• 58 • La informatización ha llevado a la production de dictionaries bajo formatos electrónicos, no impresos, como son los CD-ROM, en los cuales junto al cúmulo de (ľ las informaciones que pueden aparecer en una version en papel, hay una serie de pro- m gramas que nos permiten obtener multitud de datos, segun nuestros intereses, de modo que el onginaLdiaaaiiariqJrn^ en un dic- ' cionarip_jnuJ.üfuncional, en un mul_tídjc^ioiiarÍD- Dada la versatilidady utilidad de |P este tipo de obras, no sería sorprendente que en los próximqs aflos cpmenzase.n a pro- A liferar «diccionarios» de ese tipo, y quejo^lMtores„ďe.XI^RQ?^uesen un objeto tan común y casero como cualquier otroelectrodoméstico. Kl El futuro qué"nos aguarda es fascinante, y las posibilidades que nos ofrecen las lH nuevas tecnologías, la nueva lexicografía, son realmente atrayentes y beneficiosas para el conocimiento y el uso de la lengua: demos un poco de libertad a la imagina-W ción y comenzaremos a encontrar las más diversas aplicaciones. Pero mientras se ge- m neralizan los nuevos diccionarios seguiremos dependiendo de los repertorios impre- Ä sos, ya beneficiados por el cambio que se ha producido en la lexicografía. * El empleo de ordenadores en la realización de diccionarios puede que no haya * abaratado el coste de su production, al menos en la etapa iniciál, pero permite tener a constantemente actualizado su contenido y facilita las ediciones puestas al día sin que se tenga que esperar a que la obra muestre el paso de los aöos, como ocurría hasta 9 ahora, para empeňarse en una costosa nueva edition. Ya no pueden justificarse re- m pertorios como los de Julio Casares o Maria Moliner que ven pasar el tiempo por sus páginas sin que se ponga remedio a un envejecimiento tal vez prematuro, o no sera ™ necesario esperar quince aňos para que la Academia nos proporcione una nueva edi- £ ción de su obra: el diccionario puede convertirse en una obra viva, en rápida evolu- ^ ción, con entregas continuas, tantas como los medios económicos permitan. ^ Los corpora lexicográficos están ahí, y de ellos se están beneficiando los reper- 9 torios lexicográficos no sólo para controlar el vocabulario que recogen, para observar m las alteraciones que se van produciendo en la lengua, sino para ir paliando uno de los mayores males que sufren nuestros diccionarios: la falta de ejemplos como modelos * de uso, que informen sobre la correcta codificación de las unidades léxicas, y que no H sean meros adornos del artículo o lugar donde hallar las informaciones enciclopédi- cas que el lexicógrafo no se atreve, o no puede, colocar en otro lugar.Y no deben tardaren yenir para el espaňol los repertorios que en otras lenguas se llamari'Zearaer, • 9 en los que hay un gran acopio de citas,~deejempíós, para que el ušuario adquiěřa 1ós_ 9 # t» ě é ě é i #'■ Í' conocimientos de la lengua a través del contexto, guiado por unas pequeňas indications semánticas y gramaticales. Después vendrán los diccionarios basados en un corpus. Los Ultimos quinientos aňos nos han brindado obras admirables por la cantidad de informaciones que nos facilitan todavía hoy, por su actualidad y por las innova-cioncs que representaron en su época. Esperemos que los primeros aňos de los pró- 4) ximos quinientos nos dejen ver algún diccionario que pueda mirar sin sonrojo a los que le precedieron. 4. i Qué es un diccionario? AI hilo de unas defíniciones académicas. El título de este capítulo iQué es un diccionario?, puede resultarnos a todos ob-vio y parecer una pregunta retórica. ^Quién de nosotros no sabe lo que es un diccionario?, cuando estamos cansados de manejarlos a diario y con propositus muy varia-dos: traducción de lenguas extranas, interpretación de textos antiguos, averiguación de etimologías, búsqueda de significados, de datos desconocidos, no ya sólo lingiiísti-cos, sino históricos, geográficos, biográficos, culturales, etc., etc. Hagamos un poco de reflexion, ^cómo definir ese conjunto de obras que llama-mos diccionarios! La cantidad de respuestas puede ser numerosa y no llegar a una solución convincente, porque cada uno utiliza el diccionario con una finalidad muy concreta y de acuerdo con sus necesidades: de ahí la variedad de contestaciones, y por ello mismo la cantidad de diccionarios existentes y la dificultad para hacer su cla-sificación1. Y también es verdad que el usuario no sabe qué obra debe consultar; es conveniente, por tanto, que sepamos lo que podemos preguntar al diccionario y lo que puede y debe contestarnos. Si conocemos esas obras con un denominador válido para todas ellas, quiere decirse que han de tener algo en común, algo que les haga ser diccionarios. ^Y qué mejor para encontrar una definición adecuada que buscar en el ______- ^diccionario oficial de nuestra lengua, el de la Real Academia, teóricamente el mejor ,,-ifivso. • ;:de los diccionarios? En él surge e! primer problema, porque_bajo la palabra diccio-,c-,-r: „..,,.. nario aparecen dos acepciones distintas: 1. Libro en quejjor qrden comúnmente alfabético se contienen y explican todas Jas dicciones de uno o más iďiomas, ó lás de únä ciencia, facultad o