debe fun-damentarse en una reflexion crítica que se manifiesta en contra de las tentativas de estructuración anteriores, tenien-do en cuenta, claro está, su «grado de adecuación objetiva». No voy a plantear aqui saber si el constructivismo es preferible o no a las otras dos teorías en el piano epistemológico6, aunque sólo fuera porque la discusión correría el riesgo de ser infructuosa: la tesis, defendida por numerosos epistemólogos7, según la cual se trata de un problema de decision no fundamentada ni fundamentable antes que de una cuestión de verdad o falsedad, me pare-ce más que plausible. No me detendré tampoco en el tra-dicionalismo al que parece estar condenada una teória que, por razones epistemológicas, y por tanto de principio, debe fundamentarse obligatoriamente en las «adquisiciones» del pasado8. Semejante concepción asume la idea de una evolución lineal de algo que sería el «conocimiento litera-rio», que, en gran parte, es, a mi parecer, una íicción, sobre todo en lo que ataňe a las categorías genéricas que, en el curso de su história, han entrado en estrategias discur-sivas completamente heterogéneas unas con respecto a las otras. Lo que más me importa es constatar las convergencias fundamentales que unen el constructivismo al realismo y al nominalismo, convergencias que derivan del hecho de que los tres transformaň el discurso genérico en un discur- 6 Hay que seňalar que una teória que ve en los conceptos el resul-tado de interacciones entre el sujeto y el objeto del conocimiento, pue-de combinarse perfectamente con las variantes historicistas del realismo; por ejemplo, las variaciones para-hegelianas. Por el contrario, un nominalismo psicologizante, al ver en los objetos stimuli para nuestra actividad intelectual, armoniza por eso perfectamente con el constructivismo, puesto que nadá obliga a que el estímulo y la reacción tengan alguna relación de representatividad, lo cual me parece que es debido a que el constructivismo plantea la pregunta de la genesis de los conceptos más que la de su estatuto, y es sintomático que en el momento de la definición de su estatuto se queda en un ni... ni que no explica gran cosa en realidad. 7 Ver, entre otros, W. V. QUINE, From a logical Point of View, Harvard, 1953 y W. STEGMÜLLER, «Das Universalienproblem einst und jetzt», Archiv Für Philosophie, VI, 3/4 y VII, 1/2, 1956. 8 Para este aspecto de la teória de Hempfer, ver G. GENETTE, Introduction ä ľarchitexte, Paris, Seuil, 1979, págs. 79-81. 160 JEAN-MARIE SCHAEFFER so ontológico. Con esto quiero decir que para poder pre-guntarse acerca de las relaciones ontológicas entre textos y generös, es preciso primero haberlos constituido en una exterioridad reciproca. Semejante exterioridad reciproca, a su vez, sólo se impone si se reifica el texto, es decir, si se le considera un aňalogon de objeto físico, y si se ve en el género un término transcendente «referido a» ese objeto casi físico. Si queremos alejar el debate genérico de esta falsa dišputa, hay que dejar entonces de identificar la pregunta (2) con la pregunta (3), es decir, hay que abandonar la reifi-cación del texto y, correlativamente, la idea de una exterioridad de tipo ontológico entre texto y género. La teória constructiva no hace ni una cosa ni otra9: no nos libra del dilema ontológico, sino que nos propone las «ventajas de un trilema». 2. ^Desarrollan los géneros la esencia de la literatura? <;No existen, por el contrario, como reales nadá más que los textos individuales, mientras que los géneros sólo son pseudo-conceptos utiles, a lo sumo, como clasificacio-nes de bibliotecario? ^O entonces hay que admitir que no se trata de una cosa ni de otra y, en cierto modo (?), de las dos a la vez? Son otras tantas preguntas que entorpecen la teória ge-nérica pero que, al menos en mi opinion, no tienen razón de ser. Y ello, por la simple razón de que están basadas en dos postulados superfluos e inadecuados a la vez: el texto como analogon de objeto físico y el género como exterioridad transcendental (o, en el caso de las teorías nominalis-tas, pseudo-exterioridad, o lo que es igual, pura nadá, de hecho). Quisiera partir aquí del postulado de la exterioridad y " Asi, .contrariamente a lo que se podría creer, recurrir a la estéti-ca de la recepción no pone en peligro el postulado del texto-organismo cerrado, ya que, según esta teória, las condiciones de recepción no ha-cen más que sobreaňadirse a un texto ya constituido en la plenitud de su sentido. Para la estética de la recepción, el texto no es un canal de comunicación (que investir con actos comunicativos), sino más bicn, un contenido transmitido. Ver, a ešte respecto, D. BREUER, Einführung in die pragmatische Texttheorie, Munich, 1974, sobre todo la pág. 211. Dl I. TEXTO AL GENERO 161 de sus implicaciones. Hay que destacar primero el falso pro-blema de la exterioridad genérica, definida ya sea como des-( ripción teórica, ya como discurso normativo (y, en ultimo término, como conjunto de normas psicológicamente interiorizadas). En el primer caso, la exterioridad es pura y simplemente la que existe entre dos textos: el que uno de ellos sea en este caso un metatexto da ciertamente un talante especial a la relación que los une (y que parece ser una relación prescriptiva), pero no plantea ningún proble-ma epistemológico especial. Asi, las relaciones que unen la teória de la novela de Fr. Schlegel con su novela Lucinde pueden describirse como las relaciones que unen un pro-grama con su realización; basta para ello con admitir la transformación de las proposiciones declarativas de la teória en proposiciones prescriptivas. En cuanto al problema de la genericidad como norma interiorizada, ataňe al postulado de un término intermediario entre un conjunto de textos y un texto individual que parece adecuarse al mo-delo genérico constituido por este conjunto. Se trata en este caso de un principio de explicación secundaria tendente a justificar el paso de una categoría de textos a un texto individual que se acomoda en algunos rasgos a esta categoría: en ningún caso pretende el postulado de la norma genérica fundar una categoría de textos (lo cual si que ocu-rre