CARLOS DE SIGÜENZAY GONG OR A SEIS OBRAS FUNDACIÖN BlBLIOTECA AYACUCHO CONSEJO DlRECTIVO Jose Ramon Medina (Presidente) Simon Alberto Consalvi Miguel Otero Silva Oscar Sambrano Urdaneta Oswaldo Trejo Ramön J. Velasquez SEIS OBRAS CARLOS DE SIGUENZA Y GONGORA SEIS OBRAS INFORTUNIOS DE ALONSO RAMIREZ TROFEO DE LA JUSTICIA ESPAŇOLA - ALBOROTO Y MOTIN MERCURIO VOLANTE - TEATRO DE VIRTUDES POLITICAS LIBRA ASTRONOMÍCA Y FILOSOFICA Prólogo Irving A. Leonard Edition, Notas y Cronología William G. Bryant BIBLIOTECA AYACUCHO (£) de esta edicion BIBLIOTECA AYAOJCHO Aparcado Postal 14413 Caracas - Venezuela - 1010 Derechos reservados conforme a la !ey Deposiro legal, If 83-1756 ISBN 84-660-0126-3 (tela) ISBN 84 660-0126-2 (rustica) Disefio/juan Fresan Impreso en Espafia Printed in Spain PROLOGO «Siempre lo he dado por imprescindible echar un vistazo a nuestra herencia colonial para conseguir siquiera una comprensión parciai dei Mexico de hoy.» OCTAViO Paz El jueves, 23 de agosto de 1691, «se vieron las estrellas, cantaron los gallos y quedó a prima noche oscuro a las nueve del día, porque se eel ipso el sol totalmente», cuenta un diario.1 Un pavoroso frío descendió con el paňo mortuorio de una noche antinatural, trayendo un pánico supersticioso sobre la ciudad de Mexico. Entre el pandemonium de mujeres y niňos que gritaban, perros que aullaban y burros que rebuznaban, la gente fanática corrió a refugiarse en la Catedral o en la iglesia más cercana, cuyas campanas retumbaban, requiriendo oraciones propiciatorias. Inadvertido entre esta confusion frenética estaba un hombre solitario e inmóvil que, con instruments de aspecto extraňo, inspeccionaba el cielo oscurecido en una especie de tranquilo éxtasis: «yo, en este ínterin —eseribió poco tiempo después, ese hombre—, en extremo alegre y dándole a Dios gracias repetidas por haberme concedido ver lo que sucede en un determinado lugar tan de tarde en tarde y de que hay en los libros tan pocas observaciones, que estuve con mi cuadrante y anteojo de larga vista contemplando al sol».2 Estas fueron palabras de un notable sabio del Mexico virreinal, don Carlos de Sigüenza y Góngora, el comprensivo amigo y companero mtelectuai de sor Juana Inés de la Cruz. * Ningún otro incidente compendia tan bien su vida y la de su tiempo, pues yuxtapone el espíritu osado de la investigación científíca de la época que él encarnó y el ambiente de ignorancia, de temor y de superstición que respiró. Su euriosidad intelectuaí y su independencia mental lo colocan muy aparte de esa sociedad consagrada al tradic i onal despotísmo teocrático en el que vivía. No obstante, fue parte integral de su medio y expresión auténtica de la época barroca, pues tuvo el cuidado de separar su firme adhesion a la ortodoxia reiigiosa de su afición especulativa IX por los estudios laicos. De hecho, creyó que la nueva metodológia sólo conŕirmana los dogmas de la fe, y el neomedievalismo de su ambiente inŕluyó en él tanto como la Edad Media condicionó a los humanistas del Renacimien-to. Pero, aún más que la monja poetisa a quien tanto admiraba, él simboliza la transición de la ortodoxia extrema de la America Espaňola del siglo XVÍI a la creciente heterodoxia del siglo XVIII. En esta paulatina transición Sigüenza y Góngora llevaba la delantera por haber introducído en su prosa un estilo que había de caracterizar la del siguiente siglo. Durante las dos ultimas décadas del siglo XVII los escritos de Sigüenza presentan un desplazamiento, tal vez inconsciente, de la prosa esencialmente retórica y decorativa del barroco, la cual habia manejado Sigüenza como cualquier otro escritor de su época, por una prosa más funcional que exigia la materia ideológica de la ciencia, história y filosofía, un estilo que perfeccionarían los autores del siglo neoclásico. Sigüenza y Góngora go2aba prestigio por ser astrónomo, matemático, bibliófilo, cosmó-grafo, ingeniero, geógrafo, experto en la linguistics y antigüedades de los mexicanos, poeta y narrador de sucesos históricos y contemporáneos, y por sus contribuciones a varias de estas actividades recibió el encomio no sólo de los de su patria sino de varios eruditos en el extranjero. Un investigador moderno, sin embargo, cree que «sus obras impresas, con la excepción de lo que escribió sobre los cometas, no revelan una profundidad excepcional ni un punto de vista que indique un adelanto, y considerando los textos publica-dos, concluirían los estudiosos de hoy que disfruta una importancia exagera-da. Pero hay que tener presente que sus investigaciones de peso sobre las antigüedades de su patrio suelo quedaron en manuscrito y, en su mayoria, por lo visto perdidas.»4 Este sabio criollo gustaba de jactarse de su linaje, que, desde los tiempos de Isabel y Fernando, incluyó hombres distinguidos en las armas y en las letras. Su padre, don Carlos de Sigüenza y Benito, oriundo de Madrid, rue en su juventud tutor en la casa real. EI hijo, nacido en Mexico, estuvo especialmente orgulloso de que su progenitor instruyera alguna vez a aquel principe de corta vida, don Baltasar Carlos, en quien se apoyaron en vano las esperanzas dinásticas de Felipe IV y de toda Espaňa. Ignoramos la razón por la cual el padre de don Carlos renunció a ese puesto privilegiado y se avino al Nuevo Mundo, pero la rápida declinación de las fortunas en la Peninsula inŕluyó sin duda en su decision de unirse al séquito del recién nombrado virrey de la Nueva Espaňa, el marqués de Villena. En 1640, en la misma flota que trajo al demente Guillen de Lampart, que poco después se proclamaría emperador de Mexico, llegó el mayor de los Sigüenza. Si alguna vez tuvo la esperanza de mejorar su fortuna material con la emigración a la más rica colonia de Espaňa, quedó en gran parte defraudado, como tantos otros. Parece que tuvo que contentarse con un modesto empleo de escribano publico aunque más tarde llegó a ser secretario de una oficina del virreinato. X Dos aňos después de haber Ilegado a Mexico se casó con Doňa Dionisia Suárez de Figueroa y Góngora, natural de Sevilla, hija de una familia con pretensiones aristocráticas. Los apellidos de esra seňora eran distinguidos en los anales de la história literaria espaňola y su hijo mayor agregó con orgullo el Góngora a su firma para patentizar su parentesco sanguíneo con el poeta de Córdoba. Nueve hijos fueron el fruto de esta union, de los cuales el sabio mexicano fue el segundo vástago y el primer varón. Esta prole tan numerosa fue carga penosa para el raquítico presupuesto del antiguo ínstructor de la casa real y, con el tiempo, su famoso hijo tuvo que asumir la responsabilidad familiär. Algunos de sus hermanos y hermanas entraron al servicio de la Igiesia, otros se casaron, pero todos solían acudir a él en busca de ayuda económica y de consejo. St el joven Carlos no fue tan precoz como sor Juana, su talento excepcional se mostró a temprana edad. Su experimentado padre lo alentaba, echando cimientos firmes a los logros posteriores del adolescente. Para un joven tan prometedor era obvio que la Igiesia ofrecía la carrera más distinguida, y la bien establecida fama intelectual de los jesuitas hizo que esta Orden le fuera especialmente atractiva. A la edad de quince aňos Carlos fue aceptado como novicio y en 1662 hizo sus primeros votos. Duranre más de siete aňos se ejercitó con rigor en ia teológia y en los estudios humanístkos; pero este periodo fructífero terminó súbitamente con un suceso que pareció frustrar sus grandes esperanzas; en el espíritu del sabio dejó una cicatriz que nunca líegó a borrarse por compieto. El orgullo y el temperamentu impetuoso del joven Góngora encontraba a veces la disciplina jesuítíca demasiado severa para su naturaleza índependien-te. Aunque su mentě gozaba de basrante Hbertad intelectual, le eran irritantes las rígídas restricciones físicas. Por fin la inquietud impaciente lo arrasrró a una indiscreción juvenil, cuya memoria lo perseguiría para siempre. Durante sus días de estudiante en el Colegio del Espíritu Santo, en Puebla, sucumbió a la tentación de eludír la vigilancia de los prefectos y escapó del dormitorio para saborear el fruto prohibido de las aventuras nocturnas por las calles de la ciudad. El descubrimíento de esta repetida violación a las reglas le trajo una represalia mmediata; el 15 de agosto de 1668 fue formalmente despedtdo de la Sociedad. Este desgraciado suceso le causo un trauma y un amargo remordimiento tiňó permanentemente su carácter con cierta melancolía e írasdbiíidad. Protestando de su arrepenti-miento, hubo de rogar, con llorosa sinceridad, su reinstalación, pero toda clemencia fue negada por sus implacables superiores jesuitas. En marzo de 1669, el generál de ia Orden escribió al provincial: «don Carlos de Sigüenza y Góngora también solicita el volver a la Compaňía, pero no se lo otorgó... La causa de la expulsión de esta persona es tan deshonrosa, como él mismo confiesa, que no merece esta merced...» Dos aňos más tarde, una renovada súplica del joven contrito también fue rechazada. «No es mi intencíón que XI dort Carlos de Sigüenza vuelva a la Compaňía, siendo su caso como usted lo representa...» Aunque estos rechazos tenían el carácter de definitivos, el joven enmendado nunca dejó de esperar que las autoridades jesuitas se aplacaran, Diez aüos después, en 1677, cuando su distínción como profesor en la Universidad de Mexico iba en ascenso, orra vez pidió la reconsideración de su caso, confiado, quizá, en que su prestigio crecienre y ei paso del tiempo hubieran quebrantado la intransigencia. Pero orro generál de la Compaňía, aunque favorablemente impresionado por los ruegos de Sigüenza, se mostró casi tan obstinado como los anteriores. «Don Carlos de Sigüenza y Góngora, quien, como lo sabe su Reverencia, fue expulsado de la Compaňía, está haciendo una petición muy urgente para ser reaceptado con el pretexto de que su salvación asi quedaria asegurada. Me han dicho que es persona de talento, de treinta aňos de edad y profesor en la Universidad, y que puede ser útil a la Sociedad y que está muy compungido y arrepentido. Lo más que puedo hacer es absolverlo del impedimento de expuisión. Por este acto lo absuelvo. Su Reverencia consuítará a sus consejeros sobre si "conviene o no recibirle por segunda vez. Lo demás ío dejo a lo que resulte de vuestra consulta».5 Ningún fruto resultó de los esfuerzos repetidos de Sigüenza y la rristeza del desengaňo se instaló como sombra sobre su carácter que se fue agriando, en tanto los aňos le traían desiiusiones y enfermedades. El celo puesto todos los días en sus tareas intelectuales y en el servicio público probablemente surgió, en mucho, de su ferviente deseo de redimirse ante sus propios ojos y, posiblemente, para ilamar la atención de la Compaňía de Jesus a la pérdida que sufna por la persistente exclusión de un tan cumpüdo sabio de sus filas. Que el perdón lo haya alcanzado en el lecho de muerte y se cumpliera asi su esperanza largo tiempo aplazada, es todavía cosa incierta, pero el hecho de que hiciera testamento legando sus preciosos libros, manuscritos, mapas e instrumentos a la Compaňía y fuese enterrado en una capilla jesuka indica este epílogo. Mientras tanto, obligado a adaptarse a la dolorosa realidad de una expuisión aparentemente irrevocable, el desdichado Sigüenza estaba descon-certado en 1668. Desde luego, tendría que iniciarse en una nueva profesión ajena a la regia que había escogido. Vuelto a la ciudad de Mexico, reanudó sus estudios de teológia en la Universidad y allí empezó a desarrollar independientemente sus intereses humanísticos que se habían despertado durante los aňos en el seminario. De primera importancia para él fueron las matemáticas, para las que poseía aptitudes especiaíes. Mediante una aplica-ción diligente, sobresalió en esta disciplína y pronto fue reconocido como el matemátíco más adelantado de Mexico, de gran competencia en las ciencias relacíonadas. En 1672 quedó vacante en la Universidad la cátedra de matemáticas y astrológia. Sigüenza se decidió a aspirar a ella. Otros dos candidatos hicieron XII oposiciones similares, uno de los cuales tenia grado académico y por esto se creřa el único elegible. Don Carlos, carente de diplomas, no se amedrentó por los de su rival pues la Universidad no otorgaba licenciaturas en estas matertas específicas. Además, agriamente recordó a las auroridades que los conoci-mientos son más vivos que los títuios y que ninguno de los otros aspirantes a la cátedra, declaró, era tan competente como él, pues él había estudiado exprofeso esas materias y «... fue experto en estas disciplinas como es reconocido y bien sabido por todo este Reino debído a sus dos almanaques, uno del aňo anterior (1671) y otro del presente aňo que ŕueron impresos con la aprobación del padre Julio de San Miguel de la Compaňía de Jesus y del Santo Oŕicio de la Inquisición de la Nueva Espana». Estos argumentos fueron eficaces y don Carlos estableció su derecho a hacer la oposición. El método corriente para seleccionar a los miembros del profesorado consistía en las oposiciones. Cada candidato tomaba puntos de una autoridad clásica en la materia y, a las veinticuatro horas, estaba obligado a disertar sobre el terna tornado al acaso. Después de que los diversos concursantes habían presentado cada uno a su turno una rápida improvisación mostrando su erudición, tanto los estudiantes como los títulares votaban por el competidor que los había satisfecho y asi se ganaba la cátedra. Estas elecciones no siempre estuvíeron limpias de fraude, y se supo de casos en los que un aspirante pagó a un redactor venaí para que escribiera su discurso. Parece que Sigüenza sospechó una intención semejante en el rival que reclamara el derecho único a la Cátedra basado en el diploma que tenia y soiicttó entonces que este opositor ŕuera vigilado por dos guardias durante las veinticuatro horas otorgadas para preparar la disertación. Es indicio de la personalidad agresiva y franca de don Carlos que las autoridades de la universidad accedieran a su soltcitud. El resultado fue la victoria absoluta dei brusco joven Sigüenza y el 20 de julio de 1672 fue debidamente instalado como profesor de matemáticas y astrológia. Los archivos de la universidad no indican si el sabio čriolío Ilegó a ocupar bien un asiento académico, pues demasiado claras son sus frecuentes peticiones de permisos para largas ausencias y sus solicitudes de sustitutos en sus clases. Aún más comunes fueron sus omisiones relativas a la cuenta de la asistencia de los estudiantes a clase, a veces por semanas enteras. Y como los reglamentos universitarios imponian sanciones por estas negligencias, las multas que Sigüenza hubo de pagar debieron de exceder al modesto sueldo de cien pesos que recíbía. Abstraido en sus investigaciones y, al aumentar su renombre, solicitado constantemente para diversos servicios publicos, descui-daba frecuentemente las obligaciones rutinarias de sus clases. Su indiferencia a estas obligaciones es, posiblemente, atribuible en parte a su falta de respeto a la astrológia la que, según parece, atraía más alumnos que sus queridas matemáticas en una época en que esa seudaaenria conservaba prestigio en ambos lados del Atlántico. Es típico de la áspera XIII independencia y del punto de vista científico de Sígúenza que él mismo criticara los falsos supuestos de sus almanaqu.es anuales. En una polémica sobre la naturaleza de los cometas, declaró agriamente; «yo también soy astrólogo y que sé muy bien cuál es el pie de que la astrológia cojea y cuáles los fundamentos debilísimos sobre que levantaron su fábrica». Y otra vez, al postular la evidencia demostrable en lugar de los dictados de las autoridades escolásticas —una actitud sorprendentemente moderna para su ambiente—, preguntó: «<;Qué es, pues, lo que se debe inferir?, sino que todas son supuestas, falsas, ridículas, despreciables, y la astrológia invención diabólica y, por el consiguiente, cosa ajena de ciencia, de método, de reglas, de principios y de verdad...». Es apenas sorprendente, por lo tanto, que los críticos hostiles vieran un descomedimiento en esta actitud herética hacia ia matéria que se le pagaba por enseňar. Pero, cualesquiera que fueran las causas de sus muchos descuidos en el desempeňo de sus tareas académicas, estas omisiones turbaban penosamente su conciencia, como se reveia por su última voluntad y testamente A diferencia de sus colegas de la facultad, que eran miembros de Ordenes religíosas y tenían por esto segura subsistencía, Sigiienza tuvo que encontrar medios para ganarse la vida y ayudar al sostenimiento de una familia sólo dotada en padres, hermanos, hermanas y otros dependientes. Su salario era insignificante aunque no hubiera tenído que pagar multas y, como muchos de sus sucesores en las universidades hispanoamericanas hoy día, tuvo que suplementar su sueldo con diversos empleos simukáneos. Con el paso de los aňos, estas actividades ie trajeron títulos con muchas tareas y emolumentos modestos: cosmógrafo principál del reino; capellán del Hospital del Amor de Dios, éste el rnejor remunerado, pues le proveía alojamiento; Inspector General de Artillería; Contador de la Universidad; Corredor de la Inquisi-ción, etc, pero acerca de todos eílos socarronamente comentaba que «suenan mucho y que valen muy poco». También recíbía remuneraciones por servicios especiales de índole práctica y estas actividades explican muchas de sus ausencias de clase. Cuando el arzobispo Aguiar y Seijas ocupó su cargo en 1682, Sigiienza adquirió un amigo ínfluyente. La cómoda prebenda en el Hospital del Amor de Dios le llegó por este cauce, el cual también le dio la autorización para oficiar como diácono y asi aumentar sus ingresos mediante estipendios. Como limosnero principál del excesivamente generoso arzobispo, tuvo molestas obiigaciones que a veces hubiera querido evitar. Entre estos deberes estaba el de la distribución de cien pesos entre las mujeres pobres, cuya presencia no pódia sufrir el preiado misógino, y también el reparto de grandes cantídades de granos y otros cereales a instancias del filantrópico elérigo. El carácter áspero de Sigiienza y la índole imperíosa del arzobispo, que tanto contnbuyó a la tragédia personál de sor Juana Inés, chocaban a menudo. Un diario contemporáneo informa: «Una controversia: sábado 11 de XIV octubre de 1692. Don Carlos, chantre, tuvo algunas diferencias con ei arzobispo; don Carlos decía a éste que su Alteza Iluscrísima debia recordar con quién hablaba, con lo cual el arzobispo levanró la muleta que usa y fompió los anteojos de Sigüenza, baňándoíe la cara en sangre. »6 Pero, a pesar de esras extravagancias temperamentales, los dos tozudos persona]es perma-necieron amigos y estrechamente unidos en el trabajo. Por cierto que la veneración de don Carlos a su agresor fue aumentando hasta que, en su mente, el prelado casi adquirió aureola de santidad. Una clausula del testamento del sabio dice: «tengo en mi poder el sombrero de que usaba el ilustrísimo y venerable seňor don Francisco de Aguiar y Seijas, arzobispo que fue de Mexico, con cuya aplicación han experimentado algunos enfermos salud en sus achaques, y deseando que se continue con toda veneración, mando se entregue al doctor don Juan de la Pedrosa para que perpetuamente se conserve en el oratorio de Nuestro Padre San Felipe Neri.» Asi, este sabio barroco, tan moderno e inteligente en muchas de sus actividades, siguió siendo hijó de su epoca en otros respectos. Sigüenza nunca se olvídó de su parentesco con el gran don Luis de Góngora, el santo patron de los versificadores espaňoles del siglo XVII, y cuando aún era estudiante en el seminario jesuita, buscaba hacerse digno de esta conexión líteraría. Son demasiado claros sus esfuerzos literarios que descubren una filiación genealógica, aunque ya cierta degeneración estética había comenzado a manifestarse en el caso de este descendiente particular. Su Primavera indiána, himno fervoroso a la Virgen de Guadalupe en setenta y cinco octavas, refieja fielmente Ios excesos del gongorismo trasnochado. Escrito cuando el autor estaba aún en sus aňos mozos, entre los trece y diecinueve, fue publicado en 1662 y reimpreso en 1668 y en 1683; en él es mayor la evidencia de cierta precocidad que la del genio heredado. El Oriental Planeta Emngélico, panegírico a San Francisco Xavier, amigo y compaňero del fundador de la Compaňía de Jesus, fue impreso después de la muerte de Sigüenza. Es un esfuerzo lirico compuesto probablemente hacia la época de su expulsion del seminario, quizá con la esperanza de retornar al favor de sus superiores. Pero nunca completamente satisfecho del mérito artístico del Planeta que debia igualar su excelso terna, aplazó continuamente su publicación. Estas aspiraciones Hterarias, que nunca estuvo dispuesto a abandonar, fueron sin duda el tema de muchas charlas con la mucho más talentosa sor Juana Inés, en el locutorio de su convento. Juiciosamente, él decidió concentrar sus energias en las actividades eruditas. Como sucedió con los humanistas del Renacimiento, ningún campo de investigación fue ajeno a los trabajos de la mente curiosa de Sigüenza, pero sus mejores logros fueron en los campos de la arqueoiogía y de la história, por una parte, y en los de las matemáticas y ciencias aplicadas, por la otra. Sus estudios de las civilizaciones prehispánicas de Mexico, que en el transcurso del tiempo Ilegaron a ser autoridad indiscutible, fueron iniciados el aňo de su despedida del seminario. Debido a su dominio de las lenguas autóctonas, XV pucio reunir libros, codices, mapas y otros manuscritos relacionados con la antigua cultura de los naturales. Posiblemente en 1670 adquirió la preciada colección de documentos, apuntes y traducciones que pertenecieron a don Fernando de Alva Ixtlixóchitl, quien floreció en los días del arzobispo-yirrey Garcia Guerra. Juan Alva Cortés, hijo del cronista indio, conservaba en San Juan Teotihuacán, no lejos de la ciudad de Mexico, la herencia de su madre, la cual unos funcionarios rapaces intenraron arrebatarle. Sigüenza, según parece, intervino feiizmente y protegió a Juan Alva Corres de este despojo de los amos blancos. Por gratitud, el propietario narural indio regaió al sabio criollo una pequeňa hacienda y, lo que era aún más apreciado, el rico archive familiar. Con estos documentos y otras diversas adquisiciones, Sigüenza Ilegó a poseer una bibiioteca magnífica, muchas piezas de la cual tuvo la intención de legar al Vaticano en Roma y al Escorial en Espaňa. Las noücias que le proporcionaban sus libros, combinadas con sus propias exploraciones arqueo-lógicas, particularmente en las pirámides toltecas de Teotihuacán, fueron la sustancia de monografias de indudable importancia, de las cuales, en su mayoría, sólo queda el nombre. Las dificultades que encontró para publicar sus descubrimientos fueron las que siempre encuentran los eruditos que carecen de dinero propio o de subsidios filantrópicos para sufragar los gastos de la impresiou. Siendo tan alto el numero de analfabetos y las investigacio-nes seculares mucho menos estimadas que las disquisiciones teológicas, los esmdios de Sigüenza tuvieron poca o ninguna oportunidad de tomar la forma más permanente de las letras de molde. Este hecho motivó a su amigo y mecenas, Sebastian de Guzman, a declarar en ei prólogo a la Libra astronómka: «No sé si es más veloz en idear y for mar un libro que en olvidarlo. Encomiéndalo cuando mucho a ia gaveta de un eseritorio, y éste le parece bastante premio de su trabajo. Dichoso puede llamarse el papel suyo que esto consigue, porque otros, después de perfectos, o de sobre la mesa se los llevaron euriosos o murieron rotos en las manos a que debían el ser». Aunque Sigüenza trató de dar algún significado reügioso a sus investiga-ciones, como por ejemplo en su ingenioso Fénix del Occidente, en que hace un esfuerzo por identificar a Quetzalcóatl con el apoštol Santo Tomáš, la Iglesia —que era el más indicado mecenas para tales empresas— aparentemente no se impresionó por tesis tan curiosa. Sus monografias, História del imperio de los cbkhimecas, Cklografia mexkana, La genealógia de los reyes mexkanos, Calendario de los meses y fiestas de los mexkanos, y otras obras semejantes, tampoco alcanzaron apoyo financiera y en poco tiempo desaparecieron. En vista de las fuentes utilizadas que ahora están perdidas, estos estudios probablemente poseer fan un valor permanente, y su desapatición es una pérdida realmente lamentable. Hacia el final de su vida erecía el desalienco del autor en lo relativo al destino de sus hallazgos y este estado de ánimo lo empujaba a ponerlos generosamente a la disposición de contemporáneos más afortunados como medio para la pubiicación de sus propias obras. Los padres Florencia y Vetancurt han dejado ricas relaciones sobre diversas etapas de la história XVI mexicana, en las que reconocen su deuda a don Carlos, y el viajero italiano Gemelli Careri, en su Giro del Mondo, dedica un extenso capítulo a los jeroglíficos, religion y cultura aztecas, basado en materiales y dibujos que le proporcionó el críollo mexicano. En generál, el ultimo recurso de Sigüenza consistió en insertar trozos sobre el saber náhuatl entre las páginas de libros de indole diferente y efímera, que a veces se le encargaba escribir. Sus escritos históricos sobre el periodo posterior a la conquista espaňola tuyieron destino simifar y la mayoría de ellos son conocidos sólo por sus títulos. Indudablemente, muchos datos valiosos fueron insertos en narracio-nes tales como la História de la Catedral de la Ciudad de Méxko, História de la Universidad de Méxko, acerca de la cual escribió en su testamento: «Yo humildemente pido que la Real Universidad acepte la devoción con la cual empecé a escribir sobre su história y su grandeza, história que fue suspendida por el claustro por razones por mí desconocidas»; la Tribuna Historka, posiblemente una história de Mexico; Teatra de la Santa Iglesia Metropolitana de la Ciudad de Méxko; la História de la provincia de Tejas y vari as otras. Mejor fortuna tuvieron las crónicas contemporáneas, escritas en sus Ultimos aŕtos y que son una forma de periodismo rudimentario. El conde de Galve, virrey desde 1688 hasta 1696, se apoyó mucho du raňte estos aňos críticos en los consejos del sabio criollo; quien llegó a ser una especíe de cromsta de la corte. El respaldo del gobierno de Madrid era lastimosamente debil durante los Ultimos y tan gloriosos días de la dinasn'a de los Habsburgo, cuando tan to el corazón como las fronteras de la Nueva Espaňa presentaban problemas de creciente gravedad para la administráciou virreinal y de los que, en una serie de episodios, Sigüenza hacía las crónicas. Estas relaciones son muchas veces más amenas que sus tratados eruditos, aunque su prosa padece de la sintaxis complicada, retórica pomposa que ya entonces estaba pasada de moda. Sin embargo, gustaba creer que su estilo era sencilio y natural. En el próíogo a su Paraíso occidental, la história de un convento de la ciudad de Mexico que se le pidió escribir, declara: «Por lo que toca al estilo que gasto en este libro el que gasto siempre; esto es, el mismo que observo cuando converso, cuando escribo, cuando predico, acaso porque no pudiera hacerlo de otra manera aunque lo intentara». Pretenciosamente condena los abusos gongorísticos tan universales durante su tiempo, acaso inconsciente de su propia utilización. No obstante, algunas veces se aproxima a la claridad que él mismo decía tener y en ocasiones, en su narración de los sucesos del día, ofrece ejemplos de vívido reportaje. El trofeo de la justicia espaňola (1691) narra las peripecias de una afortunada aventura milítar. contra los franceses en Santo Domingo; Relación historka de los sucesos de la Armada de Barlovento (1Ó91)7 da cuenta de la etapa maritima de esta empresa; y el Mercurio volante (1693) descubre la reconquista pacífica de Nuevo Mexico. Un interesante ejerhplo de reportaje sobre el desastroso alboroto maicero de los indios en la ciudad de Mexico el 8 de junio de 1692 está contenido en una carta que escribió con voluntad de publicarla, pero que no fue impresa hasta 1932. XVII La; más encantadora de estas narraciones periodisticas es un curioso relato de las desventuras de un j oven puertorriqueňo durante un via je alrededor del mundo. Se llama los Infortunios de Alonso Ramirez; está narrado en primera persona y cuentaia história de su captura por piratas ingleses que más tarde lo abandonaron a la deriva en una pequeňa embarcación, que por fin naufragó en la costa de Yucatan, donde tuvo una experiencia parecida a la de Robinson Crusoe. Aunque Sigüenza retrasa ei ritmo de su relato con detalles pedantes, escribe según la tradic ión picaresca de la literatura espaňola y con más entusiasmo que el acostumbrado, de hecho, a algunos historiadores íiterarios les gusta clasificar esta curiosa relación como precursora de la novela mexicana. Un motivo más auténtico para fundar la distinción de este erudito criollo se encuentra en sus escritos científicos, que ofrecen una mejor seňal de su capacidad intelectual. Sin embargo, aquí otra vez, la mayoría de sus escritos de importancia jamás lograron la semipermanencia de la impresión y son conocidos sólo por referencias, pero el reducido numero de los que sobreviven asegura a Sigüenza un lugar encumbrado en los anales de la história intelectual del Mexico colonial, y de hecho, en la de toda la America Espaňola. Las matemáticas fueron su devoción más constante, y constituyen el campo en que fue más competence. Si su eminencia en esta disciplina se deriva de sus aspectos prácticos más bíen que de los teóricos, se debe posiblemente al hecho de que compartió la opinion de Descartes sobre la importancia de las matemáticas como método para buscar el conocimiento y como instrumento de conquista de la verdad. Confiado en esto, reunió la mejor colección de tratados en instrumentos que pudiera entonces encontrar-se en el Nuevo Mundo, la cual, hacia ei final de su vida Iegó a los jesuitas «en gratitud y como adecuada compensación por la buena formación y buena instrucción que recibí de los reverendos padres durante los pocos afios que viví con ellos...». Aunque apiicara con más frecuencia sus conocimientos a proyectos de ingeniería, tanto militares como civiles, su inclinación más entusiasta fue a la astronómia. Ya por el aňo de 1670 observaba los fenómenos de los cielos, obteniendo datos precisos que siempre deseaba intercambiar con los de otros investigado-res. Se esforzaba continuamente haciendo todo lo posible para que estas notas fueran exactas, e importaba con este propósito los más modernos instrumentos accesibles. En sus observaciones del total eclipse solar de 1691, empleó un telescopio «de cuatro vidrios que hasta ahora es ei mejor que ha venido a esta ciudad, y me lo vendió el padre Marco Antonio Capus en ochenta pesos». Asi es probable que en cuanto a erudición firme, a literatura técnica e instrumentos eficientes fuese el científico mejot dotado de su tiempo en los dominios espanoies de ultramar. Por su correspondencia con hombres de ciencia notables, su fama se extendió por Europa y Asia. Ya en 1680 su distinción le ganó el distinguido nombramiento de Real Cosmógrafo del XVIII Reino, y se afirma que Luis XIV, mediante ofrecimiento de pensiones y honores especiales, trató de atraer aJ sabio mexicano a su corte. Algunas de las obras perdidas, fruto de su diligencia, son: un Tratado Söhre los eclipses de sol, sólo conocido por el nombre; un Tratado de la esfera, sólo descrito como formado por doscientas páginas in folio; y un folleto polémico motivado por el cometa de 1680 y que llevaba un títuío curioso, El belerofonte matemátko contra la quimera astrológica de Martin de la Torre, etc. Es brevemente descrito como exposición de todas las sutilezas de la trigonome-tría «en la investigación de las paralajes y refracciones, y la teórica de los movimientos de los cometas, o sea, mediante una trayección rectilínea en las hipótesis de Copérnico, o por espiras cónicas en los vertices cartesianos». Pero ya en 1690 este tratado había desaparecido. Afortunadamente, no tuvo destino similar un impresíonante pequeňo volumen titulado Libra astronámica y filosof tea, pues, gracias a la generosidad de un admirador amigo que subvencionó una edición de poco tiraje, nos quedan unos cuantos ejemplares. Es un tratado polémico sobre la naturaleza de los cometas que ofrece la evidencia más sustanciosa de la competencía e ílustración del autor. Un espíritu de modernidad Hena sus págmas que hacen eco a las ideas entonces subversivas de Gassendi, de Descartes, de Galileo, de Kepler, de Copérnico y de otros pensadores todavía sospechosos a fines del siglo XVII. Combinando curiosamente la objetividad científíca y la subjeti-vidad emocional, el libro refleja las tensiones de la época barroca al proporcionar atisbos de la personalidad orgullosa, sensitiva y quisquillosa del sabio criollo. El «Gran Cometa de 1680» que tanto angustió a los ignorantes y preocupó a las mejores inteligencias de ambos lados del Atlántico, fue visto por primera vez en la ciudad de Mexico el 15 de noviembre. En todas partes, y particularmente allí, esta extraňa aparicíón causo terror y motivó presagios de horrendas calamidades y graves infortunios futuros. Para Sigüenza fue un acontecimiento emocionante y una ocasión feliz. Como recién nombrado Real Cosmógrafo del Reino, comprendió que era su deber apaciguar los infunda-dos miedos y la extensa inquietud que causo en la sociedad mexicana en general. Por esto sacó a luz el 13 de enero de 1681 un folleto con título rímbombante; Manifiesto filosófko contra los cometas despojados del imperio que tenían sobre los tímidos.8 Sigüenza era consciente de que el terna de su materia era controversial, pero no estaba preparado para res i st ír la tempestad que se desató por su bien intencionado esfuerzo de restaurar ia tranquilidad publica. En su tratado don Carlos disentía severamente del significado ominoso que los astrólogos atribuían a estas manifestaciones astrales. Aunque recono-cía libremente su ignorancia del verdadero significado de estos fenómenos, estaba seguro de que debían ser aceptados como la obra de un Dios justo. Esta suave aserción parecía casi subversiva en la atmosféra de la Nueva Espaňa y pronto provocó la agria réplica de un caballero flamenco afincado en Yucatán XIX y que se llamaba Martin de la Torre, en un folleto titulado: Manifiesto cristtano en javor de que los cometas se mantengan en su stgnifkado natural. Basado en datos astrológicos, este autor afirmaba que los cometas eran, de hecho, advertencias de Dios mismo de venideros sucesos calamitosos. Sigiienza, cuya índole combativa reaccionaba inmediatamente frente a cualquier oposición, pronto contestó con el bien concebido, aunque pomposamente llamado, bekrofonte iTiatemátko, donde subrayó la súperi or idad del análisis científko sobre el saber astrológico. Más cerca estalló una respuesta más alarmante al folleto original. Provenía de la pluma de uno de sus propios colegas en la Universidad de Mexico, un profesor de cirugía. Llamando a su escrito Discurso cometológko e informe del nuevo cometa, etc., este profesor sostenía que la aparición astral jera un compuesto de exhalaciones de cuerpos muertos y de transpiración humana! Desdeňosamente don Carlos declaró que él no se dignaría responder a tan notorio desatino. Otros personajes participaron en la refriega, cada uno con sus propias teorías y hubo uno, cuya eminencia y prestigio eran de tal importancia, que no fue posíble pasarlo por alto y cuya opinión provocó rigurosa refutación de parte de Sigiienza en la antes citada Libra astronómica y filosófka. La persona que inspiró este esfuerzo supremo de Sigiienza fue un jesuita del Tirol austríaco, a quien le aconteció Ilegar de Europa durante el apogeo de la polémica cuando iba en Camino a la frontera misionera del Viejo Mexico. Fue el padre Eusebio Francisco Kino, como se le conoce en la história. Tenía poco más o menos la misma edad que Sigiienza. Kino se había preparado en diversas universidad es europeas y era muy competente en matemáticas. De presencia imponente, dotado en lenguas y muy afamado por su erudición, había rechazado una cátedra en la Universidad de Ingolstadt por llevar la luz del Evangelio a los paganos en una región remota e inhóspita del globo. El sacrificio de tantos talentos a una causa tan noble constituyó el supremo idealismo de la época y los más distinguidos miembros de la sociedad virreinal buscaron al recién Ilegado, entre ellos don Carlos, para lo que tenía motivos bastantes en su amor común a las matemáticas. Además, puesto que el padre Kino había anotado observaciones sobre el cometa de 1680 antes de embarcarse en Cádiz, un intercambio de datos serta ilustrativo. En el hogar del criolío mexicano los dos sabios gustaron de largas discusiones sobre sus mutuas opiniones. Para el sensitivo don Carlos, el padre Kino parecía un poco arrogante, pues había en éste una especie de tácito aire de superiorídad; por ejemplo, no demostraba una adecuada estimación por las observaciones astronómicas del criolío. Esta indiferencia se originaba probablemente, como Sigiienza más tarde lo comentara con acritud, en que el erudito mexicano no había estudiado en la Universidad de Ingolstadt y el europeo no podía imaginär cómo pudiera producirse matemáticos «entre los carrizales y espadaňas de la XX mexicana laguna». El sumamente inteligente sabio criollo era peculiarmente propenso al sentimiento de inferioridad que los de su clase experimentaban en presencia de los nacidos en Europa, pues pensa ba que sus propios talentos y el encumbrado línaje que reclamaba para sí le daban título a consideración igual. Partícularmente irritante fue la condescendencia, a veces desdeňosa, que los peninsulares dispensaban a los nacidos en America, y los extranjeros del Continente no parecían creer que su erudición les diera derecho a respeto alguno. «Piensan en algunas partes de Europa —Sigüenza comentaba cáusticamente—y con especialidad en las septentrionales, por más remotas, que no sólo los indios, habkadores originarios de estos países, sino que los que de padres espanoles casualmente nacimos en ellos, o andamos en dos pies por divina dispensación, o que aun valiéndose de microscopios ingleses apenas se descubre en nosotros lo racional.» En el caso del padre Kino, la sensibilidad de don Carlos posiblemente se vio exagerada por el hecho de que su ínvitado era miembro respetado de la Orden religiosa de la que él fue sumariamente expulsado y a la que repetidamente se le negó la readmisión. No düraba mucho la estancia del padre Kino en la ciudad de Mexico, en donde se preparaba para el campo misionero cuando llegaron al profesor criollo rumores acerca de que este visitante estaba a punto de publícar un libro sobre el cometa, en el que refutaría las concepciones de Sigüenza. Los amigos del sabio mexicano le advirtieron que el eminente jesuita, con contactos tan recientes con los sabios alemanes, sería un formidable contrin-cante en el debate. El padre Kino no había msinuado síquiera sus intenciones y don Carlos, confiando en la solidez de su posición, según se afirma, esperaba ios acontecimientos con serenidad. Por fin, una noche, cuando el misionero estaba proximo a partir para Sinaloa, donde iniciaría sus labores, visitó, para despedirse de él, al exjesuita en su alojamiento. En el curso de la conversación el visitante, como por casualidad, ofreció a su anfitrión un ejemplar de una Exposition astronómica, acabada de salir de la imprenta. El ademán del misionero era condescendiente, o asi lo tomó el hipersensitivo científico criollo cuando aquél le insinuó que éste podría repasar con provecho el libro que había escrito, pues podía proporcionar al digno mexicano algo para pensar. Don Carlos interpretó estas palabras como desafío para su duelo intelectual, y su respuesta fue la Libra astronómica y filosófica, El hecho de que el padre Kino no mencionara en parte alguna el nombre de Sigüenza no disminuyó la certeza del impresionable criollo de que las aseveraciones estaban dirigidas a él. Cuando leyó, por ejemplo, que los cometas eran realmente presagios de mal agüero y mensajeros de mala fortuna y que otra opinion era contraria a lo que todos los mortales sabian, fuesen encumbrados o humildes, nobles o piebeyos, instruidos o iletrados, tuvo la seguridad de sabet a quién aludía este comentano. «Nadie sabe mejor dónde Ie aprieta el zapato que quien lo lleva; y pues y o aseguro el que yo fui el objeto de su invectivo, pueden todos creerme el que sin duda lo fui». Puesto que el punto de vista racional no era sostenido por nadíe, según el padre XXI Kino, j la implicacíón fue que Sigüenza no era nadie! Y cuando el misionero jesuita concluyó que el portento ominoso había sido evidente a todos «a no ver algunos trabajosos juicios» que no Io podían percibir, el profesor mexicano estalló: «Bien saben los que la endenden que en la lengua castellana Io mismo es decirle a uno que tiene trabajoso juicio que censurarlo de Ioco; y siendo esto verdad, como duda lo es, ;viva el reverendo padre muchos aňos por el singularísimo elogio con que me honra!» De esta manera el sabio mexicano desahoga su cólera en el primer capítulo después de lo cual se calma y hace una discusión metódica del problema, presentando un análisís de los movimientos de los cometas, de sus paralajes, de sus refracciones, etc., que van acompaňados de diagramas cuidadosamente ejecutados. El ofendido científico criollo se esfcrzó por sostener, en el piano desapasionado de la razón, su exposición, pero a pesar de esto, en todo el texto hay chispazos de sarcasmo y de resentimiento que briílan entre la sustancia sólida del discurso y se le ve incapaz de resistir aquí y allí la tentación de una estocada sardónica contra su contrincante. No se intentará aquí seguir el paso de esta discusión técnica. Bastaría, acaso, con seňalar su subyacente significado para la história intelectual del Mexico colonial. La gran lucha entre el autoritarismo neoclásico y lo empírico del experimentalismo, que apenas alboreaba en el tiempo de fray Garda Guerra,10 pero que tanto preocupó al cerebro briliante de sor Juana Inés de la Cruz, ahora había llegado a una tregua en la obra de su amigo y companero intelectual. Este, por razones de sexo y de votos religiosos menos estorbado que la poetisa, pudo divorciar preocupaciones seculares de la tradición de autoridad, e hizo asi posible que su pensamiento se remontara sin trabas en tales materias. Aunque fue chantre no tuvo que respetar jurarnento solemne alguno de sumisión a superiores monásticos y disfrutó de más libertad para independizar su racíonalismo en fiíosofŕa natural del inmutable dogma teológico que la que tuvo la monja enclaustrada en su convento. Este hecho seňala una curiosa paradoja en las vidas de estos dos sobresalientes personajes; si la causa secreta de la tristeza de sor Juana Inés fue su imposibilidad de escapar hacia un mundo de horizontes más anchos, la aflicción particular de Sigüenza fue la imposibilidad de volver a la regia estricta de una Ofden religiosa. Lo que surge, acaso, con más claridad, de la lectura de la Libra astronómka y filosófka, es la heterodoxia del autor en su persecución de la verdad natural. Su posición radical es evidente en la autonómia postulada bruscamente de la autoridad de la ciencia, en su convicción de la necesidad de demostración, y en su confianza en las matemáticas como el medio para medir los fenómenos naturales. La influencia de Descartes es obvia por sus referencias explícitas a este filósofo y por las menciones de sus obras. El pensador mexicano está dispuesto a despojarse de prejuicios que todavía tendrían larga vida e inhibirían a sus contemporáneos, tanto en Europa como en el Mexico colonial. Por lo pronto, supersticiones comunes y especulaciones poco XXII profundas asumen forma mareríal en la persona del ingrato y altanero padre Kino, que es la verdadera personificación del ideal espiritual de su cultura y la imagen desu propia esperanza perdida. Con veneno no oculto el exjesuita criollo ataca las aserciones dogmáticas de su oponente sobre el signifícado de los cometas y decididamente refuta la validez de su autoridad en estos asuntos. «Advierto que ni su reverenda, ni otro algún matemático, aunque sea al mismo Ptolomeo, puede asentar dogmas en estas ciencias, porque en ellas no sirve de cosa alguna la autoridad, sino las pruebas y la demostra-ción...». Aquí claramente, está el espíritu moderno alumbrando la oscuridad del pensamiento neomedievaí. Los problemas y las dudas que propone a la humanidad el espectáculo de la naturaleza, continúa, nunca podrán resolverse con sólo escudriňar viejos text os para averiguar lo que dijeron sobre la matena las autoridades de la sabiduría clásica. «Qué podría decir yo —exclama— que le satisfaciese a quien responde que en materia tan discursable se ha de estar a lo que dicen los más, cuando es cierto que quien tiene entendimiento y discurso jamás se gobierna por autoridades, si les faka a estas autoridades las congruencias?» Y seguidamente pregunta; «seria prudencia (imprudencia grande sería) afirmar en este tiempo que los cielos son incorruptibles y macizos, porque los más de los autores antiguos asi lo afirman? iQue la.Luna se eclipsa con la sombra de la Tierra, que todos los cometas son sublunares, porque los mismos lo enseňan? ^Sería crédito de entendimiento seguir ajenas doctrinas sin examinarles los fundamentos?». Este tiempo de escepticismo fue raro en el mundo barroco del Mexico del sigío XVÍI, y fue un poco subversivo en una cultura en que la teología como «Reina de las Ciencias» aún reinaba suprema. Esta inequívoca burla del sacrosanto principÍo de autoridad que la mayoría de los contemporáneos no osaron desafiar, prefigura la rebatiňa intelectual encauzada a promover en aulas académicas del Mexico virreinai y de la America Espaňola casi dos generaciones más tarde, el destronamíento de Aristoteles como sumo sacerdote de la sabiduría. Ya en 1681 Sigüenza proclamó su herejía. «Y siendo Aristoteles jurado principe de los fílósofos que ha tantos siglos lo siguen con estimable aprecio y veneración, no merece asenso... cuando se opusieren sus dictámenes a la verdad y razón...» Este fue en verdad un rompimiento brusco con el pasado y una aserción que los jesuitas, por quienes él tanto ansiaba ser aceptado, difícilmente habían perdonado. De hecho, poco después de la muerte de don Carlos, los miembros de esta Compaňía tan intelectualmente avanzada, recibieron orden de enseňar únicamente la filosofía aristotélíca, y de huir de las «proposiciones erróneas del pensamiento cartesiano».11 Tal fue, pues, el atrevido pensamiento expresado por el sensitivo y sumamente inteligente sabio mexicano en su cuidadosamente razonada refutación de las afirmaciones y dichos del padre Kino. Čada página de la Libra astronómica y filosofka descubre una mentě logica y erudita, aunque algo atrabiliaria, bien versada en las ideas de pensadores como Conrado Confalo- XXIII nier, Athanasius Kircher, Pico delia Mirandoia, Juan Caramuei, Kepler, Gassendi, Oldenburg, Descartes y de muchos otros mencionados en el texto. Desde luego que este aislado y solitario trabajador estuvo más que oscura-mente enterado de las corrientes de pensamiento cientifico que fluían con fuerza en la Europa contemporánea, pero se cuenta entre el grupo de espiritus libres que se esforzaron por desatar la venda de ignorancia y superstición de los ojos de sus semejantes. En las páginas finales de este tratado, pequefio, pero impresionante, el autor efectivamente derriba las falsas interpretaciones astrológicas de Martin de la Torre y registra sus propias observaciones del controvertido cometa desde el 3 hasta el 20 de enero de 1681. Diez aňos transcurrieron antes de que este pequeňo volumen llegara a imprimirse, aunque las licencias necesarias se obtuvieron inmediatamente. Este retraso provino indudablemente de las dificultades del indigente autor para costear el gasto de publicación de una obra tan técnica para un publico tan ümitado; se debió su aparición, por fin, a la generosidad de un amigo y admirador de don Carlos. Sigüenza estaba por demás orgulloso de este esfuerzo y solía regalar un ejemplar a cada persona partieularmente distingui-da de las que pasaban por la ciudad de Mexico. Cuando el famoso viajero italiano Gemelli Careri lo visitó en su alojamiento del Hospital del Amor de Di os, salió de allí llevando consigo una Libra astronómica y filosof tea junto con otros datos que el sabio profesor le suministró para su libro sobre su vtaje alrededor del mundo. No se sabe si el padre Kino tuvo noticia del tratado que su propia obra provocó.12 Las exploraciones y la edificación de misiones en las provincias del noroeste de Mexico absorbieron sus energías y sus intereses y no hay indicaciones disponibles sobre la reanudadón de sus relaciones con el quisquilloso criollo durante las visitas (fueron una o dos, separadas por mucho tiempo) que después hizo a la capital virreinaL Los Ultimos aňos de la vida de Sigüenza coincidieron con los finales del siglo XVII y con los finales de la dinastía de los Habsburgo en el trono de Espaňa. El cáncer del Imperio tuvo su contrapartida en el cuerpo del humanista mexicano. En éste, la declinación física era ya visible en 1694, y se aceleró durante los aňos siguientes. Sufría intensamente la piedra nefrítica y de «...una en la vejiga del tamäňo de un huevo grande de pichón, según el testimonio de los cirujanos que la han palpado». El caminar, aun pequeňas distancias, le era difícil y doloroso. Al asomar el espectro de la muerte, parientes y amigos queridos sucumbieron a él, haciendo asi más profunda la aflicción y el abatimiento del sabio moribundo. En 1695 perdió a un hermano favorito y, por el mísmo tiempo, sufríó una pérdida igualmente conmovedora por la liberación final de la mentě y el espíritu atormentados de sor Juana Ines. Al pronunciar una oración fúnebre junto a la fosa de la monja, una aguda presencia de su propia soledad desolada se abatió sobre él. Sucesivamente su anciano padre, que íuera ex preceptor del ya hacía mucho tiempo muerto principe Baltasar Carlos; el virrey, conde de Galve, y el arzobispo Aguiar y Seijas, sus patronos más influyentes, desaparecieron. La XXIV defunciön del prelado probablemente puso fin a su bien remunerado empleo de Limosnero Mayor y, junto con su salud, sus circunstancias econömicas se deterioraron, aunque las demandas de sus numerosos parientes persistieren sin cesar. Inesperadamente, el puesto de Contador Untversitario con sus emolumentos, le fue retirado y, ademas, la distineiön de profesor emerito solo la reeibiö con mucho retraso debido al no siempre fiel desempeno de sus deberes docentes. En este estado casi de miseria, aeeptö ei puesto de Corrector de la Inquisiciön que lo obligaba a dedicar su vigor menguante al tedioso escrutinio de libros sospechosos, tarea esta especialmente incompatible con su espfritu ilustrado y un abuso de su talento. Resulta innegable, sin embargo, la influencia de Sigüenza sobre los eruditos de su epoca y en los del siglo posterior. Eran muchos los contemporäneos que se aprovechaban de la curiosidad intelectual del ilustre mexicano y de sus investigaciones, algunos de los cual es han de j ado constancia de su gratitud. Debido a su pericia en materias tan diversas, muchos hombres, entre los cuales figuraban investigadores, arzobispos, virreyes y otros funcionarios oficiales, aeudieron a sus hospitalarias habitacio-nes que representaban «un centro de sabidurfa y de estudio».13 Uno de los eruditos del virreinato que se valfa de la erudieiön del poligrafo fue el franciscano Agustfn de Vetancurt, autor del Teatro mexicano (1688), en que trataba todos los aspectos de la vida novohispana, tema tambien del Teatro de la magnificenäa de Mexico, obra que empezö a redactar Sigüenza y que nunca llego a publicarse. El franciscano, como otros tantos, alude a la munificencia del sabio, a quien llama «curioso investigador y deseoso de que se deseubran y publiquen las grandezas de este Nuevo Mundo». Para su historia hubo de recurrir'Vetancurt tanto a los impresos como a los manuscritos que guardaba don Carlos, habiendo consultado «varios mapas, libros o volümenes originales de los antiguos mexicanos y muchos manuscritos de D. Hernando de Alvarado Tezozomoc, de D. Fernando de Alba, de D. Domingo de S. Anton Munön Chimalpain, de Juan de, Pomar, de Pedro Gutierres de Santa Clara, del oidor Alonso de Zurita, que tiene originales y me ha participado mi compatriota y amigo D. Carlos de Sigüenza y Göngora».14 EI padre Francisco de Florencia, otro autor contemporäneo, que escribiö Estrella del norte de Mexico, en su defensa de la autenticidad de la aparieiön a la Virgen de Guadalupe consultö una tradueeiön hecha por Ixtilixöchitl de un documento que le habfa prestado Sigüenza, «diligente investigador de papeles antiguos y deseoso que se deseubran y publiquen las grandezas de este Nuevo Mundo».15 El mismo afän de compartir sus conoeimientos con los demäs no se limitaba a investigadores locales, sino abarcaba ilustres viajeros que visitaban la capital y se aprovecharon de la oportunidad de conocer personalmente al famoso catedrätico, Un caso notable fue el viajero Gemelli Careri. Trabando XXV amistad con el criollo, es muy posible que utilizara dos opúsculos de esce, la Cidografía mexkana y el Calendario de los meses y días festwos de los mexkanos, al escribir el capítulo «Meses, ano y siglo de los mexicanos con. sus jeroglificos» de su popular Giro del mundo. El sábado, 6 de julio, 1698, Gemelli Carer Í visito por primera vez a Sigüenza, a quien llama «muy curioso y virtuoso», y escribió que «pasamos el día en variadas conversaciones». El mismo día le regaló don Carlos un ejemplar de la Libra astronómka, «despues de haberme mostrado muchos escritos y dibujos notables acerca de las antigüedades de los indios». En otra ocasión volvió el mismo viajero al Hospital del Amor de Dios «para que don Carlos de Sigüenza y Góngora me diera las figuras que se ven en este libro».16 Sigüenza demostró la misma líberalidad para con otros viajeros, como el ya referido padre Kino, a quien ofreció, además de mapas de la región para donde salía el recién llegado misionero, sus cálculos sobre el famoso cometa de 1680. Para estar al día, Sigüenza carteaba con varios científicos de Europa, America y China. Al redactar su testamento poco antes de morir, lego Sigüenza su rka colección de libros y papeles a los padres jesuitas en la capital, muchos de los cuales se extraviaron antes de la expulsion de la Compaňía en 1767. Utilizaron parte de estos fondos algunos historiadores jesuitas que vivían en Italia. Un estudio detallado de la Idea de una nueva história general de America de Lorenzo Botorini Benaducci (1746), la St&ria antica de Messko (1780-1781) de Francisco Javier Clavigeroy los escritos de Francisco Javier Alegre revelará hasta que punto escritores del siglo XVII pudieron consul tar los escritos del sabio mexicano.17 Un investigador del siglo XIX que conocia la labor de Sigüenza fue el gran científico alemán Alexander de Humboldt, quien, refiriéndose' a un mapa dibujado por un mexicano, escribió: «El dibujo de la emigración de los aztecas ha formado parte en otro tiempo de la famosa colección del doctor Sigüenza y Góngora... me inclino, pues, a pensar que el cuadro que transmitió Sigüenza a Gemelli es una copia hecha después de la conquista por un índígena o un mestizo mexicano, en que el pintor no ha querido seguir las formas incorrectas dei original, imitando si, con escrupulosa exactitud, los jeroglificos de las figuras humanas que ha colocado de una manera analoga a la que hemos observado en otros cuadros mexicanos.»18 Si en otra ocasión dudaba Humboldt de la exactitud de la longitud de la ciudad de Mexico que habia calculado don Carlos, cita con respeto la creencia del mexicano de que las famosas pírámides de San Juan de Teotihuacan fueron construidas por los olmecas, y no por los toltecas, lo cuai coincide con la teória sostenida por algunos arqueólogos de hoy.19 El ultimo aňo de la vida de don Carlos se nubló por uň incidente que habría de apresurar su fin, pues lastimó muy hondo una parte muy sensible de su ser, su integridad de científico. Hacia 1693, Sigüenza, por petición XXVI urgente del conde de Galve, hizo su viaje más largo y desempeňó su misíón más trascendental. Las intrusiones francesas en el Golfo de Mexico, que amenazaban las costas de Texas, Louisiana y de la Florida, atemorizaron a las autoridades espaňolas y las llevaron a hacer un esfuerzo tardio por poblar efectivamente aquella parte de la region del Golfo. Entre otras medidas, enviaron una expedición de reconocimiento para levanrar mapas de la prometedora Babia de Pensacola. Dejando su tranquilo y cómodo estudío, Sigüenza se embarcó en su único viaje marítimo y explore e hizo cartas hidrográficas de esa ensenada de la Florida. Su recomendación en favor de la inmediata ocupación por los espaňoles sólo encontró demoras debidas a las graves incertidumbres que planteaban la dmastía moribunda y los endebles recursos del imperio, hasta que la acometida francesa motivó una acción tardía. En 1698 Andres de Arriola, ofícial famoso por su viaje de ida y vuelta a las Isias Filipinas en un tiempo record, aceptó de mala gana la comisión de establecer una colonia en la Bahía de Pensacola. Cuando una embarcación francesa apareció en la boča de ésta, Arriola se apresuró a regresar a Vera Cruz y a la capital mexicana, Ilevando un informe sumamente critico de la zona que ponia en tela de juicio la exactitud del anterior reconocimiento de Sigüenza. El sabio doliente reaccionó bruscamente a estos infundios con más acritud que la acostumbrada, acusando inmediatamente al reaparecido oficial de abandono de su puesto y de falsificación de los descubrimientos de 1693. El ofendido Arriola solicitó entonces del virrey —ya no era el amígo leal de Sigüenza, el conde de Galve— que el sabio fuera obligado a volver a Pensacola con él para comprobar sus afirmaciones con un nuevo reconocimiento. El hecho de que don Carlos estuviera obviamente demasiado enfermo para viajar, no impidió que Arriola insistiera, y el virrey Moctezuma se vio obligado a pedir a Sigüenza que cumpliera o diera una explicación satisfacto-ria. Reuniendo sus menguadas fuerzas, el profesor criollo redactó una respuesta magistral, empleando en ella la destreza dialéctica y el sarcasmo mordaz con que había fustigado a sus contríncantes en otras polémicas. Con precision analítica desbarató los dichos de Arriola en todas sus partes, las cuales, una a una, anuló con autoridad moral y logica inexpugnables. «Yo no soy quien se retracte de lo que ha dicho», declaró con orgullo. Si el virrey insistia en el viaje a Pensacola, se presentaria a hacerlo, a pesar de su salud precaria y de estar tullido, pero impondría sus propias condiciones. Si s u cuerpo estaba ahora endeble, su espiritu se hallaba fuerte y emprendedor como siempre. Tanta confianza tenia en la acritud de su informe anterior que apostaría su posesión más preciada, su biblioteca, al resultado favorable del nuevo informe. Esta colección «es la mejor de su indole en todo el reino» y, «junto con sus instrumentos matemáticos, telescopios, relojes de péndulo y valiosas pinturas toda está valuada en más de tres mil pesos», y la apostaría «contra una suma ígual puesta por Arriola...» sobre la exactitud de los XXVII primeros datos. Pero estipuló que el virrey debiera enviarlos en ernbarcacio-nes separadas a la costa de la Florida, de otra manera no faltarian ocasiones, afirmaba, de que, «o él me arroje al mar o que yo le arroje a él». Este segundo viaje de Sigüenza nunca se realize, en parte porque su salud lo hizo impracticable, pero más probablemente porque habia refutado efectivamente los argumentos de su oponente. Sin embargo, el incidente no dejó de ahondar su desaliento y aun de provocar su ultima comunicación reveladora. Hasta cierto punto, ésta fue la contraparte de la notable Respuesta de sor Juana Ines, pues los dos documentos simbolizan una crisis en las vidas de los dos escritores. Ambas son contestaciones a criticas hechas a sus actividades;'ambas contienen datos personales; ambas son defensas a imputa-ciones sobre el empleo de sus intelectos; ambas son informes cuidadosamente meditados y subjetivos; y ambas, por fin, anuncian la desintegración y muerte de sus autores. Mientras que la Respuesta de sor Juana es claramente más patética y significativa, el carácter excepcional y las singulares personali-dades de los dos malaventurados personajes están conmovedoramente graba-dos en las frases de sus Iargas deposiciones postreras. Para la monja el paso a la muerte fue más lento; para el sabio, más veloz. Poco más de un aňo después de firmar su respuesta a Arriola, su espíritu atribulado y su cuerpo atormentado hallaron el descanso. El 22 de agosto de 1700 le trajo la liberación. Las virtudes y el carácter de este erudito barroco se parecieron a los de los humanistas del Renacimiento, cuyas mentes inquisitivas y enciclopédicas echaron los cimientos de la ciencía y sabiduría modernas. Como ellos, Sigüenza afrontó la tarea de concordar la creciente independencia de! espíritu humano y la indisputable autoridad de la Iglesia. Su mente robusta, su duda metódica y su vigoroso pragmatismo en asuntos seculares fueron excepcíona-les en el tiempo y lugar barrocos en que él vivió. En cuanto al dogma y la piedad, permaneció siempre sumiso y devoto, aceptando ímplícitamente la autoridad eclesiástica y la validez de los principios del catoíicísmo ortodoxo. Esta dicotomía de su vida mental en ninguna parte está más patente que en su ultima voluntad y testamento, preparado durante las postreras semanas de su existencia. Allí, curiosa yuxtaposición, da testimonio de su incuestionable y cándida aceptación de los milagros y otras cosas sobrenaturales, y allí también proclama su absoluta devoción al espíritu iluminado de la investigación científíca y al ilustrado servicio a la humanidad. Una clausula testamentaria atestigua la actitud completamente moderna que lo caracterizó y marca la dedicación de toda una vida. «Por cuanto en la prolija y dilatada enfermedad que estoy padeciendo, que es de la orina, los medicos y cirujanos que me han asistido no han determinado si es de piedra o de la vejiga, y son gravísimos los dolores y tormentos que padezco sin haber tenido ningún alivio; deseoso de que los que tuvieren semejante enfermedad puedan conseguir salud, o a lo menos alivio, XXVIII sabiéndose la causa, y lo que es, que sin conocimiento ni experiencia no pueden conseguirlo, ni apHcar medicína que aicance, y pues mi cuerpo se ha de volver tierra de que se formo, pido por amor de Dios que, asi que fallezca, sea abierto por cirujanos y medicos los que quisieren y se reconozca el riňón derecho y su uretra, la vejiga y disposición de su substancia y el cuello de ella donde se hallará una píedra grandísima que es la que me ha de quitar la vida. Y lo que especularen se haga publico entre los restanres cirujanos y medicos para que en las curas que en otros hicieren tengan principios por donde gobernarse. Pido por amor de Dios que asi sea para bien publico, y mando a mi heredero que de ninguna manera lo estorbe, pues importa poco que se haga esto con un cuerpo que dentro de dos días ha de estar corrompido y hediondo». Un ejecutor del testamento informó que «ejecutose su mandato, y habiéndoío abierto, íe halíaron en.el.riňón derecho, donde dijo que sentía dolor, una piedra del tamaňo de un hueso de durazno» .20 Asi en una época en la que los restos humanos eran considerados sagrados y aun se pensaba en la disección como profanación, este sabio consagrado del Mexico del siglo XVII demostró, en su ultimo acto, el deseo de verdad y de servicio a la humanidad, aún más aílá de las fronteras de la vida. Claramente su espíritu anunciaba el fin de la época barroca y el principio de la Edad de la Razón en la America Hispana. Irving A. Leonard XXIX NOTAS 1 Antonio de Robles, Diario de sucesos notables (1665-1703), ediciön y prölogo de Antonio Castro Leal, II (Mexico: Ed. Porrüa, 1946), pp. 229-30. 