matéria""deteŕmi-" nada._ 2. Catálogo riumeroso de noticias importantes de un mismo género ordenado al-fabéticamente. Las respuestas que nos ofrecen los otros diccionarios de la lengua actual vienen a ser muy semejantes a la del DRAE, quizás por la deuda que tienen contraída con él, inspirador de una manera u otra de las obras lexicográficas posteriores. En las defíniciones académicas queda hecha una diferencia muy importante y 1 Véase lo expuesto en el primer capítulo al hablar de las tipologías de los diccionarios. En lo referente al espaňol se debe conocer Y. Malkiel, «Distinctive Features in Lexicography: a Typological Approach to Dictionaries exemplified with Spanish», en Romance Philology, XII, 1959, págs. 366-399; y XIII, 1959, págs. 111-155; para el francés véanse B. Quemada, Les dic-tionnaires dufrancais moderne, 1539-1863. Etude sur leur hístoire, leurs types et leurs méthodes. Paríš, 1968, y A. Rey, Le lexique: images et moděles. Du dictionnaire á la lexicologie, Paris, 1977. Más general es Y. Malkiel, «A Typological Classification of Dictionaries on the Basis of Distinctive Features», apud F. W. Householder y S. Saporta, Problems in Lexicography, págs.3-24. 60 que no se debe olvidar: la distinción que hay entre los diccionarios de lengua y len: guajes especializados,-a los" que se refiere la primera acepción: «libro en que [...] se contienen ý ěxpllean [...] diccíbnes», y ese otro tipo de obras que también se llaman diccionarios, pero cuyo punto de partida en absoluto es la lengua, el «catálogo de no-tlclas» que menciona la segunda acepción. Esos catálogos no se fundan en criterios linguísticos, ni mucho menos lexicográficos2, son meros productos comerciales en mayor o menor grado3, cuya utilidad es bien patente y no vamos a negar4. Pero ^por qué se llaman diccionarios? En primer lugar hay que pensar en la presentación tan pare-cida que tienen: tanto en los unos como en los otros los materiales se ofrecen en un orden determinado, el orden alfabético5. Pero, cuidado, el DRAE dice «orden co-múnmente alfabético», y no sin razón, pues el ordenamiento alfabético es el más fre-cuente, aunque no el único6, a pesar de ser el más arbitrario de todos —por más que sea el más cómodo a la hora de descodificar mensajes, finalidad con la que se utiliza preferentemente el diccionario—. Para demostrar que hay medios no alfabéticos de ordenación de palabras baste recordar el Diccionario ideológico de nuestro gran maestro Julio Casares. Ése, el orden alfabético, es el único punto en comun que tienen los diccionarios linguísticos y los no linguísticos, aunque, como ha quedado dicho, no se cumple obligatoriamente en los primeros. En segundo lugar, cabe justificar que también se Harne diccionario a los no linguísticos por el enorme prestigio que tienen los diccionarios de la lengua (en especial el académico) dentro de nuestra cultura7: «fait sociologique autant que linguistique ou scientifique», dice Quemada8. Son el punto de referencia inequívoca para todos los hablantes, y de ahí la aureola de inefabilidad con que están rodeados. Ese prestigio, aparte del afán normativista de su contenido, es el que buscan los editores de los diccionarios para sus productos. Por tanto, lo único que se pretende con este grupo 2 B. Quemada, Les dictionnaires, pág. 14, afirma que todo sujeto en cualquier nivel, pue-de ser el objeto de los diccionarios, cuyas formas y contenidos, finalidades, autores y lectores son enormemente dispares. 3 «Nous connaissons tous des ouvrages intitules dictionnaires et qu'aucun linguiste ne vou-drait incluire dans le concept de «texte lexicographique»», A. Rey, Le lexique, pag. 56. 4 Cfr. J. y CI, Dubois, Introduction á la lexicographic- le diclionnaire, Paríš, 1971, pág. 9, donde dicen: «La lexicographie, définie ä ľinterieur ďun processus general de fabrication, fait partie de ľindustrie du livre, dont eile partage les traits caractéristiques. Le dictionnaire est un produit». 5 Vid. B. Quemada, Les dictionnaires, pág. 15. 6 «Si la compilación de vocablos ha de disponerse precisaraente «por orden alfabético» para merecer el nombre de diccionario, nabrán de carecer de éste por siempre jamás todas las lenguas privadas de alfabeto» (J. Casares, Nuevo concepto del diccionario de la lengua, Madrid, 1921; reeditado er Nuevo concepto del diccionario de la lengua y otros problemas de lexicogra-fía y gramática, Madrid, 1941; pág. 22, si no se indica nada en contra se cita por la edición de 1941). Veáse lo que digo más adelante en «Sobre la ordenación de entradas en los diccionarios» y en «Los diccionarios ídeológicos del espaňol». 7 Consúltese la pág. 8 de la obra citada de J.y CI. Dubois, en la que el diccionario es cali-ficado como testimonio de una civilization. A. Rey dice que «la practique lexicographique suppose une activité désintéressée, mais aussi une série de stimulants économiques Orientes par les besoins socio-culturels» (Le lexique, pág. 128). 8 Les dictionnaires, pág. 14. 