con las teorías genéricas fundamentadas en una ontológia realista). Entre estos casos de trivial exterioridad, hay que dife-renciar la que se postula como fundadora de una categoría de textos, en tanto que molde de competencia, esencia oculta, estructura universal, etc. Sólo en el marco de esa exterioridad es donde la problemática genérica se transforma en problema ontológico. Asi pues, me parece que el postulado de semejante exterioridad es completamente inade-cuado e inútil. Si nos quedamos en el nivel de la fenome-nalidad empírica, la teória genérica estaría considerada sólo como el dar cuenta de un conjunto de similitudes textua-les, formales y, sobre todo, temáticas: por tanto, esas similitudes pueden ser perfectamente explicadas definiendo la genericidad como un componente textual, o lo que es igual, las relaciones genéricas como un conjunto de rein-vestiduras (más o menos transformadoras), de ese mismo 162 JEAN-MARIE SCHAEFFER componente textual. Siendo la literatura institucional por definición, la genericidad puede explicarse perfectamente como un juego de repeticiones, imitaciones, préstamos, etc., de un texto con respecto a otro, o a otros, y el recurrir a un postulado tan «contundente» como el de una estructura o modelo de competencia, resulta totalmente superfluo, ya que no aclara muchas más cosas que una concepción transtextual de la genericidad10. Además, este postulado es inadecuado en la medida en que es incapaz de tomar en con'sideración la dimension esencialmente dinámica de la genericidad e impone una perspectiva únicamente clasi-ficatoria que ignora la especificidad de la relación gené-rica11. Una ventaja evidente de una definición puramente textual de la genericidad reside en que ésta permite fijar un criterio empirico, lo cual no es el caso de las teorias onto-lógicas en las que los «generös» son, por defmción, trans-cendentales a la textualidad y por ello mismo empiricame-te inabordables. Un ejemplo algo «exótico» (para un lector del siglo XX) ilustra perfectamente, sin embargo, el aspecto a veces alu-cinatorio de las teorias genéricas ontológicas y las decisi-vas ventajas que pueden derivarse de una aproximación textual a la problemática genérica. Se trata de un conjunto de textos épicos alemanes que se remontan a los siglos XII-XIII. Ahora bien, el siglo XIX y una parte del xx han que-rido descubrir en (sería más exacto decir: debajo de) estos textos un género, que se ha bautizado das deutsche Heldenepos, dicho de otra manera, la epopeja heroica germanica. Los textos asi bautizados son la Canción de los Nibelungen, el Poema de Wolfdietrich, el Poema de Dietrich, el Poema de Ortnit, el Poema de Kudrun y otros. Como ocurre frecuentemente en las teorias genéricas ontológicas, la definición de este género va al unisono con la constitución de un género al cual se opon-dría; a saber: la epopeya cortesana de inspiración artúrica. Vemos ya aquí la «fertilidad» de semejante dicotomía, so-bre todo en sus prolongaciones ideológicas: la epopeya he- "' Torno este término de G. GENETTE, Pahmpsestes, Paris, Seuil, 1982. " Ver más adelante. ■)KL TEXTO AL GÉNERO 163 roica y la epopeya cortesana se oponen como el alma germanica a un producto de importación francesa, como la poesía espontánea a la poesía artificiosa, como la poesía popular a la poesía culta, y también como la poesía originaria a una poesía más tardía, y por consiguiente, menos esen-cial y más ficticia. Y ello sin hablar de rasgos más preci-sos, tales como la fidelidad viril opuesta a un amor afemi-nado, el culto al valor opuesto a la languidez cortesana, etc. Todo esto se resume en la tesis central que dice que la epopeya heroica muestra la esencia de la germanidad: ...Aquí (en los Nibelungen) se nos presenta la imagen de lo que ha sido la esencia, la manera de pensar y de sentir de nuestros antepasados, tal y como la leyenda nos la ha dado a conocer hacia el aňo 500 12. Desgraciadamente, este espíritu germánico no se plasma de la misma forma en todas las obras, pues incluso las más fieles a este origen tienen elementos extranos, de manera que se llega a una jerarquización según la cantidad de espíritu germánico: asi, en la Canción de los Nibelungen el elemento germánico sería todavía hegemónico, en El Poema de Kudrun el debilitamiento ya se dejaría sentir, mientras que en La Muerte de Alphart no habría casi huellas del auténtico espíritu germánico. Como vemos, el género está construido enteramente partiendo de una projección retrospectiva: en los textos esco-gidos se aíslan uno a uno los elementos que se consideran relacionados de alguna manera con esta germanische Weltanschauung de en torno al aňo 500 después de Cristo. Hay que subrayar que estos elementos no constituyen de ningún modo una categoría de similitudes textuales entre las diferen-tes obras, pero, uno por uno, están en relación con esta Weltanschauung postulada anteriormente. Lo que se ha construido, por tanto, es un género meramente imaginario, de hecho, un texto ideal del que todos los textos empiricamente reales no son más que ecos más o menos lejanos. Como mucho, semejante operación nos descubre cuáles son las 12 G. EHRISMANN, Geschichte der deutschen Literatur bis zum Ausgant des Mittelalters, Teil 2, Schlussband, Munich, 1935, pág. 122. 