2 Esta y muchas otras ckas se tomaron de la larga carta de Sigüenza y Göngora dirigida al almirante Andres de Pez. Se incluye en este tomo, intitulado Alboroto y motin de los indios de Mexico el 8 de junto de 1692, p. 20. Una copia contemporänea de la carta se conserva en la Bibiioteca Bancroft en la Universidad de California en Berkeley y fue editada por I. A. Leonard en Mexico en 1932. Vease Alboroto y motin, p. 1, nota 1. 3 Sor Juana Ines de la Cruz (1648-1695), llamada la Decima Musa, fue monja jerönima y ia escritora mäs desracada de ios siglos virreinales. Vease Irving A. Leonard, Baroque Times in Old Mexico (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 1959) y la version espaäola La epoca barroca en el Mexico colonial {Mexico: Fondo de Cukura Econömica, 1974), pp. 251-77 y passim. 4 Ernest J. Burrus, «Clavigero and the Lost Sigüenza y Göngora Manuscripts», Estudios de Cultura Ndhuatl, I (1959), 60. 5 Cf. Edmundo O'Gorman, «Daros sobre D. Carlos de Sigüenza y Göngora, 1669-1677,» Boletfn del Archivo General de la Nation, XV (1944), 579-612; E. J. Burrus, «Sigüenza y Göngora's efforst for readmission into the Jesuit Order,» American Historical Review, 33 (1953), 387. 6 Robles, Diario, II, pp. 271-72. Vease tambien la anecdota de Luis Gonzalez Obregon, «Los anteojos de un erudito» en Croniquillas de la colonia (Mexico: Ed. Botas, 1936), pp. 91-97. 7 Este interesante documento de Sigüenza esta impreso en Francisco Perez Salazar, Biografia de D. Carlos de Sigüenza y Göngora, seguida de varios documentos ineditos (Mexico, 1928), pp. 161-92. 8 Este extraordinariamente raro panfleto estä reimpreso en forma modernizada en Universidad de Mexico, II, num. 11 (1957), 17-19. 9 Respecto al padre Kino veanse las biografias de Herbert E. Bolton, Rim of Christendom (New York, 1960), y F. Ibarra de Anda, El padre Kino (Mexico, 1945). 10 Sobre este arzobispo virrey, Leonard, La epoca barroca, pp. 17-42. n Gerad Decorme, S. J., La obra de los Jesuit as mexkanos durante la epoca colonial, 1572-1767 (Mexico, 1941), I, 231. 12 Como ei libro de Sigüenza tardo en publicarse hasta 1690 es probable que el padre Kino no lo hubiera manejado, pero en 1695 este redacto otro rratado en que se refirio al Mamfiesto de Sigüenza, negando rotundamente que su propia Exposition astronomka hubiera tenido algo que ver con dicha publicacion del mexicano, y declarö que no recordo haberlo leido. Veanse Elias Trabulse, Cienciay religion en elsiglo XVII (Mexico, 1974), p. 185, n. 59, y el citado libro de H. E. Bolton, Rim of Christendom, pp. 82-83. XXX 13 Alfredo Chavero, «Sigüenza y Gongora», Anales del Museo Nacionál, III (1882-1886), 258-71. 14 A. de Vetancurr, Teatra mexkano (Mexico, 1693), preiiminares 2V. 15 Capítulo XIII, Num. 8, pp. 79-80, en la edición de Guadalajara, 1895. lň Viaje a la Nueva Espaňa, tr. Francisca Perujo (Mexico, UNAM, 1976), pp. 117-18 y passim. !7 Además del acucioso estudio ya citado de Ernest J. Burrus, véanse del mismo autor, «Francisco Javier Alegre, Historian of the Jesuits in New Spain (1729-1788)», Anbivium historicum Societatis lesu, XXII (1953), Fase. 43, pp. 439-509; Charles E. Ronan, S. J., Francisco Javier Clavigero, S. J. (Chicago: Loyola University Press, 1977). Sobre ia infiuencia de Sigüenza y Gongora durante el siglo XVII ha dicho Jaime Defgado que «ei conocimiento de la obra total de don Carlos sera probablemente, más extenso y profundo cuando se lleve a cabo un meticuloso anáiisis de la producción bibiiográfíca dieciochesca». Y luego mantiene el mismo erudito que cree «poder demostrar que ei texto de esta Memoria [que inciuye Sigüenza en su Piedad beroica} está plagiado por eí padre Julian Gutierrez Dávila en sus citadas Memoria* bistóricas de la Congregation del Oratorio de la Ciudadde Mexico, cuyos capítulos I, II, III, IV y V de! libro II de ia Parte I están tornados, a veces iiteralmente, de la obra de Sigüenza, a quien ei piagiario no cíta rix una sola vez en todo su libro. He podido comprobar, en efecto, que el texto y noticias de las páginas 45 a 52 de ía obra de Gutierrez Dávila están tornados íntegramente de ía Memoria de Sigüenza, excepto los nombres de los hermanos y hermanas de don Antonio Calderón, las Ordenes religiosas en que profesaron aquéllos y el nombre del marido de ía segonda hermana». Prologo a su excelente edición de la Piedad beroyca dt don Fernando Cortes (Madrid: Jose Porrúa Turanzas, I960), p. cvi. 18 Alexander de Humboldt, Sitios de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de America, tr, Bernardo Giner (Madrid, 1878), pp. 342-43. 19 Humboldt, Political Essay of New Spain, tr. John Black (Londres, 1815), II, p. 48. 20 Don Carlos nombró por albacea de su testamento al diarista Antonio de Robles. Véase su Diario, III, p. 107. XXXI CRITERIO DE ESTA EDICIÓN Don Carlos de Sigiienza y Góngora, maximo representante del siglo barroco mexicano, ocupa un puesto único entre los autores de los tres siglos virreinales. Aunque gozaba durante su vida de fama nacionál e internacionál, el sabio criollo actualmente forma parte del grupo de autores más citados que leídos, y es conocido, en gran parte, sólo por los especialistas. Para hacer acceso a su obra publicada incluimos en esta edición algunos de sus escritos que revelan la variedad de sus intereses y actividades y que proporcionan valiosas noticias sobre el autor y su época. Para la fijación de los textos nos hemos atenido, como se notará, a las primeras impresiones y a las ediciones más autorizadas. Aunque el lenguaje de las ultimas décadas del siglo XVII presenta pocas diferencias esenciales del contemporáneo, hemos introducido en el texto, de acuerdo con las normas establecidas en esta colección, ciertas enmiendas. Para fadlitar la lectura hemos normalizado las letras ch, c, s, ss, z, x, j, b, u, v, m; se resuelven las abreviaturas ('que' por q, 'santo' por S.); se han eliminado las contracciones ('de ellos' por dellos, 'que ésta' por questa); y finalmente hemos actualizado la acentuación y puntuación. Como el periodo barroco solía ser excesivamente largo, en pocas ocasiones hemos optado por hacer dos frases en Iugar de una. Ciertas palabras, nombres y frases se imprimieron con letras cursivas, costumbre de la época que no hemos respetado. Creemos que sin estos cambios, que sólo interesarían a los especialistas, la lectura resultaría demasiado íenta para el lector no acostumbrado. Sin pretender llevar a cabo una edición definitiva, hemos incluido notas de diversa indole que contribuirán a una mayor comprensión del texto, y hemos explicado varias palabras que puedan dificultar la lectura. Las demás notas sólo sirven para informar y explicar, para el curioso, el estado de la investigación en torno a ellas y para crear en cierto sentido el contexto necesario para una justa apreciación de la obra. Por las citas latinas ofrecemos traducciones, omitiendo la version original, y en algunos casos, sobre todo en los textos más largos del Trofeo de la justicia espaňola y la Libra astronómica y filosófica, lamentamos no poder identificar a todos los escritores citados ni íncluir abundantes notas aclaratorias, puesto que éstas necesitarían más espacio del que disponemos.* Esperamos que, siguiendo el ejemplo de Jaime Delgado y otros investiga-dores, se decidan a preparar una esmerada edición de las obras completas de XXXII Sigiienza y Gongora. Mientras ranto deseamos que nuestra aportacion, pese a sus defectos y limitaciones, contribuya a un mejor conocimiento no solo de la labor del ilustre poligrafo mexicano sino tambien de la herencia cultural de nuestra America. I.A.L y W.C.B * Por su valiosa ayuda quisieramos agradecer a ios bibliotecarios de varias bibliotecas, entre elias las de la Hispanic Society of America, la New York Public Library, Indiana University, la Biblioreca del Congreso, University of Michigan y Oakland University. Tambien damos ias gracias al Research Committee de Oakland University por la beca que hizo posibie la consulta de los fondos de dichas bibliotecas. XXXIII INFORTVNIOS QVE ALONSO RAMIREZ HATVRAL DE LA CIVDAD DE S. jUAtf DE PVERTO RICO fadgdb,itß en f oder de Inglefes Piratäs äffe lo rtprefa r Ott en las Isias Pbi!ipm4S corao navegando por fi folo,y íin derroUjlufU vararenla. Ccfta de lucatan: Configuicado pox efte medio dar vuclta al Mundo D E S C RI V E LOS Z). Carlos de Siguenzaj Gongorá Cofmographo,y Catbedratico iz óWathemtticty del Rej N. Seňor en U M. C. Garcia Bernai proporciona datos sobre dos encomenderos en Yucatan durance el siglo XVIII; en 1679 Juan Gonzalez de Akatidete tená 71 indios y Juan Gonzalez de Uiioa en IÓ5S tenia una encomienda de 35 indios en Campeche y en 1688 tenia otra con 246 narivos. Yucatán, población y encomienda bajo los Aitstrias (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científkas, 1978), pp. 248, 485, 496 y 246. En 1688 cenia la encomienda de Tihosuco doňa Inés Zapata, viuda de Francisco Muňoz Zapata, encomendero desde l64l (p. 518). 90 Tejosuco y Teiosvco, pueblo encomendado al sur de Valladolid. Jorge Ignacio Rubio Maňé dice que en 16S5 «después de sus hazaňas en Campeche los bucaneros se dirigieron al Caribe y enrraron en la bahía de la Ascension. Desembarcaron en la costa oriental de Yucatán con cerca de quiniencos hombres, se internaron y llegaron a una próspera población, la vanguardia de ia colonia espaňola en el levante yucaceco, e! pueblo de Tihosuco. Lo saquearon y destruyeron. Siguieron su rnarcha hacia el noroeste, con la míra de hacer lo mismo en la villa de Vaiíadolid». Anota eí mismo investigador que «recuperó Tihosuco ia prosperidad en ei sigio XVIII, Ilegando a ser rico granero de Yucatán. En la Guerra de Castas, 1847-1852 fue totalmente descruido. Hace unos quince aňos comenzó a poblarse de ntievo, quedando dentro de la jurisdicción del territorio de Quínanta Roo». Introduction al estudio de los virreyes de Nueva Espaňa, 1535-1746, II (Mexico: Universidad Nacionál Autonoma de Mexico, 1959), pp-128-29. 91 Antonio de Alcedo se refiere al «playón grande y hermoso, en la costa y provincia de Yucatán», Diccionario, I, p. i31. La viila de Salamanca de Bacalar, fundada en 1544 por el capitán Gašpar Pacheco, fue destruida en 1652 por los piratas ingleses y luego abandonada. Peter Gerhard, The Southeast Frontier of New Spain (Princeton; Princeton University Press, 1979), p. 9. 92 Sobre la arquítectura maya y una descripción de los pozos de agua, todavía es util ia descripción de John Lloyd Stephens, Incidents of Travel in Yucatan, II (Norman: University of Oklahoma Press, 1962), pp. 24, 35-36. 'J\ Puebio de unos 20 indios que en 1688 pertenecía a ía duquesa de Aiburquerque, doňa Ana de la Cueva Enn'quez. Garcia Bernai cita el pueblo 'Tela' (p. 532, no. 45) y Gerhard, Tiia' y Tilá' (pp. 80, 156-57). 9"* Cuando el saqueo de Lorencillo y Grammont, «D. Luis de Briaga mandó tocar a rebato, reunió trescientos hombres bajo ei mando de D. Ceferino Pacheco, encomendero de Tihosuco». Juan Francisco Molina Soiís, História de Yucatán durante la domination espaňola, II (Mérida de Yucatán, 1910), p. 317. En 1544 Aionso y Mel c ho r conquistaron los pueblos de Chaccemal y Yaymil, y íuego en 1547 eí de Salamanca de Bacalar. Descendientes de íos hermanos fueron encomenderos en la pen/nsula, aunque no figuran entre los de Tihosuco en los estudios de Garcia Bernai y Gerhard. y5 La iglesia se Jlamaba San Agusrín Tihosuco. Gerhard, Southeast, p. 78. y6 Pueblo encomendado de 618 indios en 1688, siendo encomendero don José de Saiazar Montijo. Garcia Bernai, p. 531; Gerhard, Southeast, pp. 85-86. y' Tal vez parience de doňa Cataiina Manueia de Cealerum, pensionista de la encomienda de Tixhuaíahtun en Valladolid. Exisce un titulo a favor de ella del 6 de junio de 1692, confirmado en 1699- Garcia Bernai, pp. 234 y 546. yíí Zepherino de Castro, encomendero en 1688 de 120 indios en el pueblo de Yalcoba en ia provincia de Valladolid, habiendo heredado ia encomienda a don Tomáš de Castro Velasco, su padre. Garcia Beranal, p. 527. 5)9 Ytzamal al noreste de Mérida, fue ia antigua izamatul, centro religioso maya. Sobre las ruinas de la primitiva pirámide construyeron los franciscanos un tempío, y en 1559 fray Diego de Landa era jo de Guatemala dos imágenes de la Inmaculada, una para Mérida y otra para Izamai. Nuestra Seňora de Izamai, coronada en 1949, es la patrona de coda la peninsula, Bernardo de Lízaná, História de Yucatan < 1633) y Scephen, Incidents of Travel, pp. 283-85. 100 Juan José de ia Bárcena, gobernador de Yucatán, 1688-1693. M. C. Garcia Bernai ofrece un extracto de una carta suya al rey, 1° de mayo de 1689, en La sociedad de Yucatán 46 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americartos, 1972), p. 100. Véase J. F. Molina Solis, História, II, pp. 322-29. 101 Casa en ei barrio de San Cristóbal en Mérida. Garda Bemal cita una cerrificación de Bemardo Sabido, «escribano real y público de Merida», fechada el 12 de noviembre de 1681. Sociedad, pp. 39i y 403- 103 En 1681 el padre Cano escribíó la «Licencia del ordinario» de la Exposición astronómka del padre Kino, y eí aňo siguiente dio la aprobación eclesiástica para la Libra astronómka de don Carlos de Sigüenza. De esre religioso escribió Agustín Vetancurt: «Ei Seňor Docr. D. Juan Cano Sadobaí, natural de Mexico, Canónigo, Maestreescueía, yjuez Provisor del Arc,obÍspado, y Obispo de Yucatán, cuyas letras fueron cortocidas». «Trarado de la ciudad de Mexico» en Teatro mexicano, p. 19- Veanse A. Alcedo, Diccionario, TV, p. 231 y J- 1. Rubio Mam, Introducción, III, p. 164, n. 125, donde se lee: «Por bula del 17 de dkiembre de 1682 fue promovido a obispo de Yucatán y tomó posesión en Mérida el 8 de agosto siguiente. Se caractenzó en esa mitra por su energia en promover reformas sociales, por su actividad en instaiar varias parroquias en diversos puebíos de su vasta diócesis, estableciendo también escuela de primeras letras en codas, y por la suma caridad que ejercía, refiriéndose que en una ocasión de nortes invernales se despojó de su capa y la puso en los hombros de un mendigo que se quejaba del frío. Muríó en esta mitra, en Mérida, el 20 de febrero de 1695.» 104 Otro amigo íntimo de Sigüenza y Góngora, a quien debemos haberse «salvado del naufragio» la Libra astronómka y filosófica del catedrático y astrónomo. Véase la introducción a la Libra astronómka, 105 Las edkiones modernas de esta obra oŕrecen 'viaje', palabra que aparece en la edición de 1902, en íugar de 'viátíco', «prevencion, en especie o en dinero, de lo necesario para el sustento del que hace un viaje» (Diccionario). 106 En 1686 este discípulo predilecto deí autor había hecho un viaje de reconocimiento del Seno Mexicano en busca de una posible población francesa estabíecida en aquellas playas. Sigüenza no deja de referirse a este amigo en varios escritos suyos, siendo el ultimo ía «Contestacion a Andres de Arriola», escrita el 9 de mayo, 1699, donde le llama «un ángel en las costumbres, véase Fco. Pérez Salazar, Biografia, p. 140. sobre este alumno de Sigüenza, I. A. Leonard, Documentos inéditos de don Carlos de Sigüenza y Góngora (Mexico, 19Ó3), pp. 44-45, 52, 73 y 108. 107 Después de llegar a Veracruz, Juan Enríque2 Barroto parricipó en la batalla conrra los franceses en Santo Domingo que narra Sigüenza en el Trofeo de la justícia espaňola. «Catorce oficiales, veinte artilleros con su Condestable, Cornetis Cornelio, ocho marineros, cinco grumeres y tres pajes» acompaňaron a Enríquez Barroto, y creemos que entre éstos estaba Alonso Ramirez, quien llegó a ser capitán de mosqueteros y a quien llama en el Trofeo (p. 29) «don Alonso Ramirez», Véase Jorge I. Rubio Maňé, Introducción al estudio de los virreyes de Mueva Espaňa, III {Mexico, 1961), p. 34. 47 TROFEO ^ DE LA JVSTICIA ESPANOLA EN EL.CASTIGO DELA A'L EVOSIAFRANCESA giJE AI ABR1CO DE LA ARMÁDA dt Bd.rJovento, cxc(xt$ron los Lfinxcros de Id ijlsde Šatno Domtngo, tu los qt(tde a^míIIa. nacton ou/pan [hs coýdí Dcbido cocioi providcntcs ordenei ho,j Cztheárfitko dc ^Kdcthtmi' hus dtíKfj Ař.S.enlsyíi^itrn\&Mexičan** Ai* <í* M- DC. XCí, TROFEO DE LA JUSTICIA ESPANOLA EN EL CASTIGO DE LA ALEVOSIA FRANCES A1 I Desde que tiempo ash ten franceses en la America! lo que en ella ccupan, con especialidad en la isla Espamla, y castigo que tal vez por esto se les ha hecho, Ya llegan hasta la America las centellas de los incendios marciales con que se abrasa Europa, pero si alia se desempenan las catolicas armas, como aca se ha hecho, solo sera el arrepentimiento y pesar lo que se inferira de sus violentas resoluciones el cristianisimo rey de Francia.2 Alia, aunque sean aparentes y mal fundados, de necesidad ha de haber prestado motivos para el rompimien-ro, pero para hacer lo propio en las Indias ni aun aquellos riene, pues, cuanto en ellas ocupan sus vasallos solo es a titulo de la sinrazon y violencia con que, como siempre lo hacen, roban lo ajeno. Adelantarle los lfmites a su imperio sin mas justicia que la que aseguran las armas es maxima de aquella corona, porque se lee entre las que escribio Maquiavelo;3 y como al ejemplar de las cabezas supremas ordena el vulgo sus procederes, monstruoso. fuera en la nacion francesa no hacer lo propio, pero asi lo hacen. Dandose por desentendido el cristianisimo rey Francisco I de estar en posesion de toda la America por donacion pontificia el invirtisimo Emperador Carlos V, sin mas motivo que emuiar sus glorias envio el ano de mil quinientos treinta y cuatro a que registrase las costas mas septentrionales de este Nuevo Mundo a Jacques Carder,4 el cual, sin hacer cosa memorable, repitio tres veces el viaje; hasta que el ano de mil quinientos cuarenta se le encomendo a monsieur de Roberval, y pareciendole mucho haber entrado por el gran no de San Lorenzo o de Canada y levantando dos casas que, aunque se fabricaron de cuatro palos, se las vendieron a su rey como dos castillos con las inscripciones de Charlesbourgh Royal y France Roi, se volvieron a Francia. Repitio la misma diligencia el ano de mil quinientos noventa y ocho el marques de la Roche con igual fruto, y otro tanto el ano de mil seiscientos 51 cuatro monsieur de Monts, a quien siguio monsieur de Poutrincourr el ano de mil seiscientos diez. No tuvieron asiento sus cosas en esra parte de la America que llamaron Nueva Francia o el Canada hasta que el ano de mil seiscientos once pasaron a ella los padres Pedro Byard y Edmundo Massey, jesuitas a quienes, por intercesion de la marquesa de Guerceville y solicitud del padre Gilberto du Thet, mando dar la reina gobernadora lo que necesitaban para el viaje, pero este y otros que lo acompariaron en el segundo murieron a manos de ingleses en el rfo Pentagouet. Interin que esto sucedia en la parte austral del rio de San Lorenzo, hizo varias entradas por la septentrional monsieur Champlain5 desde el ano de mil seiscientos ocho hasta el de mil seiscientos diez y seis; y por ultimo, perseverando en tolerar los trabajos de tantos afios, consiguieron ocupar un gran pedazo de tierra un dilatado reino, cuya metropoli es Quebec, en que reside virrey y obispo y en donde hay conventos de varias religiones y monjas ursulinas y lo que es consiguiente a un lugar muy grande. Sfguense a esta ciudad las de Tadousac, Montreal, Richelieu, Plaisance, Port Royal y algunas otras poblaciones. El poco caso que hicieron los espanoles de los primeros viajes de los Franceses a estos parajes, por considerarlos remotos de los que conquistaban entonces (pues corren desde 45 grados al norte hasta 53) dio animo a monsieur Coliny, almirante de Francia, para que el ano de mil quinientos sesenta y dos enviase a su costa a Juan Ribaldo6 a ocupar la Florida y fortificarse en ella. Asi lo hizo, y avistando el cabo que llamo de Dolphins en 30 grados de altura y reconociendo la vuelta del norte los rios de May, Seine, Somme y Loire hasta el de Port Royal, fabrico a Charlesfort casi en la boca de este, y comenzo a poblar. Sucediole Renato Laudonier el aho de mil quinientos sesenta y cuatro, y volviendo aquel el siguiente con bastantes fuerzas a recuperar su gobierno, acometiendolos a todos con una armada de seis navfos, el adelantado de la Florida, don Pedro Melendez, con muerte de mil quinientos franceses luteranos y calvinistas que alii se hallaron, escarmen-taron los que estaban para venir a continuar la poblacion de lo que no era suyo y abominaron para siempre de la Florida, que tan antiguo es descalabrar los espanoles a los franceses en la America por castigarles sus robos. Corrieron los anos, y hambreando lo ajeno sin respeto a incomodidad, comenzaron a introducirse en algunas de las islas de Barlovento, como son la Martinica, San Cristobal, Santa Lucia, Guadalupe, la Dominica, San Martin, San Bartolome, la Granada y otras, no tanto por pasar allf la vida con conveniencia (pues ninguna ofrece el corto terreno de que se forma) cuanto por tener de donde salir a piratear e infestar los mares y a donde se acogiesen los que de otras naciones ejercitasen lo mismo. En la tarea continua de tan cristianisimas obras, hallaron despoblada la costa septentrional de la isla Espanola, y aun tambien la del oeste y parte de la del sur, resolucion que, por 52 motivos que obligarían a ello, tomó el prudentísimo rey Felipe II en tiempos pasados. Convidóles la ninguna defensa que tenían a seňorearse de ellas, escogien-do la inmediata isla de la Tortuga7 para plaza de armas; y cuando dictaba la razón enviase a casrigar a sus vasallos como ladrones, como s i fuese patrimonio suyo, proveyó gobernador que la mantuviese a su devoción ei rey cristianisimo. Siguióse de ello embarazarse ei tráfico maritimo con los muchos piratas franceses que de allí salían, bastimentándose primero de lo que en la isla Espaüola robaban a todas horas. Llegaron ei aňo de mü seiscientos cincuenta y tres estas desvergüenzas a su mayor extremo; y pareciéndole al doctor don Juan Francisco de Monte-mayor de Cuenca (que, por muerte del presidente,8 como oidor más antiguo gobernaba la isla) se atribuiría a timidez cobarde tanto sufrir en espacio de vemte y ocho dias forme un pie de ejército de quinientos hombres, y enviándoio en cinco embarcaciones a la isla de la Tortuga, sin que sirviese de estorbo al desembarque y marcha la oposición del enemigo, habiéndolo rechazado y ganádole algunas poblaciones y puesros aventajados, se acordonó la fortaleza, que con cuarenta y cuatro piezas montadas allí tenían y en donde se había recogido monsieur de Fontenay, gobernador de la plaza,9 con quinientos hombres de armas, sin las mujeres y niňos. Fueron los efectos de nuestras baterias tan eficaces que a los ocho dias, esto es a diez y nueve de enero de mil seiscientos cincuenta y cuatro, se rindió con condiciones honestas, siendo asi que se hallaba con bastimentos para mes y medio, grande cantidad de armas, mucha mayor de cuerda, póivora y balas, ochenta piezas de artillería, y algunas de bronce, tres bajeles y once embarcaciones pequenas; y contentándose con sola la ropa de vestir y los soldados de presidio con sus escopetas despues de haber juramentado ei no volver a aquellos parajes, por no ser suyos, en dos navios que se les dieron se fueron libres. Pero a pocos dias, contraviniendo a la religión del juramento (éste es su estilo), procuraron recobrar la plaza perdida, y consiguieron retirarse sin un bajel de su armáda, y no medraron poco en volver con vida. II Acometen alevosamente a los vecinos de la ciudad de Santiago de los Caballeros, oposición que entonces se les hace y saüsfacetón que después se comienza a tomar de lo que en ella hkieron.10 No pretendo hacer história de cuantos malos sucesos han tenido los franceses en esta America, porque aun para referirlos en compendio se necesitaba de un übro. Asunto es, y muy lieno, para más bien cortada pluma que la que a mí me sirve; y porque al que en ei se atareare no le hagan falta las verdaderas 53 noticias de lo que este aňo de mil seiscientos noventa y uno obraron las católicas armas en la isla Espaňola, castigando algo de lo mucho que en ella han delinquido los franceses que, sin más título que el de ladrones, ocupan sus costas, reformando por segundas cartas lo que (vaiiéndome de las pnmeras que de ordinario son diminutas) en una relación publique, referiré aquí con más difusión todo el suceso para perperua memoria. Hallándose monsieur Coussy,11 intitulado gobernador de la isla de la Tortuga y costas de la Espaňola por el rey cristianísimo, con mucha pujanza de fuerzas adquiridas, asi con el comercio naval como con las piraterías y robos que en los mares y puertos de las Indias hacían los suyos, o por orden que tendría de su rey para hacerlo asi o ansioso de la inmortaíidad que le granjearía a su memoria una acción heroica, quiso conseguir con las armas y aievosamente lo que la ambición en algún día de regocijo le ofreció a la idea, y no era menos que hacerse seňor de toda la isla para diiatar en cuanto pudiese el francés dominío con los procederes mismos que en la Europa se hace. Junto para ello un cuerpo de hasta mil hombres distribuidos en un estandarte de caballería y ocho banderas; y al son de timbales, cajas y. clarines, siendo éí mismo quien, acompaňado de muchos cabos y capitanes, los gobernaba, marchó para la ciudad de Santiago de los Caballeros, distante de la Vega diez leguas y de la de Santo Domingo treinta y seis. Puede ser que aiíí tengan predominio el sangriento Martě, pues habiéndola fundado el primer al mi raňte don Cristóbal Colon para fortaleza en que se defendiesen los espafioles de las hostilidades del rey Guarionex,12 conservando hoy sus primitivos alientos, sirve de frontera al enemigo por aquella parte. Fue descubiertc a cuatro de julio y a diez leguas de la ciudad por aígunos monteros que aílí se hallaban, y noticiándolo al gobernador de las armas, íuego al instante se previno con diligencia lo que en tan súbito acontecimien-to dictó por una parte el valor y por otra el susto. Persuadido en este ínterin a que sólo el estruendo con que marchaba bastaría a que, atemorizados con los espaňoles, se le rindiesen, hizo Uamada con una trompeta para proponer a los nuestros:13 ser maxima tan antigua cuanto lo es el mundo estimarse por conveniencia de los que menos pueden sujetarse para que los patrocinen y honren a los que pueden más; que movido él de esta razón y de la generosídad de su ánimo, con el caríňo que (aunque de otra nación) los atendía como a vecinos o, por mejor decir, con lástima de que allí viviesen como salvajes sin más armas para defender sus personas y pocos bienes que unas toscas lanzas y (lo que era digno de toda lástima) encerrados entre montaňas y bosques sin gozar de las utilidades que ofrece el mar en su continuo trasiego y de lo mucho más que se logra con comercio libře, había tornádo trabajo de venir en persona a proponerles diesen la obediencia al cristianísimo rey de Francia, el más poderoso monarca de todo el mundo, pues hacía contrapeso su potencia a las de Europa; que mientras menos réplicas hiciese su propuesta, se dispondría a ser capaces de mayores honras y 54 privilegios; y que, si a esto se aňadían (como vasalios que ya se consideraban de un mismo rey) acompaňarlos hasta la ciudad de Santo Domingo para que, a su generoso ejemplo como hombres prudentes, ejecutasen lo propio los que la habitaban, se asegurasen alcanzan'an de su mejorado rey y seňor cuanto sin limite le pidiesen; que de lo contrario, con denegación de cuartel Io pondrian todo a fuego y sang re. Que se fuese él y los suyos en hora mala fue la respuesta más pronta que le dio al trompeta la fidelidad espaňola. Y aunque bastaba ésta a proposición tan destinada, aňadióse: que mal se manifestaba la generosidad de ánimo que blasonaba monsieur Coussy, queriendo por medio de una violencia hacerse dueňo de un todo sin más justicia que teuer usurpada una parte suya; que la isla Espaňola había sido la puerta por donde habían entrado los Reyes Católicos a la posesión de la America y el principio desde donde consiguieron sus armas seňorear los fines del universo; que a esta razón estaban obligados cuantos espaňoles la habitaban a manteneria a su seňor legítimo, como a piedra de las de mejor quilate de su corona; que su sangre, derramada por esta causa, seria la que verificase la fidelidad de sus procederes; y que, aunque pocos en numero y faltos de armas, saldrían a recibirlos en el camino para que excusasen el trabajo de aiguna marcha. Irritados los franceses con este desengaňo, en una'sola llegaron como a las doce del día seis de julio a media legua de la ciudad donde, a la vera del rio Yaque, le esperaba nuestra gente en me nor numero que el de quinientos hombres sin más armas ofensivas que solas lanzas y sesenta bocas de fuego. Acometióles la infantería y caballería de aquéllos con empeňada resolución y repetidas cargas; y aunque a tanta desigualdad de armas y gente se h i zo tan valerosa resistencia que con muerte de solos once de los nuestros perdieron ochenta de los suyos, y entre ellos un capitán, y la mayor parte de su bagaje, no teniendo más muralla la ciudad que los pechos de aquellos vaterosisimos espaňoles, mientras éstos e ran bianco a las balas del enemigo con algunas cornpaňías de caballería e infantería que tenia sobresalientes. En el interme-dio del recuentro se apoderó de ella. Habiendo pasado toda la noche en continua centinela, curando los muchos heridos que saco de la batalla (de que quedaron sangrientas y horrorosas seňales en la iglesia parroquial, donde se alojó con irreverencia por seguro), a las primeras luces del día siguiente, después de haber robado cuanto halló en ellas y puesto fuego a la mayor parte de las casas Qquién duda que, temiendo el socorro que los de esta ciudad de Santiago, podían tener los de la Vega y Cotuy, a qulenes habían noticiado el suceso?), se comenzó a retirar. Persuadidos los nuestros que asi sería y que no podrian remediar lo que en lo material de la ciudad ejecutaria su ftereza, procuraron con emboscadas conseguir lo que, con la poca gente y menos armas con que se hallaban, era imposible de cuerpo a cuerpo; pero sólo se logró una de veinte y cinco 55 lanceros a cargo del capitän don Francisco de Ortega que, cortandole la retaguardia con perdida de catorce hombres, le matö setenta, y sin caer en las restantes por mudar Camino, prosiguiö la marcha a sus poblaciones a jornadas largas. Con la noticia cierta de tan iriopinado accidente se irrito de tal manera el noble ardor y reputaciön generosa del almirante don Ignacio Perez Caro,14 gobernador y capitän general de la isla Espanola y presidente de la Audiencia Real de Santo Domingo, para solicitar (por cuantos medios le sugiriese la posibilidad) la venganza justa y digno castigo de atrevimiento tan grande que para conseguir el absoluto exterminio de los franceses, desalojändolos de cuanto ocupan en aquella isla, quiso con providencia disminuirles las fuerzas con repetidas hostilidades para que en la ocasiön que ofreciese la fortuna mas a propösito se log rase lo que premeditaba con feliz acierto. Ordenö para esto a los cabos militares de la ciudad de Santiago y a los de las villas de Azua y Guaba,15 que son frontera del enemigo, le corriesen a este la campaüa continuamente no solo para talarle cuanto su solicitud descubriese o les ofreciese el acaso sino para adquirir noticas individuales de la gente y capitanes de milicia y corso con que se hallaba de la disposiciön de sus fortalezas y poblaciones y de Io demäs que condujese al deseado fin. En ejecuciön de estos ördenes en varias salidas que hizo el valerosfsimo capitän Vicente Martin con la tropa del sur (que es de gente pagada) y los vecinos de Guaba y Azua mataron veinte y ocho franceses y aprisionaron nueve, quemando una estancia de jatibonico, que se componia de una casa grande y espaciosa, y cuatro bobios. Rozäronles tambien cuantas labranzas alii tenian, y picändoles doce canoas que en el rfo estaban con cantidad de corambre pasando de aqui al Arbol del Indio, mataron dos franceses y aprisionaron otros dos, quitändoles al mismo tiempo gran cantidad de caballos. Los vecinos de Azua quemaron en una ranchen'a trescientos cueros, sin los que sacaron para sus menesteres, que fueron muchos. La tropa del norte (que es tambien de gente pagada), corriendo las costas de aquel distrito y matando tres y aprisionando siete franceses que de una balandra habian salido a tierra, se apoderö de ella y de su carga, y le puso fuego. III Llega en esta ocasiön la Armada de Barlovento a Santo Domingo; dbrese un pliego del excelente senor virrey, conde de Galve, y disposiciön providentfcima suya que en el se halla,16 En estos ejercicios se ocupaban los valerosfsimos islenos, interin que arbitraba su providente gobernador y capitän general eficaces medios para exterminar a 56 los franceses de aquella isla, cuando a nueve de noviembre amaneciö la Armada Real de Barlovento sobre sti puerto. Surgiö en el como a las dos de la tarde, y despues de haber entregado a los oflciales del rey el situado que se conducfa en ella para el socorro anuo de aquel presidio, saliendo a tierra el general don Jacinto Lope Gijön, el almirante don Antonio de Astina y otros capitanes, previas las mutuas gratulaciones que dicto la urbanidad a la Junta gtavisima que de estos sujetos se hizo en el palacio del gobernador don Ignacio Perez Caro, donde concurrieron los personajes mas circunspectos de la repüblica, no dejö de servirles de complacencia (pues les templö algün tanto el enojo con que se hallaban irritados por lo pasado) saber habfa castigado la Armada a los franceses en este viaje cuando pudo hacerlo, como aqui dire. A seis de octubre, estando en altura de 27 grados y 37 minutos, se vio la vela luego al amanecer, y haciendo sena con la bandera la capitana, hizo por ella el patache nombrado el Santo Cristo de San Roman del cargo del capitan don Tomas de Torres, a quien siguiö el capitan don Andres de Arriola17 en San Nicolas. Costö grande trabajo el reconocerlo por ser el viento puntero y poco, y disparändole pieza para que amainase, respondio con bala, y batiendo la bandera holandesa con que venia, largo una francesa y presentö la batalla con tan gran denuedo y resistencia que durö tres horas, gastando cuatrocien-tos cartuchos de polvora en su defensa. Y aunque procurö antes ponerse en diferentes derrotas, por ultimo abatiö la bandera, y amainö las velas, y se rindiö. Era un pingüe frances de cuatrocientas toneladas, diez y seis piezas montadas y cuarenta y siete hombres de dotaciön que, cargado de azücar, algodön, ahil, cacao, cahaffstola y algün tabaco, habia salido de la Martinica para San Malo en Francia. Quedaron heridos quince y murieron en su defensa cuatro franceses, y de los nuestros dos en San Nicolas y otro estropeado. El dano que se recibiö en su aparejo fue considerable, pero, no obstante, se remedio, y tomandosele los balazos que tenia debajo del agua, tripulado de gente espanola, se agregö a la Armada, y con el resto de los que la componian estaba surto. Interrumpiö estas präcticas al hacer patente el general de la Armada un pliego con que se hallaba del excelentisimo sehor virrey de la Nueva Espana sobrescrito asf: «Primero pliego que ha de abrir el general de la Armada de Barlovento, don Diego Jacinto Lope Gijön, en presencia del gobernador y capitan general de la isla de Santo Domingo». Estimulö la curiosidad a que luego al instante se hiciese asi, y su contexto es este:18 «Estando declaradas las guerras de Francia y teniendo esta naciön muchas poblaciones en esta isla con cercana inmediaciön a las nuestras, por cuya causa puede tener el gobernador y capitan general de ella ordenes de su Magestad para alguna operaciön, o motivo por sf para asegurar sus fronteras, o entrar en las contrarias, de donde reciben los vasallos de su Magestad en las labores y 57 haciendas de aquellos territorios muchas hostilidades y robos, teniéndolos en continuo desvelo, en consideración a que pudiera ser que, por faka de fuerzas marítimas, dejáse el gobernador y capitán general de dicha isla de hacer o intenrar aigún buen efecto de que resukase mayor seguridad a los vasalLos y dominios de su Magestad, me ha parecido conveniente a su real servicio poner a la orden de dicho gobernador y capitán general la Armada para que, valiéndose de sus fuerzas, en caso de necesitar de ellas, las aplique a la operación y efecto que hallare más conveniente y necesario a su seguridad y proporcionado a ellas; resolviendo el empleo que se determinare en junta con los cabos militares de esa plaza y con los de la Armada; y la operación que en ella se resolviere la ejecutará el general don Jacinto Lope Gijón y su almirante, don Antonio de Astina, y demás cabos militares y de mar de la Armada de Barlovento, guardando las disposiciones que diere el gobernador y capitán general de la isla de Santo Domingo, que no dudo se arreglará en esto a las órdenes de su Magestad y a las experiencias adquiridas en ei tiempo de su gobierno (presuponíase cuando esto se dictó el que todavia ocupaba el de aquella isla el maestro de campo don Andres de Robles), para que se logre con felicidad el buen efecto que deseo en el real servicio. Y porque si llegare alguno de los casos expresados no pueda poner embarazo el general de la Armada por deck le faka orden mio, me pareció darlo y prevenirlo en ésta para que lo ejecute; y de lo que en esto se obrare y resolviese traerá el general testimonio y entera relación de lo sucedido para que la dé a su Magestad. Mexico, 4 de Julio de L690. El conde de Galve». Ocioso será ponderar aquí cuánto séria el regocijo y complacencia de los que allí estaban. Dábanse parabienes los de la Armada por tener ocasión honrosa donde se viese prácticamente su grande esfuerzo; victoreaban los de tierra al excelentísimo seňor conde de Galve porque, redimiéndolos del desvelo que eí defecto de medíos para castigar al francés los tenia inquietos, les ponía en sus casas (con providencia que emulaba a la Divina, por no esperada), lo que ni aun la idea les ofreció en sus discursos. Y advirtiendo haber fírmado el orden a cuatro de julio, que fue el mismo día en que hicieron Hamada los franceses con el trompeta para persuadir a los vecinos de la ciudad de Santiago la defección o denuncíarles la guerra, se tuvo por prenuncio seguro de la victoria. Di je, cuando otra vez discurrí este asunto, hallarse en la mano de Dios el corazón de los que gobíernan para inclínarlos fácilmente a lo que fuere su agrado;19 y que asi se verifícase en el suceso de ahora nos lo asegura ésta, que otro juzgará casualidad no siendo sino disposición del Altísimo, pues fue su justícia, sin duda alguna, la que movió el corazón de este religiosísimo princípe y le dictó el orden y ella misma la que al subscribirlo le gobernó la mano. Más que esto dtgo: propia es de Dios la que en el instante individuo en que se comete la culpa, firma la sentencia en que le decreta el castigo. Baste la prueba lo que todos saben del sacrilegio de Baltasar.20 Y pues los franceses lo imitaron, profanando el templo de la ciudad de Santiago, razón era no 58 faltase mano en el mismo tiempo que escribiese en sustancia y en más inteíigibles caracteres lo que la otra, si pudo ser otra la que por los efecros se declare una misma. Y si para que alcanzasen victoria los j us tos de los que, acaudi Ilados del cananeo Sisara21 blasonaban de impíos sin que dejasen las estrellas el orden que se conservan en la expansion etérea donde se hallan, quiso Dios que a aquéilos les administrasen las armas quien substituye en la septentrional America por el luminar mayor de la monarquia espafiola, que mucho es, que desde el cielo de Mexico (sincopando dištancia su Providencia) al instante en que los de la ciudad de Santiago vieron sobre si la impiedad francesa, equivocándose su mano en la del mismo Dios al tomar la pluma, les pusiese en ias suyas sobradas fuerzas para vengar su injuria. IV Determinate hacer guerra a los franceses poblados en el Guarico por mar y tierra; gente que para ello reduta y los cabos que se nombran para su gobiemo. Puso treguas al coraje con que se hallaban todos la resolución que se tomó de formar la junta de guerra que expresa el orden. Cítóse para ella al maestre de campo don Pedro Morel de Santa Cruz, que lo es del tercio de la gente de Santiago, Vega y Cotuy,22 al sargento mayor Antonio Picardo Vinuesa, que ha gobernado las armas de aquella ffontera por largo tiempo, y a los capitanes de los restantes íugares de la isla. Y para que en el interin que llegasen se asegurase la Armada, se resolvió entrasen los baieles dentro del puerto. Fue para ello forzoso se alijasen, especialmente la capitana, de donde se saco toda la artilleria. lastre, aguada, bastimentos, municiones, vergas, masteleros y aún hasta las cajas de la gente de mar y de los soldados. Fue uno solo el voto de los capitanes de mar y de tierra, y su contenido: no deber perderse la ocas ión que el excelentísimo seňor virrey de la Nueva Espafia les ofrecía, pues era la misma a que anhelaban todos, y que siendo indubitable regia de la prudencia no perder tiempo en funciones militares donde en la dilación, si le falta el arte, se experimenta el peligro, no pudiendo estar en mejor postura las cosas que en la presente, asi por hallarse fatigados los franceses de las costas inmediatas con la vigilancia en que los ponían nuestros ianceros, en cuyas manos habían dejado la vida muchos de los suyos, a que se aňadía no poder ser socorridos ni de las islas de Barlovento que poseían por haberlos desbaratado en ellas la armada inglesa no mucho antes, ni la de Nueva Francia por muy remota, ni de la antigua por las guerras con que estaba embarazado el cristianisimo rey con toda la Europa. Debia 59 hacérseles guerra por mar y tierra no con conjerura probable, si no con seguridad casi evidente de alcanzar victoria. Que fuese asi y que se diese el avance al puerto dei Guaríco y poblaciones inmediatas fue lo que en esa junta se resolvíó, y antes de disoiverla, despachó el gobernador don Ignacio Pérez Caro apretados órdenes (bastaban insinuacio-nes) para que, asi de la gente de presidio de aquella plaza como de los milicianos de la ciudad y lugares de tierra adentro, se reclutasen mil trescientos hombres que se juzgaron entonces suficientes para pie de ejército; y seňalando la ciudad de Santiago para plaza de armas, se comenzaron a prevenir los víveres, municiones y restantes cosas necesarias con sumo ardor para excusarle noticias de lo determinado al enemigo francés. Para remediar también el defecto de práctico de aquellas costas del nořte con que los pilotos (y no otros) de la Armada se embarazaban, entre muchos que generosamente se ofrecieron para este empeňo, nombró el gobernador diez lanceros que de la misma costa del nořte se trajesen. Tal es la resolución y empeňo inimitables de aquellos hombres que en breves días, como si hubieran ido a caza de íiebres después de haber muerto a no sé cuántos, pusieron dos franceses en su presencia, de quienes apenas se pudo saber lo que se deseaba. Hubiera sido empeňo de algún cuidado darle cabeza proporcionada al valiente cuerpo de aquel ejército, si no lo excusara la aclamación publica con que en una uniformidad de dictamen pidieron todos se diese la generalía al maestre de campo don Francisco de Segura Sandoval y Castilla, gobernador y capitán generál que había sido de aquella isla y presidente de su Real Audiencia, cuya sangre derramada en servicio de su rey y seňor, cuando se ha ofrecido, manifiesta el valor y practica militar con que se realzan sus prendas. Dieron ascenso con aplauso a la voz común del gobernador actual, los ministros de la Audiencia, el generál de la Armada y los cabos principales de mar y tierra. Y pareciéndole a don Francisco no haber mejor modo para reconciliarse con la fortuna que exponerse a un riesgo, por obsequiar a la Magestad Católica del rey don Carlos ji, nuestro seňor, sacrificando su vida en el manifiesto en que le ponían los que lo aclamaron, aceptó el bastón. Diose segundo lugar en el mismo cargo a don Pedro Morel de Santa Cruz, maestre de campo generál del ejército, persona de incomparable valor y con quien sólo pudiera competir Martě, si viviera ahora. Nombróse por teniente generál al sargento mayor Antonio Picardo Vinuesa, quien (como he dicho) gobernó las armas de la frontera de Santiago muchos aňos con grandes crédítos; y por sargento mayor a don José de la Piňa, que lo es actual de la plaza; por capitanes de la infantería del presidio a don José de Leoz y Echalaz y don José Féliz de Robles y Losada; de los milicianos de la ciudad de Santo Domingo a don Antonio de Astilla Borbalán; de los morenos criollos a Jerónimo de Leguisamón y por paje de guión y estandatte real al capitán don Pedro de U harte. Sin mas quince compaňías de la gente de tierra adentro 60 que, gobernaclas de valerosfsimos capitanes, marcharon desde sus lugares a la plaza de armas, a quienes siguiö el general don Francisco de Segura, saliendo a veinte y uno de Ia ciudad con acompanamiento de la nobleza y general aplauso. v Sucesos de la Armada desde que sale delpuerto de Santo Domingo hasta llegar a la bahia del Manzanillo; lo que alli' determinan los generales de mar y tierra y lo que por noticia de nuestras operaciones tenian dtspuesto los franceses. Dispuesta la capitana de la Armada como estaba antes y reforzada esta, asi con el pingüe apresado como en otros dos vasos que (para que con facilidad se pusiese la gente en tierra), fletö el gobernador don Ignacio Perez, y eran un barco habanero y un bergantin. A las nueve de la noche del dia veinte y seis de diciembre se hizo a la vela, y forcejando contra las corrientes y el viento (como los pilotos lo recelaron), reconociendo que el pingüe por ser de mala vela se sotaventaba y los detenia, porque no ocasionase algün atraso que malograse la empresa, a tres dfas de navegar ordenö el general don Jacinto Lope Gijön que, asistido del capkan de mar y guerra don Francisco Lopez de Gamarra en la fragata Concepciön y del capitan de mar don Jose de Aramburu en el bergantin fletado San Jose, se volviese al puerto. Andüvose con poca vela de un bordo y otro, esperando a estas dos embarcaciones, pero viendo su dilaciön (peleando con los vientos y con excesivo trabajo, asi de la gente que los mareaba como de los mismos bajeles que lo padecian), prosiguiö la Armada hasta pasar a la banda del norte; y a doce de enero de mil seiscientos noventa y uno se dio fondo en Monte Cristi,24 donde el dfa siguiente se pasö a la bahia del Manzanillo sin accidente notable, si no lo es no haber servido hasta alli de cosa alguna los dos prisioneros franceses que se llevaban por präcticos. No se sabe si los gobernaba la milicia o, de hecho, los excusaba del castigo que por ello merecian la ignorancia. Era este el puesto donde, de comün acuerdo, se habian de dar la mano en sus disposiciones el general de la Armada y el del ejercito; y habiendo este adelantado las marchas cuanto le fue posible y teniendo hombres por la costa que se vigilasen, de tres que se hallaron en la playa y que trajeron a bordo se supo estar alojada en la Iaguna Antona a nueve leguas de alli y que, estando ya noticiado por ellos de la cercanfa de la Armada a aquella bahia, vendria sin duda el general don Francisco de Segura el siguiente dia. Asi fue, porque a las diez horas de la rnanana siguiente, dändose mutuos placemes de la felicidad con que hasta alli sucedia todo, se abocaron los dos 61 generates y, ahorrando dilaciones, formaron junta en que, fuera de estas supremas cabezas, concurrieron el teniente general Antonio Picardo Vinuesa, el maestre de cam po general don Pedro Morel de Santa Cruz, los capitanes don José de Leoz y Echalaz, don José Féliz de Robles y Losada y otros que habían venido acompaftando a su general, y de los del tercio de la Armada, el capitán comandante don José Márquez Caíderón y los capitanes gobernadores don Antonio Ramírez24a y Juan Gómez. Determinóse en eíla se metiesen en la Armada trescientos lanceros en cinco compaňías a cargo del sargento mayor don José de Piňa para que el día veinte y uno precisamente, al abrigo de la artillería de los navíos y de la mosquetería de los soldados del tercio, saltando en tierra, se fortificasen en ella para que, ocupando los caminos de Puerto Pe,25 se les impidiese el socorro a los del Guarico; y porque todo se hicíese a punto, se determínó también que a diez y seis saliese el ejército de la laguna Antona, donde se alojaba, y prosiguiese su marcha. Estando en la espera de estos lanceros, entraron el día diez y seis en la bahía el bergantín y fragata; y se supo de sus capitanes don Francisco Lopez de Gamarra y don José de Aram bur u habían encontrado cuatro balandras de guerra inglesas en Puerto de Plata26 y que, llegando el bergantín a hablarles, le dieron una rociada de mosqueta20s y que, retornándoies dos cargas de sus pedreros, metió en viento sus velas para abrigarse con la fragata, la cual les disparó su artillería y mosquetería; y respondiendo todas cuatro con el mismo estiío, tiraron para tierra, y la fragata y bergantín prosiguieron su viaje. A diez y ocho llegaron los trescientos lanceros con noticia de que a veinte y uno, sin falta, se daria el avance al Limonal,27 primera población de los franceses, y el mismo día se repartieron en los bajeles menores y en los barcos. A diez y nueve, juzgando era necesario sondar la barra y canal, porque se presumía de poca agua para ganar algún tiempo se levo la Armada, pero haciéndose el viento norte y con mucha celajería, obiigó a virar la vuelta del puerto para buscar surgidero. Y a un tiro de mosquete de punta de Hicacos, que es una de las dos que forman la bahía del Manzaniílo, echaron anclas. Aunque perseveraba el norte, y de mal cariz, y deda el práctico (ya algo morigerado con el buen trato) que jamás había surgido allí embarcación alguna por el riesgo en que pueden ponerla los arrecífes, teniendo a los ojos el general la justificación de la empresa, por orden suyo dio fondo entre las peňas del puerto del Guarico toda la Armada. Era ya entrada la noche del día veinte, y con el silencio de ella fueron las lanchas de la capitana y almiranta con los capitanes don Bartolome del Villar y don Antonio Landeche a sondar la entrada, y acercándose hasta las mismas casas de los franceses con gran recato, hallaron seis brazas de agua en toda ella. No fue esta operación tan silenciosa que no la advirtiesen los enemigos, y poniendo candelas, se rompió el nombre. 