LA TUMBA DE ANTIGONA MARIA ZAMBRANO Editorial Anthropos Barcelona 1986 [la primera ediciön fiie publicada en Mexico, Siglo XXI, 1967] PRÓLOGO Antígona, en verdad, no se suicidó en su tumba, según Sóíocles, incurriendo en un inevitable error, nos cuenta. Mas i pod ía Antígona darse la muerte, cíla que no había dispuesto nunca de su vida? No tuvo siquiera tiempo para reparar en sí mi srna. Despertada de su sueno de niňa por el error de su padre y el suicidio de la madre, por la anomal ťa de su origen, pqr el exilio, obligada a servir de gute a I padre ciego, rey-mendigo, inocente-culpable, hubo de entrar en la plenitud de la contiencia. El conflicto trágico la encontró virgen y la tomó enteramente para si; creció dentro de él como una larva en su capuílo. Sin ella el pro-ceso trágico de la fámilia y de la ciudad nohubiera podido proseguir ni, menos aún, arrojar su sen t i do. Pues que el conflicto trágico no alcanzaría a serlo, a ingresar en la categoría de la tragédia, si consistiera sola-mentě en una destrucción; si de la destrucción no se des-prendiera algo que la sobrepasa, que la rescata. Y de no suceder asi, la Tragedia sería nadá más que el relato de una catástrofe o de una serie de cil as, en el cual, a lo más, se ejemplifica el hundimiento de un aspect o de la condition humana o de toda ella. Un relate que no hubiese al- 201 canzado existencia poética, a no ser que hiera un inaca-ll bable llanto, una lamentación sin fín y sin finalidad, si esj que no iba a desembocar en la Elegia —lo que es ya otra-j categorfa poética—. En tře todos los protagonistas de la Tragedia griega, la muchacha Antígona es aqueíla en quien se muestra, con. mayor purezay más visiblernente, la trascendencia propia del género. Mas a cambio de ello le řue necesario el tiempo —el que se le dio y otro más—. Sobre ella vino a caer el tiempo también: el necesario para la transformación de Edipo desde ser eí autor de un doble crimen «sacro» hasta ser un «farmacos» que libera y purifica. Y mientras tanto^e] proceso destructor ávidamente proseguía devorando. La guerra civil con la paradigmá-tica muerte de los dos/|iermanos, a manos uno de otro, tras de haber recibido la maldición del padre. Simbolo quizá un tahto ingenuo%fc«toda guerra civil, mas valedero. Y el tirano que cree sellar la herida multiplicándola por el oprobio y la muerte. El tirano que se cree seňor de la muerte y que sólo dándola se síente existir. La muerte de Antígona deja ciertamente sin posibili-dad de rescate al tirano arrepentido, o más bien forzado a volverse atrás. Y de la contienda entre los hermanos sólo ha podido salvar la honra debida al cadaver del vencido. Quedaban flotando el arrebatado hnal de Edipo, la asfixia de Yocasta, la inesperada muerte del pálido Hemón, y aun: la vida no vi vida de la propia Antígona, cuya posibi-lidad sólo se actualizó en el llanto, camino del sepulcro. Como si solamente ella cumpliera enteramente el llanto ritual, la lamentación sin la cual nadie debe de bajar a la tumba. Se revela asi la verdadera y más honda condición de Antígona de ser la doncella sacriřicada a los «inferos*, sobre los que se alza la ciudad. Pues que los antiguos no ignoraban que toda ciudad está sostenida sobre el abismo, y rodeada de algo muy semejante al caos. Su recinto, pues hábí a de ser doblemente mantenido, sin contar con la otra dimension, la de los cielos y sus dioses. Una ciuáad se sos tenia entre los tres mundos. El superior, el terrestre y el de los abismos infernales. El mantenerla exigía sacrificio humano, cosa ésta de que los modern os no podrían ciertamente extraňarse.-El sacrificio de una doncella dej bia de ser un antíguo rito. Y ello tampoco, en verdad, de-bería suscitar asombro. El sacrificio sigue siendo el fondo ultimo de la história, su secreto resorte. Ningún intento de eliminar el sacrificio, sustituyéndolo por la razón en cualquiera de sus formas, ha logrado hasta ahora estable-cerse. Inevitablemente la figura de Juana de Areo se pre-senta consumida por el fuego, forma típica de sacrificio sagrado en toda su violencia. Y esa cadena de santas, don-cellas enmuradas, ofreciendo durante un tiempo que no acaba su pureza a la pureza de la fe, del amor que rescata y trasciende. Pues que la acción del sacrificio ha de cumplirse en los třes mundos: en la tierra, sosteniendo o preparando una arquitectura al par humana y divina o, por lo menos, sa-grada; en los abismos, aplacándolos y salvando de ellos algo que pueda salvarse y clame por ser incorporado a la luz, por ser dado a la luz y a la vida; en los cielos, en su forma más trascendente, el humo que puede ser también fragancia, aroma, del sacrificio que asciende más alto que la palabra, que la palabra sola, al menos. Y en ciertas pa-labras proferidas por el que oficía el sacrificio cuando la víctima es enteramente pasiva, paciente, y por la víctima cuando ella se ofrece, Uegan arriba como la corroboración del sacrificio, como su perfección total, pues que declaran al par el sufrimiento y su sentido. Son expresión y revela-ción humanamente sacras. Ninguna vtetima de sacrificio pues, y más aún si está movida por el amor, puede dejar de pasar por los infier-nos. Ello sucede asi, diríamos, ya en esta tierra, donde sin abandonarla el dado al amor ha de pasar por todo: por íos infiernos de la soledad, del delirio, por el fuego, para aca-bar dando esa luz que sólo en el corazón se enciende, que 202 203 sólo por el corazón se enciende. Parece que la condicic sea ésta de haber de descender a los abismos para ascei der, atravesando todas las regiones donde el amor es _ elemento, por asi decir, de la txascendencia humana; pri-,., meramente fecundo, seguidamente, si persiste, creadofyl Creador de vida, de luz, de conciencia. rí Pues que el amor y su ritual viaje a los inferos es quieti alumbra el naci mien to de la conciencia. Antígona la J muestra. Socrates lo cumplió a su modo. El los dos son las: victimas de sacrificio que «el milagro griego» nos muestra, nos tiende. Y los dos perecen por la ciudad, en virtud de las leyes de la ciudad que trasciende. Por la Nueva Ley, diríamos. Por esa Nueva Ley que guía y conduce, consume, «flagela y salva, conduce a los inferos y rescata de ellos» a cierJ;os elegidos Aciertos pueblos enteros en al-gunas ocasiones, inolvidables en esta nuestra tradición occidental-,'Pues se diría qMffJa raiz misma del Occidente, sea ia esperanza de la Nueva Ley que no es solamente ei intimo motor de todo sacrificio, sino que se constituye en Pasión que preside la história. Antígona es una figura, un tanto profética —del profe-tismo griego—, de esta pasión. Su sacrificio por ser obra de amor ab area los třes mundos en toda su extension. El de los muertos, a los que su piedad la lleva; una piedad-amor-razón que le dice que ha de estar entre ellos más que entre los vivos, como si su vida sobre la tíerra se le apare-ciese como una efímera primavera; como si ella fuera una Perséfone sin esposo que ha obtenido únicamente una es-tación: una primavera que no puede ser reiterada. El mundo propiamente terrestre donde ha nacido en el la-berinto de unas entraňas como sierpes; en el laberinto de la guerra civil y de la tiranía subsiguiente, es decir: en el dobLe laberinto de la familia y de la história. Y al realizar ella su sacrificio con la lucidez que le deseubre la Nueva Ley, que es también la más remota y sagrada, la Ley sin más, llega has ta allí donde una humana sociedad exista. Su pureza se hace claridad y aun sustancia misma de hu- mana conciencia en f stádo naciente. Es una figura de ía aurora de la concienctp. Por todo ello no p$día darse la muerte, ni tampoco morir como el común de los mortales. Ninguna víctima de sacrificio muere tan simplemente. Han de vivir vida y muerte unidas en su trascender. Que este trascender no se da sino en esta union, en Qstas nupcias. Y el suplicio al que Antígona hie condenada parece dado adrede para que tenga tiempo, un tiempo índefinido para vivir su muerte, para a pur ar la apurando al par su vida, su vida no vi vida y con ella, al par de ella, el proceso trágico de su familia y de su ciudad. Y esa ultima dimension de su condena, la que caracteriza a la tragédia griega, resplandeciente hasta el extremo en Antígona: el aban-dono; el abandono total de sus dioses. Pues que en la tragédia Antígona de Sófocles, los dioses no intervienen. Nin-gún oráculo divino le ha seňalado a esta muchacha su dešti no. Apolo nada le dijo y quizá por ello, ni él ni su her-mana Atenea se preocuparon de su suerte. Bien es verdad que Edipo tuvo el anuncío de sü destino y ninguna potencia divina bajó en su auxilio a la hora de la desdicha. Tal vez por eso fuese «el más desdichado de loshombres». Mas la tuvo a ella, a Antígona, y se le dio el tiempo del exilio en su compaňía, siendo arrebatado por las potencias te-rrestres, como lo fue Heracles, como un héroe o un semi-diós prometido a súperi or "Vi da. Mien tras que Antígona estuvo sola. Se le dio una tumba. Había de dársele también tiempo. Y más que muerte, tránsito. Tiempo para deshacer el nudo de las entrafias familiäres, para apurar el proceso trágico en sus diversas dimensiones. Y un morir, un género de morir conveniente para que dejara algo, la aurora que port aba, y para que saliera purifieada de lo que fue al mismo tiempo infierno y purgatorio, hacia su destino ultraterrestre, tal como siglos después dijera al-guien de sí mismo: *Puro e disposto a salire alte stelle». Resplandece en Antígona uno de los más felices hallaz-gos de la conciencia religiosa griega: la pasión de la hija. 204 205 No se dice con ello que sea el unico lagar donde tal pasiorff aparezca. Mas en nuestra tradition occidental es la Tra-* gedia griega donde se nos ofrece. Ya que el Islam que po-, dria mostrarnos la figura de Fatima, la hija adolorida del Profeta, sólo bajo el velo del incognito en tantos casos ha estado presente en la tradition occidental —Fátima «la resplandeciente» a quien sus desventuras de madre Ue-garon por ser hija, la hija que llegó a «ser madre de su padre », según la expresión del propio padre—. Es en la Tragedia griega donde, naturalmente, la pa-sión de la hija puede ofrecer el modo propio de este género, donde lo divino se entremezcla a lo humano. En lo sola-mente humano se da el drama, la comedia, cierto tipo de novela y cierto tipo de historias. Mas en verdad, cuando todo ello aJcanza la digijfrdad suprema de su propia cate-goria, quedan siempre flotando por oculto que esté Dios, los dioses. Por cerrado^pje sea el silencio de lo divino, en un remoto horizonte se abre una cierta llamada; un solo punto al que todo el conflicto se remite. Y sucede también que, cuando el silencio es la unica respuesta para el humano clamar y la humana alabanza, llega a adquirir con-sistencia, casi entidad. Y es entonces más, mucho más que un personaje con su voz. La pasión de Antígona se da en la ausencia y en el silencio de sus dioses. Se diría que bajo la sombra del Dios Desconocido a quien los atenienses no descuidaron de eri-gir un ara. Como se sabe, san Pablo al pie de ella anunció la resurrección ante el silencio de los atenienses. La ver-tiginosa promesa creó un silencio en vez de una ciega precipitation, de las muchas en que se engendra la história apócrifa —no por ello menos cierta— que recubre la ver-dadera. Y asi la história apócrifa asŕixia casi constantemente a la verdadera, esa que la razón filosófica se afana en revelar y establecer y la razón poétíca en rescatar. Entre las dos, como entre dos maderos que se cruzan, süfren su suplicio las víctimas propiciatorias de la humana história. Ya que en el símbolo de la cryz podemos encontrar el eje vertical que seňala la tension aß Jo terrestre hacia el cielo, como la linea mas directa de ioflujo del cielo sobre la tierra, eje igualmente