61 de obras es alcanzar un reconocimiento social9, confundiendo lo que es diccionario con ordenamiento alfabético, conceptos diferentes, por más que no sea asi en la con-ciencia de los hablantes. Pero si estos permiten, sea por ignorancia, sea por otras cir-cunstancias, que esa confusion prolifere, manteniendo la ambigiiedad en aras de una economía en la denomination (una palabra frente a dos para designar ambos conceptos), los lingiiistas deben llamar la atención sobre ese punto, y no caer en la ten-tación de la comodidad:[no se pueden considerar como obras lexicográficas los diccionarios no linguísticos,* ya que carecen de los planteamientos teóricôs exigidos por la ciencia lingilística10, y por ello de ahora en adelante, cuando digamos diccionario '\ nos referiremos únicamente a los linguísticos. Hecha esta primera e importante aclaración, vamos a continuar desmenuzando la definición académica de diccionario, camino que nos Uevará a echar luz sobre las dudas que nos asaltan ya. Quizás lo más chocante de la definición sea la presencia del néTimňcJWčcloněs'. «se contienen y explican todas las dicciones». ^,Por qué no utilizar ....... ' eľmas común dé'pa/aora, Jpor ejemplo? En el propio diccionario las dos definício- ■ '•■ ' nes primeras ion iguaíes: dicción es sinónimo de palabra, aunque las connotaciones de ésta son mucho mayores (véase la extension de cada uno de los artículos: dicción apenas ocupa nueve líneas, mientras que palabra se extiende por casi tres columnas, una página entera). Por otro lado, el DRAE, sabiamente, n^se compromete en_.ab-soluto y no entra en el gran problema lingiiístico de la caracterización, determination y delimitation de la unidad palabra11; por ello, queda fuera de la definición de diccionario, manteniéndóse la más áséptica de dicción, y relacionada formalmente con diccionario. Tampoco se contrae compromiso alguno en la definición de palabra o de dicción: 'sonido o conjuntq de sonidos que expresan una idea', dando de lado, asi, a los problemas linguísticos aludidos antes, que no debeh apärecer en una obra de tipo general, como es la de la Academia. Sigamos. En la misma acepción iniciál de diccionario leemos «se contienen y explican todas las dicciones». Hago hincapié en ese todas, porque tan_dicciónJe nuestra lengua es la designación de la flor más extraňa en el rincón más, escondido.de la_j,{y;?' geograffiT ámericäňäTlíómó cualquiera de las palabras escritas en un documento no- "'""'— tarial castellanó del siglo XIII, como díécn£ísino3jJás preciso de cualquier ciencia. SCesäs son""todáTläsdicciones de nuestra "lengua, sin limitation" "geograf í f-aTnľ temporal, ni de estratos linguísticos. Para poder realizar el diccionario habría que poner los límites en algún sitio ipero dónde?, y si son todas las dicciones de la lengua ^has-ta dónde llega la lengua?, porque si nos introducimos en el mundo de los lenguajes cientfficos'y^tócnTcOs, nuestra idea de lériguäljäelengua espaňote, castiza, se difumi-na para Jar paso a una koiné donde ios hablantes de lenguas diferentes entienden sin peligro_de equivocation cuantas palabras especializadas utilizan. No hay lugar a dudas de que eí diccionario de la Academia intenta acercarse a esa totalidad del léxico, aunque sólo sea el léxico actual, por más que incluya muchas 9 «Les mots dictionnaire, Wörterbuch, etc. sont employes pour signaler dans un livre la presence d'un trait socio -culturel dependant étroitement d'un modele d'utilisation» (A. Rey, Le lexique, pág. 86). 10 A este propósito me remito a mi Proyecto de lexicografía, Barcelona, 1976, pág. 17. 11 Véase F. Rodriguez Adrados, Linguística estructural, I, 2" ed., Madrid, 1974, pág. 246 y sigtes. 62 voces ya anticuadas, lo cual contrasta con «la conception trěs commune selon laque-Ue les dictionnaires de langue sont ceux qui n'accueillent qu'une partie du lexique, et toujours la plus generale»12. Pero no olvidemos algo importante: el DRAE es el he-redero directo del Diccionario de Autoridades que vio la luz alia por el siglo XVIII. ^Y que hace del léxico anterior? Ese afán totalizador aparece m'tidamente en el enorme caudal de palabras dialectales, de origen geográfico variadísimo, a que da cabida. ^Pero son todas? Imposible. Y otro tanto ocurre con los vocablos surgidos en las ciencias y en las técnicas13. En el preámbulo de la decimonovena edición (1970) po-demos leer: Se ha aumentado un numero importante de voces y acepciones con el cri-terio, ya iniciado antes, de incorporar las que, como consecuencia del rápido progreso que se observa en las ciencias y en las técnicas, y merced a la gran efi-cacia de los medios de difusión de que hoy se dispone, pasan diariamente de la nomenclatura especializada al lenguaje culto general e incluso al dominio co-mún. Además se ha dado acogida a palabras, locuciones y frases pertenecien-tes al lenguaje familiar, sin excluir muchas de carácter popular que a veces lin-dan con lo francamente vulgar. De acuerdo con la definición académica nuestros diccionarios no son sino el re-cuerdo pobre de esa idea, porque, incluso, un diccionario históríco de la lengua (pon-go por ejemplo el mismo que acomete la Academia) no llegaria a incluir todas las palabras, ya que tan dicciones de una lengua son casa, mesa, perro o flor, por poner los ejemplos más triviales, como Enrique, Isidoro, Agustín o Jesus, y, sin embargo, el lu-gar de estas voces no es un diccionario de la lengua, sino una enciclopedia14, del mismo modo que en éste no tienen cabida todas las palabras de una lengua15. Hay, pues, una especialización dentro de las obras lexicográficas, no expresada dentro de la definición que nos ocupa, y que es conveniente seflalar a la hora de distinguir los di-versos tipos de diccionarios. El todas de la definición académica extraňa mucho más porque estoy seguro de que los académicos no dudan de uno de los principios elementales de la lingiiistica: el léxico es un conjunto abierto de unidades en continua renovación, donde las pala- 12 En B. Quemada, op. cit, pág. 91. 