62 Habianse persuadido los nuestros a que hallarfan desprevenidos a los franceses, y no fue asi; porque aunque absolutamente ignoraron la resolucion de la Armada y su cercania, no les faltaron noticias ciertas de lo que en tierra se hacia y de cuan inmediato estaba el ejercito a sus poblaciones. Fue dictamen del capitan Pierres, que lo era de un navfo corsante, y de monsieur Coquiero que en el Guarico, como en el capital lugar de los que ocupaban y por el consiguiente el de mayor defensa, se esperase el choque, procurando antes con emboscadas desbaratar las tropas espanolas o enfiaquecerlas. Pareciole efecto de muy poco valor esta proposicion al teniente general Franquinet y al capitan de caballos monsieur Marcan; y por esto (o lo que es mas cierto, porque siendo senor del Limonal y teniendo en su cercania muy poderosas haciendas, de necesidad se las habrian asolado los nuestros para acometer al Guarico), voto se hiciese oposicion al enemigo antes que avistase las poblaciones francesas; y pareciendoles esto lo mejor a monsieur Coussy, dio voz a cuantos podfan tomar armas en su defensa para que acudiesen con sus cabos y capitanes al Limonal. VI Preventions* espirituales y militares que en la ciudad de Santo Domingo y en el ejercito se hacen antes de la batalla. Habiendo vuelto el general don Francisco de Segura a sus cuarteles y pasado muestra de la gente con que se hallaba y puestose en marcha, hizo noche en la misma del dia veinte a casi tres leguas del Limonal. Sabfase por nuestros batidores la cercania del enemigo, y adelantindole las horas al dia siguiente, se previnieron los capitanes y soidados (segun su esfera) de cuanto se juzgo preciso para el buen suceso. Y siendo la divina gracia la que siempre lo asegura cuando la justificacion lo agencia, aquella manana, y lo propio habia sido en las antecedentes, a ejempio del muy cristiano y religioso general, comiendo el pan de fuertes, la granjearon todos. Quiero decir que con los sacramentos de la confesion y eucaristia se fortalecieron los nuestros, como con armas dobles, para merecerle la victoria a quien podia darsela. Si esto hacian los soidados en la incomodidad de la marcha y en la inmediacion al conflicto, ique no se ejecutaria en la misma Iinea en la ciudad de Santo Domingo? Sabia muy bien el tlustrfsimo arzobispo28 de aquella isla que levantar Moises las manos al cielo no con mas compama que la de los justos fue bastante medio para que derrotase Josue a los amalecitas;29 y para que se asegurase el auxilio con las deprecaciones de muchos buenos desde el dia siete de enero dispuso procesiones, plegarias y rogativas a que asistieron dia por dia con edificacion del pueblo los cabildos eclesiastico y secular, los ministros de la Audiencia y su presidente. Era el asunto de todas ellas inclinar 63 los oj os de la piedad divina a aquel católico pueblo escarnecido y arruinado por los que, teniéndose por cristianisimos, sin más motivo que el de la tirania, no contentándose con lo que cenian usurpado en aquella isla a sus legítimos dueňos, quería borrar de ella el nombre espaňol para introducir ei francés. Para más oblígar a la Magestad poderosa de Dios se trajo en procesión a la catedral la devotísima y miiagrosa imagen del Santo Cristo de San Andres;30 y colocándola en el altar mayor mirando al oeste, que es respeto de la ciudad lo que tiene ocupado el enemigo, se prosiguieron las plegarias y rogativas con fervorosas lágrimas y, lo que es más digno de que se sepa, con confesiones y comuniones, aun de los más distraídos. Si esto hacían éstos, ,-qué no harían los religiosos y religiosas santas de los muy observantes conventos de la ciudad? EIlos y ellas íueron, sin duda alguna, los que a instancias de mortificaciones y penitencias, y en oración continua, les consiguieron a las armas católicas tan glorioso tríunfo. Era el domingo, veinte y uno de enero, ei tercero del mes, en que por espacio de once aňos ha celebrado el general don Francisco de Segura las glorias de Cristo Sacramentado en la iglesia catedral de aquella metropoli con singular decencia, y como le era imposible asistir ahora a esta religiosa tarea por su viaje, se la encomendó a su familia para que lo sobresaliente del culto (en que mando se excediese de lo ordinärio) les trajese a la memoria a los que lo viesen el peligro inminente en que quizás se hallaba por entonces. Más que desempeno de la devoción de don Francisco era empeňo de la providencia publica el que asi se hiciese, pero mas se hizo, porque disponiéndolo por su parte el gobernador y presidente don Ignacio Perez Caro y por la suya el ilustrisimo arzobispo don Fray Fernando de Carvajal y Ribera, desde las dos de la maňana (en que con alegres repiques se prenunció la victoria) se franquearon las iglesias y en ellas de manifiesto el augusto y yenerabilísimo sacramento del altar, y desde esta hora a la del mediodia se gastó el tiempo en ejercicios devotos. Mientras esto se hacia en la ciudad, se dispuso la marcha de nuestro ejército, y pasando de cuatro mil caballos los que hasta allí habian conducido a la gente y a su bagaje para que quedasen con algún seguro y se cubriesen los puesros de donde (a juicio de nuestros batidores que los reconocieron) se nos pudiera ofender en caso de retirada. Se separaron y distribuyeron ciento cincuenta lanceros por todos ellos, y se pasó adelante. Habiaseles dado la vanguard ia a las dos tropas pagadas de norte y sur, y marchando por el llano de Puerto Real en la parte del que Hainan Ia Sabana de Caracoles31 (y es la inmediata al monte del Limonal), se dejó ver el ejército del enemigo puesto ya en forma. Era ésta un paralelogramo de dilatadísima frente, porque constaba de doscientas hileras y cinco de fondo, sin algunas compaňías sobresalientes que, para acudir con presteza donde llamase la ocasión, habian ocupado aventajados puestos. Eran sus armas no sólo escopetas bocaneras de 64 mucho alcance sino también pistoias para recibir a nuestros lanceros si los avanzasen. De todo esto se dto noticia ai general don Francisco de Segura luego al instante, y considerando el maestre de campo don Pedro Morel era sujetar a dos fuegos a nuestra gente entrar en la batalla con siete filas de fondo y ciento veinte y siete de frente, como se hallaba, reformando es ta planta del escuadrón con indecible díligencia y suma pericia le dio a aquélla doscientas veinte y dos, y a su fondo cuatro, de las cuales era sólo la de la vanguardia de mosqueteros y las tres restantes de cuerpo y retaguardia de hombres de lanzas. Diose el cuerno derecho a las companias de Santiago y el izquierdo a los de Azua y otros lugares; y quedaron volantes las tropas de norte y sur con orden de que, en dándolo a los lanceros de acometer, rompiesen ellas los costados al enemigo y que con vigilancia estuviesen prontas en el ínterin ai mayor pelígro. En el cuerpo de la batalla estaba un lienzo con la imagen sagrada de nuestra Seňora de la Merced, y allí la persona del general y estandarte real, y la del maestre de campo, y los capitanes se pasaron a hacer frente a los mosqueteros para animarlos. Prosiguióse la marcha con este orden hasta avistar a los enemígos, y se hizo alto. Ocasionólo el querer cumplir exactamente el general don Francisco de Segura con las obligaciones de capitán, reconociendo el regocijo con que están todos. —Segura tenemos la victoria (les dijo), porque la razón nos as iste, pero ésta no bašta si el valor no sobra. Del que en otras ocasiones ha fortalecido vuestros brazos tengo noticia, y en ésta estoy cierto que para gloria mía me lo mostrará la experiencia. ť'Qué puedo decir para irritaros y asegurarla que no sea menos que los motivos que aquí nos tienen, y que ninguno ignora? ;AlIí están! Miradlos bien, y haced refleja, generosísimos espaňoles, a que son franceses, y franceses cuyos desafueros, no cabiendo en la libertad de sus patrias, embarazan la vuestra para inficionarla con ellos. ;Allí están!, los que sin más pretexto que el de ladrones ocupan las posesiones de vuestros progenitores en esta isla; los que roban vuestras haciendas y os tienen pobres; los que a la nobilísima ciudad de Santiago pusieron fuego; los que en elía muchos hi j os, hermanos o padres vuestros, siendo dignísimos de larga vida, les aceleraron la muerte. jAIlí estání Y allí los tenéis para levantar con sus cadáveres en este campo el trofeo en que, por el castígo de sus procederes impíos, se perpetuará vuestra fama en las futuras edades. Al aplauso con que con una voz respondieron todos, el que asegurándose de la victoria admitíese los plácemes que le daban de ella, pareciéndoíes preciso para que asi fuese recabarla antes de Dios con corazón puro y humildes ruegos, se siguió el que, postrándose en tierra y haciendo un fervorosísimo acto de contrición, recibíesen de los capellanes del ejército la absolución de la bula; y persuadidos a que con esto tenían ya a la justicia divina por auxüiar, tendidas las banderas y al agradable estruendo de las cajas y los clarines, sin perder la disposición y orden con que se hallaban, se pusieron a ttro de mosquete del enemigo. 65 VII Dose la batalla; consiguen los nuestros la vktoria por el esfuerzo y resolución de los lanceros, personas que en ella mueren de una y otra parte, Conservaba el francés la ordenanza que dije antes, y teniendo siempre abrigadas las espaldas con la ceja del monte del Limonal al avanzar un poco su cuerno izquierdo para nosotros, se le dio una carga de mosquetería que pasó por ako. Respondió a ella con batéria continua en forma de escaramuza, y habiéndose re tornádo (mejorado el punto) como seis o siete, advirtiendo el generál don Francisco de Segura, el maestre de campo don Pedro Morel y el sargento mayor Antonio Picardo que no sólo se venia sobre el nuestro derecho su cuerpo izquierdo, en que se hallaba monsieur Coussy y todos sus capitanes, sino que desfilaba algunas mangas para acometer a nuestros costados que estaban sin abrigo de armas de fuego, pareciéndoles la mejor ocasión que podia orrecerse para concluir la batalla, diciendo: —;Avanzad, espafioles! [Santiago a ellos!, se hizo seňal a los lanceros para acometer. Nunca he sentido, si no al llegar aquí, haber andado escasa conmigo la naturaleza, negándome la elocuencia que repartió a otros con tan franca mano que asuntos que tuvieron entre las suyas no tan heroicos vivirán los mismos períodos que durase el tiempo; pero como quiera que sea, admitan los espaňoles val eros ísimos y fortísimos de la isla de Santo Domingo mi buen deseo. Y si es observación de la curiosidad extranjera que lo que en el Occidente se ejecuta, aunque sea notable, lo echa siempre el descuido y pereza de los que en él viven a las espaldas de la memoria, débasele a aquéí el que ésta en la ocasión presente se falsifique, aunque sea con la pension del censo perpetuo de la censura a que me expongo por mi rudo esriío.32 Levantáronse a aquella voz como si fueran leones. Y aunque a la misma echaron mano los franceses a sus pistolas, sordos al formidable eco con que repetían los inmediatos montes los traquidos de éstas y despreciando cuantas balas casi se estorbaban unas y otras en aquel mismo Camino que habían de an dar los nuestros para el avance sin que la oposición que a todo resto de esfuerzo hacía monsieur Coussy y sus capitanes fuese estorbo, lo mismo fue llegar los lanceros a la vanguardia del enemigo que regocijarse la muerte, porque se le ampliaba su imperio. Más hicieron estos ísleňos esforzadísimos que el César, porque hicieron menos; llegó éste, y fue necesario que viese para tríunfar, y aquéllos sólo con llegar se merecieron el triunfo sin la acción de ver. Porque como verían para sujetarlos con algún espacio, como a valientes., a los que por el temor del segundo, huyéndose el alma por la an cha puerta que el primer böte de lanza les abrió en el cuerpo, ocupando la tierra de aquella sabana por el largo espacio (siendo, por esto, no objeto de los ojos sino desprecio de los pies), sirvieron de embarazo para quitar la vista y privilegiar de la muerte a los que, huyendo con pies de gamo, pasaron en un momento 66 aun mas alia de Io mas retirado del cercano monte, queriendo mas vivir con la deshonra de cobardes y fugitivos que merecer el elogio de que cubrian con su cadaver (como los soldados de Catilma)33 el puesto que les asigno su capitan para disputar la refriega. Hallandose los nuestros sin oposicion para segundo choque, entre las diez y once de la manana se canto la victoria por las catolicas armas americanas, y arrojandose a la tierra desde el nobilisimo general hasta el tambor humtlde, se le dijeron al Altfsimo los canticos de alabanza y agradecimiento que por tan instantaneo, feliz suceso a cada uno de los que los entonaban les dicto el gusto. Recibio el general don Francisco de Segura los placemes y parabienes que le daban todos para retornarselos (sin la reserva ni aun de uno solo) al maestre de campo, general don Pedro Morel de Santa Cruz, a cuyo valor y disposicion se le debio todo al teniente general y sargento mayor Antonio Picardo Vinuesa y a todos los restantes capitanes. Y, pues, todos cumplieron con sus obligaciones, como ellas mismas se lo persuadieron a todos, bien hizo el prudentisimo general en hacerlo asf. De los primeros cadaveres que se reconocieron fue el de monsieur Coussy, nombrado gobernador de la Tortuga y costas de la isla Espanola por el cristianisimo. Fuera descredito de su memoria postuma haber muerto de otro modo que el que murio, pues debiendo por su titulo ser el primero que se expusiese al riesgo para animar a los suyos, siete golpes de lanza que le quitaron la vida dieron informacion bastante de que alii se hallo. Es cierto que un Iancero, a quien, entregandole el baston, le pedia cuartel (no entendiendo lo que le decia no conociendole), sin ayuda de otra mano lo hizo pedazos. Acornpanaba a su cadaver el de su teniente general, monsieur Franquinet, de quien se dice era el amor de los suyos en todas partes; si supiera el motivo que les obligaba a este amor, lo expresara aqui. Murieron tambien el capitan de caballos, monsieur Marcan, serior del Limonal, en donde del procedido de lo que robo a los nuestros en las costas de Maracaibo y en otras partes fundo haciendas hermosisimas y de gran valor; monsieur Pradie, igualmente rico y hombre de mucho sequito; monsieur Remosein, capitan de caballos de Porto Pe; monsieur Coquier y Este ban Tamet, capitanes de infanteria del Guarico; el capitan Pierres, que lo era de un navio corsante, y sin otros cabos menores y personas de suposicion en su republica murieron alii en el lugar de la batalla doscientos cincuenta y ocho, y con los que cayeron al abrigarse en el monte del Limonal, Ilegaron a trescientos veinte y siete. c*Quien podra decir con verdad los que quedaron heridos? De los nuestros eternizaron su memoria al perder la vida por tan justa causa, el capitan Vicente Martin, cuyo incomparable valor aun entre los enemigos le conservara su nombre con reverencia; los alfereces don Pedro de Almonte, don Juan de Lora y Lorenzo de Santa Ana, y otros cuarenta y tres, quedando heridos ciento treinta y tres, y entre ellos dos capitanes y otros 67 menores cabos. Al ejemplo del general asistieron a su curación con cariňosa piedad todos los capitanes, y siendo la sed (por la conmoción de la cólera, por la faíta de la sangre, por la hora del dia) de lo que más se quejaban, ellos propios la condujeron de una laguna que estaba cerca para templársela. ímiten esta acción y otras equivalentes los que quisieren que imiten los suyos en eí esfuerzo y proceder a los que asi pelearon, y pelearán asi. Entretanto que en es to y en darles sepultura a nuestros difuntos se pasó algún tiempo, se supo que en una sabaneta no muy dístante, a soíicítud del sargento mayor del Guarico (al cual, y no sé si también a otro solo capitán, se le prorrogó la vida por algún rato) algunas tropas de los que vagaban por el monte se había rehecho. Acudió con los pocos hombres de solas t res companías a aquel páraje el maestre de campo general don Pedro Morel Qpara que era más gente donde él estaba?) y a solas dos cargas que se les dieron, temiendo el avance de los lanceros con pérdida de algunos, se desaparecieron de all í. En estas Cosas se acabó el día, y en el mismo lugar de la batalla con las rondas y centinelas necesarias se pasó la noche. Ei modo con que aquel capitán francés, de quien dije se le escapó la muerte, sucedió asi. A la primera carga del enemigo le quebraron una pierna a uno de los lanceros; y reconociendo no podría avanzar por esta causa cuando lo hiciesen todos, acercándose y montando como su vaior le dictó en un caballo que, para ocupar su lugar en la vanguardia, dejó un capitán nuestro a su libertad, él fue el primero que, rompiendo con muerte de cuantos le servían de estorbo el escuadrón enemigo al revolver para asegundarlo tirándole manupuesto desde la ceja del monte, tuvo con su muerte nueva libertad el caballo. Y apoderándose de él, el capitán francés aseguró la vida. No mostró menos valor el sargento de una compaňía de lanzas, Melchor de Chaves, que con siete balas en el cuerpo mató diez hombres; quizás por emular en el numero y en el esfuerzo a otro que, pareciéndoíe a su capitán, no acometía con el ardor y diligencia de los restantes; y diciéndole por esto se diese prisa, respondió que para diez que había de matar le sobraba tiempo. Y procurando estar siempre a vista del capitán, habiendo Henado el numero que apuntaba en el asta con la sangre de los que caían, clavando la lanza en tierra (no era éste su lugar, sino el más preeminente en el glorioso templo de la fama), volviéndose a su capitán, le dijo con gran sosiego: —No mato más. Quedaron los nuestros por premio, aunque corto, de su valor con muchas escopetas bocaneras y mayor numero de pis to las, con espadines curiosos y semejantes armas, con canddad de municiones y con los vestidos de que despojaron a los cadáveres, pero casi de ningún uso por los golpes de lanza con que murieron sus dueňos. Hallóse en un bolsillo de monsieur Coussy el orden que aquella maňana íntimó a los suyos, y se reducía a: que los salvajes (asi nombran a los lanceros) no se concediese cuartel, sino a los mosqueteros si lo pidiesen; y que en todo caso procurasen haber a las manos y vivo al general de los espaňoles. 68 VIII Apodérase la Armada de la poblacion del Guarico; sale a tierra un trozo de lanceros y mosqueteros para engrosar el ejército; sucesos de su marcba kasta llegar a Trusalmortn. Interin que esto sucedía en tierra, levantóse la Armada con el terral. Y yendo por delante con la infantería de su tercio y las trescientas lanzas, las embarcaciones pequeňas, que eran el barco habanero, el bergantín fletado San José con el capitán de mar don Jose de Aramburu, el pacache Santo Cristo de San Román3 con el capitán de mar don Tomáš de Torres, la fragata Concepción, a cargo del capitán de mar y guerra don Francisco Lopez de Gamarra, la fragata San Nicolas con su capitán de mar y guerra don Andres de Arriola y consecutivamente la almiranta y capkana. A la mísma hora que se oían las cargas de los que peleaban en tierra, se comenzó a combatir el Guarico; y fue tal la violencia y repetición con que esto se hizo que, aunque estaban atrincherados los enemigos, desamparando sus casas y sus defensas, se retiraron a los bosques y a las colinas. No fue sola la artillería la que causo esta fuga, sino la resolución con que, con el agua a la cinta y a tiro de pistola de las primeras casas, saHeron a tierra los lanceros y mosqueteros; y hallando el lugar sin opositores, se apoderaron de él. Y después que con algunas mangas de mosquetería se tomaron las venidas que podían hacer para su recobro los que habían huido y se reconoció por todas partes estar seguro, se pusieron en orden para la marcha los doscientos mosqueteros de la Armada y los trescientos lanceros. Iban distribuidos éstos en cinco compaňías a cargo de los capitanes don Antonio del Castillo, don Francisco de Ortega, don Diego de Irigoyen, Bartolome de los Reyes y Alonso Hernández, y los mosqueteros en tres, que gobernaban los capitanes don José Márquez Calderón, don Alonso Ramírez y Juan Gómez.35 El capitán comandante don José Márquez que, con título del generál don Jacinto Lope Gijón, hacía oficio de sargento mayor; Ilevó la vangüardia y la batalla el sargento mayor don José de Piňa; y con veinte y cinco batidores por delante para que reconociesen las emboscadas se principió la marcha, y sin accidente alguno se continuó hasta la noche que en una colina eminente y fuerte y con las rondas y centineías que se juzgaron precisas se pasó, y muy mal, porque tocaron cuatro armas los franceses en el discurso de ella, pero a su costa porque se hallaron muertos algunos en la circunvalación de la coima a la maňana siguiente. Y con el mismo orden que el antecedente día, se pasó adelante. Hacíase esta marcha por el lugar de la Petitansa,36 y en su cercanía se mataron y aprisionaron muchos franceses. Súpose de uno de ellos había una emboscada de trescientos hombres en la pasada de un río, dispuesta para acometer al generál don Francisco de Segura cuando viniese al Guarico; y también se supo estaban ignorant es de io que la maňana antecedente sucedió 69 en éi. Marchóse sin alboroto y con gran cuidado, fue tanto el pavor de que, sin tener enemigos a las espaldas, les acometiesen por ellas que, quedando muchísimos muertos a las primeras cargas huyeron los demás por aquellos bosques sin saber de quién. La incomodidad que se experimentó en esta marcha fue muy nocable. Esguazáronse tres ríos con el agua a la cintura, y a los pantanos y atolladeros les falcó numero, quedándose en ellos las medias y zapatos de casi todos; y no habiéndoseles ofrecido prevención de bastimentos al comenzarla por la presteza con que se hizo, se pasaron cuarenta horas sin sustento y aun sin bebida, porque dándose orden que no se detuviesen a beber por no perder el concierto con que se iba, aunque se vadearon los tres ríos e innumerables arroyos, más quisieron pelear con la sed (enemigo fuerte) que dar ocasión a algún suceso con el desorden. Observóse también para el mejor manejo de las armas el que nadie se embarazase con pillaje alguno por estimable que fuese, y generalmente se atendió a las mujeres con gran decoro y a las iglesias y sacerdotes con reverencia suma. Cerca de la población de Petitansa, acompaňado de una gran chusma de muchachos y mujeres, salió un religioso capuchino, natural de Irlanda,37 y trayendo en la mano un paňuelo blanco con palabras que apenas articulaba por el temor, pidió buen cuartel para sí y para aquellos inocentes, el cual también solicitaban ellos con alaridos y lágrimas. Fue recibido de los nuestros no sólo con alegría, pero con aprecio y consiguientemente con sumisión y respeto. Había sido prisionero de los ingleses que invadieron la isla de San Cristóbal, y pareciéndoles por católicos y sacerdote pesada carga, lo habían echado no mucho antes a aquellas costas. No le habían hecho los franceses buena acogida, porque abomi nando las disoluciones con que allí vivían, les persuadía la reforma de las costumbres, y aun les previno el castigo que después Iloraron. Pagado del agasajo que se le hizo, dio noticia de estar inmediata a la población de Trusalmorín una casa fuerte donde estaba una pieza de artillería que aún le duraba, llamó bélicos y se halló cuando vinieron a nuestras manos que eran granadas. Dijo también ser aquél el lugar que habían elegido (por su fortaleza) para que les sirviese de abrigo en la retirada, si el ejército del generál don Francisco de Segura (de que sólo supieron) los derrotase. Aňadió que en ella se hallaban ya muchos franceses para defenderla, y que por instantes, con lo que se venían de todas partes a su seguro, crecía el numero, y sería difícil el avanzarla si se dilatase el hacerío. Por evitar el que fuese asi se aceleró la marcha, y como a la una hora del día se dio con ella, hallóse como el buen religioso la había descrito. Y doblándose nuestra gente (a disposición del capitán comandante don José Márquez Calderón) como pareció necesario, se comenzó a combatir con la mosquetería. Era cierto el grande numero de franceses que estaban dentro, y siendo por esto su defensa algo porfiada con ocasión de haberse empeňado 70 mucho en su avance don José Manso de Andrade, paje de rodela de aquél. Acudiéndose a su socorro, fue entrada la casa casi sin resistencia por haberse ■retirado los franceses a la falsa braga, donde con pérdida de sólo dos de los nuestros murieron muchos, y los demás huyeron. Haliáronse allí no sólo las municiones y armas.de que se tuvo noticia sino un almacén de ropa de que cargaron los nuesrros cuanto quisieron; pero luego que se oyó, aunque a dištancia larga, tocar al arma, arrojando al suelo el pillaje, se pusieron todos en batallón y se enviaron batidores que la reconociesen. Era el grueso de nuestro ejército que, habiendo salido aquella maňana de donde en la del antecedente día derrotó al francés, marchaba a las poblaciones restantes después de haber saqueado y quemado la del Limonal. Pasaron a cuchillo algunas de sus primeras tropas a muchos de los que, desamparando la casa fuerte de Trusalmorín, i ban huyendo por aquellos campos sin concierto alguno. Y haciéndose un cuerpo de los dos trozos, fue un día aquel de sobrada alegría para unos y otros Acuarteláronse todos en una fuerte y bien dilatada casa del monsieur Marcan, y desde allí se procuraron recoger todos los heridos; pero faltándoles para conseguir la salud mucho de lo que en la Armada sobraba, se tuvo por conventente llevarlos a ella. Para esto y para noticiarle al general don Jacinto Lope Gijón todo lo sucedido se envió al sargento mayor de don Antonio de Verois (que, estando ocupado en el expediente de algunos negocios suyos de mucha entidad en la ciudad de Santo Domingo cuando llegó la Armada, no quiso perder esta ocasíón que le ofreció a su valor la conti ngencia para aumentar sus méritos), el cual, con embarcaciones que se le dieron en tres o cuatro viajes, los condujo del río de Trusalmorín a la población del Guarico, donde, alojados en diferentes casas, se les acudió con las dietas y medicinas necesarias para cuerpo y alma. ix Apresa la Armada dos bajeles que venían de Francia para andar al corso y algunas otras embarcaciones que alii llegaron. Todo esto sucedió el lunes, veinte y dos de enero, a los que marcharon por tierra, y no fue menos feliz a Ios que estaban a bordo; porque viéndose a las primeras horas de la mafiána dos navíos de mar en fuera y reconociéndose que, sin hacer caso de los que estaban surtos, esperaban la virazón para entrar al puerto por asegurar el que asi lo hiciesen, mando el general se quitasen las espaňolas y se pusiesen bande ras francesas y gallardetes. Y sacando para su capitana la gente del barco y bergantín de Santo Domingo y de la fragata Concepción, dio orden a los bajeles restantes de que atendiesen a sus movimientos y la siguiesen. Para que mejor se lograse lo que se quería, con la 71 inteligencia y providencia con que el almirante don Antonio de Astina precede en todo, mando tender una espia sobre la canal del puerto desde su almiranta, y se esperó el suceso. Vino el viento de que necesitaban. Y después de estar ya dentro y para dar rondo reconociendo su engaňo, volvieron a izar las velas, y dando las popas a la Armada para recibir .menos daňo, se pusieron en fuga. Intentaron el conseguirla, yendo al oessudueste con el nordeste para pasar por entre un bajo que está en medio de la bahía y el manglar de la costa y, virando por el barlovento de éste, tomar la canal y salir del puerto; pero al instante que comenzaron a izar sus velas, restituyendo la Armada las banderas espaňoias a sus lugares, comenzó a jugar la artilleria contra los dos navíos. Saliéronse del alcance de las balas a breve rato, y largando entonces los cables por la mano la capitana, marearon38 San Nicolas y el patache en su seguimiento; pero por escasear el viento y por no varar, se dio fondo entre el manglar y el bajo, y de allí los volvieron a cafionear. Al mismo tiempo se habia jalado la almiranta sobre la espia que tendió desde la boca del puerto para embarazar su canal, y viéndose sitiados por todas partes sin haber dísparado ni un solo tiro, faltos de consejo y mucho más de valor, vararon en el manglar que tenían por la proa; y arrojándose al agua algunos y valiéndose otros de las lanchas, salieron a tierra y los dejaron libres. No por esto lo quedaron casi todos de la muerte a que allí los traía su destino, porque habiéndose oído el estruendo de la artilleria en Trusalmorin, donde estaba ya alojado nuestro ejército y de donde ya habia salido para el Guarico el sargento mayor don Antonio de Verois, juzgando el general don Francisco de Segura estaba peleando nuestra Armada y que le harfa falta la gente que tenia en tierra, despachó algunas compaňías a su socorro; y cay endo en manos de sus lanceros los que huian para Trusalmorin, la Petitanza y el Limonal, exceptuando aigunos que por rodeos y bosques Uegaron a Porto Pe, perecieron todos. No sólo se le dio buen cuartel a un sacerdote clérigo iríandés que, mostrando la corona, lo pedia a voces, sino a los que por estar al abrigo de su sombra se les debía; y como vio que, hincándose de rodillas aquellos esforzadísimos espaňoles al reconocer su estado, le besaban las manos con reverenda, —<:Cómo no habéis de veneer? (les dijo), si excede vuestra piedad *a vuestro valor en lo que hacéis conmigo. Hacedlo asi siempre con los ungidos de Dios, y correrá por cuenta de Dios el que hagáis siempre con vuestros enemigos lo que hacéis ahora. Aunque no lo supiera de boca de los que habéis destrozado, blen reconozco sois espaňoles, porque vuestras acciones religiosas lo manifiestan. Dios os lo pague; Dios os prospere. Dios a corespondencia de vuestra generosidad os aumente tríunfos.— Desterrándose este sacerdote de su patria por no verla arruinada con Las hostilidades con que en ella perseguían los ingleses al seremsimo Jacobo, su rey legítimo, se pasó a Francia; y allí, para tener qué comer, se acomodó en uno de estos navíos por 72 capeilán; quizes le arrastrara la soga de ía desgracia, pues, huyendo del fuego, cayó en las brasas. Venían de San Maló39 a cargo de dos hermanos nombrados Chevilles, y pertenecían a un hombre poderoso de aquel iugar que los envíaba al trato a las islas de Barlovento; y pareciéndole que mientras sus factores dispendían las mercaderías y haliaban carga, se le asegurarían las ganancias andando al corso; solicitó patentes y se las concedió para ello el cristianismo. Traía cada uno cien hombres y veínte y cuatro piezas montadas, sin otras en las bodegas, y se llama Santo Tomas el uno y Triunfante el otro. Sus intereses no son asunto de relación, sino de veeduría, Digo sólo que venían suficientemente proveídos de municiones y que causó risa hallar entre ellas barriles de grilletes y prisiones en abundancia. Si era para ponérselas a los que apresasen, temieron el talión como pusilánimes, y hallaron en su fuga mayor castigo. Luego que se reconoció que, habiéndolos varado, los desamparaban y salían a tierra, se acudió con las lanchas y botes (y con gran presteza) a ver si dejaban en los paňoles alguna mina o les abrieron rumbo; pero no hallando uno ni otro, se trabajó en sacarlas afuera, y a no muchas horas se logró el trabajo. En uno de ellos, entre cuerpos que hizo pedazos la artillería, estaba su capitán Tomáš Cheville, a quien una bala le llevó un hombro y a quien sólo acompaňaba su cirujano, no aplicando remedios a la herida, que era mortal, sino ayudándole con oraciones devotas para que muriese como cristiano. Acudió uno de nuestros capellanes a súphcas que para ello hizo el mismo capitán, y en lengua castellana a los primeros que le abordaron y confesándose muy a satisfacción de quien lo oía, murió al instante. Bástale para elogio al piadoso cirujano haber antepuesto a su libertad la asistencia de que necesitaba en aquel trance su capitán y seňor. Y asi excuso escribir aquí cuantos se me ofrecen, porque habiendo dicho lo que hizo, los dije todos. Con el mismo ardid de las banderas se vmo a las manos una baíandrilla que, con siete hombres y dos mujeres, había salido de la Martinica para aquel puerto. Lo mismo le sucedió a una fragata de sesenta toneladas que venia de Nantes a lievar carga, y la traía de vino, aguardiente, came y otras menudencias con nueve hombres. Más prevenidos anduvieron otros que, al reconocer la boca quizás por alguna sena que con humo les hicieron desde los montes, huyeron de él. x Daňos que de este suceso se les siguieron a los franceses y conveniencias que de él resultarán a los espaňoles. Cuanto hasta aquí se ha dicho más parece que se debió a la primera que a las segundas causas, porque aunque éstas hicieron en términos hábiles lo que 73 debían, aquélla las elevaba casi manifiestamente a desbaratar imposibles. Pero como nada lo es para Dios, aun en mayores cosas que descargar el azote de su ira sobre los que (como allí lo hacían los franceses) sólo se ocupan en injusticias y desafueros, bueno es que a este origen se atribuya nuestro buen suceso. Pondérese el contexto de lo que queda escrito y se hallarán para ello en cada clausula sobradas pruebas. <;Por ventura no lo son el orden providentísimo que llevó la Armada sin que lo agenciasen medios humanos; lo que el gobernador don Ignacio Pérez Caro tenía dispuesto; darle el bastón de generál al maestre de campo don Francisco de Segura; Uevar a bordo de la Armada a los trescientos lanceros, los cuales y la infantería de su tercio perfeccionaron el todo, porque a su marcha acelerada se debió el que no rehiciesen los enemigos de Trusalmorín y que con esto al grueso del ejércko se le franquease el paso? Teniéndolo libře con la fuga de los franceses para campear el país, lo hizo por el largo trecho de catorce leguas, donde (poniendo aparte cmco lugares grandes que se les quemaron) no se ocupó en otra cosa por el tiempo de una semana que en matar franceses, despoblar hatos, corrales y haciendas de ganado muy numerosas, rozar labranzas de cacao, maíz, caňa dulce, tinta y cazabe, y no dejando piedra sobre piedra en cuantas casas habitaron los que las cuidaban; se cogieron muchas y buenas armas con sus municiones, ropa de vesrir, mercaderías almacenadas, aňil, azúcar, tabaco, aguardiente, vino, ovejas, cabras, caballos, vacas, ciento treinta negros y otřas muchas cosas que, como dueňos de la presa, se llevaron los isleňos por tierra a Santo Domingo, la cual, y el dano que se les hizo, pasa (a juicio de personas inteligentes que allí estuvieron y lo tantearon) de milión y medio. Lo que hallaron los de la Armada en la población del Guarico se redujo a ca jas vacías, sillas, mesas y ajuar de casa, porque lo que tenían de valor (que sin duda sería mucho por ser allí la feria libře de lo que a todos robaban). A la primera noticia que tuvieron del ejército lo aseguraron en Porto Pe, y lo que de esto había quedado en el Guarico la noche en que, por reconocer les fondábamos las canales del puerto, tocaron arma, lo traspusieron también. No se halló en la iglesia, que era muy corta y desaliňada, sino un bulto de plomo de un Santo Cristo, dos lienzos pequefios en la pared, cáliz y patena de plata, dos candeleros y unas vinajeras de peltre, un misál nuevo, tres ornamentos viejísimos y una sola alba. Ponderóse mucho que, buscando nuestros capellanes el sagrario para darle a Dios el culto que en el augustísimo Sacramento del Altar se le debe siempre, no sólo no lo hallaron pero ni aun seňal de que lo hubiese habido. No debían de saber los que lo ponderaban y se admiraban del desaliňo de aquella iglesia, el que están de la misma manera las más de Francia. Anadióse a estos daňos que, en recompensa justa de los innumerables que nos han hecho, se les hicieron el que, habiéndose registrado la bahía y todos sus ríos, se hallaron muchas canoas y piraguas, y nueve embarcaciones 74 mayores, y entre ellas las del čapí tán Pierres y otros corsantes; y no reconociéndolas de provecho por absolutamente desaparejadas y por la carena que requerian o, por decir la verdad, no habiendo sobra de gente para tripularlas, se arrimaron a tierra y se les dio fuego, exceptuando una balandra que se juzgó a propósito para que patachease en la Armada. Las consecuencias que se deducen de este suceso son tantas y tan favorables no sólo a la isla Espaňola si no al resto de las provine las maritimas de la America que no me puedo contener sin expresar algunas. Eran estas poblaciones (y lo mismo se entiende de las restantes) seminario y refugio de cuantos piratas infestan los mares y puertos de las Indias con sus latrocinios no por otra cosa que por el fomento que en su gobernador y hombres ricos que allí vivian hallaban siempre para dispender sus robos; y si quien quita la ocasión quita el pecado, faltando el páraje dónde acudir, de necesidad habrá alguna pausa en su conti nuo robar, y más si se hace en Porto Pe y en el Petitguao lo que en el Guarico, como se espera.40 Comprobación de que asi será es la muerte del gobernador monsieur Coussy y de todos los cabos de su milícia a quienes acompaňaron en ella cuantos piratas y bucaneros estaban allí, haciendo tiempo para salir al corso. Y como aun cuando vivieran, habiéndoles quemado las embarcaciones con que navegaban, se les quitó parte considerable de sus maritimas fuerzas, algún sosiego es necesario que haya en las inquietudes en que, por causa suya, se andaba siempre; y serían éstas en sumo grado, si las dos fragatas de los Chevilles lograsen los intentos de robar con que salieron de Francia. Más estimable es que lo que se ha dicho quedar el residuo de los enemigos que se escaparon absolutamente poseido de horror y miedo por haber experimentado muy a su costa el que destrozan tanto nuestras lanzas en campafta rasa como en monte espeso. Concepto es éste en que jamás estuvieron, y asi, aunque (a la noticia que lograron de que de la ciudad de Santo Domingo venia marchando gente a sus poblaciones) hicieron la junta que dije antes, estando dudoso de si seria la gente de la Armada que estaba alii, se quisieron emboscar para acometerla; pero reconociendo sus espias componerse casi todo nuestro ejército de solas lanzas, juzgaron se aseguraba la victoria en salir al llano, y lo que consiguieron fue (quiero decirlo con las mismas palabras con que al excelentísimo seňor virrey, conde de Galve, se lo escribe en su relación el gobernador y presidente, don Ignacio Pérez Caro, y son éstas): «Quedar este enemigo castigado y derrotado por los montes sin general ni cabo que lo gobiernen; victoriosas las reales armas de su Majestad; triunfante la isla Espaňola; gozoso y aplaudido de todos su presidente y capitán general; exaltado el nombre del maestre de campo don Francisco de Segura y del general don Jacinto Lope Gijón y demás cabos y capitanes de mar y tierra, que afilaran sus valientes y victoriosos aceros para nuevos progresos en exterminio de este soberbio enemigo; y por ultimo adorado, venerado y 75 servido ei todo poderoso Dios y Serior de las batallas y ejercitos a quien se reconoce por autor de tan feiiz victoria, esperando de su divina piedad la usara siempre con sus catölicos espanoles, asf en esta isla como en todo el extendido imperio de nüestros reyes y senores». Ayuda a esto otro mal suceso que algunos meses anterior a este experimentaron a todo rigor de violencia y hostilidades los que habitaban la isla de San Cristöbal, porque habiendola ocupado ingleses y franceses desde el ano de mil seiscientos veinte y ocho, pareciendoles a es tos acciön heroica hacer all! lo que en todas partes cuando se reconocen con fuerza, aunque les falte justicia, acometiendo anos despues a sus vecinos alevosamente, los compelieron a buscar otros parajes dönde pasar la vida. Pareciöles a los ingleses ser ya tiempo de restaurar y con adiciön de mejoras lo que alli tuvieron. Y saliendo de Inglaterra quince navios de armada, con dos de fuego, haciendo primero en los que la defendian sangriento estrago, ocuparon el ano pasado toda la isla, sacando de eila a cuantos franceses la habitaban y echandolos a las costas de la Martinica y Santo Domingo a que padezcan y toteren por sus traiciones lo mismo que hicieron experimentar a los ingleses sin motivo justo. XI Razones que hubo para que, sin pasar a las poblaciones de Porto Pe, se volviese el ejercito a la ciudad de Santo Domingo y la Armada al puerto de San Juan de Ulüa. Faltändole ya que hacer al general don Francisco de Segura en el pais, llegö a veinte y ocho de enero con su victorioso ejercito a la poblaciön del Guarico; y aunque privadamente discurrieron los dos generales algunas operaciones a que persuadia el buen acierto que se habia tenido en cuanto hasta entonces se puso mano, no obstante, se tuvo por mäs seguro llamar a Junta a los capitanes de mar y tierra para que mäs que el amor propio de cada uno discurnese y votase en eila el interes comün a que, en anteposiciön a aquel, se debe atender siempre en materias de consecuencia, y asf se hizo el siguiente dia. Ponderöse en elia: «hallarse a esta hora el ejercito, entre muertos y heridos, con ciento noventa hombres menos de los que trajo y muy trabajados y rendidos los que quedaban, asi por la marcha de tantas leguas como por el continuo desasosiego de tantos dias en que, sin dejar las armas de las manos, faltö siempre tiempo para algün descanso. Que a este principio se habia de atribuir la falta de salud con que se hallaban muchos a quienes bastaba para accidente que les acelerase la muerte no haber medicinas convenientes para sus diversas enfermedades; que esto coadyuvado de los no muchos bastimen-tos con que se hallaba el ejercito, y aun tambien la Armada, y el gran gasto 76 que se había hecho de pólvora y municiones disuadía prudentemente la resolución en que se estaba de desalojar al enemigo de Porto Pe. «Que en caso de no parecer eficaces estas razones se hiciese refleja a que, aunque distaba esta población de la del Guarico solas catorce leguas, era el camíno áspero y pantanoso y que, después del trabajo que se pasaría en vencerlo y en no dejarse desabaratar de las emboscadas que se le pondrían, se hallarían allí con un castillo guarnecido de cuarenta y cuatro caňones de artillería y una casa fuerte en una eminencia con pocas menos; y por ultimo que no sólo a dicho uniforme de los prisioneros sino del capuchino irlandés se hallaban fortalecidos en ella más de dos mil franceses, asi de los vecinos que la habitaban como de los que se habían escapado de nuestras lanzas con más de mil negros (si no eran más), con quienes se pactó que en nombre del cristianísimo rey de Francia se les daría la libertad porque tomasen las armas contra los espaňoles, si pasasen a invadiríes el Porto Pe». Determinóse con todos los votos de aquella junta el que (siendo evidentemente cierto cuanto en ella se había dicho), para lograr lo que tan gloriosamente se había alcanzado, se retirase por ahora el generál don Francisco de Segura y su ejército a Santo Domingo. En esta conformidad, haciendo primero con la población del Guarico lo que con las primeras que habían quemado, salió de allí a treínta y uno de enero, y prosiguió su marcha hasta la ciudad de Santiago, donde licenció a la gente de Guaba y Azua, y pasó adelante. Eí primer día de febrero, que fue el siguiente, salió también la Armada de aquel puerto para la bahía del Manzanilio, donde estuvo hasta siete, asi en el reparo de lo que aígunos bajeles necesitaban como en espera de que viniesen del ejército a redbir de sus heridos los que estuviesen sanos y a que recaudase algunos negros de los de su presa, cuyo mayor seguro para evitarles la fuga fue estar a bordo. Estando para levarse de aquel páraje el día siguiente, que se contaron ocho, se abríó un plíego del gobernador y presidente don Ignacio Pérez Caro en que decía al generál don Jacinto Lope Gijón que desde allí con bueno o mal suceso se volviese al puerto. No era extraňa esta disposición de lo que el excelentísimo seňor virrey, conde de Galve, expresó en su orden; y atendiendo al segundo como si fuese el primero, se determinó sin réplica que fuese asi. Sólo se dudó qué vuelta se tomaría para acelerar el viaje, y con larga consulta de los pilotos pareció se hiciese por la banda del oeste de aquella isla, por donde quizás se navegaría con menos contratiempo, y asi se hizo en el propio día. Diose vuelta a Porto Pe (que antiguamente llamaron los nuestras Valparaiso) y consiguientemente a la isla de la Tortuga, después al Petiguay40 y en su mayor cercanía por reconocerlo; pero al cabo de Tiburón41 se hicieron los vientos iestes y suestes tan en extremo ventantes y con tanto mař que cada día se perdían muchas leguas de barlovento, y se sotaventaron todos los bajeles hasta la Navaza.42 Con el proejar contra las brisas se rindió a la fragata 77 San Nicolas ei palo mayor; la Triunfante y Santo Tomas, coň la varada que hicieron en el manglar, daban casi quinientos sunchazos en una ampolleta y se iban a pique. Es tos desvíos y la consideración de la ninguna conveniencia que habia en Santo Domingo para carenar y para bastimentarse (pues, para hacerse de cuarenta y cuatro días se habían gastado en su puerto cuarenta y seis), obligo a que, con parecer de los pilotos y capitanes mandándole hiciese farol y echando por proa a la fragata San Nicolas, se tirase la vuelta del puerto de Cuba, donde se entró a diez y seis de febrero. No se halló palo mayor ni aun unos chapuces para remediar este bajel, y sólo se hizo una rueca de tablones de caoba desde encima de los baos hasta el tamborete con sus reatas. A la Triunfante y Santo Tomas no se les pudo dar remedio (por entonces) porque, aunque se les pasó toda la artilleria de proa a popa y se les cubrieron las costuras de los batidores calafeteándolas de firme y emplomándolas, nada sirvió, porque hacian el agua muy baja por su varada; pero, no obstante, son muy ligeros, nuevos y de lindo gálibo, y remediados (ya lo están cuando esto se escribe), servirán en la Armada de muy útil, y ahorraron lo que habían de costar otros para su refuerzo. Hízose segunda junta en aquel puerto, y reconociéndose absoluta imposibilidad para volver a Santo Domingo, se determinó la recogida a la Vera Cruz. Salióse de allí a veinte y dos de febrero, y habiendo corrido la costa hasta Cabo de Cruz y avistado los Caimanes43 por la banda del norte, que es donde surgen los que auf llegan, pasando a buscar la sonda de Cabo de Corrientes, se recaló con las que allí se hallaron a Punta de Piedras; de ella al surgidero de Campeche, donde se llegó a tres de mayo; de allí sin noticia de enemigos se levó toda la Armada a ctnco; y sábado, diez, a las cuatro de la tarde con los cinco bajeles con que de allí salió y los apresados (menos el pingüe que se quedó en Santo Domingo) se amarró en la fuerza de San Juan de Ulúa, y a las dos de la tarde del día miércoles, que se contaron catorce, se supo en Mexico.44 Sin permitir se leyese más carta que la del generál don Jadnto Lope Gijón en que le relacionaba el suceso, pasó su excelencia al santuario de nuestra Seňora de Guadalupe a darle a Dios en él, como en lugar de su complacencia y agrado, no cuantas gracias se debian por ello, que eran muchas, sino las que su devoción le dictaria en el largo rato que allí se estuvo. Repitió las mismas con inmediacíón en la capilla que en la magnifica iglesia de Santo Domingo de Mexico erigió a toda costa a la imagen de Atocha su excelentísíma consorte; y difundiéndose a la misma hora por el grande ámbito de esta corte y por lo dilatado de sus provincias tan estimable noticia, dio asunto por muchos días a ponderaciones y aplausos.45 78 XII Sucesos fatales de monsieur de La Salle en el lago de San Bernardo, y felia'simos principios con que para poblar la Carolina-se bacen algunas entradas a la provincia de los tejas,46 Asunto darán síempre para crecidos volámenes las felicidades que durante el gobierno del excelentísimo seňor virrey, conde de Gal ve, ha experimentado hasta ahora la Nueva Espaňa, aun a quíen hiciera empeňo de refenrlas en un compendio. Y aunque quizás me servirán de tarea en otra ocasión, si no se preocupa mejor pluma en ran heroica empresa, quiero en el ínterin apuntar aquí, como en apéndice breve, en otros tantos sucesos una o dos de ellas, no absolutamente ajenos de lo que he escríto o por haber sído franceses los que los motivaron, o porque las católicas armas americanas los consiguieron o porque se le debió a la vigilante providencia de este excelentísimo principe el conseguirlos. Creyó el rey cristianísimo a monsieur de La Salle,47 natural de Normandia en la Francia, el que, habiendo navegado al sudueste de la Francia Nueva por el gran río de San Lorenzo el largo trecho de quinientas leguas, descubrió una provincia riquísima y fertilísima que intituló la Luisiana, por donde, y con inmediación a uno de los grandes lagos que hace aquel río, corría otro a desembocar en el Seno Mexicano con más de una legua de dištancia de orilla a or i IIa; y para que por éste volviese a aquella provincia y, haciendo pie en ella se fortificase (convoyado de un navío de guerra, con cuarenta y dos piezas y trescientos hombres, que se llamaba la Choli,48 una urea a que se agregó una fragata y un queche,49 que costeó su rey con cuanto en ellos iba) entró por entre cabos el aňo de mil seiscientos ochenta y cuatro. Con varios sucesos (fatales todos) propasándose del río que buscaba y que nombró Colbert,50 liegó al lado de San Bernardo en el aneón que hacen las costas de la Florida y de la Nueva Espafia, donde, desamparado del convoy por persuadirse monsieur Beauvieu, su capitán, había sido supuesta y fantástica su relación, perdió la urea que se llamó Le Mable.51 Registró el lago y sus rios como mejor pudo, y saüendo a tierra después de algunos choques con los indios caocosies que la ocupaban, comenzó a poblar un lugar que llamó San Luis. Y dejando por gobernador a monsieur Joutelle,52 acompaňado de un elérigo hermano suyo, llamado Chevalier, de monsieur Dieu (quien lo ayudó con dineros para esta empresa), y de otros quince, tiró al r umbo del nordeste para buscar el río; pero imped ido de esteros, pantanos y espesos montes, después de seis meses se volvió a los suyos. Ya se habia perdido la fragata que le quedaba cuando liegó a San Luis, y aconsejándose por esto desde entonces, con la desesperación tiró para el norte el aňo de mil seiscientos ochenta y cínco, usando antes y en el camino con los suyos escandalosas erueldades. No fue la menor entre ellas desamparar a los que no podían seguirle, necesitándolos a que se matasen unos a otros para 79 matar su hambre, y fue uno de éstos monsieur Biorella,53 capitán del rey. Llegó a la población de los asineis, que llamamos tejas (y es lo mismo que 'amigos' o 'camaradas'); pasó a la de ios nasoonites; y no hallando Lo que buscaba, volvió a la suya de San Luis, donde arcabuceó a algunos, cortó las orej as y marcó otros, y pasó casi a todos por la baqueta sin que tres religiosos recoletos que llevó consigo, y eran los padres Anastasio, Jenobíe y Máximo, ni su hermano el clérigo Chevelier, ni Chesdeville, que era del mismo estado, le pudíesen ir a la mano en tanto destrozo. Porfió a tercer viaje en la primavera del aňo de mil seiscientos ochenta y seis, dejando por gobernador a monsieur Barbier, canadiense; pero a počas jornadas, después de haber muerto un cirujano, que se Uamaba Liotto, a su teniente monsieur Morange, a un lacayo suyo Asagé y a un indio xahuanó de los de la Luisiana, le quitó también la vida a traición a monsieur de La Salle el mercader Dieu con una escopeta.54 A éste privó de ella poco después un marinero, Reutre, y con el cirujano Liotto hizo lo propio Hiems, también marinero, de nación inglesa. A estas impiedades, que más son para abominadas que para oídas, correspondieron las que con los Franceses de la población de San Luis hicieron después los indios de las naciones caocosi, tohó y xanna,55 acometiéndolos sobre seguro y matándolos indefensos por sólo robarlos. De es ta venida de monsieur La Salle al Seno Mexicano se tuvo alguna noticia, gobernando el excelentísimo seňor marqués de la Laguna esta Nueva Espaňa. Y aunque por orden suyo se regístraron sus costas y se lievó por tierra en dos viajes hasta Rio Bravo, no se logró el trabajo hasta que, con ocasión de asistir en la misión de la Caldera, confines de la provincia de Cuahuila, el reverendo padre fray Damian Massanet,56 religioso de San Francisco (a cuya solicitud y diligencia se debe todo), supo de un indio de nación querns y otro nombrado Juan de nación pacpul había una población de hombres blancos a orillas del mar y a dištancia larga y que de ellos se hallaba uno en la sierra de Axatsoán a sesenta ieguas de allí. Notició de esto dicho religioso al capitán Alonso de León,5' gobernador de aquelía provincia; y arrojándose con solos doce hombres a aquella sierra, a pesar de más de seiscientos indios que lo defendían, porque lo veneraban como ídolo, apresó al francés. Era natural de Cheblu en la Nueva Francia, según se deda, y uno de los que vinieron con monsieur de La Salle; y remitiéndoselo con el general don Martin de Mendiondo al excelentísimo seňor conde de la Monclova, que gobernaba entonces, con su vista y declaración (aunque diminuta) dispuso se híciese entrada a la población de los franceses para desalojarlos de ella y desmantelarla. Y como por promoción suya al virreinato del Perú, tenia ya el excelentísimo seňor conde de Gal ve, el de la Nueva Espaňa, empeňándose con resuelta eficacia en que asi se hiciese, fio esta acción del gobernador Alonso de León que, cuando esto escribo, descansa ya en paz en el regazo de la inmortalidad que le granjeó su esfuerzo y cuyo nombre será siempre 80 formidable a cuantas bárbaras naciones se humillaron y rindieron a su valiente brazo. Y saliendo de Cuahuila a veinte y cuatro de marzo de mil seiscientos ochenta y nueve, consiguió llegar a donde fue la población de íos franceses en el lago de San Bernardo. Hallóla como la dejaron los indios cuando la arruinaron, y solicitando haber a las manos algunos de los que o por ausentes o por fugitivos antes escaparon con vida y la pasaban entre los bárbaros como unos de ellos, después de exactas diligencias, consiguió dos, llamado el uno Archevesque y ei otro Grollet,58 que remitió a Mexico. Súpose de ellos quedaban todavia otros en la población de los tejas, y por esto y porque a persuasiones del fray Damian Massanet prometió su capitán (a quien, por estar casualmente con los de la nación toa ha, hablaron los nuestros y agasajó aquél) admitiría religiosos en su provincia para que en ella predicasen el Evangelío y las doctrinasen sin excusar gastos, ni perdonar diligencias este providentísimo y religiosísimo principe por darle a Díos muchas almas y a nuestro invicto monarca Carlos II un dilatado ímperio. Mandó al mismo gobernador Alonso de León que volviese a ella, y acompaňándolo el padre fray Damian Massanet y otros religiosos, saliendo de Cuahuila a veinte y seis de marzo, de mil seiscientos noventa, llegaron al término de su Jornada a veinte y tres de mayo. Tengo escrita história, y bien dilatada, de lo que sólo se apunta en este capítulo, y saldrá a luz cuando gustare de ello quien me mandó escribirla.59 Veráse allí la fertilidad admirable de esta provincia, que se Ilamará Carolina de aquí adelante, las costumbres y religion de sus habitadores, su polícia y cuantas otras cosas aseguran la permanencia de lo que allí se hiciere y a que ya se ha dado tan buen principio, cual se infiere de que no sólo recibíó a los nuestros con agasajo en su propia casa el capitán de los tejas, cuyo nombre es Desa, sino que salió a recibirlos al Camino al instante que tuvo aviso de que llegaban; y fabricándoles iglesia y casa a tres religiosos que alii quedaron, envió a Denenó, sobrino suyo, con el padre fray Damian Massanet a la ciudad de Mexico para que en su nombre besase las manos a su excelencia y, en recompensa de los regalos que le habia enviado, pusiese a sus pies la provincia que él dominaba y las de sus confederados y amigos, que no son pocos. Con ocasión de esta entrada vino a poder del gobernador Alonso de León una doncella francesa (Magdalena Talon) de hasta catorce aňos y tres niňos pequeňos, hermanos suyos, y un mancebo nombrado Pedro Meusnier,00 hijo del seňor Priovi lie, tesorero ordinario del rey de Francia, que de camarada con el marques de Sablonier (a quien mataron los indios saliendo a buscar que comer) vino con monsieur la Salle en su infeliz viaje. De éstos, del sobrino del capitán Desa (a quien se miró con visos de embajador), del padre fray Damian Massanet y de los capitanes don Francisco Martinez y don Greg or io de Salinas Varona se supo mucho, y se prometió mucho más en lo de adelante.61 Sin perder hora de tiempo solicitó el excelentísimo seňor virrey, conde de Galve, de quien podía dárselo, veinte religiosos recoletos de San Francisco, a 81 quienes proveyó abundantísimamente de lo que para sus personas y para granjear las voluntades de los indios con algunas dádivas se juzgó preciso. Y disponiendo que en el río Guadalupe, cercano al lago de San Bernardo en la provincia de los asineis, que son los tejas, y en la de los codadachos funden misiones, salieron a principios de este ano de mil seiscientos noventa y uno de la ciudad de Mexico a su ministerio, afanándose su piedad para que suene cuanto antes la voz suave del Evangelio en tantas y tan dilatadas regiones donde no se ha oído. Para convoyar con alguna escolta, no sólo estos fervorosfsimos misioneros si no a algunos oficiales mecánicos, que con sus artefactos (necesarios para pasar la vida sin mucho afán) se merezcan el carifio y correspondencia de aquellas genres, y juntamente para que, recalando la tierra por todas partes, se sepan sus extremos y utilidad, nombró por gobernador y teniente de capitán general de la en t rada al capitán don Domingo Terán de los Ríos,02 de cuya inteligencia, madurez y celo, como también de las expenencias del capitán de cabal los don Francisco Martinez, se espera consumado logro en tan estimable conato y cristiano empeňo. Y extendiéndose a mucho más la providencia vigilantísima de su excelencia, pareciéndole abreviar por mar el dilatado camino que desde Mexico hay por tierra hasta aquellas partes, dándole para ello gente y embarcaciones, fio de la consumada perícia en operaciones náuticas y geográficas de don Juan Enríquez Barroto, capitán de la artillería de la Real Armada de Barlovento, el que, registrando de nuevo aquellas costas y poniendo al capitán don Gregorio de Salinas en parte donde ayude (según sus promesas) a registrar unos ríos, se pueda acudir con brevedad a lo que pidieren las ocasiones que allí se ofrezcan. No por esto se píense que absolutamente carecemos de noticias de aquellas tierras, porque aunque en la relación que de parte de ellas escribió en su Luisiana el padre Hennepin,03 capuchino francés, lo presuma asi, pudiera haber leído en la história que de los sucesos del adelantado Hernando de Soto en la Florida escribió el Inca/'4 y corre traducida en su lengua, ser la que él intituló Luisiana las provincias de Cofachiqui, Chicaza, Chisca y otras, y el río grande que nombró Colbert el que navegó por espacio de quinientas leguas el gobernador Luis Moscoso de Alvarado y se llama ahora el de la Palizada. Pero no es la primera vez, ni será la ultima, que de desperdicios de los espaňoles hacen gala para s u adorno los franceses y la acred itan de nueva. Estimámosles a los indios xan nas, tohos y caocosíes habernos excusado el trabajo de castigarles el que se entrometiesen en lo que no era suyo. Si las acciones del excelentísimo seňor conde de Galve que en este capítulo se compendian y cuyo fin no es otro que ext ender le su dominío a la evangélica entre las muchas naciones que hasta aquí la ígnoran, no son dignas no de lo poco que aquí he dicho, sino de grandes aplausos y panegíricos; tampoco lo serán cuantas abultan las historias de otros príncipes que asi lo 82 hicieron y cuyos nombres por beneméritos de la cristiana república vivirán la eternidad que se granjean los justos. Y, pues, el celo de la gloria de Dios jamás yerra los medios de que se vale para dilatarla por todo el mundo, prosiga vuestra excelencia (excelentísimo seňor) en ponerlos con eficacia como hasta aquí, y admiraremos conseguido en esta linea en su feliz gobierno lo que tantas veces se intentó en las provine ias de la Florida y, por no haberse solicitado con seme j ante fin ni debidos medios, se frustró siempre. XIII Hostilidades que se les bacen a los ptratas que ocupaban la laguna de Términos en el Seno Mexicano hasta desalojarlos de alii. Bastantes hostilidades de los extranjeros piratas que acuden a la laguna de Términos en el Seno Mexicano han experimentado nuestros puertos y embarcaciones en todos tiempos, porque no saciándose la codicia de los que allí asisten con destrozar montes de palo de Campeche para remitir a la Europa con intereses considerables, rara ha sido la fragata de trato a que no se arrojen, y aunque tal vez se le dio algiin castigo a estas desvergüenzas, muy presto se les pasó de la memoria por momentáneo, con que jamás ha sido notable la pausa que han hecho en sus pi rate rias.65 Para que en el tiempo de su gobierno no fuese asi, determinó el excelentísimo seňor conde de Gal ve usar de medios proporcionados para desalojar y ahuyentar a los piratas de aquel páraje, y no hallándose otro mejor que embarcaciones pequeňas bien pertrechadas, que son las que únicamente pueden servir en los muchos esteros y lagunas que alii se hacen, mandó prevenir dos galeotas, una falúa y algunas canoas de guerra en la Vera Cruz. Y dándole el cargo de una al capitán Antonio de Ibarra, que era quien iba de comandante, y de la otra al capitán Baltasar Navarro, que sirve de guardacostas de Campeche, los envió con los órdenes convenientes a esta em preša. Salieron del puerto de San Juan de Uíúa a cinco de septiembre de mil seiscientos noventa y volvieron a él a ocho de noviembre del mismo afio, y lo que ejecutaron fue: que habiéndose refugiado los piratas en la espesura de los bosques y manglares, de que son muy prácticos, se apresaron solos nueve en diversos sitios, y reconocidos todos los esteros, lagunas y ríos que desembocan en ellas; después de haberles cogido gran cantidad de hachas, cuňas, sierras y otros instrumentos de cortar palo, se les quemaron doscientos mil quintales de palos que tenían apílados en diferentes cortes, ochenta rancherías, setenta y dos canoas y piraguas y dos balandras. 