de la figura de la humana atención en su ex-tremada vigilia, y de la decision en su firmeza. Y en el eje horizontal La direction paralela al suelo terrestre en que el mismo suelo se alza y, aprisiona los brazos abiertos, signo de la total entregadel mediador; de esa entrega completa de su ser y de su presencia, en virtud de la eual el ave puede ser capturada, supliciada. (V. René Guenin, Le symbolisme de la Croix.) Y la história misma apócrifa se encarga de que tal figura sin de jar de ser una cruz se desfigure y sea un aspa. Pues que en la cruz aspa da los dos ejes aparecen con el mismo valor y se ha abolido, ademas, la direction vertical que es la que a los servidores de la história, apócrifa más les desasosiega. Y a la víctima fijada en ella se le hace girar, ir recorriendo todas las posibles posiciones según el viento que corre, según las intenciones y conveniencias de quienes disponen de ella. Y el movimiento tantopuedeser de izquierda a derecha como de derecha a izquierda. Y .si se queda quieta, el aspa tiene la figura de una equis, de una incognita. Pues que todo parece indicar que los lugares preeedan a las funciones que desde ellos se cumplen. Y asi la función de mediador se encuentra hoy sin lugar adecuado alguno para ejercerse, y el llamado a ese oficio sin medio alguno de visibilidad. Y asi, la acción primera, originaría y primordial de los primeros mediadores y, huelga deoirlo, del Mediador sobre todos, ha debido de consistír en abrir espacio, el espacio propio, cualificado donde su función divina en un caso, humana mas siempre bajo el peso de lo divino en algún modo, se verifica. La ambigüedad en la actitud y el gesto; el equívoco, la tergiversation en la pa-labra es la primer a barrera que circunda el espacio donde la acción y la figura del mediador aparecen. La Tragedia griega es un espacio pri vilegiado para que 206 207 la figúra de una cieria especie de mj&diador aparezca. Vu* mediador que cumple o ha de cunlplir una hazaňa ŕueraj de lo común; un robo a los dioses en favor del hombre, undf serie —zodiacal—- de fatigas por las que monstruos am-biguos y amenazadores quedan vencidos; crimenes oblí-gados, realizados bajo un mandato irresistible depositadó en la conciencia del actor o bajo ella. El protagonista, en su accíón lícvada a cabo en una verdadera pasión, es ya un actor y con él todos los que le rodean, salvo el adivino y el coro, que saben y profieren un juicio y a moral y a veces moralista, que el protagonista, poseído por su pasión, no puede tomar en cuenta. Pues que la moral está en otro piano que a él no le toca. La moral, la razón viene después y sólo después que él ha^purado su padecer activamente. Dirlamos que la moral esJa herencia que el padecer del protagonista deja, graciayprecisamente a esa ybris que le reprochan. Pues que sin^ella, sin el delirio correspon-diente, las acciones extraordinarias, entre los dioses y los hombres, entre el destino y la naciente libertad, no se cumpliría. Dioses y hombres necesitan de esas máscaras bajo las cuales lo humano y lo divino se entremezclan para después dividirse según una medi da justa o a lo menos válida para la posibilidad de lo humano. Los dioses se agotan en la lucha antes de dejar la herencia a su heredero, y proeuran devorar al protagonista, al portador de esa profecía llamada hombre, tal como entre sí hicieron. Urano mantenía encerrados dentro del seno de la madre Gea a sus propios hijos. Cronos, mediador primero entre los dioses, los libera. Libera y oeuka, tal como el tiempo ya humano seguirá siempre haciendo, y devora y restituye tal como la história rehacia a los humanos designios y prosigue haciendo ante nuestros ojos. Zeus, padre de todos, parece traer la estabilidad simbolizada por la piedra provocadora depositada al pie del monte que sirve de mo rada a los dioses. Piedra que simboliza un término y un comienzo, un limite por tan to, la primera piedra del cerco que cireunseribe lo humano; ara de un posible y necesario pacto. Pues que sólo tun pacto que seňaía un limite entre el ilimitado empuje de los dioses y la no menos ilimitada pasión de ser del hombre puede aportar la estabilidad —la siempre amenazadora y exigua estabilidad de ías huma-nas construcciones—. Mas la avaricia y el $emor de Zeus —este padre que parece traer la estabilidad— harán pagar a Prometeo su «crimen» en favor de los mortales a los que solamente algo proveniente de los dioses y de su mundo —ŕuego, artes— puede mantener n su mortal vida aquí sobre la madre Tierra. Pues parece que la pasión de estos dioses fuese que sus propios hijos, dioses también, quedaran sepultados en el seno de la madre, o bien ocultos en el pecho del padre, y la no menos enconada de que el hombre no acabase de nacer. A esta luz, el error de Edipo se aparece como un paso más en la procesión que Hesíodo nos da a ver en su Teogonia, Y la pasión de Antígona, la pasión de una hija, era ineluctable, porque lo era igualmente el que los varo-nes herederos ŕueran dos y muriesen, entremuriéndose tan to como entrematándose. La doble culpa de Edipo como padre y como rey había de repartirse entre su prole, aunque no como repetición del hecho culposo, sino sim-plemente como ceguera, la ceguera propia del que está naciendo, que le impide ver el limite —sacro en este caso—. Sobre ellos, varones, cayó en verdad la herencia del rey, de aquel ímpetu primero que cegó a Edipo en an-sia de querer coronarse sin mirar; sin detenerse a mirar síquiera eí modo que el destino tan fácílmente le ofrecía —sin sospechar siquiera que bajo la naturalidad con que el destino ofrece un don se agazapa, paradójicamente, la maxima transgresión a la ley natural—. Mas al caer sobre la hija, una sola, Antígona, la herencia de Edipo-hombre más que la de Edipo-rey, cayó sobre elia aigo esencial que no puede dividirse y por ello no tenía por qué caer sino de refilón sobre la otra hija, Ismene, que sólo en tanto que hermana tu vo parte en la tragédia. No podía desdoblarse esta esencia en dos contrarius que lu- 208 209 chan entre sí. Esta esencia era sustancia, materia primqt de sacrificio que el sacrUicio solo jiuede consumir. Ma*^ para que el sacrificio se consuma eficazmente hace faltar. 1 la presenci a operante de algo puro, Antígona en este caso,/ que por su sacrifico logra no sólo rescatar la culpa familiar sino que su pureza ■—su humana pureza— se haga trascen-dente. > Y mientras, del lado del poder la lucha de los hermano* hace ver la persistencia de un algo que frente a la pureza y a la ley de Antígona še torna en pasado, en pasado a sepultar: la antigua pretensión de poder ciega de los dioses y de los reyes-tiranos que Uega siempre desde afuera, o desde adentro y si es asj desde muy adentro, para ensan-char la ciudad y adensar el poder sobre ella. Hoy, desde tan lejos, p££lemos suponer que el hermanó que Uegó desde afuera —exógamo— sobre Tebas viniera a rescatarla" traldo por ese^fcwrňo en que se concreta la es-peranza de íiberar la ciudad del excesivamente denso poder énsombrecido por la endogamia llevada más allá de toda ley. El hermano de Antígona, que la condujo irresis-tible, fatalmente a la muerte no pudo llegar, según las paradojas de la tragédia, más que en ansia de llevarla a ella y a su ciudad, hacia la vida. Y asi, aunque ninguna alusión encontremos en el texto de Sófocles ni, que sepa-mos, en ninguna leyenda, Ilega a la mentě la idea de un cierto parentesco, de una cierta analógia entre Polinices, el hermano de Antígona que Hega sobre Tebas, y Oreste, el hermano de Electra, el hermano absoluto, por asi de-cir, el que Hega vengador-liberador para rescatar al par el poder énsombrecido y la hermana víctima de los errores encadenados de todo un linaje. Las diferencias de situa-ción y aun de la accíón que se desencadena por la llegada del hermano absoluto son tan e viděn tes que no se hace necesario el seňalarlas. Lo que sí salta a la vista por el contraste entre las dos trágicas situaciones es que se tra ta de la fraternidad: de una fraternidad que se debate bajo la fatalídad sombríarque es la fraternidad la verdadera protagonista entre las tinjeblas legadas por el reino del padre y de la madre —de la madre que no supo ver en el caso de Yocasta lo que Edipo no vela, sustraerse al mal que los excesos de Agamenón le aportaron hiriéndola en su condición de madre y de mu jer, en el caso de la oscura, entraňable Clitemnestra—■. Es la fraternidad, sin duda alguna, lo que aflora, lo que se presenta como naciente protagonista, como necesario protagonista redentor: lo que va a desatar el nudo del mal; es la relación entre una hermana sufriente, fiel, esclava y un hermano que regresa portador de la libertad, heredero sin duda, al menos en su pretensión, de la autoridad del padre según una nueva ley nacida de la luz que se insinúa. Mas de la luz que exige lo incomprensible, en eJ caso de Oreste de un modo inapelable y manifiesto. Y se nos apa-rece asi esta relación rraternal como crucífícada entre la sombra heredada, la maldición que se arrastra en las ti-nieblas, y la luz que se anuncia: la luz prometida. Emerge intermitentemente esta relación de la pura fraternidad, como el voto secreto del hombre que se debate en el Iaberínto de los lazos de la sangre atraída por el poder o, más bien, por el anhelo de poder que ciega y ena-jena. Sólo después de una cadťna de culpas, de errores, de deJiríos Uega el instante del reconocimiento, de la identi-fícación: el protagonista se reconoce como sujeto de su culpa; se libra con ello de ser el objeto, el simple objeto sobre el que ha caído el favor o la condenación del destino que planea sobre los hombres y sobre los dioses. Y asi, en este instante que viene a ser como un punto, la balanza seňala la equidad: dioses y hombres aparecen igualados. Igualados también el privilegio y la culpa, y el ser y no-ser de la condición humana se reveia inversa-mente al ser y no-ser de los dioses. En el hombre el ser sujeto de culpa produce un exceso, un cierto exceso que bien podría llamárse trascendencia que le sitúa como protagonista absoluto, por encima de los mismos dioses; se 210 211 hace en torno suyo un vacio hasta entonces desconocidoj la ciudad no lo acoge; no encuentra iugar alguno ni eturtf™ los vivos ni entre los muertos; se le revela su soledad, Una" soledad que unicamente el Dios desconocido, mudo, re-, coge. Paradójicamente, el fruto de la fraternidad es esta\ soledad, lo que aparece con evidencia en el caso de Antk gona —la mis ma hermana, la hermana absoluta «auto-adelfa», como dice el texto de Sófocles—. Es en ella, en Antigona, en la que se cumple hasta el fin el proceso de la «anagnorisis», en que una humana criatura sin culpa pro-pia, singular, se convierte en sujeto puro, diriaroos, de pro-fética soledad. Abandonada por los dioses, aun por aquella Atenea muchacha como ella, como ella hija del padre: atención desvelada en que la conciencia se revela, clari-dad que comienza a deswenderse del combate entre la luz y las sombras: aurora. Mas Atenea no comparecíó, según hace para asistir a Orveía por primef^yez. Nacía asi entrando en la cueva oscura, teniendo que ir consumiéndose sola, entrán-dose en sus propias entraňas. A la que objeti va, impasible declaraba la verdadera ley sobre la pasión, se le impuso muerte porentranamiento. Diáfana, sin sombra y sin imagen, se la hacía entraňarse, morir como si se suicidara desde adentro y mientras se consuma, verse, estar frente a su imagen por primera vez. ,;Iría a aceptarlo? Sófocles no podia admitirlo, no podia dejarla morir de este modo. Halló para ello el recurso del suicidio desde fuera, de ese suicidio que consiste en matarse por librarse del otro, del tenerse que ir muriendo, entrándose en las propias entraňas hasta encontrar el punto donde la boča de la muerte se abre y desl izarse en