t1 JORGE LUIS BORGES OBRAS COMPLETAS 1923-1972 I EMECE EDITORES BUENOS AIRES 444 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLBTAS F1CCIONES 445 PIERRE MENARD, AUTOR DEL QUIJOTE A Süvina Ocitmpo La obra visible que ha clejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, impercionables las omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catá-logo falaz que cierto diario cuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplora-bles lectores —si bien éstos son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos. Los amigos auténticos de Menard han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya e] Error trata de empafiar su Memoria. . . Decidi-damente, una.breve rectificación es inevitable. Me Consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad. Espero, sin embargo, que no me prohibirán mencionar dos altos testimonies. La baronesa de Bacourt (en cuyos vendredis inolvidables tuve el honor de conocer al Horatio poeta) ha tenido a bien apro-bar las lineas que siguen. La condesa de Bagnoregio, uno de los espíritus más finos del principado de Monaco (y ahora de Pittsburg, Pennsylvania, después de su reciente boda con el fílántropo internacionál Simon Kautzsch, tan calumniado jay! por las vícti-mas de sus desinteresadas maniobras) ha sacrificado "a la veraci-dad y a la muerte" (tales son sus palabras) la sefioril reserva que la distingue y en una carta abierta publicada en la revista Luxe me concede asimismo su beneplácito. Esas ejecutorias, creo, no son insufiejentes. He dicho que la obra visible de Menard es ťácilmente enumerable. Exarninado con esmero su archivo particular, he verificado que consta de las piezas que siguen: a) Un soneto simboiista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La conque (números de marzo y octubre de 1899). b) Una monografia sobre la posibilidad de construir un vocabu-lario poético de conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje común, "sino objetos ideales crea-dos por una convención y esencialmente destinados a las necesi-dades poéticas" (Nímes, 1901). £■) Una monografia sobre "ciertas conexiones o afinidades" del pensamiento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkhis (Nimes, 1903). d) Una monografia, sobre la Characteristica universalis de Leibniz (Nimes, 1904). e) Un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer tl ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación. f) Una monografia sobre el Ars magna generalis de Ramón Lull (Nimes, 1906). g) Una traducción con prólogo y notas del Libra de la invention Uberal y arte del juego del axedrez de Ruy Lopez de Segura (Paris, 1907). h) Los borradores de una monografia sobre la lógica simbólica de George Boole, ;') Un examen de las leyes métricas esenciales de la prosa fran-cesa, ilustrado con ejemplos de Saint-Simon (Revue des langues romanes, Montpellier, octubre de 1909). /) Una replica a Luc Durtain (que habia negado la existencia de tales leyes) ilustrada con ejemplos de Luc Durtain (Revue des langues romanes, Montpellier, diciembre de 1909). h) Una traducción manuscrita de la Aguja de navegar cultos de Quevedo, intitulada La boussole des précieux. I) Un prefacio al catálogo de la exposición de litografias de Carolus Hourcade (Nimes, 1914). tri) La- obra Les problémes ďun probléme (Paris, 1917) que discute en orden cronológico las soluciones ciel ilustre problema de Aquiles y la tortuga. Dos ediciones de este libro han aparecido hasta ahora; la segunda trae como epigrafe el consejo de Leibniz "Ne craignez point, monsieur, la tortue", y renueva los capitulos dedicados a Russell y a Descartes. n) Un obstinado análisis de las "costumbres sintácticas" de Tou-let (N. R, F., marzo de 1921). Menard -recuerdo- declaraba que censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada denen que ver con la erítica. o) Una trasposición en alejandľinos del Cimetiére marin de Paul Valéry (N. R. F., enero de 1928) . p) Una invectiva contra Paul Valéry, en las Hojas para la su-presián de la realidad de Jacques Reboul. (Esa invectiva, dicho sea entre paréntesis, es el reverso exacto de su verdadera opinion sobre Valéry. Éste asi lo entendió y la amistad antigua de los dos no corrió peligro). q) Una "definición" de la condesa de Bagnoregio, en el "victo-rioso volumen" —la locución es de otro colaborador, Gabriele d'Anmmzio— que anualmente publica esta dáma para rectificar los inevitables falseos del periodismo y presentar "al mundo y a 446 JORGE LUIS BORGES—OBR AS COMPLEl'AS FÍCCIONES 447 Italia" una auténtica efigie de su persona, tan expuesta (en ra-zón misma de su belleza y de su actuacióň) a interpretacíones erró-neas ö apresuradas. t) Un ciclo de admirables sonetos para la baronesa de Bacouřt (1934). s) Una lišta manuscrita de versos que deben su eficacia a la -riuntuación.1 Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circus-tanciales para el hospitalario, o ávido , album de Madame Henri Bachelier) la obra visible de Menard, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También [ay de las posibilidades del hombret la incon-clusa. Esa obra, tal vez la mas significativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primcia partě del doň Quijote y de un fragmento del capťtulo veintidós. Yo sé que tal afirmación parece un disiate; justificar ese "dislate" es el objeto primordial