83 Faicándoles embarcaciones a los que huyeron por tierra para que se escapasen por mar, aunque era difícil haberlos a las manos por la fragosidad y espesura de los monres donde estaría, enviando orden de sú excelencia a don Francisco Benítez Mai do nado, alcalde mayor de la provincia de Tabasco, para que el capitán Bernardo de Lizárraga le diese genre, se le encomendó esta función. Y partiéndose a ejecutarla con dilígencia, hallando prevenidos sesenta y cinco soldados, marchó con ellos hasta las sabanas de San Jerónimo, donde, de treinta extranjeros que allí estaban, se le rindieron en un avance los diez y ocho, y aunque se ocultaron los otros doce entre los tintales, a pocos días dio con ellos y los cogió. Pasó de aqut a la laguna del oeste en piraguas que había prevenido, donde quemó algunas rancherías y mucho palo, y aprisionó un inglés. En la del este mató doce, y saliendo por el río de San Francisco hasta Isla Bianca, apresó una piragua que venia de mar en fuera. Y con la declaración de los que en ella estaban, acompafiado de solos catorce hombres, pasó a la isla de Tris; y monteando en tres ocasiones los que de la tierra firme se retiraron a ella, hallo veinte y tres, y transportándolos con los treinta y uno restantes a la Vera Cruz, satisfacen con el trabajo en la fábrica de la fuerza nueva de San Juan de Ulúa, algo de lo mucho en que les son encargo a los espaňoles. No les ha parecido bien tanta vigilancia y solicitud a los que de todas las naciones aílí acudían, asi para cargar de palo de Campeche sus embarcaciones como para tener de dónde salir a robar las nuestras que andan al trato, y escarmentando en la cabeza de los que merecían tenerlas a los pies por sus continuas piraterías, han huido de aquel paraje los que lo frecuentaban en todos tiempos. Prueba sea de eílo que, saliendo del puerto de San Juan de Ulúa a diez y ocho de enero de este aňo de mil seiscientos noventa y uno con las galeotas de su cargo, el capitán comandante Antonio de Ibarra para examinar y registrar de nuevo y muy por menudo cuantos esteros, ríos y lagunas componen en la de Térmínos, no descubrió seňal alguna de extranjeros que la ocupase; y después de haber quemado más de ciento veinte mil quintales de palo y algunas počas rancherías que no se habían visto en el viaje antecedente y que también se le escondieron a la diligencia del capitán Bernardo de Lizárraga, con dos balandras que se hallaron sin gente pero y a cargadas, se volvió al puerto. Quédese para otra ocasión lo que, sin salir de la linea de lo mi li tar, pudiera aqui relacionar por muchos capítulos. Leyérase en ellos la facilidad con que a un solo amago se limpió de piratas el Mar del Sur; los buenos sucesos de nuestras armas en la recuperación del Nuevo Mexico, en que se obra mucho; el sosiego con que ya se haila la belicosa nación de los caraumares, cuya sublevación, comenzada en el pueblo de Papigochic, pudo poner en cuidado al Parral y a cuantas provincias dependen de su gobierno. Pero en la serie de éstas y semejantes cosas ninguna merecerá en lo venidero mayor aplauso que la fortaleza de San Juan de Ulúa, en que la prontitud de 84 medios y solícita vigilancia de este providentísimo principe se esmera tanto, cuanta es la perfección en que, para seguro de todo el reino, se halla al presence debido a la perícia y cientíŕico magisterio del capitán de caballos don Jaime Franck,66 mgeníero mayor de la Nueva Espaňa, a quien, si a correspondencia de sus méritos en el manejo de las ciencias rnatemáticas y militares artes, en el desinterés de sus procederes, en la suavidad de sus morigeradas costumbres y en la general idad de sus buenas prendas se le da el premio, muy asegurado lo tiene entre los mayores con que gratifican siempre nuestros católicos reyes a quien asi les sirve.07 85 NOTAS 1 Antes de escribir esta historia sobre las actividades francesas en America, Sigúenza y Góngora ya había publícado en 1691, de indole más periodística, Relation de lo sucedido a la Armada de Barlovento a fines del ano posado y principios de éste de 1691. Aunque en la pottada de ésta no aparece el nombre del autor, es obra de don Carlos, puesto que en el Trofeo escribe en el segundo capítulo: «... reformando por segundas cartas lo que (valiéndome de las primeras que de ordinario son diminutas) en una relación publiqué, referiré aquí con más difusíón todo el suceso para perpetua memoria». Asi que el Trofeo represenra, como apuntaremos, una ampiiación y pulimento del primer opúsculo, lo cuaí revela un aspecto importante de la tarea del historiador según la concebía el autor. Hemos consultado para ésta la edición de F. Pérez Salazar, Obras, pp. 249-68, y la de J. Rojas Garcidueňas, Obras históricas, pp. 109-204. Omitimos la carta dedicatoria para doňa Elvira de Toledo Osorio, esposa del virrey. En ia carta Sigúenza declara que escribió el Trofeo del «espíritu americano» por mandado del virrey. 2 Frase con que el autor, muy de su siglo, actualiza ia historia, haciendo hincapié en los acontecimientos americanos y el valor de los americanos. Sigúenza creía importante investigar los sucesos del pasado y del exrranjero, pero a la vez estaba convencido de que «el amor hermoso de la virtud no debe ser buscado en modelos extraňos; la alabanza doméstica mueva los ánimos, y es mucho mejor conocer los triunfos en casa» (Teatra de virtttaes, p. 109 de nuestra edición). Por eso, se destacan en sus escritos los hombres más ilustres, dignos de memoria y de tmitación. Sobre «ías centellas de los incendios marciales con que se abrasa Europa», véase la cronología al final de esta edición. El «cristianísimo rey de Francia» fue Francisco I (1494-1547). Durante su gobierno los Franceses invadieron Italia, y tras la batalla de Pavía en 1525, fue llevado Francisco a Espaňa, donde firmo el tratado de Paz. Para ías ultimas guerras contra Carlos I, el «católico rey» de Francia se alio con los príncipes protestantes de Alemania y con los turcos. Fue durante su reinado que los franceses empezaron a explorar tierra americana. 3 Niccold Machiavelli (1469-1527), conocidísimo autor renacentista que desarrolla este téma en el capítulo VII del Principe y en su Ritratti delle cose della Francia, La idea de que el pueblo imita en todo las acciones del principe es tópico entre otros tratadistas de la época. 4 Jacques Cartier (1491-1557), navegador francés que explore el Canada en třes ocasiones, 1534, 1535 y 1541. Jean Francois de la Roque, seňor de Roberval, viajó a Nueva Francia en 1542. Sobre la exploración francesa en Norteamérica conocía Sigúenza las Dos relaciones del descubrimiento de la Nueva Francia de J. Cartier, citado por Leon Pinelo, Epitome, p. 79- La bibliografía sobre las exploraciones francesas es tan extensa que nos limitamos a citar las más importantes: Justin Winsor, Narrative and Critical History of America, IV (New York, 1884); Herbert E. Bolton y Thomas M. Marshall, The Colonization of North America, 1492-1783 (New 86 York, 1921); The Jesuit Relations and Allied Documents, 73 voiúmenes (New York: Pageant Book Co., 1959). 5 Samuel de Champlain (1567-1635), explorador francés y primer gobernador de la región (1Ó12-1Ó29 y 1633-1635), es considerado el fundador de Nueva Francia. Hijo de un marinero, el joven Champlain sirvió por dos aňos al rey de Espaňa, viajando a las Indias, donde llegó hasta la capital de Nueva Espaňa. Su relación fue publicada por la Sociedad Hakluyt en 1859. 6 En 1562 Jean Ribault llegó hasta San Agustin en la Florida, pero estabíeció una colonia con calvinistas franceses en una isla cerca de la actual Beaufort en la Carolina del Sur. En 1565 llegó Ribault con trescientos soldados; el mismo día llegó una expedíción a San Agustin bajo el mando del adelantado y gobernador Pedro Méndez de Avilés (1519-1574), quien destruyó la fortaleza que habían construido los franceses, matando a casi todos los habitantes. Fundó luego la actual San Agustin. Michael Kenny, The Romance of the Floridas (1943); C. Bayle Prieto, Pedro Menéndez de Avilés (Madrid, 1928); Albert Manucy, Florida's Menéndez, Captain General of the Ocean Sea (St. Augustine: St. Augustine Historical Society, 1965). 7 .Isla al norte del Haiti, poblada desde los primeros aňos del sigio por piratas ingleses y luego franceses desde 1641. Con la Paz de Ryswkk en 1697 Espaňa cedió parte de ta Espaňola a Francia. 8 Después de la muerre de Andres Perez Franco, gobernador de 1652 a 1653, ocupó el cargo Juan Francisco Montemayor, Córdoba y Cuenca (1653-1655). 9 Se refiere a Timolean Hotman de Fontenay, segundo gobernador de Tortuga (1652-1654). A modo de ejempios de algunos de los muchos incídentes y episodios entre franceses y espaŕioles, Moreau Saint Méry cita el destrozo de casi todos los establecimientos franceses en 1638, el desalojamiento de los franceses de Tortuga en 1654, la toma de Santiago de los Caballeros en 1690 y la batalla de la Limonáde, donde destruyeron los espaňoies los establecimientos de la comarca del Cabo. Véase su Descripáón de la parte espaňola de Santo Domingo, tr. C. Armando Rodriguez (Santo Domingo, 1948), pp. 1-27, y E. Rodriguez Demorizi, Invasiones haitianas (Santo Domingo: Editora del Caribe, 1955), pp. 11-14. 10 Tras este resumen de la presencia de ios franceses en el Canada, la Florida y la Espaňola, trata ahora la materia que ya habia narrado en la Relation. Vemos a continuación cómo trabajaba el historiador, corrigiendo y amplificando lo que ya habia redactado. Sobre lo que trata aquí el autor, son utiles William E. Dunn, Spanish and French Rivalry in the Gulf Region of the United States, 1678-1702 (Austin: University of Texas, 1917), y J. L Rubio Maňé, Introduction al estudio de los virreyes de Nueva Espaňa, 1535-1746, III (Mexico: Universidad Nacional Autónoma de Mexico, 1961), pp. 1-38. 11 Se trata de Pierre-Paul Tarin de Cussy, sexto gobernador de la isla (1684-1691)- En la Relation leemos: «...a 10 de julio del aňo pasado de 1690, monsieur Cutsi, gobernador de las seis poblaciones que tienen los franceses en la costa septentrional y llaman Cap, hizo una entrada con 900 hombres hasta ia ciudad de Santiago de Ios Caballeros, que dista de la de Santo Domingo 36 leguas.» Sobre la diferencia entre ia Relation y el Trofeo, ha escrito Jaime Delgado: «E1 Trofeo, en efecto, es una ampliación de la Relation anterior, y de esta copia, en varias ocasiones, párrafos enteros, en Ios cuales introduce algunas modificaciones o variantes, que no afectan más que al estilo, sin modificar sustanctalmente el contenido de la narración.» Incluye Delgado ejempios de las amplificaciones en su edición de Piedad heroyca de don Fernando Cortés (Madrid: José Porrúa Turanzas, I960), pp. IXV-lXVIII. 12 Luis Joseph Peguero narra la história «De la gran batalla que tuvo el Almirante en ia Vega Real con el Rey Guarinoex, y cien mil indios y otras cosas que acaecieron en esta isla memorable» en su História de la conquista de la isla Espaňola de Santo Domingo, trasumptada elaňo de 1762, tradutido de la História General de las Indias escritas por Antonio de Herrera... y de otros autores..., ed. Pedro J. Santiago, I (Santo Domingo: Museo de las Casas Reales, 1975), pp. 83-95. 13 La siguiente paráfrasis de lo que habia pronunciado el gobernador se imprimió, como era costumbre de la época, en letra cursiva, y no figura en la Relation. Las palabras entre paréntesis son del autor. 87 14 Gobernador de ia isla en dos ocasiones, 1690-1696 y 1704-1706. 15 En 1605, por mandato del gobernador Antonio de Osorio, fueron abandonados los pueblos espanoles en la costa del nořte de la isla. Dice un historiador de la época: «la banda del nořte de esta isla es más fresca y sana, pero hoy está despoblada, y es lástima que tan buena tierra se pierda que sólo sirve a los herejes.» Modernizamos la ortografía del texto de Luis Jerónimo Akocer, «Relacion sumaria del estado presente de la Isla Espanola», escrita ert 1650 y publicado en Bolettn del Archivo General de la NaciSn, V (1942), 28-101. Cítamos la página 34, donde también da el nombre de la villa de Asua, que también deletrea Acua, tal vez por Aqua. 16 Terminados los preparativos «se embarcaron dos mil seiscientos soldados en la Armada de Barlovento, 'que constaba de seis naves de linea y una fragata', y se dieron a la vela en el puerto de Veracruz con destino a las costas septentrionales de la Isla Espanota de Santo Domingo». J. I. Rubio Maňé, Introduccián, III, 6-7, donde cka a Andres Cavo, Los (res stglos de Mexico durante el gobierno espaňal, I (Mexico, 1S3Ó), pp. 76-77. 17 Sobre este capitán y sus relaciones con el autor, I. A. Leonard, Don Carlos, pp. 159-83, y del mismo autor, Documentos inédilos de don Carlos de Sigüenza y Gongová, pp. 101-102, 109-10, y «Don Andres de Arriola and the Occupation of Pensacola Bay» en New Spahl andthe Anglo-Ammcan West, I (Los Angeles, 1932), pp. 81-106. Entre 1638 y 1Ó39 «se puso la Armada de Barlovento para tener iimpios aquellos mares de corsarios», citado por Rubio Maňé, Introduccián, II, p. 123, n. 230. iS Al incorporar en el texto la carta del conde de Gaíve, sigue el autor su propio consejo: «Trabajen en adquirir noricias en los archivos los que se apiican ai ejercicio de escribir historias...» Piedad heroyca, p. 44. 19 Alusión a io que había escrito en la Relación, donde cita Proverbios 21, 1. Como ejemplo de cómo Sigüenza amplia ia Relacion ofrecemos el texto original: «Que esté en las manos de Dios el corazón de los que gobiernan para inclmarlos fácilmente a lo que fuere su agrado es verdad que dijo ei Espiritu Santo en la Sagrada Escritura, y que asi sucediese en lo presente nos lo asegura el suceso. Eue la isla de Santo Domingo la primera de la America en que se enseňó por ios espanoles la religion Catóíica, y es hoy la que, ocupada de franceses (y por la mayor parte hugonotes) por su costa septentrional, está siempre clamando a quien puede hacerlo el que lo remedie. Esta consideración, y Dios, que quiso et que fuese asi, estimuló sin duda & este excelentisimo principe a que, de su voluntad espontánea (por algunas noticias que de las hostilidades que ejecutaron los franceses en aquella isla solicitó su vigiiancia), le enviase al presidente de ella la Real Armada de Barlovento para el fin que previó en su idea y que, mediante su engen, se consiguió glorioso». Modernizamos el texto, según nuestras normas, de la edición de j. Rojas Garcidueňas, Obras históricas, pp. 207-208. 2" Ultimo rey de Babilonia, quien profanó los vasos sagrados duranre unas fiestas y consiguientemente una mano trazó en la muralia unas palabras que sólo pudo descífrar eí profeta Daniel, V, Daniel, 5. 21 Capitán del rey Jabin, cuyo ejército fue destruido en el valle de Kishan y fue matado por jael. Jueces, 4, 22. 21 De ia población de la isla en 1650 eseribió Aicocer que «la isla está despoblada, y faka de gente porque en tantas leguas de tierra que tiene no hay más de cinco ciudades y cuatro villas de muy corta vecindad y ya los indios se han acabado». Relación, p. 42, Las ciudades eran: Santo Domingo, Santiago de los Caballeros, Concepción de la Vega, San Juan Bautista de Vayaguana, San Antonio de Monte de Plata, con la villa de Boya a una legua de distancia con seis casas; las villas incluían: Mejorada de Cotuy, Acua, Ceybo y Salvaleón de Higuei. 2i Gobernador entre 1678 y 1684, «don Francisco de Segura Sand oval y Castiíla, maestre de campo de acreditado valor y pericia militar, ganó una completa victoría contra los franceses en la isla el ano de 1691; fue separado del gobierno y embarcado en partida de registro por dismrbios con el obispo, y murió en el viaje» Alcedo, Dkcionario geográfico, II, p. 20. Ignoramos si se ha publicado el «interesante» informe que eseribió Segura sobre las condiciones en Santo Domingo y que cita en Dunn, Rwalry, p. 17, n. 19, el cual se eneuentra en eí Archivo de Indias, Santo Domingo, 53-6-6. 88 24 Nombre dado a un cabo en enero, 1494, por Colon. La villa de Monte Cristi está hoy dia en la Republics Dominicana, y la bahia Manzanillo pertenece al Haiti. 24a Creemos que debe leerse Alonso Ramirez. Véase nuestra nota 35- 25 EI siete de marzo, escribia en su diario A. de Robtes que «se ha dicho que peleó la Armada de Barlovento en el Puerto Pe, y pasaron a Astilla, y se perdió la capitana; que se ganó el puerto, y se degolló toda la gente, y se corsó todo lo que habia en el Castillo por los nuestros». Diario, II, p. 242. Aqui escribe Sigiienza 'Portope' y en la relacion 'Puerto Pe'. Se trata, creemos, de Port de Paix. Veanse Alcedo, Diccionario, I, p. 18 y el mapa contemporáneo de Juan Jordán que se incluye en Dunn, Rivalry, p. 11. Luego dirá Sigiienza que este pueblo «antiguamente llamaron los nuestros Valparaiso», p. 42. 26 Puerto descubierto por Colon y poblado durante la gobernación de fray Nicolas de Ovando. 27 Pueblo destruido por los espaňoles. Mas tarde fundaron los franceses dos pueblos, Limonade y Limonade Bord de Mer, estando éste donde habia fundado Colon Navidad. Véase el mapa en Admiral of the Ocean Sea de Samuel Eliot Morison (Boston: Little, Brown y Cia., 1942), p. 425. Rubio Mane lo llama El Limonar. 28 Sena enemigo del gobernador Ignacio Perez, puesto que de él dice Antonio de Alcedo: «Don fray Fernando de Carvajal y Rivera, del Orden de la Merced, ei ano de 1690 se embarcó en una barca holandesa huyendo de las persecuciones de! presidente y se fue a las colonias francesas para venir a Espaňa el de 1698». Diccionario, II, p. 24. 29 Episodic narrado en Exodo 17, 8-16. 30 «EI Santo Chtisto de San Andres, Ilamado asi porque está en un Hospital de esta advocación de San Andres; es de bul to y está en un tabernácuío con velos delante, y sus puertas cerradas con Have; ábrese cuando algún devoto lo pide, o cuando van a velar delante de él, y se saca en procesión cuando hay alguna necesidad o trabajo publico y experimentan por esta devoción el Divino fa vor». Alcocer, Relación, p. 49. 31 Asi se llamaba la rierra enrre la bahia de Caracoles y el pueblo del mismo nombre. 32 Aunque Sigiienza sentia orgullo por todo lo espaňol, sentia lo mismo por todo lo americano, lo cual se express en esta declaración en contra de la ignorancia europea de lo americano. 33 Lucio Sergio Catilina (109-62 a. de J.C.), patricio y conspirador romano, cuya historia fue narrada por Salustio, Conjuración de Catilina. 34 En este patache iba el capitán de artillería, Juan Enríquez Barroto, amigo del autor y, sin duda, fuente de muchos de los detalles incorporados en la historia. Véase Infortunios. nota 106. «En el patache El Sto. Cristo de San Román, con su Cabo Gobernador, Capitán de la Artillería don Juan Enríquez Barroto, carorce oficiaies, veinte arrilleros con su Condestable, Corneiis Cornelio, ocho marineros, cinco grumetes y tres pajes», cka un documento de la época Rubio Mané, Introditcúón, III, p. 34. 35 Entre los de la fragata en que iba Barroto estaba Alonso Ramirez. Véase la conclusion de los Infortunios de Alonso Ramirez. 36 Será Petite Anse que menciona Alcedo, Diccionario, p. 18. 37 EI rey católico James II (1633-1701), contra su rival, el prorestante Guillermo de Orange, trató de pacificar a los católicos y a los protestantes, pero resultó la Guerra Jacobita (1689-1691). ,s Como en Infortunios, 'marear' quiere decir «poner en movimiento unä embarcación en et mar; gobernarla o dirigirla» (Diccionario). 3y Los ministros de Luis XIV ya habian dado licencia a una compaňía de St Malo todo el rráfico con la Espaňola y pronto se llama St Malo «dudad de los corsarios», según C. B. Norman, The Corsairs of France (London, 1887), p. 155- Véase Johnston Brown, The History and Present Condition of St. Domingo, I (London, 1837), p. 76 y las páginas 78-80, donde se da un resumen de esta batalia. 89 40 Petit Goave, según Alcedo {Diccionario, p. 18) y Petiguay, según Rubio Maňé {Introduction, III, p. 23). 41 En la parte más occidental de la Espaňola, actualmente Cap Carcasse. 42 Isla al oeste de Tiburón que se llama hoy dia Navassa. 43 Al oeste de Santiago y al sur del Golfo de Guacanayabo. 44 En la Relation Sigiienza dice que Ilegaron a Campeche el tres de marzo, se levo el dia «2, y sábado 10 a las 4 de la tarde...» y que Ilegaron a ia capital el dia 14». Sin lugar a dudas, hay error, creemos, de imprenta. Aqui el autor corrige las fechas, pero se equivocó al escribir «mayo», puesto que Antonio de Robies apuntó para marzo, 1691: «Nueva de la Armadilla.— Miércoles 14, vino nueva de haber entrado a 10 de éste ia armadilla con cuatro navios de presa, y haber conseguido una gran, victoria en la isla de Santo Domingo por mar y por tíerra, y muerto más de seiscientos franceses, y que cogieron más de cuatrocientas cincuenta pisto!as...» Diario, II, p. 220. Cf. Ia explicación de esta confusion que da Rubio Maňé, Introduction, III, pp. 22-23. 45 Terminase ia Relation con una lista de ocho capitanes que se distinguieron en la empresa contra los franceses, incíuyendo los nombres de sus amigos Andres de Arríola y Juan Enriquez Barroto, «capítán de la artillería, excelente matemático y a cuyos desvelos deberá la náutica americana grandes progresos». Cf. la ultima frase de Infortunios. Sobre el valor histórico de este documento, comenta Rubio Maňé: «No cabe duda que los informes de Siguenza son enteramenre ciertos porque armonizan muy bien con otros que se incluyen en documentos originaies, como por ejempio las Reales Cédulas despachadas por la Corona espaňola un aňo después de los acontecimienros.» Introduction, III, p. 24. 46 No sería arriesgado afirmar que estos úkimos capitulos serian apuntes del autor para su proyectada História de la provincia Carolina que anuncia en este capítulo y que nunca llegó a imprimirse. Sobre los acontecimientos que narra en este capítulo véase Juan Agustín Morfi, History of Texas, 1673-1779, rraducción y anotaciones de Carlos E. Castaňeda, 2 tomos (Albuquerque: Quivira Society, 1935), sobre todo los capitulos II y III. 47 René Robert Caveíier, sieur de La Salle (1643-1687), volvió a explorar ia región que había visitado dos aňos antes y que había llamado Luisiana. Véase el interesante «The Secret Purpose of La Salle» de H. Carter en Doomed Road of Empire (New York: McGraw Hill, 1963), pp. 15-30, y H. H. Bolton, «The Location of La Salle's Colony on the Gulf of Mexico*, Mississippi Valley Historical Review, II (1915), 165-82. 48 Se llamaba Joly. 49 Del inglés 'ketch' que documents J. Corominas desde 1655- Diccionario etimológico, III, p. 936. «Embarcación usadá en los mares del norte de Európa, de un solo palo y de igual figura por la popa que por la proa. Su porte varia de 100 a 300 toneladas» (Diccionario), 50 Nombre dado al rio Mississippi en honor del ministro de Luis XIV, Jean Baptisté Colbert (1Ó19-1Ó83). 51 Fue don Carlos ei primero que llarnó asi la bahía que antes llamaban del Espiritu Santo y iuego Lavaca. Véase Morfi, History, p. 145, n. 40. Actualmente es la bahia de Matagorda. Véase también el mapa en Dunn, Rivalry, p. 33. Et capitán se llamaba Beaujeu y la urea, L'Aimable. 52 Henri Joutel acompaňó a La Saile y publico Dernteres decouvertes dans ľAmérique septentrionale de M. de La Salle (Paris, 1697). Aquí cítamos la traducción al inglés, A Journal of the Last Voyage Perform'd by Monsr. de La Salle (London, 1714), donde leemos que fue acompaňado Joutel por su hermano Cavelier y otro religioso liamado Chedeville, dos recoletos y varios voiuntarios (p. 45), y M. Dieu fue Dominic Duhaut, o tal vez su hermano menor. 53 «We were also inform'd rhar the Sieur Bihorel had stray'dand was lost, so that there had been no News of him since.» Last Voyage, p. 75. 54 En la narración de Joutel, se llamaban Morangec, Saget, Liorôr. En marzo, 1687, La Salle fue fusiiado por eí mercader Duahut, y abandonaron su cuerpo desnudo para los animates. En mayo, Heins, bucanero alemán, y el cirujano Ruter mataron a Duhaut y Liotôt. Last 90 Voyage, pp. 99, 102. De los cuatrocientos hombres que habi'an llegado en 1684, solo siete pudieron salir para el Canada, llegando a Quebec el 27 de julio, 1688. 55 Sobre los indios de la region, vease H. E. Bolton, «The Native tribes about the East of Texas Missions,» Texas State Historicial Association Quarterly, XI, 249-76. 56 Franciscano de Mallorca que estuvo en el colegio del Espiritu Santo en Queretaro y luego fundo la misiön de la Caldera en Coahuila. Fue buen am ig o de don Carlos y le escribiö «Carta de Don Damian Manzanet a Don Carlos de Sigüenza sobre el descubrimiento de la Bahfa del Espiritu Santo,» publicada en facsi'mil con una traducciön por Lilia M. Casis, Texas State Historical Quarterly, II, 253-312, reimpreso en 1911 e incluido en Herbert E. Bolton, Spanish Exploration in the Southwest, 1542-1706 (New York, Charles Scribner's Sons, 1908), pp. 353-87. Bolton da otros documentos sobre la expedicion de Alonso de Leon y una bibliografia valiosa. 57 Alonso de Leon (1637-1691), gobernador del Nuevo Reino de Leon e hijodel capitän y cronista del mismo nombre (Historia de Nuevo Leon, con noticia sobre Coahuila, Tejas y Nuevo Mexico, publicado en 1909 por Genaro Garcia en Documentos ineditos o muy raws para la historia de Mexico, vol. XXV). Siendo gobernador de Nuevo Leon, comandö dos expediciones en demanda de los franceses. Vease Bolton, Spanish Exploration, pp. 388-423- 58 Segun Masanet, fueron Archebepe (Larcheveque, Last Voyage, p. 132) y Santiago Groliette. Fueron mandados a Espana en 1689. «Carta de Don Mazanet» en Bolton, Spanish Exploration, p. 364. 59 Alusiön a su historia de Carolina, que es hoy dia Texas y que no se debe confundir con la Carolina de los ingleses al norte de ia Florida y que Ilamaban los espafioles San Jorge. 60 Dos de los hermanos se Ilamaban Roberto y Pedro, este de once anos. Veanse Bolton, Spanish Exploration, pi. 375, 413, 420 y Morfi, History, I, p. 148, n. 62. 61 Aqui da el autor la lista de las personas con quienes consultaba para redactar esta historia. 62 Gobernador de Nueva Gaiicia (1716-1724) que habia pasado veinte anos en el Pern y luego fue capitän de infanteria en San Juan de Ulua. En 1691 se le nombrö gobernador de Sonora y Sinaloa, y por eso Casraneda le considera el primer gobernador de Texas. Morfy, History, I, p. 174, n. 8 y n. 9; Dunn, Rivalry, pp. 129-45. 6i Luis Hennepin (1640-1701), recoleto franciscano que acompaüö a La Salle en 1675 y en 1678, siendo su confesor. Regresö a Francia y publico su popular Description de la Louisiane (1685) y Nouvelle dkourverte d'un tres gran pays situe dans I'Amirique (1697). En su «Contesta-ciön», impreso por Perez Salazar (Biografia, p. 149) Sigüenza dice que poseia la traducciön italiana de ia obra de Hennepin y que conocia el original que tenia en su biblioteca el capitän Gregorio de Salinas. 64 Aiusiön a la cläsica Historia de la Florida del Inca Garcilaso de la Vega (1605), rraducida al frances por Pierre Eichelet en 1670. La version francesa gozaba de mucha popularidad, ya que aparecieron seis ediciones, mäs dos ediciones abreviadas. 05 Vease el informe de Juan de Ortega y Montanes, virrey interino en 1696, en que se refiere a las amenazas de los piratas en la laguna de Terminos y en Campeche. Los virreyes espanoles, ed. L. Hanke y C. Rodriguez, V, pp. 143-44. Tambien ofrece un buen resumen el estudio de Rubio Mane, Introduction, II, pp. 92-151; III, pp. 60-104, 150-246 y 265-321. 66 Jaime Franck, de nacionalidad alemana, estuvo al servicio del rey en Cataluna. En 1681 Ilego a Nueva Espana, donde dirigiö la reconstruccion del Palacio despues del incendio ocurrido durante el alboroto y motin de los indios en 1692, y luego se le encargaron las obras de San Juan de Ulüa, haciendola una de las principals fortificaciones en las Indias. Sufria un desequüibrio mental en sus Ultimos afios y opto por degollarse en 1702. Rubio Mane, al discutir las campanas contra los piratas en Yucatän ofrece una carta dictada por Franck, fechada ei 16 de enero de 1692 en Mexico. Vease, Introduction, III, pp. 152, n. 115, y 153-54. 67 A continuaciön aparecen unos versos «Epinicios gratulatorios» escritos por «algunos ingeniös mexicanos» que ceiebran la victoria conseguida en la Espanola. Despues del programa, escriro por Francisco de Ayerra Santa Maria y don Carlos, hay una silva escrita por 91 «Ia madre Juana Ines'de ia Cruz, religiosa profesa en ei convento de San Jerónimo de Mexico, Fénix de la erudición en ia línea de todas las ciencias, emulación de los más delicados ingeniös, glória inmortai de la Nueva Espana». Consideraba Aifonso Méndez Plancarre, edkor de las obras de la monja, que esta oda era «soberbia, y ran genuinamence pinddrica y tan fasruosamente gongoritia», y según el mismo editor contribuyó Francisco de Ayerra «un exceiente soneto y un bizarro Epigrama latino» (Obras de sor Juana Ines de la Cruz, I [Mexico: Fondo de Cukura Económica, 1951}, pp. 331-35 y 570). Aparecen otra silva y siete sonetos de otros ingeniös mexicanos. Por no ser de la pluma de Sigüertza y Góngora, no reproducimos aquí estos versos; escán incluidos en la edición de Pérez Salazar, Obras, pp. 231-45, y en la de Rojas Garcidueňas, Obras históricas, pp. 189-204. 92 ALBOROTO Y MOTIN DE LOS INDIOS DE MEXICO1 ALBOROTO Y MOTÍN DE LOS INDIOS DE MEXICO1 Copia de carta de don Carlos de Sigüenza y Góngora, cosmógrafo del Rey en la Nueva Espaňa, catedrátko de tnatemátkas en la Real Universidad y capellán mayor del Hospital Real del Amor de Dios de la ciudad, con que le da razón al almirante don Andres de Pez2 del tumulto. En moneda nueva de nuestros malos sucesos pago de contado a vuestra merced en esta carta (que será bien larga) lo que de las muchas notictas que de los de la Europa me dio en la suya; por falta de embarcación que haya salido de éstos para esos reínos hasta aquí le doy y, no habiendo Cosa que más presto llegue, aun a regiones muy apartadas, que una mala nueva y siempre con la circunstancia de diminuta en mucho y monstruosa en todo, me obliga y aun necesita nuestra amistad y correspondencia a que, sin estos vicios, le compendie aqui a vuestra merced cuanto nos ha pasado sin decir cosa que no sea publica y sabidísima y, si acaso le faltare a alguna esta calidad, esté muy cierto de que o tengo razón del fundamento con que se hizo o que me hallé presente. Ser inseparable companera de la alegría la tristeza, de la felicidad el infortunio y de la risa el llanto es verdad tan irrefragable que no sólo con voz entera nos la proponen uniformes las historias todas, sino que prácticamente lo advertimos cada día en los sucesos humanos. <;Qué otra cosa fue la fatal idad lastimosa con que quedará infame por muchos siglos la noche del dia ocho de junio de este aňo de mil seiscientos noventa y dos sino llegar a lo sumo los desdenes con que comenzó la fortuna a mirar a Mexico sin más motive que haber sido esta ciudad nobilisima teatro augusto donde, con acciones magníficas, representó la fideiidad espaňola la complacencia con que se hallaba por haberle dado la mano de esposa a la serenísima seňora doňa Mariana de Neoburgo, nuestro glorioso monarca Carlos Segundo?3, Hago aqui punto para advertir antes a los que acaso leyeren ésta lo que ya sabe vuestra merced porque, mediante nuestra amistad antigua, me conoce bien. 95 El que mira un objeto, interpuesto entre él y los ojos un vidrio verde, de necesidad, por tenirse las especies que el objeto envía en el color del vidrio que está intermedio, lo verá verde. Los anteojos de que yo uso son muy diáfanos porque, viviendo apartadísimo de pretensiones y no faltándome nada, porque nada tengo (como dijo Abdolomino a Alejandro Magno), sería en mí muy culpable el que asi no fueran; conque acertando el que no hay medios que me tiňan las especies de lo que cuidadosamente he visto y aquí diré, desde luego me prometo, aun de los que de nada se pagan y lo censuran todo, el que dará asenso a mis palabras por muy verídicas. ALGUNOS LOGROS DURAŇTE EL GOBIERNO DEL CONDE DE GALVE Sin poner en parangón con sus predecesores al excelentísimo seňor conde de Galve, porque no quiero entrar tropezando con la emulación y la envidia, es voz común de cuantos habitan la Nueva Espaňa haber sido el tiempo de su gobierno un remedo del que corría en el Siglo de Oro. Todo sucedía en él como el deseo quería, porque sólo le asistía el deseo de acertar en todo. Por el cariňo con que vuestra merced mira este principe, bien sé que se complaciera de que yo dejase correr la pluma en tan noble asunto, pero protestando de que cuanto dijere en esta carta se pudiera escribir una difusa historia, vaya sólo en compendio lo que, para prueba de aquella voz común, viene a propósito. Feliz anuncio de sus acciones řue venírseie a las manos para rendirse a ellas una fragata corsante de las que, llevadas más de la codicia que de los vientos, infestaban el Seno Mexicano y sus costas todas al tiempo que, para venir a su virreinato, navegó aquel mař; más considerable descalabro experimentaron estos piratas poco después cuando, a disposiciones de su heroico celo, con dos galeotas, una falúa y no sé qué canoas de guerra, consiguió desalojarlos de la laguna de Términos que no sólo ocupaban sin resistencia para lograr los cortes de palo de Campeche con interés excesivo para salir de allí como de lugar seguro y muy a propósito para robar sin oposición las embarcaciones con que se enflaquecía por instantes nuestro comercio. Esta grande frecuencia y tráfico de corsantes por aquel mar tenía a las villa y puerto de San Francisco de Campeche, que es el principál de la provincia de Yucatán, en notable riesgo, porque, de doscientas plazas con que se dotó su presidio, sólo se hallaba con las noventa, y éstas sin persona que supiese de lo militar para gobernarlas. A la primera noticia que tuvo su excelencia de tan indigna cosa, nombrando a don Pedro Osorio de Cervantes (sargento mayor que era de la Armáda de Barlovento y muy inteligente en estas materias) por gobernador de las armadas de aquella villa, reforzó su presidio con ciento treinta soldados hechos; proveyó a éstos de armas de fuego, y remitiendo otřas muchas y todo género de municiones no sólo a los que allá estaban, sino a otros muchos que, 96 en caso de necesidad se les agregasen, dejó este puerto totalmente seguro y bien defendido y, consiguientemente, la villa y la provincia toda. El mismo beneficio han experimentado cuantos presidios dependen en su socorro del virreinato, acudiéndoles a los más de ellos con más genre, con más armas, con más municiones de las que han pedido y, con especialidad, a los mediterráneos por ser fronteras de indios belicosos y siempre indómitos y de cuyos movimientos irracionales jamás se siguen entre los que están pacíficos efectos buenos. Pero más que esto han log rado los mařit í mos hasta este tiempo; no digo en habérseles también asistido con las mismas armas y municiones que a los primeros sino por habérseles ya asegurado providentísi-mamente sus socorros anuos; venia de cada uno a esta corte un podatario con buen salario y, después de conseguirlos a costa de reverencias y sumisiones, se los llevaban en géneros, si acaso no se los quitaban antes los enemigos, y ya hoy se los conduce en reales la Armada de Barlovento. Cuánto difíeren entre si una y otra disposición es mejor asunto para premeditarlo en discurso que para escribirlo, y aquí sólo le refiero a vuestra merced sencillamente lo que saben todos sin pasarme por el pensamiento comparar gobiernos. No hay quien desee el acíerto en lo que mane ja, pero como su consecución cons iste en ápices, lo consiguen pocos. Con casi nada, pues no fue sino sólo un amago, quedó límpio de seme j antes piratas nuestro Mar del Sur; habían éstos robado no sólo la población de las costas de Coli ma y de Sinaloa sino ensangrentado sacrílega-mente sus impías manos, cortándole las narices y orej as a un sacerdote. Pedía este detestable delito venganza al cielo y, queriendo ser el instrumento para conseguirla, este celoso principe mandó armar una fragata que, a cargo del capitán de mar y guerra, Antonio de Mendoza, y con azogues que había traído del reino del Perú, se hallaba y muy acaso en el puerto de Acapulco por esre tiempo; y a sola su vista, desamparando los piratas aquellas costas, quedaron libres hasta ahora de tan ruin canalla. Este suceso y la consideración de no hallarse en todo aquel mar, por lo que toca al virreinato de la Nueva Espaňa, no sólo embarcación de porte considerable pero ni aun una canoa de que, en caso de urgencia de noticias o de enemigos, se pudiesen servir en el larguisimo trecho que hay desde Tehuantepec hasta Sinaloa, le obligó a disponer se fabricasen dos galeotas en la provincia de Guatemala para guardacosta, las cuales, con los pertrechos de armas y tripulación de gente que necesitan, se hallan hoy en el puerto de Acapulco prontas. dQué pudiera decir de lo que, al abrigo de Ia Armada de Barlovento, consiguieron los lanceros de Ia ciudad de Santo Domingo, cuando en la sangrienta batalla del Limonal, en la desolación del Guarico, de Truselmorel y de sus estandas, pagaron los franceses con justa pena cuanto en la costa de la isla Espanola y de la Tortuga ha perpetrado de hostüidades y desafueros su presune ión y soberbia? Y claro está que no tuviera lugar este buen suceso en 97 nuestras historias, si la vigilante providencia de este gran principe, con órdenes suyas (y sin ejemplar), no se lo hubiera puesto en las manos a los que gloriosamente lo consiguieron. De las circunstancias con que esto fue y de sus consecuencias, con titulo de Trofeo de la justicia espaňola en el castigo de la alevosía francesa escribí el ano pasado un librito y lo di a la estampa; dije en él algo de lo mucho que le debe a su excelencia la Nueva Espafia y aquí, con aditamento de mayores cosas porque todo esté junto, repetiré lo propio. En grave detrimento pudo poner al Parral y a las provincias dependientes de su gobierno, y aun a las muy pacíficas de Sonora, la sublevación de la nación tarahumara, principiada en el pueblo de Papigochic, si no hubiera ocurrido su excelencia con presreza y solicitud a remediar este dano con genre y armas. También se ha extendido su providencia a las remotas partes de Nuevo Mexico, donde los gobernadores don Domingo Jironza Petris de Cruzate y Góngora,3 mi tío, y don Diego de Vargas Zapata Luján,4 ganando cada día grandes porci ones de la mucha tíerra que, faltando a la religion católíca, se negó aňos ha la obediencia a nuestro rey y seňor Carlos Segundo; confiesan debérselo todo al excelentísimo seňor conde de Galve, y es muy conforme a razón el que asi lo digan, supuesto que jamás se les ha negado aun con más gente pertrechos y reales de los que han pedído. Si desde aquí se vuelven los ojos a la Vera Cruz, jqué dirá la admiración, viendo ya en términos de defensable la nueva fuerza de San Juan de Ulúa!3 Corrió desde que la cimentaron hasta este tiempo con sólo el nombre de fortaleza, siendo en realidad apariencia de ello; pero a pesar del mismo mar que entre las olas le dio terreno y de los nortes que con su violencia contradecían las obras, ya reducidas hoy como mejor se pudo, a lo regular servirá de aquí adelante de defender aquella ciudad y, respectívamente, todo este reino; y habiéndose perfeccionado todo esto en no muchos meses y con moderados medios, en comparación a la obra eíla misma, sin otro epígrafe conservará sin duda el nombre de su excelencia por muchos siglos. Si de esta nueva fuerza se pasa al muelle, se reconocerá que el que antes, por combatido del mar y por brumado de aňos, amenazaba ruina; ya se las puede apostar al tiempo en las duraciones, con circunstancia que, habiéndose remitido veinte y cuatro mil pesos para principiar su refuerzo, conseguido no sólo éste sino haberle aňadido cien pies de su longítud, y ser, por el consíguiente, mucha la obra por la mayor profundidad del mar en que se trabajaba, sobró de estos reales como la mitad; si siempre fueran como los ministros de que aquí se valió su excelencia cuantos intervienen en obras reales, <;quién duda que en rodas ocasiones fuera lo propio? Este estar en todo le sugirió ser muy conforme a razón el que, hallándose la huerta antigua del real palacio sin uso alguno, se ocupase en algo y, 98 faltándoles a los cien infantes que lo presidían lugar cómodo y a propósito dónde alojarse para poder acudir con prontítud a lo que se ofreciese, dejando en eila una capacisima plaza de armas, la distribuyó en cuarteles y se pobió al instante. He puesto aquí y con gran cuidado esta providencia que, sin más motivo que el de que no estuviese ocioso aquel lugar, tuvo su excelencia como circunstancia muy ponderable para lo de adelante. Voy a otras cosas de d i versa especie, pero todas grandes. jCuántos aňos no se han pasado, qué diligencias no se habrán hecho muchos de los excelentísi-mos virreyes de la Nueva Espaňa en el discurso de eilo para darle, a correspondencia de su grandeza, a esta ciudad de Mexico el numero de parroquias que le es debido! Seis son de indíos y solas tres las de los espanoles, donde, a unos y otros que exceden el numero de ciento cuarenta mil, si sólo se cuentan los índividuos, se les administran con notable trabajo los sacramen-tos; ya hoy, a las tres de los espaňoles, se aňadió una, que fue lo mismo que conseguir imposibles. Valióse para ello su excelencia de sola una de las valientes resoluciones que suelen usar y de muchas de las cortesías y agasajos con que se hace amable. Excedió a esta empresa hallarse hoy la Metropolitana de Mexico con el seminario que, para la buena crianza de la juventud, mandó erigír el sag rado concilio de Trento en las catedrales. jOh, válgame Dios y cuántas dificultades se hubieron de vencer y aun atropellar para conseguirlo! Pero, como para esto y lo antecedente (por lo sag rado que tiene anexo) ha vivido el ilustrfsimo arzobispo0 de Mexico con singular vigilancia, lo que parecía imposible se hizo accesible y mucho más, cuando, echando mano su excelencia de una barreta, comenzó a demoler las casas que ocupaban el sitio donde debia erigirse.7 No con menos empeňo y resolución se afana este principe con ilustrar a Mexico. j Por que caminos tan extraordinarios ha querido alumbrar Dios con la antorcha del Evangelio a la nación de los tejas y cadodachos! El primer motivo que hubo para registrarle de nuevo al Seno Mexicano todas sus costas, y con especialidad las septentrionales, fue la noticia de que franceses hab fan poblado en una de sus bahías; y siendo esta noticia verdadera y cierta, por lo que de la resulta de haber descubierto más tierra que llamaron Luisiana y asi sabía jamás se atinó con aquel lugar hasta que casualmente se halló por tierra bien que desmantelado y derrotados ya los franceses que en él vivían por la tierra adentro. Juzgóse necesario el recogerlos por los malos efectos que, de estar entre aquellos indios, resultarían, y parte por tierra y parte por mar, yendo a la bahía donde poblaron, que es la de San Bernardo, en tres o cuatro viajes que por orden del excelentísimo seňor conde de Galve se hicieron en su busca, se aprisionaron todos.8 Resultó de estas entradas tener alguna plática con el capitán de los indios tejas un religioso recoleto, de los que asisten en el colegio de los misioneros de la Santa Cruz de Querétaro, nombrado fray Damian Mazanet;9 y de ellas 99 no sólo prometer aquí el que recibiría espaňoles y religiosos en su tierra para que los doctrinasen y bautizasen, sino enviar un sobrino suyo al seňor virrey para que se los pidiese. Quedáronse con ellos los religiosos y, condescendien-do su excelencia con petición tan justa, solicitó otros veínte de la misma recolección de San Francisco, a quienes proveyó con larga mano de lo que, para sus personas y para granjear las volunrades de los indios con algunas dádivas, se juzgó preciso y, disponiendo que en un río que llamaron de Guadalupe en la provincia de los asines, que son los tejas, y en la de los cadodachos fundasen misiones y residencias, se los envió acompaňados de soldados para su resguardo y de oficiales mecánicos que industriasen aquellos bárbaros en sus oficios. Deberále por esto la Iglesia Católica a ešte cristiano princípe cuanto se logrará sin duda en tan sagrada empresa. Paréceme no igual, sino superior a lo antecedente, la facilidad de haberse puesto en doctrina y polícia a los indios chichimecos de la Sierra Gorda en tíempo de su gobierno. Son éstos tan absolutamente bárbaros y bestiaíes y tan imposible por esto su sujeción que, distando de esta corte menos de treinta leguas sus rancherías, no se les ha podido hasta ahora asentar la mano, ni lo consíguieron los mexicanos cuando floreció su imperio; pero atropellando los religiosos de Santo Domingo con tan gigantes inconvenientes, los han ido reduciendo a lugares determinados donde los doctrinan, y en breve tiempo se hallan ya con la misión de San José de Soriano, de San Juan Bautista, de la Nopalera, de San Miguel de la Cruz, de Aguacatlán, de Zimapán y de Puimguía, y en cada uno un ministro pagado de la Real Audiencia. Todo lo cual no sólo ha sido aplaudido sino solicitado y fomentado de su excelencia, asi con cariňos y exhortaciones como con buenas obras. La misma ayuda han tenido los padres de la Compaňía de Jesús en sus misiones del Parral, Sonora y Sinaloa, concediéndoles cuatro misioneros para los indios guacamas y pigmas, uno para los tarahumares y baimoas, dos para los cabezas y babzarigames, y cinco para la Sierra de Ocotlán, tarahumares y tepehuanes, y a cada uno la renta que en la Caja Real se le asigna por su ministerio; pero cualquiera es poca por el inmenso trabajo y continuo ríesgo de la vida en que andan los que en esto andan. SE CELEBRAN EN MEXICO LAS BODAS DE CARLOS II Y MARIANA DE NEOBURGO Para los que miran la entidad de las cosas con madurez, todo esto se ha admirado y aplaudido como sin ejemplar; pero para el vulgo, que sólo se paga de la novedad y la diversíón, tuvo lugar primero entre las disposiciones de su excelencia el regocijo con que el aňo pasado de mil seiscientos noventa y uno celebró el segundo casamiento de nuestro monarca y sefior, Carlos Segundo, con la Serenísima Seňora y Reina Nuestra, doňa Mariana Neoburgoi10 100 No soy tan amante de mi patria, ni tan simple, que no persuada a que cuanto hay y se.ejecuta en ella es absolutamente lo mejor del mundo; pero. aunque no he salido a peregrinar otras tier ras (harto me pesa), por lo en extremo mucho que he leído paréceme puedo hacer concepto de lo que son y de lo que en ellas se hace. Con este presupuesto le aseguro a vuestra merced con toda verdad no haber tenido que envidiar Mexico a otro cualquiera lugar, que no fuere esa Corte de Madrid (donde no hubo representación sino realidad) en esta función. Distribuyéronse las mascaras11 por los gremios y, emulándose unos a otros en galas propias, en libreas a los lacayos, en lo ingenioso de las ideas, en la hermosura y elevación de los triunfantes carros, en el gasto de la cera con que las noches, con que consecutivamente regocijaban la ciudad, se equivoca-ban en dias, dieron regia a los venideros para gobernarse con aplauso en empenos tales. Mucho más que esto fueron los juegos que, ya en otras tres continuadas noches, con la pension de parecer por sólo lucir, dejaron sin la esperanza de otra inventiva a su industrioso artifice.12 Hiciéronse corridas de toros, sainete necesario en espafiolas fiestas, j Con qué acierto! ;Con qué magnificencia! jCuán majestuoso y proporcionado el uso! iQué pródigamente repartidas las colaciones! jQué regocijada la plebe! jQué gustosos los nobles! jCon cuánta complacencia los tribunalesí iQué alegre por todo esto nuestro buen virrey! jCuánto, oh, Dios mio, Santo y Justísimo, cuán apartados están del discurso humano tus incomprensibles y venerables juicios, y cuánta verdad es la de la Escritura que con la risa se mezcla el llanto, y que a los mayores gustos es consiguiente el dolor!13 AMENAZAN LA CAPITAL EXCESIVAS LLUVIAS No es el mes de junio en este oriente y los adyacentes de muy copiosas aguas, porque en su primero y segundo tercio comienza sólo a humedecerse el cielo y a refrescarse la tierra con moderadas lluvias. Habían y a corrido sus siete primeros dias no sólo sin Hover, pero ni aun con nubes sobre la ciudad, aunque al mismo tiempo se reconocían cubiertos de ellas y con mucho exceso los montes que tenemos al Occidente, donde llovió el dia ocho con algún tesón, pero sin violencia. Volvíeron las nubes el dia siguiente (que rue miércoles y se contaron nueve) a Hover sobre lo mojado con tan formidable tempestad de granízo y agua que en breve rato (dijéronlo los indios que del abrigo de algunas pefias y cuevas, entre muchos que murieron, escaparon vivos), asi con el granizo como con el agua se cegaron las barrancas generalmente, y aquél cubrió lo restante de la mayor parte del monte en el altor de un estado. El peso gravisimo de tanta agua, buscando vaso en que descansar, comenzó luego al instante a precipitarse por las barrancas y arroyos secos y, 101 recogiéndose en el riachuelo que liaman de los Remedies sin poder estrecharse a su caja tan ta avenida, re boso espantosamente por todas partes. Llevábase consigo cuanto encontraba sin privílegiar a las casas de los indios, por ser muy débiles, ni a las de los espaňoles que estaban por las lomas y valles por ser robustas. Ahogáronse, entre mucho ganado, veinte y seis personas; arruinóse un batán; perdióse el trigo que estaba en las trojes de los molinos, y en cantidad muy considerable. Y siendo todo esto aí punto de media noche y en parte donde no había caído del cielo aquel día ni una gota sola, que era desde la ioma donde está la ermita de Nuestra Seňora de los Remedios hasta el puebíecilío de San Esteban y Huertas de San Cosme, confinante por allí con los arrabaíes de Mexico, ^quién duda haber sido la confusion y el espanto mucho mayor que el destrozo y la pérdida, aunque fue tan grande? Si las muchas acequias que tiene Mexico no estuvieran en esta ocasión azolvadas todas, buque tienen para haber recibido toda esta agua y conducídoía a la laguna de Texcuco, donde cuanta generalmente viene de las serranías se recoge siempre; pero después de Uenarse todo el ejido que corre de Chapultepec a la calzada que va a Tacuba, sobrepujando a ésta ei agua desde la estancia de Popotla hasta donde fue la huerta del marqués del Valle, embocando arrebatadamente por la zanja que allí tienen los hortelanos y anegando cuantas iglesias, conventos y casas hay por allí, pasó a los arrabaíes occidentales de esta ciudad, contenidos desde el barrio de Santa Maria hasta el de Be lén, donde se dem vo no por otra razón sino por princip iarse en ellos las acequias que habían de desaguarlos y estar, como dije, sin uso alguno. Con esto ya está dicho que se aguó la fiesta; pero olvidándose de ella y conmoviéndose todo Mexico con tan subitáneo accidente, antes que diese el grito para pedir el remedio, lo tenia premeditado y aun conseguído el seňor virrey, porque dándole lugar al agua por donde ya ella se io tomaba, quedó trajinable la salida de San Cosme, que ocultaba el agua, desembarazada la mayor parte de aquel ejido y casi enjutos los arrabaíes y barrios que se anegaron. Encapotóse el cielo desde aquel día y, aunque por horas nos amenazaba con otro estrago, llovía sólo tal vez y moderadamente como de ordinario sucede en reguläres aňos. Oyóse por este tiempo una voz entre ias (no sé si las llame ve ne rabies o desprecíables) del vuigo que atribuía a castigo de las pasadas fiestas, de la tempestad en el monte, el destrozo en los campos y la inundación de los arrabaíes; y era la prueba haberse experimentado en esta ciudad de Mexico, no sólo el aňo de mil seiscientos once, grandes temblores en ocasión que, por mandato del arzobispo virrey, don fray Garcia Guerra, se corrían toros14 sino haberse quemado la iglesia de San Agustín de Mexico15 el aňo de mil seiscientos setenta y seis, cuando por disposicíón de otro arzobispo virrey, don fray Payo Ribera de Enriques, estaban todos divertidos con semejante fiesta. Estaba todavía ocupacla la plazuela del Volador con los andamios y tablados de que se hizo el coso y, a la primera sílaba que de esta 102 voz le llegó al oído (por lo que tenía de apariencia de religion), mando este discreto y prudente principe cesasen las fiestas y se despejase la plaza, y asi se hizo, tan atento como a todo esto ha estado siempre al gusto del pueblo y a la complacencia de todos. Pasáronse de esta manera los días sin accidente consíderable hasta el domingo, diez de julio, que no sólo en lo que coge la ciudad y lo circunvecino sino generalmente en casi todo el reino amaneció lloviendo. Prosiguió el agua por todo el día y, sin más violencia que la que tuvo del principio, se continuó hasta el sábado, veinte y dos, sin interrupción que pasase de media hora. Bien podia el día nueve haberse ido desde esta ciudad a la de Texcuco a pie o a caballo por en medio de la laguna, porque absolutamente se hallaba seca; pero como no sólo llovía sobre ella y lo que estaba inmediato sino sobre toda la serranía con cuyas cumbres que bojean más de setenta leguas se corona este grand ísimo valle donde vivimos, fueron tantas, tan pujantes y tan continua-damente unas las avenidas que, llenándose más y más en cada momento la amplitud disforme de que se forma su vaso, ya navegaban el día veinte y dos por donde antes caminaban recuas no sólo chalupas sino canoas de ochenta fanegas de porte y un barco grande. Lo que se experimentó de trabajos en México en estos trece días no es ponderable'; nadie entraba en la ciudad por no estar andables los caminos y las calzadas; faltó el carbón, la leňa, la fruta, las hortalizas, las aves y cuanto se conduce de afuera todos los días, asi para sustento de los vecinos, que somos muchos, como de los animales domésticos, que no son pocos; el pan no se sazonaba, por la mucha agua y consiguiente frío; la carne estaba flaca y desabridísima, por no tener los carneros y reses dónde pastar, y nada se hallaba, de cuanto he dicho, sino a excesivo precio. Lloviéronse todas las casas sin ha ber modo para remediar las goteras; cayéronse algunas por ser de adobes y no se veía en las calles y en las plazas sino lodo y agua. Rebosaron los ríos y arroyos de la comarca y cayeron sobre los ejidos de la ciudad; los inundaron todos. Parecía un mar el que hay desde la calzada de Guadalupe (en toda su longitud) hasta los pueblos de Tacuba, Tlanepantla y Azcapotzalco, donde se sondeaban por todas partes dos varas de agua. Competía con éste el que se forma entre las calzadas de San Anton y de la Piedad, pero < las bestialidades, las supersticiones, las idolatrias contra que tantas veces se declamö en los pülpitos y se escribiö en los libros, un edicto para que los ciudadanos exigieran a él mismo durante la vida y a los príncipes de posteriores edades, terrerlos como modelos». Y claro está que si era el intento proponer para la imitación ejemplares, era agraviar a su patria mendigar extranjeros héroes de quienes aprendiesen los romanos a ejerckar las virtudes, y más cuando sobran preceptos para asentar la política aun en tře las gentes que se reputan por bárbaras. No se echan menos en parte alguna cuantas excelencias fueren en otra de su naturaleza estimables. «El amor hermoso de la virtud no debe ser buscado en modelos extraňos; la alabanza doméstica mueva los ánimos, y es mucho mejor conocer los triunfos en casa», dijo Papin, Stat., lib. 5, Sylu. Y aunque es verdad que en esta ocasión no milita el mismo motivo que a Paulino le insinuaba el rey Atalarico, en Casiodor, üb. 9, Variar., Epist., 22: «Nos inflaman siempre 174 sus ejemplos, amonestándonos, porque el estímulo grande de la vergüenza es la alabanza de los padres, en cuanto que no soportamos ser diferentes de aquelios a quienes gozamos como autores». Pero, no par faltar este requisíto, dej a nuestro excelentísimo principe de suceder en el mando a aquélíos cuya inmortalidad, merecida por sus acciones, promuevo en lo que puedo con mis discursos; y siendo constante que «se avergüenza de pecar quien piensa poder suceder a los varones alabados», como dijo él mismo, lib. i, Epíst. 