su angostura hasta ser por ella be-bida, tal como la víbora, su totem tebano, hace al embe-berse en la tierra. No era posible que Antigona, que había trascendido la ley de su propia ciud&d y la misma família y sus dioses, tuviera que seguir en su modo de morir el paradigma del totem ancestral del terrufio natal; el sólo haber andado en el destierro le dispensaba de morir asi, según la manda- ban. Mas tampoco podia darse la muerte, según Sófocles dice. En verdad no podia morir de ninguna manera Antigona, A no ser que se acepte un modo de muerte que es tránsito; ir dejándose aqui la vida y llevándose el ser, mas no tan simplemente. Pues que en criatura de tan lograda unidad ser y vida no pueden separarse ni por la muerte. La vida lo es de un ser afectado sin duda, por la muerte. U n modo de muerte que lo re vela y con ello le da una nueva vida. Pues que la muerte oculta a ciertos «seres» cuando les llega y revela a otros revelando la vida inextin-guible: en la história y más allá, en un horizonte sin tér-mino. Un trascender revelador al que es preferible llamar tránsito, cuya imagen más fiel es el adormirse. La ocultación se produce de otra manera en esta clase de seres —personajes y excepcionalmente humanas cria-turas—: una tumba cuando se les da y un tiempo de ol-vido, de ausencia como en el sueňo. Con este olvido se les da tiempo. El tiempo que se les debe, que coincide con el tiempo que los humanos necesitan para recibir esa reve-lación, claros que se abren en el bosque de la história. Ya que el bosque, dicho sea de paso, se configura más que por los senderos que se le pierden, por los claros que en su espesura se abren, aljibes de claridad y de silencio. Templos. Cuando el hombre quiera saber de es tos claros en lugar de seguir el imperat^vo de recorrer sus senderos, Ja história, el pensamiento, comenzará a desenmaraňarse. Los claros que se abren en el bosque, go tas de desierto, son como siíencios de la revelación. La ocultación es tiempo nocturno del que todos los seres vivientes de acá necesitan para seguir viviendo. La dis-continuidad dentro del dominio del simple vivir prefigura la discontinuidad de la história. Tiempo de germinación en la oscuridad debido, más que a nadie, a quienes actua-lizan de algün modo la promesa de la resurrección, como individuos, y a la ley de la reaparición que modula la história. Sin discontinuidad la história quizá no existiría, o 214 215 séria muy diferente: acumulación o duration sobrepue a la vída. La tumba en que Antigona ŕue encerrada viva guardó durante un tiempo —el que se le debia— viva, cc sumiéndose en la ultima etapa de su vida —una vida ■ que gracias a un sex sacrificado se recapitula la histot de un linaje, de una ciudad en forma de que el trascenc a modo del humo del sacrificio se eleve y al elevarse haf visible y asequible su sentido universalmente, para toc«^i linaje y aun más todavía para toda ciudad. Un sacrificio/ vivificante, como todos los de verdad. Eneste caso gracias^ a la palabra poetica, virginal también ella—. Y asi aparece la muchacha Antigona imposibilitada también de darse muerte ante todo y aun de morir al modo -común, como suele sucejg^r a los personajes en quienes la | verdad encarna h asta hacerse profecía. Bien es cierto que la verdad es. siempre pi^^cía y que por ello resulta tan, indecible, por inefable o por dicha antes, del tiempo en que no cuesta y a el decirla. Y por inagotable. Corre la verdad la suerte de sus mantenedores; con ellos desaparece en un instante de entre las cosas visibles y entra con ellos en la tumba, lugar entre todos apropiado para la germination. Aquí, en la história, lo que enestas tumbas de la verdad germina y trasciende no es visible sino en ciertos momen-tos, en otros no se ve y nunca acaba de verse. Nunca puede ser apresada en un concepto, ni en una idea, como toda verdad en estado nacíente. Y la humana criatura que la mantiene al par que ostenta una indestructible unidad, ofrece variaciones en su forma que, ciertamente no la al-teran. Como la aurora, como la fragancia de la flor recién abierta, como ellas se trasfunde sin perderse. Y su unica manera de ceder es desaparecernuevamente, creando con ello una angustia y una mudez que se van anudando con-forme dura el tiempo de la ocultación. Es una estirpe la que Antigona funda o a lo menos nos da a ver. En el lenguaje de hoy, un arquetipo. Hace recog- noscibles a personajes poéticos y a humanas criaturas conduciendolas, como ella se conduce, más allá y por en-cima de si misma. Es la estirpe de los enmurados no sola men t e vivos, sino vivientes. En lugares seňalados o en medio de la ciuda J entre Jos hombres indiferentes, dentro de una muerte partial que les deja un tiempo que los en-vuelve en una especie de gruta que puede esconder un prado o en un jardín don de se les ofrece un fruto puro y un agua viva que les sostiene ocultamente: sueňo, cárcel a veces, silencios impenetrables, enfermedad, enajenación. Muertes aparentes. Lugares reales y al par modos con que la conciencia elude y alude, se conduce ante estas criaturas. Y ellas se ocultan y reaparecen según números des-conocidos. Vuelven en una aparición que progresa al modo de la aurora. Trescientos aňos durmieron en su ca-verna los siete Santos Ehirmientes hasta resucitar visible-rnente, cayendo luego en definitiva muerte. En Éfeso, se despiertan ciclicamente en las conciencias devotas, según el muy eminente Louis Massignon, al despertarlos ahora, nos cuen ta. Simplicidad, pureza, nitidez sella n a estas figuras ha-ciéndolas recognoscibles. Lo que en ellas se afirma y res-plandece es su condición de criatura —figuras, palabras del primer Poema; memoria, despierta del «Fiat Lux», al que se les ha dado responder con el «Fiat mihi» de la criatura primera, sin que ellas siempre lo sepan—. Criaturas virginales de larga vida, pues que cuando se les acorta, se les da un tiempo propio, inalienable. Dice Dilthey a pro-pósito de Hölderlin: «Existe la vieja creencia de que los dioses se manifiestan y revelan el porvenir de las cosas en las aímas virgenes. En este estado de pureza de alma y de impoluta belleza de su ser, piadosamente guardado rivia Hölderlin». Profetas pues, estas almas, mas no sólo y no tanto de las cosas del porvenir, sino del ser del hombre que en ellas resplandece como una profecía. Lo más humano del hombre, al menos corno se nos sigue apareciendo hoy, es la conciencia. Y es la conciencia 216 217 la que ammbra Antigona, la aurora que reit era en — una de sus reapariciones. Sin duda esta tragédia de Sť cles es entre todas (as que de este autor y de todos . demás conocemos la más cercana ala fiiosofía, aunque haya sido por motivos estrictamente filosóficos por 1 que haya atraido a Kierkegaard; él era a su modo de especie «Antigona» por su deatino de hi jo, por su bu queda, ya que el filósofo ha de buscar siempre del esta« iniciál en que se es sin más criatura; por su apetencia__ fraternidad —su conflicto habia de resolverse en el mundoj de los hermanos, en el del Hijo—; por su soledad insalvaH ble. Tampoco ha atraido a poetas como Hölderlin por lal acabada poesia en que su ser diáfanamente se logra. La| vocación de Antigona vr—o la .vocación «Antigona»— pre-j cede a la diversificación entre filosofía y poesía, ésta antes j del cmoe en que el filós$o y el poeta con tanto desgarra-; miento en algunos se separan. Cuánto esfuerzo para no; volver la vista a trás. In Aitesfuerzo en ciertas etapas de la história, ya que en ellas este pasado se revela como el princi pi o, como el origen asimilable a la patria primera del hombre ya en la Tierra. Mas lo que el sacrificio de Antigona ofrece es la con-ciencia, si. Una conciencia en estado naciente que se des-prende del sacrificio de un alma, de un ser más bien, en su integridad. Una conciencia que más tarde en la filosof f a aparecera como nacida de un sujeto restringido, de un Yo que por ella cobra existencia. El sujeto llegará a ser el sujeto p uro, mas sin que se haya purificado como conven-dríao, al menos, sin que se nos haya enseúado cómo se ha ido purificando. Y nadá tiene de extraňo el que desde esta pureza el «Yo» en la conciencia a él confiada se haya ido haciendo cada vez menos p uro y más Yo, se haya ido hun-diendo hasta coincidir con el « Yo empirico» hoy llamado Ego, y aun más abajo. Asi va el hombre hoy, aunque justo es decirlo, no sin avjdez a veces exasperada de «anagno-risis», de reconocerse en un niti do espejo, que no le arroje su condena. Mientras que la conciencia en «estas aímas vfrgenes» no depende de ningún yo. El sujeto es todo el ser que se ha ofrecido más allá de la vída y de la muerte, que ha dado su respuesta única, en un fiat que en un solo instante ha tornado para sí todo el tiempo. La conciencia nacida asi es claridad profética que la aurora inexorablemente nos tiende, un hu mano speculum justitiae en que la história se mira. Sería mortal riesgo mirarse en el speculum justitiae, si no viniera del sacrificio. Si no fuese al par que profético, vivificante. A Antigona pues, le fue dado yexigido al par un tiempo entre la vida y la muerte en su tumba. Un tiempo de multiples ŕunct'ones, pues que en él tenia ella que apurar aunque en minima medida su vida no vivida y más que en la imaginación —a ella tan extrana— ofreciendo a todos los personajes envueltos por el lazo trágico, a todos los ence-rrados en el círculo mágico de la fatalidad —destino el tiempo de la luz, el tiempo de que la luz nečesaná pene-trase en sus entraňas—. Ya que el círculo mágico era el cerco de un laberinto; del laberinto de las entraňas familiäres vueltas sobre si, y de la revuelta constitución de la ciudad. Más bien, de los cimientos de la ciudad, sos inferos. Antigona en su tumba es una presencia. En la vida co-mún la persona, en el mejor de los casos, Uega a haoer esa su mascara un tanto transparente y al par animada, pues que no hay que olvidar que de luz de vida estamos tra-tando. Mas en la vida de una persona humana, por dada que sea a la luz, hay siempre una oscuridad y en ella algo que se esconde; la persona resiste a la luz en los mejores casos tanto como la busca. SóloporeJ sacrificio sedeshace esta resistencia —sacrificio no visible en muchos casos y en otros cumplido en instante violenta y visiblemente, mas incubado desde un principio—. Y asi, la persona nunca está del todo presente ni para su propia conciencia y a veces para ella menos aún que para la de ajenos ojos. La presencia Integra la logra sólo 218 219 el desposeido de ese nücleo de oscuridad reacio a hacerwM visible. El desposeido que es tambien el desenajenado. Y \ poco importa que a quien esto ha llegado le sigan doliendo sus heridas y sienta que se le abre y ensancha esa herida formada por Ia juntura imposible de su ser y de su no-ser; de lo que ha sido y de lo que podria haber sido, de su posibilidad y de la reatidad impuesta. La visiön de la vida no vivida atormenta a la victima en trance de desposesiön o de desenajenaciön. Pues que solamente la libertad, cuando se acerca, hace visible la esclavitud; ünicamen-te cuando la identidad del ser que naciö humanamente se aproxima, la enajenaciön en que viviö se apura, se con-suma dändose a ver. Antigona entro en^su tumba, segün Söfocles, lamen-tando sus nupcias no habidas. Entra delirando. Y solo en-tonces vishsmbra, aunc$te el poeta no lo manifieste, que no le fue consentido tener esposo para que en ella, por su total säcriffcio, se deshhttera el nudo familiär y quedase para siempre de manifiesto la diferencia entre la ley de los hombres, la de los dioses y la ley verdadera que se cierne sobre ellas: la ley por encima de los dioses y de los hombres, mäs antigua que ellas, y de la que ellos solamente son profecia diäfana, como en Antigona, o en deformada imagen como en toda forma de poder que a ella no se plie-gue. Supo entonces que no se le hablan consentido las hu-manas nupcias porque habia sido, desde que naciö, devo-rada por el abismo de la familia, por los inferos de la ciu-dad. Y entonces se desatan al par su Uanto y su delirio. Llora la muchacha —como llorö Juana camino de la ho-guera, como han llorado sin ser oidas las enterradas vidas en sepulcro de piedra o en soledad bajo el tiempo—. Y el delirio brota de estas vidas, de estos seres vivientes en la ultima etapa de su logro, en el ultimo tiempo en que su voz puede ser oida. Y su presencia se hace una, una pre-sencia inviolable; una conciencia intangible, una voz que surge una y otra vez. Mientras la historia que devorö a la muchacha Antigona prosiga, esa historia que pide sacri- 220 ficio, Antigona seguira delirando. >«?