164 JEAN-MARIE SC: i I All I I. R fuentes de determinados elementos temáticos, de manera que el género no es el de los textos ni el del Stoff (materia) de estos textos, sino, a lo sumo, el de determinados elementos temáticos postulados como fuente. Ahora bien, en-tretanto, se ha podido mostrar que este «género», que ha-bía hecho correr ríos de tinta patriótica y nacionalista, es, textualmente hablando, inexistente. En un texto breve, pero decisivo, Heinz Rupp se ha dedicado a un desmantelamien-to a conciencia de la epopeya heroica, simplemente deci-diendo dejar provisionalmente a un lado «los logros del pa-sado» (es decir, la tradición universitaria) y remitiéndose a los propios textos13. Precisando y ampliando las conclu-siones de Rupp podemos seňalar concretamente que: — La oposición epopeya heroica-epopeya arturica es lógicamente inconsistente, puestc que, en el primer caso, el género está defmido por sus fuentes, mientras que en el otro caso la defmición se basa en la presencia de un mis-mo personaje. Como mucho, podríamos oponer la epopeya heroica (de origen germánico) a una epopeya de origen céltico. Al mismo tiempo, la epopeya heroica pierde el pri-vilegio de ser más «primitiva», más cercana al origen, que la epopeya llamada cortesana; — La tesis de una oposición entre un género épico he-roico y un género épico cortesano, que existirían simultá-neamente en el siglo X JU alemán, es empíricamente refutable: hay tantas similitudes textuales entre los textos llamados heroicos y los textos llamados cortesanos, como las que existen entre los diversos textos llamados heroicos o los diversos textos llamados cortesanos (y precisando aún más: en los dos casos hay las mismas similitudes). Por ejemplo, contrariamente a lo que afirma la vulgáta teórica, el ele-mento maravilloso no interviene menos en los textos «heroicos» que en los textos «cortesanos» 14. Y, a la inversa, los te-mas del heroísmo y de la fidelidad no desempefian un pa-pel más importante en los primeros que en los segundos '5; 13 H. RUPP, «Heldendichtung» als Gattung, en Beiträge zur deutschen Philologie, Band 28, Giessen, 1960, págs. 9-25. 14 Asi, en El Poema de Kudrun, el Vogel Greif, es decir, el Grifo, de-sempeňa un papel importante. 15 A excepción de algunos pasajes de La Canción de los Nibelungen, el elemento heroico está tan atenuado en todos estos textos que la vul- DEI, TEXTO AL GENERO 165 — Desde el momento en que se deja de construir un género a partir de supuestas fuentes de determinados elementos temáticos, para dejarse llevar por la red de simile tudes textuales (formales, narrativas y temáticas) que se teje entre los diversos textos llamados heroicos y los diversos textos llamados cortesanos, el fantasma de.una epopeya heroica alemana se desvanece completamente: el conjunto de esta literatura épica del siglo Xin alemán que incluye te-mas de origen germánico o de origen céltico, constituye un mismo género épico, especie de literatura de consumo co-rriente (para las cortes de los pequefios nobles alemanes), y que mezcla las fuentes temáticas más diversas. Estilísti-camente se sitúa en la encrucijada de la Spielmannsepik y de la gran literatura épica de los Wolfram von Eschenbach y los Hartman von Aue. Además de este sincretismo estilis-tico, el género se caracteriza por el anonimato de sus textos, por la constancia de algunos personajes y por una te-mática también sincrética puesto que tiende a fusionar los rasgos heroicos (extraidos, bien de las antiguas tradiciones germánicas o célticas, o bien de las canciones de gesta) con rasgos cortesanos tales como la Minne. Esta literatura épica es, en suma, una literatura de transición que prepara el camino a la literatura novelesca, como la novela de amor (por ejemplo Flore und Blancheßeur de Konrad Fleck), la novela conyugal (como Mai und Beaflor), etc. De este modo, los rasgos heroicos no dehnen la naturaleza de un género, sino que sólo muestran uno de los multiples elementos que entran en un género fundamentalmente sincrético, sin dudá a imagen y semejanza de la mentalidad del publico al que va dirigido. Me parece que este ejemplo ilustra bien lo que entien-do por noción de exterioridad genérica: el procedimiento que consiste en «producir» la noción de un género, no a partir de una red de similitudes existente entre un conjunto de textos, sino postulando un texto ideal cuyos textos reales no serían más que derivados más o menos perfec- gata se ve obligada a recurrir, en bloque, a la tesis de la degeneración. Lo cual es, evidentemente, una muestra de íracaso. Esta misma cons-tatación se impone en lo tocante a la presunta ausencia de elementos cristianos en la epopeya heroica, opuesta a otra también mítica cristia-nización total de la epopeya artúrica. 166 JKAN-MARIF, SCHAKFFF.R tos, del mismo modo que, según Platón, los objetos empíricos no son sino copias imperfectas de las Ideas eternas. Las relaciones de parentesco intervienen entonces en-tre ese texto ideal y tal o cual elemento de tal o cual texto real aisladamente, sin que el conjunto de rasgos asi extraí-dos teja un conjunto de similitudes entre los diferentes textos reales. La epopeya heroica es ciertamente un género, pero no un género literario del siglo XIII: es un género metali-terario del siglo Xix, un género de la Germanistik. 3. La idea de género como entidad extratextual y fun-dadora de los textos cobra apariencia de plausibilidad en el momento en que se considera el texto como un analogon de objeto físico. Lo que llamamos la concepción del texto-organismo l(> tiene, entre otras funciones, la de fundamen-tar esta analógia entre texto y objeto físico, esta reificación —en el verdadero sentido del término— del texto. Esta analógia, en verdad pura y simple identificación, está en total desacuerdo con la fenomenalidad propia de la textualidad en tanto que dimension lingüistica; fenomenalidad que nun-ca es la de un sistema cerrado, sino más bien la de una cadena abierta. Hay aquí un primer hecho que me parece de bastante peso: aunque la metafora del organismo físico no pretende explicar el funcionamiento linguístico del texto, sino únicamente su estructuración como «sistema semió-tico secundario», podemos interrogarnos acerca del estatuto de una concepción que hace tan poco caso de la fenome-, nalidad lingüistica17. Una segunda consideración me parece también muy de-cisiva: las teorías genéticas ontológicas admiten implícita-mente que la empiricidad se reduce al universo de los objetos físicos. Si se limita, por el contrario, la empiricidad al término mucho más adecuado de hecho (Tatsache), se ve con claridad que un texto, aunque participe del mundo de los hechos empíricos, no está de ninguna manera obligado "' Concepción que se remonta a la más remota Antigüedad, pero que sólo llega a ser auténticamente pertinente en el marco de las teorías estéticas románticas. 