4 y en la 2 del lib. 7, «seguir muy desestimable mi asunto cuando en los mexícanos emperadores, que en la realidad subsistieron en este emporio celebérrimo de la America, hallé sin violencia lo que otros tuvieron necesidad de mendigar en las fabulas». No será justo terminar este Preludio sin advertir el que puede ser se haya notado en las pinturas del areo, como también en esta deseripción que de él hago, el que faltan algunas cireunstancias que suspenden a los ignorantes como prodigios, y son la acomodación del hombre, títulos, ejercicio y propiedades del principe que se elogia en el mismo contexto del asunto o fábula que se elige. Bien saben los que me comunican el que quizás no me fuera difícil el practicarlo, pudiendo decir con Nactanceno, Homil, en cap. 19, Math.: «Pues, a veces también nosotros (para gloriarme en la estulticia) somos sabios en las cosas vanas». Pero siendo precepto de Crisóstomo, Homil. 65 en Math., aunque para fin más alto que el presente: «No conviene en las parábolas poner demasiado cuidado en cada una de las palabras»; como también de Theophilact., Praef. en Ion.: «No en todo es necesario buscar la semejanza», quise evitar la nota de liviandad en tan despreciable materia, empleándome sólo en lo que ju2gué más decoroso al asunto, por excusarme la censura de San Ennod., lib. I, Epíst. 10; «Hermosas son las cosas que eseribes, pero yo amo más lo fuerte; están coronadas de flores, pero yo amo más el fruto». O porque no me pusieran los eruditos en aquel catálogo de gramáticos ocupados en semejantes empenos que refiere Jovian. Pontan. en Charonte, cap. ii; Blatha. Bonifa., lib. 22, Hist. Ludic, cap 9; y que no olvidó Guillermo Hamero, en cap. 40, Gene. O porque, siendo mi fin hacer alarde de las vírtudes imperiales para que sirvan de ejemplo, fue necesario insistir en ello, sin divertirme a lo que nada importa para poder decir con verdad lo de Salviano, Praef. ad lib. de Gubernat. Dei: «Nosotros, que amamos más los hechos que las palabras, mejor seguimos lo útil que lo plausible; con nuestros pequeňos eseritos no queremos ser deleite que agrade a los oídos de los ociosos». Confieso con ingenuidad, después de lo que aquí he discurrido, ser verdaderísima la aserción de Horado, lib. 2, Epíst. 48 ad Sabin; «Enganan a cada quien sus eseritos, mas Uegando al oído, como hijos aún deformes, deleitan. Asi también los eseritores inconvenientes acarician sus escritos». Conque, poniéndome de parte de la razón, no dudo el que no faltará quien se desagrade de lo que para mí tengo por bueno, como dijo con disereción juicíosa Sidonio Apolinář, lib. 9, Epíst. II: «Seria tenido por descarado si 175 pensase de tal manera que todo cuanto me agrada a mi, a ti nada te desagrada». Pero no por eso dejare de decir con Sedulio, Epist. ad Macedon., citado como el de arriba en la Empyreolog. de Henao, pag. 24: «Saquen a relucir sus cosas los que tratan de tomar las ajenas; es mäs fäcü a todos indkar que obrar y mirar con rostro tranqmlo los peligros desde la fortaleza». Que es decir, que con facilidad se censura lo que no se entiende y que ninguno estä mäs pronto para la detracciön que el que nada hace, porque se halla libre de que en la misma moneda se le retorne, encastillado en lo inaccesible de su ignorancia. Reconociölo muy bien el sapientfsimo Socrates, a quien todos deben imitar sin atender a las sombras que levantan para empanar los mäs lucidos estudios: «No hay obra», dijo Xenofonte, lib. 2 de Dict. et Fact. Socratis, «en la que los hombres no sean acusados. Pues, es muy diffcü hacer cualquier Cosa sin errar; y si por acaso alguien llevase al cabo algo sin errar, seria dificil no encontrar un juez inicuo». Doy fin a este Preludio, diciendo yo con Plauto en Menaecb., Acto. 3, Escena I, verso 30, a quien sin haberle yo jamäs ofendido hizo gala de satirizarme mi obra, pudiendo ocupar mejor el tiempo: «jOh, joven!, <. Luego, si Isis es la misma sabiduría de Misraím, no hay razón para que Misraím no se confunda con Isis; con que, siendo Nephtuim hijo de Misraím, habrá de ser Neptuno hijo de Isis, según la doctrina y enseňanza y de Misraím, según la naturaleza. Esto, asi anotado, digo que entre los nombres de Neptuno es célebre el de Conso, y que Conso fuese Neptuno consta de Plutarco en RomuL: «Llamaban a Neptuno dios Conso o ecuestre», y de Antonio, Eidyl. 12: «Tartareo hermano de Jupiter, y de Conso para los dioses». Como también de Servio, 8 Aeneid; Dionisio Halicarnaso, lib. I, Antiquit. Roman.; este, pues, dios Conso o Neptuno fue hijo de Isis, como afirma Bulengero, De Cm. Roman., cap. 9; y siendo Conso lo mismo que Harpócrates, por sentencia del mismo autor, 178 que dijo, fol. 35: «asi, pues, Conso es Harpocrates »; lo cual y que sea hi jo de Isis quiere Varron, lib. 4, de Ling, lat,; y Plutarco, en hid., que dice haber tenido esta por hijo a Siglion, por ocro nombre Harpocrates, a quien se refiere y sigue el eruditfsimo Tiraquello, I, 7, Connub., num. 34, consta evidente-mente ser Neptuno, llamado Conso, Harpocrates, y Sigaiim, hijo de Isis y, por el consiguiente, de Misraim. Esto presupuesto, advierto que Libia y Africa son sinonimos, como entre otros dice San Agustin, t. 9, Hb. de Past., cap. 17: «Libia se dice de dos modos, o esta que es Africa propiamente, etc.»; lo mismo Higin., FdbuL, 149; San Isidoro, lib. 14, cap. 5; Pausanias, lib. 5. Tuvo Africa el nombre de Libia por imposicion de Neptuno. Cedreno en Alderete, pag. 344: «Neptuno, toda la tierra de Camos Ilamolo Libia»; y Herodoto, lib. 2: «Habian oido que Neptuno era de Libia. Pues, ei nombre de Neptuno, al principio, nadie lo usurpo sino Libia»; y si ningunos otros que los africanos y libios supieron el nombre de Neptuno, seria porque solo ellos lo conocieron, pues, tambien lo veneraron como a su autor; lease a Pfndaro en Pyth. Od. 4, a Apolodoro, Hb. 3. Y si fue fundador de Africa, y la ciudad de Cartago se llamo con especialidad Africa (Suidas: «Cartago, que es Africa*), no sera, desproposito decir (Virgilio sea sordo en lo fabuloso del lib. 2 de su divina Enetda) el que Neptuno fundo a Cartago. Luego, si los cartagineses poblaron estas Indias, como afirma Alejo Venegas, lib. 2, cap. 22, y fray Gregorio Garcia, lib. 2, Del origen de los Indios; y Neptuno fue autor de los africanos cartagineses, infierese el que mediatamente lo seria de esos indios occidentales, Pero si he de decir la verdad, jamas me han agradado estos navegantes cartagineses o africanos por varias razones, cuya especificacion no es de este lugar y, asi, no me alargo porque pide mi asercion prueba mas viva. De las poblaciones y descendientes de Neptuno no se sabe otra cosa sino que solo las hubo; Josefo, lib. I, Antiq., cap. 7: «De Naphtemi», que es Nephthuim o Neptuno, «nada sabemos sino el nombre». Perifrasis parece este de las genres de este Nuevo Mundo; noticia, juzgo, tuvieron de ellas Platon, in Tom.; Elian., lib 3, De War. Hist., cap. 18; Pomponio Mela, lib. i, cap. 5; y, mas que todos, Seneca, en Hippol., Act. 3: Profugo, recorre lejanos, desconocidos pueblos; aun cuando la tierra puesta en los confines del mundo, mar de por medio, te separe y habites el orbe puesto a nuestros pies. Pero «excepto los nombres nada sabemos», tenian un nombre tan confuso que solo se quedaba en senas, no que indicase certidumbres, sino que originase confusiones, pues no determinaban con fijeza el lugar de su habitacion. Corroborase este discurso teniendo por derto que aquella celebre profecfa de Isaias, cap. 18: «Id, mensajeros veloces, a la nacion de elevada talla y briilante piel, a la nacion temida de lejos, nacion que manda y aplasta, y cuya tierra es surcada por rfos», se entiende de estas Indias Occidentales, y mas afirmandolo Acosta, Montano, Del Rio, Borrelo Maluenda, Leon, 179 Bozio, Zapata, por mí ya vistos, y referidos de Solórzano, lib. I, Polittc, cap. 7. Léanse con atención cuantas versiones trae Puente en la Conven. de las Monarqmas, lib. 3, y se verá cuánto más se ajustan a los miserables indios que a los espaňoleš, y si algunos en particular a los de Mexico, gente arrancada de sus pueblos, por ser los más extraňos de su provincia, gente despedazada por defender su patria y hecha pedazos por su pobreza, pueblo terrible en el sufrir y después del cual no se hallará otro tan paciente en el padecer, gente que siempre aguarda el remedio de sus miserias y siempre se halla pisada de todos, cuya tierra padece trabajos en repetidas inundaciones. Bien mostraban ser hijos de Neptuno, pues, fuera de estos nombres que aquí les dan, no se sabía más de ellos: «De Neptuno nada sabemos st no el nombre». Mudáronse el nombre y quedaron desconocidos, pero siempre denotaron sus acciones que era su origen de Neptuno. Josefo, Antiq., Hb. I, cap. 6: «No faltaron quienes, habiendo subido a las navěs, vinieron a habitar las islas; por lo que todavía algunos pueblos conservan el nombre que se derivó de sus fundadores, y algunos ya lo cambiaron». Por islas, en la Escritura, según Del Rio, en C. 10; Genes., vers. 5, pág. 197, se entienden las islas remotas y apartadas; lo apartado y remoto de estas tierras ya se ve, y aun si la palabra insulae significase islas, conviene a la America, pues toda ella se forma de las que abunda el Océano Mexicano, y este pedazo de tierra de que se compone la cuarta parte del mundo no es continente sino isla, pues por la parte antártica la rompe el estrecho de Magallanes y por la otra (bien sé lo que me digo) se comunican los dos mares por el de Anian y Davirs. Conque estas islas que poblaron gentes de quienes no se supo, me parece fueron la parte que en aquella primera divisíón cupo a Neptuno. Nadal Conti, lib. 2, cap. 8: «Arrojados los fuertes del imperio del mundo, le tocó en suerte a Neptuno, con imperio, ocupar el mar y todas las islas que en el mar existen». Lo mismo dice Cartar, De Imagin. Deor., pág. 167; Victoria, lib. 2, de Neptuno, cap. I, pág. 233- Conque es evidente que enviase Neptuno a poblar las islas que le cupieron en suerte y que por lo remoto de su asíento perdiesen (como perdieron) el nombre de su autor, pues sólo, aunque confusamente, se sabía tales gentes. «De Neptuno nada sabemos sino el nombre» y esto porque «algunos ya cambiaron ese nombre», Aunque en reverencia de su autor, que fue seňor de las aguas, buscaron tan ansiosamente un lugar de ellas para fundar su ciudad Mexico; léanse nuestros historiadores Acosta, lib. 7 caps. 5 y 7; Torquemada, lib. 2, cap. 2 y lib. 3, cap. 21; fray Gregorio Garda, lib. 4, Del origen de los Indios, cap. 3, parágr. 3; Arias de Villalobos en su Mercurio, octav. 15.8 Pasábaseme una singularidad curíosa, y es que eran estos indios gente que esperaba, geniem expectantem, y que esperasen es cierto, pues tuvieron profecía que había de venir a gobernarlos el que propiamente era su rey, conque los que arbítraban en el Imperio eran sólo sus substitutos, esperando con la propiedad del dominio a su legítimo dueňo; dícelo nuestro Arias de 180 Vilialobos en el ya citado Mercurio, octav. 18, que concluye en Ia manera siguiente: ...Siempre le esperaron, Y por teniente suyo al rey juraron. Hallaräse lo mismo en ei padre Acosta, Hb. 7, cap. 24, y en fray Juan de Torquemada, üb. 4, cap. 14. Rey, en propiedad, no podia ser otro que Neptuno, pues «Ie tocö en suerte a Neptuno, con imperio, ocupar el mar y todas las islas que en el mar existen» y teniendo este particular dominio en las aguas medias, que son las de las lagunas bien pudiera (si acaso pudiera) haber sido su asiento Mexico, fundado en ellas. Nadal Conti, üb. 2, cap. 8: «otros... prefirieron... que imperase en aguas intermedias, cuales son las lacustres», y mas habiendo el hecho una, como con Herodoto en Polymn., afirmö el mismo, päg. 86: «que los tesalos solian decir que Neptuno habfa hecho una laguna»; y teniendo los primeros fundadores de Mexico a Neptuno por guia, pudieron fäcilmente saür de las incomodidades de una laguna a las seguridades de una fuerte ciudad. Por eso debia de mandar Escipiön a los suyos, en Tit. Liv., Üb. 26: «seguir a Neptuno como guia del Camino y evadirse de en medio del lago a las murallas». Cuando hasta aqui he referido parece que solo tiene por apoyo las conjeturas y, a no divertirme con ello de lo principal de mi asunto, puede ser que lo demostrara con evidencias, fundado en Ia compahia que tengo advertida entre los mexicanos y egipcios, de que dan iuces las historias antiquisimas originales de aquellos que poseo y que se corrobora con lo comun de los trajes y sacrificios, forma del ano y disposicion de su calendario, modo de expresar sus conceptos por jeroglificos y por simbolos, fabrica de sus templos, gobierno poütico y otras cosas de que quiso apuntar algo el padre Athanasio Kirchero en el Oedipo Egypciaco, tomo I, Syntag. 5, cap. 5, que concluye: «Baste entre tanto haber demostrado en este lugar Ia afinidad de la idolatrfa americana y egipciaca, en lo que unicamente coincidfamos». Y aunque asi en este capitulo, como en el 4 del Theatro hieroglyphko, del tom. 3 de dicha obra, en que quiere expücar parte de los anales antiguos mexicanos que se conservan en el Vaticano,9 tiene muchfsimas impropiedades, no hay por que culparle, pues es cierto que en aquellas partes tan poco cursadas de nuestra naciön criolla Ie faltaria quien Ie diese alguna noticia o le mi nistrase Iuces eruditas para disolver las que el juzgarfa tinieblas. El defecto es nuestro, pues cuando todos nos preciamos de tan amantes de nuestras patrias, lo que de ellas se sabe se debe a extranjeras plumas. Verdad es esta que reconocen todos y que ninguno desmiente, porque son manifiestos al mundo los übros que lo pubÜcan. No hablo de Ia expücaciön de los caracteres o jeroglificos mexicanos, que algunos tendrän por trivialidad despreciable y, por el consiguiente, indigno objeto de sus estudios sublimes, porque en ellos juzgan se veriftca «el aguila no caza moscas» de los antiguos, o porque (por vergüenza nuestra) ya fue empeho de Samuel Purchas, de 181 naciön inglesa, en sus Peregrinaäones del mundo,10 tom. 3, üb. 5, cap. 7, donde, con individuas y selecdsimas noticias, recopilö cuanto pudiera expresar en esta materia el amante mäs fino de nuestra patria, Puede ser que nie engafte en lo que discurro, pero siempre juzgare ser este mas ütil estudio que el de las fäbulas, aunque ya sea la del pueblo, porque siempre he dicho con Seneca: «Nunca quise agradar al pueblo, pues lo que se el pueblo no lo aprueba»; aunque allä don Luis de Göngora solicitö lo contrario en la fäbula de Piramo y Tisbe: Populär aplauso quiero, Perdönenme los Tribunos. Con todo, a mi mäs fuerza me ha hecho la agudeza con que Marcial, Üb. 10, Epigram, 4, ad Lect., censura lo que no me agrada por lo que he dicho que el desagrado con que me censurarän , los que quisieren hacerlo: «Tu, que lees Edipo y el ciego Tiestes, Cölquidas y Escilas, ^que cosas lees sino monstruos? iQue tienen que ver contigo el raptado Hilas y Partenopeo y Atis? <;De que te sirve el sonoliento Endimiön? <;Para que los vanos juegos de miserables cartas? Lee aquello de que puedas, con derecho, decir es mio. Aquf no encontraräs centauros, no gorgonas, ni harpias. Mis escritos saben a mano». En la razön que puede haber de congruencia para que de los descendientes de Naphthuim no se sepa, consiste la prueba mäs eficaz de que este sea el progenitor de los indios, y para ello presupongo ahora, por cierta, la opiniön de Gömara, I part., Bist. Ind., foL 120; y de Agustin de Zärate en el Proemio a la del Peru, de fray Gregorio Garcia, Üb, 4, cap. 8, del Origen de los Indios; y es que estos vinieron de la Isla Atläntica a poblar este Mundo Occidental. Y antes de proseguir, quisiera se atendiese no solo a las razones y autoridades de dicho fray Gregorio Garcia, cap. 9, parägr. 3, y de Marsilio Ficino, al principiar el argumento al Didlogo Cricias, o Atläntico, de Piatön, sino a las del erudito padre Athanasio Kirchero, liq. 2, Mundi Subterranei, cap. 12, parägr. 3, con que comprueban invictamente ser historia verdadera la que de esta isla refiere Piatön en aquel diäiogo en el cual se refiere su destrucciön y acabamiento con un terremoto formidable que la anegö. Cupole en suerte a Neptuno en aquella divisiön primitiva de las provincias del mundo, no por la generalidad de ser isla, segün lo que arriba afirmö Nadal Conti, üb. 2, Mitbolog., cap. 8: «Le tocö en suerte a Neptuno poseer, con imperio, el mar y todas las islas que en el existen», sino porque, habiendo dicho Piatön, en Atlant., päg. mihi, 737: «En otro tiempo los dioses se dividieron toda la tierra, distribuida en varias regiones...», anadiö adelante, päg. 739: «sen'a necesario un largo discurso para narrar desde un principio lo que antes dije acerca de la reparticiön de los dioses, de cömo se distribuyeron entre sf toda la tierra, en grandes o pequehas porciones, y cömo se levantaron templos y lugares sagrados. Tocöle, pues, a Neptuno la isla Atläntica, etc». Conque es tan cierto que Neptuno poblö la Atläntica, como 182 evidente el que se anegó, que es la razón porque comenzó a faltar su noticia tan absolutamente que sólo se la debemos a Platón. Luego si Josefo no supo de los hijos de Neptuno, «de Neptuno no sabemos sino el nombre», fue porque, habiendo perecido todos los que la habkaban en la destrucción de la isla, faltó la comunicación que entre ellos y los orientales había, y mucho más la que con los que habían pasado a las otras islas pudiera haber, estorbados de la inmensidad grande del mar que entre ellos se interponía. Sentimiento es éste también de Kerchero en el lugar ckado, pág. 81: «...que finalmente se destruyó y fue tragada por el mar de tal manera que hasta nuestros días quedó borrada de la memoria de los hombres». Que de la Atlántica saliesen colonias para poblar otras islas consta del mismo Platón: «Todos éstos (habla de los hijos de Neptuno) y su posteridad vivieron allí muchos siglos, dominando otras muchas islas del mar». Y que se extendiesen hasta Egipto consta de lo subsecuente inmediato: «también de aquéllos hasta Egipto, etc.», conque se fortalece mi conjetura de la similitud (que bien pudiera decir identidad) que los indios, y con especialidad los mexicanos, tienen con los egipcios, desce ndiendo de Misraim, poblador de Egipto, por la linea Nephthuim. Luego, si de la Atlántica, que gobernaba Neptuno, pasaron gentes a poblar estas provincias, como quieren los autores que exprese arriba, ^quién dudará el que de tener a Neptuno por su progenitor sus primitivos habitadores los toltecas, de donde dimanaron los mexicanos, cuando en sumo grado convienen con los egipcios, de quienes descendieron los que poblaron la Atlántica? De Neptuno afirmó también Nonnio, lib. 3, Dionyfiacor, vers. 29, haber estado en Memfis, antigua metropoli de Egipto: Memfis, hasta donde Ilegó Neptuno. Bastantemente juzgo que se ha comprobado lo que propuse en el titulo por los motivos de la cortesania a que me obligo la no vulgaridad de mi asunto y por la reverencia con que debemos aplaudir las excelentes obras del peregrino ingenio de la madre Juana Ines de la Cruz, cuya fama y cuyo nombre se acabará con el mundo.11 Perdonaránme la digresión los que ignoraban lo que^ contiene, que serán todos, a quienes advierto que cuanto he dicho es una parte muy corta de lo que esta materia me sugirió el estudio; y si alguno afirmare.que con ello alargo estos Preludios más de lo que debiera, le responderé con Plinio, lib. 2, Eptst. 5: «Crecio el libro mientras gozamos en omar y engrandecer a la patria». Y concluiré diciendo, con el docto Calancha, estando en semejante empenoen \&Crónica de San Agustín delPerú, lib. í, cap. 7, num. 7, que «con estos párrafos les he pagado a los indios la patria que nos dieron, y en que tamos favores nos hace el Cielo y nos tributa la tierra».12 183 I PROPONE EL TODO DEL ARCO 0 PORTADA TRIUNE AL, QUE SE DESCRIBE Prenuncio glorioso de una felicidad muy completa suele ser el común regocijo con que lo futuro se aplaude. No faltará quien lo atribuya a la casualidad y a la concingencia; pero yo, enseňado de San Agustín, üb. 12, Con/., a quien Santo Tomas cita, I Part., quaest, 86, art. 4, ad. 2, me afirmo en que no es sino naturaleza del alma que nos tnforma: «Tiene el alma una cierta virtud de suerte, de tal manera que, por su naturaleza, puede conocer lo futuro». Del mismo sentimiento fue San Gregorio Niseno, lib. de Hornin. Opi/., cap. 13: «Por esto, la memoria confusa y la virtud de presagiar, alguna vez mostraron lo que más tarde comprobó el hecho». En esto, mucho le debe el excelentísimo seňor conde de Paredes, marques de la Laguna, a la ciudad de Mexico, desde la maňana del jueves 19 de septiembre de este aňo de 1680, en que con las voces sonoras de las campanas se le dio al pueblo la noticia de que domingo 15, a las 9 horas de la maňana había su excelentísima persona tornado puerto en el de la Vera Cruz, con el cargo de virrey de la Nueva Espaňa, y desde luego pudo el cultisimo Claudiano decirle a su excelencia lo que le repitió a Stilicon, en el 3 üb. de sus elogios: «No de otra manera desean las flores a las doncellas, el rocio a ios frutos, los prósperos vientos a los no cansados marineros, como tu rostro al pueblo». Excusando a éste su sentimiento de hipérbole lo que se ha experimentado en lo común de los ánimos, y en lo general de las voces, que ya previ no con las suyas el mismo autor, con la circunstancia de admirar, desde entonces, esmaltados con su nobilísima sangre los lilios cristianisimos de Francia y los leones católicos de Castilla: «Se alegra el caballero y aplaude el se nádor y los vo tos plebeyos rival izan con el aplauso patricio. Oh, amor de todo el mundo, a quien sirve la Galia toda, a quien Hispánia unió con 184 tálamos de reyes, y cuyo advenimiento pidieron los quirites con fuertes voces ...». Desde este punto, en prosecución de la grandeza magnifica con que sabe la imperial, nobilísima ciudad de Mexico, cabeza de la Occi-Septentrional America, desempeňarse en semejanres funciones, comenzó a prevenir para su recibimiento lo necesario, en que tiene lugar primero el arco triunfal que se erige en la Plaza de Santo Domingo, a la entrada de la calle de este nombre que se termina en la Plazuela del Marques, lugar destinado desde la antigüedad para la celebridad de este acto. Fiose (por especial mandado de la ciudad) de mi corto talento la idea con que habia de animarse tan descollada máquina, como de personas suficientemente inteligentes su material de construcción, que a juicio de los entendidos en el arte fue una de las cosas más primorosas y singulares que en estos tiempos se han visto. Elevóse por noventa pies geométricos su eminencia, y se extendió por cincuenta su latitud, y por doce su macizo, de fachada a fachada, constando de tres cuerpos, sin las acroterias y remates que se movieron sobre diez y seis pedestales y otras tantas columnas de jaspe, revestidos los tercios de hojas de parra con bases y capiteles de bronce, como también la cornisa con arquitrabe, tocadura, molduras y canecillos de lo mismo, sin que al friso le faltasen triglifos, metopas, modíllones y cuantos otros ornamentos son individuos de la orden corintia de que constaba. Hermoseóse el cuerpo segundo con la variedad concertada que a lo compósito se permite, excediendo al cuerpo primero con singulares primores, como también a éste el tercero que se formo de hermatenas áticas y bichas pérsicas, aliňadas con cornucopias y volant es. Dispúsose la arquitectura con tres entrecalles, que fueron la de en medio y las laterales. Unas y otras descollaban sobre tres puertas, retirándose la de en medio para dentro a benefício de la perspectiva, como también todo eí resto de aquella calle que se unía con las otras con unos intercolumnios admirablemente dispuestos y hermoseados (como también los pedestales de las columnas inferiores) con varios jeroglíficos y empresas concernientes al asunto y que parecíeron bien a los eruditos, de las cuales no haré mención en este escrito, asi por no ser obra mía los cuatro pedestales de la principal fachada (que encomendé al bachilier Aíonso Carrillo y Albornoz, joven a quien se porfía cortejan las musas con todas sus gracias, según nos lo manifiestan sus agudezas y sus primores), como por no verme necesitado a formar un dilatado volumen, y más cuando pretendo no sólo no dilatarme sino ceňirme aun en lo muy principal, razón por que omito la especificación prolija de la simetría y partes de este arco o portada triunfal, contentándome con decir que se dispuso como para quien era y con la circunstancia de que siempre se adelanta Mexico con gigantes progresos en tales casos. Las cuatro entrecalles exteriores de las dos fachadas dieron lugar, según la dístribución de los cuerpos, a doce tableros, sin otros dos que ocuparon el lugar de la de en medio desde la dedicatoria, que estribaba sobre el medio punto de la puerta principal hasta el frontis de la coronación, que substenia las armas reales entre 185 las de sus excelencias, todos estuvieron en marcos tarjeteados con cortezas, festones y volutas de bronce y cuantos otros alinos se sujetaron ai arte. Debióseíe todo lo que hubo de perfección no sólo en esto, sino en todo lo demás que me necesario para el digno recibimiento de su excelencia a la vigilancia y solicitud nimia del capitán de caballos don Alonso Ramirez de Valdés, del hábito de Alcantara, sargento mayor del principado de las Asturias y actual corregidor de esta ciudad. Pero, jay dolor!, que quien con la actividad de su celo desempeňó a Mexico en esta función, tan magnífica y gloriosarnente corao es notorio, es hoy frio despojo de la muerte que, disfrazada entre la solicitud y el cuidado que le oprimieron, estorbó el que perfeccionase cuantas prevenciones dispuso para la celebridad de este acto, a que antecedió su funeral en que manifestaron los ojos con voces que articularon las lágrimas cuánto puede con todos la suavidad de las acciones y la cortesania del trato. Sean estos renglones padrón en que se grabe la memoria de mi buen amigo, perpetuándose ésta en lo que parece que para el intento lloró Papin. Stat, en Lacrym. Hetrmc, lib. 3, Sylvar., vers. 224: «[Feüz tú, si el largo día, si los justos destinos te han permitido contemplar el rostra de tus hijos y sus tiernas mejillas! Pero las alegrías de la juventud cayeron tronchadas a m i tad de la vida y Atropos, con sus manos, cor tó los aňos floridos, como Jos lirios que doblan sus pálidos tallos y las tempranas rosas que mueren a los primeros vientos». Algunos discurrirán haber sido esta fatalidad pension común con que se alternan los gustos, que de ordinario se desazonan con aquel dolor que dijo Lucrecio, lib. 3, de Nat. Rer.: «.. .el que todo lo mezcla con la negrura de la muerte, ni deja de existir algún placer sereno y puro, turba la vida humana ...». Pero yo afirmara el que fue disposición de la fortuna para que el triunfo con que el excelentísimo seňor marqués de la Laguna había de entrar en Mexico no fuese nada inferior a los que engrandecieron a Roma, supuesto que nadie ignora el que desde ei mismo carro en que triunfaba el emperador se oian las voces que le avisaban su mortalidad: «Al emperador triunfante, sobre su alto carro, se le recuerda que también él es hombre, y a su espalda se le sugiere: mira hacia atrás y acuérdate que eres hombre», dejó escrito Tertuliano, en Apologet. Y si no es esto, nadie me negará que el principado o gobierno que se principia a vista de los horrores de un túmulo, desde luego se le puede pronosticar con seguridad el acierto, por ser indicio de que proviene de sólo Dios aquel cargo en que semejantes circunstancias intervinieron. Infiérese de lo que a Saúl le aseguró Samuel, I Reg., cap. 20, vers. 2: «Y éste será el signo que Dios te ha ungido principe; cuando te apartes hoy de mí encontrarás dos hombres junto al sepulcro de Raquel». Pero, aunque a la nobilísima ciudad de Mexico le faltó su corregidor en tan apretado lance, se subrogó por su diligencia el común cuidado con que dentro de breves dias, en que el areo quedó dispuesto, se le pudo decir a su Excelencia con Claudiano, lib. de 6 Consular. Honr.: «Habia levantado el arco de tu nombre por el cual dignamente pudieses entrar». 186 Animóse esta hermosísima máquina de colores, por las razones que dejo escrítas en el Preíudio ii, con el ardiente espíritu. de los mexícanos emperadores desde Acamapich hasta Cuauhtemoc, a quienes no tanto para Ilenar el numero de tableros cuanto por dignamente merecedor del elogio acompaňó Huitzilopochtli, que fue el que los condujo de su patria, hasta ahora incognita, a estas provincias que llamó la antigiiedad Anáhuac.13 Bisofiería fuera combinar estos doce emperadores con los doce patriarcas o con los signos celestes (empeňo de más elegante pluma que la mía en seme j ante función) cuando en la aritmética de Pitágoras, rllosofía de Platón, teología de Orfeo y advertencias de Pedro Bungo de Mister, Numeror., pág. 386, sobraban no vulgares primores para hermosear este numero. Pero, como quiera que más que curiosidades inútiles para la vista, fue mi intento representar virtudes heroicas para el ejemplo, debí excusar los exteriores altňos que la vírtud no apetece. «Ní se erige con antorchas, n i resplandece con el aplauso del vulgo, ni desea aiiňo exterior», dijo muy a propósito el elegante Cíaudiano, de Consul, Mani. Theod., y con no menos suavidad asintió a ello Ovidio, 2 de Pont., eleg. 3: «La virtud no va acompaňada de bienes externos». Representáronse a la vista adornados de matizadas plumas, como del traje más individuo de su aprecio. Ya Io advirtió el hijó primogénito de Apolo y pariente mío, don Luis de Góngora, Soledad 2a, cuando dijo: «Al de plumas vestido mexicano». Propiedad en que estos indios convinieron con los orientales, de quienes Io aíírma Plutarco, De Fort. Alex.: «Visten tunicas de plumas de las aves cazadas» y que, según Prudencio en Harmatig, fue gala usual de los antiguos tiempos, como sienten sus exposkores al comentar estos versos: «... también al que teje vestidos de plumas con telas nuevas de aves mukicolores». Véase, acerca de los indios americanos, a Aldrovad., üb. ii, Ornttholog., pág. 656, y en lo general de las vestiduras de plumas al padre Juan Luis de la Cerda, cap. 51, Advers., n. 14; y aunque es verdad en sentir de San Isidro, Pelusiot., lib. 3, Epíst. 251, que lo que más hermosea a los individuos no son tanto los briilos del resplandor y de los adornos, cuanto la posesión amable de las virtudes: «No la riqueza, no la hermosura, no la fuerza, no la facundia o toda dignidad que sobrepase el esplendor, no el trono de los hiprocoros. no la purpura, no la corona suelen dar lustre a los que todo esto poseen como la virtud». Con todo, anduvo tan liberál el pincel que no omitió cuanta grandeza le sirvió de adorno a su Majestad, cuando hacían demostración magnífica del poder, para que, suspensos los ojos con la exterior riqueza que los recomendaba, discurriese el aprecio cuánta era la soberanía del pincel. Débole a San-Bastlio de Seleucia, orat. 2, toda esta idea. «Los que miran aquelías ímágenes de reyes que despiden fulgor por eí esplendor de sus colores, que hacen resplandecer la purpura de flor marina, cuya diadema fulgura con los centeíleos de la pedrería circundando las sienes, ésos, ciertamente, quedan atónkos con tal espectáculo, y al instante, en el arrebato de su admiración, se representan la hermosura del modelo». Y si el 187 merito para conseguir la eternidad de la pintura era la grandeza incomparable de las acciones, como dijo Plinio, üb. 34, Hist. Nat. cap. 4: «Antiguamente no solianse representar las efigies de los hombres, a no ser de los que por alguna ilustre causa merecian la perpetmdad»; de las que fueron mäs plausibles en el discurso de su vida de! nombre de cada emperador o del modo con que lo significaban los mexicanos por sus pinturas, se dedujo la empresa o jerogü'fico en que mäs atendf a la explicacion suave de mi concepto que a las leyes rigurosas de su estructura, que no ignoro habiendolas lefdo en Claudio Minoe, comentando las de Alciato, en Joaquin Camerario, Vicencio Ruscelo, Tipocio, Ferro y, novfsimamente, en Atanasio Kirchero. Y aunque, cuarto precepro de este, en el OEdip. AEgyp., tom. 2, clas. i, cap. 2, es que: «la empresa debe dirigirse a las costumbres», ju2go que contra el nada he pecado, cuando este ha sido el fin principal de mi humilde estudio, bien que con la reverencia submisa, con que debe manejarse la soberania excelente del principe que elogiö, teniendo presente en la memoria lo que escribiö el otro Plinio, üb. 3, Epist. 18: «Ciertamente es hermoso, aunque pesado y rayano en la soberbia, el prescribir cömo debe ser el principe». Conque, para obtener este fin sin poder incurrir en la nota detestable de presunciön, tan inutil, manifeste las virtudes mäs primorosas de los mexicanos emperadores para que mi intento se logre sin que a la empresas se las quebranten las leyes: «El alabar, pues, a los prindpes mäs buenos (prosigue el discretfsimo Plinio) y por medio de ellos, como al traves de un espejo, mostrar a la posteridad la luz que de ellos emana, tiene mucho de utilidad, nada de arroganda». Y que sea esto por el medio suave de la pintura parece que es por ser el que con mäs eficacia lo persuade, como dictamen que es de la sabiduria increada, en el Eclesiast., cap. 38, vers. 24: «Aplica su corazön a reproducir el modelo», que expuso elegantemente Hugo de Santo Caro: «es decir, pondrä toda su diligencia para pintar su cuadro segün el modelo». Y aunque pude tambien desempenarme con mäs extraordinarias ideas, juzgue mejor no desamparar la de las empresas y jeroglificos, acordändome de lo que escribiö Farnes., de Simulacr. Reip., üb. I, päg. 59: «Pues, asi como los rfos se arrojan al mar en precipitado e incünado curso, asf los jeroglificos son arrebatados, por su arte, hasta la sabiduria, la virtud y la inteügencia son sus metas», y mäs, sabiendo que admiten estos la verdad de la historia, para su contexto, como afirmö el antiguo Mor Isaac Syro, en su Theolog. Philosoph., citando Kirchero, donde ya dije: «La doctrina simboüca (en que se comprenden empresas, jeroglificos, emblemas) es una ciencia en que, con breves y compendiosas palabras, expresamos algunos insignes y variados misterios, algunos tomados de los dichos de los sabios y otros de las historias». Dejando todo lo demäs que aquf pudiera decir, que para los ignorantes seria griego y para los doctos no es necesario, advierto el que en los frisos de las puertas laterales se escribiese los cronolögicos siguientes, que expresan este ano de 1680: 188 en la puerta diestra: trIVnfe rlja, I go Vie me eL VIrrey MarquVes De LA LagVna en la puerta siniestra: trIVnfe VIVa, I goVIerne eL VIrrey ConDe De pareDes. Ofreciosele toda esta grandeza a su excelencia con la siguiente dedicatoria que se escribio en una tarja con que se corono la puerta principal por donde- se hizo la entrada: A DIOS OPTIMO MAXIMO Y A LA ETERNIDAD DEL EXCELENTISIMO PRINCIPE DON TOMAS ANTONIO DE LA CERDA, ETC. FELICISIMO Y FORTISIMO PADRE DE LA PATRIA A CAUSA DEL GLORIOSO PRESAGIO DE LAS OBRAS POR EL BIEN REALIZADAS Y COMO TESTIMONIO DE PUBLICO REGOCIJO PARA QUE, BONDADOSO Y BUENO, CONSULTE CON SU PUEBLO TODOS Y CADA UNO DE LOS ASUNTOS ESTE ARCO ILUSTRE POR LOS RETRATOS DEL EMPERADOR DE LA ANTIGUA NACION LA CIUDAD DE MEXICO, (CON LOS VOTOS DE TODOS Y CON ALEGRIA COMUN) CON LARGUEZA Y PARA SU ESPLENDOR SEGUN EL TIEMPO Y FUERZAS, PUSO EL DIA TREINTA DE DICIEMBRE DEL ANO 353 DE LA FUNDACION DE MEXICO. II RAZON DE LO QUE CONTIENE EL PRINCIPAL TABLERO DE LA FACHADA DEL NORTE Tuvo lugar el principal lienzo de la fachada del norte, sobre la dedicatoria con que se coronaba la puerta, y se hermoseo con la expresion de lo mismo para que se habfa erigido, que fue la entrada de su excelencia por el, sin mas misterio. Estrechose este solo tablero del arco todo, con primor grande, aunque era excusada esta circunstancia, sabiendose haber merecido esta obra ser desvelo del insigne pintor Jose Rodriguez, no se si diga que inferior a los antiguos solo en la edad o emulo suyo, cuando por la eminencia singularisima con que copia al vivo ha conseguido el que a retratos que se animaron con sus i 189 pinceles no haya faltado quien tal vez los salude, teniéndolos por el original que conoce, sino también de Antonio de Alvarado, igual suyo en la valentia del dibujo y en la elegancia del colorido. No me pareció a propósito el que su excelencia ocupase el eminente trono de algún triunfal carro, acordándome de lo que sucedió a Claudio Nerón y Livio Salinator, referidos de Valerio Maximo, lib. ó, cap. 4, de quienes dijo: «Y triunfó, pues, sin carro (habla de Claudio), y tanto más claramente que sólo se alaba su victoria (entiéndese de Livio) y la moderación de aquél (Claudio Nerón)» y más teniéndose cierta y comprobada noticia de la suavidad apacible.con que su excelencia quiere introducir su gobierno para conseguir de los ánimos de todos repetidos triunfos, como de Stilicón lo dijo Claudino: «El estrépito fastidia a los necios y con su mejor pompa triunfa en el ánimo de los hombres». Y más habiéndose veriftcado en estos breves días y en ocasión de su entrada lo que del emperador Trajano celebró Píinio, en Panegyr.: «jCon qué aplauso y gozo del senado me recibido el que tú hayas venido con el ósculo al encuentro de los aspirantes a los cargos públicos a quienes habías nombrado, habiendo descendido al suelo como uno de los que se congratulan!». Proporcionado medio para que consigan los príncipes la soberanía augusta que se les debe. «Lo que tú hiciste con qué verdadera aclamación fue celebrado por el senado», prosigue el panegirista discreto, «\tanto más grande, tanto más augusto!», o mejor decir, el único que puede haber para obtener aquel fin, supuesto que en él no hay riesgo de que peíigre la rnajestad: «pues, a quíen nada ya le falta para aumentar su dignidad todavía puede hacer crecer ésta de una sola manera, si él mismo se abaja, seguro de su grandeza». Antes sirve de atractivo para conciliarse los ánimos suspendiendo con ello las atenciones, como sintió Claud., Panegyr. de 6, Consul, Honor: «De aquí que con costumbres justas arde el amor publico; la modestia hace que el pueblo se incline ante la altura regia». A las voces del Amor, que fueron tomadas del Salmo 23, vers. 7: «Abrid, oh principes, vuestras puertas ... y entrará ...», abrían las del areo que allí se representaba algunos de los mexicanos emperadores para que se les franquea-sen a Mercurio y Venus que, volando sobre unas nubes y adornados como la antigüedad los describe, ocupaban las manos con unos escudos o medallones que contenían los retratos al vivo de los excelentísimos senores virreyes, dando mote el Genesis, cap. I, vers. 16: «Astros grafides que presidiesen». Desde lo más superior atendía a este triunfo entre nubes que Servian de vaso a lo dilatado y hermoso de sus lag unas la ciudad de Mexico, represe ntada por una india con su traje propio y con corona murada, recostada en un nopal, que es su divisa o primitivas armas. Y sabiendo, cuantos k> veían, ser el arco de los reyes y emperadores mexicanos, y que la flor de la tuna tiene representación de corona, no extraňaban el mote, Virgiíio, égloga 3, que coronaba al nopal: «Nacen las flores con los nombres de los reyes escritos». 190 Explicóse lo principal del tablero con el siguiente epigrama: «jAstros, émulos de la luz febea, apresuraos! / ;Y ensoberbeceos con vuestras lúcidas cabelleras! / El Nuevo Mundo espera los rayos de vuestra cabellera de oro. / Alii donde el sol poniente sumerge sus cansados caballos / el Amor, compaňero de los príncipes, abre ya sus puertas. / jFeliz presagio, cuando el amor obliga a abrir!». Era este Amor no el hijuelo de la fíngida Venus, sino aquel intelectual que, equivocado con el aprecio y cariňo, definió S. Agustín, lib. deAmkit.: «Es, pues, el amor un afecto racional del alma por el que ella misma busca algo con deseo y lo apetece para gozarlo, por el que se goza y se abraza con una cierta interior suavidad y conserva lo alcanzado». Anuncio glorioso de lo ven ide ro será este amor cuando él solo, parece, que ha estimulado a todos en la ocasión presente para aplaudirla. Dijose de los dos excelentísimos consortes ser Luminaria Magna, no tanto por lo que sobresalen sus luces en el cielo de la nobleza, que nadie ignora, cuanto por hallarse en el mismo empleo que les granjeó este título al sol y luna, que es de elevarse al gobierno para resplandecernos a todos. «Lo que es en las regiones del día y de la noche», dijo San Crisost., homil. 6 en Genes., «es decir, que el sol alumbra con sus rayos el día, la luna arroja las tinieblas»; y siendo cierto que el sol es tenido por un rey grande, en sentir de Phílón, Hb. de Mund. Opis.: «El Padre confíó el día al sol, como a un gran rey», serán por el consiguiente los reyes los superiores y los príncipes tenidos por luminares y respetados por soles. Erudición es ésta que todos saben, y asi no me detengo en contextuarla, contentándome sólo con glosarle a su excelencia lo de Fulgenc. Placiad., lib. I, Myfolog,; «Finalmente, la felicidad del seňor virrey que viene al mundo occidental como un crepúsculo de sol, para deshacer las tinieblas, etc.». Véase a Novarino, en Adag. SS. PP. Ex curs. 165. Siendo luminares grandes nuestros excelentísimos príncipes, no podían dejar de asistirles Mercurio y Venus, porque, segun dicen Ios que saben astronómia y no ignoran sus teóricas, median estos dos planetas entre el sol y la luna en todos los sistemas que haya de los cielos que se pueden ver en el Almagesto nuevo del eruditisimo padre Juan Bautista Ricciolo. Pusiéronse también juntos por seguir la costumbre de los antiguos, Carthar, de Imaginib. Deor., pág. 346: «Los antiguos solían unir a Mercurio con Venus», y mucho antes Plutarco, lib. de Praecept. Connub.: «Los antiguos colocaron en el templo a Mercurio junto con Venus, etc.». Pero antes de proseguir adelante me parece convenience prevenir a quien me puede objecionar el que hago mención de las fábulas en el mismo papel en que las repruebo, diciéndolo con Pedro Blessense, Epist. 91: «porque escuchas a disgusto, intercalo historias fabulosas», conque puede ser que satisfaga. Ocupábase Mercurio en sustentar la medaila que contenia el retrato del excelentísimo seňor virrey, que se copíó al vivo y con razón, por saber lo que 191 dijo Cicerón, Philip, 5: «la persona del principe debe servir no sólo a los ánimos sino también a los ojos de los ciudadanos»; y apenas se manifesto en lo publico a los que no habían conseguido ver el original, cuando en la boca de todos se hallo con créditos de verdad el cortesano aplauso de Ausonio a Graciano Augusto: «Resplandecen, ciertamente, en la efigie misma aquellos ejemplos de bondad y de virtud que una posteridad venturosa ame seguir; y aunque la naturaleza de las cosas hubiese padecido, la antigiiedad se lo hubiese imputado». Nadie imagine que en esto me muevo al arbitrio de sólo hablar, porque no ignoro el que no es lídto aňadir a los retratos de los príncipes lo que no tienen. San Chrysóstomo homil. 31, en Math,, al fin: «Nadie se atreve a agregar algo a una imagen que ha sido hecha a semejanza de algún rey; y si aiguno se atreviese, no lo harfa impunemente». Y por excusar otras razones que me pudieran dilatar, digo que se tuvo atención a lo que afirma Novarino, arriba citado, num. 1039: «El Sol y Mercurio, entre los demás planetas, son los compaňeros vec mos en la bóveda celeste de tal manera que los que miren el Sol, seňor de los astros, entiendan plenamente que nunca puede recorrer el cielo sin el sabio Mercurio; asi, en la tierra o no debe nunca concederse el poder y el dominio sin sabidun'a o: concedido, que pueda durar por mucho tiempo». Justisimamente, cuando en esta materia tiene su excelencia tan asegurados sus créditos. A la hermosa Venus se fio el retrato de la exceientisima Seňora virreina, doňa Maria Luisa Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, marquesa de la Laguna. Pero, ^a quién se ie pudo fiar sino a ella sola? para que, transformada en su peregrino Atlante de la hermosura, supiese a quién habían de rendir vasallaje sus perfecciones, que a vista de las que el pincel pudo copiar se recataban entre apacibles nubes las que hasta aqui empunaron con generalidad el cetro de los aplausos. Pero qué mucho si, En estos ojos bellos Febo su luz, Amor su Monarquia abrevia, y asi en ellos parte a llevar al Occidente el dfa que dijo don Luis de Góngora,14 Canc. 4, fol. mihi. 55, mereciéndose las aclamaciones de todos, asi por esto, con que a su excelencia la privilegiaron las gracias, como por lo que eí mismo Píndaro andaluz dijo, Soneto II, de los heroicos, fol. 4: Consorte es generosa del prudente Moderador del freno Mexicano.15 Por lo que en este párrafo he dicho, y por lo que adelante diré, me veo obligado a dar razón de los motivos que tuve en animar lo material de las empresas del areo con algunos epígrafes o motes de la Sagrada Escritura en que se ha hecho reparo, y antes de hacerlo les aseguro a mis,émulos, con S. Gregorio Nazianzeno, Orat. ad Cathedr. Comtantinop.; y en esto pongo por jueces a los desapasionados y doctos el que «no por otra cosa somos excitados 192 a la guerra que por la elocuencia, a la que, erudita en las profanas disciplinas, haremos después noble en las divinas». Y lo primero, digo que ,-por que no me será lícito a mi lo que en los antiguos no es despreciable?, de quienes dijo Tertuliano, en Apolog., cap. 47: «^Aiguno de los poeras, alguno de los sofistas hay que no haya abrevado en la fuente de los profetas?» Lo segundo, si no es indecencia (siendo asi que es la Sagrada Escritura fuente de toda la erudición, como afirma Aelredo Abb, Rieval, Serm. I, de opera Babylon: «la Escritura nos suministra la fuente de toda erudicion».), ei que con las profanas y seculares letras se ilustran las divinas (asercíón en que concuerdan infinitos autores que pudiera citar). <OVA% razr% YcccLsTy lrovtci>jr% lutz,of.c'iAldeU KtxlH&£krAn i___. _ w> AUi LIBRA ASTRONOMICA Y FILOSOFICA1 PROLOGO A QUIEN LEYERE2 Pudtera ilustrar en algo a la hidrografia y naütica, si lo que en mis tiernos anos consegui' en la escuela del insigne matemdtko espanol don Francisco de Ruesta y hepractkado en 26 anos de no interrumpidas, felices experiencias y adelantado con las especulaciones que estas me sugirieron, se encomendase a los moldes para que gozasen de ello los eruditos. Pero las gravisimas ocupaciones que en cosas del real servkio de 15 anos a esta parte me han precisado a entender en ellas, con la aplkaciöny legalidad que sabe la nueva y no ignora la antigua Espana, le niegan a la luz publica (con dolor mto) lo que llena en mis borradores mucho papel. Es parte de estos (y no desechable) El regimen politico de cajas reales, que me dictö la experiencia en el tnanejo de la de esta corte; y dependiendo su ultima mano del ocio que han tenido cuantos consiguieron aumentar las librerias de los doctos con sus desvelos, faltandome el tiempo para vivir con gusto por las tareas penosas en que me pone mi oficio, ^como puede sobrarme para perficionar lo que, aunque ya ha anos que salid de embriön, aün lo veo con todos los alinos y primores que yo quisiera, y le deseo para que salga a luz?. Poniendome yo y mis pequenas obras en coro aparte, ^quiin me negard ser pension de no pocos singulareimos varones de nuestre ilustra nacion emprender Cosas grandes en materias de letras y conseguirlas, sin mas motivo que teuer que entregar al olvido, como por premio del trabajo que les costö el formularlas? Pecado es este en que incurren muchos; inculpable en algunos, o por faltarles medios para la imprenta o por no haber tenido otro f'tn que gastar loablemente el tiempo que les sobraba en su literario sosiego; culpable en otros por el poco aprecio que bacen (por su impertinente modestia y encogimiento) de lo que publicado pudiera ser panegirico de su nombre y elogio no pequeno de la nacion espanola. No solo yo sino cuantos amigos tiene, que no son pocos y entre ellos las cabezas supremas de ambas repüblicas, a cuyos oyos jatnds llegan vapores de la invidia que ciegan a otros, no pueden dejar de dedarar por tncurso en este pecado a mi buen amigo don Carlos de Sigüenza y Gongora, cosmögrafo y matemätko de nuestro invicto monarca Carlos II y capelldn mayor del Hospital Real del Amor de Dios de esta corte, a quien, si dusculpa la falta de lo que en todas partes mueve a los impresores para ejercer su oficio, no le discülpa no valerse de los amigos o de los prtncipes (pues tan carinosos le ban sido todos} para que se publicase por el orbe literario lo que tiene escrito. No se si es mds veloz en idear y formar un libro que en olvidarlo. 243 Encomiéndalo como macho a la gaveta de un escritorio, y e'ste le parece bastante premio de su trabajo. Dichoso puede Ilamarse el papel suyo que es to consigue, porque otros, después de perfectos, o de sohre la mesa se los llevaron curiosos o murieron rotos en las manos a que debían el ser. Experimentó esta fortuna el Belerofonte matemático5 (de que en este libro se hace mention), donde se hallaban cuantos primores y sutilezas gasta la trigonometna en la investigation de las paralajes y refracciones, y la teórica de los movimientos de las cometas, o sea, mediante una trayección rectilínea en las hipótesis de Copérnko o por espiras cónicas en los vórtices cartesianos ý En el escollo (aunque se enoje) de su descuido pereció otro íratado singularísimo, donde por modos admirablernente fáciles y jamás usados de autor alguno se computaban los eclipses de Sol en el grado nonagésimo desde el ascendente en todos sus términos y los que en los puntos del oriente y del occidente son calculable*, sin tener respecto alguno a las paralajes, Débeseme a mi haberse escapado de este naufragio la presente Libra astronómica y filosófica. Porque habiéndola escrito a instancias mías y de otros amigos a los fines del aňo de 1681 y conseguidas luego, el ano siguiente, las licencias para publicarla5, sin poder convencer a su autor para que la imprimiese sin pension del gasto, con gusto suyo me la llevé a mi casa, donde, sin temor de que seperdiese, se conserve hasta ahora que me paretió conveniente que saiga en publico. No es otro mi motivo, ob lector discreto, en hacerlo asz que darte en nuestra lengua castellana lo que falta en ella, que es este escrito. Más quiero dear en esto que lo que suena. Caretimos hasta ahora de quien tan metódica, astronómica y filosof kameňte, como aquťse ve, haya llenado en ella este especioso asunto, y juzgando ocioso buscar de aquí adelante lo que aut or es extranjeros publicaron en sus propios idiomas o en el latino en esta materia, teniendo en este libro lo que hasta aquí nos faltaba, quise (bien se' que me lo estimarán los doctos) hacer común a todos lo que mi diligentia en guardarlo bizo propio mío, seguro de que no habrá quien lo lea que no dá asenso luego al instante a tan bien fundamentada opinion. Hacer esto en este tiempo me paretió preciso para desvanecer el terror pánico con que se ban alborotado cuantos han visto el cometa, con que por las maňanas de la mayor parte del mes de ditiembre del aňo pasado de 1689 se hermoseó el cielo. La cercama de la Luna, la clariaad del crepúsculo y el ir directo con velocidad nos estorbó observar el núcleo de su cabeza para reconocer su longitud, latitudy movimiento diurno, y sólo seanotó ilustraba la imagen del Loboy la del Centauro su bastantemente dilatada y anchurosa cauda, extendida con curvidad notable y no por tirculo maximo, como de ordinario sucede. Con que no hay que esperar de él observationes algunas, y con especialidad de la Europa, donde apenas podría verse, asi por su grande declination austral como por el crepúsculo. En los reinos del Perú, Chile, Buenos Aires y Paraguay, y en lo habitado de estos paralelos allá en la India si sepudo hacer algo, verémoslo de buena gana, si se publicare. Si en mi concepto (lo mismo dirán sin duda cuantos lo leyeren) es sobradamente bueno este libro, juzgo son mejores otros que tiene ya perfeccionados el autor de este. De todos ellos puedo dar razón como quien los ha leído con notable gusto; y siendo contingents se pierdan por su descuido, si no se imprimen, pondré aquí sus títulos y epilogaré sus asuntos para que stquiera esta memoria se conserve de ellos en aquel caso. 244 Fénix del Occidente, Santo Tomáš Apoštol, halíado con el nombre de Quetzalcóatl entre las cenizas de antiguas tradiciones conservadas en piedras, en teoamoxtles tultecos y en cantares teochichimecos y mexicanos. Demuestra en él haber predicado los apóstoles en todo el mundo y, par el consiguiente, en la America, que no fue absolutamente incognita a los antiguos. Demuestra también haber sido Quetzalcóatl el glorioso apoštol Santo Tome, probándolo con la significaäón de uno y otro nombre, con su vestidura, con su doctrina, con sus profeaas que expresa; dice los milagros que hizo, describe los lugares y da las seňas donde dejó el santo apoštol vestigios suyos, cuando ilustró es tas partes donde tuvo por lo menos cuatro discipulos. Ano mexicano, esto es, la forma que tenia el que usaban los de esta nación y generalmente los más polítícos que habitaron la Septentrional America, desde que a ella los condujo Teochichimécatl poco después de la confusion de las lenguas en Babilonia. Este libro en no grande cuerpo tiene gigante alma y sólo don Carlos pudo dark el ser, porque juntándose la nimia aplkación que desde el ano de 1668 (según me ha dicho) ha puesto en saber las cosas de los antiguos indios, con lo que acerca de la constitución de todos los aňos de las naciones orientales sabe (que es en extremo mucho) y combinando sucesos comunes, que anotaron los espaňoles en sus calendarios y los indios en el propio suyo, coadyuvándolo con eclipses de que hay memoria, con sola expresión del dia, en mapas vkjisimos de los indios de que tiene gran copia, halló lo principiaban en el dia en que pocos aňos después de la confusion de las lenguas fue el equinocck verno. Trata del modo admirable con que, valiéndose de tradecatěridas en dia y aňos, usaron del bisiesto mejor que todos los asiátkos y europeos, y pone a la letra el Tonalámatl, que es el arte con que pronostkaban lo por venir. Imperio chichimeco, fundado en la America Septentrional por su primer poblador Teochichimécatl, engrandecido por los ulmecas, tultecas y acol-huas, tiranizado por los mexicas, culhuas, etc. Contkne lo que dice el titulo con estimable y preciosa curiosidad, sirviéndole grandemente para corregir las confusiones de otros autores haber hallado la forma del aňo que usaron los indios y la distribution de sus sighs. Distingue naciones de naciones; maniftesta las propias costumbres y ritos de cada una, as t en lo militar como en lo politico y sacro, hallando todo esto en pinturas hechas en tiempo de la gentilidad y en parks manuscritos de los primeros indios que supieron escribir, que ha recogido de cuantas partes ha podido con sumo gasto. No tiene por ahora lugar aquísu Teatro de las grandezas de Mexico, por no tenerlo perftcionado. Debkran los que componen esta nobiltsima ciudad no omitir diligentia alguna para que, publkdndose, honrasea tan ilustrey benemerita madre tan aplicado hi jo. Es mucho lo que está perfecto, mucho también lo que está apuntado y noes poco lo que me parece que falta. has grandezas que tuvo en tiempo de la gentiltdad desde su fundación, asi formal como material, son dignas de que no se barren de la memoria. Si concurren los tnteresados con notkias que solicita quien con ellas debt'a de ser solkitado, se conseguirá lo que aún no tiene perfectamente ciudad alguna de America. Describiráse su sitio en la t terra y el que le corresponde del cielo, su temperamento, sus salidas, lugares de diversion que tiene conttguos, las cosas admirables de su laguna y la obra magnífica y suntuosa de su desagüe. Diránse no sólo cuántas iglesias, monasterios, conventos y colegios la Hustran hoy, sino el dťa y circunstantias de sus fundaciones, sus rentas, habitadores, ocupationes, congregaciones, cofradías, imágenes mtlagro-sas, reliquias y semejantes cosas. Expresaráse, hablando de los conventos, cuáles sean cabezas de provincia, cuánto el numero de sus casas, calidades de las tierras m que están fundadas, 245 provecbos que bay en ellas y lo que distan de Mexico por su arrumbamiento. Por lo que toca al gobierno eclesidstico y secular, cudntos puestos militares, corregimientos y otras plazas; cudntos curatos, beneficios, capellanias, etc., proveen los virreyes y arzobispos, y con que rentas. La fundacion de todos los tribunales y juzgados; ocupaciones, salarios y nümero de sus ministros. Dirdnse las familias con que se ennoblece la ciudad y los mayorazgos y titulos que poseen; hardse memoria en diferentes catdlogos de sus muchos hijos, ilustres en santidad, en martirio, en letras, en prelacias, en ocupaciones militares, subdwidiendolos en arzobispos, obispos, oidores, titulos, gobernadores, capitanes, escritores de libros, Aunpara decir esto en compendio y lo demäs que en lo escrito se halla y aqui no digo, era menester mucho papel. Discurrase lo que serd donde se leyere con difusion, si se consigue para perficionarlo fomento publica. Merecta este trabajo su recompensa, como tambien la suya este presente libro; pareceme la tendrd su autor (y la juzgard por bastante) si se leyere desapasionadamente sin atender a otra cosa, sino a la que se discurrey con que razones. Si alguno disintiere, no bay qu'ten se lo estorbe; si pareciere mal y noa propösito lo que en el se dice, no se redarguya con sonetttos sin nombre, ni se lepongan objecctones donde no se puedan satisfacer, sino publiqumsepor medio de la imprenta para que las oigamos; y si no tuvieran para la costa, yo la bare con toda franqueza para que, si aün no se kubiere consegu'tdo la absolutay deseada manifestacion de la verdaden lo que hasta ahora se ha discurrido, con nuevas especulaciones se obtenga en lo de adelante para nuevo esplendor de la literaria repüblica. No tengo que recomendar lo precisamente matematico y astronömico, porque bien sabrdn los que es tos ctencias profesan, no tener la luz necesidad de que la recomienden. Etc. Mexico, 1 de enero de 1690. 