13 Más adelante dedico un capitulo a la evolución del DRAE examinada a través de los prólogos de las diferentes ediciones. 14 «Les dictionnaires ne comportant que des noms propres appartiennent obligatoirement au tipe encyclopédique. On dira simplement que íe nom propre, de par ses caractéres lexicaux [...] et sémantiques [...], perturbe considérablement la description lexicogi aphique normale» (A. Rey, Le lexique, pág. 73). 15 «Ľencyclopédie est un dictionnaire general dont la macrostructure relěve du systéme des choses. Sa nomenclature n'est jamais celle ďun dictionnaire de langue. En principle, on n'y trouve pas de mots grammaticaux. Par contre les noms propes apparaissent», J. Rey-Debove, Ětude linguistique et sémiotique des dictionnaires francais contemporains, La Haya-París, 1971, pág. 33. La frontera entre nombre propio y común es más frágil de lo que pudiera parecer a pri-mera vista; sobre esta cuestión, sobre la inclusion de nombres propios y de sus derivados en los diccionarios generales, véase D. Corbin, «Le monde étrange des dictionnaires (4): La créativité lexicale, le lexicographe et le linguiste», en Lexique, 2, 1983, págs. 43-68. 63 bras y las acepciones, que no se pueden atar en unas hojas de papel por más que las llamemos diccionario, entran y salen sin descanso para vigorizar la sangre de la lengua. Si se concibe un diccionario tal y como se desprende de la definición dada por la Academia, quedará anticuado en el momento mismo en que escribamos la prime-ra letra. Es necesario, por tanto, poner unos límites, y recortar el significado de la pa-labra todas en el instante de abordar la confección del diccionario. Pero aún hay más contradicciones en la presencia de ese todas en la definición del diccionario oficial: supone que la obra a que hace referenda sea de tipo descriptive, esto es, que en ella quepan cuantos términos tienen existencia en nuestra lengua. Y digo que hay contradicciones porque choca que se pretenda un diccionario des-criptivo, cuando el académico es, de nacimiento, normativo, por más que los criterios no hayan sido tan rigidos como se piensa habitualmente: el uso, de por si, era una au-toridad, lo cual confirma el buen camino seguido por la Academia para no hacer del DRAE una obra muerta, pues es un objeto cultural al servicio de toda la comunidad de hispanohablantes y de las gentes que se interesan por su civilización16. Tengamos presente, repito, que el padre de nuestro diccionario oficial fue el de Autoridades: Su ambición consistió en que nuestra lengua pudiera disponer de un in-ventario fidedigno, como el que ya tem'an otros idiomas para restablecer el prestigio exterior del castellano, muy mermado con la decadencia política, y para fijarlo17. De ahí el «Limpia, fija y da esplendor» que figura en el emblema de la Institution. Sin lugar a dudas, el DRAE está hecho a partir de unos criterios de selección, cuyos principios no son de nuestro interes ahora. En este momento, al hablar de las contradicciones a propósito de la definición del DRAE, quiero recordar unas palabras de Menéndez Pidal: Pero en oposición a esos diccionarios que pudiéramos llamar de la lengua escrita, se hacen otros diccionarios que se han titulado de la lengua hablada, concediendo mucha más parte al habla conversacional diaria. No aspiran a es-coger, a atesorar tan sólo valores de autoridad indiscutida y duradera, sino que miran con toda atención al habla actual, procurando inventariarla todals, sin preocuparse mucho de la selección ni de lo que pueda tener, o no, condiciones para perdurar19. Estas palabras de don Ramón sólo hubieran tenido un valor informativo, de no haber continuado diciendo que «la necesidad de tal inventario total la sentimos a me- 16 Cfr. a este respecto el libro citado de J. y C. Dubois, pág. 8, y también J. Fernández-Se-villa, Problemas de lexicografía, pág.17. Sobre mis afirmaciones concernientes al DRAE, véase más adelante el capitulo que le dedico. 17 F. Lázaro Carreter, Crónica del Diccionario de Autoridades (1713-1740), Madrid, 1972, pág. 20. 18 El subrayado es mío. 19 R. Menéndez Pidal, «El diccionario que deseamos», pág. XIV, al frente del DGILE. 