17 Una de las funciones de la ficción de un «lenguaje poético» opuesto al lenguaje común, es, quizás, la de disírazar ešte desí'ase entre la fenomenalidad lingüistica y la teória literaria. DI'.L TKXTO AI. GENERO 167 a ser un objeto físico. Es un hecho comunicativo específi-(o, es decir, un conjunto complejo formado (al menos) por un canal de comunicación de estructura dada y un acto (o un conjunto de actos) comunicativo (s) que actualiza(n) ese canal18. El abandono de la tesis del texto-analogon de objeto físico tiene varias consecuencias. Primeramente, la concepción que pretende que el texto literario es un sistema autóno-mo cerrado y unificado, partiendo únicamente de una lec-tura inmanente y no referencial, pierde su solidez de evidencia natural. En lugar de aceptarla como sostenida por alguna esencia secreta de la literalidad, se vera más bien en ella un modelo de lectura, o sea, un hecho prescriptive Se trata entonces de una lectura posible, fundamenta-da a la vez en ragos estructurales del canal de comunicación y en un algoritmo de lectura que ha llegado a ser hegemónico desde la época romántica. Asi, cuando M. Rif-faterre afirma «que el referente no es pertinente para el aná-lisis y que no existe ninguna ventaja para el erítico en com-parar la expresión literaria con la realidad y en valorar la obra en función de esta comparación», hay que ver en ello un enunciado preseriptivo que propone un modelo de lectura, y en tanto que tal está perfectamente justifieado; me inclino en cambio a ser escéptico cuando leo el título del ensayo en el que esta afirmación se inserta, a saber: «La explicación de los hechos literarios» '", título que parece indicar que Riffaterre piensa realmente no en proponer un modelo de lectura, sino en exponer el modelo explicativo de la naturaleza de un objeto físico que sería aquí la «obra» (literaria). No pongo en duda que el modelo de lectura propuesto por Riffaterre (o más bien: retomado por él de la tradición romántica) sea más rico que el modelo referencialista, aunque sólo fuera porque tiene en cuenta la positividad del he- 18 Desde luego, el soporte de todo texto es un objeto físico, al menos siempre que se trate de un texto eserito (el flujo acústico de un texto leído, por ejemplo, en la radio, no es un objeto sino más bien un fe-nómeno físico). 19 Ver M. RIFFATERRE, La Production du texte, Paris, Seuil, 1979, pág. 19. 168 JEAN-MARIE SCHAEFFER cho textual. Además, este modelo concuerda, si no con los pactos de lectura que proponen todos los textos literarios de todas las épocas, al menos con el pacto de lectura que proponen numerosos textos de determinadas épocas20. Pero todo esto no nos concede, de ningún modo, el derecho a decir que la lectura inmanente explica el texto literario, como se explica la constitución de un objeto físico, puesto que el texto posee, en tanto que hecho de comunicación, esta particularidad propia de que él no es algo que está por explicar, sino algo que está por leer y, ocasionalmente, por interpretar. Asi pues, toda lectura es una resultante de, al menos, dos factores; a saber, dos intenciones21 o estrate-gias comunicativas, la del codificador del texto y la del des-codificador. Ambas pueden ocultarse parcialmente, pero sus relaciones comprenden necesariamente elementos más o menos aleatorios, aunque sólo fuese porque en un texto no hay feed-back en acto, contrariamente a lo que ocurre en una conversación de viva voz entre dos interlocutores. Esto se ve particularmente claro en algunas formas de poesía Urica, y me pregunto si, al menos en parte, el frenesí interpretative que provocan no resulta del horror vacui que embarga a toda lectura ante un texto que rechaza tematizar su intencionalidad comunicativa, y que provoca por ello mismo una especie de suspension provisional del sentido, o, mejor dicho, de la actividad semántica. Aunque es cierto que el modelo de lectura inmanentis-ta es más rico que el modelo referencialista, esta ventaja de la lectura romántica sobre la lectura clásica ha sido pre-cisamente abolida, porque la lectura clásica no se limitaba a ser referencialista (deberiamos precisar, por otra parte, que este referencialismo estaba por lo general al servicio de una lectura ética), sino que estaba muy directamente 20 Asi, muchos textos se presentan como ficcwnes; otros, no representatives, se presentan como pura textualidad, etc. Pero también abun-dan los ejemplos contrarios de textos que, en su pacto de lectura (prólo-go o incipit, por ejemplo), proponen lecturas referenciales, ya que se esfuerzan en confirmar que cuentan una história verídica. 11 El término de «intención» no apunta al acto psicológico de un in-dividuo, sino a la intencionalidad inherente al texto (o al modelo de lectura) y se manifiesta, por lo tanto, a través de rasgos textuales propios (por ejemplo, el pacto de lectura). Es decir, se trata de una intención institucionalizada. DEL TEXTO AL GENERO 169 dirigida hacia la transtextualidad22, hacia la genericidad en este caso. Ahora bien, la lectura transtextual constituye un enriquecimiento con respecto a una lectura únicamen-te inmanente, aunque sólo sea porque reinserta el texto individual en la red textual en la que está cogido y de la que la lectura inmanente lo aisla artificialmente. Si seguimos la terminológia propuesta por G. Genette, la genericidad (llamada architextualidad) no es más que uno de los aspectos de la transtextualidad que abarca además la paratextualidad (relaciones de un texto con su titulo, su subtítulo y, más en general, con su contexto externo), la ínterrextualidad (la cita, la alusión, etc.), la hipertextuali-dad (relaciones de imitación/transformación entre dos textos o entre un texto y un estilo) y la metatextualidad (relaciones entre un texto y su comentario). En tanto en cuanto modelo de lectura, la transtextualidad activa muestra más aspectos textuales que la lectura puramente inmanente, por no hablar del hecho de que permite tener en cuenta la dimension institucional de la literatura como conjunto de redes textuales. Otra ventaja de una aproximación transtextual reside en que desmiente la idea ampliamente extendida según la cual el texto en su interioridad pura constituye algo asi como una sólida parte de realidad dotada de su sentido úni-co y definitivo que el comentario sólo tendría que «descu-brir»2i. Por