Felix Bruzzone Unimog Cuando Mota recibiö los bonos que el por la desapariciön de su padre decidiö v-"0^ invertir el dinero en la compra de un ca IS^08« hacia tiempo pensaba ampliar el negocio de* ^ de produetos de limpieza y suponia que con^0 hiculo mäs grande que su vieja F-ioo sena posfofe * gar de a dos o de a tres cisternas llenas. extenderb recomdos y asi ganar dientes en zonas alejadas. Vicky le dijo: —No deberias gastar tcxlo en un camiön. «Noiharnos a terminar de construir la casa? Es cierto, penso el Pero tambien pensö que ei ca-niion generaria una nueva fuente de tngresosy noprrv tö ateno« >n a las palahras de su esposa. Ademav pen>o tiuc para las mujeres —o al menos para las mutt-n* como Vicky, sienipre pendientes de las minirnosüett-II«.*s—. una casa nunca llega a estar terminada. Am. una mariana extraria en la que las nubes brian el sol, lo deseubrian, oscurecian el cieto, i jaban algo de agua v luego continuaban su m» ^ Mota saliö a averiguar dönde conseguir cM™°"^ buenos y baratos. L.e hablaron de algunas concCMpan. de rias en la Ruta 8. en la 197. en la 202 Camino* calari, en el Acceso Oeste; pero solo en un galpof Ra mos Meiia encontrö algo acorde a lo q"e , a Alli. un tal Saba administraba una ageoci« Van** , casi nuevos y otros no tan viejos se alineaban Iiai0nt,er-is desiguales. " el cardan, la transmisión y 0** que elra ' qUe P°r suerte Mota cambió antes de *K*or volviera a recalentarse. Además, durante esos arreglos que parecían no tener fin Uno , íľľmecánicos le dijo que la bomba inyectora no ľba a U uantar demasiado. 'lg^El corazón del motor —dijo el hombre—, el cora ~~de este motor empieza a pedir ayuda. ZÓA partir de ahí Mota empezó a sentir que. por más oaraciones que se hicieran, el camión .siempre volveria foliar, como si el encantamiento del que hanía hablado Saba, el que había salvado al Unimog de las bombas, se hubiera convertido en un feroz maleficio capaz de echar-lo todo a perder: como si el Unimog, después de su aventura en Malvinas, pidiera descansar para siempre. Mota pensó en todo esto durante varios días. Cuando Vicky mencionaba el terna él intentaba no escucharla y ella, que se daba cuenta, dejó que el asunto empezara a consumirlo. Ya va a pedirme consejos, se deda, y esperaba en silencio que él al fin se decidiese a darle la razón. Por ese tiempo Mota volvió a relacionar al camión con su padre. En definitiva, todo lo que había averi-guado sobre la desaparición lo llevaba, de una u otra manera, a la ciudad de Córdoba. Le habían hablado del ERP, de «Los Decididos de Córdoba*, de la toma del Comando, de la clandestinidad, del cruce de calles donde se lo habian llevado. En la adolescencia, cuando empezó a investigar todo aquello, Mota habia encontrado con quién hablar y con quién no hablar. Había conocido a gente amable, a nostálgicos, a fabu-ladores; y si bien muchos le habian sugerido que via-Jafa a Córdoba, que conociera dónde había estado su Padre, que exigiera que le dejaran ver los supuestos Agares en los que lo habían tenido secuestrado. el nunca lo había hecho y siempre se prometía hacerlo alguna vez. Incluso Vicky, ajena a toda esa história, esPeraba que él cerrase esa parte de sus avenguacio- 143 nes. que viera lo que tenía que ver que f> había que ľ>orrar l na dík he. Mí Ha dijo: —Voy a ir a Córdoba con el camión V i< k y nf j di jí) nada. De»pué», él intentó explu ar que su pad* h nerado «in I nimo« y que el Unimog qUe él h — prado era. en « lerto senhdo, el que había - ^"^ padne Dip que había que abrir la puerta a fc!