*-^*^ miliar, la de las entranas, exija sacnHao, ™«n,r" la dadTsu ley no se rindan, ellas, a la luz viyificante. Y no »rleZnoasiquealguienescuchees.edelinoylo.rans- criba lo mäs fielmente poslble. 221 Antígona Vedme aquí dioses, aquí estoy> hermano. ^No me es-perabas? ónde los dioses, dónde? ^Adónde se fue el amor, y los dioses, adónde?— Y ahora es de noche, la noche. Ahora cs la noche. Iré a nacer aquí, ahora. Me han devuelto a la prisión de donde no había salido nunca, prisionera yo de naci-miento. tCómo iba yo a nacer, a nacer como todo el mundo, hija de mis padres?<[Podían ellos engendrarhijos más que en una tumba? (Cómo iba yo a ser novia; eso: una novia, la novia? En la muerte y sin tierra. Nunca se me dieron juntas, como es sabido. Pude enterrar a mi madre, eso sí, y me dio mucha confianza. A mi padre, vivo aun, lo devonů la tierra; se abrió aquella cueva. ^Gime todavía vivo como yo, o era acaso un pobre dios buř lado por la condición humana? i A quién volver los ojos, a vosotros dioses que me dejasteis sola con la piedad? Y ahora no siento ya piedad alguna, no siento nada, como si no hubíese ni tan siquiera comenzado a revol-verme en el vientre de mi madre. Sombra de mi vida, sombra mia. Una muchacha yo, nada más que eso. Y <]o fui? ^He sido alguna vez sola-mente eso, una muchacha? iPor qué veo esa sombra?, čes la mia? t'Hay luz de nuevo aquí? No, no es de ahora, no puedo ser esa muchacha de quien es la sombra; ligera, alta, fragante. No lo fui nunca. Y ahora hay o tra sombra. ť*Eres tú, hermano mlo, que más dichoso que yo, recibi-do por la tierra al fin, vienes a buscarme? čMe U*aes el agua, los aromas, me darás tu mano para llevarme del otro lado? Eres tú, mi hermano. čMas cuál, cuál de los dos, cuál hermano? Sueno de la hermana No estabas allí ni aquí, Isme ne, mí hermana. Esta bas conmigo. Y era esta tumba; pero no, ya no era una tumba. Estábamos, sí, apartadas; podíamos salir, faltaba todo un muro, y una grande claridad se derramaba dentro, y una luz blanca afuera, que no era en verdad afuera, sino un lugar abierto que seguía. Aquí, de este lado (seňalando a un lugar), un corredor estrecho, y allá, al fondo, una escalerita. Algunos hombres, no sé quiénes, pasaban por ahí sin entrar sabiéndonos aquí, juntas y aparte, věstidas de blanco las dos. Algo nos había sucedido. Estábamos como entregadas, como habiéndolo reconocido todo, un todo 226 227 que nos pedian reconociesemos; pero algo mäs pusimos por nuestra cuenta, algo que nadie sabfa: nuestro secreto. Porque, hermana, nosotras tenemos nuestro secreto, lo tuvimos siempre. De ninas, cuando jugäbamos, y cuando nos peleäbamos —«no quiero jugar ya mäs contigo»— ese secreto estaba entendido. Nuestro secreto. Todos sabian que lo teiüamos. Pero nosotras nunca aludiamos a el. Y ahora, yo no sabrfa tam-poco decirtelo. No es de decir. Eso es. Era de jugar, de jugar nuestro juego interminable. Despues era de hacer, de hacer eso que yo sola hice: acompanar a nuestro padre; despues ir a lavar a nuestro hermano maldecido. Y tu no viniste; y despues, si, ya me acuerdo: tü quisiste morir conmigo. Pero yo no te deje\ Y^l, el hombre ese del poder, el que mandaba. —£ Todavia esta ahi mandando?— El que manda para condenar pareciö obedecer a mi voluntad —pues que en algo me tfjn^a que obedecer el a ml— Y no te condeno a muerte, quiero decir: te condeno a vivir sin mi —el condena siempre— y con la angustia de haber per-dido el secreto, como un anillo que se rompe y ya no le sirve a nadie. Pero no, Ismene, no, hermana. Tü no tenias que venir conmigo a lavar a nuestro hermano sin honra, porque mira, ya estä claro, la lavandera soy yo. Esto debia de estar dentro del secreto sin que lo supie-ramos. Porque un secreto de verdad es un secreto para todo el mundo, y mäs todavia para aquellos a quienes liga, No, nosotras no sabiamos y sabiamos, senüamos nuestro secreto, el de nosotras solas, solitas. Un secreto nuestro de hermanas solas. Hermanas siempre, Ismene, ya lo ves. Yo fui, tü no fuiste. Pero eso estaba en el juego, tte acuerdas? En el juego yo era la que pisaba mäs veces raya y siempre perdta, por eso, por eso solo. En todo lo demäs era avisada, pero pisaba siempre raya, y siempre estaba yendo y vi-niendo. Ana, nuestra Ana, me lo decia: «Nina, nina, que 228 no vayas y vengas tanto, que eso no estä bien». Yo pase la raya y la traspase, la volvi a pasar y a repasar, yendo y viniendo a la tierra prohibida. Le hubieras visto, hermana. Estaba sobre una rocarroja de su sangre. Ja sangre hecha ya piedra, y yo derrame^ mucha agua, toda la que pude sobre ella, para lavarla, a ella, a la sangre y que co-rriera. Porque la sangre no debe quedarse dura como piedra. No, que corra como lo que es la sangre, una fuente, un riachuelo que se traga la tierra. La sangre no es para quedarse hecha piedra, atrayendo a los päjaros de mal agüero, auras tinosas que vierten a ensuciarse los picos. La sangre asi, trae sangre, llama sangre porque tiene sed, la sangre muerta tiene sed, y luego vienen las condenas, mäs muertos, todavia mäs en una procesiön sin fin. Eche agua, toda la que pude, para calmar su sed, para darle vida y que corriera viva hasta que se empapara la tierra, hasta embeberse en la tierra. Porque de la tierra luego brota. Que la sangre quiere brotar. Brota en un manantial, en una fuente donde los päjaros, tambien los de mal agüero, beben y se lavan el pico, y con el se alisan las plumas y entonces se vuelven buenos. Lo rojo de la sangre, la tierra se lo queda para därselo a las flores, esas que nacen porque si, las azulinas, las violetas, las amapolas que nacen donde menos se las espera. La Tierra lo arregla todo, lo distribuye todo.Bueno, quiero decir estas Cosas, si Ja dejan. Pero no Ja dejan, no. No la dejan nunca ellos, los que mandan. ^La dejarän alguna vez que haga su tra-bajo en paz? Le sustraen los muertos, o se los echan con una maJdicion atada al cuello. Y luego, ime ves aqul?, le echan criaturas vivas, vivas como yo lo estoy, mäs Viva que nunca, viviente de verdad. Pero, oye hermana, tu que estäs todavia arriba sobre la tierra, öyeme: ^Me diräs cuando la pelusa de la prima-vera nace sobre esta tumba? Dirne: iCuando nazca algo, dime si me lo vendräs a decir? Estoy aqui en las entrafias de piedra, ahora lo se, condenada a que nada nazca de mi. Virgen era, me trajeron no a la tierra, a las piedras, para 229 que de mi ni viva ni muerta nazca nada. Pero yo estoy aquf delirando, tengo voz, téngo voz... Es abril, sigue siendo abril, el toro celeste m archa por el cielo y envía la lluvia. La tierra se esponja, hasta aqui huele a tierra mojada. Ahora no luce ya el Sol, y comienza a estar claro, tan claro. Qué claridad sin brillo, mejor asi, el Sol no deja ver, ahoga la claridad. Ahora es como si comenzara a ver, se está poniendo todo tan claro. Y ahora que se está poniendo claro, vete. Me tenderé aquí como si estuviese ya muerta para ver, a ver... qué importa? ^No estoy yo aquí sin tiempo ya, y casí sin sangre, pero en virtud de una história, enredada en una história? Puede pasarse el tiempo, y la sangre no correr ya, pero si sangre hubo y corrió, sigue la história deteniendo el tiempo, enredán-dolo, condenándolo. Condenándolo. Por eso no me muero, no me puedo morir hasta que no se me dé la razón de esta sangre y se vaya la história, dejando vivir a la vida. Sólo viviendo se puede morir. Edipo Ah, ^entonces eres un dios?, más pareces un hombre ^eres un hombre? ^Eres tú, tú, el hombre? Edipo: Antígona, Antígona, niňa... Antígona: Niňa... čentonces eres mi padre? Creí que eras un dios. Edipo: No. No lo sé, soy Edipo. Antígona: <de dónde vienes?, dime, dímeío de dónde vienes. Te perdí de vista entonces. Desde aquello, ya no te vi más. Y nadie me dijo de ti nada, y yo no sabía si... Ana: Yo, Nina, tú sabes, soy una de esas personas de las que nadie sabe nadá, de las que nadie puede saber ni dar ninguna noticia. Yo nunca fui a ninguna parte: ni sali. ni entré, y pocos fiieron los que me vieron. Ni siquiera cuando me tenian delante de los ojos me veian. Aun de moci ta era asi, no sé si por mi culpa. Como yo estaba cierta de que no me veian, ča qué nie iba a hacer presente? Cuando hablaba o canturreaba un poco me escuchaban, entonces si. Me escuchaban y hasta se hacía corriUo cuando cantaba un poco más alto y seguido, sin dařme cuenta, y cuando hablaba más largo. Yo decia lo que tenia que decir sin detenerme más que lo preciso. Mira, no te preocupes por mí, si estoy viva o muerta. Estuve siempre junto a ti, sin que tú me vieras y sin poder nada, viéndote sin descanso. Viéndote a ti sin descansar nunca tú, porque yo no tengo de qué descansar ni dónde tampoco, ni podré hacerlo mientras tú, Nina, no descanses de todas tus fati-gas. Que no vas a descansar tan pronto. Porque a ti te espera o tra cosa, o tra cosa mejor que el descanso. Antígona: <• Que me dices, Ana? Tú, que siempre me dis-traías. Oyéndote se me iban las horas, se me iba el sueňo, cuando tú lo que querfas era adormirme. Pero el sueňo se iba de mi y yo me quedaba como un caballito del diablo sobre una hoja o debajo de la hoja, verde como ella y sin peso, cerca del agua al borde de la acequia o del cántaro. Ana: Sí, Niňa, asi estabas siempre pegada al agua y luego con el cantarillo, siempre a vueltas con el agua como si fueras del agua y no de la tierra; del agua, del aire. Y luego te volvías callada y apenas se te veía; desaparecías 234 235 como si te metieras por una rendijilla entre las piedras, aquellas tan blancas, tan lavaditas, cómo te gustaba. Se veía que tú, por delgada que fueses, no podías escurrirte entre aquellas piedras, pero sucedía asi. Y por la aréna blanca también te escurrías y luego se te volvía a ver, y venías oscura, negruzca, gris, yo qué sé. Yo no sé nada. Pero te veía, te he ido viendo siempre sin descanso. Te metías entre los juncos de la acequia, te encaramabas al borde del cantarillo... Antígona: Ana, Ana, eres la de siempre. Ana: Pues claro está que soy siempre, siempre igual. Porque nunca ŕui nadie, nada. Antígona: Ana, tú ere^s el único ser que he conocido, iba a decir: la única diosa. Ana: {Cómo se te ocurfjfe? Eres tú, que siempre te vi asi, a vueitas con los dioses, por eso te ibas al agua, te querías ir de aqoí dedonde estanS^s todos los mortales. Y por ese pensamiento no has podido nunca descansar. Ese pensa-mien t o te ha hecho penar más que todo lo que te pasaba, que lo que te pasa. Antígona: Pero a mí, entonces, i qué me pasaba? Ana: Entonces, entonces nada. Eres asi tú también, so-mos las dos de esa gente a la que nunca les pasa nada, nada más que lo que les está pasando a los demás, libres como el agua, encadenados por el amor y por la pena de verlos sufrir y equivocarse día tras día. Y eso es todo lo que nos ha pasado a las dos: estar viendo, lo que se dice viendo sin poder remediarlo, lo que está pasando, lo que va a pasar; lo que les está pasando ya sin que ellos lo se-pan, ni quieran. Antígona: Pero yo no sabía nada de lo que les pasaba a ellos. Yo