64 nudo; por ejemplo, cuando nos interesa entender términos desconocidos pertene-cientes a profesiones o generös de vida con que no tenemos trato frecuente y que por su corta difusión no hallaron entrada en los diccionarios del pasado o algún texto li-terario salpicado de alusiones a los pormenores cotidianos de otro tiempo, respecto de los cuales todos los diccionarios muestran enormes vacíos que los comentaristas más eruditos de ahora no logran llenar. El diccionario de hoy debe acudir a las multiples necesidades del presente, y debe prever las dificultades que el lector de mafiána encontrará en nuestros escritos, llenos de voces y frases no acogidas en nuestros diccionarios por estimarlas demasiado nuevas, inconscientes y efímeras. Pero ^quién puede distinguir en el momento actual lo que es efímero de lo que se afianzará en el idioma? jcuántas palabras fueron en el siglo XVII reídas como novedad repelente, intolerable, que luego arraigaron hasta hoy en el habla común! [...] En conclusion, todo lo que literariamente se escribe, como no sea una aberración puramente individual y extravagante, todo lo que se habla por una agrupación de la sociedad no totalmente inculta, debiera ser recogido en el diccionario, ora proceda del momento actual, ora venga de tiempos pasados. Pero la dificultad está en que esa doble recolección de cuanto se escribe y cuanto se habla es prácticamente imposible en esa totalidad de-seada»20. Si he traído hasta aquí la voz de nuestra maxima autoridad filológica no ha sido por un capricho erudito, ni para cobijarme en su saber antes de proseguir. Simple-mente he querido seňalar la doble actitud de los académicos ante un hecho de enorme trascendencia: el diccionario de la lengua. Están obligados por los principios mis-mos de la Institución a realizar un diccionario selectivo, normativo, pero a la hora de exponer sus criterios no están conformes con esa postura, y abogan por un diccionario extensivo, descriptivo, emitiendo su opinion ya de forma corporativa en un lugar de tanta importancia como es la definición de la palabra diccionario dentro de su pro-pio diccionario, ya de forma individual, y no sólo Menéndez Pidal, como hemos visto, sino tantos otros de los que sólo citare a Casares y Gili Gaya, autores de sendos diccionarios fuera de la labor propia en la confección del DRAE. Pero vamos a volver al cauce del río antes de perdernos por brazos que nos des-viarían de nuestras intenciones. Arriba hemos visto cómo con las dos acepciones que la Academia seňala para diccionario se diferenciaban dos tipos de obras. Pero aún hay más. En la primera de esas definiciones se vuelve a una nueva distínción: «las dicciones de uno o más idio-mas». Voy a dejar de lado la utilization del término idioma, y con todas sus conno-taciones culturales, sociales y políticas, hoy en el candelero de nuestra realidad coti-diana, pues nos Uevaría muy lejos por otros derroteros ajenos por complete a la lexicografía. La matización que establece la Academia es la base para cualquier tipo-logía que se quiera hacer de los diccionarios. Por un lado los de la lengua, y por otro los plurilingües. Ambos tipos son diccionarios, no sólo por el mero hecho de recoger ordenadamente el léxico, sino también, es algo caracterizador, porque sirven tan-to para codificar como para descodificar mensajes lingilísticos, y los bilingües, ade-más, para trascodificarlos21. Las técnicas de elaboración de ambas obras también son diferentes, pues en los diccionarios de la lengua hay que explicar cada palabr; Ibidem. Véase mi Proyecto, pág. 21. 65 con otra u otras de la misma lengua, de ahí las dificultades para establecer Jas definiciones, sus defectos y las críticas de que son objeto continuamente22, mientras que el proceso establecido en los plurilingües es distinto23: se trata de un mecanismo sinom-mico entre dos códigos diferentes24. Se busca la sinonimia a ultranza, aunque no se pueda llegar a ella: los sinónimos perfectos no existen, por ello que cada palabra vaya acompaflada de una serie de voces en la otra lengua. Si, se podría argüir que en el fondo una definición es un procedímiento de sinonimia, pero entonces díremos que es una sinonimia parafrástica, mientras que la de los diccionarios plurilingües es una sinonimia simple25. Hasta ahora he venido hablando de diccionarios plurilingües y nunca de bilingües, pues en la definición de la Academia se dice «una o más Ienguas» y no «una o dos Ienguas». La prudencia y el cálculo de las palabras es llevado al extremo por la Corporación. Y no le falta razón, porque si es cierto que los diccionarios más fre-cuentes con más de una lengua son los bilingües, no es menos verdad que también los hay en varias Ienguas26, en especial, en la hora actual, aquellos que dan cuenta de términos científicos y técnicos, pero no por ello hemos de pensar que los diccionarios plurilingües son privativos de nuestra época27, pues nacieron allá por el s. XVI, sien-do uno de los que gozó de mayor fáma el conocídísimo de Calepino28, del que se hi-cieron ediciones aumentando su contenido durante varios siglos. En ešte sentido, me-rece especial mención el de Pallas que da cuenta hasta de doscientas Ienguas29. Frente a la distinción que acabamos de ver, aún hace la Academia otra nueva, pues junto a los diccionarios generales de lengua, ya sean monolingües o plurilingües, senala «las dicciones [...] de una ciencia, facultad o matéria determinada». Esto es, pueden existir numerosos diccionarios de lenguajes especializados, cuyo léxico no tiene por qué aparecer en un diccionario de la lengua, dejando ya admitido que éste no puede acaparar en su seno la totalidad de las voces de una lengua30. Pertenecen a este 22 Consúltese como botón de rnuestra F. Lázaro Carreter, «Pistas perdidas en el diccionario», BRAE, LIII, 1973, págs. 249-259. Para ampliar detalles hay más datos en mi Proyecto, págs. 50-57. 