1. El Primer Demiurgo. Escuela de Mandarines. Miguel Espinosa 1 1. El Primer Demiurgo Acaso parezca extravagante lo que voy a contar, pero he de advertir que sale de mi corazón como la inocencia de los niños, pues si de esa natural manera no surgiera, no hablara. Cuanto narro es tan verdad como yo mismo al cumplir la más larga edad que jamás alcanzó hombre alguno, y ello sin haberlo pretendido. Tienes, pues, que creerme, tanto en los hechos que relato como en los caracteres y opiniones que de los personajes digo. Nací en lugar tan apartado y alejado de toda Sociedad que sus habitantes, menos de cien, desconocían la palabra alcalde; nada afirmo de policía, procesamiento, cárcel, Poder y Gobernación. Al alcanzar la mocedad, recién abandonado el sueño plácido de la adolescencia, mi ser era pura Naturaleza. Por entonces, poco sabía de metáforas y literaturas, mas al observar cómo el Sol desaparecía tras las rojas laderas de las montañas, clausurando la jornada, y cómo surgía de nuevo, ante la salutación de las aves, mi corazón, alegrado, susurraba: - El Mundo es bello y bueno, posee misterio y anuncia acaecimientos. En esta fórmula puede resumirse mi tranquilo y ensimismado talante de aquel tiempo. La edad de todas las momias, sumada por centenares de calculistas, resultaría joven frente a los años transcurridos desde entonces. Sin embargo, cuando recuerdo aquella disposición, siento advenir a mis huesos el vivificante calor del entusiasmo sin causa1 . Dicen que los dioses y los animales sólo tienen Historia Natural2 , pues, alejados de toda competencia y cambio, viven absortos en la Concordia y Continuidad de la Creación, sin salir de sí ni padecer alienaciones. En esta Historia hubiera pasado mi existencia de no suceder algo extraordinario. Y fue que, un día, estando en un campo de cebada, vi un niño de unos siete años, que parecía tiritar sin dejar de mirarme. Aunque no mal parecido, era criatura canija y endeble, como si hubiera sufrido una ley de diferenciación desde el vientre de la madre. Sobre el campo de cebada, su presencia resultaba, a la vez, triste y hermosa, vulgar e importante. - Siéntate al sol, que tiemblas -dije. - Siempre tiemblo: de frío, de hambre, de miedo. - ¿Quién eres? - La representación del Pueblo, realidad que hace posible la existencia de la casta pensante y gobernante, de los templos levantados a los dioses y de los monumentos erigidos a los sucesos, en suma: de cuanto muchos apodan grandeza. Como habitante del Planeta, 1 Entusiasmo sin causa: Es decir, biológico y psíquico, dado por la Naturaleza en la edad juvenil. 2 Los dioses y los animales sólo tienen Historia Natural: Decía la Escritura: «Los dioses viven un eterno día, porque son la Naturaleza; y los demiurgos, millones, porque son la Historia ... » Y después: «Azenaia, la diosa, carece de Historia, pues no posee demiurgos». Y luego: «Porque el Pueblo, como los dioses, carece de demiurgos, está fuera de la Historia; los sucesos sólo ocurren a la clase gobernante». Y también: «Los dioses y el Pueblo se asemejan en permitir los hechos, y esto porque no son Historia». En el capítulo 65/6, el Gran Padre habla así: «Al reino de la Naturaleza pertenecen las Cosas Primeras, como la razón, la materia, los animales, las mujeres, los niños, el Pueblo, los dioses y los lógicos ... » Sobre el concepto de sustancia divina, véase capítulo 26, nota 1. 1. El Primer Demiurgo. Escuela de Mandarines. Miguel Espinosa 2 encarno la necesidad de protestar, y aquí estoy con esta figura, parábola de los hechos. Pero también soy el Primero de los Demiurgos llamados a sonsacarte, arrancarte de la Naturaleza y lanzarte a las cosas de los hombres. Pertenezco a la Sexta Clase de los Espíritus3 , cuya misión consiste en traer la queja a la Tierra. Vine para abrirte los ojos y mostrarte el Mundo. Quedé conturbado. Presentí que podía existir algo más allá de la Naturaleza y su parsimonia, y sentí miedo de conocerlo. Por su parte, el niño cambió de voz y comenzó a decir con angustiosa precipitación: -Así de endeble como me ves, mucho tardé en alcanzar estos campos; y ya que estoy aquí, tras arrastrarme con daño por buscarte, voy a comunicarte la noticia. En la Tierra no existe una sola verdad. Pero todavía ocurre algo peor: señorea la mentira, la arbitrariedad y la casualidad. Allá abajo, lejos de esta soledad, prospera la Feliz Gobernación, o conjunto de mandarines, legos, becarios, cabezas