sentía sólo aquel peso, esta oscuridad, este encie-rro y a desde entonces. Eras tú quien lo sabía todo por mí, y por eso no me dejabas ni un instante. Ana: Nunca pude nada por ti, ni siquiera ahora que te he podido traer tan sólo ese cántaro con un poco de agua a la que ya no te asomas, ni la bebes. Antígona: Esa agua, de la fuente que viene, ya no es para mŕ. Ana mi a. Ana: t Y tú que sabes de qué fuente viene esta agua; de qué fuente viene el agua? Te lo decía, te lo decía yo: Nina no quieras saber, bebe. Bebe ahora. Duérmete ahora. Yo pude llegar hasta ti y ahora tengo ya que irme. AntIgona: Y, como siempre, sin responderme a lo que te pregunto, sin contarme el cuento; el cuento que nunca me acabaste de contar del todo- Era asi como ahora, en> pezabas y a mí se me iba el sueňo, la sed y a ti se te iba el cuento. Ana: Y luego tu hermana te decía: «Cuéntame el cuento de Ana, que a mi ella no me cuenta nada», Y era al revés. Porque yo a tu hermana si que le contaba cuentos y hasta le cantaba. Era ella la que luego no se acordaba, mien tras que tú tenias que acordarte de lo que no te decía, de lo que no te contaba. Y yo bien sabía la história, la história que te esperaba a ti, a ti solita, Kina. ^Cómo te la iba yo a contar? Antígona: Pero no, Ana, la história no me esperaba a mí sola. También la aguardaba a ella, a mi hermana. Ana: La história, nifta Antígona, te esperaba a ti, a ti. Por eso estás aquí, tan sola. Por la história. Antígona: La história; ,-cuál?, ^la de mis padres, la de mis hermanos, la de la Guerra o por la de un principio? Dime, Ana, dímelo,l*espóndeme, jme has oído? ^Por qué historias estay aquí: por la de mis padres entre ellos, por la história del Reino, por la guerra entre mis hermanos? O por la história del Mundo, la Guerra del Mundo, por los dioses, por Dios... Dime, Ana, respóndeme, me oyes acaso... Ahora se me presenta esta pregunta, nunca se me había presentado, parecía que todo, tan monstruoso, fuese tan naturai. Y ahora necesito saber el porque de tanta monstruosa história. Contigo me olvidé de estar aquí, y me limpié de todo. Ana, sin t očar tu agua, tú me has lavado. Estoy lim-pia, limpia. Tú me has lavado. Y ahora necesito lavar. 236 237 Ana: Limpia siempre lo fuiste. Antígona: Lo fui, limpia, ya lo se, pero no estaba limpia. Todos los que me rodeaban, mi hermana, ella, no, estaban tan manchados o se řueron manchando, de som-bra mis padres, de sangre mis hermanos, que yo no podia estar limpia. Y ahora... Y no me respondes. No me respon-des, Ana. Tú, sólo tú, podrias hacerlo. Me bace falta saber. Habiendo hecho lo que hice, viendo todo lo que vi y todo lo que veo... Ana: Eso es, que cuando se ve tanto no se puede saber. Antígona: Me de jas sola con mi memoria, como la araöa, A ella le sirve para hacer su tela. Esta tumba es mi telar. No saldré de ella, no se me abrirá hasta que yo acabe, hasta que yo haya acabado mi tela. Ana, £te fciiste, te fuirffe ya? Ah, si; me dijiste, o como si me lo hubieras dicho, que me esperabas junto a la ftiente. ^ . ^t** La sombra de la madre Ay, eres tu, Madre, vuelves. Vuelves aqui también. No has encontrado reposo. Olvida. Si pudieras volver a ser niňa, muchacha sin casarniento, sin saber de novio. Vuelve a ser niňa, donee-11a, y no te cases. No, a eso no vuelvas, ni a tener hijos. Ah, sí, ya veo. Ansías que yo sea tu hija, solamente y del todo. Pues que, tal como ha sido, es como si fuese tu hija a medias y doblemente a la vez; hija dos veces y sin padre. Era asi, aunque aun tú no lo supieras, como si fué-ramos tus hijos inacabablemente y como si nuestro padre estuviese siempre yéndose de su sitio, deí lugar del Padre. Lo mirábamos, nos empujabas tú a mirarlo como a un hermano, un hermano que Uegó no se sabe cómo. Nos hacías sentir que nuestro Padre era un hombre que había Uegado un dia, que se te había presentado: que no era nuestro Padre desde siempre, desde un príncipio, como ha de ser el Padre. No le conducías a su puesto, al trono del Padre, mientras que Iq izabas al trono del Rey. Y asi nunca conocimos la cólera del Padre ni esa densa ternura que la en vuelve y embebe. No le dejabas, rey como era, ceňirse la Corona propia del Padre, cuando la justicia recorre la casa y se pasea por todos los rincones y escon-drijos; cuando en la casa no hay nadá escondido, sólo el misterio de la cámara nupcial, donde los padres penetran silenciosamente como el sacerdote que porta la espiga de Eleusis. Y los niňos no nos preguntábaxnos, qué es lo que pasa allí dentro. Es el viaje mi stenoso de los Padres, los vemos partir mas allá de todo, hada mas allá de los con-fines de la vida, sabiendo que volverán, que volverán con nosotros siempre y que nos traerán algo precioso, que no-sotros no tendríamos si ellos ňo se hieran tan lejos. Has venido, sí, yo sé, porque tienes esa costumbre y porque lo necesitas. Eras asi. Mira, uha Madre, porque tú ya eres para siempre una Madre, tenías que haberte refu-giado cuando supiste ya sin velos, en esa tu majčstad, ma-jestad de Madre, aun con su mancha. Y £es que hay alguna Madre pura del todo, alguna mujer pura del todo que sea madre? Tú sabes que no. Esa pureza de la Madre es el sueňo del hijo. Y el hijo," a fuerza de árnar su osčiifo misterio, la íava. Y ella se va purificando con tierra, pues que de la tierra es y a ella se parece. Y la Tierra es negra y tierie en sus adentros, en sus entraftas, luz. Tiene entraftas de luz la Tierra. Y en la Madre de vida, de vida nuestra.'por negra que sea la mancha que haya cáklo spore ella, por caída que eilst misma esté, cuando ya no puede hundirse mas abajo, como tú, que tocaste el íondo de la negrura y del peso, entonces se quiebra y de ja ver y da, da algo a la luz. No es como decía an tes; no tiene la Madre entraňas de luz, aunque algůn día de algún modo alguna haya de tener las. Hasta ahora todas han sido por dentro oscuras 238 239 tambien, como tu. Pero dan algo, algo vivo a la luz. Dan vi da a la luz. Eso. Y eso tü, madre nuesträ, lo hiciste. Vete ahora tranquila. Hündete en la tierra, ya que te la cheron, vete al encuentro de las Madres que te esperan, que te acogeran, que lavarän en la inmensidad de su Manto tu mancha y tu infortunio. Ellas, las Madres, te recfbiran. Y Ella, la Madre-fuerza, la de los Dioses, te abrirä su firtnamento, ese abismo. Y ei Mar y los Infiernos de la matemidad no tendran secretos para ti, porque en ellos encontraris al fin tu secreto desplegado, la razdn sin nom-bre de la Vida. Pues que todas las cävidades de ia Tierra, del Cielo y de los MareSj aun sin nombre, donde estän los seres sin nacer y los muertos, reposan en el seno de la Grande Madre. Su regazo abraza todo lo que ha nacido, bien o mal, por eso. Solo porque näciö. V lüego, si, asi lo creo, luego lo dejara nacer otra vez. Se los entregarä a la luz. Mas antes, tenemos que volver a Ella, otra vez. Allä abajo en la Tierra. Vete, Madre, a tu Reino, criatura, hija tambien tü. Ahora que ya te he llamado Madre y tambien hija, sabien-dolotodo. Si al saberlo todo tü nos hubieses llamado hijos, hijos mips, no se te habria enredado a tu cuello el cordön res-baladizo de la muerte. Porque no fuiste tü, tü no fuiste; fue elia, la serpi,ente la que se te enroscö. Ahora ya no esta a tu lado. Te libraräs del todo yendote para no volver por es tas tierras de dolor ya esteriles para ti, para todos no-sotros; tierras de sal. Vete, Madre, hija tü tambien nacida de la Madre in-mensa, negra como tü. Ay, Madre, inmensa sombra... Ay, Luz, senora nuestra. tlräs a ser algun dia tü, nuesträ Madre? Postrada estoy aqui entre las dos, sola entre la Vida y la Muerte, postrada ante ti, Sombra, y ante ti, Luz. c'Cuändo?, decidme, dime tü, Luz, ^cuändo sereis las dos una sola? La sombra de mi Madre entro dentro de mi, y yo don-cella he sentido el peso de ser madre. Tendre que ir de sombra en sombra, recorriendolas todas hasta llegar a ti, Luzentera. Y ahora, ahora no se que me aguarda. Purificada por la sombra de mi Madre, atravesada en mi, sigo estando aqui todavia. La harpia Harpia: No me miras tan siquiera, nina. Y nos hemos visto una vez, por lo menos. Yo, si, te he visto a ti. Tü a mi, no me miraste siquiera. AntIgona: Mirarte... no eres cosa de mirar, tü. Harpia: ^Tanto te repugno? AntJgona: Eres de las que buscan ser oidas, de las que se deslizan por los laberintos, cuchicheando. HARrtA: Pero si tü me hubieras oido en tu laberinto. Ahora que estäs encerrada en el, öyeme, aunque no me veas. Nadie me quiere ver. Pero me suefiän. En eso soy como la belleza, que es lo que cuenta. Me suerian como a ti. t'Eres tü el sueno de alguien? <;No te has pasado la vida sofkando, sonando a alguien sin reconocerlo? Y ahora, aqui, £ sabes si contigo suena alguien? AnUgona: Quieres decirme que nadie me ama, ni me teme. En cambio a ti... HarfIa: A mi, me temen. A ti, alguien te ama. Es lo mismo. AntIgona: No, es todo lo contrario. La Ley del Amor es muy distinta de la Ley del Terror y ni siquiera se puede decir que sean todo lo contrario. 240 241 Harpía: Hab las en vez de oírme. Y si me hubieras oído cuando eras joven, cuando estabas viva. Las muchachas no me quieren ver. For eso me acerco tan to, pegándome a sus oídos o hablándoles desde un rin-cón descuidado de su alma, pues que hay tan pocas que mantengan aseados todos los rincones. Antígona: Corao una araňa. Ah vieja, ya te conozco. Harpía: Porque al fin eres prudente, como una araňa tú también. Antígona: Eres el primer ser, la primera voz que me lo dice. Prudente yo, yo prudente, como una araňa. i Y mi hilo? <; Y la tela? ^Yo, tejedora? Harpía: Si. Tú, tejedora, yendo y viniendo de una tierra a otra tierra. Yendo y viniendo de los vivos a los muertos. De esa Ley de Amor, quektú sola conoces, a la del Terror que todos, miralo, sóbelo, acatan. Y ahora Pero no se dirigia a mi, Pregonaba sus quejas como los oradores del pueblo en la plaza publica. Hacia de todo publica protesta. Y pro-testaba sin haber sacrificado a los Dioses del cielo, y sin haber invocado siquiera a los Dioses de la sangre. Pero yo no recuerdo que en nuestra casa, en el palacio del Rey, sacrificase nadie a los Dioses, hasta que lleg6 la peste. AktIgona: No se podia ya sacrificar. Los Dioses no se satisfacen con sacrificies, en aigunas ocasiones. Los sacri-ficios no bastan a la hora de la verdad, cuando ha de lucir laverdad. 1 /?