de esta nota. 2 Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel íragmento filológico de Novalis —el que lleva el numero 2005 en la edición de Dresden— que esboza el terna de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos li-bros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hom-bre de buén gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos —decía— para ocasionar el plebeyo placer del anacro-nismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote coiuemporáneo, calumnian su clara memoria. No quería componer otro Quijote —lo cuai es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una íranscripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable am-bicíón era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y linea por linea— con las de Miguel de Cervantes. 1 Madame Henri Machelicr enumera asimismo una versión liieial de la versión literal que hizo Quevedo de la Inlroduction A la vie dévote de San Francisco de Sales. En la biblioteca de Pierre Menard no bay rastros de tal obra. Debe tratarse de una broma de nuestro araigo, mal escuchada. 2 Tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Pierre Menard. Pero (cómo atreverme a competir con las páginas áurěaš que me dicen piepara la baronesa de Bacourt o con el lápiz delicado y puntual de Carolus Hourcade? "Mi propösito es meramente asombroso" me escribiö el 30 de setiembre de 1934 desde Bayonne. "El termino final de una de-mostraeiön teolögica o metafisica —el mundo externo, Bios, la casualidad, las formas universales— no es menos anterior y comutt que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los fil6sofos publican en agradables volümenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas". En efecto, no queda un solo borrador que atestigüe ese trabajo de anos. El metodo initial que imaginA era relativamente sencillo. Co-nocer bien el espanol, recuperar la fe catölica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los anos de 1602 y de 1918, ser MigueJ de Cervantes. Pierre Menard estudiö ese procedimiento (se que logiö un manejo bastante fiel del espanol del siglo diecisiete) pero lo descartö por fäcil. [Mas bien por imposiblel dirä el lector. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para Hevarla a termino, este era el menos interesante. Ser en el siglo veinte un novelista popular del siglo diecisiete le pareciö una dis-minueiön. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareciö menos arduo —por consiguiente, menos interesante;— que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijotera travä de las experiencias de Pierre Menard. (Esa conviction, dicho sea de paso, le hizo excluir el prölogo autobiografico de la segunda parte del don Quijote. Incluir ese prölogo hubiera sido crear otro personaje —Cervantes— pero tambien hubiera significado presentar el Quijote en funeiön de ese personaje y no de Menard. Äste, natural-mente, se negö a esa facilidad). "Mi empresa no es dificil, esen-cialmente" leo en otro lugar de la carta. "Me bastaria ser in-mortal para Hevarla a cabo". ^Confesar^ que suelo imaginär que la termin6 y que leo el Quijote —todo el Quijote— como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capitulo xxvi —no ensayado nunca por el— reconoci el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta fräse exceptional: las ninfas de los rlos, la dolorosa y hiimida Eco. Esa conjuneiön eficaz de un adje-tivo moral y otro fisico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and a turbaned Turk.., iVor que precisamente el Quijote? dira. nuestro lector. Esa preferencia, en un espanol, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de Nimes, devoto esencialmente de Poe, que engendr6 a Baudelaire, que engendr6 a Mallarmc, que en-gehdr6 a Val^ry, que engendrd a Edmond Teste. La carta precita-da ilumina el punto. "El Quijote", aclara Menard, "me interesa 448 JORGE LUIS BORGES— OER AS COMPLETAS -FICCIÓNES 449 profundamente, pero no me parece ícómo lo dire? inevitable. No puedo imaginär el universo sin la interjección de Poe: Ah, bear in mind this garden was enchanted! o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de ima-ginarlp sin el Quijote. (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras). El Quijote es un libro comingente, el Quijote es innecesario. Puedo preme-ditar su escrilura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautológia. A los doce o trece aňos lo lei, tal vez íntegramente. Después he releído con atención algunos capitulos, aquellos que no intentaré por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las comedias, la Galatea, las novelas ejemplares, los trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso. .. Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más di-fícil que el de Cervantes. Mi coraplaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco a la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la inven-ción. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literal-mente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarläs al texto 'original' y a razonar de un modo irrefutable esa aniquila-cióa. . . A esas trabas artificiales hay que sumár otra, congenita. Componer el Quijote a principios del siglo diecisieté era una em-presa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casí imposible. No en vano han transcurrido trescientos aňos,: car-gados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote." A pesar de esos tres obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el dc Cervantes. Este, de un modo burdo, opone a las ficciones cäballerescas la pobre realidad provinciana de su pais; Menard elige como "realidad" la tierra de Carmen durante el siglo de Lepanto y de Lope, jQué espaftoladas no ha-bría aconsejado esa elección a Maurice Barrés o al doctor Rodriguez Larreta! Menard, con toda naturalidad, las elude. En su obra no hay gitanertas ni conquistadores ni misticos ni Felipe Segundo ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdén iildica un séntido nuevo de la novela histórica. Ese desdén conďena A Salammbä, inapelablemente. No menos asombroso es consideraŕ capitulos aislados. Por ejem-plo, examinemos el xxxvm de la primera parte, "que trata del curioso discurso que hizo don Quixote de las armas y las letras". Es sabido que D. Quijote (como Quevedo en el pasaje análogo, y posterior, de La hora de todos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantes era un viejo militar: su fallo se explica. |Pero que el don Quijote de Pierre Menard —hombre contemporáneo de La trahison des clercs y de Bertrand Russell— reincida en esas nebulosas sofisterías! Madame Bachelier ha visto en ellas una admirable y típica subordinación del autor a la psi-cología del héroe; otros (nada perspicazmente) una transcripción del Quijote; la baronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpretation (que juzgo irrefutable) no sé si me atreveré a afiadir una cuarta, que condice muy bien con la casi divina modestia. de Pierre Menard: su hábito resignado o irónico de propágar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él. (Rememoremos ötra vez su diatriba contra Paul Valéry en la efimera hoja superrealista de Jacques Reboul.) El texto dc Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detracto-res; pero la ambigüedad es una riqueza.) Es una revelación cotejar el don Quijote de Menard con el de Cervantes. Este, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capitulo): . . -h. verdad, cuya madre es la história, émula del tiempo, de-pósito de las acetones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el "ingenio lego" Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la história. Menard, en cambio, escribe: ...la verdad, cuya madre es la história, émula del tiempo, de-pósito de las «cciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. La história, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la história como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas, También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard — extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No asi el del precursor, que maneja con desenfado el espanol corrien-te de su época. No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inutil. Una |ORí;E LUIS BORGFS—OBRAS COMPLEX AS doctrina iilosnfica es al principio una descripción verosímil del uiiiverso; giran los anos y es im mero capítulo —cuando no uri párrafi) o im nombre— de la história de la filosofía. En la literatura, esa caducidad final es aun más notoria. EI Quijote —me dijo Menard— £ue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de ohscenas ediciones de lujo. La glori* es una incomprensión y quizá la peor. Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decision que de ellas derive Pierre Menard. Resolvió ade-laiitar.se a la vanidad que aguarda todas las fatigas del horabre; aíometió una empresa complejisima y de antemano fútil. Dedicó suš e.saúpulos y vigilias a repelir en un idioma ajeno un libro preexisteiue. Multiplier) los borradores; corrigió tenazmente y des-garró miles de páginas ruanuseritasJ. No permitió que ťueran exnminadas por naclie y cuidó que no le sobrevivieran. En vano he proeurado recortstruirlas. He reflexionado que es licito ver en el Quijote "final" una espene de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros —Tenues pero no indescifrables— de la "previa" escritura de mies-tro amigo. Desgracíadamente, sólo un segundo Pierre Menard, invirliendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas... "Pensar, analizar, inventár (me eseribió también) no son actos anóinalos, son la normal respiration de la inteligencia. Glorifícar el ocasionaí cuiiiplimiento de esa función, atesorar antiguos y aje-nos pensamientos, recordar con inerédulo estupor lo que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbaric. Todo hombre debe ser capa/ de todas las ideas y entiendo que en el porvcnir U> será." Menard (acaso sin qucrerlo) ha enriquecido mediante una téc-n i ta iiiieva el arte detenido y rudimentario de la fectura: la técni-ca del anarronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infiníta nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaur e de Madame Henri Bachelier como si fuera de Madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Celine o a James Joyce la Imitation de Crista ;no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales? A'mie.s, 19)9 : . ^ 1 Recumlo sits ťuadcrnos cuadrictilacäos, sus negras tachaduras, sus pecu.-Ii;ue.s símbolos tipagráficos y su letra do, ihsccto. En los atardeceres le gusta-hn saliv a camínar poľ los arrabales de Nímes; solía llevar consign un clla-íUiiuí v Jkkfi tma alegvc fopata.