poner un ejemplo, no se lee, desde luego, de 11 Recuerdo que el término ha sido forjado por G. GENETTE, Pa-hmpsestes, op. at. Ya va siendo hora quizás también de reconocer que, sin este libro, las páginas que siguen no existirían, al menos en su forma actual. -!i Ya en el nivel de la significación (en el sentido lingüistico del término) la univocidad semántica sólo cxiste como caso limite y exige muy a menudo recurrir a elementos contextuales o pragmáticos. En cuanto a la interpretación, la no-determinación unívoca está, por supuesto, to-davía mucho más acentuada, excepto en el caso de alegorías institucio-nalizadas, como las que se encuentran en gran cantidad en la Edad Media y en el Renacimiento. La enorme importancia historka de las diferentes teorías de la interpretación, de los Padres de la Iglesia en la hermenéutica, no es un argumento en contra de la tesis de la ausencia de estructuración sirnbólica unívoca de la mayoría de los textos, sino más bien a su favor. En relación con estos problemas, ver T. TODOROV, «La lectura como construcción», en Les Genres du discours, Paris, Seuil, 1978, v, sobre todo, Symbolisme et Interpretation, Paris, Seuil, 1978. 170 JEAN-MARIE SCHAEFFER la misma manera Le Christ aux Oliviers de Nerval cuando se recurre a una lectura puramente inmanente que cuando lo leemos como hipertexto del Discours du Christ mort du haut de ľ edifice du monde de Jean-Paul. El paratexto deter-mina también en parte el modo de lectura: ver que el poema que figura bajo el título colectivo de Chiméres orienta la lectura hacia una dirección muy distinta de la indicada por el título colectivo Mysticisme (en les Petits Chateaux de Bohéme)1^. En ešte caso, una lectura puramente inmanente del texto de Nerval es a la fuerza empobrecedora, puesto que sólo aprovecha una parte de las potencialidades comu-nicativas2" de su texto-objeto. Desde luego, dejando de lado el problema de las variantes textuales, hay que admitir que ninguno de estos factores hiper o paratextuales ataňe a la substancia significante de la cadena lingüistica: «Cuando el seňor... que dio el alma a los hijos del barro». Pero esto no es un argumento a favor de una lectura puramente inmanente, puesto que, como toda lectura estética moderna, tiende a la simbolización, «más allá» de la signifi-cación. Ahora bien, no queremos negar en absoluto la per-tinencia a este nivel de los factores transtextuales para la constitución misma de la interpretación simbólica que, aparte de la estructura textual, se fundamenta también siempre (aunque fuera de manera implicita) en indicios transtextuales (elementos architextuales: la pertenencia genérica, etc.; elementos paratextuales: lugar de publicación, título, epígrafe, etc.; ocasionalmente, elementos hipertextuales: texto-fuente, o elementos metatexuales: tradición del comen-tario universitario, etc.). 24 Otro elemento paratextual importante: la mención «Imitado de Jean-Paul» que precedía al poema en el momento de la publicación en L'Artiste, ha sido reemplazada por un epitafio sacado del texto de Jean-Paul en las ediciones posteriores, cambio en el que se evidencia toda la problemática de la imitación versus la recreación. 23 Empleo adrede el término muy vago de potencialidades comuni-cativas, que tiene la ventaja de evitar cualquier determinación apriorís-tica en cuanto a la naturaleza dc lo que se dice asi a través del texto. Incluso la literatura más ferozmente opuesta al lenguaje utilizado como moneda de cambio (comunicativo) no seria una excepción, muy al contrario incluso: como prueba, la proliferación de metatextos dedicados a la poesía de Mallarmé. DEL TEXTO AL GÉNERO 171 4. Genette propone subsumir la genericidad bajo la categoria más general de la architextualidad, que comprende «el conjunto de las categorías generales, o transcendentes (...) de las que es muestra cada texto»2'', y, especialmen-te, junto a la genericidad, los tipos de discurso y los mo-dos de enunciacion. Me parece, sin embargo, que hay una diferencia fundamental entre la architextualidad y las de-más formas de transtextualidad: cada hipertexto posee su hipotexto, cada intertexto su texto citado, cada paratexto el texto que incluye, cada metatexto su texto-objeto, mien-tras que si bien hay architextualidad, no hay en cambio ar-chitexto, sino en un sentido metafórico. Las categorías del intertexto, del paratexto, del metatexto y del hipertexto de-terminan parejas relacionales de textos27, mientras que en el caso de la architextualidad no hay nada de esto. Estariamos tentados de decir entonces que la architextualidad define más bien una relación de pertenencia. Pero surge aquí una segunda dificultad, no ya entre la architextualidad y las demás modalidades de la transtextualidad, sino en el interior de la architextualidad misma, entre la genericidad y los otros dos términos que G. Genette le aňa-de, los tipos de discurso y las modalidades de enunciacion. En el caso de los modos de enunciacion y los tipos de discurso, tenemos claramente una relación de pertenencia28 y a que todo texto pertenece en efecto, bien sea al modo na-rrativo, bien al modo dramático, o bien al modo mixto, por lo mismo por lo que pertenece a tal o cual tipo de discurso29. Se puede expresar lo mismo diciendo que esas dos categorías (con sus divisiones) definen (en comprehension) clases de textos. Respecto al componente genérico, el asunto es más complicado, y veo aquí el indicio de una 2(> Introduction á ľarchitexte, op. at., pág. 7. 27 El que un hipertexto, por ejemplo, pueda tener varios hipotex-tos no cambia nada en esta analógia relacional: un solo término (texto) puede formar parejas relacionadas con diversos términos (textos) di-ferentes. 28 Nada se opone a priori a que u n texto pertenezca a varias de esas categorías (al menos en lo que respecta a los tipos de discurso). 