246 «Si he de escribir algunas cosas para defensa mia, recaiga la culpa en ti, que me provocaste, no en mí, que fui obligado a responder». MOTIVOS QUE HUBO PARA ESCR1BIRLA 1. Nunca con más repugnancia que en la ocasión presence torné la pluma en la mano, aun siendo con la urgencia forzosa de defenderme a mi mismo7, circunstancia por esto en que quizás no atendiera otro al ajeno dafio, porque juzgara se habia procedido con violencia en intentar sus descréditos. «Una cosa enseňó la razón a los doctos —-dijo Cicerón en la oración Pro Milone— la necesidad a los bárbaros, la costumbre a las naciones y la naturaleza misma a las fieras; que por cualquier medio que pudiesen, repelieran siempre de su cuerpo, de su cabeza, de su vida, toda violencia».8 Pero siendo el necesario objeto de este mi escrito el reverendo Padre Eusebio Francisco Kino9, de la Compaňía de Jesus, ťcómo no había de serme este empeňo más que sensible?, cuando me recuerdan las obligaciones con que nací, lo mucho que debo a tan doctísima, ejempíarísíma y sacratísima religion, desde mis tiernos anos, en que de la benignidad de los muy reverendos padres de esta mexicana provincia, mis amigos, mis maestros, mis padres, mereci tan singulares favores como siempre publico y que quisiera pagar aun con la sangre que vivifica mis venas, y siendo verdad ésta que todos saben, por la misma razón conocerán todos que en esta controversia, a que me precisan y compelen los motivos que expresaré, hablo con el reverendo padre, no como parte de tan venerable todo sino como con un matemático y sujeto particular, por eso altercaré con su reverencia, porque en el tiempo de la dišputa (y no en otro) lo miraré independiente de tan sagrado respecto y, a no ser de esta manera, puede estar muy seguro de que callara la boca. 2. Dias ha que Uegaron a mis oidos algunas vagas noticias (que después se declararon realidades) de que cierto matemático oculto, con quien jamás tuve yo dependencia10 alguna, andaba previniendo a cuantos se le ofrecia, el que 247 tenfa escrita contra mi una apologfa que intitulaba Examen cometko11 y que saldria a la luz cuando el reverendo padre Eusebio Francisco Kino publicase lo que actualmente escribia, impugnando el Mantfiesio filosofko contra los cometas, que escribi y di a la estampa al principiarse este ano; y aunque los que muy anticipadamente me lo avisaron decfan no tenia que hacer aprecio alguno de aquel examen, con todo, instaban en que estuviese prevenido para el segundo, siquiera por el perjuicio en que todos estaban, pensando que solo por ser reden llegado de Alemania a esta Nueva Espana el reverendo padre habia de ser consumadisimo matemätico; y para inclinarme a la prevenciön no se les ofrecia mejor cosa que lo que allä dijo con Singular energia Salviano en el proemio al libro I De Avaritia: «Tan superficiales son los juicios de muchos de este tiempo y casi tan sin valor que aquellos que leen no consideran tanto que leen, cuanto de quien es lo que leen; ni piensan tanto en la fuer2a y valor de lo dicho, cuanto en la dignidad del que dicta». 3. Nada de esto me hacia fuerza las repetidas veces que me lo decian, porque nunca me ha lisonjeado tanto el amor propio que me haya persuadido a deponer el dictamen en que siempre he estado de ser yo el primero que contra mi escriba, cuando advirtiere algün error en lo que hubiere dictado, y por eso no repetia entonces otra cosa, sino lo que al mismo propösito dijo aquel eminentisimo filosofo de nuestra edad, Pedro Gassendo12 en el De Motu: «En lo que a mi toca, no me preocupo por lo demas: pues haya escrito o no haya escrito contra mi es igual, pues escribiria contra mi mismo si, al examinarme tambien yo, descubriera haberme equivocado en algo». Y persuadiendome a que en mi escrito se ocultaba algün absurdo, que yo por la cortedad de mi talento no lo advertia, me alegraba de quien lo censurase, fuese quien solo llevado de la caridad me lo corrigiese, diciendo con Pedro Blesense en la invectiva contra cierto monje censurador de sus obras: «Ojaia me reprenda y me censure con misericordia el justo, pues es benigna la correcciön que procede de la caridad, porque, en efecto, la caridad es benigna». Asi me lo pensaba yo sin cuidar, como debiera de averiguar la verdad, para estar prevenido para satisfacer a sus objeciones, contraviniendo a aquel utilisimo consejo de San Gregorio Nacianzeno en el canto 3.° del De Praeceptis ad Virgines que, aunque lo escribio para diverso fm, parece que venia nacido para este intento: «Vigila para que la burla y la malvada lengua no te hiera por la espalda, desprevenido, ni manche tu fama con veneno, y tus alabanzas destroce malignamente». 4. Corrieron finalmente los dfas hasta que saliö a luz publica su Exposkiön astronomica, la cual vino a mis manos por las del reverendo padre, que me la dio con toda liberalidad un dia que (como otros muchos lo hacia) me visitö en mi casa; y despidiendose para irse aquella misma tarde a las provincias de Sinaloa, me preguntö que en que me ocupaba entonces. Y respondiendole que no tenia cosa particular que me preciase al estudio, me insto que en 248 leyendo su libro no me falcaría qué escribir y en qué ocupar el tiempo, con lo cual confirmé la verdad de los que me lo habían prevenido y me di por citado para el licerario duelo a que me emplazaba. No pasaron muchas horas sin que leyese el escrito, y lo mismo fue terminarlo que valerme de las palabras de San Isidora Pelusiota, Epištola 110, para exclamarle al autor: «<;Por qué te empefias en líenar de injuria a quien más bien debes tener por amigo?» Y con justísima causa, por que lo primero, no soy tan simple que quiera que se tengan por oráculos o dogmas mis aserciones, por lo cual siempre me he persuadido a que sin culpa alguna puede disentir de ellas el que quisiere; y lo segundo, no ignoro que en las empresas en que batalla el entendimiento, no sólo no tiene dependencia alguna la voluntad, pero que ésta, si es relígiosa, jamás se acompaňa del escarnio y de la irrisión; y siendo esto tan sabido de todos como es lo primero cierto, claro está que no había de šerme aquello motivo de sentimiento, si se hubiera procedido en lo otro con amigable lisura. Y <;por qué no asi, cuando sobraban las razones y los motivos para que fuese asi? Pero digo muy mal, porque ni aun lo primero debiera ser, siquiera por haberme honrado su reverencia dándome el título honorificentísimo de su amigo; por lo cual, siguiendo el consejo de Terencio en el Heautontimoroume-nos, donde dijo: «El interés del amigo debe procurarse colocarlo en lugar seguro», se hallaba en empeno, no sólo de apoyar pero de defender mi sentir, cuando es cierto que en él se advertía no haberlo yo escrito, si no por haber sido primero que mío, asunto del muy elocuente padre Vincencio Guinisio en su Alocución sexta gimnástka y del padre Conrado Confalonier en su Cometa Decomato, el que no sólo no son los cometas premisas trágicas de consecuen-cias funestas, pero que aun deben ser reputados por prenuncios alegres de felicidades plausibles; y si por ser estos autores hermanos suyos, sería más que notable el que el muy docto padre les censurase sus obras, yo que en la realidad era su amigo y en el afecto su hermano, bien se reconoce que no merecía ser el único objeto a que mirase su escrito y más cuando le tenía tan granjeado lo contrario con mis acciones. 5. Porque bien sabe su reverencia que por las noticias que corrían de ser eminentísímo matemático, estimulado el deseo insaciable que tengo de comunicar con semejantes hombres y perjudicado13 con imaginär que sólo es perfecto en estas ciencias lo que se aprende en las provincias remotas, me entré por las puertas de su aposento, me hice su amigo, lo llevé a mi casa, lo regalé en ella, lo introduje con mis amigos, lo apoyé con los mismos suyos, pudiendo aquí hacer un largo catálogo de los que me preguntaron que qué cosa era lo que sabía el reverendo padre, a los cuales, aun contra el mismo dictamen de mi conciencia, respondí que mucho y todo con perfección; le comuniqué mis observaciones, le mostré mis cartas geográficas de estas provincias y, por saber que había de pasar a la California, le presté para que las trasladase las demarcaciones originales que de todas aquellas costas, desde el cabo de San Lucas hasta la punta de Buen Viaje, hicieton los capitanes Francisco de Ortega y Esteban Carbonel de Valenzuela, las cuales en pedazos 249 y diminutas volvieron a mi poder, después de haber salido de esta ciudad el reverendo padre. Pero de haberlas recobrado, aun de esta forma, le doy repetidas gracias al muy reverendo padre Francisco de Florencia, actual rector del Colegio Maximo de San Pedro y San Pablo, gloria de nuestra criolla nación y singularísimo amigo mío. ó. Todos esros me parece que eran sobrados méritos para que me hiciera favor, no digo que dejando de disentir de lo que yo escribi, que esto bien cabe dentro de la esfera de la amistad, según aquel repetidísimo distico de no sé quién: disentir dos en sus opiniones sobre las mismas cosas, siempre ha sido lícito, si queda incólume la amistad pero excusándola, no sé si llame mofa o escarnio, con que de mí habla cuando refiere las opiniones y aun las mismas palabras con que yo las exprese en mi Manifiesto, sin duda lo es decir: que vengo muy cargado con la autoridad y precaution del prof eta Hieremtas, que me aferro a un extranjero pensar; que tengo cariňo a los cometas como enamorado de sus astrosas lagaňas; que la opinion contraria a la mia es universalmente seguida de los mortales, altos y bajos, nobles y plebeyos, doctos e indoctos, de que se infiere que en concepto del muy religioso padre debo de ser yo nada, porque no seré mortal, ni alto, ni bajo, ni noble, ni plebeyo, ni docto, ni indocto, sino el ente de razón de que disputan los metafísicos. Pero nada de esto es tan digno de sentimíento, como el que, después de haber referido en su Exposition astronómica las imaginadas fatalidades que causaron algunos cometas, termine su parecer con estas individuales palabras: «Cierro la prueba, de verdad ociosa (a no haber algunos trabajosos juicios), de ésta no tan mía, como opinion de todos».14 Bien saben los que la entienden que en la lengua castellana lo mismo es decirle a uno que tiene trabajoso el juicio que censurarlo de loco; y siendo esto verdad, como sin duda lo es, j viva el reverendo padre muchos afios por el singularísimo elogio con que me honra! Pero pregunto ť'en qué experimentó mi locura? <;En las palabras que le hablé? En ellas afecté el encogimiento y la submisión. <;En algunos escritos mios que leyó? Todos se han impreso con aprobaciones de varones doctisimos. <;En mis acciones? Nunca me vio, ni jamás (confiolo en Dios) me vera el reverendo padre tirando piedras. ť"En lo mucho que lo aíabé? ^En los festejos que le hice? Bien puede ser; bien puede ser. 7. Bastantes razones eran éstas para que yo, provocado, le retorne al reverendo padre las debidas gracias por los caritativos favores con que me obsequia; pero no faltan otras que a ello me obligan, siendo la principal el que, no siendo necesario escribir contra mis proposiciones, por no contenerse en ellas alguna contra la fe, ni contra los dogmas teológicos, por lo cual no se necesitaba de presentáneo remedio, pudiera o no haber escrito o, si le era fuerza el hacerlo, proponer su dictamen sin condenar el ajeno, y más cuando no era dificil colegir del contexto de mi tratadillo, que en él se hacía algún obsequio a la excelentísima seňora doňa Maria Luisa Gonzaga Manrique de 250 Lara, condesa de Paredes, marquesa de La Laguna, virrema de esta Nueva Espaňa. No sé yo en qué universidad de Alemania se enseňa tan cortesana politica, como es querer deslucir al amigo con la misma persona a quien éste pretende tener grata con sus estudios. Y si no fue éste el intento del reverendo padre en escribir su Exposkión astronómka y dedicarla al excelentisimo virrey de esta Nueva Espaňa, imaginaría sin duda que se le darian repetidas gracias (y no fue asi) de que desde la Alemania había venido a esta Septentrional America para libertär a la excelentisima seňora del engaňo y perjuicio en que yo la había puesto, de que no deben ser temidos los cometas por ser falso el que son prenuncios de calamidades y estragos. 8. Y aunque este sentir fuera sólo imaginación mía (que no lo es, sino corriente opinión de gravisimos autores y muchos de ellos de la sacratisima Com parna de Jesus, como adeíante diré), ^quién duda que estoy en obligacíón y empeňo de propugnarla, no tanto porque asi lo dije, cuanto porque reconozca su excelencia el que no la engaňé con opiniones fantásticas? Y teniendo ya yo hecho dictamen de que ha de ser asi, no sólo no puedo de jar de decirle al reverendo padre lo que San Hierónimo a San Agustín, en la Epištola 14: «Si he de escribir alguna cosa en defensa mía, la culpa está en ti porque me provocaste, no en mí que fui obligado a responder», sino preguntarle amigablemente qué es lo que diría de mí si, teniendo ya bastantemente asegurados su crédito de astrónomo con la excelentisima seňora duquesa de Avero, su patrona, cuyas cartas refiere en su Exposkión astronómka, me pusiese yo a censurarlo de ignorante y de loco, y le dedicase la obra al excelentisimo seňor duque de Avero. ^Qué diría el reverendo padre de mí, y más si antes me hubiera dado título de amigo, regalándome, festejándome y aplaudiéndome? Dígame, ,;qué diría? Y otro tanto, y no más, será lo que yo dijere del muy político y reiigioso padre. 9. Además de ésto, hallándome yo en mi patria con los créditos tales cuales que me ha granjeado mi estudio con salario del rey nuestro seňor, por ser su catedrárico de matemáticas en la Universidad mexicana, no quiero que en algún tiempo se piense que el reverendo padre vino desde su provincia de Baviera a corregirme la plana; asi porque debo dar satisfacción al mundo de que, habiendo dejado otros mayores estudios por el de las matemáticas, no ha sido gastado el tiempo con ínutílidad y despendio, como porque yo no soy tan absolutamente dueňo de mis créditos y mi nombre que pueda consentir el que me quite aquéllos y me obscurezca éste el que quisiere hacerlo, sin darle causa, como lo hace el reverendo padre, cuando es el primero que conmueve la piscina y que me provoca; por lo cuaí pudiera decirle lo que a monsieur Descartes dijo Gassendo en las Disquisitwnes Metaphiskae: «^Acaso no hiciste que me fuera necesaria la defensa, precisamente porque has manifestado no querer hacer otra cosa que del amigo un adversario y empujar a la aréna a quien nada semejante pensaba?» Y si allá afirmó Cicerón en la oración In Vatinium que «Nadie es tan demente y que piense tan poco de sí mismo que ame más la vida ajena que la suya propia», yo que estimo tanto mi fama como 251 mi vida, fácilmente me acomodo con su sentir y lo mismo juzgo que hizo él reverendo padre para apoyar su opinión. Pero debiera no ignorar el consejo del mismo Cicerón cuando dijo, hablando contra Salustio: «Debe carecer de todo defecto quien está dispuesto a hablar contra otros»; y aquella memorable sentencia suya en el i, De Offkiis: «Sucede, no sé en qué forma, que vemos en los otros, más que en nosotros mismos, si se falta en algo». Y si como en semejante empeňo dijo el padre Tomáš Hurtado,15 clérigo menor, en el Duplex Ant idolům: «En el campo literario siempre ha sído lícito que corrija el uno aí otro en las ocasiones debidas», desde luego me prometo el que los muy reverendos padres y doctísimos padres de la Compaftía de Jesus, como patrocinadores de la verdad, no tendrán a mal esta disputa, que sólo es de persona a persona y de matemático a matemático, sin extenderse a otra cosa; y más cuando son tan comunes estos literarios duelos, que me fuera muy fácil hacer un largo catálogo de autores de la sagrada Compaňía de Jesus que no sólo han escrito impugnaciones y apologías contra clérigos, religiosos y seculares, sino aun contra los de su mismo instituto, y algunos con más ásperas palabras que las que aquí se hallarán. Y ya que no en esto (que no es justo), por lo menos en intitular esta obra Libra astronómica y filosofica, quise imitar al reverendo padre Horacio Grassis,16 que con el mismo epígrafe rotuló el libro que publice contra lo que del cometa del ano de 1618 escribieron Mario Guíducio y Galileo de Galileis; y si en el dicho padre, que fue el que provocó, no fue la acción censurable, <;en mí cómo puede serlo, siendo el provocado, si no es que se quiere atropellar a la razón y la justicia? A ésta quiero que sólo atiendan los que leyeren, diciéndoles con San Gregorio Nacianzeno en la Epištola 61, alias11 55: «Conviene que si estas cosas se consideran falsas, no sean alabadas; mas si se creen verdaderas, que sean juzgadas públicamente, O también emplear esta norma: que si se presentan cosas falsas, sean denunciados los acusadotes; mas si verdaderas, aquéllos contra los que se presenta la acusación. Pero no permitir que la reputación de varones nobles (cosa de la mayor importancia) se convierta tan fácilmente en ludibrio». Y, porque todo lo que es mío esté debajo de un mismo contexto, an tes de proseguir me ha parecido conveníente repetir aquí el escrito que publique a 13 de enero de este ano de 1681 y cuyo asunto fue la piedra de escándalo que motivó la disputa. MANIFIESTO FILOSOF ICO18 CONTRA LOS COMETAS, DESPOJADOS DEL IMPERIO QUE TENIAN SOBRE LOS TIMIDOS 10. Nada hay que más conmueva los ánimos de los mortales que las alteraciones del cielo, quizás por la compatía que con éste tienen aquéllos, 252 según Clemente Alejandrino en la oración Ad Gentes: «Hay ínsita en los hombres, por naturaleza, una comunidad con el cielo»; o porque, convinien-do sólo a los hombres elevar los oj os a tan suprema hermosura, para distinguírse en esta acción de las bestias, por lo que escribíó Silio Itáiico en el libro XV De Bello Punico: No ves cuán erguidas hacia las estrellas hizo Dios las cabezas de los hombres y cuán sublimes modeló sus rostros mientras a las bestias y al género de los pájaros y a los cuerpos de Jas fieras hizo abatirse indistintamente sobre su vientre torpe e inmundo, es necesario que se alboroten al ver que el objeto nobilísimo de la vista padece mudanza con apariencias extraňas. Y como nunca se termina en si mierna la admiración, supuesto que es en todos incentivo de averiguar la naturaleza de lo que ignoran, no hay quien no solicite saber qué es aqueilo que lo suspende, para deponer alguna parte de lo no manifiesto con que se espanta: «Si algo se ha alterado o ha aparecido fuera de la costumbre, nos admiramos, pregunta-moSj expücamos», dijo Séneca en las Naturales Quaestiones, Y si en nada mejor que en los cometas se verifica lo antecedente, como lo confesarán uniformes cuantos los miran, ^para qué me canso en preámbulos?, cuando el mismo Séneca puede terminarme éste muy a mi intento: «Lo mismo sucede en los cometas; si aparece con forma rara y de insólita figura de fuego, nadie no desea saber qué es y, oividado de los otros, pregunta acerca del advenedizo». 11. Todo cuanto aquí se ha veriŕicado estos días en esta populosísima ciudad de Mexico; y lo mismo habrá sucedido en el resto de la America, y aun en todo el mundo, con ocasión de un cometa que se ha visto desde casi mediado noviembre del aňo pasado de 1680, cuyas observaciones para deducir su longitud, latitud, dištancia a la Tierra y paraiajes, con todo lo demás que es concerniente a la naturaleza comética, sacaré en breve a luz, dándome Dios vida. Discurriré entonces con difusión lo que apuntaré ahora como en compendio; porque pretendo ocurrir a las voces inadvertidas del vuígo, con que me prohíja sus veleidades por diseursos y juicios míos, siendo asi que no es el mío tan corto que ignore lo que en esta matéria debo sentir. 12. Pero antes de proponer lo que pretendo probar, es necesario advertir que nadie hasta ahora ha podido saber con certidumbre física o matemática de qué y en dónde se engendren los cometas; con que mucho menos podrán pronosticarse, aunque no faltará en el mundo quien quiera persuadir lo contrario, con que se sujetará a la irrisión, que es consiguiente a tan pueril desvarío. Con este presupuesto y con ser los cometas cosa que puede ser no se ajuste a lo regulär de la naturaleza, por proceder inmediatamente de Dios con creación rigorosa, afirmo desde luego cristianamente el que deben venerarse como obra de tan supremo Artífice, sin pasar a investigar lo que significan, 253 que es lo propio que querer averiguarle a Dios sus morivos, impiedad enorme en lo que son sus criaturas, aunque no por eso se han de temer con aquel horror con que los gentiles, ignorantes de la primera causa, se recelaban de las senales del cielo, como ya el mismo Senor lo previno por boca de Hieremias: «No tengäis miedo de las senales del cielo, a las que temen las naciones». Y siendo esto asi, como verdaderamente lo es, lo que en este discurso procurare (sin por ello que se me perjudique mi modo de opinar), serä despojar a los cometas del imperio que tienen sobre los corazones timidos de los hombres, manifestando su ninguna eficacia y quitandoles ia mäscara para que no nos espanten. Y aunque ya esto fue asunto del antiguo Queremön y del moderno padre Vincencio Guinisio en la Alocuäon sexta gimndstka, sin valerme de los hermosos colores retoricos que este gasta, ire por diverso Camino, que sera el que me abre la filosofia para llegar al termino de la verdad. 13- Porque o son los cometas Celestes o sublunares; si sublunares, serä su formaciön la que les atribuyen los peripateticos con el principe Aristoteles en el libro I de los Meteoros, Claramonsio en el Anti-Tycho y otros muchos astrologos y filösofos, cuya opiniön es que el cometa es un meteoro encendido y engendrado de nuevo de una copia grande de exhalaciones levantadas del mar y de la tierra hasta Ia suprema regiön del aire,19 donde, encendidas por la antiperistasi y por medio de esta con mayor consistencia y condensaciön, son arrebatadas del primer moble, cuyo impulso llega hasta allf, al cual se mueven hasta que aquella materia untuosa, pingüe, crasa, sulfürea y salitrosa se va disminuyendo al paso que el fuego la consume, con que se acaba el cometa. Y si esto es cometa, no se por que de el se atemorizan tanto los hombres, cuando no hay noche alguna que dejen de inflamarse y arder otros tantos cometas, cuantas son las estrellas que nos parece que corren y que verdaderamente no son sino exhalaciones de tan poca compacciön y cuantidad que apenas se endenden cuando al instante se apagan, no distinguiendose de los cometas sino en lo breve de su duraciön, supuesto que convienen en todo lo demas, como dijo el mismo Aristoteles: «Tal es tambien la estrella crinita, cual es Ia estrella errante». Y si estos instantäneos cometas o exhalaciones volantes no son prenundos de hambres, pestilencias y mortandades, <;por que lo han de ser aquellas exhalaciones durables de que se forma el cometa, siendo asi que el origen de este y de aquellas es uno mismo? 14. Si ya no es que se le antoja a aiguno que, asi como el cometa difiere de las estrellas volantes en ser mas copiosas las exhalaciones que lo componen, de la misma manera, distinguiendose los pnncipes de sus inferiores en la mayoria de su dominio y autoridad, habrän de pronosticar. las muertes de estos los cometas, por ser mayores, y las de la plebe, las estrellas volantes, como cometas pequenos. Pero como quiera que afirmar esto es un gentil desatino, no se que se les deba otra censura a cuantos aseveraren lo primero, a que dan tanto asenso los ignorantes. 254 15. Y en esta mísma opinión no hay prueba más urgente de que los cometas no sólo no causan daňo a los cuerpos elementados,20 sino que antes son pronóstico de fertilídad y salud, que el conocimíento de lo que los causa, que son las exhalaciones gruesas, pingües, nitrosas y sulfúreas, con las cuales ocupada esta primera región de aire que nos circunda y mediante las partículas mordaces, deletéreas, corrosivas y acrimoniosas de que constan necesariaraente habían de esterilízar las tierras, corromper las plantas y alterar los humores, si no se elevasen a la región superior, donde se consumen con la violencia del fuego que las acaba, quedando entonces libře y purgada de tan malas cualidades esta parte inferior de la atmosféra que habitamos, y por el consiguíente, con prenuncios de bienes a los que pudieran estorbar aquellos vapores y exhalaciones, si no faitasen. 16. Si no se admitieren los cometas sublunares, sino Celestes, no hay por qué no milite en esta opinión lo mismo que en la pasada. Porque si se siguiere a Juan Keplero, se forman los cometas de varios humos crasos y pingües que exhalan los cuerpos de las estrellas, los cuales, porque no inficionen la aura etérea, los une la naturaleza a un determinado lugar, donde se consumen encendidos con el fuego del Sol que los impele. Y si esto no fuere, serán, en sentir de Wilibroldo Snellio, Ericío Puteano, Juan Camillo Glorioso, Liberto Fromondo y el padre Cysato, exhalaciones del Sol, que son las que le forman las manchas, las cuales, arrojadas más allá de su atmosféra por alguna vehemente ebullicíón de las que refíere el padre Cristobal Scheiner en su Rosa Vršina y el padre Atanasio Kirchero21 en el Mundo subterráneo se endenden alíí hasta que se resuelven y acaban. Y si tampoco fuere esto, setá lo que propone el padre Baltasar Téllez22 en su Filosofía y es que de los hálitos y evaporaciones de todas las errantes se hace un conglobado que consume el fuego Celeste según los otros autores. Y siendo cualquiera de estas tres causas la que origina el cometa, ,;cómo puede ser éste infausto cuando antes sirve de medio para que, purificada el aura etérea, se derramen más puros sobre la Tierra los celestiales influjos? 17. Comprobación ílustre de esta aserción será lo que refieren varias historias, y es haber sucedido por algunos días no verse el Sol, ni otra estrella en el cielo, sin haber nubes que lo impidieran; lo cual no sería por otra cosa que por los muchos vapores y hálitos Celestes que, ocupando gran parte del aura etérea, impedían el tránsito de los solares rayos. Advirtióse esto antes que se viera el cometa del ano de 1652, según lo refíere Kirchero en su lúnerar'10 extático y Pedro Gassendo en sus Comentarios; y no me acuerdo, aunque entonces era de sólo seis ařios, el que fue asi; y que de estas evaporaciones se formen los cometas se prueba invictamente habiendo reconocido que, después de acabado el de 1664 y 1665, no se le observaron manchas algunas al Sol por muchos meses. Indicio de que en el incendio de uno y otro se consumieron cuantas se extendían por el expanso del cielo. 255 Luego, si los cometas, en esta opinion, sirven de que aquél se purifique, <;cómo pueden significar cosas infaustas, cuando es cierto que a eiios se les debe el que Hegen no viciadas a la Tierra las influencias etéreas? Afirmar lo contrario seria lo mismo que decir que una hoguera, en que se abrasasen cuantas cosas pudieran ser perniciosas a una dudad, era fatal pronóstico de su ruina y causa de su perdición y de su estrago. 18. Pero prescindiendo ahora de la probabilidad de una y otra sentencia, en una y en otra reluce con singularidad la Providencia de Dios; porque, asi corao fue conveniente que en el globo terráqueo hubiese no sólo plantas y árboles venenosos, smo víboras, sierpes, alacranes, escuerzos, dragones, basiliscos para que según la combinación de suš cualidades atrajesen a si con violencia simpatética los hálitos, expiraciones y eŕluvios venenosos y mortífe-ros de la tierra y cuerpos metál icos, no sólo para que a eilos, según s u naturaleza, sirviesen de alimento, sino para que no se difundiesen por el universo, con dano del resto de los vivientes (según doctamente lo discurre el padre Atanasio Kirchero en su Mundo subterráneo), de la misma manera era necesario que hubiese alguna cosa donde se juntasen y consumiesen los hálitos, vapores, expiraciones, y los efluvios venenosos que pasaron a la región del aire, o que exhalaron las estrellas allá en el cielo, que son de las que el cometa se forma para que en él se abrasen y se consuman. 19. Aunque sean los cometas (como algunos los llaman) monstruos del cielo, no por eso se infiere el que sean por esta razón causadores de las calamidades y muertes que les imputan; como tampoco lo son cuantos monstruos suelen admirarse entre los peces del mar, entre los animales de la tierra y aun en la especie humana (aunque más pretenda Io contrario Cornelio Gemma en su libro De Naturae Divinis Cbaracterismis); por que si es cosa digna de risa el que un monstruo, aunque nazca en la publicidad de una plaza, sea presagio de acabamientos de reinos y muertes de príncipes y mudanza de religion, ^cómo no lo será también el que un cometa Io signifique, cuando en el origen de éste y de aquéllos puede militar una individua razón? 20. No ignoro las autoridades de poetas, astrólogos, fiíósofos y santos padres que se pueden oponer a lo que tengo afirmado; y digo que no las ignoro, porque no hay quien no repita unas mismas en esta materia, con que no hay quien no las sepa de memoria por repetidas. Omitolas, digo, porque no quiero latines en lo que pretendo vulgar. Pero responderé a los primeros que, como poetas, ponderaron la cosa más de lo que debieron, o que habiaron según las opintones del vulgo; a los segundos no tengo otra cosa que decirles, sino el que yo también soy astrólogo y que sé muy bien cuál es el pie de que la astrológia cojea y cuáles los fundamentos debilísimos sobre que levantaron su fábrica. A los fiíósofos entiendo que no les haré agravio, si los pongo en el mismo coro que a los poetas. Pero Uegando a los doctores sagrados y santos 256 padres, me es fuerza venerar sus autor idad es por los mot i vos super iores que en sus palabras advierto, aunque no por eso dejaré de decir con toda seguridad que ninguno pretendió asentarlo por dogma filosófíco, sino valerse de estas apariencias como medios proporcionados para compungir los ánímos de los mortales y reducirlos al camino de la verdad. Quien dudare lea, entre otros muchos que pudíera citar, a Tertuliano, Ad Escapulam y a San Agustin, De Civitate Dei. 21. Pero, iqué es lo que estas autoridades nos dicen? Dicen que los cometas son causa o por lo menos seňal de guerras, esterilidades, hambres, mortanda-des, pestilencias, mudanzas de religion, muertes de reyes y cuantas otras cosas pueden ser horrorosas y terribles en la naturaleza. Pero si no se murieran los principes, si no hubiera guerras y mortandades, si no se experimenraran hambres y pestilencias, sino sólo cuando se ven cometas en el cielo, no era despropósito el que a elios se les atribuyesen estos efectos; pero siendo evidentísimo en la vicisitud de los sucesos humanos y en la amplitud grande del mundo el que no se pase ano alguno sin que en alguna parte haya hambres, en otras guerras, y que en muchas falten y se mueran muchos potentados, principes y reyes, y esto sin que se vea cometa a que atribuirlo, <;qué engafio es aseverar ser efecto suyo lo que entonces sucedió, porque siempre se ha experimentado lo propio en casi todos los anos? 22. Las guerras con que estos pasados se ha horrorizado la Europa, las pestes y hambres que ha llorado Espaňa, la rebelíón y alzamiento del Nuevo Mexico, y cosas semejantes en otras provincias de que aun no hemos tenido noticia, (que cometa las denotó? Ninguno, porque ninguno se ha visto. Luego, las que fueren consiguientes, tampoco las causará el cometa de ahora, aunque más autoridades se traigan para probarlo. 23. Ni sé y o por qué razón han de ser infaustos los cometas, cuando no hay daňo que no sea compaňero de alguna felícidad; porque si causan peste y mueren muchos, para éstos será desgraciado y felicísimo para los que quedan con vida, pues, siendo pocos, heredan lo que era de muchos; si significa guerra y es infeliz para los vencidos, ^quién duda que será feliz para los victoriosos?, y si denotó la muerte de algún principe, para éste será iúgubre, pero aíegre, fausto y propicio para quien le sucedió en el estado. Y si en todas las cosas se advierte esta vicisitud. ('por qué sólo se les han de atribuir los efectos tristes y no los regocijados, cuando milita una razón en unos y otros? 24. Confieso el que sería verdadera la opinion contraria a la mía, si los cometas apareciesen fijos sobre una ciudad o región y allí sólo se experimenta-sen los efectos más horrorosos que les imputan; pero siendo sus movimientos tan varios -—pues, fuera del diurno con que dan vueltas al mundo, 23 cada día varían notablemente sus latitudes y declinaciones con que sojuzgan gran parte del globo terráqueo—, claro que si fueran de naturaleza daňosos, lo 257 habían de ser para todas las partes donde fueran verticales. Luego, si no hay quien pueda decir que algún cometa ha sido infausto a todas las tierras que supeditó, infiérese que los malos sucesos que en algunas de estas partes habría, serían de los ordinarios y no causados del cometa, pues no fueron comunes, como lo fue éste en aquellas partes. 25. Instaráme alguno que si Dios los cría de nuevo, como otros sienten, necesariamente habrá de ser para denotar alguna cosa grande; y aunque la respuesta más inmediata era preguntarle que de dónde lo infería quien me replicaba, quiero concedérselo por ahora y juntamente preguntarle que <;a quién le manifiesta Dios sus inescrutables secretos en la creación de un cometa? ^Por Ventura habrá alguno que afirme habérsele revelado que, cuando el cometa fuere oriental, se han de rebelar contra los príncipes sus vasallos, y si es occidental, le han de mover la guerra a los extranjeros?; y otros semejantes desatinos, por no llamarlos impiedades, que afirman antiguos y modernos astrólogos con tanta aseveración, como si Dios los hubiera Uamado a consejo para manifestarles su voluntad y motivos. 26. Bašta, porque no quiero exceder los límites de compendio a que estreché este discurso que promoveré y adelantaré, como tengo dicho, en obra mayor que prorrogándome Dios la vida perfeccionaré muy en breve. Manifestaré entonces las observaciones exquisitas que he hecho de este cometa, que (sin que en ello me engane el amor propio) no dudo serán aplaudidas y estimadas de aquellos grandes matemáticos de la Europa que las entenderán porque las saben hacer, a quienes desde luego aseguro que de esta Septentrional America Espaňoía no tendrán más observaciones que las mías. 27. Pero por no dejar de mencionar algo de este cometa, digo que su formación o aparecimiento fue casi entre las estrellas de Cancer y pies del León, pasando de allí a la mano izquierda de la Virgen, cerca de cuya espiga fue la vez primera que le vide; desde allí le atravesó el resto del cuerpo y se entró por entre el fiel de las balanzas de Libra a cortar el brazo derecho de Escorpión, los muslos y la serpiente de Ofíuco; y entrándose en la Via Láctea, cobró ran ta pujanza que la Cauda, que antes se había observado de sólo 10° se extendíó a 65° como observe a 30 de diciembre de 1080. Prosiguió por la imagen de Antinoo o Ganimedes, por debajo del Delfín, por el hocičo del Equículo o Caballo Menor, por los pechos del Pegaso y de allí a la cabeza de Andromeda; y se acabará al salir de esta constelación entre el Triángulo y la cabeza de Medusa. Su movimiento ha sido directo, primero muy veloz, de casi 6°; después ha corrido cada día proporcionalmente hasta 4° y al fin andará menos. La cauda síempre ha estado opuesta al Sol, como es ordinario, aunque sus extremidades no han sido rectas, sino arqueadas en forma de palma. El canto superior se ha observado limpio y no asi el inferior que ha estado como las extremidades de la crin de un caballo, por donde este cometa se denomina 258 Hípeo. De los signos ha andado el de Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuarío, Piscis, Aries y acabará en Tauro; y aunque su declinación fue meridional al principio, cortó después la equinoccial al salir de la imagen de Ganimedes y pasó sobre nuestras cabezas el marres 7 de enero de esre aňo de 1781, y su crecimiento fue esrando en Capricornio, signo predominante de esta Nueva Espaňa. EXPONENSE LAS RESPUESTAS DEL PADRE KINO EN SU EXPOSICION ASTRONOMICA Y SE LES HACE INŠTANCIA24 28. Este es el contexto de mi escrito publícado a 13 de enero de este afio de 1681, cuyas breves claúsulas motivaron en los doctos aprecio, en los ignorantes risa y en los presumidos objeciones; y como lo primero no había de ensoberbecerme, porque no era justo, tampoco nada de lo segundo me hicíera fuerza, porque siempre he tenido en la memoria el «nunca quise complacer al vulgo», que dijo Séneca, si no viera que pasaban a los moldes los manuscritos con que me provocaban sus autores a la palestra, siendo entre todos el primero que tocó al arma Don Martin de la Torre, caballero ŕlamenco que, perseguido de adversa fortuna y no estando en la esfera que quízás ha ocupado y en que debía mantenerse por su nobleza y prendas, se halla hoy en el puerto de San Francisco de Campeche, el cual escribió un tratado breve que intituló asi: Manifksto cristiano en favor de los cometas mantenidos en su natural significación, al cual, si no me engaňa mi propio amor, respondí bastantemen-te en otro que mtitulé Belerofonte matemático contra la qutmera astrológica de, etc. Fue el segundo el doctor Josef de Escobar Salmerón y Castro, médico y catedrático de anatómia y cirugía en esta Real Universidad, imprimiendo un Discurso cometológko y relación del nuevo cometa, etc., a quien jamás pienso responder, por no ser digno de ello su extraordinario escrito y la espantosa proposición de haberse formado este cometa de lo exhalable de cuerpos difuntos y del sudor humano.25 Es el tetcero el muy reverendo padre Eusebio Francisco Kino, de la Compaňía de Jesus, a quien pretendo gustosamente satisfacer y cuyas aserciones tengo intento de examinar en la presente Libra; y para ello me parece dar alguna noticia de su Exposición astronómica del cometa que el aňo de 1680, por los meses de noviembre y dkiembre, y este aňo de 1681, por los meses de enero y febrero, se ha visto en todo el mundo y le ha observado en la ciudad de Cádiz el padre Eusebio Kino, de la Compaňía de Jesus. Con licencia. En Mexico, por Francisco Rodríguez Luperzio, 1681. 29. Divídióla en capítulos el reverendo padre, y en el I explica de qué linaje de criaturas sea el cometa, y cuántas las diferencias de su peregrino ser, asentando que algunos son elementares y otros Celestes. En el II dice no haber 259 sido dos, sino uno solo ei cometa, porque después de habet hecho conjunción con ei Sol, pasó de matutino a vespertino, como sucede en la Luna; y también dice que duró poco más de cien días, infiriendo ei que esto se le debió a su corpulencia, porque en otros que la tuvieron grande se les observó también grande la duración. En el III, después de asentar cuál sea en los planetas movimiento rápido y natural, dice que este cometa tuvo los propios, siendo el suyo natural tres o cuatro y tal vez cinco grados en cada día, dejándose atrás los signos de Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuano, Piscis, Aries y pasando por la constelación de Antinoo, cola del Delfín, cabeza de Equículo, pecho de Pegaso, cabeza de Andromeda, etc., y promete que expresará por menudo este movimiento en su capítulo VI. En el IV explica qué sea lugar de verdadero y aparente, para de ello deducir lo que es paralaxis. 30. En el V propone dos modos para saber esta paralixis, y por el consiguiente la distancia a la Tierra de algún cometa, y refiere la observación de que éi hizo en Cádiz a 18 de enero. En el VI afirma no haber sido este cometa elementar, sino Celeste, probando con cuatro nuevos argumentos la exorbitante distancia que había de nosotros a él, y cumple lo que prometió en el capítulo IV. En el VII compara este cometa con el que, por los aňos de 1664 y 1665, se vio en el cielo. En el VIII pondera su corpulencia y reduce a ieguas la longitud de su cauda. En el IX filosofa de su atmosféra, de la formación de la cauda, de su perseverancia, variación y fenecimiento. En el X propone tratar lo que pronostica, y para ello refiere, primero, mis opiniones reducidas a cinco argumentos y los impugna, después la suya y con seis fundamentos la fortalece; y haciendo la pronosticación prometida y diciendo que confirma su autoridad de varones gravísimos lo que ha dicho, concluyó su obra. Este capítulo ha de ser el principalísimo campo en que batallemos, y pues es fuerza el que asi sea, por lo que a ello me obliga, manos a la obra y ayude la razón a quien la tuviere. Subdividiólo en párrafos el reverendo padre y, poniendo este título ai primero: «Fundamentos de la opinión que dice que los cometas no indican mal alguno futuro», prosigue asi: Argumento primero contra la fatalidad de los cometas 31. «Los fundamentos de esta primera opinión (que defiende no ser los cometas causa de los infortunios y fatalidad es que les atribuyen) pueden ser: primero, que en toda la sagrada escritura, ni en lugar alguno de ella se hace expresa mención de los cometas, aunque sólo en el libro del santo Job se expone el erario 26 y como público depósito de toda la naturaleza; luego, no hay para qué (dicen los aferrados con este extranjero parecer), ni por qué 260 nosotros hagamos más caso de eilos, o los estimemos en más que los tuvo la nueva y antigua sagrada história y narración de ambos Testamentos». 32. No tengo tan poco concepto de lo que sé que, para despojar a los cometas del imperío que tienen sobre los corazones tímidos de los hombres, me vaííese de tan ineŕtcaz argumento como el presente; y asi, no sólo no lo reconozco pór mío, pero me espanto de que haya habido a quien se le ofrezca sernejante absurdo. Porque de él se siguiera que no debiéramos temer a una pieza de artillería, porque no la menciona la escritura sagrada. Y como quiera que nadie se pondrá delante de es ta máquina feral cuando se le da fuego, si fuera funesto, siempre lo había de ser, aunque en ellos no se leyese su nombre, como también no se lee el de otras muchas cosas que subsisten desde el principio del mundo. Aunque ésta era bastante respuesta para la ninguna eficacia de este primer argumento, veamos qué se puede responder a lo que objeciona el reverendo padre. Respuesta primera del reverendo padre al argumento primero 33. «Al primer argumento, fundado en el poco caso que de los cometas hacen una y otra sagrada escritura, pues ninguna los menciona, y consiguien-temente no hay para qué tenerlos en tanta estimación que nos deban el miedo, se responde, lo primero, que como consta del tratado, por título Cometología o Juicio de los cometas, que saco a luz un docto profesor de matemáticas en la Bredense Academia, el vocablo hebreo mazaroth signiťtca cometa; luego, no está este linaje de criatura tan aj'eno de la memoria sagrada que no se acordase de él cuando vino a sazón que dictó las Escrituras». Inštancia a la respuesta primera 34. Confieso que por falta de maestros que en mis tier nos anos me la enseňasen ignoro la lengua hebrea; pero sabiendo los libros de los escrituristas y habiendo tantos léxicos de ella, ninguno me engafiará, aunque entre el docto profesor de matemáticas de la Bredense Academia; y asi, digo que esta palabra mazaroth sólo se halla en Job: «^Acaso harás salir el Lucero a su debido tiempo y harás levantarse al Véspero sobre los hijos de la Tierra?», la cual los Setenta dejaron en su mismo sonido hebraíco, diciendo: manifestarás el mazaroth a su debido tiempo?». Pero que en la prolación y escritura de ella haya algún yerro, entre otros muchos intérpretes, lo dice el padre Luis Baílester en su Hierologia: «Porque mazal signiŕka estrelía, de aquí Mazaloth; en efecto, la letra resch en este lugar de Job está puesta en vez de lamed (y por eso se lee mazaroth), pues fácilmente se intercambian estas letras de tal 261 manera que el sentido es: ^Acaso con tu poder harás salir las estrellas a su debido tiempo? Luego, el propio legitime signíficado de esta palabra no es com eta en particular, sino estrella en común, atendiendo a las de Zodiaco o a las planetarias, y consiguientemente erró en su traducción el profesor bredense. 35. Si no me dilatara, refiriera aqui diversas interpretaciones que dan a este lugar varios doctores; pero no puedo omitir la autoridad de Valentino Schindlero, que, hablando de la raíz hebrea mazal, dice asi en su Pentaglotto sobre Job, 38: «<;Acaso harás salir a los mazaroth —planetas— a su debido tiempo? los Setenta: Mazavroth; de ahí Suidas: mazovroth, los signos del Zodiaco o el Can celeste; los rabinos: mazaloth, los dice signos del Zodiaco; galggal bammazaloth, la esfera de los signos, el Zodíaco»; y los mismos Edmundo Castello en su Heptaglotto. Y cuando se quiera decir que en el lugar de Job no hay permutación de letras y que no se ha de leer mazaloth, sino mazaroth, nosotros los espaňoles que, por haber admitido el Concilio Tridentino en nuestra eserítura canónica la version vulgáta de San Jerónimo, debemos decir que mazaroth sigmfica no cometa, como quiere el profesor bredense, sino el planeta Venus, como aqui traduce y confirma en sus comentarios el Doctor Maximo.27 Respuesta segunda del reverendo padre 36. Reducidas a compendio fidelísímamente, las palabras del reverendo padre dicen asi: «Respóndese, lo segundo, con el padre Andres Waybel en el Juicio matemático del cometa del aňo de 1677, que si Dios comunicase a alguno el espíritu de penetrar las profecias de Daniel, libro del Apocalipsis y otras escrituras enigmáticas como misteriosas, fácilmente entendiera, asi de las vistones, sefiales y apariencias celestes como de otras racionales conjeturas, por qué dijeron los antiguos: 'Al cometa que cambia en la Tierra los reinos'. Por qué Virgiíio: 'Ni bríllaron tantas veces los terribles cometas'. Por que Tibulo: 'Cometa, malos augurios de guerra'. Por qué Silio Itálíco: 'Con su cabellera, como algo flamigero, espanta el cometa a los fieros reinos'. Por que dijo el que compuso aquel versiculo griego, de tan inmemorable antigúedad que, si todos le repiten a todos se les esconde el nombre de su autor y la estación de su siglo: 'No hay cometa alguno que no traiga mal', que el latino comunicó a sus musas en este no más elegante que repetido heroico: '[Ay! Nunca fue visto un cometa sin seguro desastre'. Y el castellano participó a su lengua y a su metro en el que sigue: Nunca vio el orbe estrella pasajera, que no fuese de estragos mensajera. 262 Y finalmente, por qué y con cuánta razón el universal y publico sentir de los mortales, akos y ba j os, nobles y plebeyos, doctos e idiotas, haya tenido siempre a los cometas en la funesta repuración que merecen». Inštancia a la respuesta segunda 37. Notable fuerza me hace que el padre Andres Waybel, de quien no dudo el que será doctísimo, haya dicho absurdo tan grande como el que aquí se refiere. Alegrárame tener su obra para ver si conviene con ella lo que se dice, porque afirmar que si a alguno le comunicara Dios el espiritu de penetrar las profecías y enigmas misteriosos de la escritura, entendiera de las visiones, sehales, apariencias celestes y otras racionales conjeturas, la razón o el porque diJeron los poetas gentiles lo que refiere, <;qué otra cosa es sino darles a los profanos autores la misma autori dad que a los sagrados oráculos? Porque si para que se entiendan aquéllos es necesario que de éstos se nos revele la inteligencia, <;quién no ve que será por haber entre unos y otros mutua coligancia y similitud, lo cual es impíedad digna no de desprecio, sino de censura teológica? Y si gravísimos autores tienen por inconveniente el que con las divinas se mezclen las letras profanas, . Pero ya que se perjudicó tmaginando que podría alguna vez suceder el caso de que a un mismo tiempo, desde dos ciudades de conocida longitud, se observase la dištancia entre el cometa y alguna fija, debia saber que, siendo casi imposible que siempre que se observa a una misma hora el cometa esté en el piano vertical de las dos ciudades, era necesario que lo previniese en el contexto de su proposición; pero ya que no lo hizo, quiero yo adaptarle el siguiente problema grimáldico60 para que de lo mucho que en él se presupone sabido y de su resolución laboriosa reconozca el reverendo padre cuán difícil es en la practica lo que en el modo de proponerlo le pareció tan factible. Problema Observada en un mismo momenta de tiempo la dištancia del cometa a una estrella y los complements de las alturas verticales de ésta, en dos lugares de conocida longitud y latitud, hallar las paralajes del cometa en el vertical 235. De P, polo del mundo, salgan dos meridianos, el uno que llegue hasta S, vértice de Sevilla y el otro hasta M, vértice de Mexico; sea E lugar de la estrella luciente en el hombro siniestro de la Andromeda, a la cual se tiren dos arc os desde los vertices M, S, que serán M E, S E, complementos de las alturas de las estrellas en los verticales; y desde el polo P ei areo PE, que mida el complemento de la declinación de la estrella E. La dištancia aparente del cometa respecto del vértice de Sevilla sea R, y del de Mexico sea V, a los cuales se tiren dos arcos de círculos verticales S R, M V, los cuales se cortarán en C, que será el lugar verdadero del cometa; y finalmente, con el arco M S se Junten los dos vertices M, S, que como se ha dicho, representan lös de Mexico y Sevilla. 336 M 236. Esto asi delineado, lo que aquí se presupone sabido es lo siguiente. Lo 1." los arcos M E, S E, dístancías de la estrella a los vértices de México y de Sevilla. Lo 2° el arco E P, complemento de la declinación de la estrella. Lo 3.° la ascensión recta de la estrella E y del medio cielo de M y de S, y por lo consiguiente, el momento de tiempo en que se h i zo la observacíón. Lo 4.° el ángulo S P M, que es el que mide la dicha longitud de los dos lugares. Lo 5.° la latitud predsa de uno y otro. Lo 6.° los azimutes de la estrella en una y otra ciudad, cuyos complementos son P S E, P M E; después de todo lo cuaí: 237. Lo primero, en el triángulo R S E, dados los tres lados: R S, dištancia aparente del corneta al vértice de Sevilia; S E, dištancia verdadera de la estrella luciente de la Andromeda al mismo vértice; E R, dištancia observada entre el cometa y la estrella: búscase el ángulo R S E. 238. Lo segundo, en el triángulo oblicuángulo P S M, en que se dan P S, P M, complementos de las alturas de polo de las dos ciudades, y el ángulo S P M, diferencia de sus longitudes, se buscará no sólo el lado S M, dištancia recta de los dos lugares, sino también los dos ángulos M S P, S M P; y siendo X S M complemento de M S P a dos rectos: restando X S M de X S E, azimut de la estrella observado en Sevilla, quedará M S E, al cual se aňada E S R, buscado en la prirnera operación, y quedará M S R, que es lo principál que en esta operación se busca. 239- Lo tercero, en el triángulo V M E se da M V, dištancia aparente del cometa al vértice M; M E, dištancia verdadera de la estrella al mismo vértice; E V, dištancia entre cometa y estrella; el ángulo V M E que se busca, se junte, no sólo con el azimut de la estrella E observado en México, sino también con el ángulo S M P, y todo el agregado se restará de dos rectos para que quede el ángulo VMS, que es lo mismo que CMS. 337 240. Lo cuarto, en ei triängulo obücuängulo CSM, conocidos ei lado S M, los angulos C S M y C M S, que es lo mismo que V M S, se buscan los lados MC, SC, distancias verdaderas del cometa a los vertices S y M, las cuales, si se compararan con las distancias aparentes observadas M V, S R, las diferencias C V, C R daran las dos paralajes del cometa en los dos verticales. 241. Este, pues, o semejante modo de muchos que para ello hay en los libros, debiera haber puesto en ei suyo para que, habiendo de servir de idea y modelo a los que en adelante escribieren de esta materia, hallasen metodo para venir en conocimiento de las paralajes, cuya averiguaciön hasta hoy se ha tenido casi por imposible en las observaciones de estos fenömenos. Y aunque es verdad que en alguna ocasiön nö era necesaria toda la practica antecedente, porque podia suceder que el cometa estuviese en el meridiano de dos ciudades que no difiriesen en longitud, o en el mismo vertical que pasase sobre ellas, pero, con todo, siendo la especulaciön de las paralajes una cosa tan primorosa y que consiste en los äpices, y no habiendo hoy en el mundo dos lugares entre si muy distantes, de los cuales se sepa con evidencia matemätica cuänto disten entre si por el vertical, originado de no estar definida exactamente su diferencia de longitud, quien ignora que no sabiendose el arco B D de su figura 2, tampoco podrä conocer la paralaxis, y si su reverencia sabe con la evidencia que para el caso se requiere, cuäntos grados tiene el arco vertical entre Mexico, Cädiz o Roma, dfganoslo y lo tendrän los matemäticos por su Apolo, levantändole estatuas honorarias a la inmortalidad de su fama. Y aun cuando sucediera que desde dos diversos lugares a un mtsmo tiempo se observase igual distancia del cometa a una estrella, no por eso se habia de concluir que tenia poca o ninguna paralaxis, cuando hay inflnitos casos en que aquello sucede, estando el cometa, no ya a 1150 semidiametros, como dice, sino aün muy cercano a la Tierra. Cuales sean aquellos, se pueden ver en el padre Ricciolo, libro del Almagesto. Luego, admite muchas limitaciones la general doctrina del autor. 