* ErtocLES yPounices: La verdad... PoiJtficES: La verdad tWJes una Diosa. AntIgona: La verdad es a la que nos arrojan los dioses cuando nos abandonan. Es el don de su abandono. Una luz que esta por encima y mas alia y que al caer sobre nosotros, los moTtales, nos hiere. Y nos marca para siempre. Aquellos sobre quienes cae la verdad, son como un cordero con el sello de su amo. ErtocLEs: Oh, Antigona, siempre con esos discursos. Mejor habria sido que, como en otros tiempos, se hubieran contentado los Dioses con el sacrificio y que todo hubiera permanecidooculto. Mejor habria sido sacrificar a media ciudad con todos sus habitantes. Yo mismo lo hubiese he-cho; si, yo mismo: para que todo siguiera en orden y que la verdad no se diera a conocer. Y yo digo que nuestro padre fue debit, que falto, pues que de haber ofrecido el sacrificio que digo yo, todo estaria como estaba, en orden y sin verdad. Polinicrs: cVes ahora, hermana, como la unica salida era, es, la mia? ^Por que no nos mimos nosotros dos? A este le dejabamos con el poder, con el que tu y yo no te- nemos que ver nada, Ya que el orden que el dice, con el orden de verdad no tiene que ver nada. Se trata solamente de que no sal ten ciertas verdades. Y a ella, a Ismene. le habria quedado el amor, el amor de mujer. Y tu y yo her-mana y hermanos del todo y para siempre. AkHgona: Polinices, hermano, fuiste tu el que se fue, me dejaste sola, sola, si. Pounices: Porque tu no querfas dejarlos solos. Te res-pete. Como el, tu novio; tampoco el te llevo coosigo. No te casaste... AntIgona: Si, yo tenia que quedarme. ErfiocLEs: Ella tenia que quedarse para saber. Era todo lo que queria: saber. AntIgona: iA que llamas tu saber? Dices saber como si fuera posible no saber. Yo no elegi, sabedlo: no elegf. Dices «saber* como si no costara nada. Ese saber que no busque se paga. Cada gota de esa Lux, de esta que venis a beber ahora ya muertus, cuesta sangre. A mi tambi^n me la llevaron, la sangre. Mi sangre fue, todavia mas que la vuestra, sacrificada: a ese poco de saber, a esa brizna de luz. Pountces: Antigona, yo no te he dicho nada de eso. Siempre le contestas a el. A mi no me has contestado. Yo queria, quise sacarte de alii para imos a otra tierra: a una tierra virgen y fundar la ciudad nueva, los dos. No me respondes, hermana. He venido ahora a bus-carte. Ahora, no tardaras ya mucho en salir de aqui. Porque aqui no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es solo La tumba donde tehan arrojado viva. Y viva no puedes seguir aqui; vendras ya iibre, mfraxne, mlrame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora, si, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos La ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habra ni hijos ni padre. Y los hermanos vendran a reunirse con nosotros. Nos olvidaremos alii de esta tierra donde siempre hay alguien que manda desde antes, sin saber. Alii acabaremos de nacer, nos dejaran nacer del todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la sone, 250 251 es tu ve en ella, moraba en ella contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando, En ella no hay sacriŕicio, y el amor, hermana, no está cercado por la muerte. Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él. No hay más que amor. Nadie nace allí, es verdad, como aquí de este modo. Allí van los ya nacidos, los salvados del nacimiento y de la muerte. Y ni siquiera hay un Sol; la claridad es perenne. Y las plan tas están despiertas, no en su sueňo como es tán aquí; se siente lo que sienten. Y uno piensa, sín darse cuenta, sin ir de una cosa a o tra, de un pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un corazón sin tinieblas. Hay claridad porque nin-guna luz deslumbra ni acuchilla, como aquí, como ahí fuera. Etéocles: Si era eso lo que llevabas en tu frente, i por qué te casa§te,udi? Y i por qué volviste a la ciudad vieja a disputarme el gobiemo, mi gobierno? č Y tu esposa? Po unices: Es que yo^ambién me equivoque, hijó de mi padre al fin, Volvia a causa de Antigona, ella estaba en la ciudad vieja del Padre. Ella, la hermana, hermana entre to-das, me llamaba. Todas las noches en el entresueňo oia su voz, su voz me llamaba: «Polinices, Polinices». Y entonces, eso sólo bas ta ba, oír mi nombre en la voz de mi hermana, para que todo lo que me rodeaba se me borrase. Ella me llamaba por mi nombre de verdad. Y con ella al lado, si tú me hubieras dejado entrar, en la ciudad vieja, aqui en la tierra, aqui en nuestra tierra, hubiéramos edißcado la ciudad nueva: la de los hermanos. Etéocles: Pero ten í as que haber con tad o conmigo, o ^es que yo acaso no soy vuestro hermano? Y con la otra, tam-bién. AntIgona: t La otra? Etéocles: Ismene, tu hermana, nuestra hermana. Ella es la única que no está aqui. ^Por que no viene? AntIgona: Ella es la unica de nosotros que tendrá su pn> pia vida. Y, por lo de más, ella está siempre conmigo; irá conmigo donde yo vaya. Uega Hemón Hemón: Heme aqui yo también. Mas veo que conmigo no cuenta nadie. Empezó mi padre por no con tar conmigo al condenarte, Antigona, y ni siquiera tú misma, cuando te decidiste a todo, y tampoco ahora. Si, ya sé que lloraste viniendo hacia aqui nuestras frustradas bodas. Pero no sé si sabes que yo soy, entre todas tus muertos, el unico que ha muerto por ti, por tu amor. Los de más, éstos también, han ido a la muerte por otra cosa, por sus sue nos o por sus princi p ios, sin ver a la mucha cha Antigona, a la que han devo-rado. Y yo te amaba a tí, a esa muchacha. No sé si me maté o si es que no pude seguir sin ti vi viendo. Antígona: tVienes también tú, por tu parte? Hemón: Vengo por ti, por ti toda entera, como hace el esposo. Antígona: Como hace el esposo... Tengo que ser toda para el esposo. Pero es que yo toda, yo únicamente para el esposo... Hemón: ^No eres, pues, una muchacha, una virgen que nace al mismo tiempo que su esposo, esposa de nacimiento? Antígona: Yo soy, yo era una muchacha nacida para el amor de mi esposo, a cuya casa iría saliendo de la casa de mi padre. Y me devoraron no ellos, sino la Piedad; soy ya la ceniza de aquella muchacha. Me deshojé. Y ahora... Hemón: Y ahora más blanca que minca, luz de tu pro* pia luz, ahora que naces, ven conmigo que estoy junto a ti desde el nacimiento; ven a nacer juntamente conmigo que me estoy todavia muriendo. Ellos son sólo muertos que vuelven para llevarte con los muertos. Etéocles: Eres tú quien nos quiere del todo muertos. Pero no es asi, vivos estamos porque nuestra guerra no se acaba. Hemón: Ah, tpero no estabais ya de acuerdo? Etéocles: Nunca, mientras él, ella, todos no se me so- 252 253 metan. Y tú también, si ia quieres; pues que sóloyo puedo dártela. Ella misma lo ha -dicho; tiene que ir a ti desde la casa del Padre. PoLiNicEs: Pero tú, hermato, tú que no quieres ser nues-tro hermano, no eres por eso nuestro padre. Antígona: tCuándo le daréis paz? Dejadlo y a, a nuestro padre. Se fue de aquí, él también vino y yo le escuché. Y d esa pa reck» llevándose cons i go su sombra. No lo volveréis a ver ya más. Esa história ya se ha acabado, por lo menos esa, si. Etéocles: Eso es lo que yo quise siempre. Tú dices las cosas mejor. Lo que yo quería, quiero, es que toda la história se acabe y que comience La vida, la vida sin história en la ciudad de los hennanos, Hemón: para ti hay iugar en ella. Hemón, ayúdame, deja esa história del esposo y vente a serfiuestro heroino. Hrmón: Antígona, šeré tu esposo-hermano, t no era eso lo que qůerf as? Wt1 Etéocles: t Y yo, y yo? iY tu hermana Ismene? <;Estás cierta de que la história se ha acabado ya? Mientras la haya, tú, Antígona, serás su prísionera. Te rebelaste contra ella y mira dónde es tis, cómoestás, condenada a vida. A mi lado habrfas sido reina, más aún, consejera de mi poder. Si en tu demencia te queda un rayo de razón, estás a tiempo todavía, porque oigo que Creón se acerca; viene a buscarte. Déjalos a estos dos. Entra en razón. Yo estaré siempre con Creón, éste o el que sea. Y tú, mujer al fin, serás mi delegácia. Antígona: Iros, dejadme sola. Ha de ser asi. Yo iré, iné, cuando pueda a reunirme con vosotros, en esa ciudad que dices,hermano. Esposo mío; espera todavía, espérame. Creón Antígona: También tú, tampoco tú puedes pasarte sin venir a esta tumba? Creón: No temas, Antígona. ^No ves la puerta abierta? Antígona: Sera para ti. Yo no volveré a pasar nunca por esa puerta. Creón: Como siempre, te adelantas: antes a mi justícia, ahora a mi clemencia. Vengo a sacarte de esta tumba. La muerte de mi hijó, precipitado como tú, me impidió sacarte de aquí a tiempo para que celebrarais vuestras nup-cias. Yo quería sólo darte una lección. Antígona: Ah... iHó era la ley, que yo bajara aquí para desvivirme a solas comoun reptil entre las píedras? Creón: Ya empiezas, Antígona, haces quese me olvide lo que venia a decierte. Si; se me va de la ca beza. Pero mi decision es mi decision y la mantengo por encima de tus palabras. La puerta esta ahí, mírala, abierta. Vamos Antígona. Ve delante de mí. Sube tú antes que yo, sube tú, primero. Antíoona: He subido ya, aunque me eneuentras aquí, tan aba jo. Siempre estuvimos todos nosotros debajo de ti. Pues eres de c sos que para estar arriba necesitan echar a los demás a lo más bajo, bajo tierra si no se dejan. Confór-mate con eso, Creón. tQué otra cosa quieres? Creón: Quiero, ahora yário sé lo que quiero. Lo que np quiero es oírte: que te vayas. Antígona: Pues ya me estoy yendp. Creón: Que te vayas de aquí, arriba, arriba. Antígona: Arriba, arriba. ^Tú sabes dónde es arriba? Creón: La tierra de los vivos, y conmigo a lo alto, al poder. Pues que yo, como es justo, he de seguir rei-nando. Antígona: Ya no pertenezco a tu reino. Creón: Pues a otro reino, si no quieres estar en el mío. Antígona: Estoy ya entrando en un reino. Voy ya de 254 255 Camino, estoy más allá de donde a un alma humana le es dado el voíver. Creón: No te obstines, Antígona. Quizá crees que ha pasado mucho tiempo. Pero no. Mira, t no lo ves? El Sol no se ha puesto todavía, está ahí como ayer cuando ba-jaste. Sólo te ha faltado el Sol un día, sólo has dcjado un día de verlo. Un día. Vamos Antígona, arriba, arriba. Antígona: No. Creón: ^Y qué diré a tu hermana que te espera? Antígona: Dile, si te acuerdas bien, dile —no cambies mis palabras— que viva por mí, que viva lo que a mí me fue negado: que sea esposa. madre, amor. Que envejezca dulcemente, que muera cuando le llegue la hora. Que me sienta llegar con la viole ta in mortal, en cada mes de abril, cuando, las dos nacimoj^ Creón: ^Y cómo yo voy a poder decirle todo eso? Eso son cosas tuyas. ^ t Antígona: Y cómo voy a decir cosas no mías y a mi hermana, a lo úriiéo que de mí dejo en esa vida. Pero no es necesario que se lo digas. Yo sé que šerá asi. Creón: «■ Y a los que te líoran, qué les diré? Creerán que no he cumplido mi palabra. Pero no, ya lo ven. Creerán que no quieres volver con ellos. Antígona: Ay, Creón, en qué cosas te paras ahora. Me dejarán de llorar, y es bueno que me Hořen algún tiěmpo; eso les la vara. A mí mé ha cogido muchas vcces la lluvia en el campo cuando iba con mi padre y no teníanos dónde guarecernos. Y era buena esa lluvia, era bueno, aunque duro ir al descampado. Gracias al destierro conocimos la tíerra. Creón: No te puedo entender. Pero, óyeme, por úkima vez te lo digo. Antígona: No. Creón: Óyeme, niňa. Antígona, óyeme. No te vayas asi sin mirarme siquiera, como si no estuvieras ya aqui. Es-cúchame, Antígona. Soy el primero que te invoca. Dime: cOué es lo que tengo que hacer? Te oiré, te, oh no, iba a decirte: te obedeceré. Y eso no es posible. Antígona: A mi no hay que obedecerme. Sigue a quíen yo sigo. Creón: El Sol ya se ha ido, Antígona, tengo que irme. Antígona, tienes tiempo aún, mira, mira el Sol: se está yendo. Antígona: Ese Sol no es ya el mío. Síguele tú. Antígona Podia haber cerrado la puerta, sabiendo, como sabe, que yo ni la he de cerrar, ni la he de abrir; esa puerta de mi condena seguirá asi, como la han dejado. Pues que no es la condena, es la ley que la engendra, lo que mi alma rechaza. Pero veo que comienzo a hablar de mi aima. Y él, claro, él venia a que colaborase con él, y que sea yo su cómplice por huir de la condena, y lo ayude a sal-tarse la ley sin cambiarla, claro. Porque ha caido sobre él la desgracia y el oprobio. Y aún espera, sin saberlo^ique si yo salgo de aquí todavía viva, su hijo, su hijo, vaya a resucitar. Mas no se resucita asi a los muertos. Venia a ascenderme. Eso. Por esa escala. Y yo no sé qué va a ser de mí, pero bien cierta estoy de que no es ésa la escala de mi ascension y de que nadie, ninguno de los que es tán ahí arriba, ni de los que por aqui han veni-do, ávidos de seguir vřviendo, me pueden resucitar, si es que al fin muero, o Uevarme hacia la luz, ésa que nunca he visto, pero que siento según me voy volviendo ciega. Oh Sol: estás todavía aquí como un reproche, como un 256 257 remordimiento que se arrastra, como una insidia. Ya sé que te veo por ultima vez, Sol de la Tierra, y que cuando te vayas, misojos, éstos de la tierra, dejarán de ver, pues que no se abrieron solos, tú los abriste como una herida. Esa herida de la luz en el rostro de los mortales. Sé que yéndote tú, Sol, se cerrarán estas llagas. Y yo me quedaré aquí como una lámpara que se