29 Otro problema es, evidentemente, el de la genesis de cierto tipo de texto a partir de un determinado tipo de discurso. Ver para este particular T. TODOROV, Les Genres du discours, op. cit. 172 JEAN-MARIE SCHAEFFER no-homogeneidad de estos tres subgrupos de la architex-tualidad. Ciertamente, en tanto que categoría de clasifica-ción retrospectiva, la genericidad también funciona como relación de pertenencia, y a ese nivel la homogeneidad es-taria, por tanto, salvaguardada. Nos podríamos limitar en-tonces a este aspecto de la genericidad postulando explici-tamente que esta categoría no es otra cosa que una noción de clasificación. Pero al hacer eso se despejaría un aspecto importante de la genericidad, a saber, su carácter operativo con res-pecto a los textos. Hay, en lo que ataňe a la productividad textual, una diferencia de régimen esencial entre la genericidad y los modos de enunciación (o los tipos de discur-so). La elección de una modalidad de enunciación es con-dición previa de todo texto y éste, a su vez, no tiene ningún influjo sobre el «cariz» de la modalidad de enunciación ele-gida: la determinación es de sentido único, lo que permite decir, en particular, que tal o cual texto pertenece a una determinada modalidad de enunciación. Por el contrario, en el caso del componente genérico, debemos decir que todo texto modifica «su» género: el componente genérico de un texto no es nunca (salvo rarísimas excepciones) la simple reduplicación del modelo genérico constituido por la cla-se de textos (supuestamente anteriores) en cuya casta se si-túa. Al contrario, para todo texto en gestación, el modelo genérico es un «material», entre otros, sobre el que «traba-ja». Es lo que he llamado anteriormente el aspecto diná-mico de la genericidad en tanto que función textual. Este aspecto dinámico también es responsable de la importan-cia de la dimension temporal de la genericidad, su histo-ricidad. Esto me retrotrae a la confusion a la que aludía al prin-cipio de este texto y que compete a la identificación de dos preguntas que scría preciso, por el contrario, diferenciar, a saber: (2a) ,:Cuál es la relación que une los textos con los géneros? (2b) ^Cuál es la relación que une un texto dado con «su» género? La primera pregunta ataňe a la problemática de la cla- DEL TEXTO AL GÉNERO 173 sificación retrospectiva y se puede resolver en términos de pertenencia a una clase de textos. La segunda pregunta, por el contrario, se puede interpretar de dos maneras dife-rentes: o bien se habla del texto como elemento de la clase, o bien como objeto histórico en un momento. La confusion resulta del hecho de que, en general, estos dos aspec-tos se contraponen radicalmente. Ahora bien, el texto, en cuanto que surge en un momento t, no pertenece eviden-temente al género tal y como está constituido retrospecti-vamente, es decir, como abstracción de una categoría de textos que va de t"" a t +n (excepto el caso limite en que el texto, estudiado en su contexto histórico, es al mismo tiempo el ultimo de la serie de los textos de la clasificación restrospectiva). Para cualquier texto situado temporalmente antes de t +n, el modelo genérico está constituido única-mente por los textos anteriores, lo que significa que el modelo genérico textual no es nunca (salvo en el caso limite sobre el que acabo de hablar) idéntico al modelo genérico retrospectivo. Tomemos como punto de partida un género G forma-do por la clase textual [a, b, c, d, e, f, g}. Este género se deduce sobre la base de una clasificación retrospectiva, es decir, que no ha sido fijado nadá más que cuando el ultimo texto de la serie ha entrado en el circuito de la comu-nicación social: sólo a partir de ese momento podemos decir que el conjunto {a, b, c, d, e, f, g) forma la clase definida por G. Si ahora nos preguntamos cuál es, por ejem-plo, la relación de c con el género al que «pertenece», no es lícito, en absoluto, tomar como referencia el género G (todavía no pertinente en el momento ť), sino el subgru-po G ', o sea, el modelo genérico en el momento ť' (no es necesario que este modelo abarque todos los textos anteriores a tb, es decir, que puede haber ahí no-congruencia entre las relaciones establecidas por la clasificación retrospectiva y la eficacia genérica textual en un momento t" situado en el interior del horizonte temporal abarcado por la clasificación retrospectiva). Desde luego, siempre es po-sible preguntarse acerca de las relaciones entre c y G, pero se trata de una pregunta trivial que comporta una res-puesta trivial: como elemento de la clase definida por G, c pertenece a G. La respuesta no tiene gran interes por- 174 JEAN-MARIE SCHAEFFER que no se apoya en la genericidad textual in actu, sino en la clasificación retrospectiva. La problemática genérica puede, por consiguiente, ser abordada bajo dos ángulos diferentes, sin duda complemen-tarios, pero, sin embargo, distintos: el género en tanto que categoria de clasificación retrospectiva y la genericidad en tanto que función textual. El estatuto epistemológico de es-tas dos categorías no es idéntico. La constitución del género depende estrechamente de la estrategia discursiva del me-tatexto (por consiguiente, del teórico de la literatura): es él quien elige, al menos en parte, las fronteras del género, él quien elige el nivel de abstracción de los rasgos que se-leccionará como pertinentes, y él, ímalmente, quien elige el modelo explicativo (y este ultimo punto es decisivo, puesto que ataňe al estatuto concedido a la genericidad: el modelo estructuralista, por ejemplo, es mucho más poderoso que un modelo historicista: el género, en él, tendrá tendencia a constituirse en auténtico modelo de competencia). Esta claro que, en cuanto a la clase de textos seleccionada, nos encontramos con simples parecidos de familia, Familienähnlichkeiten, por decirlo con las palabras de Wittgenstein. La estrategia discursiva del teórico se ejerce sobre esta base; es decir, actualmente al menos, la elaboración de un modelo de competencia que permita generar los invariantes textuales. El empleo mismo del término de modelo de competencia indica la tendencia, bastante extendida, de proyectar el texto ideal construido sobre la empiricidad textual, y de postular que los textos han sido generados desde este modelo de competencia. Pero me parece que haciendo esto cae-mos en un error lógico (de logica temporal). Es ésta la razón por la que propongo diferenciar la genericidad del género y considerar este ultimo como