242. Pero antes de dejar de la mano esta su delineaciön, es necesario advertirle que si en ella D es Roma y B Cädiz, D no podrä ser Mexico, porque cae al ocaso de B; pero esta es una pseudografia de poca importancia, y no de tan poca cuatro paralogismos que se contienen en ella: 1.° pensar que el cometa que desde dos lugares se observa, esta siempre en el piano vertical de las dos ciudades, porque lo contrario tengo ya demostrado en lo antecedente. El 2." y muy craso (y en que habfa incurrido en la explicaciön de su figura 1, de donde se infiere no haber sido inadvertencia), dar a entender que el arco E C es el que mide las paralajes, lo cual para que asf fuese, por la 5 y 56 del primero de la Trigonometria de Bartolome Pitisco, era necesario que se describiese desde el punto A; pero ^que matemätico, por moderado que sea, ignora que la paralaxis se mide por el ängulo que en el centro del cometa o 338 estrella causan las líneas que salen del centro de la Tierra y del lugar que en eila tiene eí observador? 243. Y aun cuando el areo E C midiera la paralaxis, es falso (y éste es el tercer paralogísmo) decir que otra tanto había de ser la del cometa; porque no es sino el agregado de las dos paralajes que tiene en el vertical, según las varias alturas en que los observadores lo vieron. El 4.° no es verdad el que por ser la paralaxis mayor ha de estar el fenómeno más cercano a la Tierra; porque para que asi fuese, era necesario hacer la comparación en una igual altura. Como si en la figura presente estuviese la Luna en M y en N, evidente es que la paralaxis O N P séria menor que Q M R, porque el ángulo B N T es menor que B M T, y con todo eso la Luna, asi en N como en M, distaria igualmente de T. Luego absolutamente no es cierto que la mayor paralaxis es causada de la mayor cercanía. 244. Este es el primer modo de los dos que propone para conocer la paralaxis de los cometas; y aunque por haberse hecho a la vela desde la ciudad de Cádiz para la Nueva Espaňa a fines de enero de este aňo, dice que careció de observaciones hechas en Francia, Itália y Germania para combinarlas con las suyas y definir la menor o mayor dištancia del cometa a nosotros, bien sabe su reverenda que absolutamente no le faltaron, cuando luego que Uegó a esta ciudad le ofrecí las mřas porque me comunicase las suyas, cosa que jamás 339 conseguí, pues aunque me mostró un cuaderno en que escaban senaladas para los primeros dias de enero las ascensiones rectas y deciinaciones del. cometa, no era eso lo que yo queria saber, sino las alturas, ázimutes o distancias a las fijas, en que lo habia observado para carearlas con las mías y de eilo sacar las ilaciones que me importasen; y no sólo le ofrecí las mias, sino las que hasta el dia 12 de enero hizo en el puerto de San Francisco de Campeche el muy erudito matemático don Martin de la Torre. Pero no solidtándolas, o no haciendo caso de unas y de otras, discurro que séria porque no estaban hechas en Alemania, o porque los observadores no habían estudiado las matemáricas en la Universidad de Ingolstadio. Pero del contexto de este mi escrito podrá práctícamente reconocer haber también matemáticos fuera de Alemania, aunque metidos entre los carrizales y espadaňas de la mexicana laguna. Modo segundo: repitiendo observaeiones en una misma nocbe y lugar 245. «El tercer modo (no habiendo propuesto otro sino éste y el antecedente, no debe dársele título sino de 'segundo') de observar la paraiaxis y de dar con el patrio y nati vo lugar en donde se engendró el cometa, es, si de un mismo páraj e de la Tierra, verbi gratia desde una misma ciudad, torre, cumbre o eminencia en una misma noche, pero a horas distintas, se observare el cometa, {verbi gratia) una vez cuando está el cometa cerca del meridíano, o casi perpendicular sobre la cabeza del que le registra o examina y después cuando está veci no al horizonte por donde se va a poner. Porque si el cometa (descontándole los grados que camina con movimiento propio) persevera en la misma o muy sernejante dištancia con la estrella fija (que sirvió como punto, segura sena o fiel, para el cotejo) que tuvo cuando a prima noche61 pasó cerca del meridiano de tu ciudad, conservándola algunas horas después, estando vecino a tu horizonte o aí irse a poner, es argumento que tiene pequefiísima o mnguna paraiaxis y por consiguiente que el cometa está distantísimo de la Tierra y mucho más alto que el cóncavo de la Luna». Bastan estos períodos para que el que leyere se haga capaz del modo tan matemáticamente propuesto en ellos para averiguar las paralajes, y si con licencia del reverendo padre omito los restantes. Dícense los inconvententes que en él puede intervenir y no ensena el reverendo padre, y se remite el examen de la observation que por este modo hizo a su propio lugar 246. Aunque desde luego les pudiera deck a todos que no traza tan crasamente la astronómia sus operaciones, que las fie del engaňable sentido de 340 la vista, como el reverendo padre Io hizo, sin que lo ayude con instruments exactisimos, causa porque Tychón en sus Progimnasmas no hizo caso de las observaciones que del cometa del ano de 1577 hicieron Comelio Gemma y EHseo Roslino (y aun también pudieron entrar a la parte las de Miguel Mestlino), porque sólo se fundaron en que aquél observó que a 20 de noviembre de dicho aňo, en mucha y en poca altura sobre el horizonte, distaba el cometa de la estrella que es tá en la mano de Antinoo grados iguales. 247. Pero con todo, quiero darle que esta su observación (cuyo examen, y para el autor muy amargo, tiene adelante proporcionado lugar) fuese hecha con instrumento muy bueno y que, asi cuando estaba el cometa en el meridiano como cuando se inciinó al horizonte, distase con igualdad de la estrella que está en la cabeza de Andromeda. Lo cual, no obstante, digo que haciéndose dichas observaciones en diversos verticales y tiempos, y mudándo-se por ío consiguiente los polos de la eclíptica y su grado nonagésimo, a cuyo respecto se akeran las paralajes en longitud y latitud, y por la diversa altura del cometa, la que puede tener en el vertical, es contingente que la que tenia en una de las observaciones iguales a la que tuvo en la otra, y que asi conservase una misma dištancia a la estrella fíja inmediata, como fácilmente se deduce de lo que contra Tychón y el padre Cysato arguye el padre Juan Bautista Ricciolo en varias partes de su Almagesto. Y si no puede ser esto asi, demuestre el autor lo contrario, si pudiere, y repondré mi aserción. 248. Y si en la doctrina y ciencia de las refracciones es teoréma demostrado que en una misma altura verdadera el astro, cometa o fenómeno más proximo a la Tierra tiene mayor refracción, porque el ángulo de la inclinación, causado del rayo directo y la perpendicular a la tangente de la atmosféra terráquea, es entonces mayor, bien pudiera ser (en el caso propuesto) que el cometa estuviese mucho más bajo que la Luna y que, aunque entonces la paralaxis lo deprimiese, la refracción lo elevase con proporción a la dištancia observada entre él y la estrella; con que en este caso, que es dable, faltarían los medios para investigate al cometa la paralaxis, y asi no podría con certidumbre determinarse su altura y consiguientemente, séria inútil y de ningún provecho ni uso el propuesto problema; y esto, no sólo por lo que he dicho, sino por otros muchos inconvenientes y difkultades que en su solución intervienen, cuando se quisiera practicar más geométrica y científicamente de lo que el reverendo padre í o propone. 249- Luego, habiendo tantos medios para elio como se hallan en los autores, y que cuaíquiera que no ignora la.geometria, optica y trigonometría, según lo pidieren ias observaciones, puede discurrir, aplicar y resolver, y no propo-niendo el reverendo padre sino los dos que se han dicho, y esos sin demostración y fakos de ejemplos con seguridad se puede estar de que a nadie 341 le servirá de idea y modelo para escribir en materia del cometa; cuando es cierto que no se hallará en su libro cosa alguna que para ello conduzca, supuesto que ni aun a su mismo autor le sirvió todo su discurso para que probase su intento, que rue colocar al cometa apartado del centro de la Tierra 1150 semidiámetros de ésta, que es la elongación del Sol en su dištancia media, como con tanto ahínco pretende; pero lo contrario es lo que le he de pro bar y de mostrar con sus mismas razones, y si no lo hiciere, desde luego, me sujeto a la irrisión con que despredan los doctos lo que es de su naturaleza ridiculo. Qué efkacia tengan los argumentos de que se vale el reverendo padre para probar la mucha altura y poca parataxis del cometa 250. Ociosos son los preceptos cuando no se acompanan con ejemplos que los comprueben; por eso el reverendo padre, después de haber enseňado tan doctamente los mejores modos que se le ofrecieron para la investtgacion de las paralajes, pasa a ejemplificarlos y a comprobar la mucha altura que le atribuye al cometa, y omitiendo verificarlo en el primer modo por falta de observaciones, lo hace en el segundo con las siguientes palabras, que son las que principian el capítulo VI de su Exposition astronómka. Argumenta- primero: en que por una supuesta observation de 18 de enero pretende probar haber estado el cometa apartadúimo de la Tierra 251. «La latitud y dištancia que intervino del lugar en que vimos al cometa hasta la superficie de la Tierra, consta, lo primero, como ya probamos, por su paralaxis». Esta prueba a que se refiere es la que se halla en el capítulo V, al principio, donde dice asi: «No me fue posible aplicar el primer medio paraláctico para averiguar la mayor o menor dištancia de leguas que habia de nosotros al cometa, y use finalmente del segundo modo y medio de investigar su altura en Cadiz a 18 de enero, cuando el cometa se puso a tiro visual de la mayor vecindad con la más sobresaliente estrella que brilla en la cabeza de la constelación llamada Andromeda. Y habiendo atalayado con la mayor atención que me fue posible al cometa, par a par correspondido a la principal estrella f i ja cuando más descuella y resplandece en la cabeza de Andromeda, desde las 6 de la príma noche, sazón y tiempo en que apenas ambos, cometa y estrella, distaban de mi (entonces) meridiano, siguiendo con la vista su movimiento y aspecto hasta la media noche que se iban apropincuando a su 342 ocaso, no halle, ni descubri considerable discrepancia o separaciön de uno a otro en todo el espacio de 6 horas que fue a decir; y corrieron ambos desde poco despues de la oracion, que estuvieron casi sobre mi cabeza o cerca de mi meridiano, hasta la medianoche, cuando se iban calando62 al ocaso, ni que el cometa se acercase mäs aprisa al occidental horizonte que la estrella, ni esta con mäs velocidad que el cometa, antes si que ambos casi guardaron un mismo tenor de movimiento desde su meridiano (respecto de mi vista) a su ocaso. De donde consegui, con la mayor certidumbre que acä se puede, que el cometa estaba lejos de la Tierra, que se encimaba no poca leguas de altitud sobre el globo de la Luna y, de Camino, por la misma razön que no fue elementar sublunar o de cielos abajo, sino etereo y de cielos arriba». Respuesta al argumenta primero 252. Hasta aqui el contexto del autor con sus palabras mismas; pero antes de examinarlo, advierto que ni su reverencia, ni otro algun matemätico, aunque sea el misma Ptolomeo, puede asentar dogmas en estas ciencias, porque en ellas no sirve de cosa alguna la autoridad, sino las pruebas y la demostracion; con lo cual puede estar muy seguro que ni yo, ni otro cualquier astronomo, se persuadira a que el cometa no tuvo paralaxis sensible porque asi lo dice, cuando le faltaba lo principal, que es el que lo demuestre. Advierto tambien que de observaciones hechas sin intrumento, sino con la vista y estimaciön, es cosa indigna pensar que se puede concluir cosa alguna de consideracion en materia tan primorosa como la que aqui se ventila, por lo cual merecia, no solo no admitirse, pero que ni aun se gastase el tiempo en especularla. Pero son tales las circunstancias que le asisten a la presente que, aunque en examinarla ocupase mucho, no ha de juzgarle ociosamente perdido el que leyere estas lfneas. 253- Y si ello ha de ser, digo que no hizo tal observaciön el muy docto padre a 18 de enero, aunque asi lo afirme, por muchisimas razones que para ello dire y concluyentes todas; y de ellas sea la primera, el que cuando la estrella de la cabeza de Andromeda estaba cerca del meridiano, no solo eran las seis de la prima noche, pero ni aun se habia ocultado el Sol en el horizonte, con que no solo no pude observar al cometa casi sobre su cabeza, pero ni aun verlo. La segunda, que si eran las seis horas cuando dio principlo a la observacion, no pudo estar el cometa ni la estrella cerca del meridiano. 254. Pruebo lo primero con grande facilidad, porque entonces el Sol ocupaba 29° 24' de Capricornio, cuya ascension recta es 301° 34', la cual, restada de 358° 30', ascension recta de la cabeza de Andromeda, quedan 56° 56', que son 3 horas 47' 44". Luego, siendo el arco semidiurno de este dia en Cadiz de 4 horas 57', sfguese que cuando aquella estrella y el cometa 343 estuvieron en el meridiano, faltaba para que el Sol se ocultase en el horizonte occidental 1 hs. 9' 16". Y porque no parezca que procedo con rigor, doy que hubiese pasado media hora desde que la estrella estuvo en el meridiano para que se verifique lo que dice: «Apenas cometa y estrella dístaban de mi meridiano». Y más abajo: «Estuvieron casi sobre mi cabeza o cerca de mi meridiano». Pero entonces sen'an las 4 hs. 17' 44" de la tarde, y estando el Sol patente a la vista hasta las 4 hs. 57', síguese que cuando el cometa y la estrella estuvieron cerca del meridiano de Cadiz, era allí de día y no las ó de la noche; y si no puede de día verse el cometa y la estrella, <;qué podemos concluir?, sino que no lo observó el reverendo padre de la manera que dice. 255. Pruebo lo segundo, esto es, que si cuando comenzó su observación eran las ó de la noche, no estaba el cometa y la estrella sino muy distantes del meridiano, porque las partes de equinoccial que corresponden a las 6 horas son 90" los cuales sumados con 301° 34' de ascension recta del Sol, queda la del medio cielo 31° 34'; de la cual, restada la de la estrella, es el residuo 33° 4', Y otro tanto distaba del meridiano por la equinoccial, a que (por medio de ia trigonometria) corresponden en el vertical 29° 23'. Luego, si comenzó la observación a las 6, es falso decir que entonces estuvo el cometa y la estrella casi en el cenit y cerca del meridiano. 256. Otra prueba, y no menos eticaz, de que fingió La observación que dice es el saber que a 18 de enero estaba cast 8° apartado el cometa de la cabeza de Andromeda; y siendo esto verdad, como probaré, infiérese que no hizo el autor la observación que refiere. Que sea verdad lo que yo digo, lo pruebo refiriendo aqui mis observaciones del dia 15 y 18 de enero de este aňo, que son a este propósito las necesarias, las cuales trasladadas de mis borradores dicen asi: 257. Miércoles 15. Amaneció soplando sur; a las 11 se entoldó el cielo, pero con Hmpieza en el aire, y perseveró asi hasta Ia noche, aunque con hiatos y roturas; y por entre ellas vide al cometa y cabeza de Andromeda como está al margen con el anteojo, y sin él no se veian las estrellas que observe. Serian por el reloj casi las 8 hs. 20' p.m. Y estando entonces ios polos de la ecliptica en el horizonte, parece que estaban en conjunción. pero esto lo dará el cálculo, advirtiendo que en la reticula era la dištancia entre el cometa y la estrella como de 24'. Terno que por la inquietud del anteojo (habiéndose quebrado su pedestal) no corté con el hilo de la reticula el centro de la cabeza del cometa. 258. Sábado 18. A las 8 hs. 41' p.m., hizo conjunción el cometa con la luciente del hombro smiestro de Andromeda; estaba el aire muy grueso y por eso apenas se distinguían nudo oculo, pero con el anteojo se veia estar el cometa más septentrional como 15' por la reticula. 259- Luego, si a 18 estaba en conjunción con la lucida scapulae y ésta se aparta del ombligo del Pegaso o cabeza de Andromeda casi 8° necesariamente 344 que no estaba el comera en su mayor vecindad. No tiene que replicar el muy docto padre que fue yerro de la imprenta o descuido de la pluma, cuando de la misma manera se halló asi pintado en la lámina y estampa de su dibujo, con lo cual se ie cierra la puerta a que diga su observación fue estando el cometa en conjunción con la luciente de la espaldilla y no con la de la cabeza de Andromeda, cuando lo impreso en el libro casi concuerda con lo dibujado en la estampa; pero dejando para luego el manifestar los muchos defectos de su deiineación, no sé que me diga aqui de tan exorbitante error de casi 8° Y aunque no falta qui en diga que esto se originó de que el muy excelente astrónomo no tiene conocimiento alguno de las estrellas y que habiendo observado a 18 la conjunción del cometa y la luciente de la espaldilla juzgó que era esta estrella la de la cabeza de Andromeda, con todo, yo, que tengo muy alto concepto de lo que su reverenda sabe, afirmo que no fue falta de ciencia, sino defecto de su memoria; por lo cual, si cuando trató de imprímir su obra me preguntara con cuál estrella le dije había visto yo en conjunción ai cometa el dia 18 de enero —de cuya observación, sin que su reverencia me dijera antes cosa alguna tocante a ello, le di noticia el dia primero que nos hablamos—, es cierto que le hubiera vuelto a decir que con la luciente de la espaldilla de Andromeda; y también le dijera que las observaciones que hizo en Cadiz, según las ascensiones rectas y declinaciones que se contíenen en su cuaderno, no se extienden más que a los ocho o diez primeros dias de enero y de ninguna manera al 18. 260. No puedo pasar adelante sin responder a la objeción que me pueden hacer de que todo lo que he referido es cosa de hecho y que lo puedo yo fmgir al arbitrio de mi voluntad, cuando no es fácil dar testígos de que asi pasó; pero no dirá bien el que lo afirmare, porque tengo por testigo a Dios, cuya infimta y sempíterna verdad sabe que no miento en lo que he referido; lo cual repito de nuevo y por el carácter de mi sacerdotal dignidad juro, sin valerme de restricción alguna mental, el que asi pasó; y si hablo verdad, Dios Nuestro Seňor con la infinidad de su ira me lo demande, castigándome por ello en su tremendo juicío. 261. Otros pudieran decir que el reverendo padre afirma que a 18 de enero fue la conjunción del cometa con la estrella de la cabeza de Andromeda y que yo digo que no fue sino con la luciente de la espaldilla, y que puede ser uno u otro, o que por lo menos no hay más razón para creerme a mí que a su reverencia, y que por eso sólo se ha de estar a la parte del que lo probare. A lo primero, respondo que no puede ser uno u otro, porque en que Pedro sea Pedro y Juan sea Juan no hay controversia, lo cual milita asi en las dos estrellas respecto de los que por ser astronomos deben tener de ellas conocimiento. A lo segundo, confieso que no tengo más prueba que mis observaciones y la acoluthia de ellas, de que al fin de esta obra puede ser de algún espécimen; pero desde luego apelo a las observaciones hechas en la 345 Europa, y si entre todas ellas hubíere siquiera una que favorezca al reverendo padre en el punto de esta controversia, sea yo tenido por el más ridículo astrónomo de cuantos han conseguido con sus simplezas estar matriculados en el libro de la ignorancia. 262. Pero doyle que la observación del día 18 de enero sea del cometa y de otra cualquiera estrella de cuantas hay en el cielo, porque para lo que queda que examinar, no hace al caso que sea más con esta estrella que con la otra; y pruébole al autor o que no observó lo que dice, o que el cometa estuvo muchísimo más bajo de lo que pone, y para ello ad vi er to dos cosas. La primera, que según dice, desde mediado enero en adelante fue el movimiento diurno propio del cometa de dos a tres grados. La segunda, que su observación fue por espacio de la cuarta parte de un día, esto es, desde las 6 hasta las 12 de la noche; luego en este tiempo anduvo el cometa de 30' a 45'. 263. Esto presupuesto, para mejor demostrarlo sea Q X R el meridiano de Cádiz, Q R el horizonte, C el cometa y S la estrella con que se vio en conjunción estando cerca del meridiano; sea también conocida la dištancia C S que, pongamos caso, sea 15". Manifiesto es que en el espacio de las 6 horas que dice el autor que tardó la estrella en bajar desde S hasta T, el cometa C, según la sucesión de los signos (tomemos el medio aritmético entre los dos o tres grados de su movimiento), andaría 37' 30"; con que, cuando la estrella S estaba en T, el cometa C había de estar en G; esto no fue asi, sino que lo observó en F, de manera que la dištancia F T fue casi igual a C S; luego hubo accidence que deprimió al cometa G hasta el punto F, de suerte que la dištancia F T quedase igual a C S. Esto no lo pudo causar otra cosa sino la refracción, que es la que deprime los planetas y cometas hacia el horizonte; luego, el cometa tenia por lo menos 37' 30" de paralaxis, que fue la necesaria para que, siendo su verdadero lugar G, apareciese en F. 346 Toclo lo cual se deduce de lo que afirma el autor; con que, o no lo observó, como dice, o el cometa cerca del horizonte tenia la paralaxis que se ha sacado y, por el consiguiente, estaba apartado del centro del universo, no ya 1150, pero ni aun 92 semidiámetros de la Tierra. Escoja ahora el muy erudito matemático lo que quisiere; si el que es verdadera su observación, quiera o no quiera, es fuerza que confiese el que entonces tuvo el cometa gran paralaxis, que es lo contrario de lo que de ella deduce; si el que tuvo el cometa gran paralaxis, ,;para que es afirmar con tanto ahinco el que no la tuvo?, cuando su reverenda es el que no tiene fundamento alguno para afirmarlo. 264. Bien reconocerán los matemáticos que la demostración pasada está muy por mayor, pero bastante para probar el intento; pero si nos hubiera manifestado las justas distancias que hallo del cometa a la estrella en ambas observaciones, con más primor hubiera yo procedido en su resolución, pero para lo que es la observación referida aun menos precision bastaba. 265- Dije arriba que al fin de esta respuesta al argumento primero manifestaría la pseudografia del Camino del cometa y de sus lugares, contenido todo en una estampa que delineó el autor y que se halla al principio de su libro; y para desempeňarme de lo que prometl, digo que según me aseveró el muy verídico padre, no observó al cometa cuando estaba matutino, porque aunque tuvo noticia de él en Cadiz, no lo creyó. Y diciéndole a esto que no sólo yo en Mexico, sino también el muy excelente matemático don Martin de la Torre en el puerto de Campeche lo habíamos visto del día 29 de noviembre de 1680 casi en conjunción con la Espiga de la Virgen, me respondió que lo propio había oido decir en Cadiz pero que no podia ser y que, en sacando un globo celeste del cajón en que venia, vería si a la hora que yo decia pudo tener la Espiga de la Virgen la altura que le afirmaba. 266. No es del caso refer i r el sentimiento que yo tendria de tan no esperada respuesta de que en lo anterior no hice caso, pero después he echado de ver que lo hizo el muy docto padre de lo que yo le dije, pues por ello colocó al cometa el día 29 de noviembre junto a la Espiga. Y si esto por esta razón está bien puesto, cqué diremos de los demás días desde 25 de noviembre hasta 22 de diciembre, en que el autor no sólo no observó al cometa, pero si aun lo vio, ni creyó su existencia? Pero, iqué se puede decir?, sino que su ciencia excede los términos de lo humano, pues cuando todos los matemáticos se desvelan y se afanan con repetidas observaciones por saber el lugar, aparente siquiera, de estos fenómenos, el reverendo pad re a su arbitrio y su querer le fue dando las longitudes y latitudes que tuvo gusto; pero como quiera que su libro ha de pasar por muchas manos, los matemticos que lo vieren tendrán cuidado de corregir lo que hubiere errado. EI no hacerlo yo aquí, examinando Ios lugares que le seňala al cometa con Ios que se deducen de las observaciones que hice, es por no dilatarme tanto en ociosas cosas. 347 267. Nadá de esto se puede decir de los primeros días de enero, porque en ellos está situado el cometa casi en su propio lugar y sin considerable diferencia; esto es hablando dentro de la mucha latitud a que se extiende tan corta division de grados, de lo cual se colegirá sin duda mi ingenuidad, pues alabo lo que es digno de estima y sólo contradigo lo que juzgo falso, como lo son los restantes lugares del cometa, supuesto que la cercanía que tuvo el cometa a la estrella de la cabeza de Andromeda fue a 16, y la pone a 18. La conjunción con la estrella luciente de la espaldilla fue a 18, y la pone a 23- La conjunción con la estrella de la cabeza del Pez boreal fue a 21, y la pone a 27; yerros todos enormísimos y por eso dignos de censurárselos al que quiere granjear el título de matemátkro con semejantes obras. Ni son éstos tan solos que no se acompaňen con otros muchos, como son haber dado menos latitud y declinación al cometa que a las estrellas que he dicho, contra lo cual han de reciamar cuantas observaciones se han hecho. 2ó8. Digno es también de mucho reparo que, defendiendo todos los astrónomos modernos que el cometa se mueve por un círculo maximo para probar con este argumento (de cuya eficacia no discurro) el que son celestes, el reverendo padre, que quería probar lo propío, no se valiese de este medio colocando al cometa (pues, lo hizo a su arbitrio) en tales sitios que conservasen un mismo círculo máximo, y no haberlo delineado tan vago y anfractuoso que causa espanto a los que tienen alguna noticia de los caminos de otros; pero creo que a habérsele ofrecido, lo hubiera hecho, pues le fuera tan fácil lo uno como Jo otro. 269- Pasó a estas partes en la flota del ano 1687 el reverendo padre Pedro Van Hamme, de la Compaňía de Jesus y de nacíón flamenco, sujeto verderamente digno de estima por su afable trato, cortesania discreta y religion sólida; visitóme como aficionado a las matemátícas, y hallé las sabía como debe saberlas quien las profesa, que es con perfección y sin afectarlo. En los muy pocos días que estuvo en Mexico me comunicó algunas de las observaciones que de este cometa se hicieron allá en la Europa; y entre las que recopiló Juan Domingo Cassini,64 matemático del rey de Francia, hallé una de monsiur Picard hecha el mismo dia 18 de enero que dice asi: Le mesme jour a 18 a 6 b. 26 m. du soir, il (Picard) observa la distance de la cométe a la claire de ľepaule ď Andromede avec une lunette de 7 pieds et la trouva de 50 minutes et demy. Es lo propio que en castellano: «El mismo dia 18 a las 6 hs. 26 m. de la tarde, Picard (es un matemático) observe la dištancia que había entre el cometa y la luciente de la espaldilla de Andromeda y con un anteojo de 7 pies de largo la haíló de 50' y medio». Véase si lo que aquí aseguré va saliendo cierto. (Estaba al margen del numero 261 del original esta anotación, y por ser muy del caso se pone aquí).65 348 Argumenta segundo: en que por haber obsermdo la cauda de 60 grados quiere probar estuvo apartado de nosotros el cometa 1150 semidiámetros de la T terra 270. Contiénese este argumento en el citado capitulo Vi, folio 7, a la vuelta, pero razonado tan difusamente que es necesario para alivio de quien leyere, reducirlo a silogístico compendio con toda fideíidad y decir asi: al cometa se ie observó la cauda de 60°; esto no podía ser sino estando distante de la Tierra otro tanto que el Sol; luego el cometa se alejaba de la Tierra por lo menos 1150 semidiámetros. La mayor Consta de la observación. La menor se prueba; porque si en la figura 4 (es la presente) el Sol a fines de diciembre estuviese en A y el cometa en C, esto es, en el cielo de la Luna, la cauda C B aparecería derecha sobre la superficie de la Tierra. Luego, los que existian en ella no podrían ver su longitud, sino cuando mucho su anchura, grosor y densidad; esto no fue asi, sino que se vio tener de largo la cauda 60° Luego, el cometa no pudo estar en C, aunque sea la tercia parte que desde el Sol hay hasta la Tierra. Y si no pudo estar en C por el inconveniente que se ha expresado, siguese que no se le pudo dar más apta ni mejor situación que en D (esto es) en casi la misma dištancia que el cuerpo y globo solar se ale ja del terráqueo, porque si estuviera mucho más alta o mucho más baja que el Sol, nunca la hubiéramos visto del tamaňo que fue, porque se hubiera v isto más oblicua o con aspecto más torcido, ladeado o al sesgo, y con tanta torcedumbre de sus rayos que de ninguna manera podria aparecer (bien que pudiese existir) de 54° 271. «Dije (prosigue el reverendo padre) que no séria posibíe aparecer, aunque pudiese ser o existir de tan espaciosa longitud, porque de la misma manera que al tiempo de la conjunción de la Luna con el Sol o de otro cualquier planéta (y lo mismo sucede poco antes y poco después del novilunio o conjunción), no puede fácilmente constarnos la dištancia y longitud de espacio que dísta la Luna del Sol, aunque existe reaimente aquel intervalo o espaciosa capacidad y consta de no pocos díárnetros de la Tierra, que suman numerosísima cantidad de leguas de dištancia entre el cielo del Sol y cóncavo a 60° 349 de la Luna; asi también, con total similitud pudo absolutamente haber y darse la excesiva longitud y extensión que admiramos entre el cuerpo o cabeza del cometa hasta la exrremidad de su cauda, sin que nos apareciese o permítiese ver, impedida del mayor luminar con quien estaba conjunta, bien que retrocadamente no pudo aparecer mayor ni más extensa de lo que en sí fue. Luego, debemos constituir al cometa en tal sitio y lugar del cielo que su cauda, opuesta al Sol en tanto numero de grados, como son 54° y a veces 60° y más de largo, se representase e intimase a los ojos clara y visiblemente; esto no es posible de otra suerte que constituyendo al cometa en el cielo del Sol; luego, aquél no fue sublunar, ni existió de la Luna hacia nosotros, sino muchas mil leguas más de aquélla arriba». Respuesta al argumento segundo 272. Este es el argumento segundo de que dice el autor: el que no duda «que a los doctos les parezca de no menos eficacia que novedad». Confieso de mí que me la ha hecho muy grande, pero como yo no soy docto, no le he advertido la eficacia que nos promete, antes sí muchos paralogismos en lo que pretende demostrado y muchas pseudografías en lo que nos da su dibujo. Y como quíera que ni porque diga aquello el reverendo padre, ni porque yo afirme lo que afirmo, ha de ser asi, sino porque las pruebas de uno y otro han de apurar la verdad; por excusar prosas, digo que niego la menor de su primer siiogismo, por ser tantas veces falsa, cuantas son las razones que trae para comprobarla. Porque, decir que si el Sol se hallase debajo del horizonte de su ocaso en A y el cometa en C, su cauda aparecería derecha sobre la superficie de la Tierra, ť*quién no ve ser evidentemente falso? 273- Lo primero, porque si estar de esta manera la cauda es lo mismo que extenderse paralela al piano horizontál, suponiendo el reverendo padre que el Sol se halía debajo del horizonte, como en A y el cometa en el mismo horizonte, como en C; no sé de dónde infiere el paralelismo de la cauda y piano horizontál, porque estando el Sol, la cabeza del cometa y su cauda en una misma linea, como es opinión común de los modernos, y que no niega el autor, si el Sol se hallaba en A debajo del horizonte y el cometa en el mismo horizonte en C, de necesidad la linea o rayo que de él saliese para ilustrar el cometa había de causar algún ángulo con el piano horizontál, como lo es aquí A C D; luego, si la linea de la ilustración pasaba hasta E, el ángulo E C B había de ser igual a A C D; con que, si A C D fuese por lo menos de 1° E C B sería también de 1° Luego, si la cauda en su origen tenía entonces otra tanta inclinación al horizonte, falso es decir que aparecería derecha sobre la superficie de la Tierra, si no es que hay alguna geometría que enseňa que dos 350 Kneas que se inclinan no son paralelas; luego, si aquéilas no lo fueron, como matemátícamente se demuestra, manifiesto es el paralogismo deí reverendo padre originado de la pseudografía de su figura 4. 274. Lo segundo, porque sólo entonces se verificaría ser asi cuando, ocupando el Sol y el cometa un mismo grado de la eclíptica parcíalmente, el centro del Sol, el de la cabeza y extremidad de la cauda del cometa y el del globo terráqueo —o por lo menos el de la pupila del que lo observaba— estuvieran en un mismo piano y el Sol ocupase el horizonte; pero entonces no sólo no se le observaría la cauda al cometa, pero ni aun se vería cosa ajguna de éste, o porque eclipsaría al Sol, o porque éste con sus luces la ocultaría. Como si, siendo el horizonte A B A, el Sol A, el cometa C y el observador D estuviesen en el mismo piano A C D, cierto es que el ojo D no vería la longitud C A, porque toda eila quedaría dentro del co no radioso o visual, cuyo vértice estaría dentro del cono radioso o visual, cuyo vértice estaría dentro del ojo del observador y su basa en el Sol, si era mayor su apariencia que la del cometa o, en lo más grueso de la cauda de éste, si tenía bastante capacidad para terminar Ia vista y eclipsar al Sol; y si este estuviese en B y el cometa en C, uno y otro en ei piano del horizonte, tampoco en esta posiciön el observador D veria al cometa C, ni la cauda C H, porque coincidiria con el piano horizontal y no permitiria ver la claridad del crepüsculo. En solo estos dos casos pudiera venir la cauda del cometa derecha sobre la superficie de la Tierra, esto es, paralela al horizonte, pero si en ninguno de ellos se pudiera ver el cometa, aunque lo hubiera, afirmar lo contrario de lo que digo, ,;quien duda que es hacer entes de razön sin razön alguna? 275. Otra prueba de la menor de su silogismo es que, a estar el cometa distante del centro del universo, no ya lo que la Luna, sino la tercia parte de lo que el Sol se remonta en su elongacion media, nunca se hubiera visto la cauda del tamano que fue, porque se viera mäs oblicua, o con aspecto mäs torcido, ladeado o al sesgo. Lo que dice (del tamano que fue) es por haberse persuadido a que la longkud de la cauda se extendia por 1150 semidiametros de la Tierra, como afirma en muchisimas partes de su libro; pero aunque no lo prueba, ni lo probara jamäs, doyle que asi fuese para mäs fäcilmente demostrarle lo contrario de lo que afirma. Y para ello, en la figura de esta plana, sea Z X S el piano en que se halla el centro del Sol, el de la cabeza del cometa y el eje de la cauda; Z T X la comün secciön de este piano y del horizontal; hällese el Sol en S mäs bajo un grado que esta comün secciön (y no mäs, porque segün el reverendo padre en su Exposicion astronomica, este su argumento, que aqui examino, presupone al cometa casi en conjuncion con el Sol) y apartado de T 1117 semidiametros, como entonces lo estaba segün las hipötesis que sigue Tycho Brahe. El cometa este en el horizonte en C, distante de T menos que la Luna, esto es, 50 semidiametros de la Tierra, y su cauda se extiende hasta Q, de manera que C Q sea 1150 semidiametros. Esto asi dispuesto y dados en el tnängulo piano oblicuängulo el ängulo C T S 1" el lado TS 1117 y el lado T C 50, fäcilmente se sabrä el ängulo T C S, porque la 352 proporción de la suma de los dos lados con su diferencia esa es la de la tangente de la semisuma de los dos ánguíos no conocidos con la tangente de la semidiferencia de los mismos, en esta forma: 1117 + 50 1117 - 50 Tangente 89" 30' Tangente 89° 27' C.L. 6.9329292 3.0281644 12.0591416 18" 12.0202352 Sale la semidiferencia de 89° 27* 18", y sumada con la semisuma de los ángulos no conocidos 89° 30', será el ángulo T C S 178° 57' 18"; y por la 32 del primero de Euclides, el ángulo Q C T de 1° 2' 42". Luego, observando la misma analógia en el triángulo T Q C, saldrá el ángulo Q T C 178° 52' 58". 1150 + 50 C.L. 6.8860567 1150 - 50 3.0413927 Tangente 89° 28' 39" 12.0402977 Tangente 89° 22' 58" 11.9677471 276. Vea ahora el reverendo padre si, estando el corneta distante, no ya la tercia parte de lo que la Tierra se aparta el Sol, si no aun menos que la Luna, esto es, 50 semidiámetros, y siendo larga su cauda (como tan porfiadamente quiere) 1150 semidiámetros, si se vio muy oblicua o con aspecto torcido, ladeado o aí sesgo, cuando de su suposición y de la evidencia del cálculo se manifíesta el que no sólo se pudo ver la cauda del cometa en ángulo de 60° o de 70° (como dice), sino de 178" 52' 58", según se ha demostrado con matemática prueba. Luego, también se paralogiza en lo que afirma. 277. Ni sé cómo se han de dar por convencidos con este discurso los peripatéticos, cuando pueden decirle al reverendo padre que vuelva los ojos al ocaso cuando se pone el Sol y que vea unos resplandores, varas, reflejos o rayos que salen de la misma parte por donde se oculta, los cuales se causan, o de la luz que penetra por entre las roturas de las nubes o que entra por el valle o quiebra de algunos montes, los cuales rayos o reflejos no sólo tienen la misma forma que la cauda de un cometa, sino que desde su principio, que suele estar en el mismo horizonte o en las nubes cercanas a él, hasta su remate, tíenen de largo 40° 50° y algunas veces muchos más grados, y con todo, los causa el Soi en los montes de la Tierra o en las nubes que estarán apartadas de ella ni aun una legua; luego, para que la cauda del cometa se extendiese por 60" estando 353 en el horizonte bastaba ponerlo en no más altura que la que tienen las nubes. Argumente es éste que ha de obligar al reverendo padre a que confiese el que asi pudo ser, o a decir que las nubes y valles de la Tierra en que la luz del Sol forma aquellos rayos, están vecinos al Sol y apartados de la Tierra 1.150,000 leguas, que es lo que afirrna se alejaba el cometa del centro del universo. 278. Dejando esto, si se Uega a examinar por que la cauda del cometa se habia de extender a lo menos por 1150 semidiámetros de la Tierra, se haílará que no fue por otra cosa, síno porque quiso decirlo asi, sin otra prueba; porque aunque afirma que lo dice con la mayor probabilidad posible, muy fácil me es demostrarle que toda su probabilidad se reduce a un puro paralogismo y pseudografía. Porque, repitiendo aquí su figura 5 (y es la de la plana siguiente), dice que siendo la circunferencía F G H I la que describe el Sol en su dištancia media, los semidiámetros AF, AG necesariamente han de constar cada uno de 1150 semidiámetros; y siendo el ángulo FAG, por la observación de 60° síguese que la linea F G tenga también 1150 semidiámetros, por ser subtensa del ángulo de 60° la cual, por la 15 del cuarto de Euclides, es igual al radio; luego, si éste en esta ocasión fue de la cantidad que se ha dicho, otra tanto es la que se debe dar de longitud a la cauda del cometa. Este es su diseurso y en él peca el muy excelente matemático y perfectísimo geometra de muchos modos, como aquí diré. 279. Peca, lo primero, pensando que todo lo que es objeto de los ojos ocupa la subtensa de! ángulo en que se ve, lo cual es tan ajeno a la verdad, y lo contrario tan trivial y común que cualquier moderadísimo geometra no ignora que aunque las cantidades A C, A D, A E sean desiguales, con todo, si se ven debajo del ángulo E B A, que supongo de 60° no es dudable que a todas ellas las medírá este ángulo, aunque entre sí sean muy desiguales; luego, aunque la cauda del cometa se víese en ángulo de 60° no por eso le sirvió a éste de subtensa, porque pudo extenderse por A C O por A E. 354 280. Peca, lo segundo, en la pseudografía de su figura 5, porque diciendo que el circuio mayor MLR definea el cielo del apogeo del Sol y determina su mayor dištancia al centro de la Tierra, que es, en la hipótesis de Tychón, que sigue, 1182 semidiámetros de la Tierra, lo cual sucede por el estio casi a fines de junio, y el circuio mediáno F G H I la media dištancia de 1150 y ei menos O X N el cielo del perigeo, o menor dištancia del Sol, que sucede casi a fines de diciembre y es de 1117 semidiámetros de la Tierra; luego, si su observación fue a 30 de diciembre y el Sol estaba no en P, en su mayor dištancia, sino en Q, esto es, en su perigeo, apartado de la Tierra solos 1117 semidiámetros, necesariamente se ha de seguir una de dos cosas, o que el cometa estaba en T, o en F; si en F, <;quién no ve que la cauda F Z no es subtensa del ángulo G A F, aunque éste midiese su longitud? Luego, decir lo contrario es cometer un yerro del mismo tamaňo que el que ie atribuye a la cauda. 281. Esto no obstante, concedámosie al reverendo padre que la cauda del cometa subtendiese el arco de 60°; y para que esto sea, necesariamente lo hemos de poner en T; luego, si O A es de 1117, T A será mucho menor; y si T X es igual a T A, no teniendo T A 1150 semidiámetros, tampoco los tendrá T X; luego, yerra el reverendo padre en darle tanta longitud. Pero, veamos de qué tamaňo es su yerro, advirtiendo que por la estampa de su delineación Consta que a 30 de diciembre estuvo el cometa en 301° de la equinoccial, ocupando entonces el Sol 10° de Capricornio; y esto, poco más o menos, porque para lo que ello es, no es necesaria precision alguna. Con que en el presente triánguío oblicuángulo, siendo A B pedazo de la eclíptica y A los 10" de Capricornio, será A B de 80°; C B sea la equinoccial y, si en el 355 punto C terminan los 301° C B será de 59"; B es el principio de Aries, y por esto el ártguio A B C es de 23° 30'. Lo cual presupuesto, búsquese el lado A C, dištancia al Sol: Seno todo Seno 2 A B C Tangente A B Tangente B D 90° 0' 23° 30' 80° 0' 79° 0" C.L. 0.0000000 9.9623978 10.7536812 10.7160790 Seno 2 B D Seno 2 C D Seno 2 A B 79u 7' 20° 7' 80" 0' CL. 9.9726629 0.7239758 9.2396702 Seno 2 A C 30" 17' 9.9363089 Distaba, pues, el cometa del Sol 30° 17', que en la figura antecedente es en ángulo T A Q; y si X T A, por ser el triángulo equilátero, es de 60° A T Q será, por la 13 del primero de Euclides, de 120°; y por la 32 del mismo, T Q A de 29" 43'; Iuego, por la trigonometría plana, A T será 639 semidiámetros de la Tierra y por otros tantos se extendía la cauda. La operación con que esto se halló es asi: A T Q AQ A Q T A T 120° 1117° 29° 43' 639° C.L. 0.0624694 3.0480532 9.6952288 2.8057514 Y el yerro del reverendo padre fue pequeňo, esto es, de quinientas y once mil leguas espaňolas, y esto en sus suposiciones; porque si esta operación se 356 hubiera hecho respecto del dia 3 de enero, en que observé que la cauda del cometa corria 60° A T sería mucho menor que la tercia parte de lo que el Sol se aparta del centro del universo en su dištancia media, lo cual no se atreve a decir el muy docto padre en su Exposición astronómka. 282. La comparación o «total simüitud» que —dice— hay entre el cometa en ei caso presente y la «Luna u otro planéta al estar en conjunción con el Sol» o ínmediato a ella, y de que infiere que, asi corno en este caso no es fácil saber lo que dis,ta el Sol de la Luna respecto del centro del universo, asi allí no era posible el que la cauda del cometa se viese con tanta longitud, aunque en la realidad la tuviera, no es de ninguna manera a propósito. Lo primero, porque en el caso de su comparación faltarían medíos para ver aquélla, causado de no verše entonces la Luna o el otro planéta, por estar todavía dentro del arco de su visión. Y como quiera que nadie puede juzgar de lo que no ve, por eso no se podría averiguar aquella dištancia, aunque fuese grande, y no como dice el reverendo padre, porque se veria al sesgo o con torcedumbre. Lo segundo, si todo lo que se ve es debajo de algún ángulo, y éste no lo hay en el caso que supone, ipara qué es poner ejemplos en lo imposible? Lo tercero, porque la comparación que hace de la mutua dištancia del Sol y la Luna con la longitud de la cauda comética es muy desproporcionada, porque en la figúra del numero 275, aunque no se pueda juzgar perfectamente del lado C S, por ser muy agudo el ängulo C T S, al contrario será Q C por lo muy grande de Q T C. Omíto otras muchas razones por no dilatarme, pero no puedo de jar de ponderar cuánto tiene creído el reverendo padre el que nada se ve si no es en la subtensa del arco del ángulo en que se ve; no sólo, pues, repite el que «retrocadamente no pudo aparecer mayor la cauda, ni más extensa de lo que en si fue», pero leyendo lo que arriba he dicho en el numero 279 y estudiando la optica, saldrá de este error y se libertará de tan notable perjuício. Argumenta tercero: en que por la comparación que hace de este cometa al del aňo de 1664, el reverendo padre prueba haberse apartado aquél de nosotros 1150 semidiámetros de la T terra 283- Entre el cometa del aňo de 1664 y este de 1680 hubo no pequeňa semejanza; aquél fue mucho más alto sin comparación que la Luna; luego, éste estuvo apartado del centro del universo 1150 semidiámetros de la Tierra. La mayor es del reverendo padre; la menor también suya. La consecuencia tambíén es suya donde dice: «Pruebase lo tercero, ser la que ya dijimos la situación de nuestro cometa». Y lo que yo había dicho era no se podía colocar al cometa en otra mejor parte que en la media dištancia del Sol a la Tierra, 357 que son los 1150 semidiámetros. Semejante es este argumento a los dos pasados en la ninguna eficacia con que concluye su intento, y aunque por eso debiera yo desecharlo, con todo, no puedo de jar de manifestar su poca fuerza. Respuesta al argumento tercero 284. Las razones con que el muy docco y reverendo padre prueba la mayor del silogismo antecedente son: 1.* el que uno y otro cometa nació o se manifesto por noviembre y se acabó por febrero; 2.3 «en que ambos nacieron casi en un mismo páraje celeste, esto es, cerca de las constelaciones del León y la Hídra; y ambos, guardando la misma semejanza del lugar al fin que ai principio, desaparecieron casi con ninguna diferencia cerca de la cabeza de Aries, Triángulo boreal y cabeza de Medusa»; 3.4 en que el de 64 anduvo seis signos y el de 80 casi ocho; 4.a en la igualdad de su movimiento; 5." en que uno y otro a fines de diciembre cortaron la equinoccial, pasando del austro al septentrión. Admito, desde luego, estas razones de paridad entre uno y otro, menos la 3.* porque en la aritmética que he estudiado no sé que 6 se parezca a 8. Y aunque la história que tenemos de los cometas está muy diminuta por falta de observaciones antiguas, bien pudiera darle yo otros cometas que se parecieran al presente en casi estas circunstancias, o unos a otros en otras diversas de éstas; y asi, no fue la presente singularidad tan digna de advertirse, que bastase para formar argumento de que se pudiera deducir cosa digna de aprecio y de estimación. 285. No es la pretendida semejanza tan indivídua que no se le puedan contraponer desemejanzas mucho mayores; y aunque, previendo el reverendo padre el argumento que con esto se le podia hacer, mencionó algunas, fue con tanta cautela que calió las^más y mencionó solas třes: 1.' que el cometa de 1664 iba con su especial curso de oriente a ocaso y por esta razón era más imperezoso que fue el movimiento rápido del cielo en que estaba; 2,a que aquél no tuvo oriente ni ocaso helíaco sino acrónico; 3-a que aquél se convirtió de vespertino en matutino, y éste de matutino en vespertino. Aňado yo: 4.a que aquel anduvo seis signos y éste casi ocho; 5.s aquél se movió retrógrado y éste directo; 6." aquél anduvo una mediedad de la eclíptica y éste la otra; 7.a aquél tuvo las luces de su caudoso ropaje menos amabies o algo más triste; éste tuvo más agraciado esplendor, semejante a la luz del Sol y de la Venus; 8.1 aquél se manifesto con mediana cauda; éste la arrojó grandísima en lo largo y ancho. 286. Luego, si estas razones (y advierto que no quiero referir más de las dichas) vencen a las primeras en la calidad y en el numero, bien se le puede revolver a su argumento al reverendo padre y decide asi: entre ei cometa de 1664 y este de 1680 hubo grandísima desemejanza, como ya se ha visto; 358 aquél fue mucho más alto sin comparación que la Luna; luego, éste no fue mucho más alto sin comparación que la Luna; o por ir consiguientes al modo del silogismo primero: luego, éste no estuvo apartado del centro del universo 1150 semidiámetros de la Tierra. Si dijere que esta segunda consecuencía no se deduce de las premisas, dígaselo primero su reverenda a si mismo, pues observa tan anómala forma de argumentar. 287. Y aunque quisiera disimular, no haciendo caso de estas razones de desemejanza, y concederle entre uno y otro cometa mutua similkud, debiera el reverendo padre manifestar primero las observaciones con que matemática-mente demostró su maestro el padre Wolfgango Lenber, no el que estuvo el cometa del aňo de 1664 mucho más alto sin comparación que la Luna, sino el que se apartó del centro del universo 1150 semidiámetros de la Tierra, como quiere con tanto ahínco, para que entonces se le diera esta forma a su silogismo; entre el cometa del aňo 1664 y el presente de 1680 no hubo disparidad alguna, sino perfectísima semejanza; aquél se alejó del centro del mundo 1150 semidiámetros de la Tierra; luego, éste se halló en la misma remoción. 288. Sólo de esta manera es la consecuencía legítima, si no tuviera en su contra la falsedad notoria de las premisas; porque contra la mayor miütan las evidentísimas razones que arriba dije, y la me nor no se deduce de lo que nos refiere de su maestro; y si éste indefinidamente, como lo dice su discípulo, pronunció en su ingeniosa dišputa y acto íiterario que el cometa que observó estuvo mucho más alto sin comparación que la huna, y el reverendo padre concluyó que: «bien se sigue por el argumento que llamamos de paridad que nuestro cometa fue de la misma prosapia según su materia y de la misma celsitud, poco más o menos, según su altura», <;para qué fue inferir de estas razones el que el cometa se remontó otro tanto que el Sol en su dištancia media?, cuando en sus observaciones le faltaron y para siempre jamás le faltarán los medios para probarlo. 289. Persuádome a que, habiéndose perjudicado con el paralogismo de que la basa del cono visorio ha de ocupar la subtensa de su ángulo, quiso aquí llevar este perjuicio adelante, por lo que había dicho, concluyendo su reverencia de las razones que all í da, el que el cometa no pudo estar ni mucho más bajo, ni mucho más alto que el Sol; pero, quiera o no quiera, muy fácil me será hacer me conceda su reverencia lo uno u lo otro, y para ello doyie de muy buena gana, no sólo la no pequeňa semejanza que quiere, sino la total similitud que era necesaria entre los dos cometas para argüir asi: entre el cometa del aňo de 1664 y el de 1680 hubo total y perfectísima semejanza; aquél se remontó mucho menos que lo que el Sol se aparta de nosotros en su dištancia media, conviene a saber, solos 125 semidiámetros de la Tierra; luego, otro tanto tuvo de altura el cometa del aňo de 1680. 359 290. La consecuencia, en ei modo de argumentar del reverendo padre, es legitima; la mayor es suya, o debía serlo, para que su primer silogismo fuera algo bueno; la menor sólo es la que se prueba con lo que el muy reverendo padre Josef Zaragoza, de la Compama de Jesus, singularísimo amigo mio, dice en su Esfera Celeste: «Don Vicente Mut halló que la menor dištancia del cometa de 1664 fue 125 semidiámetros de la Tierra y la misma se infiere de mis observaciones». Ahora una de dos, o decir (si se atreve a ello) que el padre Josef Zaragoza66 y el sargento mayor don Vicente Mut07 (de cuyas observaciones afirma aquél «no ser nada inferiores de las de Tycho68») no supieron lo que se dijeron, o confesar que de su argumento de similitud o paridad se deduce que el cometa presente se alejó del centro del universo 125 semidiámetros de la Tierra y que, consiguientemente, erró en su Exposition astfonómica, diciendo que el cometa no podía haber estado levantado la tercia parte de la dištancia que hay del Sol a la Tierra en su mediana elongación, que es algo más de 383 semidiámetros del globo terráqueo. 291. Si se determinare a decir el reverendo padre que por ser espaňoles el padre Josef Zaragoza y don Vicente Mut, y por eso ser ignorantes de las ciencias matemáticas, no supieron lo que se dijeron, dispóngole el silogismo de esta manera: entre el cometa del aüo de 1Ó64 y el de 1680 hubo total y prefectísima semejanza; aquél se remontó muchísimo más que el Sol en su dištancia media, esto es, 5000 semidiámetros de la Tierra; luego, otro tanto tuvo de alrura el cometa de 1680. Pruebo la menor, que es la que sólo lo necesita, con lo que refiere Henrico Oldemburgio en Acta Philosophica Societatis Regiae, donde, dando noticia del Pródromo comético de Juan Hevelio, dice asi: «Manifiesta que él dedujo la paralaxis horizontal de este cometa de una sola observación hecha a 4 de febrero con un método nuevo, por la cual encontró que aquél distó entonces de la Tierra 5000 semidiámetros terrestres, los cuales hacen, según su propio cálculo, 4.300,000 millas germanicas69». 292. Síguese también de este argumento una de dos: o que Juan Hevelio, de nación alemán, a quien el reverendo padre le da título de eminentísimo seňor, no supo lo que se dijo, o que el reverendo padre dijo muy mal cuando afirrnó que con su argumento segundo (cuya ineficacia y mucho paralogismo tengo ya manifestados y demostrados) quedaría convencida la aserción de Tycho Brahe y sus secuaces que colocan a los cometas mucho más altos que el Sol. Si dijere que asi este eminentísimo sefior Hevelio, como don Vicente Mut y el padre Zaragoza no dicen bien, ^cómo nos persuadiremos a que su reverencia dice mejor, cuando tiene en su contra cuanto en lo antecedente se ha demostrado con razones innegables y matemáticas pruebas? 293. Mientras sale el reverendo padre de este confuso laberinto en que se quiso meter voluntariamente, quisiera me respondiese a este dilema: si el cometa del aňo pasado de 1681 no hubiera estado en la media dištancia del 360 SoI a la Tierra, o apartado de nosotros 1150 semidiámetros, no le hubiéramos visto la cauda en ángulo de 60°; luego, por eso se vío de esta manera, porque ocupaba aquel sitio. EI antecedente y la consecuencia son antecedentes y proposiciones del reverendo padre y asi es necesario el que las conceda; luego si al cometa de 1664 no se le observaron Ó0U de cauda, como en su história se dice, o estuvo en el cielo del SoI o no estuvo. Si estuvo, luego, el argumento que hace de que, por habérsele observado al de 1680 los 60" de cauda, se apartó del centro del mundo 1150 semidiámetros de la Tierra; no es concluyente, pues sin que aquél los tuviese ocupó el mismo lugar. Si no estuvo, luego, es quimérico, falsísimo y de ningún valor este su argumento de paridad y similitud. 294. En tanto que su reverencia me responde, es fuerza advertírle, para que los corrija, tres yerros que cometió al explicar la tercera razón de disparidad. El primero se halla donde dice que «el cometa de 1664 nunca tuvo oriente, ni ocaso heh'aco», y luego inmediatamente, olvidándose de esto, afirma, y mal, que «el cometa de 1664 tuvo solamente su ocaso helíaco a fin de diciembre». 295. El segundo en la línea 24, afkmando que el cometa de 1680 «a la entrada de diciembre tuvo su ocaso heliaco». Lo cual no es cíerto, porque hasta 11 de diciembre se vio en Mexico y a 10 lo observó en el puerto de San Francisco de Campeche el muy excelente matemático don Martin de la Torre, y no sé qué diciembre se principie all; pero en este yerro hay la disculpa de que entonces el reverendo padre ni vio ni observó al cometa, pero con ello se confirmará mi aserción de que cuando habla de su orientalidad70, escribe lo primero que se le ofrece. 