en-ciende en la oscuridad. Tendría que ir todavía más abajo y hundirme has ta el centro mismo de las tinieblas, que muchas han de ser, para encenderme dentro de ellas. Pues que sólo me fío de esa luz que se enciende dentro de lo más oscuro y hace de ello un corazón. Alli donde nunca llegó la luz del Sol que nos alumbra. Si; una luz sin ocaso en el centro de la eterna noche. Aún luces, aún me hieres con tu reverberar; estoy todavía viva: veo, respiró y toco y, como nadie me llama, no sé si podría oír. , Pues que si el del poder hubiera bajado aquí de otro modo, como únicamente debía haberse atrevido a venir, con la Ley Nueva, y aquí mismo hubiese reducido a ceni-zas la vieja ley, entonces sí, yo habría salido con él, a su lado, llevando la Ley Nueva en alto sobre mi cabeza. Entonces, sí. Pero él ni lo soňó siquiera, ni nadie allá arriba lo suena. Con sólo que él lo hubiera soňado, me tendría al lado suyo para vigilar su sueňo, para alimentarlo. Porque su sueňo asi consume y se consume, si no lo cuidan. La vida está iluminada tan sólo por esos sueňos como lámparas que alumbran desde adentro, que guían los pasos del hom-bre, siempre errante sobre la Tierra. Como yo, en exilio todos sin darse cuenta fundando una ciudad y otra. Nin-guna ciudad ha nacido como un árbol. Todas han sido fundadas un día por alguien que viene de lejos. U n rey quizá, un rey-mendigo arrojado de su patria y que nin-gunaotra patria quiere, como iba mi padre, conducido por mis ojos que miraban y miraban sin descubrir la ciudad del destino, donde estaba nuestro hueco esperándonos. Y yo sabía ya, al entrar en una ciudad, por muy piadosos que hieran sus habitantes, por muy benévola la sonrisa de su rey, sabía yo bien que no nos darían la Have de nuestra casa. Nunca nadie se acercó diciéndonos, «esta es la Have de vuestra casa, no tenéis más que entrar». Hubo gentes que nos abrieron su puerta y nos Sentaron a su mesa, y nos ofrecieron agasajo, y aún más. Éramos huéspedes, invita-dos. Ni siquiera fuimos acogidos en ninguna de ellas como lo que éramos, mendigos, náufragos que la tempestad arroja a una play a como un desecho, que es a la vez un tesoro. Nadie quiso saber que íbamos pidiendo. Creían que íbamos pidiendo porque nos daban muchas cosas, nos colmaban de dones, nos cubrían, como para no vemos.con su generosidad. Pero nosotros no pedíamos eso, pedíamos que nos dej ar an dar. Porque Uevábamos algo que allí, allá, donde Euera, no teníaň; algo que no denen lós habitantes de ninguna ciudad, los establecidos; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, él que se encuentra un día sin nada ba jo el cielo y sin tierra; el que ha sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga. En nuestra casa crecemos como las plantas, como los árboles; nuestra niflez está allí, no se ha ido, pero se ol-vida. En nuestra casa, en nuestro jardín, no necesitamos tenerlo todo presente.todo el día, y nuestra alma toda en vilo, en vilo todo nuestro ser. No; en ella olvidamos, nos olvidamos. La patria,4a casa propia es ante todo el lugar donde se puede olvidar. Porque no se pierde lo que se ha depositado en un rincón. Y bašta que un día brille la cla-ridad de unacierta manera para que algo que parecía para siempre borrado se presente, como saliendo del mař, pu-rificado y pleno de vida. Y si es un pesar, se encuentra alivio, dejándolo en algún lugar apartado para ir a bus-carlo cuando se tenga alma para soportarlo. Porque los silencios de la casa y el rumor, ese zumbido de abejas que van y vienen, purifica y acompaňa. Y ese tiempo inacabable y renaciente, como el Mař. Asi es la Patria, Mar que recoge el rio de la muchedum- 258 259 bre. Esa muchedumbre en la que uno v a sin mancharse, sin perderse, el Pueblo, andando al mismo paso con los vivos, con los muertos. Y al salirse de ese mar, de ese río, sólo entre cielo y tierra, hay que recogerse a si mismo y cargar con el propio peso; hay que juntar toda la vida pasada que se vuelve presente y sostenerla en vilo para que no se arrastre. No hay que arrastrar el pasado, ni el ahora; el dia que acaba de pasar hay que llevarlo hacia arriba, juntarlo con todos los demás, sostenerlo. Hay que subir siempre. Eso es el destierro, una cuesta. aunque sea en el desierto. Esa cuesta que sube siempre y, por ancho que sea el espacio a la vista, es siempre estrecha. Y hay que mirar, claro, a todas partes, atender a todo como uncentinela en el ultimo confín de la tierra conocjda. Pero hay*que tener el corazón en lo alto, hay que izarlo para que'no se hunda, para que no se nos vaya. Ypara.no ir uno, u^o mismo haciéndose pedazos. Tú, Padre mio, no te hie iste pedazos por esos caminos. Te sostuve, te fui sacando de las cuevas donde te metias. Ibas siempre a hundirte en las entraňas de la tierra. Y yo no te dejaba n i siquiera entrar en algunas de esas bocas oscuras que se abren en la tierra como las de una madre ávida. Iba mos andando a la claridad de Lasestrellas, hacia el alba, hacia el alba siempre. Hacia la aurora, Padre. Y una noche clara y sin estrellas, apareció una, una sola es-trella en la bóveda del cielo, en medio. Entonces por pri-mera vez vi un astro, ese Astro que el sol, la luna y las estrellas todas reflejan y encubren, el Astro al que todas las luces remiten, el Astro solo. Y después apareció como naciendo, reluciente y pálida, la Estrella de la M a nana, la mia. Pues que ni el Sol ni la Luna me han guiado apenas; sólo la Estrella. Y ahora está ahí, aquí. La puerta se quedó abierta para que entrara hasta aqui. Ahora esta mi tumba ya está en medio del cielo y de la tierra. Sin cerrar los ojos, la sien to sobre mí y en mi, en medio del cielo y de la tierra seňoreando la noche del mundo. Dondequiera que esté, ella es el centro; lo hace sentir y ver, lo establece. Y cerrando los ojos, la veo aim con mayor vida. Un rayo de vida que consume mis vidas todas: la vida que cayó sobre mi, la que surgia cuando me dejaban sola; las vidas que me tendian como una cinta, como un hilo, cada uno de mis hermanos. Pues que yo bien sabia que el uno me queria para que reinase a su lado, aunque se casara, y que el otro, al que yo más amaba, vendria un día a buscarme para irnos lejos a realizar algo hermoso y nunca visto, aunque se hubiera casado ya. Hemón, el no-vio, estaba siempre ahí, a la espera, ofreciéndome la vida, la vida que corre sin dificultad para todas las muchachas y que para mi estaba más alia, al otro lado de un torrente. Y él, desde la otra ori/la, no podia ni siquiera llamarme, pues que sabia que no me era posible atravesarlo. Y a el, algo ie impedía arrojarse a él, y atravesarlo, y llegar donde estaba yo y volver a atravesar el torrente conmigo. Alii, del otro lado, estaba nuestra vída, nuestras bodas. Y yo me queria dar aliento diciéndome: «Antigona, tienes no-vio, estás prometida; celebrarás un dia tus bodas». Pero luego se me desvanecía la imagen. Y la vida prometida se me volvía a aparecer sin nombre y sin figura alguna, como un espacio claro. Como un horizonte y como una tierra diferente sin huellas de humanas plantas. La soňaba y entonces la veia. Desierta la sentia, como una llamada que me hacia ir obstinadamente hacia un punto invisible, por senderos que no llevari a ninguna parte. En sueňos tenia siempre, para llegar a esa claridad prometida, que atravesar un dintel, como ése; que subir tres escalones, como ésos. Pero me quedaba quieta como ahora. Otras veces, tenia que atravesar de parte a parte una estancia muy clara, llena de grandes vasos de vidrio muy diáfanos que apenas se veían. Y era obligado el pasar entre ellos sin quebrar ninguno, sin hacerlos temblar. Y asi lo hacia. Nunca quebré ningún vaso, ni atravesé el umbral estando la puerta abierta. Siempre fue asi, en mi sueňo y en la realidad. Cuando pasé la raya para ir a lavar el cadáver de mi hermano, el cántaro tampoco se me rompió. Y a 260 261 la tiérra aquella donde mi hermano estaba, se podia ir, era tierra de ésta, de los hombres. No era la tierra pro-metida, la que se extiende más alia de lo que alumbra el Sol. La Tierra del Astro unito que se nos aparece sólo una vez. Y alii todo sera como un solo pensamiento. Uno solo. En esta tierra que está bajo el Sol no es posible. Porque todo lo que desciende del Sol es doble: luz y sombra; día y noche; sueňo y vigília; hermanos que viven uno de la muerte del otro. Hermano y esposo que no pueden jun-tarse y ser uno solo. Amor dividido. Y no hay un lugar donde el corazón pueda ponerse entero. Y hay que irlo a buscar, porque se pierde. Y se cae también el corazón, y hay que alzarlo sin que descanse. No se le puede dejar al corazón que descanse, m que se aduerma. No hay que per-mitir que nos deje, ni que se vaya en la noche por su cue n ta. Hay que escondeŕio a veces, eso sí. Y dejarlo que ayune para que reciba su^creto alimento. Y seguirlo cuando la oscuridad lo envuelve, entrar-se con él en lo más denso de las sombras, reducirse hasta llegar con él a la secreta cámara donde la luz se endende,. Ahora sí, ha de ser la hora ya. Ahora que está aquí la estrella. Los desconocidos Desconocido primero: Antfgona, despiértate; aún es tiempo. Desconocido segundo: ^Adónde quieres llevarla? La puerta ha estado y sigue estando abierta. De no ser asi, tú no habrías entrado, pues que no eres de aquellos que se filtran por las paredes. Desconocido primero: ^Y tú, tú? Desconocido segundo: ^No me reconoces porque vengo de ešte modo? ^Porque no me muestro y nadie ha gritado mi nombre? i No me has visto alguna vez? Suelo pasar muy de prisa, ando atareado: me mandan, me piden, Desconocido primero: Nunca te encontré por mis cami-nos. Veo que no eres un simple hombre como los demás, ni tampoco como yo. Pareces una aparíción, una figura de esos sueňos que luego nos acompaňan. No sé quién eres. Mas si eres más que un hombre, has de saber a lo que vengo a este lugar. Todavia estamos a tiempo. Y yo vengo de otro modo, de un modo muy distintoal que han ven i do todos los que hasta aquí bajaron, todos los que se filtraron, como tú has dicho, por las paredes. Yo no puedo. Pero a cam bio de esa imposibilidad puedo bajar a los pozos de la muerte y del gemido y puedo subir; entro en el laberinto y salgo. Y siernpre de estos lugares de encierro saco a al-guien que gime y me lo llevo conmigo. Y lo pongo arriba en medio de las gentes, a que cuente su história en voz alta. Porque los que claman han de ser oídos. Y vistos, Déjamela. Porque veo que ya es tuya. Desconocido segunďo: No, No me pertenece a m í tampoco. Fue vuestra y la dejasteis sola. Apenas unos cuantos la siguieron hasta aquí cuando se lamentaba en voz alta, cuando clamaba. Y antes, cuando partió, niňa sola guiando a su padre, el más desdichado de los hombres. Los dejasteis partir creyendo que con ello ya seríais dicho-sos y que la ciudad quedaba íibre de culpa. Entonces, en la desgracia, era vuestra, como vuestro era el padre en la culpa. Sois asi. Rechazáis al inocente en su caída y luego os disputáis su tumba. Desconccjdo primero: Pero yo, yo me acerco y aun bajo a las tumbas de otro modo. Ya te lo he dicho. Pero, escú-chame. Desconocido segundo: Te escucho. Desconocido primero: No; no es asi como tendr í as que escucharme. Tendrias que darme alien to. Tendrías que darmé la palabra. 