23 Cfr. L. Zgusta, Manual of Lexicography, Praga-La Haya-Pan's, 1971, pág. 294 y sigtes. 24 Vid. J. y CI. Dubois, op. cit., pág. 34. 25 Para los problemas de la definición y de la sinonimia puede consultarse mi Proyecto, pág. 50 y sigtes., asi como la bibliografia allí aducida y al final del libro, págs. 253-255. Véase también lo expuesto en el primer capítulo de este libro. 26 Véase Zgusta, op. cit, págs. 297-298. 27 Cfr. B. Quemada, Les dictionnaires, pág. 63 y sigtes. 28 Vid. B. Quemada, Les dictionnaires, pág. 70. 29 P. S. Pallas, Linguarum totius orbis vocabularis comparativa, 2 vols., San Petersburgo, 1786. No quisiera dejar de mencionar aqui la enorme difusión que tuvieron los vocabularios de Noěl de Berlaimoiit, editados profusamente entre 1536 y 1808, y que contenían de dos a ocho Ienguas. 30 En su obra ya citada, B. Quemada al hacer el recuento de los diccionarios del francés dice: «Les repertoires historiques et géographiques, les flores et les faunes ne présentant pas un caractére suffisamment general sur le plan lexical, ont été laissés de côté» (pág. 567, n. 2). So-bre los repertorios de tipo técnico, véase H. A. Gleason, Jr., «A File for a Technical Dictionary», en Monograh Series on Languages and Linguistics, 14, 1961, págs. 115-122; y K. Opitz, «On dictionaries for special registers. The segmental dictionary», apud R. R. Hartmann, Lexicography: Theory and Practique, Londres-Nueva York, págs. 53-64. 66 grupo, pues, todos esos diccionarios que en su titulo no Uevan el término lengua, sino la designation de una ciencia, técnica, o actividad cualquiera del hombre: serán los diccionarios de medicina, de derecho, del automóvil, de la música, de la caza, etc. De esta manera, la definición académica ha Uegado a establecer los tres grupos fundamentales de diccionarios, sin acercarse a otras diferenciaciones más precisas, que no serían de su competencia. El DRAE es un diccionario de la lengua, en el que no deben tener cabida las cuestiones técnicas, en nuestro caso el metalenguaje. Pero si refleja aquello que un hablante con una cultura media debe conocer: 1°) Que hay diccionarios lingüisticos y no lingüisticos. 2°) Que dentro de los lingüisticos los hay monolingües y plurilingües. -"-"••-;S 3°) Que los monolingües pueden ser generales de la lengua^ o^particulares de { ť' '7 ! una ciencia, técnica, o actividad humana. La consulta del artículo diccionario en el DRAE ha sido bien ilustrativa y nos ha dado pie para una serie de puntualizaciones lexicográficas. Sin embargo, aún quie-ro volver a la definición para comentar otro de sus aspectos que nos dirá mucho de la concepción y la cultura donde se inserta el diccionario oficial. Comienza la definición con la palabra libro, «libro en que por orden comúnmente alfabético». Si, no hay lugar a dudas de que todo diccionario es un libro, bašta con ir a verlo a cualquier ana-quel. Evidentemente esto responde a nuestra cultura occidental, donde el libro ha proliferado enormemente a partir del invento de la imprenta. El libro es un producta típico y característico de esa cultura. Ahora bien, si lo que pretendemos alcanzar es un diccionario total de la lengua, esa idea del libro comienza a tambalearse. Pen-semos por un momento que el Trésor de la langue francaise para dar cuenta sólo del léxico francés de los siglos XVIII-XIX va a necesitar más de 17 volúmenes del tama-ňo de nuestro diccionario oficial, o que el Diccionario Histórico de la Lengua Espa-^ r& ňola está calculado para tener 25. ^Quién va a poder comprar obras semejantes? Des-f\de luego, el hablante de tipo medio no, y se le habrá cercenado su derecho a conocer "^ ' \ , - su propia lengua. Si unimos a eso problemas de indole socioeconómica, como es el ^ ' ' descenso de la producción de papel, y su encarecimiento, tendremos que el concepto tradicional de libro está cambiando. Ya son muchas las editoriales que no publican li-bros, sino microfichas. La informática ha puesto en nuestras manos nuevos coiceptos y técnicas a los que sólo falta su comercialización. En Francia el centro que elabora el TLF posee un banco de datos central al que tienen acceso cuantos investigadores lo deseen, y otro tanto ocurre con el banco de datos del espaňol medieval que está creando el Seminario de Estudios del Espaňol Medieval de la Universidad de Wisconsin en Madison (EEUU)31. El futuro ya lo vemos detrás de la puerta: un banco central de informaciones al que se accederá a partir de los televisores instalados en nuestro domicilio, de una manera semejante a lo que existe para la reserva de bille-tes de avión, o el teletexto que se está instalando en Espaňa. Nuestra cultura está cambiando, y con ella uno de los elementos característicos, el libro. Debemos estar preparados para aceptarlo. Sin embargo, la Academia, innovadora y progresista en 31 Véase mi artículo «Le Dictionary of the Old Spanish Language (DOSL)», en CL, 35, 1979-II, págs. 117-132. 