296. El tercero en la piana siguiente, línea 22, sea donde concluye: «De aquí es que la Venus, precediendo al Sol seis meses y permiténdose ver de madrugada, se llama el Lucero, la Portaluz o, como dice el griego, cr$>óp£, y la mitad del aňo, yendo detrás del Sol», etc. Error es éste en que sólo peca el vulgo y en que es imposible que íncurran los que son excelentísimos matemáticos; y para que el reverendo padre lo corrija, advierta que según Juan Keplero en el Epttome de la astronómia copernicana (en lo cual convienen casi todos los astrónomos) en 8 aňos solares hace Venus cinco revoluciones zodiacales; de que necesaríamente se infíere que, según su medio movimiento al Sol, para correr todo su epiciclo, saliendo de su apogeo hasta volver a él, o desde una digresión maxima a otra de la misma espede, esto es, o ambas matutina, o ambas vespertinas, ha menester casi 584 días; y como quiera que desde una elongación maxima (que pongo sea matutina) hasta otra de la misma especie es ŕorzoso haga dos veces conjunción con el Sol, una en el apogeo y otra en el perigeo de su epiciclo, de aquí es que cada una de estas conjunciones medias con el Sol ha de suceder cada 9 meses egipdos y 22 días con insensible diferencia. Luego, si se ve matutina por espacio de 292 días y 361 vespertina por otro tanto intervalo, crasísímo yerro es el del reverende padre cuando afirma el que esto sucede cada seis raeses. Dije crasísímo, porque sé que habiendo dicho Argoli en su Pandoslo esférko que cada 10 meses se advertía esta conjunción, lo reprende el padre Rícciolo en su Astronómia reformada, y con mucha razón, de que crasamente lo dijo. Con que, si esta censura merece el yerro de 8 días, el de 112 digno es de la que le he dado, y aun de otra mucho más áspera y más sensible. Argumente cuarto: en que por tener su origen de las manchas solares se prueba baber estado el cometa apartado del centro del universo 1150 semidiámetros de la Tierra 297. Este es el cuarto y ultimo argumento de los que con el título de nuevos se vale el reverendo padre para probar su aserción y con que termina el capítulo VI de su Exposictón astronómka, díciendo asi: «Pruebase, lo cuarto, la referida dištancia del cometa al globo terráqueo de la más verisimil, igual que probable opinión de los modernos astrónomos, que, como observaron, enseftan que en el tiempo que duran los cometas cesan aquéllas como máculas o lunares que se suelen ver en el Sol; luego, es probabilísimo, bien como fundado en la mejor razón y filosoŕía con que de acá podremos discurrir en cosa tan distante de nosotros que los cometas se engendren de aquella vaporosa y pezgosa matéria que exhala o humea el globo solar de que suelen constar aquéllas manchas de Sol; como con mayor verisimílitud parece que se causó el cometa del que tratamos de las exhalaciones y como fogosas exereces, ardidos humos y redundantes fogosidades del Sol y Venus, según se deja colegir asi de aqueí su más agraciado esplendor tan semejante a la iu2 del Sol y de la Venus, como de que tanto más erecía en luz y corpulencia, cuanto más vecino caminaba con su especial y propio movimiento a estos dos planetas, Sol y Venus, cuando por causa de ir más propincuo a ellos, encontraba atraía sin dificultad más y más pasto y matéria homogénea, o totalmente semejante a la de su formación, que adquirirse e mcorporar y agregarse; luego, nuestro cometa existió cerca del Sol o en su cielo y se alejó a la Tierra un cuento71 y cincuenta y tres mil leguas, puesto que distó de elía 1150 semidiámetros, de quien salen aquéllas leguas», etc. 298. Para proceder metód icamente y no embarazarnos en la extraordinaria gramática de estos períodos, no será malo darle a este argumento algún viso de la forma silogística que para concluir necesíta, y será asi: en el tiempo que duran los cometas no se le observan al Sol manchas algunas; luego, los cometas es probable que tengan el origen de aquéllas manchas; estas manchas, o sean pezgosa matéria o exhalaciones o fogosas exereces o ardidos 362 humos o redundances fogosidades, estaban inmediatas at Sol y en la misma dištancia de él a la Tierra, como se prueba de la ninguna paralaxis con que las han visto los que a una misma hora las han observado en distantisimas partes del universo; luego, los cometas que de ellas se engendran están en la misma remoción y apartamiento de aquél. Ahora: en el tiempo que duró el presente cometa no se le vieron al Sol manchas algunas; luego, estando éste en la dištancia que aquéllas, necesariamente se apartó del centro del universo 1150 semtdiámetfos de la Tierra. Esto, o algo seme j ante a ello, fue lo que quiso decir el reverendo padre en el presente argumento, como claramente se deduce de su contexto. Respuesta al argumento cuarto 299- ť"Quién no ve que, estrechándose la consecuencia del primer entimema (que es la que estriba el todo del argumento) en los límites de la probabilidad, no es posibie que de él se pueda deducir el que con evidencia (como quiere el reverendo padre) estuviese el cometa en la dištancia que el Sol, con que ya por esta parte el argumento flaquea? Y st es verdad que en el tiempo que duran los cometas no se le observan al Sol manchas algunas, necesario es que confiese el reverendo padre lo que de aquí se sigue, y es que, cuando éste se ve sin manchas, es porque existe aigún cometa que se orjginaría de aquéllas; pero esta proposición es falsísima; luego, también lo es el que los cometas se engendran de las solares manchas. 300. Pruebo la menor, esto es, que no por faltarle las manchas al Sol ha de haber cometa, con lo que el padre Juan Bautista RiccioJo dice en su Almagesto nuevo con estas palabras: «El numero de las manchas es variado e incierto; alguna vez fueron contadas 33 distintamente en el mismo tiempo, pero otras veces ninguna, y entonces hubo una temperatura más seca y cálida, siendo íguales las otras circunstancias», cuya aserción se comprueba con lo que dice Fortunio Liceto, libro Ví, De Novis As trk et Cometis, y es que algunos matemáticos en Sena y Vincencio Fridiano en Padua observaron muchísimas veces al Sol sin mancha alguna, como también en Roma el padre Grimberge-ro y en Marzobio, lugar cercano a Venecia, Andrés Argoü, según lo dice éste en su Pandosio esférko; «Ninguna mancha ŕue vista en eí aňo de 1634 (Ricciolo, refiriendo este lugar, dice 1632) desde el 19 de julio hasta la mitad de setiembre, como nosotros observamos muchas veces en Marzobio, cerca de Venecia; entonces, movidos por la admiración, escribimos a Cristobal Grimbergero, matemático del Colegio Romano, quien confirmó lo mismo en una carta». Caso semejante a éste se halla en el excelentísimo filósofo Pedro Gassendo en Syntagma Physkum: «Sucede también algunas ocasiones que durante meses enteros no son observables ningunas manchas, ni las periódi- 363 cas, ni las nuevamente aparecidas». También Juan Heveiio en suSelenografía, capículo V, dice haber sucedido lo mismo a 26 de octubre y 18 de noviembre de 1642. 301. Conque, si en el tiempo de las observaciones de Gassendo, de Fridiano, de Argoli, de Grimbergero, de Heveiio se vio al Sol sin manchas, sin que se viese cometa, no debe de ser la existencia de éste causada de aquel defecto. Y aunque Argoli diga: «En el ano de 1618, al tiempo que brilló una viga y un cometa, no fue vista ninguna mancha» y lo mismo el padre Atanasio Kirchero én el Itinerario extático, lo que de su dicho se deduce es que en el tiempo que faltan las manchas, lo que hay no es cometa, sino calores grandísimos: «pues evaporadas las heces de este género, casi durante un ano entero (habla del de 1652 y no por todo él duró el cometa que entonces se vio, sino en la mitad ultima de diciembre) el Sol apareció brillantísimo sin mancha alguna y más aún, por aquel mismo tiempo se observó que todo el orbe había experimentado un inmoderado calor», con que conviene el dicho de Ricciolo citado arriba. 302. Luego, si puede faltarle al Sol las manchas sin que se vean cometas, no será absolutamente muy cierto que cuando duran éstos cesan aquéllas; y por el consiguiente, <;quién no ve que será probabilísima, bien como fundada en la mejor razón y filosofía, como dice, sino muy poco solida la opinión del reverendo padre y de los auto res que sigue?, a quienes se les puede decir lo que Aristoteles a Demócrito en el libro de los Meteoros: «No bastaba en verdad que sucediera algunas veces, otřas empero no, sino siempre». 303. Ni tiene que objecionarme el que yo dije lo propio en mi Manifiesto filosáfko contra los cometas. Lo primero, porque allí sólo referí las varias opiniones que hacían a mí propósito, juntando en una la de los que atribuyen a las manchas del Sol la generación de los cometas y la de aquéllos que no quíeren que la tengan, sino de los hálitos y vapores que exhalan los cuerpos Celestes; y lo segundo, porque expresamente dije en el numero 12 que no por lo que en aquella ocasión decía, quería que se me perjudicase mí modo de opinar, el cual en el Belerofonte matemátko contra la qutmera astrológka, etc., (si acaso se imprimiere) se verá cuán diverso es de lo que aquí se refiere y de lo que discurren otros que han querido adivinarme los pensamientos. 304. Y si fuera su opinión tan probabilísima y conforme a la razón y buena filosofía, ť*quién duda que los modernos que con exacción admirable harí investigado y discurrido estas cosas universalmente la siguieran?, lo cual no es asi, porque aunque expresamente la enseňan el padre Atanasio Kirchero en el Itinerario extático (no generalmente de todos los cometas, sino de algunos), el padre Gaspar Schotto en los Escolws a aquél, el padre Cristobal Scheiner en la Rosa ursina, el padre Juan Bautista Cysato, Tomáš Fieno, Willibroldo Sneíio, Erycio Puteano y Oamillo Glorioso, con todo, otros de no menor 364 suposición como Tycho Brahe, Severino Longomontano, Cornelio Gemma, Andres Argoli, fray Diego Rodríguez, predecesor mío en la cátedra de matemáticas, quieren que consten de la misma matéria de que se forma la Via Láctea. Otros, como Téllez y Cabeo y Keplero y Fromondo, que de los hálitos y humos de las errantes. Otros, como Harbrecto, Marcelo Escuarcialupo, Eliseo Roslino y Tadeo Hagedo, que de matéria Celeste indiferentemente. Otros, como Ambrosio Rhodio, Arriaga, Oviedo y mi buen amigo el padre Zaragoza, que los cría Dios de nuevo. 305. Pero, ^para qué me canso en referir opiniones contrarias a la del reverendo padre? Véalas quien gustare en Fortunio Liceto, libro De Novis Astru et Cometis; en Juan Cottunio, libro de los Meteoros; y en el padre Juan Bautista Rícciolo, libro Almagestum Novum, y se desenganará de que es esta opinión tan sumamente probable como nos díce, pues tienen igual contrapeso a sus patrones los que defienden las otras. Y si las que nos parecen manchas en el Sol no es cosa alguna evaporada, sino estrellas perpetuas, como juzgan el padre Carlos Maíapercio, el padre Georgio Schomberger, Bartolome Mastrio, Juan Jarde y fray Antonio Marta de Rheita; o islas, por ser partes sólidas entre las fuidas del Sol, como quiere el padre Gaspar Schotto en Prolusio in Sólem. Vea el reverendo padre cómo de estas estrellas o islas solares pueden formarse los cometas. 306. Pero sean estas manchas, en hora buena, nubes o exhalaciones o evaporaciones solares, o ío que su reverencia quisiere, y concédole no sólo que estén inmedíatas al Sol y que carezcan de paralaxis sensible, sino también que sean la matéria de que se causa el cometa; pero niego el que por eso haya de estar el cometa en la misma dištancia que el Sol. Y para lo que se ha de decir, presupongo con el padre Scheiner, primer investigador de este admirable fenómeno (aunque antes teóricamente lo habia discurrido Keplero) que el Sol, fuera de su movimiento anuo y diurno, tiene otro con que sobre su mismo centro se voltea en espacio de casi 27 dias, el cual, deducido del vario lugar de las manchas y fáculas solares, defienden Galileo de Galileis, De Maculis Solls, Rheita en Oculus Enoc el Eliae, Ismael Bullialdo en la Astronómia filolaica, Kirchero en el Itinerario extátko, y otros muchos. 307. Presupongo también que si hay en el Sol cosa evaporable, necesaria-mente ha de constar de atmosféra, que es aquella dištancia hasta donde se pueden extender los efluvios solares, la cual es limitada, como Io es la de la Tierra. Concédenla muchos autores y entre ellos el padre Kirchero. Presupongo, lo tercero, hipotéticamente la doctrina de los copernkanos de que con el movimiento diurno de la Tierra se mueve todo lo que es de la naturaleza terrestre, como son las nubes y generalmente toda la atmosféra terráquea,72 lo cual sucede de la misma manera en la solar, como se infiere del lugar de las manchas, acerca de que se puede ver a Gassendo. 365 308. Presupongo, lo cuarto, que para que de estas solares manchas se cause algún cometa es necesario que con alguna vehementísima ebullición arroje el Sol gran cantidad de vapores viscosos y gruesos, los cuales, llegando a la mayor remoción y ultimo término de la atmosféra solar mediante el movimiento y circungiración rapidísima que aíií tiene ésta, los despida de sí hacia alguna parte de la expansión etérea. Casi todo esto con muy claras palabras dice el padre Atanasio Kirchero: «Y sí éstas (las exhalaciones) son impelidas has ta la maxima altitud del éter por el intenso calor del globo solar y han alcanzado una perfecta independencia en aquelíos remotísimos parajes de la región etérea, entonces, he aquí que tal exhalación, agitada por el movimiento del éter, se extiende en una inmensa amplitud. Y siendo opaca, refieja hacia los ojos de los terrícoías la luz solar, de la que se tiňe». Luego, no porque se causen los cometas de las solares manchas, se sigue el que necesariamente se hallan en la distancia que el Sol. 309. Pruebo esta ilación con grande facilidad; y para ello, sea B A C la espira en que el Sol A se mueve en algún tiempo del ano, y entiéndase que el punto E en espacio de casi 27 días se vokea por D G F hasta Ilegar otra vez a E. Manifiesto es que la mancha, nube o vapor viscoso E, conmovido de la arrebatadísima circungiración de la atmosféra solar, sale de ella por la tangente E H y forma el cometa H; y Io mismo es de las manchas D, G, F, respecto de los otros cometas I, K, L, como a otro intento prueba bastantemente Renato Descartes73 en su FHosofia. Luego si cualquiera de las tangentes GK, DI, EH, FLy otřas infinitas que se pueden consíderar, no es posible que coincidan con la porción circular A B, A C, porque son líneas de diversísima especie; síguese que ningún cometa solar puede discurrir el mismísimo camino por donde el Sol se mueve y que, consiguientemente, yerra el reverendo padre en decir que, por haberse formado el presente cometa de las solares manchas, estuvo indefinidamente en la misma distancia que el Sol. 3óó 310. Debiera el reverendo padre, como tan gran matematico, haber observa-do si en el tiernpo de la duraciön de este cometa le faltaban al Sol las manchas; y si hallara ser asi, entonces pudiera pronunciar con toda seguridad (si es que esto se puede afirmar con toda seguridad) ei que de ellas se habi'a engendrado. Pero, no haberlo hecho, y querer argüir esto mismo con afirmar que el cometa suyo tuvo su agraciado esplendor semejante a la luz del Sol y la de Venus es tenernos por ciegos y no podemos juzgar de los coiores y que asi nos puede enganar afirmando no lo que fue en la realidad, sino lo que le pareciö a su propösito, cuando todo ei mundo observö que la luz del cometa era algo päiida, blanquecina, nevada o cenicienta y tal vez triste y plomosa, senas que no conviene a la luz de! Sol y de Venus. 311- Omito (porque ya estoy cansado de examinarlas) otras muchas inconse-cuencias que se deducen de confundir el reverendo padre las atmösferas del Sol y Venus, y de dar a entender que en una y otra hay partes homogeneas y similares, que es totalmente opuesto a lo que ensena en su Itinerario extdtico el padre Atanasio Kirchero y a quien el reverendo padre parece que sigue en sus opiniones. Pero no puedo omitir lo que se infiere de su sentencia, y es que el cometa ocupö dos lugares a un mismo tiempo; porque, si por haberse formado de las fogosas excreces, ardidos humos y redundantes fogosidades del sol, estuvo precisamente en el cielo del Sol, por haberse formado de las fogosas excreces, ardidos humos y redundantes fogosidades de Venus, necesariamente habfa de estar en el cielo de Venus, conque, no habiendo sino mäs de un cometa, <;cömo pudo tener dos ubicaciones? Este es el cuarto y ultimo argumento con que el muy docto astronomo y excelente matematico quiso probar haberse alejado el cometa del centro del mundo 1150 semidiämetros de la Tierra. 312. Si probö lo que en el y los restantes queria, no me toca a mi el determinarlo, sino a la Astronomka Ltbra, Ella responderä por mi a quien, desnudandose primero de perjudicados afectos, se dignare de preguntärselo. Y no dudo que, habiendo premeditado bien lo que respondiere, dirä al instante las mismas palabras con que ei eruditfsimo mancebo y profeta Daniel le intimo la sentencia que merecia al rey Baltasar: «Fue pesado en la balanza y se encontrö que tenia menos». Y aunque pudiera dilatarme mas examinando diferentes proposiciones con que incidentemente abultö su escrito, no quiero incurrir en el propio vicio, pues lo dicho basta. 313. Hasta aqui llegö la disputa (ocioso serä dec ir no haber sido de voluntad, sino de entendimiento) con el reverendo padre Eusebio Francisco Kino, religioso de la sacratisima Companfa de Jesus, a quien proteste hablaria y argüiria en ella (cuando exprese los morivos que me compelieron para escribirla) sin atenderlo como parte de tan venerable todo, sino como a un matematico puramente matematico, esto es, en abstracto y como a un sujeto particular. Y pareciendome esta prövida cautela aun poco resguardo para 367 mantener el crédito que generalmente me han granjeado, con todos los que no son parte del vulgo, mis atenciones, afiadí despues lo que no hay razón para que asi no sea, y es que con todo seguro me prometi el que los muy reverendos y doctísimos padres de la Compaňía de Jesus, como tan patrpcinadores de la verdad, no tendrían a mal esta controversia, siendo precisamente de persona a persona y de maremático a matemático, sin extenderse a otra cosa; y más siendo los duelos, que tal vez se mueven entre los que se desvelan sobre los libros, no sólo comunes, sino también lícitos y aun necesarios; pues, asistiéndoles sólo ei entendimiento, casi siempre le granjean a la li terária república muchas verdad es. 314. Protesto, delante de Dios, haberme precisado y aun compelido el reverendo padre a tomar la pluma en la mano para escribír este libro, dicíéndome, cuando se dignó de regalarme con su Exposition astronómica, no me faltaría qué escribir y en que ocupar el tiempo si lo leyese, como en el numero 4 quedó apuntado. Asi lo he hecho por parecerme el que no sólo a mi, sino a mi patria y a mi nación, desacreditaría con el silencio, si —calificándome por de trabajoso juicio y objecionándome el que sólo estando enamorado de las astrosas lagaňas y oponiéndome al universal sentir de altos y bajos, nobles y plebeyos, doctos e indoctos, pude decir lo que de los cometas en mi Manifiesto filosófico se contenía— disimulase con tan no esperada censura, supuesto que dirían, y con razón, cuantos leyesen su escrito, tenian los espaňoles en la Universidad Mexičana por profesor publico de las matemáticas a un hombre loco y que tenia por opinion lo que nadie dijo. 315. Si algún escrupuloso me objecionare el que yo quise hacer mio el duelo que era común, siendo constante no haber expresado el reverendo padre mi nombre en su Exposition astronómica, no tengo otra cosa más adecuada que responderle, sino que nadie sabe mejor dónde le aprieta el zapato que quien lo Ileva; y pues, yo aseguro el que yo fui el objeto de su invectiva, pueden todos creerme el que sin duda lo fui. Ni importa el que callase mi nombre, pues, como allá en Roma le sucedía a Horacio en el libro Carmina: «Pues soy seňalado por el dedo de los transeuntes», de la propia manera con cuantos han leído en Mexico la obta del reverendo padre me sucede a mi. 316. Para que quedemos reconcilíados y amigos y se termine de una vez esta controversia, quiero concluirla con las mismas palabras con que el eminentí-simo filósofo Pedro Gassendo respondió al no menos docto monsiur Descartes y que se leen en sus obras: «Quisiera que tomaras las cosas en tal forma que, si fue dicho por mí algo demasiado acerbo, lo atribuyas a la ingenuidad con que creí que podia yo seguir la norma impuesta por ti. Y si casualmente se deslizó algo que consideres reprobable, hay razón para que me lo perdones, como cosa aprobada primero por tu propia actitud. Soy de tal indole que por naturaleza y aplicación me inclino a la suavidad de costumbres; mas me 368 pareció ver, sin embargo, que tú quisiste exacerbar mi paciencia, creyendo provocar impunemente a un toro que no tiene heno en los cuernos. De ahí en verdad resultó que haya juzgado yo ser de mi incumbencia, arnonestarte que no debiste tratar de esa forma con un hombre que no merecía nada malo de ti. En lo que a mí toca, aseguro sinceramente una cosa: que nunca sucederá que de mí dependa el que no puedas tenerme, si me consideras digno, como tu amigo atentísimo y observantísimo. Adiós». EXAMINA INCIDENTEM ENTE LA FILOSÓFICA LIBRA LOS FUNDAMENTOS EN QUE, DICEN, ESTRIBA LA ASTROLOGÍA74 Preámbulo: enlace con lo anterior 317. Decir el reverendo padre en su carta, que queda inserta en el numero 221, que durarían los efectos de este cometa tantos más afios cuantos más días o meses, nos fue patente qué es lo que discurren los astrólogos en el juicio que hacen de los eclipses; y leerse, en el principio de su dedicatoria, que examínó este cometa a la luz de la más aprobada astrológia, me obligaba a decir el que se persuade, sin duda alguna, ser indefectible y cierto lo que ésta enseňa. Y síendo la pronosticación que en su carta hace la misma y con las mismas palabras que cualquiera otra de las muchas que se hallan de otros en libros manuales de los astrólogos, tuviera por cierto (como si lo viese) haber hecho allá a sus solas el reverendo padre cuanto en semejante empeňo blasonaron y pusieron en sus libros los que le precedieron en estos jukios. 318. De pensarlo asi se me ofrecía cam po bastante para examinarle la correspondencia entre aňos de efectos cométicos y días o meses de comética duración; pero estando ya reconciliados y amigos y habiendo escrito contra la astrológia no sólo en el Lunario del ano de 1675,75 sino también el presente de 1681 en mi Belerofonte matemático contra la quimera astrolágica de don Martin de la Torre, matemático campechano, no hallo razón para que aquí con aquel motivo se haga lo propio. Esto no obstante, para que se vea que la aprobada astrológia de que se valió mi amigo el reverendo padre Eusebio Francisco Kíno para examinar el cometa, fue mucho más primorosa y fundamental que la que está en los libros, juzgando no se desagradará el lector de novedades curiosas que aquí hallará, pondré con su licencia algo de lo que en aquel papel dije en esta materia por el siguiente motivo. 319- Sentido don Martin de la Torre de que dijese yo en mi Manifiesto, no ignoraba las autoridades de poetas, astrólogos, filósofos y santos padres con que podian oponerse a lo que habia escrito contra los cometas, y haciendo 369 juicio de su entidad, aseguré el que a los astrólogos no tenia otra cosa que decirles sino el que yo tambíén soy astrólogo y que sé muy bien cuál es el pie de que la astrológia cojea y cuáles los fundamentos debiíísimos sobre que levantaron su fábrica; pareciéndole se contenía un sacrilegio en este mi dicho, en que él omisivamente incurría si, como grande astrólogo que es, no me lo castigaba, tomando en la mano el azote de sus elegantes palabras y razones, comenzó a corregirme magistralmente, diciendo asi: Propone el muy excelente matemátuo don Martin de la Torre estos fundamentos 320. «Habiendo dicho don Carlos de Sigiienza el que también es astrólogo y que sabe cuáles son los debiíísimos fundamentos sobre que levantó su fábrica la astrológia, de bo yo sacarlos a luz en este mi Manifiesto mstiano para que no derogue a su lustre tan bosquejoso apuntamiento. Notorio es que todas las ciencias naturales tuvieron en su origen fundamentos débiles. Prmcipiólas la curiosidad, ayudada de la luz de la razón natural; delantólas el deseo de inquirir las causas de los efectos y las perficionó la larga y científica experiencia». 321. «Aunque a esto debe la ciencia astronómica y astrologica el realce de su grandeza, la acreditan con preferencia a las de más facultades naturales dos excelencias principales, que son la antig üedad e infusas gracias de las revelaciones divinas; pues, es verdadera tradición que esta ciencia empezó casi con los mísmos astros, pues a Adán la manifesto Dios sobrenaturalmente para su gobierno y el de los venideros por el conocimiento de las virtudes, pasiones y naturaleza de los astros, pues sabia su grandiosa Providencia lo arduo de esta ciencia y que sólo tenia destinada su comprensión a estudiosas fatigas, incansables trabajos y continuadas observaciones de largos intervalos de tiempo de los movimientos de los planetas, quien después del diluvío la enseňó a los armenios, como refiere Josefo en las Antigiiedades judaicas, y de ellos pasó al patriarca Abraham, a los caldeos, egipcios y griegos, hasta los tiempos de Hiparco y Ptolomeo, su principe y restaurador». 322. «Dividese esta ciencia en dos especies, y es la primera la observatória que considera los movimientos celestes, forma las teorías de los planetas, determina sus aspectos recíprocos y, por ellos y su lugar en el Zodíaco, indica los movimientos de los futures eclipses; la segunda es la judiciaria que sobre estas basas asentadas pronostica, en lo natural de los futuros contingentes, mudanzas de tiempos y otros accidentes para el gobierno de las cosas sublunares; de manera que de la primera se debe el conocimiento a las continuas observaciones de los movimientos celestes, y de la segunda, que es la judiciaria (en mi sentir), a la experiencia sola». 370 323. «Porque reparaban los antiguos que en ciertos aspectos o distancias de los planetas entre si, en diferentes lugares del Zodíaco, resultaban varias y notables mudanzas en los riempos y gobierno sublunar, por donde entraron en conocimiento de las pasíones, virtudes y naturaleza de las estrellas, signos y planetas, que perficionó la continua sucesión de los modernos por el de otros prodigios celestes, cuales son las estrellas nuevas y cometas en cuyas apariciones anotaban sus caüdades, colores y otras apariencias conformes a las de los planetas, y observaban los signos en que nacían, sus conjunciones con el Sol, si eran orientales y occidentales, y lo que entonces producian estas apariencias». 324. «Verdad es que muchas veces no corresponden los efectos que indican los pronósticos; pero no hay para qué buscar tanta precision en lo natural, pues aun no son harto conocidas las virtudes de los astros, porque, según los árabes, cada momento descienden mil influencias celestes, cuyo conocimiento se reputa entre los arcanos secret os de Dios, y todos confesamos con el profeta Job ('^Acaso conociste el orden del cielo, o pondrás su razón en la Tierra?') que es dificultosísimo e incomprensible el perfecto conocimiento de las virtudes celestes, tan precisamente cuanto requiere el infalible juicio astrologico». 325. «Si tuvtéramos perfecto este conocimiento, según autoridad que hay de Santo Tomáš, se pudiera pronosticar con cierta evidencia de las cosas futuras, como de hambres, fertilidades, pesrilencias y otros sucesos sublunares, porque hay causa determinada, que son las virtudes e influencias celestes que causan los planetas en sus movimientos, conjunciones, eclipses y otros aspectos, si no lo estorbara la voluntad divina que, no obstante, siempre obra según orden de la naturaleza, como siente San Agustín y San Juan Damasceno». 326. «Maravillas todas de la singular Providencia de Dios, pues dispone un medio proporcional entre la total ignorancia y la perfecta inteligencia de esta ciencia astrológ ica, no denegrando al hombre la bastante comprensión para su gobiemo ni concediéndola entera porque, no descansando el inquirir de sus maravillas, siempre halle nuevos motivos de sus alabanzas; y también porque, previniendo Dios lo inclinado del hombre a las supersticiones y culto de los cielos, no cayese en el precipicio de las depravadas opiniones que, introdu-ciendo la precisa necesidad de los efectos de sus influencias, daban a los astros lo que sólo se debia a su divino ser, según lo de Job: 'Al ver el Sol cuando resplandecía y a la Luna cam i nando con claridad, se alegró mi corazón en lo recóndito y base mi mano en mi boca', que era seňal de adoración. Y aunque Salomon tuvo esta ciencia infusa de Dios, sólo se extiende en cuanto a lo bastante para su gobierno, pues dice: 'Dificilmente comprendemos lo que hay en la Tierra y descubrimos con trabajo lo que está a la vista, mas las cosas propias del cielo <.quién las investigara?'» 371 327. «No apoyo ei que a las reglas de los antiguos, 'excluidas siempre las supersticiones condenadas por la Igiesia', en todo lo demás se les haya de dar el crédito que sus axiomas refieren, porque no ignoro que muchas cosas enseňaron sobre fundamentos debiles, y que, después de fundadas, aunque gentiles, confesando la insuficiencia humana, a Dios solo dejaron la verdadera inteligencia de lo futuro; Séneca dijo: 'Los dioses solos saben lo futuro', y Ptolomeo en el Centiloquio: 'Las cosas que enseňo a los hombres son intermedias entre lo necesario y lo posible'. Pero no niego que en cuanto a lo lícito, en lo generál, se siguen con aprobación sus axiomas en los juicios de lo natural, cuyas principales bases son la experiencia de los sucesos y tradiciones de los primeros tiempos». 328. «En cuanto a las observaciones del autor del camino de este cometa por las constelaciones que refiere, serán conformes a lo que indica la inspección del globo Celeste, aunque no bastantes para sacar la efemérida de su movimiento diurno y lugar con la precisión que esta matéria requiere para que tengan el aplauso de los matemáticos de Europa. Si se han hecho otras más cumplidas, siempre les daremos la estimación que mereciere su exactitud para lustre y progreso de la astronómia, etc.» Demuéstrase la debtlidad de es tos fundamentos y ser consiguientemente irrisible la astrológia 329. Nadie, si no es incurriendo en gravísima nota, podrá negar haberle comunicado dios a Adán la ciencia natural de las cosas, por ser doctrina de Santo Tomas, de San Buenaventura, de Hugo de Victor, y común de los escolásticos con el Maestro,76 deduciéndolo del hecho de haber impuesto nombre a los animales, lo cual no podía ser, si no era con la perfecta ciencia de esos vivientes y con grandisima pericia del dialecto de alguna lengua y de la propiedad indivídua de sus palabras. Dícenlo asi Eusebio, übro I, De Preaparatione Evangelica; Crisóstomo, homilía In Genesim, y parece que expresamente lo afirmó el Sabio en el Eclesiástico: «Los colmó de facultad de entendimiento, creó para ellos una ciencia de inspiración, Ueno de juicio su corazón y les mostró el bien y el mal; puso su ojo sobre los corazones de ellos, mostrándoles las grandezas de sus obras para que alaben el nombre de su santificación y la glória en sus maravillas para que narren las grandezas de sus obras». 330. Parece haber sido conveniente, esto, tanto de parte de Dios, cuyas obras son perfectísimas, cuanto de parte de Adán, o para la integridad absoluta de la felicidad de aquel dichoso estado en que se hallaba antes de pecar; o porque no estuviese poseído de la ignorancia otro tanto tiempo, 372 cuanto era necesario para adquirir con experiencias der tas, largos discursos y especulaciones prolijas, no ya una, sino las ciencias todas; o porque, no siendo posible que con solas las fuerzas de la naturaleza consiguiese la verdadera ciencia de las cosas, sin que por lo limitado de la hurnana capacidad se perjudicase con muchos errores y engaňos, era cuidado de la Providencia divina criarlo de tal manera perfecto que pudiese conocer todas las verdades naturales sin error alguno; o porque, habiendo de ser Adán maestro del resto de los hombres, no sólo en las cosas pertinentes a la fe y a la religion, sino en las naturales, que siempre nos habían de ser necesarias, aun en el feliz estado de la inocencia, no era justo las ignorase; y otras razones que pueden verse en cualquier autor que tratare de esta materia. 331. Siendo, pues, indubitable todo lo dicho, <;quién dirá el que ignoró Adán la astronómia? Grande autoridad es la de Gelaldino, citado del erudito padte Atanasio Kirchero en el Edipo egipciaco: «Adán instruyó a su hijó Set, y existió en él y en sus hijos la profecia, y trazó Dios sobre él veinte y nueve páginas; y lo sucedió su hijó Cainán y a Cainán Mahaliel, y a Mahaliel su hijó Yared, y recibió de él la instrucción, y le enseňó todas las ciencias y las historias que sucederían en el mundo, y ejercitó la astronómia, la que también aprendió de los libros que le transmitió a él Adán, su padre; sobre él la paz». Y no menos buena, entre muchísimas que pudiera citar, la del padre Sherlogo en Dioptra Antiquitatum Hebrakarum: «En esta disciplina (habla de la astronómia) sobresalieron Adán, primer padre de los mortales, Set, Noé, Abraham, José y los mejores de los patriarcas; por tanto, bajo estos límites debe ser abrazada y venerada». Pero inmediatamente prosigue: «Mas en cuanto que avanza en lo práctico más allá del conocimiento de las cosas siderales, esto es, a aquella posición en que pretende ser adivinatoria, judiciaria y pronostxcadora, puesto que desvía el conocimiento sobre las relaciones y naturaleza de las constelaciones a este fin, a saber a que por los movimientos de los mundo y por los aspectos de los astros prediga los sucesos futuros en el mundo inferior, debe ante todo ser evitada». 332. Otras muchas autoridades, si fuera necesario, pudieran traerse para apoyar esto ultimo, que es ser detestable la astrológia y que quizás por eso no la practicaron los patriarcas que expresa; pero baste la referida por todas, mientras doy algunas razones que lo corroboren, siendo entre todas la más considerable el haber ignorado Adán la naturaleza de las estrellas, por lo cual no les puso nombres, reservándose Dios a si esa providencia: «Quien numera la multitud de las estrellas y a todas ellas pone nombres». El, que no sólo sabe el numero excesivamente grande de las estrellas, sino que les da el nombre acomodado a sus propiedades. Y esto le pareció a David cosa tan grande que de ello sacó motivo para engrandecer el dominio, la virtud y la sabiduría divina: «Grande es el Seňor Nuestro y grande su poder y para su sabiduría no existe limite». 373 333. Advirtió esto antes que yo un doctísimo Anónimo en Excerpta Astronómka, que se hayan al fin del volumen que contiene las obras de Cayo Julio Higino y otros mitólogos, impreso en Leon de Francia por Juan de Gabiano, ano de 1608, en 8.° el cual comíenza de esa manera la prefación del lector: «La verdad primera afirma que Dios lievó ante el hombre a todos los animates para que viera con qué nombres se liamarían éstos. ígualmente que todo nornbre puesto a las cosas por Adán es el nombre de ellas. Mas a las estrellas parece que el primer hombre de ninguna manera les impuso los nombres, ni Dios, opinan los teólogos, le encomendó a él tamaňa empresa». Y no es es ta aserción tan extraňa que no tenga (como verdad eram en te lo tiene) apoyo en la misma letra del Genesis: «Formados, pues, del barro, todos los vivientes de la tíerra y todos los volátiles del cieío, los llevó el Seňor Dios ante Adán para que viera cómo los llamaba, pues toda ánima viviente que ilamó Adán, asi es su nombre. Y Ilamó Adán con sus nombres a todos los ani males y a todos los volátiles del cieío y todas las bestias de la tierra». Opinion a que también dio asenso el cardenal Cayetano. 334. Y aun cuando fuera cierto (que no lo es) el que conoció la naturaleza de las estrellas y les dio nombres a estas naturalezas aomodados, siendo asentado el que la ciencia que tuvo Adán de las cosas naturales (aunque infusa) fue, en cuanto a lo específico, de la misma especie de la que adquirimos con las especulaciones discursivas y prácticas comunes, como dice Santo Tomas; ^cómo podrá dejar de ser absolutamente aplaudido lo que enseňó el doctísimo padre Suarez?, libro De Opere Sex Dkrum: «Aquella ciencia de Adán no fue infusa de por sí, sino accidentalmente, y por tanto la ciencia que tuvo de los cieíos (asi como también de las otras cosas) no trasciende en especie y substancia a aquella ciencia que la naturaleza humana pueda adquirir acerca de las estrellas o los cielos por medio de los sentidos y por los efectos. Y en este a5pecto aquella ciencia de Adán pudo no ser conocimiento quiditativo de los cielos, ni comprensiva de todas las vírtudes de las estrellas; y relativamen-te también, la misma ciencia de Adán pudo ser menos perfecta acerca de los cielos que acerca de las otras cosas más cercanas a los sentidos. Porque el hombre puede conocer más perfectamente lo que es tá más proximo y proporcionado a los sentidos que aquello que dista mucho de los sentidos. No obstante, en aquel grado en que puede ser adquirida por los hombres la ciencia de los cielos Adán la adquirió perfecta; y todo lo que uno o muchos hombres pudieran obtener en largo tiempo y con grande trabajo y multiples observaciones acerca de los cielos o de los elementos y mixtos, todo eso fue infundido a Adán mediante esta ciencia. Y por lo contrario, lo que no puede saberse mvestigando con ia diligencia y virtud humanas, no está comprendi-do tampoco bajo aquella ciencia». Luego, si los hombres no han podido alcanzar el conocimiento de la naturaleza de las estrellas, sus inŕluencias y virtudes con evidencia física y matemática certidumbre, aunque apeien a las 374 experiencias y observaciones, que dicen ser los fundamentos de esta arte, de que tengo mucho que hablar en lo adelante, cierto es que no se le comunícó a Adán y que por el consiguiente no supo la astrológia. 335. Antes para decir que la ignoraba, tengo sobrado apoyo en lo que se iee en el Apocalipsi del beato Amadeo, donde, revelándole el arcángel San Gabriel lo que pasó en el paraiso de nuestros primeros padres y Lucifer, dice que lo ultimo con que los engaňó fue lo siguiente: «Y el Diablo dijo a ella: De ninguna manera moriréis, porque habéis sido creados en tal horóscopo y en tal aspecto de los astros que viviréís por largas épocas y siglos; y les mostraba aquello que habia dicho por medio del influjo de las estrelias, y parecía una causa bien asignada; pero no atendían ni Eva ni Adán, a la muerte por la que habian de morir al prevaricar contra los preceptos divinos. Y sucedió que tanto ella misma como su marido conocieron que no moririan por entonces, según las razones asignadas por Lucifer». 336. No sé que leida esta autoridad hay quien asevere porfiadamente el que Adán conoció la naturaieza de las estrelias, o supo cientificamente la astrológia, pues es cierto que a saber con evidencia no ser, ni poder ser asi lo que el demonio le proponía, no hubiera dado asenso a ello con tantas veras; y en ello no le hago agravio alguno a nuestro primer padre, porque como quiera que este conocimiento de la naturaieza de las estrelias había de ser (como es fuerza que digan los que sinrieren lo contrario de lo que digo) para que, sabidas por ellas sus cualidades, propiedades y modo de ínfluir, supiese tambíén los efectos futuros que habían de dimanar de las estrelias como de causas, es cierto que este conocimiento de los futuros, por medio del conocimiento de las estrelias, no lo tuvo nuestro padre Adán, como dice el citado Anónimo: «En cuanto a los pronósticos de las estrelias, de los que algunos se glorian tan empefiosamente, afirmamos que los hombres no tienen ningún preconocimiento de lo futuro. Pues, ni siquiera en el principio de su creación ei hombre fue dotado de ella. Porque Dios solo posee el conocimiento de las cosas futuras». 337. Y aunque es constante que de parte del objeto no hay repugnancía para conocer algunos futuros independientes de la libertad de albedrío, con todo no se atrevió el padre Suárez, citado arriba, a decidir si esto excedía la capacidad de los hombres o la amplitud de la ciencia humana, aunque fuese infusa. Y aunque tiene por opinion, como también otros teólogos, el que esta ciencia de Adán se pudo extender a conocer algunos futuros, que dependían de pocas causas, afiade a esta aserción: «Sin embargo, puede ser lo contrario si concurren o pueden concurrir tantas causas que esté por encima del ingenio humano reconocerlas y comprenderlas simultáneamente. Y por esto, parece que debe decirse simplemente que no pudo Adán conocer todos estos contingentes por medio de esta ciencia». 375 338. Luego, si para conocer aiguna futura alteración sublunar, era necesario tener conocimientos de innumerables causas que para ello pódia haber, por ser innumerable el numero de las estrellas, innumerables los respectos que podían tener en sus ascensiones, descensiones oblicuas y mediaciones del cielo por la oblicuídad del horizonte de Adán, y también innumerables los aspectos y configuraciones de los planetas entre sí y con las fijas, <;cómo podrá decirse el que supo la astrológia, esto es, que tuvo ciencias de las futuras alteraciones de lo sublunar causadas por las estrellas, cuando para el conocimiento de cada una intervenía tan innumerable numero de causas? 339. De lo dicho se infíere no sólo lo que pretendo, sino la probabilidad grande que tiene la autoridad de Amadeo, en que el Demonio fue el primero que usó la astrológia o, por mejor decir el único que la introdujo en el mundo. Y si acaso fue esto, [cómo podré de dejar de decir que todo lo que de aquí resultó se le debe a la astrológia, los trabajos, las penalidades, los sudores, las hambres, las fatigas, los dolores, las enfermedades, la muerte! jOh, cienciai si este nombre puede dársele a la que fue el principio de la ignorancia. ;Oh, ciencia, origen de los infortunios, causa de nuestro dano, seminario de las desdichas! Muy bien tenía esto reconocido Lactancio Firmiano, libro De Origine Erroris, cuando le da por autor al Padre de las mentiras: «De ellos, es decir, de los demonios, son estos inventos: la astrológia, la adivinación y la pronosticación, etc.». Y no menos bien el erudito padre Gašpar Schotto en su Taumaturgo físko: «De aquí nacieron, ya desde los primeros orígenes del mundo (teniendo en verdad como autor a aquel que mendazmente prometió a nuestros primeros padres la semejanza con los dioses y la ciencia del bien y del mal), tantas artes, más bien vanidades y supersticiones, etc.». 340. Advertido el Demonio de lo bien que le había ido con proponerle a Adán medios para saber lo porvenir, «Seréis como dioses sabedores», comenzó desde luego a fraguar en la obscura oficina de su encono aquella inmensidad grande de modos lícitos y supersticíosos que hay para saber lo futuro, que se pueden ver en Torreblanca, Benedicto Pereiro, Gašpar Peucero, Martin Antonio del Rio, Julio César Bulengero y Gašpar Schotto, para tener dominio sobre los hombres, saciándoles en algo aquel deseo y propensión que todos tienen de saber lo venidero y oculto; y para esto se valió de Caín y sus descendientes, que fueron los primeros autores de la mágia y astrológia, de los cuales la supo Cam, hijó de Noé, el cual como doctamente prueba Kirchero en Qbelhcus Pampbtlicus, fue el antiguo Zoroastro: «AqueI verdadero y primer zoroastro fue Cam, hijó de Noé, inventor de toda mágia e idolatría, el cual ejerció las artes y ciencias ilícitas que había aprendido de la ímpía descendencia de los cainitas antes del cataclismo, después de éste, etc.»; y más adelante: «Fue, pues, Cam el único que, difundiendo por primera vez en todas partes la fama de su nombre en virtud de las artes 376 mágicas y de la pericia en la adivinación astrológica, etc.». De este Zoroastro dijo el antiguo Suidas: «Zoroastro, persa medo, superior en sabiduría a los demás astrónomos, que fue también el primer autor del nombre de magos, admitido entre elíos. Y circulan por todas partes sus cuatro libros Sobre la naturaleza, uno Sobre las piedras preciosas, cinco libros de Predictiones según la observation de las estrellas». 341. Que hiciese esto por insinuación del Demonio se infiere de lo que, en Casiano, dijo el abad Sereno: «Recibiendo el linaje de Set de la tradición paterna hasta el mismo Adán, a través de sucesiones de generaciones, la ciencia de todas las naturalezas, y mientras permaneció separado de la sacrilega descendencia de Cam, as í co mo la había enseňado fielmente, asi en efecto la ejerció para utilidad de la vida común. Mas cuando se hubo mezclado a lageneración impia, por cierta instigación de los demonios desvió a las cosas profanas y malas lo que había aprendido piadosamente, y con ella instituyó audazmente sutiles artes de maleficios e imposturas y supersticiones mágicas, ensenando a sus descendientes, etc.». Este es de la astrológia judiciaria el origen, éstos sus primitivos progresos, ésta la piedra angular sobre que levanta su fábrica; luego, debilísimos serán los fundamentos sobre que estriba. Dt'cense las observaciones de los anťtguos astrólogos y mál sea su género, origen, función y validez 342. Pero doyle que no sea cierto lo que se ha dicho, sino que sin que en ello interviniese el Demonio la hay an conseguido los hombres con largas experiencias, advirtiendo que las alteraciones sublunares eran consiguientes a los ortos, ocasos y varias posiciones de los planetas y estrellas, y que conservada la memoria de estas experiencias y observaciones o en los libros o en parapegmas, tabías, efemérides, o hemerologios, fuesen el fundamento y principio de la astrológia. Pero pregunto: <;qué género de observaciones fueron éstas de los antiguos astrólogos? Pudiera responderme, por boca del trágico Esquilo, el celebrado Prometeo, que las de los ortos y ocasos de las estrellas que el advirtió: Pues ninguna seňal tenían ellos constante del invierno, ni de la primavera florida ni del frugífero estío; sino que al azar todo hacian hasta que yo les mostré de los astros el nacimiento y su ocaso, no fáči les de captar. 377 343. Si esto me respondiera, me respondiera muy bien, porque si se lee a Orfeo, Hesíodo, Teócrito y a los que los imitaron, Varrón, Columella, Virgilio y Ovidio, no se hallarán otras algunas, supuesto que ni Hiparco, ni Ptolomeo (sacando algunos eclipses observados en Babilonia) tuvieron de los antiguos caldeos Cosas dignas de consideracíón y de estima para valerse de ellas en la promoción de la astronómia en que se afanaban. Y aun éstas, si es tam os a los que dej ó escrito el antiguo Gemino en sus Elementos astronómkos, no se anotaban como causas de las sublunares mudanzas, cosa que tuvo siempre por desvarío: «No por la virtud de obrar que el astro tiene, pues pensar esto es propio absolutamente de la razón que delira», sino como seňales o indices de las mudanzas que hacía el tiempo por su naturaleza, cuando sucedían aquellos ortos y ocasos de las estrellas.Dedúcelo del mismo Gemino el grande matemático Ismael Bullialdo en Prolegomena ad Astronómiám Philolakam: «Y tal era el primer uso de las episemasías; eran sólo seňales, verbi gratia, el orto vespertino de las Pléyades, del invierno que se acerca; y como los principios del invierno son ordinariamente húmedos, se le anotaban al orto de las Pléyades las Iluvias, los granizos, los vientos y las tempestades». 344. Aserción fue también ésta de aquel insigne promovedor de las doctrinas de Demócrito y padre grande de la verdadera filosofía, Epicuro, según de él lo refiere Pedro Gassendo en Syntagma Physkum, donde, después de probar largamente lo que tengo insinuado y me queda que decir, concluye asi: «Que ciertamente asi opinó Epicuro se desprende del mismo texto, cuyo sentido es: cuando el nacimiento y ocaso de los astros según el periodo del aňo, signiflcan diřerentes estados en el aire y, como que los anuncian anticipadamente, ío hacen del mismo modo que las golondrinas y demás animates que con su Iiegada a nosotros nos presagian la primavera y con su partida el invierno; o también del modo que algunas mutaciones en el aire, como el iris, el relámpago, la obscuridad, que anuncian previamente otras mutaciones futuras, como la serenidad, los truenos, la tormenta. Puesto que asi como la golondrina no es causa de la primavera, ni el iris de la serenidad, sino solamente un signo, asi la naciente canicula, verbi gratia, no es causa de que haya calores, sino solamente un signo del tiempo en que se producen». Y.del mismo parecer fue Aristoteles en el libro de los Meteoros: «Cuando aparece Orión y cuando se oculta parece ser incierto y difícil por el hecho de que su nacimiento y ocaso, cuando varían los tiempos y se cambian, suceden aquél en el estío y éste en el invierno»; como también Plinio: «En el tiempo más ardiente del estío aparece el astro de la canicula». 345. Pero que mayor prueba.de esta verdad que el orto de la canicula, a que, (sin dar más razón, sino que asi lo dijeron los antiguos) atribuyen hoy los astrólogos los bochornos ardientes del abrasado estío. Porque siendo cierto el que entonces era el tiempo más caíuroso el que correspondía a julio, como también lo es ahora en la zona templada boreal, y sucediendo en esta ocasión 378 eí orto de la canícula, lo pusieron por sefial o índice de este tiempo, y no porque él fuese causa de este calor, como verdaderamente no lo es, supuesto que hoy se experimenta lo mismo, siendo asi que por eí movimiento propio de las estrellas se ha retardado éste por todo eí tiempo de casi un mes. 346. Si el mundo persevera 6000 afios, como dice el padre Zaragoza en la Esfera, Uegando entonces el Can Mayor con su movimiento al dodecatemorio de Libra, ť'quíén creerá que el calor grande y principio de los canicuiares será en septiembre? Y si fuera verdad que el Can Mayor en su orto heliaco causa los ardores del estío, ^quién duda que siempre que načiera con el Sol habia de producir este efecto?, aunque fuera en las provincias australes de los reinos del Chile, Buenos Aires, Paraguay y Brasil, donde este orto sucede a fines de abril y principios de mayo con poca diferencia, lo cual es tan contrario de la verdad que antes comienza entonces a introducirse el frio del invierno en aquelias partes. 347. Ojalá hubieran vivido en ellas algunos de los antiguos observadores para que, habiendo puesto el orto de la canícula por signo o índice de los fríos, hubiera ahora algunos que dijesen que una misma estrella en una misma postura era causa de cosas tan encontradas, como son los fríos y los calores. De lo aqui dicho se tnfiere haber er rado Zaragoza poniendo el orto de la canícula en aqueilos climas a mediado noviembre, y también Juan de Figueroa77 en sus Opüsculos de astrológia, impresos en Lima, aňo de 1660, en 4." diciendo que el principio de los canicuiares en aquella ciudad es a 30 de diciembre cuando, ascendiendo el Sol con 8° 24' de Capricornio, desciende la canícula con 8" 24' de Cancro. Cosa por cierto graciosa y digna de risa. 348. Pero dejando esto, si profundamente se especula el motivo que en estas anotaciones tuvieron los observadores antiguos, se hallará no haber sido otro que la variedad grande que entonces había en contar los meses y príncipar los afios; con que, no pudiendo por ellos seňalarles a los labradores los tiempos acomodados para las siembras, ni avisarles a los navegantes de las incomodi-dades del invierno, fue necesario valerse de cosa incapaz de variación y mudanza, como entonces se juzgaba el movimiento de las estrellas. Fúndome en la autoridad del mismo Gemino: «Como no podia anotar los particulares días, ni meses, ni afios en los que acontecían algunas de estas mutaciones, por razón de que los principios de los afios y los nombres de los meses no eran los mismos entre todos, ni los días eran contados de igual modo, por esto las mutaciones del aire fueron sefialadas por ellos mediante el nacimiento y ocaso de los astros, como mediante ciertos signos inmóviles y universales». Y que es ta curiosidad, mirada con viso de divinatoria y tecomendada con ei soberbio nombre de astrológia sea cosa sin fundamento y sin arte, fue también sentir de! mismo Gemino: «Porque esta parte de la astrológia carece de preceptos y no es digna de que se diserte sobre ella». 379 349- Doyle también que estas observaciones no hayan sido tan crasas y supinas como se ha dicho, si no en todo exactísimas y perfectas, teniéndose respecto en ellas al signo ascendente, al almuten de la figura o planeta predominante, a los Iugares de los restantes en ei Zodiaco y a cuantas otras cosas se repu tan hoy necesarias para juzgar las mudanzas del aire en la revoíución del aňo, en la entrada del Sol en los puntos cardinales o en las lunaciones de cada mes; y que mediante ellas conocieron lo helado de Saturno, lo fogoso de Marte y asi de los demás planetas y estrellas las cualidades. Doylo, advirtiendo que doy en ello mucho más de lo que me pueden pedir, y en retorno de lo que doy, quisiera saber: cQué observaciones son éstas? <;En qué Hbros se hallan? ^Qué autores las refíeren? 350. Diránme que son las de los antiguos egipcios y caldeos que las refiere Ptolomeo y que se hallan en su Cuadripartito, como se deduce del libro I. No me satisfago con la respuesta, porque en el citado capítulo sólo se trata de los fines, según la distribución de los egipcios y caldeos; y si todas las observaciones alli contenidas hieran las de éstos, ^quién duda que en otras partes lo expresará asi Ptolomeo? Instaránme que cuando asi no sea, que bašta la autoridad de Ptolomeo, que las refiere, para tenerlas por ciertas, ajustadas y perfectísimas. 251. ;Oh, santo cielo! ;Es posible que Claudio Ptolomeo, autor del Almagesto, principe de la astronómia, aquél que en el capítulo I de esta grande obra dice haberse aplicado al estudio y especulación de las matemáticas por la indefectibilidad de estas ciencias, y no al de la teológia y filosofía, por tener una y otra por fundamento las congruencias y conjeturas, aquélla por lo incomprensible de la naturaleza divina, que es su objeto, y ésta por la instable y no bastantemente averiguada materia de lo que trata: «Porque, en efecto, de aquí entendimos que los dos géneros de contemplación pueden llamarse más bien con el nombre de conjetura que con ei de ciencia suficientemente cierta, siendo lo teológico incomprensible y pudiéndose apenas conocer lo natural a causa de la inseguridad de su materia, y por ello pensamos que nunca pudieron haber estado de acuerdo los que filosofan!». jEs posible —vuelvo a decír— que éste dedicase su vigilancia y consumiese el preciosísi-mo tesoro de muchas horas en escribir de la astrológia, cosa que carece de fundamento, de reglas científicas, de acoluthía! 352. Crean esto otros, que yo no quiero, por estat muy de parte de Abraham Abenezra,78 donde niega ser composición y trabajo de Ptolomeo el Cuadripartito: «Así pues, una generalidad te digo, que todas las disertaciones que encuentras de Ptolomeo donde habla de los círculos son auténticas y ningunas otras más son de él; pero los juicios no son acordes con su ciencia». Y lo mismo Abdilazi en su Akabitzio o Introductory, cuando, hablando de varios Ptolomeos, dijo: «De los cuales un Ptolomeo fue el que saco a la luz el libro 380 del Aímagesto acerca de la causa del movimiento del círculo y cuanto hay en él de los planetas. Y otro de ellos sacó a la luz el libro De los jukios de los astros, atribuyéndolo a Ptolomeo, autor del Almagesto». Y aun del mismo sentir me parece Lucas Gaurico en la prefación a Domingo Palavkino: «Mas, si acaso escribió los cuatro Hbritos de los Apostelesmas y los Cien aforismos también, y si fue uno de los reyes egipcios no me atrevería a afirmarlo». 353. Pero doy que sea de Ptolomeo, autor del Almagesto, el Cuadripartito, y por serlo pregunto: ,;qué autoridad es la de este libro? Dígalo Abraham Abenezra en el Liber Nativitatis: «Y yo te prevengo para que no te apoyes mucho en las afirmaciones de aquel libro, pues no hay en él valor alguno». Lo propio dijo antes Albumazar, y contra lo que éste escribió dijo Abenezra otro tanto y, reprobando las observaciones de los antiguos, ^qué no dijo Cardano en general contra todos? ^Quién ignora haber afirmado Julio Firmico Materno que sus observaciones eran certísimas y no sabidas de los antiguos griegos? Albumazar de las suyas dice lo propio, y lo propio de las suyas Aben Ragel, Guido Bonato, Gaurico, Pontano, Juntino de que se infiere (aun en el sentir de los mismos astrólogos) el que ningunas de estas observaciones son legítimas y corrientes por la mutua disconveniencia de unos y de otros. 354. No puedo aquí contenerme sin que diga lo que de todos los astrólogos antiguos dijo Cardano, libro De ludküs Gemturarum: «De aquí se manífiesta la causa por la cual antes de nosotros nadie afirmó nada rectamente sobre estas cosas, pues es un asunto muy laborioso y ellos quieren con un leve trabajo realizar una empresa enorme. De aquí también se maniŕiesta la causa por la que inventaron tantas tonterías, especies, figuras, novenarias, porque no podían satisfacer a tantas cosas que le suceden al hombre sólo con la posic ión de los siete planetas, por lo cual inventaron estas fkrciones». (Y de dónde sabremos que lo de los antiguos es lo fingido y no lo que nuevo inventó Cardano? El mismo dice: «Es manifiesto que la astrológia está formada por una ciencia meticulosa de los movimientos y por la filosofia natural; y como la mayor parte no tienen ni una ni otra, y antes de ahora nadie tuvo ambas, no es nada de admirar que nuestros predecesores hayan agregado infamia a este arte». 355. Luego, si antes de los tiempos de Cardano nadie supo cientificamente la astrológia y lo que él supo de ella fue tan escogido y selecto que, asi el Concilio de Trento, como el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Espafia, mandó recogerlo y suprimirlo para que no corriese, <|qué podemos decir?, sino que asi como en su concepto todo lo de los antiguos fue disparate, lo suyo pareció mucho peor a los que mejor que él sintieron y no pudieron errar. Pues, aun aňade más el bien Cardano: «Los antiguos escritores de esta arte la trataron tan supuesta y superficialmente que en sus libros puedes encontrar ejemplos que la ley de los astros no admite, por lo cual no sólo es 381 conveniente huir de ellos, sino que quienes se figuran estar apoyados en sus libros, ignoran el arte y la mayoría de eiios sin sicofantas». 356. iQué diremos, pues, de Ias experiencias y observaciones de Set, de Noé, de Abrahám, de los antíquísimos egipcios, de los caldeos, que sirvieron de ŕundamento a la astrológia? čCuáles son?