mera categoria de clasificación. Lo cual no significa que el género sea una categoria arbitraria: se fundamenta también en la textualidad, puesto que se manifiesta por similitudes textuales. Pero, a diferencia de la genericidad, no se trata de una categoria de la productividad textual: el género pertenece al campo de las categorías de la lectura, estructura un cierto tipo de lectura, mientras que la genericidad es un factor productive de la constitución de la textualidad. DEL TEXTO AL GENERO 175 ^Qué ocurre con el aspecto normativo de las categorías genéricas? En la medida en que la genericidad clasificato-ria (es decir, el género) es una categoria de la lectura, con-tiene, claro está, un componente prescriptivo; es, por lo tanto, una norma, pero una norma de lectura. En lo que atafie a la genericidad, hay que pensar, ante todo, en los casos en que una obra literaria proviene directamente de la aplicación de una teória genérica, o sea, de un metatex-to leido no en tanto que conjunto de proposiciones descrip-tivas, sino en tanto que algoritmo textual: pienso ahora en las relaciones que mantienen Lucinde de Fr. Schlegel y Henri (ľ Öfter dinger de Novalis con las teorias de la novela desa-rrolladas por sus autores. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, la genericidad no resulta de la aplicación de un algoritmo metatextual, sino de un remiendo poco más o menos transformador del armazón de uno o varios hipo-textos: en este caso, podemos, evidentemente, postular que esos hipotextos son normas, pero este postulado es super-fluo. Una tercera posibilidad seria la de un texto funda-mentado en una norma de lectura interiorizada (el célebre horizonte de expeetativa) que la transformaria, por consiguiente, en algoritmo textual. Pero está claro que, a tra-vés de rodeos más o menos amplios, este caso remite otra vez al segundo: por una parte, la norma de lectura se fundamenta siempre en relaciones textuales; por otra, la rela-ción hipertextual específica de la genericidad, en la medida en que implica generalmente varios hipotextos, presu-pone la constitución de una norma de lectura aplieada a estos hipotextos, o sea, sin duda, la constitución de un género (clasiíicatorio), norma transformada en algoritmo textual. Asi cada texto tiene su propio género. También se podría decir, a la inversa, que el género en tanto que me-tatexto (las clasificaciones y teorías genéricas), posee su pro-pia genericidad, o sea, un algoritmo específico que progra-ma la re-eseritura de los textos-objetos en el metatexto: la genericidad de la Estética de Hegel, por ejemplo, no es idén-tica a la del Art poétique de Boileau. Evidentemente, volvemos a encontrar aquí el problema de las estrategias diseursivas. ^Es necesario aňadir que si hay genericidades metatexua-les existen también géneros metatexuales: por ejemplo, el género «teória genérica del idealismo alemán», fundamen- 176 JEAN-MARIE SCHAEFFER tado en la categoria de los textos estéticos de Solger, Schilling, Hegel, Rosenkranz, etc.? Pero tanto si formulamos como si no tales normas genéricas, eso no concierne al es-tudio de la genericidad textual, puesto que, de todas ma-neras, éste está «condenado» a constituirse sobre la base de la fíjación de relaciones textuales (la misma cosa es válida para el género en tanto que clasificación retrospectiva). Sin duda he utilizado aqui un poco a la ligera el término de relaciones hipertextuales propuesto por Genette. Ahora bien, ešte término parece indicar una relación explícita de un texto con otro texto, dos condiciones demasiado forzadas para dar cuenta de la genericidad. En primer lugar, la relación genérica está a menudo (si no en la mayoria de los casos) o implícita, o predeterminada por simples anotaciones pa-ratextuales del género «novela», «relato de aventuras», etc. De ahí, sin duda, la introducción de un término específico en Genette, la architextualidad, que estaría tentado de leer como referido a ese modelo de lectura transformado en al-goritmo textual que postulamos generalmente como base de la genericidad en tanto que productividad textual. Pero se trata precisamente de un postulado, y si hay un archi-texto no podría ser nadá más que esa especie de «texto ideal», modelo de lectura, que postulamos como interme-diario entre el conjunto de los hipotextos implícitos y el hi-pertexto en cuestión. 5. Está muy claro dónde se sitúa el problema central de una teória textual de la genericidad: mientras que en el caso de la hipertextualidad, en el sentido de Genette, se puede descubrir una estrategia discursiva que une un hi-pertexto a su hipotexto, no sucede lo mismo en la mayor parte de las relaciones genéricas entre textos. De ahí, evi-dentemente, la tentación de recurrir al postulado de un modelo de competencia. Siempre hay pacto hipertextual, pero muy a menudo no hay pacto genérico explícito, y si hay uno, normalmente no es de indole textual, sino que se limita la mayoria de las veces a indicaciones paratextuales. De hecho, el problema está, sin duda, mal planteado: los textos que funcionan como modelo genérico están pre-sentes de algún modo en el texto en relación al cual de-sempeňan esta función, no, claro está, como cita (intertex- [)EL TEXTO AL GENERO 177 lualidad por lo tanto), sino como armazón formal, narra-(ivo, temático, ideológico, etc. Dicho de otra manera: la relación architextual que postulamos está basada siempre en una relación de hipertextualidad (más o menos multiple) de hecho. El problema real no se plantea, pues, en el nivel de los hechos textuales, sino en el de su motivación, o en el de su causalidad. Ahora bien, en ešte nivel, el ca-rácter eminentemente institucional de la literatura, y por consiguiente la circulación textual que está en la base misma de la genericidad, debe tenerse en cuenta. Puede re-sultar difícil, en tal o cual caso particular, reconstruir el recorrido de esa circulación hipotextual (y su mediación oca-sional a través de las normas de lectura o de los algorit-mos metatextuales) que conduce a la genericidad propia del hipertexto en cuestión, pero el postulado general de serae-jante circulación es la condición sine qua non de todo