67 muchos aspectos, aqui se muestra aún conservadora, fiel a su tradition cultural. Por ello, en la definición, se mantiene la palabra libro, cuyas connotaciones ya conoce-mos, sin sustituirla por cualquiera otra que no cambiaria la sustancia de Ja definición. Que en la segunda de las acepciones de la voz diccionario desaparezca libro para dar paso a catálogo únicamente debe considerarse como una variante estilística, por más que sea la más acertada a la vista de nuestras consideraciones32. Volvamos al principio.;.^Qjj£_e^jrrijiccionario?' Quizás ya estemos en condicio- ,.,.-„,,., nes de dar una respuesta sin titubeos: 'coniunta'3e..palabras_de^utvao másjenguas o , , , ;--- } lenguajes especializados, comúnmente en orden alfabético, con sus cprrespondientesx !// ! ■ ,..*"" explicationesT Péro áuri'no'Keniós'llégädo' al final, porque si bien la definition pro-puesta es más aceptable que las que podemos encontrar en nuestros diccionarios de la lengua, e incluso en los diccionarios de metalenguaje más conocidos, como pueden ser el Diccionario de términos fdológicos33 de Fernando Lázaro Carreter, y el Diccionario de lingüistica34 de Jean Dubois y colaboradores, entre los que figuran eminentes lexicógrafos, no es una definición que satisfaga plenamente. Puede ser una carac-terización válida para cualquier obra de tipo lexicográfico, pero no una definición. Hasta ahora hemos venido hablando sólo de diccionarios, pero también existen, _,.P , y alguna vez las hemosjnanejado todos nósotros, obras ciiýo 'títuió no es el de die- / ' l ciqnario, sino léxico/"gíosarich vocabulario, enciclopedia, concordancias, o tesoro, que no dejan de ser un <ícon|unto de palabras, comúnmente en orden alfabético, con~ius~ '(J' córrěšpóndiénťes explicaciones». Ľô inas cüriosö es que la Academia Espaňola, nuestro maximo organismo lexicográfico, en algunas de sus definiciones no llega a distinguir el diccionario del léxico, o del glosario o del vocabulario. Porque el léxico, en su tercera acepción es 'diccionario de cualquier [...] lengua'. El glosario, en la segunda acepción, es 'catálogo de palabras [...]'. Y el vocabulario, asimismo en la segunda acepción, es 'libro en que se contiene [el conjunto de palabras de un idioma]'. Vemos, pues, que en el fondo las cuatro obras responden a los mismos eriterios, máxime si suprimimos todas, «todas las dicciones», de la definición académica ás diccionario. Pero de ningún modo las cuatro palabras pueden ser sinónimas, ni los cuatro objetos idénticos, por una razón bien sencilla: la Academia a la hora de definir esas palabras no ofrece las otras como sinónimos, luego los redactores del DRAE nunca las pensaron como iguales, a pesar de que en algún momento lo puedan parecer. Por otro lado, la Academia, en el tnulo de todas las ediciones de sus diccionarios, ha puesto la palabra diccionario, y no léxico, glosario o vocabulario. Deben ser poderosas sus razones para hacerlo. Pero ade-más, nuestra conciencia de hablantes de una misma lengua nos dice que deben existir algunos rasgos para distinguir los cuatro tipos de obras35. Veámoslo. Si buscamos entre las otras acepciones de esas palabras empiezan a saltar los rasgos caracterizadores: léxico en la segunda acepción queda definido como 'diccionario de la lengua griega', lo cual no es válido cuando hablamos de un léxico espaňol. 32 Obsérvese cómo J. Casares (Nuevo concepto, pág. 23 y sigtes.), al hablar de los reperto-rios ideológicos orientales, siempre dice catálogo y catalogación. 33 Madrid, 3* ed., 4" reimpr., 1977. 34 Madrid, 1979. 35 Cfr. mi Proyecto, págs. 14-21, y el comienzo del capítulo dedicado a la história del DRAE en el presente libro. 68 La tercera acepción, la que he mencionado antes, es demasiado ambigua y confusa como para tenerla en cuenta, sobre todo si en la definición entra la palabra diccionario, que ha requerido un amplio comentario. Es la cuarta acepción la que nos va a proporcionar la clave: 'caudal de voces, modismos y giros de un autor'. Todo ello entra plenamente en los objetivos de la lexicografía. Quizás lo unico que plantee algún problema sea la presencia de los giros, cuyo carácter, en principio, es eminentemen-te sintáctico, por más que muchas veces tengan un lugar en los diccionarios (recuér-dese en especial el de Cuervo). Pero además si giro es la 'manera de estar ordenadas las palabras para expresar un concepto' (en la cuarta acepción de la voz en el DRAE), resulta que estaremos ante lo que la lingiiistica estructural (y Bernard Pottier fundamentalmente) ha venido en llamar lexias complejas36, por lo que no ha-bria ningun inconveniente en darles cabida dentro de obras de tipo lexicográfico. Más arriba, al hablar del diccionario, veiamos la dificultad existente para acotar aquello que debe aparecer dentro de él, pues de. ninguna manera es posible confec-cionar obras que den cabida a todas las