^0* mos del í armor, y dijo que víajar a Córdoba las calle« que (on »eguridad había recorridí/.su^ al volanú- de i.in < amión como ese, ayudaría Vií ky sin < omprender, lo abra//>. —Yo pienao en la í asa —dijí a i us:! ž/iueva a pasarcon Motá la apartó y prometió que a su regreso tíxlo iba a ser < omo ella quefía, Siempre d<-< is lo misirK) —díjí) Vií ky. Vos lambiéri deus siempre lo mismo. l-.sa inn he, en la ( ama, encendieron la 'IV pero no la miiaion <) la imraion, pert) riiienlra.s en la pantalla sc h'iKisaban las ultima« grada» de un cómico recíén falle« ido, Vk ky puisaha en la rasa y Mola pensabaen • •I < almou (;isa ein antada y el camión maldlto,oal rrvéh Kl < a m ión y la rasa. Y es sex uro que, dt* lialx-r hablado no sc- liiibiuan pueHto de acuerdo en cuál de las dos ( o.s.is era inas inipoi lanle. Mola viajó durante ( asi loda la norhe, hasla <|W ' a < argur gHNoil c-n una esiju inn de servicio, donclf.Irinas sc seruó a tornar nu café, je —0 Unimog es Kuyo? —le preguntó un hotnt> ^ campera verde y tan gordo que apenw P4iwba L las mesas del local. Ahora I" muev° Mnla- al*° "»»Wo pomue no terminaba el cafe '^'h'ornhre extendió uno de sus arandes bra»* Z.*iO, ní) es para que lo mueva es que yo mane* Tde esos. yo-u0 Tsted es militar? ^Ya no —d»K> el 8ord°—• después de Malvmas va mostró una mano a la que le fakahan dos de-n° ' vle dieron una medalla. si. Esos camiones son ^Tocura. es ck*to? Motá asintió y el hombre. sin mas se sentó a la mesa • empezó a contar anécdírfas con Unimog» No se can-aba de decir que esos camiones eran una k míra, un i])a ro (je la ingeniería, dex.ía. indestructibles También (j,j0 que nf) eran camiones fáciles, que tenían sus se-cretos. Kn un mf)mentf) dijí): _vli l inimog estuvo en Malvinas. —,;Cómo sabe? _Me contó el que me lo vendió. me contó que —Lo veo difícil —dijí) el gordí)—. pero si le dijerím... Igual, todo Ií) fjue fue a Malvinas se quedó allá. de esas islas nc> ví)Ivíó nadie. Míreme a mí, manejí) camiones, ,;uMcd vií) el camión que manejo? Mejor no lo vea, un (achivache. Kl gordo simiió hablando y Mota empezó a piegun-tarse si su \ Inimog no habría muertí) en Malvinas Eso P(«lía si-r. Las bombas, como había dicho Saba, no lo hal)ían alcanzado. ^Pero cjué significaba ese ímficio, ef*a marca de bala que el camión todavía conservaba 111 la ehapa? Sólo cuando el gordo volvió a insistir Co" que los i inimí)gs eran una líKura, que esos si que era" verdadero8 camiones, Mota sintió que el de él Cra Uno de esos, (1ue Córdoba estaba a unos pocos pasos y que no sería necesario más que un ultimo mpuKso Para Uegar hasta donde se había propuesto '44 llegar. Y con esta convicciön volviö a la ruta tura, a la imagen de su padre, ahora frente' a !a aven. un gran frasco de dulce casero o rnejor- c* el c°^o de dulce. ' Sas Ks Al amanecer, a no mäs de cien kilömetros de vii na, empezaron a iluminarse unas nubes grande^ ^ curas sobre el horizonte. Mota podia verlas en el V °S jo retrovisor: avanzaban hacia el y amenazabarT^ desatar una lluvia furiosa sobre el Camino Van C°n , .1 'i ' n mäs rapido que yo, penso antes de empezar a acelera Tambien pensö: este camiön va a poder, si pudo hasta acä no tiene por que fallar ahora. Pero fallö. Al principio Mota aceleraba y el