rapadas y gente de estaca. Con estas palabras te contagio la capacidad de conocer el terrible suceso. Al oír la nueva y recibir esta capacidad, quedó a mis pies el mozo que yo había sido. El absorto ser y su armonía con la Naturaleza murieron por la percepción de lo histórico. La transmutación fue tan grande que mi cuerpo entró en cataclismo: enfrióse mi estómago, ardieron mis mejillas, temblaron mis extremidades, latieron mis sienes, y toda mi esencia se estremeció. Al instante surgieron novísimas comparecencias: la ira, el odio y la constante irritación ante los hechos, fundamento de mi futuro talante. Lloré. -¡Es cierto!, ¡es cierto! ¡Existe la Feliz Gobernación! -agregó el Demiurgo entre sollozos, sus infantiles ojos puestos en los míos. Y, conforme repetía la noticia, más llorábamos sin consuelo. Luego se calmó y murmuró: -Ahora debes dejar tus tierras, bajar a la llanura y visitar el Reino de los Mandarines, llamado el Hecho4 , a fin de que la intención racional, la modestia y la espontaneidad combatan la Premeditación y la Impostura con la perenne protesta. La misión es muy dura, porque te convertirá en un solitario entre novecientos millones5 . ¿Te angustia? No supe responder. - Ocurra lo que ocurra -añadió-, has de saber que yo no te elegí ni pretendí estas cosas. No quise despertar tu inocencia; no quise que dejaras la Naturaleza ni abandonaras a tus padres y a tu gacela; no quise que pisaras las heredades, palparas enemigos ni experimentaras el Poder de la Casta6 . Por consiguiente, no me imputes los sucesos. Tampoco respondí. - Para comenzar, habrás de cambiar de nombre -prosiguió--. Ya no te llamarás como tus padres decidieron, sino Eremita, por motivo de encarnar la soledad y monólogo de la espontaneidad que protesta. Más adelante recibirás encargo de realizar otros destinos a los 3 Sexta Casta de los Espíritus: 0 sea, los que se quejan y traen la protesta. Véase Introducción, nota 10. 4 El Hecho: Sinónimo oficial de la Feliz Gobernación. La palabra Hecho quería significar «comparecencia dada de una vez para siempre, no referible a ninguna anterioridad, no cambiable ni reformable». 5 Novecientos millones: Como dijimos, número de habitantes de la Feliz Gobernación en la Época Clásica. 6 Poder de la Casta: Es decir, de las clases que no son Pueblo. 1. El Primer Demiurgo. Escuela de Mandarines. Miguel Espinosa 3 que también conviene ese nombre. Sé que la palabra Eremita suena a estrafalario. Empero, no serás el único que lleva un nombre fuera de su gusto. - ¿Cuál es el tuyo? - Llámame Enclenque. ¡Vuelve a tu casa y prepárate para la misión! Otros Demiurgos te saldrán y conducirán en el camino hacia la Feliz Gobernación. Nuestro encuentro ha terminado; fue breve, pero decisivo. Ya no podrás decir que te gusta el Mundo. - ¿No te veré más? - Recuerda que soy un niño enfermo; padezco escrófulas, las piernas se me doblan. De vez en cuando, sin que lo presienta, caigo y siento dolor en las llagas abiertas, porque la Naturaleza es dura y sin piedad, sorda y muda. Herido en el suelo, soy soledad, temores y angustias, mientras oigo estridular los insectos; como he de curarme con saliva, tardo en sanar. Sin embargo, me verás, aunque me retrase, o por lo menos, me oirás y advertirás. - Enclenque, si encarnas la necesidad de protestar, ¿cómo eres tan paciente y sufrido? -pregunté. - Eremita, corazón ingenuo -repuso-, poco sabes de resignaciones, primera ley de los Espíritus. El amor se resigna ante los hechos, y la vida, ante la muerte; habitar el mundo es una gran resignación; una individualidad es una resignación. Porque soy endeble y me llamo justamente Enclenque, he de aceptar mis padecimientos, que algunos llaman destino, ya que no puedo salir de mí ni transmutarme otro, aquí o en cualquier estrella. Igual ocurre a millones de hombres abandonados a la Feliz Gobernación, que les traza su destino inexorablemente, pues la Casta7 obra allí como Fatalidad. ¡Protesta por ellos! - Parvulito, alégrate, porque tengo el ánimo dispuesto y siento bullir en mi ser el deseo de bajar y protestar. ¡Nací para ello! El Demiurgo se acercó trabajosamente, abrazó mis piernas y exclamó: - Porque mostraste amor por el ultrajado, allí donde estés, estará mi corazón. Y, tras despedirnos, quedó sentado sobre el campo de cebada, solitario y triste, porque un niño escrofuloso no corre ni anda mucho. 7 La Casta: Como en la nota anterior: las clases que no son Pueblo.