dicciones de una lengua. El limite de las palabras que deben aparecer en un léxico lo fija con bastante claridad la Academia: «voces, modismos y giros de un autor». El empleo del término autor hace pensar que los términos que se contengan en el léxico sean de origen literario, pues (.como entender de otra manera autori Además, si el diccionario académico se basa en los principios de autoridad, no hay duda posible. Por otro lado, si la definición del DRAE dice «caudal de voces», estamos ante otro hecho importante; habrán de ser todos los términos empleados por el autor en sus obras literarias, pues el resto de los términos que pueda utilizar el autor difícilmente se pueden conservar en otro lugar que no sean sus propias obras. Por tanto, la diferencia entre el diccionario y el léxico está bien clara; en el primero se reflejan las voces de una lengua, mientras que en el se-gundo sólo una parte de esas voces, las utilizadas por un autor. Bien entendido, el léxico puede ser también sólo de una obra, ya sea de autor conocido o desconocido; por ejemplo el léxico de Cervantes, o el léxico del Quijote. En cuanto al g/ÖSartoJ su primera acepción nos sirvepara caracterizarktsin ninguna dificultad: 'cAálrXgTTáe palabras obscuras o desusadas,-Con.definiciÓn o explica-ción de cada una de ellas'. No obstante hay algo que falta en la definición, pues un catáíogo hecho de esa manera resultaría enormemente arbitrario. Hay que estableper unos límites temporales, geográficos, o de estratos lingtiísticos. Si consultamos^otros diccionarios de la lengua o de metalenguaje, enseguida vemos aparecer una precision37 olvidáda en el de la Academia: en el glosario sólo se da cuenta de las palabras de un texto. Si éste fuera el único elemento caracterizador resultaría que el glosario y el léxico seguirían siendo obras semejantes. Pero hay que tomar en consideración la aclaración de «palabras obscuras o desusadas» mediante la cual quiere decirse que en un glosario no se dará información de cuantas palabras aparezcan en un texto —séria entonces un léxico—, sino sólo de aquellas que, a juicio del redactor, sean desco-nocidas para la persona que vaya a manejar el texto, razón por la que, habitualmen-te, los glosarios aparecen unidos a las obras a que hacen referencia, aunque no obligatoriamente. La ultima parte de la definición que comentamos, «con definición o explicación de cada una de ellas», parece redundante, porque si no ^qué utilidad Por ej. B. Pottier en la Gramätica del espaňol, Madrid, 2a ed., 1971, pág. 26. El DGILE trae más puntualizaciones que no es necesario enumerar ahora. 69 tendria hacer un «catáíogo de palabras obscuras o desusadas»?, pues incluso como in-dice de voces de un texto seria incompleto. Ahora bien, esa coletilla final es necesa-ria para decir a un lector poco avispado que el glosario forma parte del conjunto de obras de carácter lexicográfico; de ningún modo un índice tendria carácter lexicográfico, ni se encuadraría dentro de lo que podemos llamar diccionario en el más amplio de sus sentidos. Asi ya son třes las obras que tenemos perfectamente delimitadas. Por un lado, el diccionario, que contiene la lengua general; el léxico, en el que se da cuenta sólo de una parte de la lengua, todas las voces utilizadas por un autor, o que aparecen en una obra; y el glosario,jionde- se incluyen las palabras de un texto que el autor, pien-sa.difícUfôrjara ej_lector, --fc '-•'"> ^ V-o j?.--í **-. autor. Por ello mismo, el diccionario esjin texto finito,.Tcerrado: todoJo^que_e.Lau-tor quiere decir está en él. En este sentido, el texto del diccionario participa de las caracteristicas generales de cualquier texto. Sin embargo, definirlo como texto literario tal vez sea demasiado pretencioso si lo ponemos frente a lo que tradicionalmente se viene considerando como texto u obra literaria: no hay comparación posible. Dicen los Dubois que es una obra literaria del mismo modo que lo son otras obras didácti-cas. Pero es que una obra didáctica no tiene por qué ser literaria. Es un texto en el cual el autor ha dejado dicho cuanto creia conveniente comunicar, nadá más. Fernando Lázaro Carreter ha escrito que «tras una novela extensa igual que tras un poemilla breve, late un sistema lingüistico aparte, constituido todo él por «anor-malidades», si por anormalidad entendemos el hecho de que el escritor ha abando-nado sus registros habituales de hablante y ha adoptado otro nuevo, en el cual incluso las palabras y los giros más comunes, por haber ingresado en otro sistema, han cambiado de valor, según enseňa uno de los más importantes principios estructura-les»2. El diccionario no es una obra literaria, por más que en él encontremos multi-tud de «anormalidades». En la obra lexicográfica esas anormalidades surgen por tra-tarse de una obra metalingüistica, no por ser literaria. Y, evidentemente, es un texto, aunque de caracteristicas especiales, pues no sólo habla de la lengua (contiene 1 Introduction ä la lexicographie: le dictionnaire, Paris, 1971, en especial las págs. 8-9. 2 En «Lengu , literaria frente a lengua común», apud Estudios de Ungi'dstica, Barcelona, 1980, pág. 205.