camiön respondia. Las nubes no se movian o incluso parecian alejarse. Pero despues el motor empezö a hacerruidoa turbina de aviön y al final dejö de responder y hubo que parar a revisarlo. Esperaba que no fuera algo grave. Nada roto, ningün desajuste visible: todo, hasta donde el entendia, estaba bien. Sin embargo, cuando quiso vol- ver a poner el camiön en marcha se escuchö un largo chirrido de bisagra oxidada y algunos golpes como de puerta golpeada por el viento. Mota estuvo varios minu- tos asf, escuchando el chirrido y los golpes, hasta que habfa alguien se acercö a preguntarle si necesitaba ayuda —Gracias —dijo el, sin advertir que el que se acercado era el gordo de la estaciön de servlcl0'TocloS —jEh!, ezó a lev Después escuchó los primeros truenos ^ ^ ale,arse. Otra vez solo, Mota volvió a abrir el capot a cerrarlo. Nada. O sí: empezó a atacar al c ^ V°lvió un martillo. Después siguió con una maza' J^i* -°n motor, la carrocería, arrojó una por una todas lash^ ^ mientas contra el Unimog y empezó a gritar ^ —jNo tenés nada para decir!, «;eh? —y repetía-iNada...? Pero después decidió que era inútil y que había que terminar de una vez con todo el pian. iQué iba a decir Vicky? Nada, ella no podia decir nada porque sobre todo eso nadie podia decir nada. Subió atrás y buscó una manguera y un bidón. Abrió el tanque de gasoil, intentó sacar un poco. No había mucho, o él no sabía cómo sacarlo, asi que sólo pudo llenar el fondo del tacho y rociar con ese poco el motor. Las llamas, al principio pequenas, hacían pensarque el fuego se iba a apagar rápido. Pero crecieron, ocupa-ron la cabina y se extendieron hacia atrás. Mota sentia la ausencia que se siente frente al espectáculo del fuego, esperaba que las llamas alcanzaran el tanqu^J anticipaba una explosion magnífica que diese por ^ minado su estúpido viaje a Córdoba y la tonter^óa haberse comprado el camión. Pero entonces empe Hover y comprendió que el fuego se iba a aP^'^ Fue asi: Mota, durante el resto de la torme"tande el que refugiarse en la parte de atrás, la única úo ^ fuego no había llegado y, sin poder hacef nad . ^ char la lluvia y ver, en los recorridos del agu* 4 filtraba por el techo de tona Jos recorridos que para él hora estaban cenados; y ahajo, en los charcos que ' formaban en el piso, los lugares a los que ahora nunca podría llegar. Tardó un día entero en volver. Alguien lo llevó hasta Rosario y de ahí logró que lo dejaran en Zárate, desde donde llamó por teléfono a Vicky. _Estoy en Zárate —dijo. —Voy para allá —dijo ella. Durante el viaje casi no hablaron. El motor de la vieja F-ioo sonaba parejo en medio de la noche y Mota imaginó que a los costados del camino se extendía una laguna. No era muy profunda y él pensó en dete-nerse, en tomar a Vicky de la mano y atravesar la laguna a pie en medio de la oscuridad. Ya en la casa, dijo: —Voy a Uamar a Saba. —iA quién? —Al que me vendió el camión. Que lo vaya a buscar y que me devuelva parte de la plata. Algo me va a de-volver... —iY si no te devuelve nada? —No me importa, empezamos de nuevo. Se abrazaron. Después Vicky preguntó: —iY vamos a terminar la casa? —Si, a ver hasta dónde llegamos. Ella dijo que la esperara y más tarde volvro con un botella de vino, un polio y algunas verduras. coc fon, comieron y, antes de acostarse -no había v -que perder—, Mota se ofreció a ayudar con io F sucios y las sobras de la cena. 149 148