estudio de la genericidad (y, sin duda, de todo estudio literario). Por otra parte, me parece que podemos encontrar una confirmación paradójica de esta dimension de la literatura en el hecho de que en lo que ataňe a amplias muestras de la literatura llamada seria de la época contemporanea,. es muy difícil fijar clasificaciones genéricas, incluso aunque se presten bien al estudio de la genericidad. La tesis ro-mántica de la genericidad de la literatura moderna puede recibir con ello una confirmación al tiempo que una expli-cación trivial: el desarrollo de la circulación literaria (de-bido tanto a causas tecnológicas como sociales) en el curso de los Ultimos siglos, tiene como consecuencia una multi-plicación extrema de los modelos genéricos potenciales, de manera que la actividad genérica (ligada a la reflexividad, más pronunciada cada día, de la llamada literatura seria) muy estimulada por lo textos modernos, conduce a tal mul-tiplicación genérica que las clasificaciones son muy difíci-les de establecer. Este hecho es solo paradójico aparentemente: pues demasiado a menudo tenemos tendencia a identificar la genericidad con uno de sus regímenes, el de la reduplicación, mientras que el régimen de la tranformación genérica (del desvío genérico, por consiguiente) es muy importante tam-bién para comprender el funcionamiento de la genericidad textual. El carácter hegemónico de uno u otro régimen varia 178 JEAN-MARIE SCHAEEFER evidentemente, ya sea con el estatuto institucional (literatura culta, literatura de consumo corriente) o con la época histórica (una época clásica tiende, en general, a limitar los modelos genéricos, mientras que, desde el romanticismo, la tendencia es más bien a la multiplicación). Pero es pre-ciso insistir en que los dos regímenes, aparentemente contradictories, son las dos caras de una misma función textual. Todas las similitudes textuales no son, por supuesto, pertinentes desde el punto de vista genérico; si no, la ge-nericidad se identificaria con la totalidad de los estudios li-terarios, si definimos éstos como el estudio de los caracte-res generales de los textos literarios. Cuando establecemos una clasificación genérica o cuando se estudia la producti-vidad genérica de un texto dado, se plantea entonces el pro-blema de los rasgos de similitud que se tendrán que selec-cionar como pertinentes para la especifidad genérica. Pienso que uno de los criterios esenciales que hay que considerar es el de la copresencia de similitudes en niveles textuales diferentes; por ejemplo, en el nivel modal, formal y temático a la vez. Por el contrario, no me parece necesa-rio exigir del conjuto de esos rasgos que puedan intcgrarse para formar una especie de texto ideal determinado en su unidad: éste es sin duda el caso de la reduplicación genérica (asi, cuando se leen muchas novelas policiacas, se llega a tener la impresión de que siempre se trata de la misma), pero en el momento de la transformacion genérica, los rasgos seleccionados (por la transformacion) están a menudo menos integrados. Asi, la actividad de transformacion genérica ejercida por Don Quijote en relación con las novelas de caballería, no estriba en el modelo completo, sino más bien en rasgos aislados elegidos en diferentes niveles: esa es la razón por la que la novela de Cervantes no es una imitación, ni el negativo de una novela de caballería, sino «otra cosa distinta» que se constituye entre otras (jy sin reducirse a ser una de ellas!) a través de una transformacion genérica. El regimen de la transformacion genérica es, no cabe duda, el mejor terreno de estudio para la genericidad, mientras que el régimen de la reduplicación no es apenas inte-resante. En lo que ataňe al género como clasificación, sólo permite aprender bien conjuntos de textos unidos por la-zos de reduplicación. En cuanto hay transformacion gené- UEL TEXTO AL GENERO 179 rica, la clasificación ve en ella, o el comienzo de un nuevo género o un texto a-genérico. De ahí la tesis de que los gran-des textos no serían nunca genéricos. El estudio de la genericidad textual, por el contrario, permite mostrar que los grandes textos se califican no por una ausencia de rasgos genéricos, sino, al contrario, por su extrema multiplicidad: basta con pensar al respecto en Rabelais o incluso en Joyce. El que estos rasgos sean más de transformacion que de reduplicación no cambia nadá para la naturaleza genérica de la función textual en la practica. Existe genericidad en cuanto la confrontación de un texto con su contexto litera-rio (en sentido amplio) hace surgir como una filigrána es-ta especie de trama que está unida a una clase textual y con relación a la cual se escribe el texto en cuestión: ya sea porque desaparezca a su vez dentro de la trama, ya sea por-que la disloque o la desarme, pero siempre integrándose en ella, o integrándosela. Un ultimo (?) punto: creo que hay que distinguir entre la genericidad, y por tanto también entre los generös en sentido estricto, y aquello que, a falta de un término mejor, podriamos llamar el inventario de las relaciones textuales posibles. La relación genérica es una de esas relaciones, junto a las cuales podriamos citar la relación paró-dica, la relación de imitación, la traducción, la refutación, etc. Insisto en ello porque, a menudo, por ejemplo, se con-sidera la paródia como un género, mientras que para mi está al mismo nivel de abstracción que las categorías de la genericidad, de manera que no puede formar parte de ella. La paródia es una relación textual posible (lo es desde siempre y en todas partes), mientras que un género es siempre una configuración histórica concreta y única. Lo cual deja totalmente en suspenso la pregunta sobre las similitudes entre la relación genérica y la relación paródica o la relación de imitación. Sé muy bien que toda teória es oseura y para poder juzgar realmente ei posible valor de las sugerencias que pre-ceden séria preciso ponerlas en practica en estudios con-eretos. Pero pienso que de vez en cuando tal vez es nece-sario intentar ver un poco más claro lo que corresponde al itinerario que nos proponemos seguir y a los resultados que podemos esperar de él.