262 263 Desconocidosegundo: Nosabes.entonces... Desconocido primero: Poco sé, ahora. Porque he venido aqui en modo d i fe rente a como he bajado a otros lugares como éste. Querría, quería llevármela viva, a ella, no a su sombra. Que conociera la vida antes de morir. Desconocido segundo: No sabes quién es todavía. La amas desdc cerca. Tienes que alejarte. Por esta vez te vol-verás solo. Tienes que esperarla. Desconocido primero: ^Tengo que irme asi? iSin ella, sin acabar de entender tus palabras y sin que me escu-ches? Tengo tantas palabras aqui en el pecho, agolpán-dose en mi garganta. Desconocidosegundo^ ,-Temes por tus palabras? ^Te-mes por Antigona? Por tus palabras no temas, pues que las tienes qua-dar todas; nl^son tuyas más que para darlas. Y por Antigona no penes ya más. Todo ha pasado ya para ella. <• Noria ves? Ha tocadocosa parte de la vida de donde, aunque todavía se respire, no se puede ya volver. Mas nunca se irá, nunca se os irá del todo. Desconocido primero: Hablas por enigmas. <;Quieres de-cir que va a seguir aqui sola, hablando en aha voz, muerta hablando a viva voz para que todos la oigamos? <;Es que va a tener vida, y voz? Desconocido segundo: Si; vida y voz tendrá mientras siga la história. Desconocido primero: Mientras haya hombres. Desconocidosegundo: Mientras haya hombres hablará sin descanso, como la ves ahora, en el confín de la vida con la muerte. <;Has entendido? Desconocido primero: Sí, no; no del todo. Vendré aquí, me acercaré por la noche para recoger su palabra en el silencio. Desconocidosegundo: No es eso; no šerá asi. La oirás más claramente de lejos, aunque estés sumergtdo en otros asuntos. Pues que tú la oirás el primero. Y esas palabras quese aglomeran ahora en tu garganta, saldrán sin que lo notes. Su voz desatará tu lengua. Vete ahora. Desconocido primero: No encuentro nada que decirte. Me voy con tu palabra. Desconocidosegundo: Antigona: ven, vamos, vamos. Antigona: Ah, sí. čDónde? ^Adonde? Si, Amor. Amor tierra prometida. 264 265 Maria Zambrano: nota biografica y bibliografia LNDICE La Tumba de Antígona Prólogo..............................201 Antígona.............................223 Lanoche.....^.......................22^ Sueflo de la hermana...............227 Edipo..........Ř:....................231 Ana, la nodriza.....................234 La sombra de feraadre............238 La harpía............................241 Los hermarios.......................2^5 Llega Hemón.......................253 Creón................................255 Antígona............................257 Los desconocidos..................2ť>2 Nota bio-bibliográftca.............267 1908: 1904: Naceel25 de abril en Velez-Malaga. Sus padres, Bias Jose Zambrano y Araceli Alarcon Delgado, eran maestros. Durante una breve temporada que pasa en un cortijo de la provincia de Jaen, en casa de su abuelo niaterno, sufre una grave enfermedad que le lleva a las puertas de la muerte. Pasada la gravedad, convalece en Madrid, donde residen sus padres. 1909: La familia se traslada a Segovia, donde el padre de Maria Zambrano es profesor en la Escuela Normal. Eh Segovia, Bias ZambranO seria amigo y compaflero inseparable de Antonio Machado, desde la lfejgada de este a aquella ciu-dad en 1919, y uno de los fundadores de la Universidad Popular segoviana, asf como de diversas revistas litera-rias e fncluso de un periodico (Segovia), de breve duraci6n. Realiza estudios de Filosofia y Letras por fibre, debido a su cscasa salud, en la Universidad de Madrid. En 1926 comienza a asistir a las clases, siguiendo los cursos de Jose Ortega y Gasset, Xavier Zubiri y Manuel Garcia Morente. Inicia el doctorado. Tras su ingreso en la Federation Uni-vemitaria Espanola, comienza sus colaboraciones en la section «Airc libre» del periodico madrileno £/ Liberal. Participa en la fundacion de la Liga de Education Social, de la que sera vocal. 1924: 1928: 267 1930: Publica Horizonte del liberalismo (Madrid, Morata). In-gresa como profesora auxiliar de la Catedra de Metaffsica de la Universidad de Madrid, hasta 1936. En estos anos trabaja en su tesis doctoral La salvacidn del individuo en Spinoza, e inicia su amistad con numerosos escritores e intelectuales de su generacibn. 1933: Comienza sus colaboraciones en las revistas Cruz y Raya, dirigida por Jos6 Bergamin, y Revista de Occidente, diri-gida por Jose Ortega y Gasset; en esta ultima publica el ensayo «Hacia un saber sobre el alma> (n.° 138, diciembre 1934). 1936: En septiembre, contrae matrimonio con el historiador Alfonso Rodriguez Aldave, trasladandose poco despues a Chile, donde este ha sido nombrado secretario de la Em-bajada espanola. >. 1937: Publica Los intelectuales en el drama de Espana (Santiago de Chile, Panorama)^-mediados de ese ario regresa junto a su marido a Espana, integrandose en Valencia en el grupo fundador de Ifc'fe vista Hora de Espana (junto con Rafael Dieste, Antonio Sanchez Barbudo, Ram6n Gaya, Juan Gil-Albert, Emilio Prados y Arturo Serrano Plaja), y colabora activamente en la defensa de la Republica. Escribe tambien, sin firma, en la revista Madrid, cuyo ultimo numero dirige. En los anos de guerra, Maria Zambrano es miembro del Consejo de Propaganda y del Consejo Nacio-nal de la Infancia Evacuada. 1939: El 28 de enero inicia su exilio, trasladandose primero a Paris y despues a La Habana (Cuba), desde donde se dirige a Mexico. Alii ensena algun tiempo en la Casa de Espana y como profesora de filosofla en la Universidad de More-lia (Michoacan, Mexico). En ese mismo ano publica las obras Pensamiento y poesia en la vida espanola y Filosofla y poesia, asi como el ensayo «San Juan de la Cruz: de la "noche oscura" a la mas clara mistical, comenzado en Barcelona para Hora de Espana y publicado en la revista Sur de Buenos Aires. 1940: Se traslada a La Habana, invitada por el Institute de Altos Estudios, de reciente fundacibn, y por el Instituto de In-vestigacionesCientificas de la Universidad de La Habana. Desde su llegada a Mexico, Maria Zambrano colabora en 1943: 1944: 1945: 1946: 1948: 1949: 1950: 1953: 1955: 1959: 1960: 1964: 1965: 1967: 1971: 1972: 1977: 1978: divers as revistas hispanoamericanas: Taller (revista men-sual de poesia y crftica, dirigida por Octavio Paz), Lumi-nor y El Hijó Pródigo, de Mexico; Sur, de Buenos Aires; Asomante y La Torre, de Puerto Rico, etc.; asi como en las publicaciones fundadas por el exilio espanol: Romance (Mexico, 1940-41, dirigida por Juan Rejano), Nuestra Espana (La Habana, oct. 1939-sept. 1940, dirigida por ÁI vara deAlbornoz), LasEspaňas (Mexico, oct. 1946-ag. 1950, dirigida por Manuel Andujar). Se traslada a Puerto Rico, como profesora en la Universidad de Rio Piedras. El pensamiento vivo de Seneca, Buenos Aires, Losa da. La agonia de Europa, Buenos Aires, Sudamericana. Se traslada a Paris, donde residira hasta 1949, Se separa de su marido. Regresa a America, dictando cursos en Puerto Rico y La Habana. Reside en esta ultima ciudad hasta 1953. Hacia un saber sobre el alma, Buenos Aires, Losada. Se traslada a Roma, donde vivira durante once aňos, hasta 1964, en compaňía de su hermana Araceli. Obtiene una mención del Premio Literario Europeo de Ginebra por su autobiografia Delirio y destino. El hombre y lo divino, Mexico, Fondo de Cultura Econó- mica. Persona y democracia, Puerto Rico, Ministerio de Instruction Publica. La Espana de Galdös, Madrid, Taurus. Establece su residencia en una pequena ferme en La Piece (Gex, en el Jura francos, cerca de Ginebra); alii reside por espacio de dieciseis anos, hasta 1980. Espana, sueno y verdad, Barcelona, Edhasa, y El sueno creador, Xalapa (M6xico), Universidad Veracruzana. La tumba de Antigona, Mexico, Siglo XXI. Aparece el pri mer volumen de sus Obras reunidas, Madrid, Aguilar. Muere su hermana Araceli. A raiz de ello, efectüa un breve e intenso viaje a Grecia. Claws del bosque, Barcelona, Seix Barral. Se traslada a Ferney-Voltaire (Gex), poblaciön colindante de Ginebra. A partir de 1980 reside en Ginebra. 268 269 1981: Recibe el Premio Principe de Asturias de Humanidades. Es nombrada hija predilecta por cl Ayuntamiento de W- lez-Malaga, su ciudad natal. 1983: Es nombrada doctors «honoris causa» por la Universidad de Malaga. 1984: Regresa a Espana, en noviembre, instaländose en Madrid, donde reside en la actualidad. BIBUOGRAFtA LlBROS Horizonte del Uberalismo, Madrid, Morata, 1930,304 pp. Los intehctuales en el drama de Espaňa, Santiago de Chile, Panorama1; 1937; 2." eo7 aumentada: Los intelectuales en el drama de Espaňa, y Ensayos y notas (1936-1939), Madrid, His-pamerca, 1977, 208 pp*&1 Pensamiento y poesía en la vida espaňola, Mexico, La Casa de Espaňa, 1939, XII + 179 pp.; incluido en Obras reuntdas, Madrid, 1971. Filosofía y poesía, Michoacán (Mexico), Universidad de Morelia, 1939; incluido en Obras reunidas, Madrid, 1971. Elfreudismo, testimonio del hombre actual, La Habána, 1940. Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor), La Habána, 1940. El pensamiento vivo de Séneca (presentación y antológia), Buenos Aires, Losada, 1944,194 pp. La agónia de Europa, Buenos Aires, Sudamericana, 1945. Hacia un sabersobreelalma, Buenos Aires, Losada, 1950,165 pp. El hombre y lo divina, Mexico, F.C.E., 1955 (1.* reimp., 1966); 2." ed. aumentada con el ensayo «El tibro de Job y el pajaro», 1973,408 pp., Col. Breviarios. Persona y democracia, San Juan de Puerto Rico, Ministerio de Instruccion Publica, 1959. La Espaňa de Galdós, Madrid, Taurus, 1960; 2.a ed. aumentada con el ensayo «Misericordia» y dibujos de Ramón Gaya, Barcelona, La Gaya Ciencia, 1982,148 pp. Espaňa, sueňo yverdad, Barcelona, Edhasa, 1965, Col. El puente; 2." ed. aumentada con el capltulo «Sueno y verdad de la pin-tura en Espana», 1982,253 pp. El sueno creador (Los sueftos, el sonar y la creation por ta patabra), Xalapa (Mexico), Universidad Veracruzana, 1965; incluido en Obras reunidas, Madrid, 1971. La tumba de Antigona, Mexico, Siglo XXI, 1967, Col. Minima. Obras reunidas (Primera entrega), Madrid, Aguilar, 1971,370 pp., Col. Estudios literarios. Contiene «El sueno creador», «Filo-softa y poesia», «Apuntes sobre el lenguaje sagrado y las ar-tes», «Poema y sistema», «Pensamiento y poesia en la vida espanola» y «Una forma de pensamiento: la *Guia°». Claras del bosque, Barcelona, Seix Barrai, 1977, Biblioteca breve. Trad, francesa: Les clairieres du bois, trad, de Marie Laffran-que, Toulouse, Publ. de l'Universite de Toulouse-Le Mirail, 1985,160 pp. Dos escritos autobiogräficos (El nacimiento), Madrid, Entregas de la Ventura, 1981. Dos fragmentos sobre el amor, Malaga, Begar, 1982. Maria Zambrano: Voz y textos (cassette), grabaciön homenaje a Maria Zambrano, Madrid, Ministerio de Educaciön y Ciencia, 1982. Senderos, Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1986, Col. Memoria rota, Exilios y heterodoxias. Artículos En CruzyRaya (1933-34):- «Cock-tail de ciencias» (presentación del discurso de Julio Rey Pastor, «Los progresos de Espaňa e Hispanoamérica en las ciencias teoricas»), n.° 1,15 abril 1933, pp. 141-5. «San Basilio» (nota biográfica y antológia), n.° 2,15 mayo 1933, pp. 91-118. «Senal de vida» (sobre J. Ortega y Gasset, Obras, 1914-1932), n.°2, 15 mayo 1933, pp. 145-154. «Renacimiento liturgico» (sobre R. Guardini, Et espiritu de la liturgia), n.° 3, 15 junio 1933, pp. 161-4. «Por el estilo de Espana» (sobre Vossler, Lope de Vega y su tiempo), n.° 12, marzo 1934, pp. 111-5. 270 271 En Revista de Occidente (1933-35): •Lou Andreas Satomé: Nietzsche* (reseňa), n ° 115, enero 1933, pp. 106-8, • Hoffmann: Descartes* (reseňa), n.° 117, marzo 1933, pp. 345-8. « Alejandro el Grande, héroe antiguo »(reseňa del libro de U. Wil- ken),n.° 127, enero 1934, pp. 117-120. «Conde de Keyserling: La vida íntima* (reseňa), n.° 128, febrero 1934, pp. 227-232. • Robert Aron y Arnaud Dandieu, La révolution nécessaire* (re- seňa), n.° 131, mayo 1934, pp. 209-221. • Porqué seescribe»,n.° 132,junio 1934, pp. 318-328. < Ante la Introducción a la teoría de la ciencia, de Fichte», n.° 137, noviembre 1934, pp. 216-224. (de Nicolás Guillén y Juan Marinello), X, octubre 1937, pp. 72-74. *La guerra, de Antonio Machado», XII, diciembre 1937, pp. 68-74. ). Cuademos Hispanoamericartos (Madrid), n.° 413, noviembre 1984, «Homenaje a Maria ^unbrano». Julia del Castillo, Maria ZamhfraSto, Madrid, Minist. de Culture, Col. Escribir hoy (en prensa).